Rugidos del corazón: Capítulo 26 y final.

Y se acabó. ¡Gracias por seguir la historia! Puede que la ponga en Amazon o no… pero al menos ya está aquí.


Había pasado un par de días desde que Lydia usara la reliquia para resucitar a Max, con la ayuda de Kenny. Dos días en los que Max los había pasado tranquilamente recuperándose en la enfermería, descansando y siendo revisado por los médicos hasta el cansancio.

Nicky le contó lo que había ocurrido con algo de más detalle. Max no recordaba nada desde el encontronazo con Cody. Ni siquiera recordaba el interponerse entre Kenny y la pistola. Ni morirse.

Era como si hubiera estado durmiendo sin soñar.

Fue muy extraño y estaba aún algo asustado por todo lo ocurrido. Pero más extraño fue cuando notó que Kenny no había venido a verle desde que despertara.

Dos días atrás.

¡Y cómo lo echaba de menos! Se preguntó, no por primera vez, si tal vez Kenny no venía porque no podía mirarle a la cara. Y no era para menos. No estaba seguro de como sentirse el mismo sobre su «resurrección».

¿Cómo debía sentirse su amigo?

Al contrario que Kenny, Nicky no se había separado de su lado. Parecía aterrado de hacerlo, como si al dejarle solo, Max fuera a desaparecer y eso le rompía un poco el corazón al mayor. No quería que su hermano pequeño estuviera siempre tan asustado por él.

La puerta de la habitación se abrió y Max alzó la vista, esperanzado. Sin embargo, su rostro se volvió a entristecer al comprobar que era otro de los médicos.

Nadie más. Nunca Kenny.

Su hermano notó el cambio de expresión y frunció el ceño, molesto. Tampoco entendía porque su amigo no había venido aun a ver a Max. No, después de lo que le confesó. 

  • ¿Quieres que le llame? – ofreció, pero Max negó con la cabeza.
  • No. Si no quiere venir, no le vamos a obligar. – Nicky rodó los ojos. Esos dos podían ser exasperantes.
  • ¡Vamos! Se arriesgó a que le pasara algo solo para traerte de vuelta. Dijo delante de mí que no podía estar sin ti. ¿Y ahora se esconde? Voy a patearle el culo. – gruñó, haciendo el amago de levantarse para salir, pero Max le cogió de la mano, deteniéndolo.
  • ¡No! déjale, sabes que no lleva bien estas situaciones.
  • Eso no es excusa. – refunfuñó el pequeño, aun a sabiendas que su hermano tenía razón. El principal problema de Kenny era su incapacidad para tratar con esas situaciones.
  • Si lo es. Kenny no sabe tratar con estas cosas. – Nicky bufó, pero le besó la mejilla, antes de levantarse de la silla que no había abandonado en dos días. No le hacía gracia, pero alguien tenía que ayudar a esos dos idiotas. 
  • Tu descansa. Voy a asegurarme de que está bien. Y de que no está haciendo el tonto por ahí. ¿Vale? No tardo nada.

Max le dejó ir, preocupado por su amigo. Bien sabia él que Kenny no solía lidiar bien con sus sentimientos cuando eran demasiado fuertes y esta situación les sobrepasaba a todos. Pero si alguien podía hacerle volver a la normalidad, ese era Nicky. Su hermano sabía cómo tratarle.

Varias plantas más arriba, en la habitación que Arthur les dejó, Kenny consideraba si recoger sus cosas y marcharse o esperar a que Max se encontrara mejor para poder despedirse como debía.

La idea de que pudiera quedarse con los otros dos ni se le pasaba por la cabeza. Estaba seguro de que, después de lo ocurrido, no lo iban a querer cerca. Era un asesino con las manos manchadas de sangre y Max había muerto por su culpa.

¿Cómo iban a quererle con ellos?

La llegada de Nicky a la habitación le pilló por sorpresa y se le notó la expresión de culpabilidad. No se esperaba que el joven león se separara del lado de su hermano. Nicky le miró, con una ceja arqueada y dirigió una mirada de puro fastidio al ver la mochila sobre la cama.

  • Espero que eso no signifique que vas a salir de aquí sin nosotros. Porque, si es así, te mataré antes de que salgas por esa puerta. – le amenazó. Kenny se sintió culpable por haber pensado precisamente eso.
  • Nicky…
  • No, Nicky no. No me vengas con gilipolleces, Kenny. No vas a irte. No sin nosotros.
  • ¡No puedo quedarme! – el pequeño bufó, frustrado.
  • ¿Por qué? No, venga. Dime por qué. – Kenny bajó la mirada, apesadumbrado. – ¿Qué pasa, Kenny? ¿Por qué quieres dejarnos?
  • No quiero dejaros. Pero, Nicky… he matado… he asesinado a varios hombres y destripado a Cody. Le arranque el corazón. ¿Cómo podéis estar conmigo después de eso?
  • ¿Y? – preguntó el pequeño con el rostro impasible. – Kenny, somos leones. Y estamos en guerra contra La Orden. Entre ellos y nosotros, nos elijo nosotros. Elijo sobrevivir. Elijo que hayas matado a ese cabrón que te hizo tantísimo daño y asesinó a mi hermano. ¿Le arrancaste el corazón? ¡Yo me lo habría comido! – terminó sin pestañear.

Kenny sabía que tenía razón, pero no quería aceptarlo.

  • Aun así…
  • No. No hay excusas. – le cortó el pequeño. – Ahora debes olvidarte de eso y superarlo. Sé que no te gusta la idea de haber quitado unas vidas. A nadie le gusta eso, pero estabas en peligro de perder la tuya. ¿Lo mejora? No, pero es lo que hay.
  • No sé si podre. – repuso, negando con el cabeza apesadumbrado. Nicky le puso una mano en el brazo y le dirigió una mirada cariñosa.
  • Si, podrás. Ahora quiero que bajes a la enfermería y le digas a mi hermano lo que me dijiste a mí. – le ordenó y Kenny se espantó de solo pensarlo. ¿Decirle eso a Max? – Porque él se cree que no vas a verlo porque no te importa o porque te da asco mirarle. Y eso sí que no, Kenny. Llevo viéndoos bailaros el agua desde hace meses. Meses. Y hace dos días me confesaste que no podías vivir sin él. Ve y díselo a él. O te pateare el culo por hacer sufrir a mi hermano.

Con un suspiro, Kenny obedeció y se dirigió hacia el ascensor, descendiendo hasta la enfermería en la que se encontraba el otro león. Ya en la puerta, se quedó mirando al interior, a la cama de Max, que estaba sentado leyendo un libro. No se decidía a entrar, asustado de que el otro no quisiera verlo.

  • Sería mejor que entraras. Desde ahí pareces un acosador. – le llamó Max, con una sonrisa frágil en los labios. Kenny obedeció, cabizbajo e inseguro. – Creí que no ibas a venir a verme nunca. – le dijo cuando estuvo por fin junto a la cama, alargando la mano. Kenny lució culpable y cogió su mano, apretándola suavemente.
  • Lo siento. – se disculpó. – Quería venir, pero pensé que no querrías verme. – Max le miró extrañado.
  • ¿Por qué no iba a querer verte? Si no fuera por ti, estaría muerto. Kenny, ¿Por qué pensabas eso?
  • Soy un asesino.

Max bufó con fastidio. La misma expresión que le había dado Nicky un rato antes. A veces esos dos parecían gemelos, de lo parecido que reaccionaban a ciertas cosas. Resultaba inquietante. 

  • No eres un asesino. A los que mataste en defensa propia eran los asesinos, no tú. Tu estabas defendiéndote. Protegiéndonos a los dos. Ese tipo iba a matarte sin darle más vueltas. Lo sé, eso lo recuerdo.

El recuerdo de Max siendo disparado y su cuerpo cayendo al suelo, sin vida le golpeó, haciéndole estremecer. A pesar de tenerle ahí, vivo y bien, Kenny sabía que tendría pesadillas con ese momento durante mucho tiempo.

  • No pude protegerte. – la mano de Max apretó la suya, obligándole a prestarle atención.
  • A menos que fueras adivino, no podías evitarlo. Hiciste lo que pudiste. No te culpo por lo ocurrido.
  • Yo sí. – repuso, con los ojos llenos de lágrimas. Max le acarició la mejilla, secándole una lágrima traicionera que se escapó de sus ojos.
  • Pues no lo hagas. – le murmuró. – Y salvaste la reliquia.
  • Eso no era lo que debía salvar.
  • Pero al hacerlo, me salvaste a mí también. – Max le sujetó de nuevo de la mano y entrelazó sus dedos. Kenny alzó la mirada, mirando a los cálidos ojos castaños del otro. – Gracias.
  • No me las des. Era lo menos que podía hacer. – Max negó.
  • No, no era lo menos que podías hacer. No tenías que hacerlo. – Kenny le apretó la mano, tirando de él hasta abrazarlo.

Y eso sí que no. ¡Claro que tenía que hacerlo! Max era lo más importante de su vida. No podía vivir sin él. No podía ni respirar mientras estuvo muerto. Le quería demasiado como para poder vivir sin él.

  • Si tenía. Si que tenía. No podía estar sin ti, Max. – murmuró, con el rostro oculto en el cuello del otro. – No puedo estar sin ti.

Max se separó y le sujetó del rostro, sonriendo. Para Kenny era la sonrisa más bonita del mundo y le llenó el corazón de alegría.

  • Yo también te quiero. – le dijo antes de besarle en los labios con ternura.

Kenny sonrió en el beso, feliz por primera vez en mucho tiempo. O permitiéndose ser feliz, para ser más exactos. Permitiéndose ser feliz como no lo había sido desde que se fue de su hogar en Winnipeg.

Acarició el cabello de Max, disfrutando de su tacto y profundizó el beso. No era el primero que se daban, ni de cerca.

Pero este era el primer beso que le daba permitiéndose pensar en el otro como su futura pareja.

Permitiéndose soñar un poquito con ese futuro que podían tener ahora juntos.

Kenny ya se estaba sentando en la cama, con una mano en el rostro de Max y la otra apoyada en la almohada, escuchando el gemido que se le escapó al moreno cuando un carraspeo a su espalda les hizo separarse bruscamente.

Nicky les estaba observando desde la puerta, riéndose nada discretamente. Kenny sintió sus mejillas arder de pura vergüenza. Tampoco era la primera vez que el pequeño les pillaba de esa manera.

  • Estoy dándome cuenta de que como no me dé prisa, me vais a hacer padrino antes que yo a vosotros. Y de eso nada. No pienso permitir que me adelantéis. – Max rio, tapándose la cara con una mano mientras negaba con la cabeza.
  • ¿En serio, Nicky? ¿En serio? – le regañó su hermano, aunque no podía ocultar una sonrisa. – Pues espabila porque no podemos emparejarnos hasta que tu traigas a la tuya.
  • Me pondré las pilas. Pero primero habrá que salir de aquí.

Nicky se acercó a la cama y dio un beso en la cabeza a su hermano y otro a Kenny.

  • Eso sí, yo me esperaría a tener más intimidad para hacer nada… ¿le pido a Arthur que me de otra habitación? – sugirió, riendo con picardía. Su hermano se sonrojó. Kenny se sentó junto a Max en la cama, disfrutando de verlos bromear.
  • ¡Oh, vete a la mierda, tío! – el pequeño rio, divertido.
  • Vale, vale. ¡Pero me pido decírselo a papa!
  • ¡No!

En otra planta más alta, Aidan recibía una inesperada visita en la habitación que le habían asignado cuando salió de enfermería.

Llamaron a la puerta y, al abrir, se llevó una agradable sorpresa. Al otro lado se encontraba Zack Moore, hijo del alfa de Chicago y expareja suya. Puede que no su hubieran separado en muy buenos términos y que la última vez que hablaran tuvieran una agria discusión, pero Aidan se alegró mucho de ver el rostro conocido.

Tanta que no pudo evitar abrazarlo, escondiendo el rostro en el cuello del otro. Respirar el familiar aroma del aftershave del lobo le consoló más que cualquier cosa.

  • ¡Ey! ¡Hola! ¿Estas bien? Estaba tan preocupado por ti. – susurró Zack, devolviéndole el abrazo. – Ya te dábamos muerto, Aidan. No sabes lo que me alegro de que estes bien.
  • ¿Qué haces aquí? No es que no me alegre, que sí, pero… – preguntó cuando se separaron. Se sintió un poco avergonzado por el arranque tan emocional, pero unos días antes pensaba que nunca volvería a ver a ninguno de sus seres queridos. Estaba feliz de seguir vivo.
  • Merlin llamó a la manada para avisar de que estabas aquí y bien. – Zack parecía realmente feliz de verlo. Una de sus manos le acarició la mejilla y Aidan no pudo evitar apoyarse en el tacto de esa mano. – La mejor llamada de mi vida.
  • Exagerado. – sonrió Aidan, sintiendo ganas de volver a abrazarlo. Eso no estaba bien. Ya no eran pareja. Pero había olvidado lo cómodo que se sentía a su lado. – ¿Has venido solo? – Zack negó con la cabeza.
  • No. Mi padre está ahora con P. Drake, hablando de lo siguiente a hacer. – su expresión cambio a una de genuina curiosidad. – ¿Es verdad que recuperaron la reliquia y la usaron para resucitar a alguien?

Así que ya habían corrido los rumores. Nada era más veloz que un buen rumor interesante.

  • Si. Aunque la bruja dice que solo ha funcionado por el lazo tan fuerte que esos dos leones tenían. La reliquia está rota. Solo es la mitad. La otra mitad está desaparecida en alguna parte del mundo. – Zack siseó. Su mano había pasado a estar en la espalda de Aidan, dándole algo de confort.
  • Vaya. ¿Hay alguna posibilidad de que la encontremos antes que La Orden?
  • Hay una, sí. – asintió Aidan, con una sonrisa enigmática. – Antes de escapar pude descifrar el hechizo que quería Rasputín y por el que me secuestraron. Y lo conseguí realizar. Me indicó la localización de esta reliquia, pero de una manera extraña. Al principio no entendí porque me daba dos localizaciones distintas. Ahora sí.

Zack miró a Aidan y suspiró aliviado. Parecía bien, físicamente. Aunque aún tenía marcas visibles de los golpes que había recibido durante su cautiverio. El lobo lamentó no haber tenido una oportunidad de destripar a los que habían herido a su querida hada. Deseaba poder ponerles las manos encima y enseñarles lo que era aprovecharse de alguien indefenso.

Pero eso iba a tener que esperar. Aidan decía que tenía la otra localización de la reliquia. O eso había dejado entrever. ¿Eso era posible?

  • ¿Cuál otra localización? – preguntó. Aidan sonrió de manera inquietante. Zack conocía esa sonrisa. Y no auguraba nada bueno. Para ninguno de ellos. Sobre todo, para él, que no sabía resistirse cuando le sonreía así.
  • Vas a necesitar ropa de abrigo para donde tenemos que ir. Y a Jerrad. Es un experto en la zona. – Zack le observó, sin comprenderle. Lo que había dicho no tenía ningún sentido. ¿Para que necesitaban a Jerrad? ¿A dónde se dirigían?
  • ¿Qué quieres decir? – le preguntó, finalmente. No tenía idea de a que se refería.
  • Que tenemos que volar a Destruction Bay, en el Yukón. Allí está la otra mitad de la reliquia.

Un poco más abajo, en el despacho de Arthur, él, Joss y Lance discutían el siguiente movimiento a seguir. En esa ocasión, La Orden había estado muy cerca de conseguir la reliquia. Demasiado cerca. Y no podían permitir que se hicieran con semejante poder. Era muy peligroso y muchas vidas dependían de que ellos lo evitaran.

  • ¿Y qué hacemos con ella? – preguntó Arthur, mirando a los otros dos. – Porque van a volver a intentar conseguirla.
  • Obvio. Así es peligrosa, porque no funciona del todo. Pero si encuentran la otra mitad… – Merlin dejó la frase sin acabar, pero no hacía falta para entender lo que quería decir. Lance asintió.
  • ¿No había dicho Aidan que él podía encontrar esa mitad?
  • Si. Eso me temo. Y me temo también que irá a buscarla. – contestó Merlin.
  • Pero si tenemos la reliquia entera podemos usarla. – sugirió Arthur. Joss negó con rapidez.
  • No se debe usar. No es seguro. Una vez que esté entera, debemos ocultarla en el sitio más recóndito del universo. O ellos la encontraran y estaremos acabados. No debe caer en sus manos, jamás.
  • ¿Y qué recomiendas?
  • Ayudarle a buscarla, porque va a ir, digamos lo que digamos. – dijo Joss, frunciendo el ceño. – Y luego, deshacernos de ese objeto de una vez y por todas para que no puedan usarlo contra nosotros y eliminarnos.
  • La cuestión es si podremos deshacernos de ella. – dijo Lance, cruzándose de brazos. Merlin asintió. Si que se podía.
  • Podemos. Hay alguien que si puede esconderla hasta el fin de los días. Ese era su trabajo antes.
  • ¿Quién?
  • Alger. El Guardian.
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Rugidos del corazón: Capítulo 25.

¡Penúltimo capítulo! La semana que viene será el último y luego pasaremos a una especie de spin-off cortito.


Lance había hecho muchos viajes desagradables e incomodos. Fue soldado mucho antes de trabajar para Uther. Sabía lo que era tener que compartir espacio de viaje con un cadáver (o varios) y compañeros en duelo.

Pero incluso con esa experiencia a sus espaldas ese viaje le resultó de lo más doloroso. Podía oír perfectamente al león en la parte de atrás, susurrando su pena mientras abrazaba el cadáver de su amigo.

Había avisado por radio de que regresaban. No deseaba que el otro león se encontrara por sorpresa con la noticia. Joss iba a encargarse de informarle. No le envidiaba en absoluto.

También había estado en esa posición más veces de las que quiso.

Llegaron al aparcamiento subterráneo de la torre y dejó la furgoneta aparcada lo más cerca del ascensor. No quería que nadie fuera testigo del dolor de los leones.

Joss había dicho que les esperarían en la enfermería del personal, que era la más cercana. Luego discutirían en que podían ayudar a los leones con los arreglos del funeral de su hermano.

Al abrirse la puerta del ascensor, lo primero que vio fue el rostro roto de dolor de Nicky. Escuchó un jadeo tras él, de Kenny, quien le adelantó llevando el cuerpo de su amigo en brazos para acercárselo a su hermano.

Fue algo muy triste de ver.

Nicky estaba llorando desconsolado, abrazando a los dos. Cuando se separó por fin, el más joven le guio hasta una de las camas, donde Kenny colocó con sumo cuidado el cuerpo de Max.

Lance se alejó, dirigiéndose hacia Joss quien observaba todo desde la puerta. Arthur acababa de salir, demasiado afectado para quedarse. El chico tenía el corazón muy tierno para soportar ver el dolor ajeno.

  • Odio esto, Joss. – susurró, apoyando la frente en el hombro del otro. – Esto no tenía que haber pasado. Tenía que haberlo protegido mejor.
  • No ha sido tu culpa, Lance.
  • Pues no lo parece. Si yo hubiera hecho bien mi trabajo, ese chico estaría vivo.

Joss le abrazó, acariciándole el cabello con ternura. Por encima del hombro de Lance, observó a los leones, ambos de pie a cada lado de la cama, hablando tan bajito que no podía distinguir ni una palabra. Aunque podía imaginar que discutían.

Les ofrecería el jet y lo que necesitaran para trasladar el cuerpo hasta su hogar. Imaginó que su familia querría darle entierro cerca de casa. Era lo menos que podían hacer.

Gawain había llamado también mientras Lance estaba de camino. Había hecho una descripción demasiado grafica de cómo había quedado la biblioteca y los hombres de La Orden. Al parecer, Kenny no había dejado mucho para identificarlos.

El lugar había quedado cubierto de sangre y vísceras por todas partes y la limpieza llevaría días, si no semanas.

En sus filas también había habido un par de bajas. Dos de sus hombres cayeron luchando y otros cinco estaban heridos de diferente consideración. Tendría que hacer arreglos para las familias de los dos soldados muertos y ocuparse de que los heridos recibieran toda la atención medica que necesitaran.

Una de las cosas que Uther hizo muy bien fue encargarse de que sus hombres tuvieran todo lo que necesitaran para ser felices en su trabajo. Siempre decía que un trabajador infeliz o necesitado, era un trabajador fácil de comprar por la competencia. Y eso en su mundo era un enorme peligro que era preferible evitar.

Los trabajadores de Kamelot eran de los mejores pagados y con los mejores servicios sanitarios del país.

Suspiró pensando en la cantidad de cosas y llamadas que no deseaba realizar y sentía el corazón pesado como plomo. Dio un beso en el cabello a Lance y se separó de él.

Lydia entró apresuradamente a la enfermería, mirando alrededor con expresión de angustia. Joss le hizo un gesto para que se acercara a ellos.

  • ¡Ey! ¿Cómo están? – preguntó, moviendo su mirada desde sus compañeros a los leones. – ¡Pobres chicos!
  • Pues, ¿cómo crees? Destrozados. – Lydia puso una mano en su brazo, apretándole suavemente.
  • ¿Y tú cómo estás?
  • Como una mierda. Esto no debía haber ocurrido, Lydia. ¿Cómo no lo has visto?
  • Lance, no soy adivina. Solo bruja. No puedo ver el futuro.
  • Lo sé, lo sé.
  • Siento ser una perra por preguntar, pero… ¿habéis conseguido la reliquia?
  • Si, la tiene el león en su chaqueta. Aunque no creo que sea momento de pedírsela. – Lydia le miró, arqueando una ceja.
  • Estas muy equivocado. Es el momento adecuado.

Antes de que ninguno de los dos pudiera detenerla, Lydia se acercó a la cama donde los leones estaban velando a su hermano muerto. Ellos no parecieron notar su presencia, al principio. Ella les observó unos minutos, en silencio, antes de decidirse a interrumpirles.

  • Lo siento mucho. Y siento mucho tener que ser una insensible y molestaros con esto, pero… – Kenny levantó la mano, silenciándola mientras sacaba de su chaqueta el paquetito de la reliquia.
  • No pasa nada. Aquí la tienes. – la miró antes de entregársela. – No vale la vida de nadie. – repuso con tristeza. Lydia asintió, cogiendo con cuidado el paquete.
  • Tienes razón. No vale la vida de nadie. Es solo un aparato mágico por el que no merece la pena morir. Pero que si podemos usar para devolver una vida.

Kenny y Nicky levantaron tan rápido la cabeza que estuvo a punto de darles un tirón en el cuello. Kenny la cogió del brazo, tan fuerte que le hizo daño, pero Lydia ni pestañeó.

  • Espero que no estes de broma, bruja.
  • Nunca bromeo con algo tan serio. Esto es el santo grial. – dijo, enseñando el paquete. – Bueno, medio grial. El grial tiene el poder de dar o quitar la vida, dependiendo de cómo y quien lo use. – Nicky la miró, esperanzado.
  • ¿Podríamos usarlo para resucitar a Max?
  • No puedo aseguraros de que funcione, ya que la reliquia está rota, pero creo que debemos intentarlo.

Los dos leones intercambiaron una mirada, preocupados. Nicky parecía esperanzado, pero, a la vez, preocupado por su amigo. Kenny parecía más decidido.

  • Hagámoslo.
  • ¡Espera, espera! – le frenó Nicky. – ¿Qué riesgos hay?
  • ¿Además de que no funcione? Como he dicho, el grial es capaz de dar vida, pero también de quitarla. Puede pasar que, al intentar revivir a Max, Kenny acabe perdiendo su vida. – Nicky abrió los ojos como platos, espantado con la idea.
  • ¡No, no vas a hacerlo!
  • Nicky…
  • No. Ya he perdido a mi hermano. No voy a arriesgarme de perderte a ti también.

Kenny le cogió del rostro y le besó en la frente.

  • No puedo estar sin él. – Nicky soltó una carcajada amarga.
  • ¡A buenas horas te das cuenta! ¡Más te vale no morirte o la vamos a tener tú y yo! ¿Entendido? – Kenny asintió.
  • No voy a morir. Ahora, traigamos de vuelta a tu hermano.

Lydia sonrió y abrió el paquete, sacando la media copa de entre los trapos. La colocó con cuidado sobre una mesita auxiliar e hizo un gesto a Kenny para que se acercara. Cuando lo tuvo cerca, le ofreció un cuchillo.

  • La sangre es lo que dio poderes a esta reliquia. Y la sangre es lo que la hará funcionar. Hazte un corte. Necesitamos llenar esta media copa y darle de beber a Max.

Kenny asintió y cogió el cuchillo, para acto seguido hacerse un largo corte en la palma de su mano. El corte empezó a sangrar y el león vertió su sangre en la media copa. Lydia la había puesto en horizontal para que pudiera guardar la sangre. Cuando ya estaba casi completo, Lydia le dio un pañuelo para que se tapara la herida y cogió la copa, dirigiéndose hacia la cama, seguida de cerca del león.

  • Incorpóralo un poco y ábrele la boca. – Kenny obedeció y Lydia derramó el contenido de la copa en su boca. – Esta es mi sangre, esta es la vida. – murmuró la chica, cogiendo la mano de Kenny y colocándola sobre el pecho de Max, justo encima de la herida de bala.

Al principio parecía que no ocurría nada. Kenny estuvo tentado de apartar la mano, porque sentir la frialdad de la muerte en el cuerpo de esa persona tan amada por él era muy desagradable. Pero Lydia no se lo permitió. Siguió sujetando su mano sobre el pecho del otro hasta que empezó a sentir algo.

Una leve calidez empezó a brotar del cuerpo. Para su asombro y el de Nicky, la herida se cerró despacio hasta no quedar ni rastro de ella. El cuerpo se fue calentando, poco a poco y Kenny empezó a sentir una vibración bajo su mano que acabó por transformarse en un latido firme.

¡El corazón estaba latiendo!

Kenny miró a Nicky, sonriendo. El pequeño acarició el rostro de su hermano, notando la piel cada vez más cálida. Le apartó un mechón de la frente y Max abrió los ojos, como si despertara de un sueño.

  • ¿Max? – le llamó Nicky. – Max, ¿estás bien? – Max parpadeó un par de veces, mirando a su hermano y a Kenny antes de hacer una mueca de extrañeza.
  • ¡Ey! ¿Qué hacéis los tres mirándome dormir? ¿Ha pasado algo?

Como toda respuesta los otros dos se lanzaron sobre él para abrazarlo, llorando de felicidad. Lydia les observó, sonriendo y se alejó, con la reliquia en la mano.

Lance y Merlin la recibieron con ambas cejas levantadas.

  • ¿Sabías que podían revivirlo con la reliquia?
  • Era una posibilidad. Pero no podía asegurar que funcionara. Había una razón por la que pedí que ese león fuera el encargado de buscarla.
  • ¿Quieres decir que si hubieras usado la sangre de otro no habría funcionado?
  • Probablemente no. Pero su sangre es muy poderosa. Pocos alfas he visto de tanta pureza. Y no me refiero solo a sus genes.
  • Yo solo me alegro de que funcionara. ¿Estará bien? A ver si hemos traído a la vida un zombie.
  • En serio, Lance…
  • ¿Qué? ¡Es una posibilidad! – Lydia se volvió para mirar a Merlin, quien estaba intentando aguantar una carcajada sin conseguirlo.
  • Joss, prohíbele ver más The walking dead, ¿vale? Ve demasiada televisión basura.
  • Es que es así de inocente. – rio el otro.

Lance hizo un mohín, molesto por ser el centro de la broma. Pero dirigió su mirada hacia los tres leones y lo felices que parecían y se le pasó el enfado. Al menos, no iba a tener esa muerte en su conciencia.

Rugidos del corazón: Capítulo 20

Al día siguiente de la conversación de la gasolinera, los cuatro se encontraban en un motelito en Chinatown, en la zona de la Comunidad del barrio. El edificio pertenecía a una familia de inu-youkai o demonios-perro que llevaban también el restaurante situado en el local del mismo edificio.

Era barato y seguro para ellos.

Aidan se miraba en el espejo del baño, comprobando los moratones que aun tenía en el rostro. Se encontraba mucho mejor pero el cuerpo le dolía terriblemente. Era una verdadera suerte que no le hubieran roto ningún hueso mientras le torturaban. Pero sin haber podido ir a un médico para que le revisara no sabían seguro si tenía alguna herida interna. Esperaba que no.

A través de la puerta cerrada podía escuchar las voces de los tres jóvenes leones, conversando. Nada especial. Solo discutían sobre la comida o quien tomaría el siguiente turno con el coche. No parecían especialmente preocupados sobre él o La Orden o sobre su próxima visita a la torre Kamelot.

Eran un grupo muy peculiar, desde luego. No sabía mucho sobre su raza, los leones.

Recordaba algunas de sus costumbres, sobre las cuales había leído en un par de libros que guardaba su abuelo en la trastienda.

Los leones vivían en familias, normalmente numerosas. Antiguamente incluso mantenían varias parejas, pero, en la actualidad, solían tener relaciones monógamas.

Estos tres eran bastante peculiares, por lo que había comprobado esos días. Kenny se portaba con ellos como un alfa protector, preocupándose y vigilando todo. Max solía tomar la mayoría de las decisiones, aunque las consultara siempre con los otros dos. La mayoría de las veces él acababa teniendo la última palabra de lo que fuera. Y Nicky, el más joven, era el cuidador.

Todos eran rasgos de alfa, no había duda y ninguno se comportaba como menos que eso.

Salió del baño y se encontró con los otros tres sentados en una de las camas. Aidan arqueo una ceja al verlos. Kenny estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama con Nicky tumbado a su lado, leyendo una revista, su cabeza más en el muslo del otro que en la almohada. Max estaba entre las piernas del primero, dándole la espalda porque el rubio le estaba trenzando su larga melena oscura.

  • ¡Ey! ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Kenny al notar su presencia. Aidan sonrió al ver como los tres dejaban sus cosas para ayudarle a sentarse con ellos.
  • Mejor. La ducha ha hecho milagros. Aunque me duele todo. Por cierto… no es necesario que me acompañéis hasta la torre si no queréis.

Max negó, levantándose de la cama para acercarse. La trenza que le había hecho Kenny le quedaba bastante bien, tenía que admitir.

  • ¡De eso nada! Vamos a llevarte hasta allí y comprobar que te dejamos en buenas manos. – los otros dos asintieron.
  • Está bien. Gracias. ¿Cuándo nos iremos?
  • Pronto. Quiero echar un ojo antes de llevarte. Por si acaso no son de fiar.
  • Un poquito paranoico, ¿no?
  • Mejor prevenir que curar. – respondió Max riendo. – Nicky va a quedarse aquí contigo y, cuando veamos que es seguro, le llamaré para que te traiga. ¿Vamos, Kenny?

Kenny no parecía tan dispuesto como el otro, pero se levantó y lo siguió al exterior. Nicky y Aidan intercambiaron una mirada, divertidos y el joven león le ayudó a ponerse más cómodo en la cama. Era mejor que estar sentado en la silla.

  • ¿Tu hermano y Kenny siempre son así?
  • ¿Así, cómo?
  • Así de desconfiados y protectores.
  • ¡Ah, sí! Siempre. Lo comprueban todo mil veces. Y lo piensan y repiensan otras mil antes de hacer nada. Yo soy más de aquí y ahora. Ellos no. Por eso se compenetran tan bien. – Aidan consideró sus palabras en silencio varios minutos antes de atreverse a hacer las preguntas que de verdad le intrigaban en ese momento.
  • ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
  • Claro. – el librero sonrió. Había notado que Nicky no tenía los reparos de los otros dos al hablar y eso iba a ayudarle.
  • ¿Qué clase de relación tenéis? Quiero decir… vosotros estáis de excursión, ¿verdad? – Nicky asintió. – Y la idea de esa excursión es que encontréis pareja y forméis una familia.
  • Exactamente. Y eso hacemos.
  • Pero ya os comportáis como si fuerais pareja.

El león le miró, parpadeando confuso antes de reír. Una carcajada alegre que le descolocó.

  • Ya, sé que puede parecer así. Mi raza, sobre todo en mi familia en particular, siempre hemos sido demasiado expresivos. Para algunos es casi incomodo. Y puede dar para malentendidos.
  • Entonces… ¿seguís buscando pareja?
  • Yo sí. Max un día se dará cuenta de que está colado por Kenny y Kenny por él, pero mientras no me molesta tenerles al lado y disfrutar de este adelanto de la familia que un día seremos. Cuando yo encuentre mi pareja, vamos a vivir los cuatro juntos. Bueno, al menos uno al lado del otro. Ese siempre fue el plan.

Aidan sonrió ante la sinceridad y espontaneidad del otro.

Mientras, en los alrededores de Wall Street, Kenny y Max merodeaban la torre. Ambos estaban discutiendo si entrar o no, ya que habían estado comprobando la seguridad del edificio y esta era considerable.

Cámaras en el exterior, rodeando la fachada, otras en la misma puerta, guardas de seguridad tanto fuera como dentro… era una fortaleza.

  • Lo que está claro es que no va a ser fácil entrar y mucho menos salir. – declaró Kenny después de un rato vigilando el movimiento de los guardas de seguridad.

Hacían rotaciones de quince a veinte minutos. Max frunció el ceño. Su padre le había asegurado que Kamelot era un aliado y él confiaba en su padre. Pero la seguridad de las dos personas que más quería estaban en sus manos.

¿Podía jugársela?

Kenny le cogió de la muñeca y le dio un leve apretón.

  • Vamos. Si hemos venido hasta aquí, vamos a intentarlo. No perdemos nada por hablar.

Pasar de las puertas no fue tan complicado como pensaron en un principio. Nadie les detuvo ni hizo preguntas cuando entraron al edificio. Se encontraron en un enorme hall con suelos de mármol blanco y paredes de cristal.

Muy hermoso, pero poco amueblado, en realidad.

Había cuatro sofás de dos plazas distribuidos por el lugar y la mesa de recepción, en la que una preciosa chica rubia vestida impecablemente con un traje rojo atendía llamadas y a todo el que se acercaba a preguntar.

Max se sintió de repente muy mal vestido. Iba como siempre, con un pantalón vaquero, camiseta y una sudadera, y alrededor de tanto lujo parecía un pordiosero. Sintió su resolución flaquear conforme se acercaban al mostrador. El tacto de la mano de Kenny en la suya le hizo recuperar un poco su habitual seguridad y compuso una sonrisa arrogante antes de dirigirse a la mujer.

  • ¡Hola! Queríamos ver al señor Merlin. – la chica sonrió radiante a los dos.
  • El señor Merlin puede que no esté disponible esta mañana, pero comprobaré si tiene un hueco. ¿De parte de quien le comunico que viene?
  • Somos Max y Kenny. No nos conoce, pero queríamos hablar con él sobre un amigo en común. Aidan Kelly.

La recepcionista volvió a sonreír y conectó la línea, hablando a toda velocidad con alguien que probablemente sería la secretaria del tal Merlin. Max la vio alzar las cejas, sorprendida, por algo que le habían dicho antes de desconectar la llamada.

Ambos leones notaron que los guardas de seguridad más cercanos se volvían a mirarlos. Al parecer el nombre del librero había levantado las sospechas de Kamelot. Ambos se pusieron a la defensiva.

  • El señor Merlin bajará en unos minutos para recibirles. Por favor, tomen asiento. – les anunció, señalando hacia los sofás.

Max y Kenny volvieron a intercambiar una mirada y se quedaron dónde estaban, vigilando a los guardas. Un par de minutos después, el timbre del ascensor sonó y apareció un tipo alto, vestido con un traje gris y guantes.

Max le calculó unos treinta y algo largos, sin embargo, su cabello estaba totalmente gris. Un aura de poder le rodeaba.

  • Es un mago. – le susurró Kenny sin apartar la vista del recién llegado.

El tal Merlin se detuvo a dos pasos de ellos, observándoles curioso e intrigado. No parecía amenazante si no relajado. O estaba muy seguro de sí mismo y su poder o no les consideraba enemigos.

  • ¡Vaya! Jamás imaginé que vería dos leones con mis propios ojos. No sois la raza más sociable del planeta.
  • No nos fiamos mucho de los humanos. – masculló Kenny, molesto.
  • Imagino que con razón. Habéis dicho que teníais noticias de Aidan. ¿Es cierto?
  • Lo es.
  • ¿Está bien?
  • Está a salvo. Ahora mismo con un amigo para asegurarnos que no le pasa nada mientras estamos aquí. – Merlin asintió, mirando alrededor preocupado.

Les hizo un gesto a los otros dos y les indicó que le siguieran hasta una habitación oculta tras el mostrador de recepción. Allí vieron un pequeño despacho con un escritorio, un par de sillas y un pequeño sofá.

  • Lo tenía La Orden. ¿Cómo le habéis rescatado?
  • No lo hicimos. Él consiguió escapar. Lo encontramos en el aparcamiento del motel donde nos alojábamos, en San Francisco. Estaba bastante mal herido. Le hemos curado como hemos podido, pero no le vendría mal que le viera un médico.
  • Estábamos muy preocupados. Ya le dábamos por muerto, la verdad. Sus amigos van a ponerse muy felices cuando lo sepan. ¿Podéis traerlo?

Max se acercó un paso y sus ojos castaños brillaron con una luz sobrenatural cuando habló. A su espalda, Kenny hizo lo propio.

  • Si le pasa algo o si alguno de nosotros corre algún peligro por dejarlo en tus manos, te despedazare poco a poco.
  • No va a pasarle nada. Ni a él, ni a vosotros. Te doy mi palabra.

Rugidos del corazón: capítulo 19.

Max observó preocupado a Kenny cuando este detuvo el coche en el aparcamiento de una gasolinera, a medio camino entre Pasadena y Nueva York.

Les quedaba todavía más de la mitad del camino e iban a tener que detenerse pronto para dormir, porque Aidan no estaba en condiciones de hacer todo el viaje sin descansar.

Al joven león le resultó extraño que se detuvieran en la gasolinera ya que el coche aún tenía combustible de sobra. Más extraño fue ver como Kenny salía sin decir palabra y se alejaba a la parte de atrás del local, que daba a una especie de pequeño y descuidado parque infantil.

Estaba claro que algo le ocurría.

Miró a su hermano a través del reflejo del espejo retrovisor y este se encogió de hombros. Nicky tenia a Aidan recostado en su regazo para mantenerlo cómodo.

  • Ve. – le instó, acomodándose en el asiento con el otro hombre. – Deja las llaves puestas.
  • No tardaré mucho. Espero.

Max salió del coche y siguió el mismo camino que el otro león, andando hacia el parque infantil. Lo encontró sentado en un banco, con la mirada perdida en los desiertos columpios. Max se sentó a su lado, en silencio esperando que el otro decidiera hablar sobre lo que le ocurría.

No tuvo que esperar demasiado.

  • Deberíamos dejarle aquí y largarnos. – el moreno le miró incrédulo de sus palabras. ¿Hablaba en serio? ¿Su dulce y protector Kenny pidiendo que abandonaran a un hombre herido y necesitado de ayuda?
  • Dime mejor que es lo que ocurre contigo. Estas aterrorizado de esa gente.
  • Lo estoy, sí. Tengo pánico de que nos encuentren y os hagan daño.

Max se recostó en el banco, estirando su brazo izquierdo para colocarlo sobre los hombros del otro, que se acercó más a él buscando el contacto. El moreno le acarició el cabello con ternura.

  • Mi padre me comentó ayer que lo mejor era lo que estamos haciendo. Dirigirnos hacia Nueva York y pedir allí la ayuda del dueño de Kamelot. Es parte importante de la Comunidad y está bastante involucrado con los últimos líos de La Orden.
  • ¿Son de fiar?
  • Toda la Comunidad parece pensar que sí. – respondió, bajando la mano para acariciarle la nuca. – Si no podemos ayudarle de otra manera, lo menos es dejarle en manos amigas. Pero dime… ¿Qué te han hecho La Orden? Nunca te hemos pedido que nos cuentes nada de tu pasado, Kenny. Y si no quieres hacerlo, lo respetaré, como siempre hemos hecho. Pero ayúdame a entenderlo.

Kenny le dirigió una mirada tan cargada de dolor que le retorció el corazón. Ni Nicky ni él tenían idea de que había ocurrido para que Kenny acabara desterrado de su manada.

Nunca habían querido preguntar qué había pasado ni por qué ya que respetaban su deseo de mantener esa parte de su vida en secreto, pero si Kenny quería que no ayudaran a ese chico tenía que dar buenas razones para ello.

Volvió a centrar su atención en el rubio, quien parecía estar a punto de echarse a llorar, consiguiendo que Max casi se arrepintiera de haberle preguntado.

Pero Kenny no derramó ninguna lagrima al final. Dio unas profundas respiraciones, cerró los ojos durante unos segundos y suspiró, soltando despacio el aire.

Parecía dispuesto a hablar.

  • Como os dije aquella noche, mi familia me desterró. – Max asintió. – Me marcaron como omega y me echaron de mi casa y mi ciudad. Agradezco que jamás me tratarais distinto por ello.
  • ¿Por qué íbamos a tratarte distinto? Sin contar que pienso que es una costumbre anticuada y bárbara, tú nos has cuidado y ayudado desde el primer día que nos conocimos. Nos has tratado con cariño y confianza. ¿Cómo íbamos a tratarte si no era con lo mismo que nos has dado?

Kenny le cogió de la mano y tiró de él para darle un beso antes de abrazarle y esconder el rostro en su cuello. Estuvieron así un rato antes de volver a hablar.

  • Mi familia me repudió, después de ser marcado. Me sacaron de la ciudad no sin antes darme una paliza. Y la razón de todo eso fue La Orden.
  • ¿Cómo?
  • Ellos enviaron a alguien para ganar mi confianza y usarme. Me utilizó para colarse en el despacho de mi padre y robar unos documentos de la manada. – Max frunció el ceño. – Después, disparó a mi padre, el alfa dejándole mal herido. Él huyó y yo pagué las consecuencias de mi mal juicio.

Max le miró escandalizado.

  • ¡Pero eso no es justo! ¿Cómo ibas a sospechar de tu amigo? – Kenny le dirigió una mirada dolida.
  • No era mi amigo. Quería que fuera mi pareja. Fue unos meses antes de mi dieciocho cumpleaños. La semana anterior discutí con mi padre porque le dije que no pensaba irme y que iba a emparejarme con él. Por supuesto, él se negó rotundamente, llamándome chiquillo e irresponsable.

Max le observó luchar contra los dolorosos recuerdos.

  • Obviamente, eso funcionó fatal, claro, consiguiendo el efecto contrario. Me largué de casa, dando un portazo y fui a buscarlo a él. – El moreno notó entonces que en ningún momento Kenny daba un nombre al responsable de su pena. Supuso que era demasiado doloroso nombrarlo, aunque empezaba a sospechar quién era esa persona. – Me convenció de que podíamos huir. Pero que necesitaríamos algo más de dinero del poco que teníamos ahorrado. Yo sabía que mi padre siempre guardaba unos cientos en la caja fuerte del despacho. Solo teníamos que colarnos y cogerlos. Sabía la contraseña.
  • Oh, Kenny…
  • Lo llevé a casa y abrí la caja fuerte. Cuando le vi coger los documentos en vez del dinero me pensé que se había equivocado. Todavía seguía sin creer lo que estaba haciendo cuando le vi sacar la pistola y apuntar a mi padre… Ni siquiera hice el intento de impedírselo.

Max le volvió a abrazar, fuerte y estrecho y le escuchó soltar un par de sollozos ahogados antes de volver a separarse. Esa vez sí que vio lágrimas en sus ojos cuando le pudo ver el rostro. El moreno se las secó con los dedos, dándole un nuevo y leve beso en los labios.

  • Kenny… no creo que nadie hubiera podido reaccionar en ese momento. Sé que es muy fácil decirlo, sobre todo viéndolo todo desde fuera. Pero la persona que más querías te traicionó vilmente. Nadie hubiera podido reaccionar. Y sigo sin entender cómo pudieron culparte a ti de sus acciones.
  • Yo lo dejé entrar. Ningún humano debería haber podido entrar en la casa de un alfa. – Max hizo una mueca al oírlo. Así que el tipo era humano. Ciertamente, incluso en su familia que eran bastante abiertos a casi todo, no habrían invitado nunca a un humano a la casa de un alfa.

Los alfas eran lo más importante en las familias o manadas. Sin ellos, el grupo se desestabilizaba y quedaba a la deriva. Si el alfa de Kenny había sido disparado y herido gravemente empezaba a entender la reacción de su familia. Pero hacer que Kenny pagara por todo en vez de perseguir a ese humano… eso le seguía pareciendo injusto.

Era obvio que su amigo ni habría intentado defenderse. Se veía perfectamente que se sentía terriblemente culpable por lo ocurrido y se avergonzaba de haber sido tan crédulo. La prueba estaba en que no era capaz de mirarle a los ojos mientras le contaba toda la historia.

Max se quedó allí, escuchando a su amigo confesarse. Fue algo muy doloroso, pero Kenny se veía hasta aliviado de haber podido sacarse todo eso por fin. Cuando estuvieran solos, Max iba a tener que hacerle un resumen de todo eso a Nicky.

Cuando su amigo acabó de hablar, el moreno se fijó que le miraba expectante, como si esperara que le rechazara o mostrara disgusto, como, supuso Max, haría su familia.

¿Cómo existía alguien capaz de hacerle daño a Kenny?

Era algo que el moreno no entendía. No podría hacerlo, aunque no supiera toda la historia, pero mucho menos después de escucharla.

Max se acercó para volver a besarle.

  • Eso está en el pasado y jamás podríamos juzgarte por algo que no fue tu culpa.
  • ¿Por qué no? Mi familia lo hizo.
  • Bueno, pues nosotros no vamos a hacerlo. Tú eres mi familia, igual que Nicky. No voy a juzgarte por lo ocurrido. Sé que no harías daño a nadie, menos a nosotros. Me parece tan horriblemente injusto que te hayan hecho sufrir todo este tiempo de esa manera… ojalá pudiera borrarlo. – Le dio un fuerte abrazo y le acarició el cabello. – Pero no puedo, así que vas a tener que dejarlo ir.
  • No sé si puedo.
  • Yo sé que sí. Y entiendo tu temor a La Orden. Iremos a Nueva York y dejaremos a Aidan a su cuidado. Y, luego, si quieres nos vamos lejos.
  • Vale. Podemos hacer eso.
  • Bien. Entonces vamos al coche. Vamos a preguntarle a Nicky si necesitan algo y buscaremos un motel donde pasar la noche tranquilamente. ¿De acuerdo?
  • De acuerdo.
  • Compraremos algo rico para cenar. Pizza. ¿O prefieres otra cosa?

Max se levantó y tiró del otro para que le imitara. No se esperaba el nuevo abrazo ni el «Te quiero» murmurado en su oído.

Antes de que tuviera oportunidad de reaccionar, Kenny salió a toda prisa hacia el coche. Cuando llegó, el rubio estaba preguntándole a su hermano si necesitaban alguna cosa de la tiendecita.

Nicky le dirigió una mirada interrogante y él solo pudo negar con la cabeza en silencio y hacerle un leve gesto de que hablarían más tarde.

Rugidos del corazón: Capítulo 18

¿Por qué siempre acababan los más incompetentes a su cargo?

Parecía que ninguno de sus subordinados era capaz de seguir sus órdenes. Precisamente, esa misma mañana tuvo que matar al que dejó escapar al guardián.

¿Cómo había conseguido un hombre herido escapar de un segundo piso y desaparecer en una ciudad extraña?

No entendía tanta incompetencia.

Pemberton suspiró, fastidiado y miró el reloj que tenía sobre su escritorio. Eran casi las cinco. ¿Dónde se habría metido ese crio? Llegaba tarde.

Sus superiores no iban a permitir más meteduras de pata por parte de nadie, incluso de él, y llevaba una racha bastante mala en ese tema.

No solo había resultado que uno de sus subordinados más cercanos era un traidor que había huido y robado a la dragona, si no que ahora se le escapaba un prisionero muy valioso.

Cierto que consiguieron abrir el libro con la colaboración del guardián, pero seguían con el problema de leerlo correctamente ya que estaba escrito en lenguaje de hada.

Así que, sin el librero, no les servía de nada ya que había que traducir e interpretar el texto. Un texto que indicaba la ubicación de una de las reliquias sagradas más poderosas.

Necesitaban esa reliquia para acabar con el mundo mágico.

Además, podría usarla para conseguir algo extra. Tal vez fortuna y gloria, tal vez la vida eterna. Dependía de la reliquia y aun no sabían cuál era de la que hablaba el libro. El librero no llegó a decirlo nunca.

Necesitaban encontrarlo pronto.

El tipo estaba en bastante mal estado la última vez que lo vio. No para que su vida corriera peligro, pero si para que no pudiera ir demasiado lejos, así que…

¿Dónde estaba?

Alguien debía haberlo ayudado.

Revisaron hospitales, comisarias y albergues y no encontraron ningún rastro de él.

Tenía que haber sido alguien de la Comunidad.

Un leve golpe en la puerta le devolvió a la realidad.

  • Adelante.

La puerta se abrió y apareció un hombre joven y alto, de cabellos cortos color platino y ojos claros que le sonrió con suficiencia. Vestía un traje de tres piezas gris claro y una camisa celeste con corbata un tono más claro que el traje.

Pemberton volvió a suspirar fastidiado. El chico era muy efectivo y cumplía con su trabajo perfectamente, pero era insufrible lo arrogante que llegaba a ser.

Su ego no cabía ni en su enorme despacho, eso estaba claro.

  • ¿Me había llamado, señor?
  • Si, Cody. ¿Has encontrado al hada?
  • No, pero no está en San Francisco. Hemos revisado hasta el último tugurio sobrenatural de la ciudad. Nadie ha visto ni oído de ningún hada herido. – Pemberton dio un golpe en el escritorio con el puño, tirando el reloj.
  • ¡Maldita sea! ¡No ha podido volatilizarse!
  • Por supuesto que no, señor. Y vamos a encontrarlo. Estamos revisando cualquier movimiento sospechoso en las horas siguientes a su fuga. Si alguien de la Comunidad salió de la ciudad o hizo algo extraño que implicara salir o llevar a alguien fuera de la ciudad, lo encontraremos. Y lo traeremos de vuelta. No va a poder escapar.
  • Mas te vale, chico. Necesitamos que nos traduzca el maldito libro.

Cody se ajustó el chaleco, asintiendo distraído.

  • ¿Y no sería más fácil encontrar a otro hada que haga el trabajo, señor? ¿Por qué este? ¿Qué tiene de especial?

Pemberton soltó una risita. ¡Como si fuera tan fácil! Por eso él era quien daba las órdenes y los demás obedecían. Porque no tenían ni idea de nada.

Sin embargo, ese día se sentía generoso e iba a ilustrar a su subordinado y así sacarle de su ignorancia.

  • ningún otro hada podría leerte ese texto. Está escrito en una variante muy antigua que ya no se usa. Él lo sabe porque se lo enseñaron. Es el guardián de la zona neutral y tiene bajo su protección muchos libros escritos en idiomas que se consideran extintos incluso para sus propietarios.  – Pemberton volvió a poner bien el reloj. – lamentablemente no hay nadie más que podamos usar. Necesitamos a este hada. Así que encuéntralo, ya.

Cody asintió y salió del despacho sin añadir una palabra más.

Pemberton le vio salir, pensativo e intrigado con ese chico.

Lo ficharon seis años atrás, mientras aún estaba estudiando en la universidad. Y lo usaron bien pronto, haciéndole embaucar al hijo de un alfa león en Canadá para robar unos documentos importantes. El chico quiso sacar puntos extras disparando al alfa y, aunque no lo mató, consiguió herirlo gravemente y eso acabó con el destierro del hijo, dejando a la manada desestabilizada durante meses.

Después de eso entró oficialmente y a tiempo completo en las filas de La Orden e hizo trabajitos varios. El chico de los recados para cualquiera de los ocupantes de los despachos.

En el último año había subido algo de categoría y se había convertido en un experto encontrando cualquier cosa que se necesitara. Por eso le habían recomendado que lo usara para buscar al hada.

Pero seguía teniendo un serio problema.

Otro golpe en su puerta y esta se volvió a abrir, dejando paso al hechicero Rasputín. Tampoco parecía muy feliz de estar ahí. Bien, ya eran dos que no estaban nada contentos ese día.

  • ¿Algún avance con el libro? – Rasputín torció el gesto, mostrando aún más disgusto que antes.

Debía vigilar más estrechamente al hechicero. Llevaba varios años sirviendo a la organización gracias a el hechizo que controlaba Pemberton pero eso no significaba que estuviera controlado. Para nada. Alguien como Rasputín no había vivido tantos años y sobrevivido a mil muertes rindiéndose por un simple hechizo.

Sabía que estaba planeando algo para fugarse, pero aún no debía haber conseguido lo que necesitaba. Tenía que vigilarlo estrechamente.

Pero, primero, tenía problemas más importantes que el futuro intento de fuga del hechicero.

  • Ninguno, señor. No he conseguido encontrar nada para traducirlo. Ese dialecto debe ser milenario. No hay constancia de nada parecido en ninguno de mis libros.

Pemberton bufó. Decepcionante pero no sorprendente. Ya imaginaba que no iba a ser fácil encontrar algo que les ayudara con ese maldito libro.

  • ¿Tal vez deberíamos buscar libros más antiguos? – Rasputín pareció considerar la pregunta antes de responder.
  • Que sean humanos, no. No existe literatura humana así de antigua. ¿No hay posibilidad de encontrar al hada? – preguntó a su vez, con tono lastimero. Pemberton se cruzó de brazos, luciendo molesto. La fuga del dichoso hada había fastidiado de más sus planes.
  • Estamos trabajando en ello. – le respondió, levantándose del escritorio y dirigiéndose hacia la ventana. Fuera, llovía levemente y las calles se llenaban de charcos y hojas secas. El otoño ya estaba ahí. – Mientras, quiero que sigas buscando alguna manera de traducir ese libro.
  • Seguiré buscando.

Mientras, pasillo abajo Cody comprobaba sus mensajes de su teléfono móvil por si había alguna novedad en la búsqueda del librero. No quería decepcionar a Pemberton.

Decepcionarle o fallarle no era sano para nadie. Cody sabía que en su trabajo la seguridad no estaba garantizada. Para ello debía subir más escalones y la mejor manera de subirlos del todo era hacer algo grande.

Muy grande.

Ya había conseguido dar un buen salto cuando consiguió robar aquellos documentos y dejar tocada a la manada de su Winnipeg natal. Aquello fue glorioso.

Pero se detuvo ahí. No volvió a conseguir una nueva oportunidad de lucirse ante sus superiores y así ganar puntos ante ellos.

Hasta ahora.

Que se hubiera fugado ese hada era lo mejor que le podría haber pasado nunca. Si lo encontraba, seria enormemente recompensado. Pemberton acababa de confirmarle lo importante que era para La Orden. Sin él no podían leer el libro y sin el libro no podían encontrar la reliquia.

Para que Cody consiguiera su objetivo de subir de categoría y codearse con la elite, solo tenía que encontrarlo y entregárselo al jefazo.

Pero eso no era nada sencillo y había tirado de todos sus contactos para localizarlo. Hasta había llegado a amenazar a más de uno para que pusieran más ahínco buscando.

Por ahora, de lo único que estaba seguro era de que no seguía en San Francisco. Había puesto la ciudad patas arriba buscándolo y allí no estaba.

Así que alguien lo había sacado de allí y tenía que ser algún miembro de la Comunidad. Un humano lo habría dejado en un hospital.

Alguien de la comunidad le sacaría de la ciudad si intuía que la organización le perseguía. Eran así de solidarios y cobardes.

Era pura supervivencia.

Su teléfono móvil vibró en sus manos y vio que le había llegado varios mensajes de texto, algunos con imágenes. Los abrió y sonrió al ver el contenido.

Uno de sus contactos en la policía de tráfico había estado comprobando las cámaras a las salidas de la ciudad. Tras un buen rato revisando encontró lo que buscaban.

Imágenes de un coche saliendo de la ciudad un par de horas después de haber desaparecido el librero. Al investigar la matrícula del coche apareció un nombre nada desconocido para el chico.

Se frotó las manos, satisfecho.

No solo iba a encontrar al hada. También iba a tener la oportunidad de acabar un trabajo que no pudo terminar en su momento. Algo que le haría subir aún más en la escalera del éxito.

Abrió una de las fotos que adjuntaba el mensaje y la amplió.

En ella se podía ver tres hombres, pero solo uno de ellos tenía el rostro vuelto hacia la cámara, mostrándolo.

Había cambiado, crecido en cuerpo y cortado su cabello, pero Cody lo reconocería en cualquier parte.

  • ¡Oh, Kenny, Kenny! Una vez más vas a darme lo que más necesito. Y esta vez, no vas a sobrevivir para contarlo.

Lejos de ahí, en un motel de Pasadena, Kenny recogía del suelo la taza que se le había caído, rompiéndose en mil pedazos. Miró preocupado los trozos de cerámica rota. Había tenido un mal presentimiento. Algo malo iba a ocurrir, estaba seguro de ello.

Max se acercó, mirándole extrañado.

  • Ey, ¿estas bien? ¿Kenny?
  • Si… deberíamos salir ya. No es seguro quedarnos tanto tiempo aquí. – el otro intercambio una mirada con su hermano antes de volver su atención al rubio.
  • Prepararé el coche.

Rugidos del corazón: Capítulo 17

Aidan despertó a causa del dolor en su cabeza y el resto de su cuerpo. Se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima pero no recordaba qué era lo que había ocurrido.

Al menos, no al principio. Estaba todo bastante borroso en su mente, lo único que tenía claro era ese dolor que sentía.

Era tan intenso que decidió no moverse ni abrir los ojos a pesar de que ya estaba despierto mientras esperaba a que fuera algo más manejable mientras intentaba hacer memoria.

¿Por qué le dolía todo? Se preguntó, concentrándose.

Y los recuerdos de las últimas semanas volvieron a su mente de golpe.

Los lobos, la dragón bebé robada a La Orden, el hellhound apareciendo en su casa con aquel tipo extraño de cabello rubio. Cómo le golpearon y llevaron a la fuerza ante Pemberton y su hechicero.

Y el regreso de Jack.

Así empezaron los días y días de torturas y golpes. Jack se desquitó con él por mandarle de vuelta al infierno y Pemberton, ese sádico que disfrutaba asustando y golpeando incluso a los suyos, lo observaba todo con una sonrisa satisfecha en su rostro.

Recordó también el despiste que le permitió escapar y su penosa huida por las calles. Seguía sin saber en qué ciudad se encontraba, qué ocurrió tras desmayarse ni dónde demonios estaba.

Intentó centrarse en lo que sentía en ese momento. A pesar del dolor y todo lo demás, estaba cómodo. Lo que descartaba que estuviera tirado en la calle.

¿Se encontraba en un hospital, tal vez? ¿Alguien le había visto y llevado al médico? Si era así, no estaba a salvo. Debía huir antes de que le encontraran.

Abrió los ojos y vio a un tipo con rizos rubios y ojos azules que le observaba curioso.

  • ¡Bienvenido! Empezábamos a pensar que no querías despertar. – Aidan parpadeó y miró a su alrededor. No, no estaba en un hospital.

Parecía encontrarse en una habitación de motel. El papel de las paredes era feo y barato y había otra cama junto a la que yacía él. Olía a comida y lejía y no a desinfectante.

  • Oh… ¿Hola? ¿Dónde estoy? – preguntó, intentando incorporarse. El otro hombre le ayudó con cuidado, dejándole sentado.
  • Lejos de ellos, espero. Estamos en Pasadena.
  • ¿Pasadena? – ¿Pasadena? Estaba bien lejos de casa. – ¿Todo este tiempo he estado en Pasadena? – preguntó extrañado, más para sí mismo que para el otro.
  • No te encontré en Pasadena. – al ver que Aidan negaba, el chico siguió. – Fue en San Francisco. Mencionaste a La Orden y decidimos poner tierra de por medio. ¿Fueron ellos los que te hicieron esto? – Aidan se estremeció. ¿San Francisco?
  • Si. ¿San Francisco? Tengo que volver a Chicago, a mi casa. Mis amigos… deben estar preocupados.

¿Estarían buscándole?

Zack, Rolf… incluso los lobos. ¿Le estarían buscando o le habrían dado por muerto? Siendo retenido por La Orden sería lo más lógico. Empezó a temblar y su respiración se volvió errática. El hombre le puso una mano en el brazo, apretando suavemente para llamar su atención.

  • ¡Ey, calma! Llevas dos días y medio prácticamente en coma y no sé ni cómo has sobrevivido a esos golpes, en serio. – Aidan trató de calmarse, pero estaba fallando estrepitosamente. – Necesitas descansar. Nos pondremos en contacto con tus amigos cuando sea seguro. No los quiero encima.

Aidan podía entenderlo. Nadie quería problemas con La Orden, eran demasiado peligrosos.

  • Gracias por ayudarme. – el hombre sonrió. Tenía una sonrisa dulce.
  • No íbamos a dejarte en la calle tirado. – no era la primera vez que había usado el plural durante la conversación, pero no había nadie más en la habitación.
  • ¿Íbamos?

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entraron otros dos hombres. Tenían el cabello largo y castaño con un aire familiar que no podían disimular.

  • Ellos son Max y Nicky y yo soy Kenny. – se presentó el rubio. Los otros dos le saludaron con sendas sonrisas tras él. – Somos leones. ¿Tú qué eres exactamente? No puedo identificar tu olor.
  • Soy un hada.
  • Por eso no podía identificar el olor. No hay muchas por Canadá. Demasiado frio, creo.

Los otros dos leones se acercaron, ambos con expresiones curiosas y amigables. Aidan había oído hablar sobre los leones y sus costumbres, algunas de ellas bastante peculiares. También sobre cómo se habían ido apartando de la Comunidad durante años.

Eran muchas las leyendas de leones en la historia. Pocos sabían que algunos reyes antiguos fueron leones, como Ricardo Corazón de León, por ejemplo.  

  • ¿Cómo te encuentras? – le preguntó el del cabello más oscuro. Max, creía recordar que era su nombre.
  • Mejor, gracias.
  • ¿Cuál es tu nombre? Todo este rato hablando y ninguno te lo hemos preguntado. – comentó riendo el otro león.
  • Me llamo Aidan.
  • ¿Por qué te atrapó La Orden?

Aidan consideró seriamente si contarles la verdad o no. Los asuntos de la Comunidad eran algo delicado, sobre todo los que se referían a él mismo y los secretos que guardaba. Pero, por otro lado, iba a necesitar su ayuda para poder regresar a casa y asegurarse de que La Orden no conseguía su objetivo.

Suspiró profundamente antes de responder.

  • Soy el guardián de la zona neutral en Chicago y tenía un libro de magia que ellos querían y solo yo puedo leer.
  • Uh… el guardián. – murmuró Kenny con tono preocupado. – No sé si hemos puesto suficientes kilómetros de por medio. – Nicky hizo un gesto, restando importancia al asunto mientras se dejaba caer sentado en el colchón de la otra cama.
  • Te preocupas demasiado. Estoy seguro de que piensan que está en algún hospital o que ha muerto. Las heridas que tenía eran muy graves. Es un milagro que sobreviviera.
  • ¡Nicky! – le regañó Max, mirándole escandalizado por su falta de tacto.
  • ¿Qué? ¡Es verdad! Con suerte le darán por muerto y no le buscarán. Eso nos conviene.

Aidan tuvo que darle la razón al chico. Prefería que la organización pensara que estaba muerto a que le buscara de nuevo. Nicky se levantó para coger la bolsa que habían dejado antes sobre la mesa y sacó varias cajitas de ella. Un delicioso olor a comida llenó la habitación y las tripas de Aidan sonaron escandalosamente. No había notado hasta ese momento el hambre que tenía.

Nicky le acercó una de las cajitas y un tenedor.

  • Espero que te gusten los tallarines. No hemos encontrado otra cosa abierta.
  • Son perfectos. Muchas gracias. – aseguró antes de empezar a comer.

Mientras comía, observó a los otros tres apartarse y comer juntos en la mesa. Los escuchó hablar en susurros, demasiado bajos para poder entenderlos. Pero parecían estar discutiendo algo.

  • Deberíamos dejarle con alguien que pueda ayudarle, es todo lo que digo. – repuso Kenny, sin levantar la vista de su comida. Max rodó los ojos, exasperado. Llevaban toda la comida discutiendo y no conseguían llegar a un acuerdo. Kenny quería librarse del chico y Max y Nicky insistían en que sería más seguro para Aidan si ellos le ayudaban.

Era obligación de cualquiera en la Comunidad ayudar a un guardián.

  • Nosotros podemos ayudarle.
  • No quieres mezclarte con La Orden, créeme. – Kenny cogió la mano de Max. Aidan arqueó una ceja al verlo. Nicky sonrió. – Van a averiguar que está con nosotros, tarde o temprano.
  • Sigo pensando que lo han debido de dar por muerto. – insistió Nicky, dando un sorbo a su refresco.
  • Esa gente no se anda con tonterías, Nicky. Tienen gente en todas partes. Literalmente en todas partes. Si todavía le necesitan para algo, y debe ser así o no seguiría con vida, no van a detenerse hasta que le encuentren.

Max apretó con suavidad la mano del rubio, enredando sus dedos, acercándosela a los labios para besarla.

  • Entonces, pongámosle a salvo. – sugirió. – Llevémosle a su casa, con sus amigos.
  • Estamos muy lejos de Chicago. En coche tardaremos dos días. Eso sin parar y en su estado vamos a tener que parar varias veces.
  • No podemos dejarlo tirado, Kenny.
  • No quiero que os ponga en peligro. – replicó Kenny, haciendo sonreír al otro.

Max puso su mano libre en la nuca del otro para acercarle y frotar sus mejillas juntas.

  • No vamos a correr ningún peligro si permanecemos unidos.

Kenny suspiro, descontento. No le hacía gracia que los hermanos se expusieran a ningún peligro, mucho menos si ese peligro tenía el nombre de La Orden. Pero tampoco podía impedirles ayudar al guardián a regresar a su casa sano y salvo.

Los guardianes de zonas neutrales eran muy escasos y valiosos.

  • Está bien. ¿Por qué no llamáis a vuestro padre y le preguntáis si hay alguien de confianza para ayudarnos con este tema? – Nicky y Max empezaron a protestar, pero el otro les silenció con un gesto. – No digo que no le acompañemos a Chicago, pero si hay alguien a quien podamos recurrir por ayuda, sería mejor. Con La Orden es mejor tener toda la ayuda posible. – los otros dos asintieron.
  • Cuando acabemos de comer le llamo. – informó Max, volviendo a acariciarle la mejilla. – No va a pasar nada.
  • Ojalá tengas razón.

Un poco más tarde, mientras Max llamaba a su casa para hablar con su padre y Kenny salió a comprar más gasas para curarle, Aidan se quedó en la habitación a solas con Nicky, quien estaba entretenido leyendo una revista de deportes sentado junto a su cama.

El chico se había quedado para vigilarle y cuidarle por si necesitaba algo mientras los otros dos hacían los recados. Eso hizo sentir a Aidan algo culpable por causarles tantas molestias.

  • Siento el lio. Tu amigo tiene razón. Os pongo en peligro. – Nicky le miró por encima de la revista, sonriendo.
  • Kenny se preocupa demasiado en lo que se refiere a nosotros, pero no somos dos gatitos indefensos como quiere hacer creer a todos. – rio, volviendo a su lectura.
  • La Orden no es para tomársela a broma.
  • Nosotros tampoco. – respondió de vuelta el león. – Además, no creo que ninguno fuera capaz de dormir tranquilo sin saber que hemos hecho lo posible para ayudarte. Kenny el primero.
  • Creía que los leones jóvenes iban en solitario a buscar pareja. – Nicky volvió a reír, divertido por el cambio de tema y soltó la revista sobre la mesita de noche.
  • Max no quiso salir de excursión sin mí. Siempre hemos estado muy unidos. – dijo, encogiéndose de hombros. – Y yo tampoco lo hubiera querido de otra manera. Mi padre, el alfa, pensó que no era mala idea así que le permitió quedarse hasta que yo fuera mayor de edad.
  • Kenny no es de vuestra manada. – no era una pregunta y Nicky negó con la cabeza.
  • No, para nada. Nosotros somos de California. Él es de Canadá. Allí las cosas son algo más… diferentes, por lo que hemos podido comprobar.

Aidan se removió, intentando ponerse cómodo. Nicky se incorporó y le colocó bien la almohada.

  • ¿Y cómo acabasteis juntos? Porque imagino por su edad que él lleva también unos años de excursión. – preguntó, repitiendo el mismo termino que había usado el joven león.
  • Es un año mayor que Max, así que sí, debería llevar unos años de viaje, pero no es el caso. – repuso, encogiéndose de hombros. – Kenny está buscando venganza, no pareja. Nos lo tropezamos por casualidad en un bar, cuando nos ayudó en una pelea.
  • ¿Y se unió a vosotros?
  • Estaba solo y es un buen tío. Y tres siempre es más intimidante que dos.

Aidan observó a Nicky, quien había recuperado su revista y volvía a estar enfrascado en su lectura, preguntándose como había tenido la suerte de acabar tropezándose con esos leones y si no les estaría metiendo en problemas más grandes de lo que pudieran manejar.

Otra cosa que le intrigaba era el hecho de que Kenny conocía a La Orden, lo que debía significar que había tenido problemas con ellos anteriormente. Sin embargo, los leones eran una raza que se mantenía alejada de la sociedad humana, por lo tanto, de la organización.

¿Cómo los había conocido? ¿Qué le había ocurrido con ellos? ¿Por qué les tenía tanto miedo?

Esperaba que cuando regresara a la habitación, pudiera preguntarle y pedirle perdón por meterle en semejante lio. Él sabía de sobra lo que era querer a alguien e intentar mantenerlo a salvo de todo.

Y lo muy difícil que eso era.

Rugidos del corazón: Capítulo 16.

  • ¡Seguid buscando! ¡Hay que atraparle!

Aidan se apoyó en la pared, jadeando y temblando. Tenía que salir de ahí.

Pero ¿cómo?

Cuando le trajeron estaba inconsciente y no llegó a ver el edificio en el que estaba encerrado, así que desconocía cuantos pisos tenía o su localización.

A cada paso que daba se sentía más y más perdido. Y más agotado. Los días que había pasado allí estuvieron llenos de golpes y torturas. Estaba cubierto de cortes y moratones, casi no podía andar, mucho menos correr.

Jack se había ensañado de manera especial con él, vengándose así de su participación de su regreso al infierno.

Fue pura suerte que hubiera conseguido escapar de la habitación en donde le retuvieron todo ese tiempo. Pemberton tuvo que enviar a Jack a una nueva misión, hacia un par de días. No tenía idea de adónde ni a qué, pero no eran buenas noticias para quien persiguiera ese asesino.

Salir del edificio era imposible pero no conseguirlo no era una opción. Si no escapaba y avisaba a los demás de lo que iba a ocurrir, estaban todos bien jodidos.

Muy muy jodidos.

Escuchó a sus perseguidores alejarse por el pasillo y se levantó para seguir por el camino contrario. Debía encontrar una manera de escapar.

Se acercó a una ventana y miró al exterior.

Parecía estar en mitad de un barrio residencial y, por lo que veía, en un segundo piso de ¿una casa, tal vez? Se veía un parque grande frente a ellos, pero Aidan no conseguía reconocer nada del paisaje que veía.

No estaban en Chicago, eso era obvio. Tampoco en ninguna ciudad que él conociera.

A lo mejor, consideró, podría descolgarse por la ventana y huir de allí… pero necesitaba algo. Siguió avanzando con cuidado por el pasillo, buscando un mejor ángulo para bajar. Desde la parte delantera sería un suicidio, ya que estaría a la vista de cualquiera.

¿Quizás por la parte de atrás?

Escuchó voces de nuevo y se apresuró a esconderse en la primera habitación que vio. Era un dormitorio en desuso, si la enorme cantidad de polvo y los muebles tapados con sabanas eran alguna indicación.

Entró al pequeño baño que allí había y se miró en el espejo, arrugando el gesto cuando vio su reflejo.

Tenía peor aspecto de lo que pensaba.

Su ojo derecho estaba tan hinchado que casi no podía ver con él y su labio parecía el doble de su tamaño a causa de los repetidos golpes.

Se echó algo de agua fría en el rostro e intentó pensar algún plan. No solo era un problema el salir del edificio. También el alejarse del lugar y escapar de sus perseguidores.

No conseguiría semejante logro sin ayuda.

Pero… ¿a quién podía acudir?

No sabía dónde estaba, tampoco si conocía a alguien en esa zona.

Las garras de La Orden eran muy largas y afiladas.

Salió del baño y se acercó a una de las ventanas de ese dormitorio. La vista daba a la parte trasera de la casa, en el que había un pequeño trozo de césped mal cuidado y una verja de madera rodeándolo.

Pasada esa verja parecía existir un callejón y una especie de nave industrial en la cual no se vislumbraba movimiento alguno. ¿Probablemente abandonada?

En ese trocito de jardín también había un roble viejo y decrepito, lo bastante alto como para que sus ramas estuvieran casi rozando la ventana.

Sonrió.

Ahí tenía su vía de escape. Era su mejor oportunidad.

Ahora necesitaba bajar sin romperse el cuello y dada su precaria condición física la cosa estaba complicada.

Pero primero tenía que forzar la ventana. Buscó por la habitación y encontró un abrecartas antiguo. Rezó para que fuera suficiente.

La suerte seguía de su lado ya que la cerradura hizo clic y Aidan pudo abrir de par en par la ventana. Con cuidado se sentó en alfeizar y calculó la distancia hacia la rama del árbol. Era más de lo que le había parecido desde dentro, por lo menos un metro.

La caída era de bastante más.

Y él que siempre había sufrido de vértigo…

Alargó el brazo, pero no conseguía alcanzar la rama. Se puso en cuclillas en el alfeizar y volvió a intentar cogerla. La rozó con los dedos un par de veces antes de conseguir aferrarse a ella.

¡Bien! Ya quedaba menos. Si tan solo consiguiera sujetarse lo suficiente como para descolgarse por ella…

No supo cuánto tiempo estuvo intentando acumular valor para dejar el alfeizar. Minutos, horas. El tiempo pareció detenerse y perder importancia mientras se descolgaba hacia la rama y esta crujía terroríficamente.

El dolor de su cuerpo se intensifico por el esfuerzo de soportar su peso. Fue una agonía moverse a lo largo de la rama hasta el tronco.

Ya allí, se aferró con piernas y brazos para deslizarse con extremo cuidado al suelo. Sus manos estaban llenas de astillas que se clavaban dolorosamente en su piel y su ropa se ensuciaba cada vez más.

Al llegar al suelo, se dejó caer sentado, jadeando de dolor y cansancio. Sin embargo, no pudo permitirse mucho descanso. La Orden seguía buscándole y él tenía que alejarse de ese lugar todo lo rápido que le permitieran sus escasas fuerzas.

Salió y se dirigió por el callejón, pegándose a las paredes sucias de los otros edificios, no atreviéndose a salir a calle abierta. Seguía sin saber dónde se encontraba y cuantos hombres de la organización pululaban por las cercanías.

No, necesitaba alejarse primero, encontrar un lugar donde esconderse y huir de la ciudad en cuanto fuera seguro.

Pero cuando llevaba poco más de media hora andando la adrenalina empezó a desaparecer de su cuerpo y sus piernas temblaron. Se sentía a punto de desfallecer.

No podía permitirse rendirse ahora, no tan cerca de poder huir de sus captores, pensó desesperado.

Tropezó un par de veces, cada vez más débil. Se le nublaba la vista. Sintió el pánico recorrerle, temiendo que le descubrieran y que todo hubiera sido en vano. Si le volvían a atrapar, dudaba mucho que sobreviviera a una nueva sesión de tortura de Pemberton.

No, no podía volver allí. No de nuevo a manos de ese sádico.

Con sus últimas fuerzas salió del callejón a lo que parecía la zona de aparcamiento de un motel de carretera. Uno de esos moteles baratos que alquilaban habitaciones por hora y que solían estar situados en las afueras de las ciudades.

Estaba desierto. Al otro lado, parecía haber un centro comercial o algo parecido. En la multitud podría esconderse y descansar un poco.

Solo necesitaba llegar allí y podría descansar.

El pánico volvió a atenazarle cuando vio a un hombre andar en su dirección. ¿Sería de La Orden? ¿Estaba todo perdido?

El hombre llegó hasta él justo cuando el cuerpo de Aidan cedió y cayó de rodillas al suelo. El desconocido, un tipo de cabellos rizados rubios y ojos claros le sujetó antes de que su cara acabara estampada contra el cemento.

  • ¡Ey! ¿Estás bien? – le preguntó con un acento que Aidan no supo identificar. Tenía una voz bonita. – ¿Necesitas que te lleve a un hospital?
  • ¡No! ¡No, nada de hospitales! ¡La Orden! No pueden… no pueden encontrarme…

Los ojos del desconocido brillaron de manera extraña al escucharle. Parecía haber reconocimiento en su expresión, pero en su estado podía habérselo imaginado.

¿Sería parte de la organización? ¿O de la Comunidad?

¿Amigo o enemigo?

Fuera quien fuera, Aidan no tenía fuerzas para seguir peleando más contra el cansancio y el dolor. Perdió el conocimiento en los brazos de ese hombre.

Kenny observó al chico en sus brazos, preocupado.

¿Le perseguía La Orden?

Si era así, corría un terrible peligro. El chico estaba muy golpeado. Olía a sangre, fuego, pólvora.

No podía dejarlo ahí y tampoco podía llevarlo a un médico normal si era parte de la Comunidad. El problema era que ni él ni los otros conocía a nadie en San Francisco que pudiera ayudarles.

Si La Orden le perseguía… quería ayudarle, pero eso pondría en peligro no solo a él, también a sus compañeros de viaje.

Miró el rostro golpeado del muchacho y suspiró.

¿A quién quería engañar? No podía dejarlo ahí. 

Esperaba por el bien de todos que no le hubieran seguido. Aunque igualmente iban a dejar la ciudad en cuanto Max y Nicky llegaran de hacer la compra ahora debían salir de San Francisco enseguida. Estarían más seguros en la carretera.

Cogió al chico en brazos y se dirigió a su habitación, en el motel. No había tiempo para votar si debían ayudarle o no. Cuando los hermanos regresaran, se lo explicaría. Estaba seguro de que pensarían igual que él sobre el asunto.

Mientras lo colocaba con cuidado en la cama y buscaba el botiquín en el baño pensó en todos esos años que llevaba deseando tropezarse con la organización.

En casi seis años nunca había encontrado ni una sola pista. Cierto que los últimos ocho meses había descuidado la búsqueda en favor de disfrutar de la compañía de los hermanos, pero su verdadero objetivo nunca abandonó su mente.

Tenía una cuenta pendiente con un miembro de la organización y ese chico podía ser la respuesta que estaba buscando.

Si conseguía encontrar a Cody, podría por fin vengarse y permitirse una vida normal con los hermanos.

Con Max.

La puerta de la habitación se abrió y Max y Nicky entraron llevando varias bolsas de comida.

Ambos miraron a Kenny y arquearon una ceja al unísono al ver la cama ocupada por un extraño.

  • ¿Quién es ese? – preguntó con calma Max, dejando la compra en la mesa.
  • Lo encontré en el aparcamiento. Le persigue La Orden. – contestó simplemente, sacando cosas del botiquín para curar al otro.
  • Mierda. – gruñó Nicky. – ¿Y lo metes aquí?
  • Mira en qué estado está. – ambos hermanos dirigieron su mirada al chico, haciendo una mueca al ver su rostro hinchado y magullado. – No podía dejarlo ahí fuera.
  • No, obviamente que no. – repuso Max, ganándose un bufido por parte de su hermano. – ¿Qué hacemos? ¿Sabes si le han seguido? – Kenny negó con la cabeza, mirando preocupado hacia la ventana.
  • No he conseguido captar ningún rastro sospechoso desde que llegó, pero no creo que debamos quedarnos mucho más aquí. Deben estar buscándole. – Max asintió.  
  • Recogeré nuestras cosas. Nicky, ve preparando el coche. Debemos salir lo antes posible.

Rugidos del corazón: Capítulo 15.

(Aviso por escenas subidas de tono en este capítulo)

Unos días después tuvieron una noche algo más que movida.

Kenny decidió revisar unos locales abandonados en los que había rumores que eran propiedad de La Orden. Lamentablemente solo encontró a un grupo de ladrones de poca monta que intentaron darle una paliza.

Por suerte, esa noche no había ido solo, ya que Max insistió en acompañarlo y con él, Nicky. Ninguno estaba feliz con la idea de que Kenny fuera solo.

Gracias a eso, no tuvieron problema en acabar con el grupo de ladrones, reduciéndolos y dejándolos listos para que la policía se hiciera cargo de ellos tras una conveniente llamada anónima.

Pero en la trifulca, Max pisó mal una piedra, resbaló y se torció el tobillo. A los pocos minutos lo tenía tan hinchado y amoratado que los otros dos se preocuparon.

Apurados por que se hubiera hecho un daño serio, lo llevaron a las urgencias más cercana que encontraron, que eran humanas, donde les informaron que solo había sido un esguince leve y que se recuperaría con un par de días de hielo y descanso.

Kenny se sentía responsable ya que fue su obsesión por encontrar a Cody lo que los llevó a ese lugar y Max se había hecho daño por su culpa. Con ayuda de Nicky, lo llevaron de vuelta al motel donde se alojaban.

  • ¿Estás bien? – Max bufó. Kenny le ayudó a sentarse en la cama, ahuecándole las almohadas.
  • Si. Jodido, pero bien. – Nicky rio, divertido viendo como el rubio colocaba el pie herido de su hermano sobre un cojín.
  • Podría ser peor. Solo es un esguince. Unos días de descanso y estarás estupendamente.
  • Ya, pero esto fastidia los planes.

Kenny se sentó en la cama junto al moreno y le acarició el cabello. Nicky sonrió al verlos.

  • Nah, en vez de quedarnos un día, pues nos quedamos dos o tres. No te preocupes. Lo importante es que te recuperes bien.
  • Bueno, yo voy a ducharme. – anunció el pequeño. – Creo que luego voy a darme una vuelta. ¿Estaréis bien o me necesitáis para algo?

Los otros dos se encogieron de hombros.

  • Ve tranquilo. Yo pienso dormir temprano esta noche. – respondió su hermano. Kenny asintió a su lado.  

Mientras Nicky se duchaba, Max se removió, incomodo. Durante la escaramuza con los ladrones todos acabaron llenos de barro, polvo y más cosas de las que Max prefería no saber su origen.  

  • ¿Pasa algo? ¿Te duele el tobillo? – le preguntó el rubio, preparándose para coger un nuevo cojín y colocarlo bajo el pie del otro. Este le detuvo, sujetándole de la muñeca.
  • No. Pero voy a necesitar ducharme yo también. Apesto. – Kenny asintió. Él mismo necesitaba lavarse.
  • Si, yo también. Pero a ver cómo te vas a duchar a pata coja sin romperte el cuello.
  • No voy a poder. Voy a necesitar ayuda.

Nicky apareció en ese momento, ya vestido y listo para salir. Max notó que se había arreglado el cabello, dejándoselo suelto y llevaba su camisa favorita. Arqueó una ceja, curioso. Su hermano, al parecer, tenía planes.

  • Que te ayude Kenny. – soltó el pequeño haciendo que el aludido diera un respingo. – Te tienes que duchar también, ¿no? Pues así lo hacéis los dos y Max no se cae y se rompe el cuello.

Max soltó una risita mientras Kenny los observaba, sorprendido.

  • No hace falta… – empezó Max, pero su hermano le cortó.
  • A él no le importa, ¿verdad, Kenny? – le preguntó con un tono que no dejaba lugar a replicas.

Dos pares de ojos, unos castaños y otros azules le dirigieron una mirada inquisidora y Kenny tragó en seco.

  • No… claro que no. – consiguió farfullar. Nicky dio una palmada, complacido.
  • Pues hecho. Vosotros id a la ducha y yo voy al cine. Tengo ganas de ver la última de Marvel. No me esperéis despiertos. – avisó, saliendo de la habitación y dejándolos solos.

Kenny y Max se quedaron un rato, sentados en silencio hasta que el rubio decidió que era mejor no pensarlo demasiado. Podía hacer eso. Podía ayudarle a ducharse sin que pasara nada raro ni se pusiera en completo ridículo.

Podía hacerlo, ¿verdad?

  • Bueno, ¿vamos? – le preguntó, ofreciéndole la mano.

Con cuidado le ayudó a ir al baño, donde le sentó en el retrete para abrir el grifo y graduar el agua de la ducha. Al terminar, vio a Max intentando quitarse la bota que todavía llevaba puesta y fallando miserablemente.

  • Déjame. – le pidió, arrodillándose para quitarle la bota. Lo siguiente eran los pantalones y ahí notó la posición en la que se encontraban.

Kenny tenía la cara a la altura de la entrepierna del otro. Max sonrió, divertido desabrochándose los pantalones.

  • Estás disfrutando esto demasiado. – rio Kenny ayudándole también con los pantalones. Max se quitó la camiseta y la lanzó con el resto de su ropa en un montón. Luego alargó las manos y empezó a abrirle los vaqueros al otro.
  • Pretendo disfrutarlo aún más. – le dijo, ganándose una carcajada.

Kenny ayudó al moreno a entrar en la ducha y lo dejó bajo el agua caliente mientras se quitaba su propia ropa. Con el cabello empapado y el agua resbalando por su cuerpo, Max era lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.

Max le hizo un gesto con el dedo, invitándolo a entrar y el rubio obedeció, sin poder quitarle la vista de encima. Cuando lo tuvo al alcance de la mano, el moreno le sujetó del rostro para besarle, sacándoles un gemido a ambos.

Kenny les hizo retroceder hasta tenerle con la espalda pegada a la pared, los fríos azulejos haciéndole temblar ligeramente. Bajó las manos por su cuerpo, disfrutando de los sonidos que le sacaba al otro con sus caricias. Cuando llegó a su miembro, no se sorprendió al sentirlo duro bajo su mano.

Max le miró, con los ojos oscurecidos, acariciando y mordiendo cada trozo de piel que quedaba a su alcance. Se le escapó un jadeo al sentir los dedos de Kenny rondando su entrada. Solo acariciando y rozando, sin tratar de entrar.

El moreno le acarició con más ímpetu, dándole un leve mordisco en el hombro.

  • Max… – gimió, sujetándole de la mano para detener las caricias. – Max, para. – el otro le miró, interrogante. 
  • ¿Por qué? – le preguntó, con un rugido bajo, lamiéndole el cuello. Kenny se estremeció entero, sintiendo su resolución flaquear.  
  • Porque si sigues así… – jadeó. – …si sigues así no voy a poder detenerme.
  • ¿Y quién te pide que lo hagas?

Kenny, al oírlo, soltó un rugido de pura excitación que hizo temblar los cristales de la ducha. Le cogió de la cintura y le atrajo para besarle, moviendo las manos para sujetarle del trasero y pegarle más contra su cuerpo.

  • ¿Estás seguro? – le preguntó, separándose para poder mirarle a los ojos. El otro asintió, con la respiración agitada. – Bien, pero vamos a la cama, porque aquí nos vamos a matar los dos.

Eso arrancó una risa de Max, que se dejó ayudar por Kenny para salir de la ducha y dirigirse a la cama. Ambos se miraron, con hambre y ganas, pero también con algo de nervios.

Kenny se sentía un poco inseguro. Deseaba eso y sabía que Max también, pero no estaba seguro de que fuera él quien debiera estar en una posición dominante.

Max no tenía sus mismas dudas y le cogió del cuello, para obligarle a besarle, deslizando luego sus manos por el pecho del rubio, acariciándole e instándole a retomar las cosas por donde lo habían dejado en la ducha. 

Kenny seguía inseguro, pero sus miedos se fueron por la ventana cuando Max, viendo que no se decidía, le puso el bote de aceite corporal que habían usado para el masaje en su cara. Soltó una risita y se manchó los dedos para empezar a prepararlo despacio.

Max se tensó al principio, molesto e incómodo por la intrusión, pero no tardó en gemir y jadear cuando el otro encontró un punto en su interior que le hizo temblar de deseo y ganas. Kenny le observaba, extasiado. Con la melena oscura revuelta y aun húmeda, los ojos brillando y el rostro enrojecido, era toda una visión.

Terminó de prepararlo y se quedó dudando de nuevo. Max le besó, sonriéndole con ternura.

  • Vamos… no me hagas de rogar. – le susurró, levantando las caderas para rozar su miembro con el del otro.

Kenny gruñó y se introdujo despacio, observando cada gesto de incomodidad o dolor del moreno para asegurarse de que no le hacía daño. Pero Max le atrapó la cintura con las piernas y le forzó a ir más deprisa.

El rubio empezó a moverse, despacio al principio, más rápido y descontrolado conforme el placer aumentaba. Enredó sus dedos con los de Max y le apretó la mano, besándole para tragarse sus gemidos.

Sintiéndose cerca de acabar, hundió la cara en el cuello del otro y le dio un fuerte mordisco, acariciándole para hacerle terminar también. No era una marca de apareamiento si no un mordisco amoroso que le iba a dejar marca durante días.

La idea de saber que cualquiera podría ver esa marca le excitó más, haciéndole acabar con un rugido ronco.

Max le besó de nuevo, cansado y satisfecho, abrazándole mientras Kenny lamía el mordisco para aliviar el dolor que hubiera podido causarle.

Cuando volvió Nicky casi amanecía. Al entrar, sonrió al encontrarlos dormidos y abrazados. Con cautela se cambió de ropa en el baño y salió de nuevo, en esa ocasión para buscar el desayuno. Ya se burlaría de su hermano por ese mordisco en el cuello cuando amaneciera. 

Pero no tuvo muchas oportunidades. La noche siguiente, quizás provocado por lo ocurrido entre él y Max, quizás por ninguna razón en especial, Kenny tuvo una pesadilla que los desveló a todos.

Una que no sufría desde hacía años.

El rubio soñó con aquella noche cuando Cody le engañó para llevarlo a su casa. La misma noche que atacó a su padre, disparándole varias veces y le confesó que nunca le había querido. También soñó con el Consejo y el momento en que le impusieron la marca. Incluso volvió a su nariz aquel horrible olor a carne quemada.

  • ¿Kenny? – la voz de Max le despertó de tan horrible sueño. Sus manos le estaban acariciando el rostro y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando. – ¿Qué pasa?

Nicky también se había despertado y le observaba preocupado a su espalda. Kenny se quedó en silencio, sollozando sin poder detenerse. Max le abrazó, acariciando su cabello intentando consolarle.

Cuando por fin pareció que se había calmado, Max le secó las lágrimas del rostro y le obligó a mirarle. Se le partió el alma al ver esos ojos celestes enrojecidos y tristes.

  • ¿Qué ha pasado? ¿Una pesadilla? – Kenny asintió. – Lo que fuera ya no puede hacerte daño, tranquilo. – intentó consolarle.
  • Soy un omega. – musitó Kenny, tan bajito que dudaba que los otros dos le hubieran escuchado.

Guardó silencio, esperando a que los otros se rieran de él o le echaran o le insultaran.

Algo.

No se esperaba una nueva caricia en la mejilla y los labios de Max besándole en la frente, mientras que Nicky le besaba el hombro, rodeándole la cintura con sus brazos.

  • ¿Y? Eso no importa. Omega, alfa… da igual. Sigues siendo Kenny. Nuestro Kenny. – y añadió más bajo, casi un susurro. – Mi Kenny.
  • Pero… pero estoy desterrado. Y marcado. No puedo tener familia. – el abrazo de Nicky se hizo más apretado y Max le obligó a levantar el rostro para besarle.
  • Esa marca no significa nada. No puede borrar quién eres ni cambiarlo. Y para mí… para nosotros tú eres Kenny, eres un alfa y puedes tener lo que quieras. Y quien diga lo contrario se las verá con nosotros.

Kenny volvió a sollozar, escondiendo la cara en el cuello del moreno, consolándose con el aroma del otro león, en el que podía notar rastros del suyo propio. Eso ayudó bastante, consiguiendo que dejara de llorar y se quedara dormido abrazado a los dos hermanos.

Al día siguiente, ninguno de los tres comentó nada de lo sucedido. Pero Nicky fue extra amable y Max no dejaba su lado, como si temiera que fuera a romper a llorar de nuevo.

Antes de salir del motel, preparados para dirigirse a una nueva ciudad para seguir buscando pistas de La Orden, Max le arrinconó un segundo en el baño para besarle largo y profundo durante un buen rato, con una sonrisa llena de cariño que iluminó el resto de su día.

  • ¿Adónde vamos esta vez? – preguntó Nicky, sentándose tras el volante.

Kenny se puso el casco y se montó en su moto, arrancándola a la primera.

  • San Francisco. Tengo el pálpito de que ahí puede que si encontremos algo.

Rugidos del corazón: Capítulo 8.

El día que Charles Andrews regresó a Destruction Bay, Kenny llevaba viviendo allí casi dos años.

Había oído hablar sobre él, un medio humano loco que se había unido a La Orden para poder aprender todo de la organización y ahora se dedicaba a tratar de fastidiar todos sus planes a la vez que ayudaba a los miembros de la Comunidad que lo necesitaban.

Ronald habló de él en un par de ocasiones, frente a Kenny y los otros.

Edgar también. Lo hizo el mismo día que apareció por la ciudad, indicando que se quedaría a dormir en la granja. El león sentía mucha curiosidad por el visitante.

¿Qué clase de persona sería?

¿Cómo podía alguien unirse a La Orden, incluso para estudiarla?

¿Qué motivos le impulsaron a hacer eso?

Esas y muchas más preguntas rondaban su mente mientras terminaba de limpiar el granero, la última de las tareas que le quedaban ese día. Tras eso, era libre para hacer lo que quisiera y Kenny estaba considerando sus opciones.

No era sábado, así que no había quedado con los otros. Pero podía bajar para tomar algo con Rose, si no estaba ocupada o, incluso, llamar a Jon y ofrecerle ver juntos el combate que había en la televisión esa noche.

¿Quién iba a decirle que una noche juntos haría que los dos forjaran una buena amistad? Amistad que, a veces, iba un poco más allá.

Salió del granero, dispuesto a entrar y darse una ducha cuando vio un coche desconocido acercarse a la puerta. Extrañado, espero a que el coche se detuviera y observó salir de él a un hombre vestido con traje negro y abrigo oscuro.

El tipo era alto, aunque no tanto como Kenny, con el cabello castaño oscuro, ensortijado y revuelto, como si hiciera días que no se peinara. La barba de varios días empezaba a ponérsele cana y las arrugas de expresión de su rostro mostraban que era bastante más mayor que él.

El hombre abrió el maletero y sacó una mochila que se colgó al hombro antes de que Edgar saliera de la casa y se acercara para saludarle afectuosamente.

Kenny decidió entrar y ducharse antes de que notaran su presencia.

Al salir del baño se tropezó cara a cara con él. Este le sonrió, con una sonrisa tentativa, ofreciéndole la mano para saludarse.

¡Que curiosa era esa costumbre humana de darse la mano!

Los leones solían frotarse las mejillas para saludarse y solo lo hacían con quienes eran cercanos. Así ofrecías tu aroma a un aliado y era, además, un gesto de amistad.

Pero los humanos ofrecían su mano a cualquiera. Lo había visto mil veces, incluso entre gente que no se soportaba.

  • Tú debes ser Kenny. Soy Charles Andrews. Edgar me ha hablado mucho de ti. – Kenny aceptó la mano, preguntándose qué sería lo que habría contado Edgar sobre él a ese tipo.
  • Tú eres el ex cazador. – Charles frunció el ceño antes de volver a sonreír, esta vez más confiado.
  • Si, lo soy. Veo que también te han hablado de mí.
  • Solo un poco. No conozco mucho de La Orden y de su gente. – Charles arqueó una ceja.
  • Curioso porque he oído tu nombre allí. Bastante, de hecho.

Kenny le miró, extrañado. Iba a preguntarle a que se refería, pero Edgar les avisó de que la cena estaba servida y decidió dejarlo para más tarde.

La comida pasó tranquila. Charles y Edgar comentaron sobre varias personas que conocían y poco más. Al acabar, Kenny se ofreció a recoger la cocina y, cuando Edgar se marchó a descansar, el león arrinconó al ex cazador. No había podido dejar de pensar en lo que le dijo antes.

Charles parecía más curioso que preocupado cuando se vio atrapado por el joven.

  • ¿Qué quieres decir con que has oído mi nombre allí? – le preguntó directamente. No había tiempo para rodeos y sutilezas. El otro pareció considerar su respuesta.
  • Hace año y pico, no recuerdo cuanto exactamente, llegó un chico joven a la sede de Illinois. Yo estaba allí haciendo un recado para mi supervisor. Este chico venía desde Canadá muy recomendado, porque, al parecer, presumía de haber dejado a una manada de leones debilitada y de robar unos documentos muy importantes con nombres de muchos miembros de la Comunidad. – Kenny palideció tanto que Charles se preocupó. – Oye, ¿estás bien?
  • ¿Cómo se llamaba? – preguntó, con un hilo de voz temiendo y sabiendo la repuesta.
  • Cody. Cody Knox.

A Kenny le fallaron las rodillas y hubiera ido al suelo si Charles no le hubiera sujetado para evitarlo. Durante lo que le pareció una eternidad pero que en realidad fueron unos pocos minutos, el león no fue consciente de absolutamente nada. Los ojos se le habían nublado y el corazón le retumbaba tanto en los oídos que no podía escuchar nada más.

Charles consiguió arrastrarlo hasta su habitación y sentarle en la cama. Allí se arrodilló frente a él para poder examinarle bien.

  • ¡Kenny! ¡Kenny! – le llamó, casi gritando.
  • Sabía que estaba vivo, pero… – consiguió musitar cuando se recuperó un poco del shock.
  • No es lo mismo saberlo que escucharlo, lo sé. – acordó Charles, levantándose. Se dirigió al baño y regresó con una toalla húmeda con la que le limpió el rostro con cuidado. – Supongo que ese desgraciado hablaba de tu manada.
  • Disparó a mi padre. Robó esos documentos porque yo le dejé entrar a nuestra casa. Va presumiendo de sus logros por mi culpa.

Charles suspiró. Así que lo que había contado aquel niñato era verdad. Había usado al hijo del Alfa para colarse en su casa y poder robarle y dispararle allí mismo. Algo que le hizo ganar muchos puntos ante los superiores y ser trasladado a Illinois, donde estaba la última vez que le vio.

Ese chico era uno de esos futuros peligros para su causa. Ambicioso y despiadado, una mezcla peligrosa y perfecta para la organización.

Ahora sabia también que era un manipulador muy dotado, si había conseguido que el hijo de un Alfa le permitiera entrar en su casa, algo que estaba terminantemente prohibido. Nadie ajeno a la familia podía entrar en una casa de un alfa.

  • Lo siento mucho. Siento haberte traído tan malos recuerdos. – Kenny negó con la cabeza, tapándose la cara con las manos.
  • No. En este tiempo me había hecho a la idea de que no volvería a escuchar su nombre. ¡Qué ingenuo y estúpido he sido! ¡Otra vez! – gimió, con aire triste. – ¿Dónde está?

Charles miró al chico al notar como el tono de su voz había cambiado a más acerado, seco y monótono.

  • Hace bastante de la última vez que lo vi. – respondió. – Seguramente ya no esté allí.
  • ¿Dónde? – rugió.
  • En las afueras de Illinois. La Orden tiene una sede y Cody estaba trabajando allí hace año y medio, que fue la cuando le vi por última vez. Me marche al poco de llegar él.

Kenny asintió, ausente. Tenía la mirada perdida, metido en su propio mundo. Charles le trajo de vuelta, al cogerle del brazo.

  • Entiendo que quieras vengarte de él. Yo lo haría también. Pero ten en cuenta una cosa cuando vayas a hacerlo. Él no está solo. Tiene a toda la organización tras él y dispone de todos sus recursos y personal. Si vas a por él, vas tras La Orden y es algo que no te recomiendo.
  • Entiendo. – Charles negó, con aire triste.
  • No, no creo que lo hagas. Pero lo harás. Piensa seriamente si merece la pena. – le advirtió. – Puedes perder algo más que tu vida si te enfrentas a ellos.

Kenny asintió de nuevo. No se dio cuenta cuando Charles salió de su habitación, dejándole a solas con sus pensamientos.

Esa noche el león no durmió nada. Ni siquiera llegó a moverse de donde lo había dejado el ex cazador.

Pasó toda la noche en vela, pensando, considerando sus opciones y sus oportunidades de que funcionara lo de ir a buscar a Cody.

Primero, tendría que salir de la ciudad. Debería abandonar la seguridad que le proveía ese lugar y sus habitantes y regresar a la cruel realidad. No estaba seguro de estar preparado para ello.

También debía abandonar Canadá y dirigirse a Estados Unidos, algo con lo que había estado soñando desde que se enteró de la existencia de la excursión y que, ahora, le aterraba.

Y la posibilidad de que llegara allí y Cody no estuviera. ¿Dónde iría después? ¿Por dónde podría empezar a buscarle?

Si decidía ir a buscar al otro, sabía que estaba saltando a la piscina sin tener ni idea de si había agua o no. Y las probabilidades de darse el golpe contra el cemento eran muy altas.

El día pasó como un sueño, trabajando sin tener la cabeza en las tareas, si no a kilómetros. Tan distraído estaba que Edgar se preocupó bastante. Y esa preocupación se tradujo en llamada a cierto lobo.

Kenny se sorprendió al ver a Jon acercarse a su sitio favorito de la granja. Era un rincón en el que había un viejo tocón caído en el que Kenny solía sentarse a ver el atardecer. Jon parecía tan fuera de lugar allí, con su cazadora de cuero, las gafas de sol y las botas de motorista que le hizo sonreír sin darse cuenta.

El lobo se sentó a su lado sin decir una palabra. Pasaron en silencio un largo rato antes de que Kenny decidiera romperlo.

  • Voy a marcharme.
  • ¿Cuándo? – Jon no parecía realmente sorprendido, solo triste.
  • No lo sé. Pronto, supongo. Tengo una pista de donde puede estar Cody. – Kenny le había contado hacía tiempo lo ocurrido en Winnipeg.
  • ¿Estás seguro de que es buena idea?
  • ¿Si tuvieras una pista de Colby, no irías? – le preguntó de vuelta.  
  • Preferiría que te marcharas a buscar una pareja, no venganza.

Kenny se giró para poder mirar al lobo que abrió los brazos ofreciéndole un abrazo que el león aceptó encantado. Sabía que no iba a tener esa clase de consuelo en mucho tiempo, tal vez nunca.

  • Prométeme que te despedirás de nosotros y que vas a cuidarte mucho. No dejes que ese bastardo pueda contigo. No permitas que te manipule. – le susurró al oído, sin dejar de abrazarle.
  • Te lo prometo.

Una semana más tarde, Kenny cruzaba la frontera de Canadá con Estados Unidos acompañado de Charles quien conducía una vieja camioneta.

Los planes eran que el ex cazador le ayudaría a cruzar la frontera y le dejaría en Dakota del Norte. Allí, Kenny se reuniría con un amigo del otro hombre, quien le tendría preparada documentación con un nuevo nombre para él y un medio de transporte que le ayudaría a llegar a su destino.

Kenny estaba asustado y nervioso, pero, a la vez, emocionado. No sabía que le depararía esta nueva parte de su vida, pero iría a por ello con todo lo que tenía. Y si podía localizar a Cody, mucho mejor.

Seis meses tardó Kenny en encontrar una pista sobre el paradero de Cody.

Llegó a Dakota del Norte y se reunió con el contacto de Charles, que, para su sorpresa, resultó ser una bibliotecaria. El león no podía salir de su estupor cuando aquella menuda mujer le encañonó con un rifle de caza hasta que le demostró ser amigo del ex cazador.

Alba, que así se llamaba la mujer, le entregó sus nuevos documentos de identidad, una mochila con ropa nueva y una vieja Yamaha que aún ronroneaba como un gatito cuando arrancaba.

Kenny estaba entusiasmado con la moto. Siempre había querido una y esa, aunque estuviera algo deslucida, era un verdadero sueño para él. Le costó un poco controlarla al principio, pero ahora era como una extensión de sí mismo en la carretera.

Con eso y algo de dinero que te había guardado mientras estuvo en Destruction Bay, se dirigió hacia Illinois. Pero como le advirtiera Charles, al llegar allí no encontró nada.

La base que existiera allí cuando Charles trabajaba para La Orden, había desaparecido. Revisó el abandonado local pero solo encontró papeles rotos o quemados y poco más.

Aquello le frustró lo indecible. Después de semejante viaje y todas las molestias que se había tomado, ahora se encontraba con nada.

Sin embargo, un día más tarde un indigente que dormía una calle más lejos le comentó que había oído hablar a los que se encargaron de trasladar el material del local y que estos dijeron que iban a llevar todo a Atlanta, Georgia.

Y Kenny puso rumbo hacia a Atlanta.

Durante meses, el león viajó de un lado al otro del país, buscando una pista de Cody sin encontrarla y siguiendo rumores. Se había tropezado con algunas bases de la organización, detuvo algunas operaciones, pero no encontraba a nadie que le diera alguna indicación sobre el paradero del humano que buscaba.

Meses y meses dando vueltas hasta el día que volvió a escuchar su voz en Corpus Christi, Texas.

Fue por pura casualidad, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde, con la moto vibrando entre sus piernas y la lluvia empapando su chaqueta. Un coche negro y grande, de aspecto caro, se detuvo a su lado y una de las ventanillas del asiento de atrás se abrió un poco para que su ocupante tirara un chicle usado.

Y en ese segundo que estuvo la ventanilla abierta, escuchó la voz inconfundible de Cody.

Jamás podría olvidar esa voz que tantas pesadillas le había causado.

Se quedó helado en el sitio mientras veía alejarse el coche hasta que las bocinas de los coches tras él le regresaron a la realidad. Arrancó la moto y persiguió al coche.

Llegaron a una zona industrial cerca del puerto, repleta de grandes naves donde La Orden prefería poner sus negocios. Había descubierto que sentían predilección por esa clase de ubicación a la hora de realizar sus peores experimentos.

Fue esa la razón por la que no se lanzó de cabeza a despedazar al otro en cuanto le vio salir del coche. Quería asegurarse de que no había nada raro en esa nave.

Dejó que el otro pasara e hiciera sus recados mientras él se dedicaba a averiguar cuantos hombres habría en el interior.

Tras un buen rato dando vueltas y asomándose por donde podía, que había unos tres hombres además de Cody y sus acompañantes. Lo que hacía un total de diez.

También hizo otro descubrimiento más preocupante. Había dos personas en sendas camillas en una de las habitaciones del local. Apartadas, vigiladas, atadas y con algún tipo de maquina conectada a sus cuerpos.

Aquello no pintaba bien para los ocupantes de las camas, que estaban pálidos como cadáveres.

Eso fastidiaba sus planes. No podía entrar, solo, cuando había tantos soldados a los que enfrentarse. Diez eran demasiados para él. Debía esperar a que se fuera Cody y, esperaba, que le acompañaran la mayoría.

Pero si dejaba ir a Cody… ¿Cuándo podría volver a encontrarlo? Le volvería a perder la pista y había tardado mucho en encontrarlo.

Se debatía internamente en qué hacer. Lo correcto o lo que deseaba. Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que no era una elección fácil.

Se sintió morir un poco cuando dejó ir el coche negro con Cody y su camarilla en su interior. Los vio alejarse hasta que desapareció en el horizonte y, maldiciendo por lo bajo, se dirigió a la nave.

Tenía un sitio que destrozar, unos soldados a los que apalizar y unas personas a las que salvar. No pensaba dejar a nadie atrás.

Se coló discretamente, intentando no llamar la atención de los guardias. Quedaban tres, si no había contado mal.

Fue hasta la habitación en la que había visto las camillas y lo que se encontró le puso los vellos de punta, de puro horror. Era mucho peor de lo que había imaginado.

Como viera antes, había dos camillas ocupadas por sendas personas. Por el aspecto Kenny pudo comprobar que se trataban de una sirena y una ninfa. Una combinación curiosa, por decir algo.

Ambas tenían una aguja clavada en el brazo que parecía estar extrayéndoles la sangre y, por su palidez extrema, no quedaba mucho tiempo antes de que las desangraran vivas. Con mucho cuidado, las desconectó de las máquinas y les tomó el pulso. Era débil pero constante. Necesitaban un médico, pero uno que perteneciera a la Comunidad.

Al llegar a la ciudad se encontró con una familia de trolls que regentaban un supermercado y que le dejaron su número por si necesitaba alguna cosa para la moto. Ellos podrían ayudarle a buscar ese médico, así que Kenny se apresuró a llamarles.

Explicó lo mejor posible al cabeza de familia dónde estaba y que ocurría, haciéndole prometer que enviaría a alguien para recoger a las víctimas que necesitaban con urgencia ayuda médica.

Luego, se dispuso a deshacerse de los guardias.

Lamentablemente, no contó bien cuantos había. Un cuarto guarda apareció tras él, disparándole por la espalda. Por suerte, la bala solo le atravesó el antebrazo, en una herida limpia.

Se encargó del tipo y luego se sentó a intentar taparse la herida, de la que manaba abundante sangre.

Para su sorpresa, el móvil del ultimo guardia sonó, reflejando en su pantalla el nombre de Cody. Un intenso escalofrío le recorrió al contestar el teléfono y oír de nuevo la voz del otro.

  • ¡James! ¿Por qué has tardado tanto en contestar? – Kenny sintió su corazón detenerse durante un segundo. Era doloroso escucharle sabiendo ahora lo que sabía.
  • James está muerto, Cody. – se hizo un silencio sorprendido al otro lado de la línea.
  • ¿Quién eres?
  • ¿No lo sabes? ¿No eres capaz de reconocer mi voz?
  • No… no puede ser. – Kenny soltó una risita cruel, disfrutando del estupor y el miedo que reflejaba la voz del otro.
  • Si que puede ser. Empieza a mirar por encima del hombro, Cody. Voy a por ti. – le advirtió antes de cortar la llamada y romper el teléfono.

Se levantó del suelo y se dirigió hacia la habitación donde estaban las camillas. Empezaba a marearse por la pérdida de sangre así que se dejó caer al suelo sentado cuando consiguió llegar a su destino.

Ahí fue donde le encontraron los refuerzos, formados por un médico de la Comunidad, el troll del supermercado y dos más a los que no conocía de nada, pero olían como elfos.

Luego, perdió el conocimiento.

Cuando lo volvió en sí, un tiempo indefinido después, estaba tumbado en una cama, con el brazo vendado y sus cosas colocadas en una silla a su lado. No reconocía el lugar. Preocupado, se sentó, pero el dolor de la herida le hizo soltar un gemido que alertó al dueño de la casa en la que se encontraba.

  • Veo que ya te encuentras mejor. – le saludó un hombre, de unos cuarenta años y que olía a bosque y madera. ¿Un hada?
  • Si, gracias. Gracias por curarme. – el hombre sonrió.
  • Gracias a ti por rescatar a esas chicas. Llevaban desaparecidas un mes. Ya las dábamos por muertas.
  • ¿Cómo no las habíais encontrado antes? – el hombre suspiro, triste y cansado de repente.
  • Cuando La Orden se lleva a alguien, ya lo puedes dar por muerto. Demasiados escondites, demasiada vigilancia… no sabíamos que seguían aquí. Imaginaba que ya las habrían usado y tirado, como hacen siempre. – horrible, pero cierto. Lamentablemente.
  • ¿Para qué querrían su sangre? – preguntó, recordando la máquina a la que estaban conectadas las chicas.
  • Se rumorea que están experimentando, intentando crear algo que nos extermine. Pero aún no han dado con lo que buscan. Y esperemos que jamás lo consigan o estaremos muertos.

Kenny se estremeció, pensando en esa imagen. La idea de que La Orden estuviera gastando medios y tiempo en averiguar una manera de exterminarles era para sentir algo más que miedo.

Y Cody estaba detrás de todo eso. Él había mantenido ese lugar y ocultado a esas chicas para experimentar con ellas, haciéndoles daño para su beneficio.

¿Cómo había podido estar tan ciego con ese tipo? ¿Cómo no había sido capaz de ver lo que era en realidad?

El medico carraspeó, repentinamente incomodo por algo. Kenny no tenía idea de que era lo que ocurría, pero intuía que no iba a gustarle.

  • ¿Sí? – preguntó a pesar de que no deseaba saberlo. La mirada de culpabilidad del otro decía mucho.
  • Lamento tener que pedírtelo… sobre todo, después de lo que has hecho, pero no puedo… o sea, no puedes… – Kenny sintió sus mejillas arder de vergüenza y se llevó la mano a la nuca de manera inconsciente.

Su melena había crecido lo suficiente para tapar la marca, pero seguía ahí. El hombre debía haberla visto al curarle.

  • Oh… sí, entiendo. Me marcharé enseguida. – repuso con pena. El otro le miró apesadumbrado.
  • A mí no me importa. Y ya te digo que después de lo que has hecho, mucho menos. Pero el Consejo no quiere a un desterrado en su ciudad. Algunos son muy anticuados para la época en la que vivimos. – se excusó.
  • No pasa nada, no se preocupe. – Kenny empezó a ponerse la camiseta que estaba en la silla.

El hombre le ofreció una bolsita que el león cogió, desconfiado. Al abrirla vio un montón de gasas, vendas, esparadrapo y desinfectante en su interior.

  • Debes curarte la herida al menos una semana más. A diario. Si tienes problemas o se te infecta, ve a un médico. Por una cosa así podrás acudir hasta al de los humanos. No corres peligro. Con esto creo que tendrás de sobra. Guarda por si necesitas más adelante.
  • Gracias.
  • No. No me las des. Siento que tengas que marcharte así. Tu moto está aparcada delante de la puerta.

Kenny asintió y salió del lugar, con su mochila a cuestas y el casco en la mano. Como le dijera el otro, su moto estaba esperándole en la entrada. Se subió en ella y arrancó.

Ahora… ¿hacia dónde se dirigía para encontrar a Cody de nuevo?

Rugidos del corazón: Capítulo 7.

(Aviso: Escenas subidas de tono.)

Había pasado todo un año desde que Kenny llegara a Destruction Bay.

Doce meses de trabajo duro en la granja, de ir todos los fines de semana a la cafetería a tomar algo con los hermanos lobo y Jerrad, con los que había trabado una curiosa amistad.

Doce meses de hacer reír a Rose, la protegida de Jerome y que ella le usase de conejillo de indias cuando quería probar un nuevo tinte o peinado, usando su melena, la cual había dejado crecer de nuevo.

Doce meses de sentarse a ver puestas de sol en su rincón privado en la granja, sintiendo la soledad como si fuera un ente vivo que siempre le acompañaba.

Había sido un año duro, para ser sinceros. Pero seguía vivo y cuerdo y se sentía algo más fuerte que antes de llegar allí.

Un poquito más sano que un año antes.

Esa tarde, como cada sábado, estaba en la cafetería, tomando algo con los demás.

Llegaban y bebían algo, mientras comentaban el partido que estaban retransmitiendo en el televisor en ese momento. Cervezas o refrescos y unas patatas fritas y mucha conversación y compañía. Una noche de sábado más que pasaban juntos.

A Kenny le encantaban esas noches. Eran las únicas en las que no se sentía tan solo todo el rato. Y podía decir sin duda alguna que esos tres que le acompañaban en ese momento eran sus amigos. En su peculiar manera, eso sí.

En esos sábados de patatas y deportes por cable llegó a conocer muy bien a esos tres hombres.

Jerrad, el dragón, era alguien muy interesante con el que hablar. Tenía cientos de años y había participado en varias guerras a lo largo de la historia humana porque era un soldado que no sabía dejar de pelear y buscaba cada batalla que existiera para poder saciar su sed de pelea.

Pero en la última en la que estuvo había hecho mucha amistad con su batallón y se acabó descubriendo por protegerlos. Lamentablemente, eso hizo que el ejército para el que trabajaba intentara capturarlo y fueron sus hombres quienes le sacaron de allí y le ayudaron a llegar a Destruction Bay. Unos pocos se habían quedado allí con él, hasta que las cosas se calmaran. Por eso Jerrad era tan protector con la ciudad.

Protegía a sus leales hombres.

Además de un soldado, Jerrad era un ávido lector de casi cualquier clase de novela que cayera en sus manos y adoraba hablar sobre ellas con quien fuera. Eso fue lo que los llevó a hablar civilizadamente por primera vez, semanas después de su primer encontronazo. Kenny defendió una de las novelas de Stephen King frente a Rose, a quien no le entusiasmaba y llamó la atención del dragón, que no tardó en unirse a la discusión.

A partir de ahí, era uno de sus temas favoritos para hablar. Su relación era más bien cortés, pero podía considerarlo alguien que le ayudaría si lo necesitara de verdad.

Con los lobos fue algo distinto.

Joseph, el mayor de los dos, era un tipo tranquilo, al que le gustaba el deporte, tanto verlo como practicarlo y salía a correr todas las mañanas temprano. Obviamente, en un lugar tan pequeño no tardaron en encontrarse, ya que Kenny también corría antes de desayunar y empezar con su día. Al principio se ignoraron mutuamente, escogiendo cada uno caminos separados, pero pronto acabaron entablando conversación y dándose cuenta de que tenían algunas cosas en común.

Ambos valoraban la familia y el deseo de formar una, sobre todo.

Ahora, cuando salían a correr todas las mañanas, hablaban, Joe sobre sus hermanos y su infancia y Kenny sobre cómo eran las cosas en su casa cuando todo era normal y él seguía teniendo una familia.

En cuanto a Jon, la cosa fue muy distinta a los otros dos.

Muy muy distinta.

Joseph le obligó a acompañarlo uno de los sábados a tomar algo y el otro casi no habló en toda la noche. Solo le observaba de una manera que le hacía sentir ligeramente incómodo.

Kenny estaba preocupado, porque Jon siempre parecía preparado para saltarle al cuello por alguna razón que él desconocía.

La siguiente vez que acompañó a su hermano, después de un par de cervezas, se relajó e, incluso, participó varias veces en la conversación. Y fue mucho más agradable.

Resultó que Jon tenía un sentido del humor muy cortante y sarcástico y Kenny se encontró riendo de alguna de sus réplicas sin darse cuenta.

Las miradas de Jon prosiguieron, pero cambiaron ligeramente, pasando de hacerle sentir incomodo a intimidado en el buen sentido.

Una noche, Joseph no pudo acudir a la cita porque debía acompañar a Ronald a un recado y a Jerrad le surgió un imprevisto con sus hombres y se quedaron los dos solos.

Esa noche empezó un poco incomoda, con ambos sin saber muy bien cómo o de qué hablar sin los otros dos haciendo de puente. Pero la cosa mejoró cuando alguien sintonizó un combate de artes marciales mixtas en el televisor y resultó que los dos eran fans. Compartieron unas alitas a la barbacoa y unas patatas mientras comentaban la pelea y fue una muy buena noche.

Al salir, Kenny se sentía feliz y cómodo y agradeció el fresco de la noche, tras pasar la ultima hora casi sudando en la cafetería. Acompañó a Jon al aparcamiento para llevarle de vuelta a casa en su coche, porque este había tomado un par de cervezas de más.

El lobo se había quitado la chaqueta de cuero, quedando en mangas cortas y Kenny se sorprendió admirando como le quedaba la camiseta cuando Jon le pilló. Su rostro cambió radicalmente, pasando de la sonrisa despreocupada que portaba al salir del local a una expresión depredadora. Le cogió del brazo para arrastrarle hasta el callejón, donde le arrinconó para besarle.

No fue un mal beso, pero si inesperado y denotaba más desesperación que ganas, como si tratara de probarse algo. Kenny se dejó hasta que el otro acabó rompiendo el beso, mirándole con sus ojos azules llenos de culpabilidad y, sin dejar de sujetarle de los brazos.

El joven león levantó una mano para acariciarle el cabello cuando el otro apoyó la cabeza en su pecho, intentando consolarlo un poco. Cuando por fin se separaron y se sentaron en la camioneta, Kenny se atrevió a preguntarle.

  • ¿A qué ha venido eso?
  • Lo siento mucho, no debí hacerlo. Lo siento. – Kenny le dio un apretón suave en el hombro.
  • Oye, no pasa nada. No importa, en serio. – le dijo, sonriendo. – Hubiera sido agradable, si no pensara que lo has hecho más para probar algo que porque te apeteciera. – la mirada de culpabilidad del otro se acentuó.
  • Intentaba hacer caso a Jerome y seguir con mi vida, pero no puedo olvidarle. Estaba besándote y en mi mente solo le veía a él.

Kenny suspiró. Podía comprender como se sentía su amigo. Hubo un tiempo en que él también pensaba que no podría sustituir a Cody.

Veía la misma desesperación por olvidar en los ojos del lobo.

¿Estarían los dos condenados a vivir con su corazón en manos de personas que no lo merecían? ¿O podrían rehacer sus vidas en algún momento?

Lo que fuera a pasar, no sería esa noche.

  • Es normal, Jon. Le amas. Si amas a alguien así cuesta mucho olvidarlo. Quizás un día encontremos quien nos haga borrar esos nombres de nuestras mentes.  
  • Lo siento.
  • No te disculpes más. – le regañó, poniendo su mano en la rodilla del otro. – Ninguno de los dos está preparado para nada aún. – terminó, con una risita.

Jon asintió.

  • ¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres? – Kenny se encogió de hombros.
  • Yo no estoy seguro aún. Pero no me disgustaría saldar cierta deuda antes de pensar en rehacer mi vida.

Kenny se inclinó y besó suavemente a Jon. Esa vez, el beso fue más lento y dulce, más un consuelo que otra cosa y se sintió bien. Y Kenny se dio cuenta de que podría volver a enamorarse y ser feliz con alguien más en un futuro. Que Cody no había estropeado eso para él.

Y se sintió feliz por ese descubrimiento.

Por eso mismo invitó a Jon esa noche a su habitación. Ambos tenían muy claro de que no era más que puro consuelo y necesidad de no sentirse solo por una noche. Una promesa de que mañana todo estaría bien y se podría arreglar.

Kenny echó los brazos al cuello de Jon cuando le besó, una vez cerrada la puerta de su habitación, abrazándole fuerte y permitiéndose una cercanía que hacía demasiado que no sentía. Su corazón saltó en su pecho cuando el otro le correspondió, rodeando su cintura para atraerlo y pegarle más a su cuerpo.

Se besaron durante un largo rato hasta que Kenny se obligó a separarse, con los labios hinchados y los pantalones más apretados que antes. Jon tenía las pupilas dilatadas y las mejillas rosas y le parecía lo más adorable que había visto en mucho tiempo.

Se alejó de él un par de pasos, sin soltarle la mano y se dirigió hacia la cama. El otro no tardó en seguirle, cogiéndole de nuevo de la cintura para besarle más intensamente mientras se dejaban caer en el colchón.

Se besaron así, tumbados en la cama y con la ropa puesta por lo que parecieron horas, sintiendo como la excitación de ambos iba creciendo cada vez más, hasta quedar jadeando y muertos de ganas. Jon le acarició por encima del pantalón, mordiéndole el cuello y Kenny gimió al sentir sus colmillos rozarle la piel.

De repente, toda la ropa sobraba. El león nunca había odiado tanto unos pantalones como a los de Jon cuando se le atascó la cremallera. El lobo rio, entre excitado y divertido y le apartó las manos para poder quitarse los pantalones sin tantos problemas. Kenny le imitó, lanzando bien lejos la camisa y los vaqueros.

Los dos se quedaron un largo minuto así, de rodillas en la cama en ropa interior y mirándose. Jon dibujó una sonrisa lobuna en su rostro cuando gateó para acercarse, besándole de nuevo. Con una mano en su pecho, obligó al león a tumbarse boca arriba, sin romper el beso. Kenny gimió al sentir su peso sobre él, las manos recorriendo sus costados hasta llegar a la cintura de sus calzoncillos. Jon se los bajó despacio y rompió el beso para disfrutar de la vista.

Kenny se sintió intimidado por esa mirada y trató de distraerse quitándole a Jon su propia ropa interior, cosa que divirtió aún más al otro. La mano del lobo se colocó sobre su miembro, acariciándole con tortuosa lentitud sin dejar de mirarle a los ojos haciéndole gemir más fuerte y sin control. Kenny podía sentir la dureza del lobo rozándose contra su muslo y decidió corresponderle, sorprendiéndole, antes de besarle con más violencia.

El ritmo de las caricias se intensificó y Kenny sentía que no iba a poder aguantar más. Agarró la muñeca de Jon, deteniéndole y ganándose una mirada interrogante.

  • Como sigas, acabamos antes de empezar. – le dijo, con la respiración entrecortada. – Déjame… déjame probarte.

Jon asintió, los ojos oscurecidos de pura lascivia e intercambio de lugar con el león, quien le obligó a quedar recostado contra el cabecero de la cama. Kenny le dio un corto beso antes de empezar a descender, beso a beso, por su cuello, su pecho, su estómago… La respiración del lobo se volvía cada vez más errática y se quedó totalmente sin aire al notar el calor de la boca del león rodearle su miembro. Kenny degustó su sabor, soltando un quejido cuando Jon le agarró del pelo con más fuerza de la necesaria. Sin embargo, no hizo nada para liberarse. 

La mano en su cabello aflojó su agarre, acariciándole la nuca y la marca, algo que le hizo tensarse. La voz de Jon fue dulce cuando le habló.

  • Lo siento. No quería incomodarte. – Kenny dejó de lamerle, para alzar la mirada.
  • No pasa nada. – Jon le atrajo y le besó, primero en los labios y luego en la marca.
  • Esto no significa nada. No te hace menos que los demás. No dejes que te controle. – le susurró, volviendo a besarle en los labios.

Jon le volvió a tumbar en la cama, una de sus manos deslizándose hacia su entrada para empezar a prepararle. Con desesperante lentitud, fue abriéndole hasta que consideró que estaba listo. Retiró los dedos y empezó a introducirse despacio, gruñendo al sentir la estrechez y el calor del otro.

Pronto estaban ambos llenando la habitación de gemidos y gruñidos, el aire caldeándose a su alrededor mientras Jon seguía moviéndose en su interior, cada vez a un ritmo más acelerado y errático.

El lobo empezó a notar como el orgasmo le alcanzaba y se apresuró a volver a acariciar a Kenny, intentando y consiguiendo que llegara antes que él. Al sentir su mano manchada, se permitió terminar, escondiendo el rostro en el cuello del otro y mordiéndole, tan fuerte que a Kenny se le escapó un rugido de sorpresa y excitación.

Aun jadeando, Jon rodó a un lado, liberando al león de su peso. Hubo un momento de silencio, en el que el lobo no sabía qué hacer. No estaba seguro de si debía quedarse o irse a su casa con su hermano.

Kenny acabó con su dilema, echándole un brazo encima y colocando su cabeza en el pecho del otro. Jon sonrió.

Había sido agradable y se sentía mucho menos solo y triste que antes. Pero seguía pensando en Colby y en que le seguía queriendo y echando de menos a pesar de lo que había hecho.

Besó al león en el pelo y se dispuso a dormir.

Un día, tendría que reunir el valor suficiente para volver a salir y buscar a Colby. Ya fuera para perdonarlo o matarlo. Eso lo decidiría en su momento.