Y se acabó. ¡Gracias por seguir la historia! Puede que la ponga en Amazon o no… pero al menos ya está aquí.
Había pasado un par de días desde que Lydia usara la reliquia para resucitar a Max, con la ayuda de Kenny. Dos días en los que Max los había pasado tranquilamente recuperándose en la enfermería, descansando y siendo revisado por los médicos hasta el cansancio.
Nicky le contó lo que había ocurrido con algo de más detalle. Max no recordaba nada desde el encontronazo con Cody. Ni siquiera recordaba el interponerse entre Kenny y la pistola. Ni morirse.
Era como si hubiera estado durmiendo sin soñar.
Fue muy extraño y estaba aún algo asustado por todo lo ocurrido. Pero más extraño fue cuando notó que Kenny no había venido a verle desde que despertara.
Dos días atrás.
¡Y cómo lo echaba de menos! Se preguntó, no por primera vez, si tal vez Kenny no venía porque no podía mirarle a la cara. Y no era para menos. No estaba seguro de como sentirse el mismo sobre su «resurrección».
¿Cómo debía sentirse su amigo?
Al contrario que Kenny, Nicky no se había separado de su lado. Parecía aterrado de hacerlo, como si al dejarle solo, Max fuera a desaparecer y eso le rompía un poco el corazón al mayor. No quería que su hermano pequeño estuviera siempre tan asustado por él.
La puerta de la habitación se abrió y Max alzó la vista, esperanzado. Sin embargo, su rostro se volvió a entristecer al comprobar que era otro de los médicos.
Nadie más. Nunca Kenny.
Su hermano notó el cambio de expresión y frunció el ceño, molesto. Tampoco entendía porque su amigo no había venido aun a ver a Max. No, después de lo que le confesó.
- ¿Quieres que le llame? – ofreció, pero Max negó con la cabeza.
- No. Si no quiere venir, no le vamos a obligar. – Nicky rodó los ojos. Esos dos podían ser exasperantes.
- ¡Vamos! Se arriesgó a que le pasara algo solo para traerte de vuelta. Dijo delante de mí que no podía estar sin ti. ¿Y ahora se esconde? Voy a patearle el culo. – gruñó, haciendo el amago de levantarse para salir, pero Max le cogió de la mano, deteniéndolo.
- ¡No! déjale, sabes que no lleva bien estas situaciones.
- Eso no es excusa. – refunfuñó el pequeño, aun a sabiendas que su hermano tenía razón. El principal problema de Kenny era su incapacidad para tratar con esas situaciones.
- Si lo es. Kenny no sabe tratar con estas cosas. – Nicky bufó, pero le besó la mejilla, antes de levantarse de la silla que no había abandonado en dos días. No le hacía gracia, pero alguien tenía que ayudar a esos dos idiotas.
- Tu descansa. Voy a asegurarme de que está bien. Y de que no está haciendo el tonto por ahí. ¿Vale? No tardo nada.
Max le dejó ir, preocupado por su amigo. Bien sabia él que Kenny no solía lidiar bien con sus sentimientos cuando eran demasiado fuertes y esta situación les sobrepasaba a todos. Pero si alguien podía hacerle volver a la normalidad, ese era Nicky. Su hermano sabía cómo tratarle.
Varias plantas más arriba, en la habitación que Arthur les dejó, Kenny consideraba si recoger sus cosas y marcharse o esperar a que Max se encontrara mejor para poder despedirse como debía.
La idea de que pudiera quedarse con los otros dos ni se le pasaba por la cabeza. Estaba seguro de que, después de lo ocurrido, no lo iban a querer cerca. Era un asesino con las manos manchadas de sangre y Max había muerto por su culpa.
¿Cómo iban a quererle con ellos?
La llegada de Nicky a la habitación le pilló por sorpresa y se le notó la expresión de culpabilidad. No se esperaba que el joven león se separara del lado de su hermano. Nicky le miró, con una ceja arqueada y dirigió una mirada de puro fastidio al ver la mochila sobre la cama.
- Espero que eso no signifique que vas a salir de aquí sin nosotros. Porque, si es así, te mataré antes de que salgas por esa puerta. – le amenazó. Kenny se sintió culpable por haber pensado precisamente eso.
- Nicky…
- No, Nicky no. No me vengas con gilipolleces, Kenny. No vas a irte. No sin nosotros.
- ¡No puedo quedarme! – el pequeño bufó, frustrado.
- ¿Por qué? No, venga. Dime por qué. – Kenny bajó la mirada, apesadumbrado. – ¿Qué pasa, Kenny? ¿Por qué quieres dejarnos?
- No quiero dejaros. Pero, Nicky… he matado… he asesinado a varios hombres y destripado a Cody. Le arranque el corazón. ¿Cómo podéis estar conmigo después de eso?
- ¿Y? – preguntó el pequeño con el rostro impasible. – Kenny, somos leones. Y estamos en guerra contra La Orden. Entre ellos y nosotros, nos elijo nosotros. Elijo sobrevivir. Elijo que hayas matado a ese cabrón que te hizo tantísimo daño y asesinó a mi hermano. ¿Le arrancaste el corazón? ¡Yo me lo habría comido! – terminó sin pestañear.
Kenny sabía que tenía razón, pero no quería aceptarlo.
- Aun así…
- No. No hay excusas. – le cortó el pequeño. – Ahora debes olvidarte de eso y superarlo. Sé que no te gusta la idea de haber quitado unas vidas. A nadie le gusta eso, pero estabas en peligro de perder la tuya. ¿Lo mejora? No, pero es lo que hay.
- No sé si podre. – repuso, negando con el cabeza apesadumbrado. Nicky le puso una mano en el brazo y le dirigió una mirada cariñosa.
- Si, podrás. Ahora quiero que bajes a la enfermería y le digas a mi hermano lo que me dijiste a mí. – le ordenó y Kenny se espantó de solo pensarlo. ¿Decirle eso a Max? – Porque él se cree que no vas a verlo porque no te importa o porque te da asco mirarle. Y eso sí que no, Kenny. Llevo viéndoos bailaros el agua desde hace meses. Meses. Y hace dos días me confesaste que no podías vivir sin él. Ve y díselo a él. O te pateare el culo por hacer sufrir a mi hermano.
Con un suspiro, Kenny obedeció y se dirigió hacia el ascensor, descendiendo hasta la enfermería en la que se encontraba el otro león. Ya en la puerta, se quedó mirando al interior, a la cama de Max, que estaba sentado leyendo un libro. No se decidía a entrar, asustado de que el otro no quisiera verlo.
- Sería mejor que entraras. Desde ahí pareces un acosador. – le llamó Max, con una sonrisa frágil en los labios. Kenny obedeció, cabizbajo e inseguro. – Creí que no ibas a venir a verme nunca. – le dijo cuando estuvo por fin junto a la cama, alargando la mano. Kenny lució culpable y cogió su mano, apretándola suavemente.
- Lo siento. – se disculpó. – Quería venir, pero pensé que no querrías verme. – Max le miró extrañado.
- ¿Por qué no iba a querer verte? Si no fuera por ti, estaría muerto. Kenny, ¿Por qué pensabas eso?
- Soy un asesino.
Max bufó con fastidio. La misma expresión que le había dado Nicky un rato antes. A veces esos dos parecían gemelos, de lo parecido que reaccionaban a ciertas cosas. Resultaba inquietante.
- No eres un asesino. A los que mataste en defensa propia eran los asesinos, no tú. Tu estabas defendiéndote. Protegiéndonos a los dos. Ese tipo iba a matarte sin darle más vueltas. Lo sé, eso lo recuerdo.
El recuerdo de Max siendo disparado y su cuerpo cayendo al suelo, sin vida le golpeó, haciéndole estremecer. A pesar de tenerle ahí, vivo y bien, Kenny sabía que tendría pesadillas con ese momento durante mucho tiempo.
- No pude protegerte. – la mano de Max apretó la suya, obligándole a prestarle atención.
- A menos que fueras adivino, no podías evitarlo. Hiciste lo que pudiste. No te culpo por lo ocurrido.
- Yo sí. – repuso, con los ojos llenos de lágrimas. Max le acarició la mejilla, secándole una lágrima traicionera que se escapó de sus ojos.
- Pues no lo hagas. – le murmuró. – Y salvaste la reliquia.
- Eso no era lo que debía salvar.
- Pero al hacerlo, me salvaste a mí también. – Max le sujetó de nuevo de la mano y entrelazó sus dedos. Kenny alzó la mirada, mirando a los cálidos ojos castaños del otro. – Gracias.
- No me las des. Era lo menos que podía hacer. – Max negó.
- No, no era lo menos que podías hacer. No tenías que hacerlo. – Kenny le apretó la mano, tirando de él hasta abrazarlo.
Y eso sí que no. ¡Claro que tenía que hacerlo! Max era lo más importante de su vida. No podía vivir sin él. No podía ni respirar mientras estuvo muerto. Le quería demasiado como para poder vivir sin él.
- Si tenía. Si que tenía. No podía estar sin ti, Max. – murmuró, con el rostro oculto en el cuello del otro. – No puedo estar sin ti.
Max se separó y le sujetó del rostro, sonriendo. Para Kenny era la sonrisa más bonita del mundo y le llenó el corazón de alegría.
- Yo también te quiero. – le dijo antes de besarle en los labios con ternura.
Kenny sonrió en el beso, feliz por primera vez en mucho tiempo. O permitiéndose ser feliz, para ser más exactos. Permitiéndose ser feliz como no lo había sido desde que se fue de su hogar en Winnipeg.
Acarició el cabello de Max, disfrutando de su tacto y profundizó el beso. No era el primero que se daban, ni de cerca.
Pero este era el primer beso que le daba permitiéndose pensar en el otro como su futura pareja.
Permitiéndose soñar un poquito con ese futuro que podían tener ahora juntos.
Kenny ya se estaba sentando en la cama, con una mano en el rostro de Max y la otra apoyada en la almohada, escuchando el gemido que se le escapó al moreno cuando un carraspeo a su espalda les hizo separarse bruscamente.
Nicky les estaba observando desde la puerta, riéndose nada discretamente. Kenny sintió sus mejillas arder de pura vergüenza. Tampoco era la primera vez que el pequeño les pillaba de esa manera.
- Estoy dándome cuenta de que como no me dé prisa, me vais a hacer padrino antes que yo a vosotros. Y de eso nada. No pienso permitir que me adelantéis. – Max rio, tapándose la cara con una mano mientras negaba con la cabeza.
- ¿En serio, Nicky? ¿En serio? – le regañó su hermano, aunque no podía ocultar una sonrisa. – Pues espabila porque no podemos emparejarnos hasta que tu traigas a la tuya.
- Me pondré las pilas. Pero primero habrá que salir de aquí.
Nicky se acercó a la cama y dio un beso en la cabeza a su hermano y otro a Kenny.
- Eso sí, yo me esperaría a tener más intimidad para hacer nada… ¿le pido a Arthur que me de otra habitación? – sugirió, riendo con picardía. Su hermano se sonrojó. Kenny se sentó junto a Max en la cama, disfrutando de verlos bromear.
- ¡Oh, vete a la mierda, tío! – el pequeño rio, divertido.
- Vale, vale. ¡Pero me pido decírselo a papa!
- ¡No!
En otra planta más alta, Aidan recibía una inesperada visita en la habitación que le habían asignado cuando salió de enfermería.
Llamaron a la puerta y, al abrir, se llevó una agradable sorpresa. Al otro lado se encontraba Zack Moore, hijo del alfa de Chicago y expareja suya. Puede que no su hubieran separado en muy buenos términos y que la última vez que hablaran tuvieran una agria discusión, pero Aidan se alegró mucho de ver el rostro conocido.
Tanta que no pudo evitar abrazarlo, escondiendo el rostro en el cuello del otro. Respirar el familiar aroma del aftershave del lobo le consoló más que cualquier cosa.
- ¡Ey! ¡Hola! ¿Estas bien? Estaba tan preocupado por ti. – susurró Zack, devolviéndole el abrazo. – Ya te dábamos muerto, Aidan. No sabes lo que me alegro de que estes bien.
- ¿Qué haces aquí? No es que no me alegre, que sí, pero… – preguntó cuando se separaron. Se sintió un poco avergonzado por el arranque tan emocional, pero unos días antes pensaba que nunca volvería a ver a ninguno de sus seres queridos. Estaba feliz de seguir vivo.
- Merlin llamó a la manada para avisar de que estabas aquí y bien. – Zack parecía realmente feliz de verlo. Una de sus manos le acarició la mejilla y Aidan no pudo evitar apoyarse en el tacto de esa mano. – La mejor llamada de mi vida.
- Exagerado. – sonrió Aidan, sintiendo ganas de volver a abrazarlo. Eso no estaba bien. Ya no eran pareja. Pero había olvidado lo cómodo que se sentía a su lado. – ¿Has venido solo? – Zack negó con la cabeza.
- No. Mi padre está ahora con P. Drake, hablando de lo siguiente a hacer. – su expresión cambio a una de genuina curiosidad. – ¿Es verdad que recuperaron la reliquia y la usaron para resucitar a alguien?
Así que ya habían corrido los rumores. Nada era más veloz que un buen rumor interesante.
- Si. Aunque la bruja dice que solo ha funcionado por el lazo tan fuerte que esos dos leones tenían. La reliquia está rota. Solo es la mitad. La otra mitad está desaparecida en alguna parte del mundo. – Zack siseó. Su mano había pasado a estar en la espalda de Aidan, dándole algo de confort.
- Vaya. ¿Hay alguna posibilidad de que la encontremos antes que La Orden?
- Hay una, sí. – asintió Aidan, con una sonrisa enigmática. – Antes de escapar pude descifrar el hechizo que quería Rasputín y por el que me secuestraron. Y lo conseguí realizar. Me indicó la localización de esta reliquia, pero de una manera extraña. Al principio no entendí porque me daba dos localizaciones distintas. Ahora sí.
Zack miró a Aidan y suspiró aliviado. Parecía bien, físicamente. Aunque aún tenía marcas visibles de los golpes que había recibido durante su cautiverio. El lobo lamentó no haber tenido una oportunidad de destripar a los que habían herido a su querida hada. Deseaba poder ponerles las manos encima y enseñarles lo que era aprovecharse de alguien indefenso.
Pero eso iba a tener que esperar. Aidan decía que tenía la otra localización de la reliquia. O eso había dejado entrever. ¿Eso era posible?
- ¿Cuál otra localización? – preguntó. Aidan sonrió de manera inquietante. Zack conocía esa sonrisa. Y no auguraba nada bueno. Para ninguno de ellos. Sobre todo, para él, que no sabía resistirse cuando le sonreía así.
- Vas a necesitar ropa de abrigo para donde tenemos que ir. Y a Jerrad. Es un experto en la zona. – Zack le observó, sin comprenderle. Lo que había dicho no tenía ningún sentido. ¿Para que necesitaban a Jerrad? ¿A dónde se dirigían?
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó, finalmente. No tenía idea de a que se refería.
- Que tenemos que volar a Destruction Bay, en el Yukón. Allí está la otra mitad de la reliquia.
Un poco más abajo, en el despacho de Arthur, él, Joss y Lance discutían el siguiente movimiento a seguir. En esa ocasión, La Orden había estado muy cerca de conseguir la reliquia. Demasiado cerca. Y no podían permitir que se hicieran con semejante poder. Era muy peligroso y muchas vidas dependían de que ellos lo evitaran.
- ¿Y qué hacemos con ella? – preguntó Arthur, mirando a los otros dos. – Porque van a volver a intentar conseguirla.
- Obvio. Así es peligrosa, porque no funciona del todo. Pero si encuentran la otra mitad… – Merlin dejó la frase sin acabar, pero no hacía falta para entender lo que quería decir. Lance asintió.
- ¿No había dicho Aidan que él podía encontrar esa mitad?
- Si. Eso me temo. Y me temo también que irá a buscarla. – contestó Merlin.
- Pero si tenemos la reliquia entera podemos usarla. – sugirió Arthur. Joss negó con rapidez.
- No se debe usar. No es seguro. Una vez que esté entera, debemos ocultarla en el sitio más recóndito del universo. O ellos la encontraran y estaremos acabados. No debe caer en sus manos, jamás.
- ¿Y qué recomiendas?
- Ayudarle a buscarla, porque va a ir, digamos lo que digamos. – dijo Joss, frunciendo el ceño. – Y luego, deshacernos de ese objeto de una vez y por todas para que no puedan usarlo contra nosotros y eliminarnos.
- La cuestión es si podremos deshacernos de ella. – dijo Lance, cruzándose de brazos. Merlin asintió. Si que se podía.
- Podemos. Hay alguien que si puede esconderla hasta el fin de los días. Ese era su trabajo antes.
- ¿Quién?
- Alger. El Guardian.
