Rugidos del corazón: Capítulo 20

Al día siguiente de la conversación de la gasolinera, los cuatro se encontraban en un motelito en Chinatown, en la zona de la Comunidad del barrio. El edificio pertenecía a una familia de inu-youkai o demonios-perro que llevaban también el restaurante situado en el local del mismo edificio.

Era barato y seguro para ellos.

Aidan se miraba en el espejo del baño, comprobando los moratones que aun tenía en el rostro. Se encontraba mucho mejor pero el cuerpo le dolía terriblemente. Era una verdadera suerte que no le hubieran roto ningún hueso mientras le torturaban. Pero sin haber podido ir a un médico para que le revisara no sabían seguro si tenía alguna herida interna. Esperaba que no.

A través de la puerta cerrada podía escuchar las voces de los tres jóvenes leones, conversando. Nada especial. Solo discutían sobre la comida o quien tomaría el siguiente turno con el coche. No parecían especialmente preocupados sobre él o La Orden o sobre su próxima visita a la torre Kamelot.

Eran un grupo muy peculiar, desde luego. No sabía mucho sobre su raza, los leones.

Recordaba algunas de sus costumbres, sobre las cuales había leído en un par de libros que guardaba su abuelo en la trastienda.

Los leones vivían en familias, normalmente numerosas. Antiguamente incluso mantenían varias parejas, pero, en la actualidad, solían tener relaciones monógamas.

Estos tres eran bastante peculiares, por lo que había comprobado esos días. Kenny se portaba con ellos como un alfa protector, preocupándose y vigilando todo. Max solía tomar la mayoría de las decisiones, aunque las consultara siempre con los otros dos. La mayoría de las veces él acababa teniendo la última palabra de lo que fuera. Y Nicky, el más joven, era el cuidador.

Todos eran rasgos de alfa, no había duda y ninguno se comportaba como menos que eso.

Salió del baño y se encontró con los otros tres sentados en una de las camas. Aidan arqueo una ceja al verlos. Kenny estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama con Nicky tumbado a su lado, leyendo una revista, su cabeza más en el muslo del otro que en la almohada. Max estaba entre las piernas del primero, dándole la espalda porque el rubio le estaba trenzando su larga melena oscura.

  • ¡Ey! ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Kenny al notar su presencia. Aidan sonrió al ver como los tres dejaban sus cosas para ayudarle a sentarse con ellos.
  • Mejor. La ducha ha hecho milagros. Aunque me duele todo. Por cierto… no es necesario que me acompañéis hasta la torre si no queréis.

Max negó, levantándose de la cama para acercarse. La trenza que le había hecho Kenny le quedaba bastante bien, tenía que admitir.

  • ¡De eso nada! Vamos a llevarte hasta allí y comprobar que te dejamos en buenas manos. – los otros dos asintieron.
  • Está bien. Gracias. ¿Cuándo nos iremos?
  • Pronto. Quiero echar un ojo antes de llevarte. Por si acaso no son de fiar.
  • Un poquito paranoico, ¿no?
  • Mejor prevenir que curar. – respondió Max riendo. – Nicky va a quedarse aquí contigo y, cuando veamos que es seguro, le llamaré para que te traiga. ¿Vamos, Kenny?

Kenny no parecía tan dispuesto como el otro, pero se levantó y lo siguió al exterior. Nicky y Aidan intercambiaron una mirada, divertidos y el joven león le ayudó a ponerse más cómodo en la cama. Era mejor que estar sentado en la silla.

  • ¿Tu hermano y Kenny siempre son así?
  • ¿Así, cómo?
  • Así de desconfiados y protectores.
  • ¡Ah, sí! Siempre. Lo comprueban todo mil veces. Y lo piensan y repiensan otras mil antes de hacer nada. Yo soy más de aquí y ahora. Ellos no. Por eso se compenetran tan bien. – Aidan consideró sus palabras en silencio varios minutos antes de atreverse a hacer las preguntas que de verdad le intrigaban en ese momento.
  • ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
  • Claro. – el librero sonrió. Había notado que Nicky no tenía los reparos de los otros dos al hablar y eso iba a ayudarle.
  • ¿Qué clase de relación tenéis? Quiero decir… vosotros estáis de excursión, ¿verdad? – Nicky asintió. – Y la idea de esa excursión es que encontréis pareja y forméis una familia.
  • Exactamente. Y eso hacemos.
  • Pero ya os comportáis como si fuerais pareja.

El león le miró, parpadeando confuso antes de reír. Una carcajada alegre que le descolocó.

  • Ya, sé que puede parecer así. Mi raza, sobre todo en mi familia en particular, siempre hemos sido demasiado expresivos. Para algunos es casi incomodo. Y puede dar para malentendidos.
  • Entonces… ¿seguís buscando pareja?
  • Yo sí. Max un día se dará cuenta de que está colado por Kenny y Kenny por él, pero mientras no me molesta tenerles al lado y disfrutar de este adelanto de la familia que un día seremos. Cuando yo encuentre mi pareja, vamos a vivir los cuatro juntos. Bueno, al menos uno al lado del otro. Ese siempre fue el plan.

Aidan sonrió ante la sinceridad y espontaneidad del otro.

Mientras, en los alrededores de Wall Street, Kenny y Max merodeaban la torre. Ambos estaban discutiendo si entrar o no, ya que habían estado comprobando la seguridad del edificio y esta era considerable.

Cámaras en el exterior, rodeando la fachada, otras en la misma puerta, guardas de seguridad tanto fuera como dentro… era una fortaleza.

  • Lo que está claro es que no va a ser fácil entrar y mucho menos salir. – declaró Kenny después de un rato vigilando el movimiento de los guardas de seguridad.

Hacían rotaciones de quince a veinte minutos. Max frunció el ceño. Su padre le había asegurado que Kamelot era un aliado y él confiaba en su padre. Pero la seguridad de las dos personas que más quería estaban en sus manos.

¿Podía jugársela?

Kenny le cogió de la muñeca y le dio un leve apretón.

  • Vamos. Si hemos venido hasta aquí, vamos a intentarlo. No perdemos nada por hablar.

Pasar de las puertas no fue tan complicado como pensaron en un principio. Nadie les detuvo ni hizo preguntas cuando entraron al edificio. Se encontraron en un enorme hall con suelos de mármol blanco y paredes de cristal.

Muy hermoso, pero poco amueblado, en realidad.

Había cuatro sofás de dos plazas distribuidos por el lugar y la mesa de recepción, en la que una preciosa chica rubia vestida impecablemente con un traje rojo atendía llamadas y a todo el que se acercaba a preguntar.

Max se sintió de repente muy mal vestido. Iba como siempre, con un pantalón vaquero, camiseta y una sudadera, y alrededor de tanto lujo parecía un pordiosero. Sintió su resolución flaquear conforme se acercaban al mostrador. El tacto de la mano de Kenny en la suya le hizo recuperar un poco su habitual seguridad y compuso una sonrisa arrogante antes de dirigirse a la mujer.

  • ¡Hola! Queríamos ver al señor Merlin. – la chica sonrió radiante a los dos.
  • El señor Merlin puede que no esté disponible esta mañana, pero comprobaré si tiene un hueco. ¿De parte de quien le comunico que viene?
  • Somos Max y Kenny. No nos conoce, pero queríamos hablar con él sobre un amigo en común. Aidan Kelly.

La recepcionista volvió a sonreír y conectó la línea, hablando a toda velocidad con alguien que probablemente sería la secretaria del tal Merlin. Max la vio alzar las cejas, sorprendida, por algo que le habían dicho antes de desconectar la llamada.

Ambos leones notaron que los guardas de seguridad más cercanos se volvían a mirarlos. Al parecer el nombre del librero había levantado las sospechas de Kamelot. Ambos se pusieron a la defensiva.

  • El señor Merlin bajará en unos minutos para recibirles. Por favor, tomen asiento. – les anunció, señalando hacia los sofás.

Max y Kenny volvieron a intercambiar una mirada y se quedaron dónde estaban, vigilando a los guardas. Un par de minutos después, el timbre del ascensor sonó y apareció un tipo alto, vestido con un traje gris y guantes.

Max le calculó unos treinta y algo largos, sin embargo, su cabello estaba totalmente gris. Un aura de poder le rodeaba.

  • Es un mago. – le susurró Kenny sin apartar la vista del recién llegado.

El tal Merlin se detuvo a dos pasos de ellos, observándoles curioso e intrigado. No parecía amenazante si no relajado. O estaba muy seguro de sí mismo y su poder o no les consideraba enemigos.

  • ¡Vaya! Jamás imaginé que vería dos leones con mis propios ojos. No sois la raza más sociable del planeta.
  • No nos fiamos mucho de los humanos. – masculló Kenny, molesto.
  • Imagino que con razón. Habéis dicho que teníais noticias de Aidan. ¿Es cierto?
  • Lo es.
  • ¿Está bien?
  • Está a salvo. Ahora mismo con un amigo para asegurarnos que no le pasa nada mientras estamos aquí. – Merlin asintió, mirando alrededor preocupado.

Les hizo un gesto a los otros dos y les indicó que le siguieran hasta una habitación oculta tras el mostrador de recepción. Allí vieron un pequeño despacho con un escritorio, un par de sillas y un pequeño sofá.

  • Lo tenía La Orden. ¿Cómo le habéis rescatado?
  • No lo hicimos. Él consiguió escapar. Lo encontramos en el aparcamiento del motel donde nos alojábamos, en San Francisco. Estaba bastante mal herido. Le hemos curado como hemos podido, pero no le vendría mal que le viera un médico.
  • Estábamos muy preocupados. Ya le dábamos por muerto, la verdad. Sus amigos van a ponerse muy felices cuando lo sepan. ¿Podéis traerlo?

Max se acercó un paso y sus ojos castaños brillaron con una luz sobrenatural cuando habló. A su espalda, Kenny hizo lo propio.

  • Si le pasa algo o si alguno de nosotros corre algún peligro por dejarlo en tus manos, te despedazare poco a poco.
  • No va a pasarle nada. Ni a él, ni a vosotros. Te doy mi palabra.
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Rugidos del corazón: capítulo 19.

Max observó preocupado a Kenny cuando este detuvo el coche en el aparcamiento de una gasolinera, a medio camino entre Pasadena y Nueva York.

Les quedaba todavía más de la mitad del camino e iban a tener que detenerse pronto para dormir, porque Aidan no estaba en condiciones de hacer todo el viaje sin descansar.

Al joven león le resultó extraño que se detuvieran en la gasolinera ya que el coche aún tenía combustible de sobra. Más extraño fue ver como Kenny salía sin decir palabra y se alejaba a la parte de atrás del local, que daba a una especie de pequeño y descuidado parque infantil.

Estaba claro que algo le ocurría.

Miró a su hermano a través del reflejo del espejo retrovisor y este se encogió de hombros. Nicky tenia a Aidan recostado en su regazo para mantenerlo cómodo.

  • Ve. – le instó, acomodándose en el asiento con el otro hombre. – Deja las llaves puestas.
  • No tardaré mucho. Espero.

Max salió del coche y siguió el mismo camino que el otro león, andando hacia el parque infantil. Lo encontró sentado en un banco, con la mirada perdida en los desiertos columpios. Max se sentó a su lado, en silencio esperando que el otro decidiera hablar sobre lo que le ocurría.

No tuvo que esperar demasiado.

  • Deberíamos dejarle aquí y largarnos. – el moreno le miró incrédulo de sus palabras. ¿Hablaba en serio? ¿Su dulce y protector Kenny pidiendo que abandonaran a un hombre herido y necesitado de ayuda?
  • Dime mejor que es lo que ocurre contigo. Estas aterrorizado de esa gente.
  • Lo estoy, sí. Tengo pánico de que nos encuentren y os hagan daño.

Max se recostó en el banco, estirando su brazo izquierdo para colocarlo sobre los hombros del otro, que se acercó más a él buscando el contacto. El moreno le acarició el cabello con ternura.

  • Mi padre me comentó ayer que lo mejor era lo que estamos haciendo. Dirigirnos hacia Nueva York y pedir allí la ayuda del dueño de Kamelot. Es parte importante de la Comunidad y está bastante involucrado con los últimos líos de La Orden.
  • ¿Son de fiar?
  • Toda la Comunidad parece pensar que sí. – respondió, bajando la mano para acariciarle la nuca. – Si no podemos ayudarle de otra manera, lo menos es dejarle en manos amigas. Pero dime… ¿Qué te han hecho La Orden? Nunca te hemos pedido que nos cuentes nada de tu pasado, Kenny. Y si no quieres hacerlo, lo respetaré, como siempre hemos hecho. Pero ayúdame a entenderlo.

Kenny le dirigió una mirada tan cargada de dolor que le retorció el corazón. Ni Nicky ni él tenían idea de que había ocurrido para que Kenny acabara desterrado de su manada.

Nunca habían querido preguntar qué había pasado ni por qué ya que respetaban su deseo de mantener esa parte de su vida en secreto, pero si Kenny quería que no ayudaran a ese chico tenía que dar buenas razones para ello.

Volvió a centrar su atención en el rubio, quien parecía estar a punto de echarse a llorar, consiguiendo que Max casi se arrepintiera de haberle preguntado.

Pero Kenny no derramó ninguna lagrima al final. Dio unas profundas respiraciones, cerró los ojos durante unos segundos y suspiró, soltando despacio el aire.

Parecía dispuesto a hablar.

  • Como os dije aquella noche, mi familia me desterró. – Max asintió. – Me marcaron como omega y me echaron de mi casa y mi ciudad. Agradezco que jamás me tratarais distinto por ello.
  • ¿Por qué íbamos a tratarte distinto? Sin contar que pienso que es una costumbre anticuada y bárbara, tú nos has cuidado y ayudado desde el primer día que nos conocimos. Nos has tratado con cariño y confianza. ¿Cómo íbamos a tratarte si no era con lo mismo que nos has dado?

Kenny le cogió de la mano y tiró de él para darle un beso antes de abrazarle y esconder el rostro en su cuello. Estuvieron así un rato antes de volver a hablar.

  • Mi familia me repudió, después de ser marcado. Me sacaron de la ciudad no sin antes darme una paliza. Y la razón de todo eso fue La Orden.
  • ¿Cómo?
  • Ellos enviaron a alguien para ganar mi confianza y usarme. Me utilizó para colarse en el despacho de mi padre y robar unos documentos de la manada. – Max frunció el ceño. – Después, disparó a mi padre, el alfa dejándole mal herido. Él huyó y yo pagué las consecuencias de mi mal juicio.

Max le miró escandalizado.

  • ¡Pero eso no es justo! ¿Cómo ibas a sospechar de tu amigo? – Kenny le dirigió una mirada dolida.
  • No era mi amigo. Quería que fuera mi pareja. Fue unos meses antes de mi dieciocho cumpleaños. La semana anterior discutí con mi padre porque le dije que no pensaba irme y que iba a emparejarme con él. Por supuesto, él se negó rotundamente, llamándome chiquillo e irresponsable.

Max le observó luchar contra los dolorosos recuerdos.

  • Obviamente, eso funcionó fatal, claro, consiguiendo el efecto contrario. Me largué de casa, dando un portazo y fui a buscarlo a él. – El moreno notó entonces que en ningún momento Kenny daba un nombre al responsable de su pena. Supuso que era demasiado doloroso nombrarlo, aunque empezaba a sospechar quién era esa persona. – Me convenció de que podíamos huir. Pero que necesitaríamos algo más de dinero del poco que teníamos ahorrado. Yo sabía que mi padre siempre guardaba unos cientos en la caja fuerte del despacho. Solo teníamos que colarnos y cogerlos. Sabía la contraseña.
  • Oh, Kenny…
  • Lo llevé a casa y abrí la caja fuerte. Cuando le vi coger los documentos en vez del dinero me pensé que se había equivocado. Todavía seguía sin creer lo que estaba haciendo cuando le vi sacar la pistola y apuntar a mi padre… Ni siquiera hice el intento de impedírselo.

Max le volvió a abrazar, fuerte y estrecho y le escuchó soltar un par de sollozos ahogados antes de volver a separarse. Esa vez sí que vio lágrimas en sus ojos cuando le pudo ver el rostro. El moreno se las secó con los dedos, dándole un nuevo y leve beso en los labios.

  • Kenny… no creo que nadie hubiera podido reaccionar en ese momento. Sé que es muy fácil decirlo, sobre todo viéndolo todo desde fuera. Pero la persona que más querías te traicionó vilmente. Nadie hubiera podido reaccionar. Y sigo sin entender cómo pudieron culparte a ti de sus acciones.
  • Yo lo dejé entrar. Ningún humano debería haber podido entrar en la casa de un alfa. – Max hizo una mueca al oírlo. Así que el tipo era humano. Ciertamente, incluso en su familia que eran bastante abiertos a casi todo, no habrían invitado nunca a un humano a la casa de un alfa.

Los alfas eran lo más importante en las familias o manadas. Sin ellos, el grupo se desestabilizaba y quedaba a la deriva. Si el alfa de Kenny había sido disparado y herido gravemente empezaba a entender la reacción de su familia. Pero hacer que Kenny pagara por todo en vez de perseguir a ese humano… eso le seguía pareciendo injusto.

Era obvio que su amigo ni habría intentado defenderse. Se veía perfectamente que se sentía terriblemente culpable por lo ocurrido y se avergonzaba de haber sido tan crédulo. La prueba estaba en que no era capaz de mirarle a los ojos mientras le contaba toda la historia.

Max se quedó allí, escuchando a su amigo confesarse. Fue algo muy doloroso, pero Kenny se veía hasta aliviado de haber podido sacarse todo eso por fin. Cuando estuvieran solos, Max iba a tener que hacerle un resumen de todo eso a Nicky.

Cuando su amigo acabó de hablar, el moreno se fijó que le miraba expectante, como si esperara que le rechazara o mostrara disgusto, como, supuso Max, haría su familia.

¿Cómo existía alguien capaz de hacerle daño a Kenny?

Era algo que el moreno no entendía. No podría hacerlo, aunque no supiera toda la historia, pero mucho menos después de escucharla.

Max se acercó para volver a besarle.

  • Eso está en el pasado y jamás podríamos juzgarte por algo que no fue tu culpa.
  • ¿Por qué no? Mi familia lo hizo.
  • Bueno, pues nosotros no vamos a hacerlo. Tú eres mi familia, igual que Nicky. No voy a juzgarte por lo ocurrido. Sé que no harías daño a nadie, menos a nosotros. Me parece tan horriblemente injusto que te hayan hecho sufrir todo este tiempo de esa manera… ojalá pudiera borrarlo. – Le dio un fuerte abrazo y le acarició el cabello. – Pero no puedo, así que vas a tener que dejarlo ir.
  • No sé si puedo.
  • Yo sé que sí. Y entiendo tu temor a La Orden. Iremos a Nueva York y dejaremos a Aidan a su cuidado. Y, luego, si quieres nos vamos lejos.
  • Vale. Podemos hacer eso.
  • Bien. Entonces vamos al coche. Vamos a preguntarle a Nicky si necesitan algo y buscaremos un motel donde pasar la noche tranquilamente. ¿De acuerdo?
  • De acuerdo.
  • Compraremos algo rico para cenar. Pizza. ¿O prefieres otra cosa?

Max se levantó y tiró del otro para que le imitara. No se esperaba el nuevo abrazo ni el «Te quiero» murmurado en su oído.

Antes de que tuviera oportunidad de reaccionar, Kenny salió a toda prisa hacia el coche. Cuando llegó, el rubio estaba preguntándole a su hermano si necesitaban alguna cosa de la tiendecita.

Nicky le dirigió una mirada interrogante y él solo pudo negar con la cabeza en silencio y hacerle un leve gesto de que hablarían más tarde.

Rugidos del corazón. Capítulo 6.

Una semana después de su llegada a Destruction Bay, Kenny estaba casi adaptado a la rutina y tareas de la granja. El joven agradecía el tener un lugar al que poder regresar y donde descansar de cuerpo y mente.

Las tareas no eran nada fáciles, eso sí. Cuidar del ganado, darles de comer, limpiar el granero y los establos, cargar y descargar camiones con heno, paja y lo que tocara, cortar leña…

Todo muy físico y duro y justo lo que necesitaba. Acababa tan agotado que no tenía ni ganas ni tiempo para pensar en nada que no fuera dormir y descansar.

Era perfecto y empezaba a ponerse en forma. Eso era mucho mejor y más efectivo que un gimnasio.

Lo que no había hecho todavía era visitar la ciudad. Tampoco le apetecía mucho, pues imaginaba que todos estarían enterados de su llegada y odiaba ser el centro de atención.

Y, hasta ese momento, evitó bajar, pero la suerte se le había acabado.

  • ¡Ey, Kenny! – le llamó Edgar. – Acompáñame. Tengo que ir a la tienda a por alambre de espino. – el león hizo una mueca.
  • ¿Es necesario que vaya?
  • Si. No pienso venir cargando con tanto alambre yo solo. Venga, muévete.

Kenny refunfuñó, pero obedeció, subiendo a la furgoneta con el hombre. Hasta ese día no le había obligado a relacionarse con nadie más, esperando al momento adecuado.

Y el día había llegado.

Tras unos pocos minutos conduciendo, Edgar aparcó frente a la tienda de conveniencia. Kenny supuso que la ciudad era demasiado pequeña para tener una ferretería o algo parecido.

Al entrar a la tiendecita, notó dos cosas.

La primera era que tenía de todo. Desde el dichoso alambre de espinos a gel de baño a cerveza a comida.

Absolutamente de todo.

Lo segundo, que la dirigían dos lobos que no tardaron en gruñirle cuando notaron su olor.

Los leones y los lobos no se llevaban mal per se. Pero ambas razas eran muy dominantes y territoriales. Así que no era raro ese comportamiento cuando se cruzaban, sobre todo si se trataba de alfas.

Kenny esperó que solo quedara en gruñidos y que no trataran de buscar pelea porque no le apetecía dar un motivo a su anfitrión para echarle.

Edgar rodó los ojos al escucharlos y les dirigió una mirada de advertencia que los lobos entendieron a la primera, ya que dejaron de gruñir.

Esos debían ser los dos hermanos de los que le habló Edgar el primer día. El joven león no les encontró demasiado parecido físico. Si notó los golpes y moratones en ambos. Alguien se había ensañado y bien con esos dos.

Edgar le hizo coger tres paquetes de alambre y cargarlos en la camioneta mientras él pagaba. Al salir de la tienda tropezó con alguien, se disculpó apresuradamente y siguió su camino. El alambre pesaba mucho y estaba deseando soltarlo.

  • ¡Oye, ten cuidado por donde andas, imbécil! – le gritó la persona con la que había tropezado. Kenny se molestó. Había pedido perdón, ¿qué más quería?
  • ¡Ya te he pedido perdón! No hace falta insultar. – gruñó, colocando el alambre en la parte de atrás de la furgoneta.

Al girarse para enfrentarse al otro se encontró con un tipo más alto que él y mucho más ancho. A Kenny le sorprendió el tamaño del hombre. Él mismo media metro noventa y solo le llegaba al hombro al otro. ¿Cuánto podía medir?

Y lo peor, parecía furioso con él.

  • ¿Qué has dicho, enano? – le increpó, cogiéndole de la camisa y levantándolo hasta hacerle ponerse de puntillas.

Kenny jadeó sorprendido. No iba a poder pelear contra semejante montaña.

Pero antes de que la cosa pasara a mayores, un extraño perro marrón oscuro trotó hacia ellos, sentándose justo en medio, rascándose una oreja mientras observaba curioso al otro hombre.

Kenny parpadeó, sorprendido y confuso cuando el tipo grande le soltó, gruñendo una maldición.

  • Tienes suerte de que Jerome haya decidido salvarte el pellejo, enano.
  • ¿Enano? ¡Mido metro noventa! – le gritó, mientras le veía irse. Suspiró aliviado y miró al perro. – ¿Y quién demonios es Jerome?

El perro le miró, doblando la cabeza y sacudiéndose antes de convertirse en un hombre enorme. El tipo tenía el cabello largo y moreno y vestía entero de negro con un guardapolvo del mismo color. Su rostro era tan pálido que parecía casi un fantasma.

  • Yo soy Jerome. Y tú debes ser Kenny. Edgar y Ron me han hablado de ti. – se presentó, ofreciéndole una mano que Kenny aceptó, reticente. ¿Es que todos los tipos de esa ciudad eran gigantes?
  • Uh… hola. – Jerome sonrió, dándole un poco de vida a su rostro lo que le hacía parecer menos inquietante.
  • No es muy común ver un león de tu edad que no esté de excursión. – el chico se encogió de hombros, apenado.
  • Bueno, no puedo ir de excursión ya.
  • ¿Por qué?

El león consideró si responder o no, pero el hombre parecía realmente interesado.

  • El objetivo de las excursiones es encontrar una pareja y crear una familia y yo ya no puedo.
  • ¿Por qué? – Kenny se sintió incómodo. No le gustaba hablar ni recordar las razones por las que estaba desterrado.
  • Estoy marcado como omega.
  • Eso solo es una marca. – la mirada del otro hombre se suavizó. – No puede impedirte crear tu familia si así lo quieres.
  • Nadie de mi raza va a querer a alguien marcado. – repuso Kenny con un hilo de voz. Jerome puso una mano en su hombro, apretándole ligeramente.
  • No estaría tan seguro de ello. Y menos si llegan a conocerte. – Kenny se sonrojó un poco, pero hizo un gesto para quitarle importancia.
  • Como habrás comprobado mi popularidad no es precisamente muy buena. – Jerome rio, haciéndole un gesto para que le siguiera.

Ambos cruzaron la calle hacia la cafetería, en la que entraron. El hombre le hizo sentarse en una de las mesas antes de acompañarle.

  • Jerrad, el tío con el que has chocado es un dragón. Lo suyo es tener mal genio, le viene de raza. Se pelea con todos, sobre todo con los nuevos.
  • ¡Un dragón! Vaya, eso explica su tamaño. – el león estaba asombrado. Un dragón… nunca pensó que vería uno con sus propios ojos.  
  • Pues deberías verlo transformado. Es una lagartija del tamaño de un elefante. – eso hizo reír a Kenny. – En cuanto a los lobos, ni caso. Tampoco están pasando un buen momento y no confían en nadie. Lógico, si tenemos en cuenta que están aquí porque les traicionó y atacó su propio hermano.
  • ¡Buff! Eso debió ser duro.
  • Ya has visto como acabaron. – Jerome se encogió de hombros. – Pero se recuperarán y volverán a la carretera para buscarlo, no tengo duda de ello. – eso sorprendió al león. ¿Irse? ¿Por qué? Si ya estaban establecidos ahí e incluso con su propio negocio. ¿Para qué marcharse?
  • ¿Se marcharán? ¿Por qué?
  • Porque aquí nadie llega para quedarse, Kenny. – Kenny recordó a Ronald diciéndole las mismas palabras cuando se conocieron en Whitehorse y en el mismo tono triste. – Siempre es una zona de paso. Todos llegamos escapando de algo, pero la gran mayoría supera sus miedos y vuelve al mundo real para recuperar su vida. Y tú lo harás también, estoy seguro de ello. – el chico negó con la cabeza.

Una bonita camarera les trajo dos tazas de café y un trozo de tarta de frambuesa a cada uno. ¿Habían pedido? ¿Cuándo?

  • No tengo a donde ir.
  • Por ahora. Pero cuando llegue el momento saldrás de aquí, como todos, a buscar tu camino. Tal vez en busca de esa familia que crees que no te mereces. Tal vez a cerrar viejas heridas, saldando esa cuenta pendiente que tienes. Eso dependerá de ti.

Kenny consideró sus palabras mientras se comía la tarta. Vengarse de Cody por lo que le había hecho sería algo muy apetecible. Pero no sabría ni por dónde empezar a buscarlo.

Lo de buscar una pareja ni lo consideró. Estaba al cien por cien seguro de que nadie de su raza le querría al estar marcado. No tenía duda de ello.

¿Quién en su sano juicio tendría una relación con un omega acusado de robo e intento de asesinato y desterrado por su propia familia?, pensó con tristeza.

  • Te oigo pensar desde aquí, joven león. – la voz de Jerome le regresó a la realidad. – La venganza no es la mejor opción. Pero si eso lo que quieres, puede que tengas una oportunidad. Solo hay que tener paciencia y esperar a que aparezca.
  • Tiempo y paciencia es lo que me sobra.
  • Pues, entonces, tendrás tu oportunidad. Pero considera la otra opción. No todas las manadas de leones son como la tuya. Otras hace siglos que dejaron atrás las viejas tradiciones, como la marca. La única que suelen mantener todas es la de la excursión. Supongo que piensan que es bueno para sus jóvenes.
  • Es algo que se espera con mucha ilusión. – susurró Kenny, recordando sus antiguos planes.

¿Cuánto había pasado desde eso? Solo unos meses. Pero parecían años. ¿Cómo era posible eso?

  • ¿Dónde pensabas ir?
  • Al sur. Estaba harto de tanto frio. Quería ir a Los Ángeles o Texas, cualquier sitio donde la temperatura más fría no bajara de los veinte grados. Pensaba buscar a mi pareja y que nos estableciéramos en una de esas ciudades.
  • ¿Y si tu pareja estaba harta de calor? – preguntó, riendo Jerome.
  • No se me pasó por la cabeza que alguien pudiera hartarse del calor. – contesto simplemente haciendo reír de nuevo al otro.
  • No, supongo que no. Guarda esos planes. – le aconsejó, levantándose de la mesa y dejando un puñado de billetes por la comida. – Puede que dentro de unos meses consideres realizarlos. Ahora, vamos. Edgar debe estar esperándote para regresar a la granja.

Ambos salieron de la cafetería y se encontraron con Edgar apoyado en la furgoneta, hablando con uno de los lobos. Era un chico algo mayor que él, rubio con una chaqueta de cuero y no parecía demasiado feliz con lo que estaba escuchando. Kenny deseó no tener que acercarse para no interrumpir, pero Jerome no parecía preocupado por eso.

  • Sé que estáis pasando un mal momento, Jon. Solo te pido que intentéis no buscar bronca con todos. – escuchó decir a Edgar. El lobo bajó la cabeza, ligeramente apesadumbrado.
  • Lo sé. Lo intentaremos. Andamos un poco susceptibles.
  • Y es comprensible. Recuerda que, si necesitáis algo, lo que sea, podéis contar con nosotros.
  • Gracias. – murmuró el lobo, antes de alejarse.

Edgar se encogió de hombros cuando se giró para saludarles.

  • Son buenos chicos. Solo necesitan tiempo. – Jerome asintió.
  • Están en una situación complicada. Pero son fuertes y están juntos. Lo superaran. – Jerome se volvió hacia Kenny. – Y tú piensa en lo que hemos hablado. El mundo no se acaba aquí, joven león. Y la vida tampoco.

Kenny asintió y acompañó a Edgar de regreso a la granja.

Mientras reparaba una parte de la verja que se había roto con el alambre de espino recién comprado, Kenny volvió a pensar en lo que había hablado con el otro hombre.

Sobre la posibilidad de salir de allí para vengarse o para buscar una pareja con la que formar su familia.

¿Sería capaz de permitirse soñar un poquito en la idea de encontrar a alguien que le quisiera a pesar de la marca?

Con un suspiro triste, siguió con la verja. Era imposible que alguien así existiera.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 6.

Capítulo 6.

descubriendo el pasado

Arthur se despertó al sentir un roce suave en la mejilla. Abrió los ojos y se encontró con la mirada azul de Gawain, que le sonreía divertido.

El chico bufó, haciendo el intento de taparse la cara con las manos pero el otro se lo impidió, sujetándoselas.

– ¿Cómo estás? – Arthur suspiró. Aun se sentía algo triste pero no como la noche anterior.

– Mejor, gracias. No sé qué me pasó. La pesadilla era tan real…

– Debía serlo. ¿Quieres contarme que pasaba? – Arthur negó con la cabeza. No, no deseaba hablar de ello. Nunca. – Vale. No pasa nada. Pero ya sabes que si necesitas hablar, estoy aquí. – eso le hizo sentir un poco mejor. Sonrió a Gawain.

– Lo sé, gracias.

– No las des. Ahora, arriba. Vamos a desayunar y a salir de aquí antes de que sea tarde. Quiero llegar a Filadelfia mañana.

– Estoy deseando llegar a casa. – Gawain arqueó una ceja.

– Yo también.

Arthur hizo el intento de levantarse pero el pelirrojo seguía encima suya, sujetándole de las manos, impidiéndoselo. Le regaló una sonrisa socarrona al ver que no podía moverlo.

– ¿Te importa? – le preguntó el chico. El otro simuló pensárselo.

– No lo sé. Aquí se está cómodo.

– Tú eras el que tenía prisa.

– Ya… pero nos podemos perder unos minutos. – susurró, acercándose a su rostro como si fuera a besarle. Arthur se estremeció y cerró los ojos así que Gawain se desvió y le dio un pequeño beso en la punta de la nariz. Luego se levantó de la cama, riendo. – ¡Vamos, Arthur! ¡Quiero desayunar!

El chico aún se quedó un minuto sentado, respirando agitado antes de poder levantarse y comenzar a vestirse, maldiciendo a su compañero.

Después del desayuno ambos se dirigieron al coche, para salir hacia su siguiente parada. Pero antes de que pudieran llegar, un grupo de hombres armados les asaltaron.

Gawain sacó su pistola y empujó a Arthur hacia el coche, obligándole a subir al asiento trasero.

– ¡Agáchate y no te muevas! – le gritó, arrancando el coche.

Un disparó atravesó el cristal del asiento del copiloto, rompiéndolo en mil pedazos y el coche salió del aparcamiento quemando neumáticos.

Por lo que se sintieron como horas, el coche no dejó de correr, dando tumbos y cogiendo curvas a toda velocidad, haciendo que Arthur acabara alguna que otra vez en el suelo del vehículo, llevándose más de un golpe.

De repente, la velocidad fue disminuyendo hasta detenerse. Arthur alzó la cabeza, viendo que habían parado el coche en el arcén de una carretera de tierra, sin nada de civilización a la vista.

¿Dónde estaban? Empezaba a cansarse de tanto ataque y tanto acabar en ninguna parte.

– ¿Arthur? ¿Estás bien? – el chico se levantó, quedando sentado en el asiento y crujiéndose el cuello.

– Si, sí. ¿Cómo nos han encontrado? – preguntó, extrañado. Creía que no le habían seguido en todo ese tiempo.

– No tengo ni idea. – Gawain soltó un gruñido de dolor. – Voy a necesitar que lleves el coche un rato.

Al chico le saltaron las alarmas al escuchar las palabras y el tono del otro. Algo malo pasaba o no le dejaría conducir. Gawain odiaba como conducía.

Salió del coche, apresuradamente y se acercó a la puerta del piloto.

– ¿Qué pasa? – vio una mancha de sangre en la manga derecha de la camisa del otro y se echó a temblar. Aun tenía muy reciente el sueño. – ¡Estás herido!

– No es nada. Solo un rasguño. Pero duele un poco y me va a molestar para conducir. – Arthur asintió, ayudándole a salir del coche. A él la herida no le parecía un rasguño. Sangraba bastante. – Intentaré curármela por el camino.

Arthur llevó el coche, siguiendo las indicaciones del otro hombre, hasta la siguiente ciudad, en la que habían pensado quedarse. Gawain ya no se fiaba de quedarse en el motel que tenían reservado, así que le obligó a conducir un rato más, buscando un nuevo motel en el que hospedarse.

El chico consiguió una habitación en un motel por horas y sentó a Gawain en la única cama para mirarle la herida del brazo.

El otro había improvisado un vendaje con un trozo de camiseta pero ya estaba empapada en sangre. Por suerte, parecía que el sangrado se había detenido ahí. Arthur asaltó el botiquín del baño y vino cargado con gasas y desinfectante. Con cuidado quitó la tela de la herida y siseó al verla.

No, no era ningún rasguño.

– Me has mentido. – le regañó, dándole un golpe en el brazo bueno. – Esto de rasguño no tiene nada. Es un agujero en toda regla. – Gawain soltó una risita.

– Bueno, no es para tanto. Al menos la bala ha salido, es una herida limpia. Vamos a vendarla y mañana, cuando lleguemos a Filadelfia y a la central, me curaran como debe ser. ¿Podrás hacerlo? – preguntó, al ver como el chico se ponía un poco blanco. Arthur asintió.

– Si, sí. Espero que no te duela demasiado.

– Sobreviviré. Tú cúrame.

Con excesivo cuidado y más miedo que otra cosa, Arthur limpió la herida y luego la vendó como le iba indicando Gawain, que hacía gestos de dolor a cada movimiento. Cuando acabó, ambos estaban agotados y temblorosos por razones distintas.

– Sería mejor que te echaras un rato. Puedo ir a por la comida. – sugirió Arthur, pero Gawain se incorporó, negando rotundamente con la cabeza.

– ¡No! Nada de salir solo de aquí. Pide para que la traigan. No puedo permitirte salir de aquí sin vigilancia.

– No creo que nos hayan seguido.

– ¡Da igual! No me fio. – gruñó. – Es más, no me fio de quitarte el ojo de encima. Ven aquí. – le llamó, palmeando el lado izquierdo de la cama.

– ¿Qué?

– ¡Que vengas! Vas a echarte aquí conmigo y me vas a cuidar un rato y luego pediremos pizza o algo. – Arthur se tumbó a su lado, rodando los ojos ante la actitud autoritaria del otro.

Gawain no tardó en rodearle la cintura con el brazo bueno y atraerle hasta su cuerpo, pegándole a él. Arthur suspiró, relajándose por primera vez en todo el día. No había notado lo tenso que estaba hasta ese segundo.

– Cuando te vi sangrando me asusté muchísimo. – confesó con un hilo de voz. Gawain apretó su agarre de la cintura y le dio un beso en el pelo.

– Yo también. Me asusté cuando nos atacaron, cuando casi te dan, cuando me hirieron porque pensaba que no podría llevarte a salvo a casa. Me asusté mucho.

Arthur alzó el rostro para mirarle y Gawain aprovechó para robarle un corto beso. El pelirrojo le acarició el pelo, antes de volver a tumbarse en la cama.

– Vamos a descansar un poco. Luego comemos tranquilos.

Arthur se despertó un buen rato después, por el sonido del móvil de Gawain. El otro estaba completamente dormido y Arthur no tuvo corazón de despertarlo. Parecía agotado.

Con cuidado se desenredo de sus brazos y cogió el teléfono, contestando en un susurro.

– ¿Sí?

– ¿Arthur? – era Lance y sonaba sorprendido y preocupado. – ¿Dónde está Gawain?

– Gawain está dormido. Nos atacaron al salir de la otra ciudad y le han herido. – le informó. Lance hizo un sonido de sorpresa.

– ¿Está bien?

– Si, tiene un disparo en el brazo pero parece estar bien. O eso dice él.

– ¿Y tú? ¿Estás bien?

– Cagado de miedo, pero sí. – con Lance no merecía la pena fingir que no estaba asustado. El otro hizo un ruidito.

– Bien, eso es bueno. El miedo es bueno para estar alerta. – le dijo, con tono tranquilo. – ¿Cuándo salís para Filadelfia?

– Mañana por la mañana.

– Allí cuidaran bien de Gawain. Saldré para allá en un rato para recogeros en la central. Mientras, tendrás que vigilar que Gawain esté bien. – le ordenó. Sabía que si le daba algo que hacer al chico, este se asustaría menos. – Vigila que no esté somnoliento o mareado. La pérdida de sangre puede provocar eso. Si ves que se comporta raro, le pides que pare y conduces tú.

– Puedo conducir yo desde el principio. – se ofreció. Lance sonrió.

– Mucho mejor. Os dejo descansar entonces, nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

– No te preocupes. – Lance soltó una risita.

– ¡Claro que me preocupo! ¡Es mi trabajo!

Arthur cerró el teléfono y cogió el suyo para buscar algún sitio que sirviera a domicilio al que poder pedir. Encontró una pizzería y encargó un par para los dos.

Mientras esperaba a que llegara el repartidor, se volvió a tumbar junto a Gawain, apoyando su cabeza en el hombro del pelirrojo, acurrucándose a su lado.

No iba a permitir que esa pesadilla se volviera a hacer realidad. Iba a cuidar a Gawain.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 3.

Capítulo 3.

descubriendo el pasado

– ¿Tengo algo en la cara?

Arthur maldijo internamente. Ya era la tercera vez que Gawain le pillaba mirándole descaradamente, pero no podía evitarlo.

Después de dos noches seguidas de sueños con el pelirrojo le era imposible no mirarle. Estaba peligrosamente cerca de obsesionarse con el asunto y lo sabía, pero… ¿Cómo no iba a hacerlo con esos sueños?

Ya estaba seguro de que eran recuerdos, no simples juegos de su mente. Pero eso no hacía más que empeorarlo todo. Ahora quería saber cómo habían llegado a tener esa relación en el pasado. ¿Por qué? ¿Cuándo?

Nunca antes había oído hablar de que el rey Arturo tuviera ningún amante. No era raro, la verdad y tampoco resultaba extraño que tuviera uno de su mismo sexo. Esos viajes largos a solas con su ejército debían dejar a más de uno con ganas de dormir en una cama caliente y acompañado.

Pero del rey Arturo solo había escuchado la historia de Ginebra y se acabó. Y, por lo que había podido comprobar, esa no fue cierta del todo, ya que sabía por Joss que él y Lance habían estado juntos también en el pasado y que Lance nunca estuvo involucrado con ella.

Gawain le seguía mirando interrogante mientras comía su hamburguesa y Arthur suspiró, pensando una excusa.

– No, perdona. Estaba pensando. – el otro arqueó una ceja pero no le replicó.

Estaban a las afueras de Billings, haciendo una parada para comer antes de dirigirse hacia la ciudad a buscar un motel donde dormir y descansar. Había sido un día muy largo de conducir y conducir para evitar que les pudieran localizar. Arthur no creía que les estuvieran siguiendo todavía, pero no podían fiarse.

Así que decidió hacer caso a Gawain, que era lo más inteligente en ese momento.

– ¿Has vuelto a hablar con Lance? – Gawain asintió.

– Si, esta mañana temprano. Ha enviado coordenadas para un motel donde podemos quedarnos sin correr peligro. Pasaremos la noche allí y seguiremos hasta la siguiente ciudad. En esa nos quedaremos algo más. – Arthur parpadeó, sorprendido. Pensaba que tenían prisa por llegar a Filadelfia.

– ¿Por qué?

– Necesito cambiar el coche para estar seguros. Y nos vendrá bien descansar un poco de carretera. Dos días, tres máximo.

La idea de no tener que pasar un par de días en el coche le parecía genial. Empezaba a sentirse enfermo de tanta carretera. El estrés de la fuga y tantas horas en el coche estaban pasándole factura. Necesitaban descansar apropiadamente.

Pero, luego, había un problema con esos planes.

¿Iba a ser capaz de pasar esos dos días en el motel con Gawain sin que el asunto de los sueños le diera problemas?

Esa mañana ya había sido muy vergonzoso. Gawain estuvo burlándose de él durante horas, porque, al parecer, había sido muy vocal durante el sueño. Incluso llegó a despertar al pelirrojo. Arthur deseó desaparecer en ese momento.

¿Y si esa noche volvía a repetirse?

Suspiró y rezó para que esa noche no hubiera sueños.

Una hora después, ambos estaban acomodándose en la habitación de motel. Muy parecida a la del día anterior, con dos camas y un baño. Chiquitita y deprimente. Arthur se tomó el primer turno en la ducha y luego se sentó en su cama para ver la televisión, en un vano intento de distraerse de su problema.

Como la noche anterior, Gawain salió del baño sin camiseta, aunque esa vez llevaba unos pantalones de pijama que le quedaban por la cadera. Arthur no pudo evitar fijar sus ojos en los huesos de la cadera de Gawain, en la fina línea de vello dorado bajando desde su ombligo hasta desaparecer bajo la cintura de dichos pantalones, en el bulto que escondía bajo la tela.

Un carraspeo le hizo desviar la mirada a la cara de Gawain, quien estaba intentando por todos los medios no reírse y Arthur notó como le ardían las mejillas. Le había pillado comiéndoselo con los ojos.

– ¿Ves algo que te guste? – le preguntó el pelirrojo con la voz impregnada de risa.

– ¡No! – se apresuró Arthur en contestar. Gawain le arqueó una ceja. – Pensaba que esos pantalones eran míos. – mintió. El otro se mordió el labio, intentando no reírse.

– ¿Estos? – preguntó, tirando de la cintura. – Si son tuyos, puedo quitármelos. – e hizo el amago de bajárselos. Arthur se apresuró en detenerle, agarrándole de la muñeca.

– ¡No, no! – los dos estaban de pie, cara a cara y con Arthur sujetándole del brazo. La mirada de Gawain pasó de divertida a algo más oscuro y el chico sintió que se le doblaban las rodillas por el calor de esa mirada.

Gawain cogió su mano, liberando su muñeca y atrajo a Arthur hasta hacerle chocar con su pecho. El mas joven cerró los ojos al sentir el aliento del otro prácticamente en su cara. Gawain le rozó la mejilla con las yemas de los dedos, sintiéndose muy tentado de romper su propia regla por esa noche.

Sin embargo, no lo hizo. Tenía un trabajo que hacer y debía proteger al chico, antes que nada.

– Es hora de dormir, Arthur. – le susurró a escasos centímetros de su boca, deseando probarla y negándose ese deseo.

Se separó, finalmente y Arthur se dejó caer sentado en su cama, casi temblando mientras el otro se metía en la suya, dispuesto a dormir. Unos minutos después, Arthur le imitaba, cuando por fin consiguió recuperar el control de su cuerpo.

Cuando volvió a ser consciente de algo, estaba de nuevo en el castillo. Y de nuevo en su habitación, por lo que podía ver. Era el mismo escenario del primer sueño y Arthur temía que fuera una repetición.

Sin embargo, había algo diferente. En esa ocasión había una mesa grande, llena de comida con un par de velas en el centro y dos asientos. Una jarra con vino y dos copas junto a la mesa. La chimenea estaba encendida y daba una luz acogedora a la habitación, con una piel de oso enorme en el suelo junto a ella.

Arthur parpadeó. ¿Eran imaginaciones suyas o parecía estar todo preparado para una cena romántica?

Alguien llamó a la puerta antes de entrar y Arthur vio a Gawain sonreírle, sus ojos iluminándose al ver todas las cosas que había preparadas.

– ¿Majestad?

– Feliz cumpleaños, Alex. – se escuchó decir y la sonrisa que le dedicó el otro era lo más bonito que había visto en mucho tiempo.

Arthur notó que era así como se sentía el viejo Arturo. Pero que él mismo pensaba igual. Comprendía que hubiera montado todo eso solo por ver esa sonrisa.

Gawain se acercó a paso ligero y le cogió del rostro para darle un largo y apasionado beso, sin dejar de sonreír.

Cenaron y charlaron durante horas, hasta que la luna estuvo alta y el fuego de la chimenea amenazaba con apagarse.

Arthur le llevó hasta su cama, cubierta con pieles de varios animales que prefería no ver en ese momento, y se tumbaron juntos, solo besándose.

Cuando Gawain quiso mover las cosas algo más allá, Arthur le detuvo, ganándose una mirada extrañada del otro.

– Esta noche no. – le dijo. – Esta noche solo quiero disfrutar de tu compañía.

– Pensaba que disfrutaba también de lo demás. – Arthur rio.

– Por supuesto. Pero hoy quiero solo estar contigo. Quiero besarte hasta que nos gane el sueño. Mirarte hasta memorizar todo de ti. Acariciarte hasta que mis dedos sepan tu forma de memoria. Hoy no necesito sexo. Solo te necesito a ti.

Los ojos de Gawain se llenaron de lágrimas y le volvió a besar, largo y profundo, casi dejándole sin aliento. Arthur podía notar como su excitación iba creciendo pero la ignoró por completo. No le importaba, ya estaba saciado con sentir al otro a su lado.

Aun así, no pudo evitar que se le escapara algún que otro gemido al notar el muslo de Gawain rozándole la entrepierna.

Despertó, abriendo los ojos y encontrándose de nuevo con la mirada divertida de Gawain, el Gawain del presente. Arthur maldijo por lo bajo, empezando a cansarse de semejante situación. Ya estaba harto de pasar tanta vergüenza gratuita, la verdad.

– ¿Qué se supone que no debía hacer? – le preguntó Gawain, pillándole por sorpresa.

– ¿Qué?

– Has dicho mientras soñabas «¡No, Gawain!». Así que me preguntaba qué era lo que no debía hacer. – Arthur se sonrojó. ¿Había hablado en sueños? ¿Podía la situación volverse todavía más vergonzosa? Al parecer, sí.

– Oh… tú… tú estabas… estabas rompiendo una camiseta mía. – mintió. Gawain soltó una carcajada. Estaba claro que no le había creído ni media palabra.

– ¿Ah, sí? ¿Y siempre que tratas de que no te rompan una camiseta lo pides gimiendo?

¡Oh, dios! Pensó Arthur, tapándose la cara con las manos. ¿Cómo iba a arreglar eso? No tuvo que hacerlo, ya que al parecer Gawain tuvo piedad de él y cambió de tema.

– De todas maneras, ha venido bien que te hayas despertado. Tenemos que irnos ya. Si salimos ahora, llegaremos a la siguiente ciudad al medio día. Aprovecharemos para comer bien, buscar un buen sitio donde descansar y hacer la colada, que la ropa limpia empieza a escasear.

– Está bien. Voy a ducharme. – Gawain volvió a sonreír, pícaro.

– Puede que quieras ocuparte de ese problemita, ya que estas en la ducha. – rio. Arthur gruñó algo y salió corriendo al baño. – O, si quieres, puedo echarte una mano.

El portazo que dio el chico al encerrarse en el baño fue toda la respuesta que recibió y el pelirrojo soltó una carcajada, realmente divertido con la situación.

Al principio le había parecido raro e incómodo, pero ahora le hacía mucha gracia las reacciones de Arthur a su obvia atracción hacia él. Cuando llegaran a casa, iba a hacer un movimiento hacia el chico. Le gustaba bastante y, estaba claro, que Arthur sentía algo por él.

Pero eso sería en la seguridad y tranquilidad de su casa. Ahí, aun siendo perseguidos y con la vida del chico dependiendo de sus habilidades para protegerlo, no iba a hacer nada.

Tenía otras cosas más importantes en las que centrarse. Como llevarlos sanos y salvos a casa.

Llamó a Lance, para dar su informe y así mantenerlo informado de todo lo que hacían, como le habían pedido.

– ¿Cómo lo lleva Arthur? – le preguntó Lance, en un momento de la conversación. Gawain consideró no contar lo que estaba pasando pero sabía que Lance se enteraría más tarde o temprano. Siempre lo hacía.

– Bien, bien. Está haciéndome caso, lo cual es estupendo. Y no ha protestado mucho, pero…

– ¿Pero?

– Está actuando un poco raro.

– ¿Raro como qué? – preguntó Lance, carraspeando.

– Está teniendo sueños… sueños eróticos.

– Oh. – casi podía escuchar la sonrisa en la voz del otro y Gawain sonrió a su vez, divertido.

– Ya, dímelo a mí. Tengo que escucharlo. – Lance soltó una risita.

– ¿Y cómo lo llevas tú?

– Regular. – bufó. – Esta mañana ha gemido mi nombre.

– Vaya, eso sí es una novedad.

– Sinceramente, nunca pensé… ni se me pasó por la cabeza, la verdad. – Lance soltó un sonido despectivo.

– Bueno, tendría que estar ciego para no interesarse. – eso hizo reír al pelirrojo.

– Gracias. No se lo diré a Joss.

– Mejor. Igualmente, ándate con pies de plomo. – le advirtió. – Es el jefe, es mucho más joven que tú y no estáis en la mejor situación para tonterías.

– Lo sé, lo sé. No pienso hacer nada. – aseguró y Lance murmuró su acuerdo. – Solo me ha resultado curioso. Ni siquiera sabía que le gustaban los chicos. – el otro soltó una carcajada.

– ¿En qué mundo vives? ¡Te ha mirado el culo más veces de las que puedo contar! Y por lo que Joss dice, siempre le ha ido las dos bandas.

– Bueno es saberlo. – rio Gawain. – Nos vemos en unos días.

– Procura que no sean más de los necesarios.

Gawain cortó la llamada y se quedó mirando hacia la puerta del baño, en donde seguía Arthur duchándose.

– Y ahora… ¿Qué hago yo con esta información?


¿No tienes que leer? ¿Llegas a casa y todo está cerrado y no sabes qué leer?

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Tengo la fantasía que necesitas. Fantasía urbana de la buena con una buena dosis de thriller sobrenatural y una pizquita de romance paranormal.

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¡No te arrepentirás!

Tienes toda una saga para leer. Jack T.R., Kamelot 2.0, El juego de Schrödinger, El Guardián, Dagas de venganza y, la última por el momento, Lobos.

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¡Están tiradas! Tanto en digital como en físico.

¡Corre a por ellas!

Mi aventura de escribir: Podcast: Reescribir

Mi aventura de escribir. Podcast. Reescribir.

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¡Hola! ¿Qué tal, queridos aventureros? Bienvenidos un día más al podcast de Mi aventura de escribir, el podcast donde se reescribe todo.

Reescribir es agotador. Y no se acaba nunca, eso lo tengo claro.

Aprovechando el confinamiento y el exceso de tiempo libre decidí dar un repaso a las novelas que tengo ya publicadas, en especial las primeras. Esas siempre van a tener fallos, ¿a qué si?

Pues empecé con Jack T.R., que ya debe ir por su cuarta o así y decidí también meter ciertas cosas que en un principio no tenía pensamiento de meter.

Escenas y capítulos enteros que antes eran cortos para conocer a los personajes. Un primer capítulo que luego quité y he vuelto a poner.

He escrito también escenas extras para meter más al lector en la historia y empatizar o explicarle mejor ciertas cosas que, al principio no conté porque creí que si lo hacía, desvelaba demasiado. Luego vi que no era así. O eso espero.

He metido a personajes que mencionaba de pasada pero no salían y ahora pienso que deberían haber hecho acto de presencia.

He desvelado datos de los personajes que yo sabía pero no los contaba porque no me parecían relevantes. Y ahora creo que si lo son.

Cosas así. Vamos, que le he dado un señor repaso.

Y con la tontería Jack T.R. ha crecido un buen numero de páginas, lo cual me ha hecho muy feliz.

También le he añadido el relato de El diario de Charles, que era una especie de continuación y spin off al mismo tiempo, sobre lo que hacia Charles, su prota, justo al acabar la novela.

Pero la versión que puse en el blog, años atrás, era muy corta y resumida y… no, no quedaba bien ahí. Así que también la reescribí, dándole más contenido y metido más trama.

Todo eso servirá también para cuando veamos a Charles en las otras novelas, poder entender porque está como está y hace lo que hace. Ahí se va a desvelar bastante de eso.

Total, que con la tontería pasé tres semanas y pico sin parar y ha sido muy divertido.

Ahora la tienes nuevamente en Amazon, con todo el contenido extra y también en Wattpad, dónde la he ido publicando a dos capítulos por semana.

Espero que la disfrutes mucho, si la lees.

Y tras Jack T.R. ha seguido Kamelot 2.0 y luego irán las demás. Kamelot ya lleva un buen repaso y dos nuevos relatos que ya he empezado a compartir también en el blog. ¡No te los pierdas!

La pregunta del millón para cualquier escritor es… ¿se acaba alguna vez de reescribir o repasar tus novelas?

La respuesta corta es: No.

No se acaba nunca, porque siempre encontraras algún fallo o errata o cosa que en ese momento te parecía genial y, meses después, te parece una birria.

Siempre.

Es algo que ocurre mientras escribes, también. El no saber cuando dar por finalizada tu novela. Y ese es el truco, saber que nunca va a estar terminada del todo y que tienes la oportunidad de volver a revisarla en un futuro.

Tengo fics antiguos, de cuando empezaba a escribir, que ahora leo y me dan vergüenza ajena. Muchos no puedo ni leerlos por ese motivo. He cambiado y evolucionado en mi manera de escribir, de expresarme y de crear y ahora no soporto lo que escribía diez o más años antes.

Y la mayoría son insalvables, por absurdos. Tenían menos trama que un anuncio de contactos. Pero si es cierto que me gustaría poder rescatar algunos, porque significaron mucho en su momento y me encantaría reescribirlos.

Pero, en esos, la reescritura sí que está complicada. Bastante.

Todo se andará. O ya ando, que he cogido la idea base de uno de los últimos que hice para hacerla relato corto o novelita. Espero que funcione.

Mientras tanto, espero que leas las novelas nuevamente, descubras cosas nuevas y las disfrutes porque en algunas quedaron cosas que contar y que podrían interesarte.

Ya sabes que puedes encontrarlas todas en Amazon, buscando por mi nombre, Eva Tejedor, y que puedes echar una manita invitándome a un Kofi, en Ko-fi.es/evatejedorescritora

También recordarte que visites mi blog, miaventuradeescribir.com y disfrutes de los post y relatos que allí encontrarás.

Un salud, aventureros y nos vemos en dos semanas.

 

 

Relato: Descubriendo el pasado

Pues tengo un par de relatos nuevos y alguna cosa por ahí perdida, así que los miércoles que no haya podcast, iré poniendo capítulos de relatos para no aburrirnos. ¿Qué te parece?

Este está inspirado en el universo de Kamelot 2.0, donde Arthur, el prota, descubre algo muy intresante de su vida pasada como rey de Camelot.

¡Disfrútalo!


2020-05-27 14.10.01

Capítulo 1.

Arthur estaba soñando.

Y lo sabía porque estaba en lo que parecía una habitación extraña con paredes de piedra, fría y desagradable a pesar de los adornos de pieles, terciopelo y la enorme cama. Todo lucía muy antiguo.

Estaba ahí en vez de en su habitación del hotel a la que fue a dormir la noche anterior, cuando acabó la junta de accionistas celebrada en San Francisco, a la que había sido obligado a asistir junto con Gawain.

Había un enorme espejo de cuerpo entero con el marco dorado y Arthur contempló su reflejo con una expresión de sorpresa.

Vestía una túnica morada de lana y una especie de capa que llegaba hasta sus rodillas, sujeta en sus hombros por dos broches gemelos de zafiros. Su cabello parecía distinto, cortado de una manera muy extraña.

Y llevaba una espada colgada en su cintura. Al sacarla de su vaina vio que era Excalibur, luciendo nueva y brillante.

Toda la situación se sentía un poco como un déjà vu. Le recordó a aquella vez que soñó con su última batalla antes de que su padre muriera.

Todavía intentando procesar que hacia allí y si era o no un sueño, escuchó un par de golpes suaves en la gruesa puerta de madera y un casi irreconocible Gawain entró en la habitación.

Arthur le vio hacer una reverencia antes de cuadrarse y observarle con ese brillo travieso que siempre iluminaba sus ojos azules.

Estaba tan diferente al que conocía… el cabello más rebelde y largo, varias cicatrices visibles en su rostro y brazos, más fuerte y rudo. Había algo fiero y duro en su mirada.

Pero la misma sonrisa pícara en ese rostro conocido.

– Majestad, vengo a daros el informe de la zona norte. – incluso su voz era ligeramente distinta, más ronca.

Arthur se quedó un segundo en blanco. Al parecer le iba a tocar escuchar más informes. Incluso en sueños tenía que trabajar.

– Adelante.

Para sorpresa del chico, la postura y la actitud de Gawain cambió radicalmente. Pasó de estar serio y envarado a relajado y con una sonrisa socarrona. Gawain comenzó a quitarse los guantes, dejándolos sobre una mesa. Luego le tocó el turno a la espada, la capa… todo eso sin dejar de hablar sobre ganado, fronteras, aldeanos que no querían pagar impuestos, otros que solo se quejaban de los lobos y cosas así a las que Arthur no estaba prestando mucha atención porque el otro estaba frente a él, quedándose solo con una túnica y sus zapatos.

Había algo en esa situación que se le escapaba y no tenía idea de que podía ser.

Entonces, Gawain se acercó a él, despacio hasta quedar a solo un paso. Su mirada se suavizó, su expresión varió a la de alguien que estaba mirando algo que le gustaba mucho y notó la áspera mano del otro en su mejilla, alzándole levemente la barbilla para poder besarle, lento y dulce. Arthur no entendía nada pero no pudo evitar que se le escapara un gemido porque hacía años que nadie le besaba de esa manera.

No. Estaba seguro de que jamás le habían besado de esa manera.

Cuando se separaron, Gawain le cogió el rostro con ambas manos, sus pulgares acariciándole suavemente y Arthur se sintió derretir por la ternura y el calor de la mirada del otro.

– ¿Ocurre algo, majestad? ¿Es mal momento? – el chico negó con la cabeza, enérgicamente. Le daba igual que estuviera pasando ahí. Era un sueño, ¿verdad? Pues quería más de ese sueño.

Así que puso sus manos en la cintura del otro y lo acercó, ganándose una sonrisa divertida.

– No, nada. No pasa nada. – Arthur le dio un leve apretón en la cintura. – ¿No vas a besarme otra vez?

– Si es lo que su majestad quiere… – y el tono de Gawain es todo burla.

– Una orden, vamos.

Gawain, sin dejar de sonreír, le besó de nuevo y Arthur volvió a derretirse, necesitando sujetarse con más fuerza al otro para no caer.

Tanto era lo que le hacía sentir.

¿Por qué? No lo entendía, realmente. En el tiempo que llevaba de vuelta en Kamelot y con Gawain como su guardaespaldas particular, nunca sintió ninguna necesidad de besarle. Ni de tocarle de más.

Si, eran amigos. Habían hecho amistad en esos meses. Era complicado no sentir algo por el pelirrojo, cuando era siempre tan divertido, tan atento, siempre cuidando de él incluso cuando no debía.

Claro que eran amigos. Buenos amigos, le gustaba pensar a Arthur. Gawain era siempre al primero que recurría si necesitaba hablar de lo que fuera.

Pero nunca sintió esa necesidad. ¿Por qué soñar con esto, entonces?

Porque era un sueño, ¿verdad?

Se sentía tan real que casi parecía más un recuerdo que un sueño. Pero no podía ser. Alguien le habría dicho algo al respecto.

Joss le habría avisado, más sabiendo que había soñado con su pasado antes.

Las manos de Gawain dejaron su rostro para deslizarse por su espalda, tirando de su túnica para levantarla y colar las manos bajo ella, tocando piel por fin.

Arthur jadeó, sorprendido al sentir las manos callosas y desnudas del otro en su piel, calientes y exigentes, apretando y acariciando, encendiéndole en segundos.

La sonrisa de Gawain se amplió al escucharle, volviéndose lobuna y le besó con más pasión aun, dejándole sin aliento.

– ¿Qué le parece la idea de le ponga contra esa mesa y le haga mío? ¿Me permitiría eso, majestad? – le preguntó en un susurro sugerente.

Para ese momento, Gawain ya estaba acariciando su excitación con dolorosa parsimonia y Arthur no podría negarse a nada que le pidiera aunque quisiera, que no era el caso.

Quería. Él quería.

Vaya si quería.

No contestó. No podía, no le salían las palabras. Aún seguía tan sorprendido con su propio cuerpo y como respondía al toque del otro que era incapaz de pensar algo coherente. Además, estaba tan excitado que sería capaz de llorar si lo dejaba así.

Retrocedió un par de pasos, arrastrando a Gawain con él hasta chocar con la mencionada mesa.

Y el pelirrojo no necesitó más respuesta que esa.

Con movimientos rápidos y bruscos, Gawain le liberó de su espada, la capa y la túnica, dejándole completamente desnudo y a su merced. Le dirigió una mirada de tal adoración que Arthur se sonrojó violentamente.

Un nuevo beso, corto pero profundo y Gawain le obligó a darse la vuelta, quedando de espaldas al pelirrojo. Sus manos pronto estuvieron sobre Arthur, acariciándole por todas partes hasta centrarse en su excitación y en su entrada.

Le preparó con extremo cuidado, sacándole gemidos que debían escucharse en todo el castillo pero a Arthur no le podía importar menos quien le escuchara.

Era su sueño, ¿verdad?

Nada importaba.

Notó algo más grande y duro introducirse despacio en su cuerpo y se tensó, sintiendo un gran dolor. Gawain, enseguida trató de relajarlo, volviendo a acariciarle y besándole en los hombros, susurrando palabras de cariño en su oído que le excitaron más que cualquier otro toque.

¿Por qué? ¿Por qué las promesas de amor de un tipo por el que se suponía no sentía nada tenían ese poder en él?

Gawain comenzó a moverse de nuevo cuando notó que se relajaba al fin y no tardó en acelerar el ritmo, haciendo que Arthur chocara contra la recia madera de la mesa con cada embestida, dándole una mezcla de dolor y placer que le estaba volviendo loco.

Clavó las uñas en la superficie de la mesa, arañándola, gritando el nombre del otro hombre cuando llegó, cayendo agotado sobre la mesa mientras notaba a Gawain embestir más rápido y descoordinado varias veces antes de acabar él también.

Arthur sintió como Gawain le cogía, obligándole a girarse para mirarle y vio tal amor en sus ojos que se quedó sin habla.

Y se despertó.

El chico parpadeó, desconcertado. Estaba de vuelta en la habitación del hotel, el último en el que se habían alojado la noche anterior y estaba solo.

Solo y empapado, notó con cierta incomodidad.

Maldiciendo, salió de su cama y se metió en la ducha. Eran poco más de las siete de la mañana y Gawain estaría pronto por ahí para recordarle que debían salir en una hora o así.

En la ducha, todo el sueño volvió a su cabeza como si fuera una película.  Se notó de nuevo duro y cambio la temperatura del agua de templada a fría.

No podía permitirse volver a pensar en ese sueño. En minutos iba a tener que tratar con el protagonista de semejante fantasía y no estaba seguro de que pudiera mirarle a los ojos.

¿Cómo iba a hacerlo después de lo que había soñado?

Porque era un sueño, ¿verdad?

Preocupado por eso, cogió su móvil y llamó al único que podía responder a ciertas preguntas, sobre todo a las que se referían a su vida pasada.

Joss Merlin.

Joss no tardó ni dos tonos en contestarle.

– ¿Arthur? ¿Ocurre algo?

– No, no… solo… – de repente se sintió estúpido. ¿Cómo iba a contarle que había tenido un sueño erótico con su guardaespaldas? – Nada, déjalo. Es una tontería.

– No creo que lo sea. ¿Qué ocurre? – insistió el otro. De fondo se escuchaba el ruido inconfundible de la cafetera.

– En mi vida anterior… Gawain… o sea… – tartamudeó. – Él y yo… o sea… él y yo… ¿éramos?

– ¿Erais, qué? – preguntó Joss y se notaba que estaba aguantando las ganas de reír.

– ¿Algo más que amigos? – y ahora, sí. Joss soltó una carcajada larga y divertida.

– Gawain y tú erais algo más que amigos en esa época, sí. Erais la comidilla del castillo. – le confirmó. Arthur se sorprendió. ¿Por qué no había recordado eso antes? ¿Y por qué nadie le dijo nada? – Todo el mundo lo sabía, obvio, porque no erais lo más discreto del mundo cuando estabais en tu habitación. Pero al menos lo manteníais ahí.

– Oh…

– ¿Por qué preguntas eso? ¿Ha pasado algo?

– Solo he soñado… algo.

– Oh, espero que fuera divertido.

– Estúpido. – Joss volvió a reír. – Debiste avisarme.

– ¿Para qué?Mira, Arthur, aquello fue tu vida anterior. No tiene que repetirse nada de lo ocurrido ahí. Ahora eres otro y tienes otra vida distinta. Nada está escrito en piedra. Puedes elegir con quien quieres o no estar. Es tú decisión. Además, Gawain no recuerda nada de su vida pasada.

– Lo sé. – recordaba que Lance y Joss mencionaron eso un par de veces. Era algo muy curioso.

– ¿Eso va a ser un problema?

– No, no. Es que me ha sorprendido. Nunca he tenido ningún sueño con él… no de este calibre.

– Pues disfrútalos y no les des más vueltas. Son solo recuerdos que se quedan ahí por puro capricho. Olvida el asunto.

– Lo intentaré. – aunque sabía que estaba mintiendo. No iba a poder olvidar el sueño y lo que había sentido en él.

Era imposible.

Se despidió de Joss y procedió a vestirse. Gawain no tardaría en estar allí y prefería que no le pillara sin ropa. Ya iba a resultarle incomodo sin añadir más cosas.

Para cuando Gawain tocó en la puerta y entró, Arthur ya estaba preparado y con su maleta lista para salir de nuevo hacia el aeropuerto, donde les esperaba un avión de la compañía. Arthur iba inusualmente silencioso, lo que fue notado por su acompañante.

– Oye, ¿estás bien? – le preguntó y la preocupación que reflejaron sus ojos azules le hizo estremecerse al recordar el sueño.

– Si, sí. No he dormido bien.

– Bueno, podrás dormir en el avión. Yo tampoco duermo bien en los hoteles. Prefiero mi cama.

– No hay nada como la cama de uno. – bromeó Arthur, sin saber que decir. Gawain rio, dedicándole después una sonrisa pícara. La misma clase de sonrisa que le dedicó en su sueño.

– Pues sí. Para todo, ¿verdad?

Arthur tragó en seco, con la mirada enganchada a la del otro, que se fue poniendo serio poco a poco, luciendo algo confuso.

El momento se rompió cuando algo, presumiblemente un coche, golpeó brutalmente el suyo, sacándoles de la carretera y haciéndoles estrellarse en un lado donde todo era tierra y campo.

Arthur estaba dolorido y aturdido. No sabía que había ocurrido. ¿Habían tenido un accidente?

Pero la mano de Gawain tirando de él e instándole a salir del coche y seguirle, llevando su pistola en la otra, le indicaba lo contrario.

Más por inercia e instinto de supervivencia que otra cosa, corrió tras su guardaespaldas, quien se detenía cada pocos pasos para volverse y disparar su arma, empujándole hacia el bosque que se encontraba unos metros más allá.

Corrió todo lo que le dieron sus piernas, con el guardaespaldas pegado a él, vigilando. No le dejó detenerse hasta un buen rato después, ya bien dentro del bosque.

Y perdidos, presumiblemente. Al menos él no tenía idea de donde estaban.

– ¿Qué ha pasado? – Gawain guardó su pistola y se acercó para comprobar que no estaba herido. Él mismo tenía un golpe en la mejilla que sangraba un poco y que corría peligro de ponerse morado pronto.

– No estoy seguro. Pero nos han atacado, eso es indiscutible. – gruñó, tocándole la ceja. Arthur siseó de dolor. – Parece que te has hecho un corte aquí. Esperemos que no deje marca.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Ahora aplicamos el protocolo para estos casos, que es escondernos y pasar desapercibidos mientras intentamos ponernos en contacto con Lance y volvemos a casa.

Arthur miró a su alrededor. Estaban en mitad de ninguna parte, rodeados de bosque, árboles y nada que pareciera civilización. Pero no podían volver a su coche, donde estaban sus cosas, por si habían enviado más asesinos a buscarlos.

– ¿Cómo?

– Empezamos a andar hacia allí – dijo, señalando a una dirección. Arthur imaginó que había escogido esa dirección como podría haber escogido la contraria. – y nos escondemos bien en la siguiente ciudad. Buscaremos un motel barato. No nos buscaran por ahí. Y luego llamamos a Lance. No te preocupes. Estas a salvo conmigo.


¿Te ha gustado?

Pues dentro de dos semanas, más.

Y recuerda, si llegas a casa, después de un largo día y quiere desconectar y no hay nada interesante en la televisión y es tarde para buscar ningún libro en las librerías y bibliotecas.

¿Qué puedes hacer?

¡Fácil!

Encontrarás montones de relatos y novelas de fantasía urbana con los que evadirte y disfrutar de una buena lectura de textos originales en este blog.

Solo necesitas tu ordenador y entrar en Mi aventura de escribir para vivir un montón de aventuras.

¡No te lo pienses! También tienes las novelas disponibles en Amazon.

Resumen semanal: primera semana de febrero

Resumen semanal: del 4 al 8 de febrero.

resumen

Lunes.

En el post de esta semana te hablo sobre uno de mis libros favoritos y su autor: Reina roja de Juan Goméz-Jurado.

¡Un libro que no podrás dejar de leer!

 

Miércoles.

¡Nuevo relato!

O más bien, nueva chorrada. Como Jack T.R. se acabó la semana anterior, en esta te pongo el primer capítulo de una historieta sobre ser escritora.

¡Disfrútala!

 

Jueves.

¡Seguimos con la nueva novela! 

Y esta vez te traigo un mini corto para hacerte el cuerpo con la historia.

¿Te gusta?

 

Viernes.

¡Por fin se acabó la semana!

¡Pasa un feliz finde y no olvides que puedes encontrar mis novelas aquí y en Amazon!

Recuerda también que puedes suscribirte al blog y conseguir un relato gratis.

 

Nuevo proyecto: Creando personajes

nuevo proyecto

Nuevo proyecto: Creando personajes.

nuevo proyecto

Te contaba la semana pasada que estoy con un proyecto nuevo. No sé cómo va a acabar, porque esto nunca se sabe.

Pregunta a cualquiera que escriba. Se sabe cómo empieza, como sigue y, si, tienes una idea de cómo acaba. No significa que acaba así.

Por eso digo que por ahora va a ser una historia más bien de romance paranormal con tintes de todo. Luego ya veremos que sale.

Que tú dirás… ¿Por qué romance ahora?

Porque va a ser una parte más de mi universo y porque va a contar la historia de dos de mis 3 Hermanos. Esos lobitos a los que adoro desde el día que me los imaginé.

Durante el relato que compartí aquí en blog y en el cameo que hicieron en El Guardián, podías ver algo de sus personalidades y de su historia.

Mis tres lobos son tres cachorros que se han criado juntos adoptados por el Alfa de su manada cuando sus familias murieron a causa de un brote de sarampión en la ciudad que atacó con más fuerza en la manada.

Todo esto tiene mucho que ver con todo mi universo, créeme. Hasta el detalle tan tonto como lo del sarampión es importante.

No son hermanos, realmente. No de sangre. Pero se han criado como tales y se quieren así. Bueno… dos de ellos se quieren algo más XD

Y de esos dos voy a hablar en mi nueva novela. Por ahora. Hay mucho que matizar y trabajar.

Mucho mucho mucho mucho mucho.

Ahora estoy trabajando en las personalidades y «backstory» de los personajes. Su pasado, vamos.

Para el relato no me mate mucho. Cogí lo básico y punto. Ahora tengo que profundizar e investigar en su “vida” para poder escribirla. Todo lo ocurrido en ese tiempo va a influir en su presente y su futuro.

Y en el futuro de las novelas.

Así que tenemos a Joseph, Jonathan y Colby, tres chicos que se quedaron huérfanos con tres y dos años y acaban criándose juntos en la casa del Alfa de su manada. Eso los convierte en sus herederos en un futuro. De hecho, Joseph es el primer candidato a ser Alfa cuando el actual se retire. Jonathan tiene todas las papeletas de segundo al mando por su inteligencia y su carisma y porque es la única persona que entiende a Joseph incluso sin hablarse.

Y luego está Colby. El más pequeño de los hermanos es muy inteligente también y un gran estratega. Y siente que lo están dejando atrás.

Eso es algo que veo muy normal. Todos llegamos a un punto (a cualquier edad) en que sentimos que nos dejan atrás. Tus amigos se casan o encuentran trabajos antes o compran una casa… y tu sientes que sigues estancado.

Pues eso le pasa a Colby. Si has leído el relato no te estoy contando nada nuevo. En el relato Joe y Jon están en una búsqueda de su hermano pequeño que se ha unido a La Orden.

En esta historia te voy a contar la infancia de los tres y como llegamos a esa situación.

¿Por qué? ¡Porque me encanta!

Y estoy segura de que te va a gustar también.

nuevo proyecto

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 9.

dioses demonios

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 9.

dioses demonios

–  ¿Estás seguro de querer hacer esto?

–  No… pero tampoco me han dejado más opción.

Zeus observó como Hades convocaba su poder para activar un espejo mágico con el que iban a invocar al demonio. Al no saber el nombre del demonio, la invocación era imposible para un mortal, pero no para el señor del Inframundo.

Hades conocía todos los demonios existentes y tenía a su disposición artilugios para invocarlos, atraparlos o lo que necesitara en ese momento.

El dios de la muerte empezó a recitar un antiguo ritual y el espejo se volvió negro. Al acabar el hechizo, unos ojos rojos aparecieron en el cristal del espejo.

–  ¿Quién me invoca? – los ojos se clavaron en Zeus y un gruñido resonó, haciendo temblar el espejo. – ¡Tu!

–  Si, yo. Tenemos que hablar.

–  ¡No voy a permitir que vuelvan a encerrarme! – gritó el demonio, haciendo temblar no solo el espejo, si no toda la sala donde se encontraban los dos dioses. Zeus rodó los ojos, molesto.

–  No tengo intención de encerrarte. No me importa ni interesa tu existencia, siempre y cuando no intervengas mientras estoy con Finn. Y, siempre y cuando, no le hagas daño.

El demonio rio. Una risa cruel y estridente.

–  Jamás podría herirle. Si a él le ocurre algo, yo desaparezco.

–  Entonces ambos queremos mantenerle a salvo.

–  No lo estará contigo. En algún momento, tu pasado y tú le haréis daño.

–  No voy a permitir que eso pase.

–  No vas a poder evitarlo. Los humanos dicen que la gente no cambia… y tienen razón. La gente no cambia. Y los dioses, menos.

Hades, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, carraspeó, luciendo ligeramente incomodo con esa conversación.

–  Siento interrumpir esta interesante conversación pero tengo planes con mi esposa en una hora y preferiría que no me pillara invocando demonios cuando estoy en mis vacaciones. Entiendo y comparto tus dudas, demonio. — añadió, dirigiéndose directamente al espejo, ganándose un bufido de indignación de Zeus. — Pero la palabra de un dios aun vale. Si él compromete su palabra, está obligado a cumplir. — el otro dios asintió.

–  Te doy mi palabra de que no voy a permitir que nadie ni nada haga daño a Finn, ni a ti.

Los ojos del demonio brillaron antes de desaparecer del espejo sin dar una respuesta. Ambos dioses intercambiaron una mirada, soltando un suspiro.

–  Bueno… no ha ido tan mal.

En otra parte de la ciudad, Finn descansaba en su apartamento, esperando la hora adecuada para hacer una llamada internacional. Cuando comprobó que ya era de día en Irlanda, su tierra natal, cogió su móvil y marcó el numero de la persona con la que quería hablar.

Tenia preguntas que solo encontrarían respuesta al otro lado del planeta.

–  ¿Abuelo? Necesito hablar contigo.

Ir al capítulo anterior.