Capítulo 9

Charles llegó a su destino poco antes de que se le acabara el plazo que le había dado Jack. Aparcó su Chevrolet, apagando el motor con mano temblorosa, tomándose un minuto antes de salir. Necesitaba calmar sus nervios.
El asesino le había enviado a la avenida S. Ridgland. En específico a una de las múltiples y adorables casitas de dos pisos de ladrillo rojizo y tejado beige que formaban una larga fila por toda la calle.
La casa estaba rodeada por setos. Estos habían sido cortados en forma rectangular para ocultar la verja, aunque parecía que varias ramas habían empezado a crecer fuera del diseño principal.
Caminó sobre los cuatro ladrillos grises que componían el camino de la entrada y vio también signos de dejadez en el césped del pequeño jardín. Nadie había retirado la nieve de la entrada en días.
Observando con un poco más de atención notó también que las ventanas tenían las persianas echadas y el correo se amontonaba en el buzón.
Su preocupación y sus nervios aumentaron ante esos nuevos descubrimientos. Esa casa donde se encontraba era la de su compañero Henricksen.
Y por las señales que estaba viendo parecía que llevaran varios días fuera. En una casa donde vivían dos adultos y una niña pequeña debía haber más movimiento y ruido, no ese lúgubre silencio que parecía haber rodeado todo el lugar.
Daba la impresión de que la sombra del infortunio se hubiera posado sobre ella.
Eso le hizo sospechar. Creía que Henricksen había sido una elección de última hora del demonio para hacerle acudir a la cita, pero ¿y si le hubiera usado antes?
Ese pensamiento le puso los pelos de punta. ¿Significaba eso que Jack había seguido toda la investigación desde el principio? ¿Sabía, entonces, cada detalle, testimonio y pista que siguieron durante el proceso completo?
Si eso fue así no le extrañaba que jamás hubieran conseguido acercarse siquiera a él. Siempre estuvo ahí y no se habían dado cuenta.
Algo más que el frío le hizo estremecerse. La sola idea de que pudiera haber estado trabajando, codo con codo, con esa cosa…
Trató de sacudirse ese mal presentimiento. Al acercarse a la puerta de entrada comprobó que estaba entreabierta. Agudizó el oído y sacó su arma de la pistolera, asegurándose de que estuviera cargada primero. Oyó un leve rumor sordo, como de música, y unos gemidos demasiado bajos para ser notados desde la calle.
Empuñó su pistola y entró, lo más sigilosamente que pudo.
Había estado varias veces allí para cenar, cuando Angela le invitaba, siempre en navidades o Acción de Gracias. Decía que existían fechas en el año en las que una persona no debería pasar sola.
Era una mujer encantadora. Solo esperaba que estuviera a salvo, pensó mientras dejaba atrás el desastre que era el recibidor. El interior de la casa estaba revuelto, con signos de lucha.
La música que había creído oír se hizo más clara y pudo reconocer la canción. Era «The Ripper», de Judas Priest. Charles tuvo que reconocer que el cabrón tenía sentido del humor.
La música parecía proceder del salón, hacia donde se dirigió. No esperaba encontrarse con tan horrible espectáculo.
Jack estaba en el cuerpo de su compañero, de pie junto a la chimenea encendida. Esos odiosos ojos dorados le delataban. A su lado, amordazada y atada a una silla, se encontraba Angela, la mujer de Henricksen. Su habitualmente arreglado cabello rubio estaba revuelto y sucio, la ropa desgarrada y manchada de sangre. Por un segundo temió haber llegado demasiado tarde, ya que no se movía, pero el asesino la cogió bruscamente del pelo y le alzó la cabeza, sacándole un sollozo ahogado.
Todo a su alrededor parecía haber sido volcado o roto, llenando la alfombra burdeos de trozos de cristal y cerámica que brillaban a la luz de las llamas. Se encontraban de espaldas de la que debía ser la única ventana con las persianas levantadas de toda la casa, la cual daba al patio trasero.
No había rastro de la niña.
El bastardo le sonrió, usando el control remoto del equipo de música para apagarlo, cuando Charles sacó su arma y le apuntó con ella.
― Bienvenido, detective. Empezábamos a pensar que no vendría. Angie ya estaba impacientándose. — Charles jadeó al fijarse en la cara llena de cortes de la mujer.
Angela tenía numerosas heridas su torso y brazos que manchaban de sangre su camisa blanca y la falda gris que llevaba. Algunas solo eran meros arañazos, pero otras se veían terriblemente mal, más profundas y peligrosas. Estaba pálida y casi inconsciente.
Empezaba a dudar de que pudiera sacarla de ahí con vida.
― ¡Oh, lo siento! Estaba algo lejos de aquí. — ironizó sin dejar de apuntarle con su arma y acercándose un paso más. — Creí que yo era tu entretenimiento, Jack. ¿Por qué no les dejas ir a los dos?
― Tres. — le corrigió el asesino, jugando con su cuchillo. Era de hoja larga, ancha y empuñadura de madera, muy parecido al que encontraran anteriormente en la escena del crimen. ― Y no, detective. No sea tan arrogante.
― ¿Tres?
― ¿Te olvidas de la pequeña Lauren? — al ver la expresión de horror que compuso el policía cuando mencionó al bebe, Jack rio. — Tranquilo, ella será el postre. La tengo reservada para cuando acabe contigo. O tal vez te deje ver como la despedazo, mientras agonizas en el suelo.
― ¡Cabrón! ¿Dónde está?
Charles miró preocupado a su alrededor, buscando dónde podía haberla escondido. La casa tenía dos plantas y un desván.
Y la niña podía estar en cualquier sitio.
Mientras trataba calcular en cuál estaría y cuánto tardaría en encontrarla, miró a su compañero. Si Angela estaba mal, su marido no tenía mucho mejor aspecto. Podía ver las líneas de tensión en el rostro demacrado de Gordon. Su piel estaba cenicienta y cubierta de sudor, como si estuviera realizando un gran esfuerzo físico y su traje gris manchado con sangre.
Al notar el escrutinio, Jack sonrió torcido.
― Tu compañero está aquí. ― el asesino se golpeó la sien izquierda un par de veces con un dedo de su mano libre. Con la derecha seguía empuñando el cuchillo en la garganta de la víctima. ― Sigue tratando de escapar. No sabe que no le va a servir de nada. Solo va a empeorarlo.
― ¡Déjales ir! — chilló, preocupado por la seguridad de su compañero y su familia. ¡Maldita sea! La niña empezó a llorar en la habitación de al lado. Suspiró mentalmente de alivio. Ahora sabía que seguía viva y dónde. Solo necesitaba sacarla de ahí antes de que a ese animal se le ocurriera usarla. ― ¡Ya me tienes aquí! ¿Qué más quieres?
― ¿Qué quiero? — los ojos del demonio brillaron con una luz siniestra. ― Quiero que veas cómo tu compañero mata a su mujer mientras te cuento cómo le hice destripar a todas aquellas chicas. Eso para empezar.
― ¡Cállate!
― No sabes cuánto lo disfruté. — con una sonrisa diabólica hizo otro corte en el cuello a la mujer. ― Lo satisfactorio que fue volver a sentir la sangre en mis manos.
Esta gimió, la sangre brotando de la nueva herida con fuerza. Jack apretó el cuchillo en la tierna carne, haciéndola más profunda. Charles cargó su arma, horrorizado al pensar que podía haberle cortado la yugular, y disparó.
La bala alcanzó al demonio en el hombro derecho. Para sorpresa de Charles, Jack ni se inmutó. Se limitó a mirar la herida con expresión aburrida antes de alzar la vista hacia él.
― Disparar no le va a servir de nada, detective. No va a detenerme con eso. Y lo sabe.
El detective miró furtivamente hacia la ventana, recordando lo que Aidan y Julian le habían comentado sobre las posesiones. Jack tenía razón. Disparando solo había conseguido herir el cuerpo ocupado, pero no haría ningún daño al demonio.
Por suerte, tenían un plan… solo esperaba que funcionara antes de que alguien más muriera.
― Déjala ir. ¿Quieres contarme tus estúpidas historias? ¡Adelante! No la necesitas para eso.
― ¿En cuánto muera? No. ¿Ahora mismo? Te mantiene a raya un rato más. — Charles gruñó frustrado y volvió a desviar la mirada a la ventana, disimuladamente. ― ¿Está esperando a la caballería, detective?
― No hay ninguna caballería a la que esperar.
El demonio acarició el pelo de Angela con ternura una vez más, sus manos manchadas de sangre ensuciando las rubias hebras, antes de alejarse hacia la ventana. Charles no dejó de apuntarle con la pistola, siguiendo todos sus movimientos y vigilando de reojo la respiración casi inexistente de la víctima.
― Le voy a contar una historia, detective. — comenzó, apartando la cortina y mirando hacia el exterior. La nieve volvía a caer suavemente. ― Cómo conseguí escapar del Infierno donde estuve retenido durante doscientos años.
― No me interesa.
Jack soltó una carcajada, girándose hacia él.
― Oh, que descortés. ¿Por qué no? — cogió de nuevo el cabello de la mujer, tirando para hacerle levantar la cabeza. ― Tenemos tiempo hasta que Angela se desangre, ¿verdad, querida? Aún le quedan unos minutos.
― Sigue sin interesarme. — Charles trató de acercarse a la mujer, pero el asesino levantó la mano y le hizo retroceder con esa energía invisible. El policía jadeó, por el golpe y la sorpresa. Se alejó un par de pasos, aliviado al comprobar que en esa ocasión no le había dejado inmovilizado.
― No, no. Aún no le he contado como Gordon y yo matamos a esas mujeres.
― No te creo. Hubiera notado algo. Él hubiera dicho algo.
― Para nada. No podía. No iba a dejar que importunara mi juego con su estúpida conciencia. Le impedí acceder a esos recuerdos y lo mantuve en la ignorancia hasta que salía a jugar. Lo elegí a él desde el primer día.
― ¿Por qué? ¿Por qué a él?
― ¿Por qué no? Me pareció divertido usar a un policía para esto. Además, fue él quien rompió accidentalmente el sello que me mantenía preso. Se merecía el honor de ser mi recipiente.
El asesino le sonrió, siniestro, riendo por lo bajo mientras limpiaba el cuchillo con el bajo de su chaqueta, claramente divertido.
― Tú… tú, sin embargo, fuiste un plus en todo esto. — levantó de nuevo la vista hacia Charles, con los ojos dorados brillantes de la risa. ― ¿Quién iba a decirme que me encontraría con el único descendiente de quien me mandó a mi prisión? ¿Quien, además, era capaz de ver lo que hacía en sueños? Eso fue oro. Siempre he querido un testigo de mi arte.
― ¿Arte? — no quería ni tenía tiempo de analizar lo que el demonio había insinuado sobre su familia. ¿Descendiente de quién?
La expresión de asco del policía hizo sonreír aún más al otro. Era una sonrisa de orgullo.
― Si, arte. Entre los míos estoy considerado como un gran artista, detective. Cuando vuelva, seré aclamado, como lo fui hace doscientos años. Pero no tengo intención de regresar todavía. Hay tanto que hacer todavía…
Charles volvió a desviar la mirada a la ventana. Algo le había llamado la atención. Algo que llevaba esperando desde que entró a la casa. Se acercó otro paso al asesino, empuñando con más firmeza su pistola.
― No pienso permitirlo.
― ¿Y cómo vas a evitarlo? Cuando quiera puedo abandonar este cuerpo e irme de esta casa. Y jamás podrás encontrarme, no hasta que sea demasiado tarde.
― No, no puedes.
Fue ligeramente cómico ver al demonio parpadear sorprendido. Le vio cerrar los ojos y fruncir el ceño cuando no ocurrió nada.
― ¿Qué has hecho? — rugió. Charles sacó una bolsita de cuero del bolsillo de sus pantalones y la abrió, mostrándole al demonio lo que contenía, para luego desviar los ojos al suelo donde había dibujado una línea entre el monstruo y él. Era polvo de plata. Según Aidan, eso debería impedir que se acercara más a Charles y le dejaría un poco de margen para lo que tenía que hacer.
― ¿Yo? Nada. — el policía se encogió de hombros, intentando aparentar indiferencia mientras tiraba la bolsita de cuero al suelo. ― ¿Recuerdas que dije que no esperaba a la caballería? Eso era porque ya estaba aquí. Ha cerrado todas las salidas posibles para que tú no puedas ir a ninguna parte, bastardo. Y, ahora, estás atrapado.
Mientras él estuvo hablando con el asesino, distrayéndolo, Aidan había sellado con polvo de plata todas las ventanas y puertas de la casa.
Esa era la primera parte del plan.
Ahora debía funcionar la segunda.
Guardó su pistola y buscó en el interior de abrigo el papel que el librero le había dado antes de entrar.
Le dirigió una mirada desafiante al demonio antes de abrirlo, mientras rezaba para que eso funcionara. Si no lo hacía…
― Espero que tengas un bonito viaje hacia abajo. ― Charles empezó a recitar a toda prisa el exorcismo en latín que Aidan había encontrado entre sus libros.
― No voy a irme solo. — gruñó el demonio antes de clavar el cuchillo en su propio pecho.
― ¡Hijo de puta! — con horror vio como Jack sacaba el cuchillo de su cuerpo y se lo enseñaba, sin dejar de sonreír perverso para luego clavárselo a Angela. Ambas heridas sangraban sin parar.
― Ahora, detective si salgo de este cuerpo, tu amigo muere. De hecho, creo que ya está muerto. No noto su estúpido corazón latiendo.
Charles se obligó a dejar de mirar al que fuera su compañero durante años. Su amigo. La pena le inundó al recordar todas las veces que había estado en esa casa. La última fue para celebrar el nacimiento de la niña.
Dirigió una mirada triste a la pareja y siguió leyendo a pesar de que tenía la vista nublada por las lágrimas.
Jack, mientras, seguía buscando una manera de salir de allí, pero al tocar la ventana, se alejó siseando de ella como si le hubiera quemado.
Furioso, tiró todos los papeles y libros que había sobre una mesa, que cayeron entre la alfombra y la chimenea. Ninguno de los dos notó cuando empezaron a arder.
― Te lo advierto, pienso volver. ¡Y seguiré donde lo he dejado!
― Y te estaré esperando, cabrón. ― gruñó el policía antes de finalizar el exorcismo.
Aidan estaba fuera de la casa, esperando.
Tal como habían planeado, se dedicó a sellar las salidas de la casa con plata, como Julian y él habían leído en uno de los libros copiados a La Orden, mientras Charles entraba. Eso no solo encerraría al demonio en la casa, sino que también debilitaría notablemente su poder.
Ahora esperaba a que el policía saliera de allí vivo.
No quería ni pensar en lo que ocurriría si fallaba. Tenían un plan de reserva, pero no estaba demasiado seguro de que pudiera convencer a alguien de La Orden para que se ocupase de eso.
Tampoco quería pensar en lo que estaría sufriendo Charles al ver a su compañero poseído por ese monstruo.
Se estremeció al oír gritos, las voces de dos hombres hablando. El llanto de un bebe. Cosas cayendo al suelo y rompiéndose.
El cielo se nubló de repente.
El brillante cielo azul celeste con unas pocas nubes que hubiera unos segundos antes, se encontraba ahora cubierto de nubarrones negros de tormenta. Comenzó a nevar con fuerza. Aidan no tardó en empaparse, su ropa mojada pegándose a su cuerpo y haciéndole tiritar por el frío y el miedo al saber que ese fenómeno no era normal.
De entre esas nubes negras cayó un rayo, justo sobre el tejado y atravesó la casa, lanzando madera y tejas hacia la calle. El chico se vio obligado a alejarse con rapidez cuando los escombros amenazaron con caerle encima.
Y tal como comenzó, se detuvo todo. Las nubes se disolvieron lentamente, dejando de nuevo paso a un cielo despejado y azul. La tormenta paró, la temperatura subió varios grados…
Los minutos pasaban y Aidan se impacientaba cada vez más cuando vio humo salir por las ventanas de la planta baja de la casa. Oyó más ruido y más golpes procedentes del interior, preocupándole.
¿Qué acababa de ocurrir? ¿Qué era ese rayo? ¿Había acabado Charles con Jack? ¿O, por el contrario, el demonio había salido victorioso?
Una de las ventanas estalló, a causa del calor del fuego, llenando el porche de cristales y devolviéndole al presente. Los vecinos de las casas colindantes empezaron a gritar pidiendo ayuda y usando sus móviles para llamar a los bomberos.
Charles debía salir rápido de ahí o les iban a pillar.
Estaba a punto de entrar a la casa cuando la puerta se abrió y salió por fin el detective, con un bebe en brazos que lloraba sin parar.
Fue una imagen que impactó a Aidan. El aspecto sombrío del policía, vestido con su abrigo negro y llevando en un brazo al bebe envuelto en una mantita rosa.
Y a sus espaldas, las llamas devorando la casa.
Le vinieron a la mente las palabras de Julian sobre por qué alguien perseguía a lo sobrenatural, del por qué alguien se enfrentaba a algo tan terrorífico como demonios, fantasmas y monstruos sedientos de sangre. Y estaba seguro de que el detective acababa de cruzar esa línea.
Horas más tarde y ya a salvo en su piso sobre la librería, miraba las noticias mientras terminaba de ponerse ropa limpia que no oliera a humo. Charles estaba en la ducha. La bebe dormía plácidamente en su sofá, con Luna acostada en el suelo a su lado, como si su perra hubiera decidido convertirse en guardián de la pequeña.
En su televisor, una guapa presentadora del canal CBS narraba el suceso de una familia entera devorada por las llamas del incendio que había asolado su casa.
No decían nada de que el incendio había sido provocado y que las víctimas no habían muerto realmente por el fuego. Eso, imaginó el chico, solo lo sabía la policía y los bomberos, quienes trataban de evitar que el público supiera que sospechaban del compañero de la víctima.
Aidan se entristeció pensando en Charles, el cual no podría volver a trabajar como policía. Su vida ahí, tal y como la había vivido, estaba acabada. Ahora tendría que empezar una nueva, bien lejos de Chicago.
El hombre permitió ser acusado del asesinato de sus amigos por proteger esa ciudad de un demonio. Perdió su vida entera por mandar a ese monstruo de vuelta al Infierno.
Y había descubierto la pasada relación de su familia con La Orden.
Demasiado que asumir para una persona normal.
Pero, como dijo Julian cuando le conoció, Charles no era una persona normal.