Rugidos del corazón: Capítulo 15.

(Aviso por escenas subidas de tono en este capítulo)

Unos días después tuvieron una noche algo más que movida.

Kenny decidió revisar unos locales abandonados en los que había rumores que eran propiedad de La Orden. Lamentablemente solo encontró a un grupo de ladrones de poca monta que intentaron darle una paliza.

Por suerte, esa noche no había ido solo, ya que Max insistió en acompañarlo y con él, Nicky. Ninguno estaba feliz con la idea de que Kenny fuera solo.

Gracias a eso, no tuvieron problema en acabar con el grupo de ladrones, reduciéndolos y dejándolos listos para que la policía se hiciera cargo de ellos tras una conveniente llamada anónima.

Pero en la trifulca, Max pisó mal una piedra, resbaló y se torció el tobillo. A los pocos minutos lo tenía tan hinchado y amoratado que los otros dos se preocuparon.

Apurados por que se hubiera hecho un daño serio, lo llevaron a las urgencias más cercana que encontraron, que eran humanas, donde les informaron que solo había sido un esguince leve y que se recuperaría con un par de días de hielo y descanso.

Kenny se sentía responsable ya que fue su obsesión por encontrar a Cody lo que los llevó a ese lugar y Max se había hecho daño por su culpa. Con ayuda de Nicky, lo llevaron de vuelta al motel donde se alojaban.

  • ¿Estás bien? – Max bufó. Kenny le ayudó a sentarse en la cama, ahuecándole las almohadas.
  • Si. Jodido, pero bien. – Nicky rio, divertido viendo como el rubio colocaba el pie herido de su hermano sobre un cojín.
  • Podría ser peor. Solo es un esguince. Unos días de descanso y estarás estupendamente.
  • Ya, pero esto fastidia los planes.

Kenny se sentó en la cama junto al moreno y le acarició el cabello. Nicky sonrió al verlos.

  • Nah, en vez de quedarnos un día, pues nos quedamos dos o tres. No te preocupes. Lo importante es que te recuperes bien.
  • Bueno, yo voy a ducharme. – anunció el pequeño. – Creo que luego voy a darme una vuelta. ¿Estaréis bien o me necesitáis para algo?

Los otros dos se encogieron de hombros.

  • Ve tranquilo. Yo pienso dormir temprano esta noche. – respondió su hermano. Kenny asintió a su lado.  

Mientras Nicky se duchaba, Max se removió, incomodo. Durante la escaramuza con los ladrones todos acabaron llenos de barro, polvo y más cosas de las que Max prefería no saber su origen.  

  • ¿Pasa algo? ¿Te duele el tobillo? – le preguntó el rubio, preparándose para coger un nuevo cojín y colocarlo bajo el pie del otro. Este le detuvo, sujetándole de la muñeca.
  • No. Pero voy a necesitar ducharme yo también. Apesto. – Kenny asintió. Él mismo necesitaba lavarse.
  • Si, yo también. Pero a ver cómo te vas a duchar a pata coja sin romperte el cuello.
  • No voy a poder. Voy a necesitar ayuda.

Nicky apareció en ese momento, ya vestido y listo para salir. Max notó que se había arreglado el cabello, dejándoselo suelto y llevaba su camisa favorita. Arqueó una ceja, curioso. Su hermano, al parecer, tenía planes.

  • Que te ayude Kenny. – soltó el pequeño haciendo que el aludido diera un respingo. – Te tienes que duchar también, ¿no? Pues así lo hacéis los dos y Max no se cae y se rompe el cuello.

Max soltó una risita mientras Kenny los observaba, sorprendido.

  • No hace falta… – empezó Max, pero su hermano le cortó.
  • A él no le importa, ¿verdad, Kenny? – le preguntó con un tono que no dejaba lugar a replicas.

Dos pares de ojos, unos castaños y otros azules le dirigieron una mirada inquisidora y Kenny tragó en seco.

  • No… claro que no. – consiguió farfullar. Nicky dio una palmada, complacido.
  • Pues hecho. Vosotros id a la ducha y yo voy al cine. Tengo ganas de ver la última de Marvel. No me esperéis despiertos. – avisó, saliendo de la habitación y dejándolos solos.

Kenny y Max se quedaron un rato, sentados en silencio hasta que el rubio decidió que era mejor no pensarlo demasiado. Podía hacer eso. Podía ayudarle a ducharse sin que pasara nada raro ni se pusiera en completo ridículo.

Podía hacerlo, ¿verdad?

  • Bueno, ¿vamos? – le preguntó, ofreciéndole la mano.

Con cuidado le ayudó a ir al baño, donde le sentó en el retrete para abrir el grifo y graduar el agua de la ducha. Al terminar, vio a Max intentando quitarse la bota que todavía llevaba puesta y fallando miserablemente.

  • Déjame. – le pidió, arrodillándose para quitarle la bota. Lo siguiente eran los pantalones y ahí notó la posición en la que se encontraban.

Kenny tenía la cara a la altura de la entrepierna del otro. Max sonrió, divertido desabrochándose los pantalones.

  • Estás disfrutando esto demasiado. – rio Kenny ayudándole también con los pantalones. Max se quitó la camiseta y la lanzó con el resto de su ropa en un montón. Luego alargó las manos y empezó a abrirle los vaqueros al otro.
  • Pretendo disfrutarlo aún más. – le dijo, ganándose una carcajada.

Kenny ayudó al moreno a entrar en la ducha y lo dejó bajo el agua caliente mientras se quitaba su propia ropa. Con el cabello empapado y el agua resbalando por su cuerpo, Max era lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.

Max le hizo un gesto con el dedo, invitándolo a entrar y el rubio obedeció, sin poder quitarle la vista de encima. Cuando lo tuvo al alcance de la mano, el moreno le sujetó del rostro para besarle, sacándoles un gemido a ambos.

Kenny les hizo retroceder hasta tenerle con la espalda pegada a la pared, los fríos azulejos haciéndole temblar ligeramente. Bajó las manos por su cuerpo, disfrutando de los sonidos que le sacaba al otro con sus caricias. Cuando llegó a su miembro, no se sorprendió al sentirlo duro bajo su mano.

Max le miró, con los ojos oscurecidos, acariciando y mordiendo cada trozo de piel que quedaba a su alcance. Se le escapó un jadeo al sentir los dedos de Kenny rondando su entrada. Solo acariciando y rozando, sin tratar de entrar.

El moreno le acarició con más ímpetu, dándole un leve mordisco en el hombro.

  • Max… – gimió, sujetándole de la mano para detener las caricias. – Max, para. – el otro le miró, interrogante. 
  • ¿Por qué? – le preguntó, con un rugido bajo, lamiéndole el cuello. Kenny se estremeció entero, sintiendo su resolución flaquear.  
  • Porque si sigues así… – jadeó. – …si sigues así no voy a poder detenerme.
  • ¿Y quién te pide que lo hagas?

Kenny, al oírlo, soltó un rugido de pura excitación que hizo temblar los cristales de la ducha. Le cogió de la cintura y le atrajo para besarle, moviendo las manos para sujetarle del trasero y pegarle más contra su cuerpo.

  • ¿Estás seguro? – le preguntó, separándose para poder mirarle a los ojos. El otro asintió, con la respiración agitada. – Bien, pero vamos a la cama, porque aquí nos vamos a matar los dos.

Eso arrancó una risa de Max, que se dejó ayudar por Kenny para salir de la ducha y dirigirse a la cama. Ambos se miraron, con hambre y ganas, pero también con algo de nervios.

Kenny se sentía un poco inseguro. Deseaba eso y sabía que Max también, pero no estaba seguro de que fuera él quien debiera estar en una posición dominante.

Max no tenía sus mismas dudas y le cogió del cuello, para obligarle a besarle, deslizando luego sus manos por el pecho del rubio, acariciándole e instándole a retomar las cosas por donde lo habían dejado en la ducha. 

Kenny seguía inseguro, pero sus miedos se fueron por la ventana cuando Max, viendo que no se decidía, le puso el bote de aceite corporal que habían usado para el masaje en su cara. Soltó una risita y se manchó los dedos para empezar a prepararlo despacio.

Max se tensó al principio, molesto e incómodo por la intrusión, pero no tardó en gemir y jadear cuando el otro encontró un punto en su interior que le hizo temblar de deseo y ganas. Kenny le observaba, extasiado. Con la melena oscura revuelta y aun húmeda, los ojos brillando y el rostro enrojecido, era toda una visión.

Terminó de prepararlo y se quedó dudando de nuevo. Max le besó, sonriéndole con ternura.

  • Vamos… no me hagas de rogar. – le susurró, levantando las caderas para rozar su miembro con el del otro.

Kenny gruñó y se introdujo despacio, observando cada gesto de incomodidad o dolor del moreno para asegurarse de que no le hacía daño. Pero Max le atrapó la cintura con las piernas y le forzó a ir más deprisa.

El rubio empezó a moverse, despacio al principio, más rápido y descontrolado conforme el placer aumentaba. Enredó sus dedos con los de Max y le apretó la mano, besándole para tragarse sus gemidos.

Sintiéndose cerca de acabar, hundió la cara en el cuello del otro y le dio un fuerte mordisco, acariciándole para hacerle terminar también. No era una marca de apareamiento si no un mordisco amoroso que le iba a dejar marca durante días.

La idea de saber que cualquiera podría ver esa marca le excitó más, haciéndole acabar con un rugido ronco.

Max le besó de nuevo, cansado y satisfecho, abrazándole mientras Kenny lamía el mordisco para aliviar el dolor que hubiera podido causarle.

Cuando volvió Nicky casi amanecía. Al entrar, sonrió al encontrarlos dormidos y abrazados. Con cautela se cambió de ropa en el baño y salió de nuevo, en esa ocasión para buscar el desayuno. Ya se burlaría de su hermano por ese mordisco en el cuello cuando amaneciera. 

Pero no tuvo muchas oportunidades. La noche siguiente, quizás provocado por lo ocurrido entre él y Max, quizás por ninguna razón en especial, Kenny tuvo una pesadilla que los desveló a todos.

Una que no sufría desde hacía años.

El rubio soñó con aquella noche cuando Cody le engañó para llevarlo a su casa. La misma noche que atacó a su padre, disparándole varias veces y le confesó que nunca le había querido. También soñó con el Consejo y el momento en que le impusieron la marca. Incluso volvió a su nariz aquel horrible olor a carne quemada.

  • ¿Kenny? – la voz de Max le despertó de tan horrible sueño. Sus manos le estaban acariciando el rostro y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando. – ¿Qué pasa?

Nicky también se había despertado y le observaba preocupado a su espalda. Kenny se quedó en silencio, sollozando sin poder detenerse. Max le abrazó, acariciando su cabello intentando consolarle.

Cuando por fin pareció que se había calmado, Max le secó las lágrimas del rostro y le obligó a mirarle. Se le partió el alma al ver esos ojos celestes enrojecidos y tristes.

  • ¿Qué ha pasado? ¿Una pesadilla? – Kenny asintió. – Lo que fuera ya no puede hacerte daño, tranquilo. – intentó consolarle.
  • Soy un omega. – musitó Kenny, tan bajito que dudaba que los otros dos le hubieran escuchado.

Guardó silencio, esperando a que los otros se rieran de él o le echaran o le insultaran.

Algo.

No se esperaba una nueva caricia en la mejilla y los labios de Max besándole en la frente, mientras que Nicky le besaba el hombro, rodeándole la cintura con sus brazos.

  • ¿Y? Eso no importa. Omega, alfa… da igual. Sigues siendo Kenny. Nuestro Kenny. – y añadió más bajo, casi un susurro. – Mi Kenny.
  • Pero… pero estoy desterrado. Y marcado. No puedo tener familia. – el abrazo de Nicky se hizo más apretado y Max le obligó a levantar el rostro para besarle.
  • Esa marca no significa nada. No puede borrar quién eres ni cambiarlo. Y para mí… para nosotros tú eres Kenny, eres un alfa y puedes tener lo que quieras. Y quien diga lo contrario se las verá con nosotros.

Kenny volvió a sollozar, escondiendo la cara en el cuello del moreno, consolándose con el aroma del otro león, en el que podía notar rastros del suyo propio. Eso ayudó bastante, consiguiendo que dejara de llorar y se quedara dormido abrazado a los dos hermanos.

Al día siguiente, ninguno de los tres comentó nada de lo sucedido. Pero Nicky fue extra amable y Max no dejaba su lado, como si temiera que fuera a romper a llorar de nuevo.

Antes de salir del motel, preparados para dirigirse a una nueva ciudad para seguir buscando pistas de La Orden, Max le arrinconó un segundo en el baño para besarle largo y profundo durante un buen rato, con una sonrisa llena de cariño que iluminó el resto de su día.

  • ¿Adónde vamos esta vez? – preguntó Nicky, sentándose tras el volante.

Kenny se puso el casco y se montó en su moto, arrancándola a la primera.

  • San Francisco. Tengo el pálpito de que ahí puede que si encontremos algo.
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Rugidos del corazón: Capítulo 10.

Kenny recogió su moto del aparcamiento del bar y revisó que sus cosas siguieran en su sitio. Al comprobar que todo estaba bien, arrancó y salió de la ciudad rumbo a Las Vegas, su siguiente destino.

Un par de horas más tarde se encontraba dando vueltas por la ciudad, buscando un lugar donde desayunar para luego dedicarse a buscar pistas sobre La Orden y Cody.

Desde aquella vez en Texas no había conseguido ninguna pista solida que le llevara a encontrar al otro hombre. Tuvo sus encontronazos con la organización y algunos de sus hombres, pero ni rastro de Cody.

Parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Resultaba de lo más irritante.

Entró en una pequeña cafetería que anunciaba tortitas recién hechas en el cartel de la entrada. El lugar estaba desierto ya que todavía era muy temprano, lo cual era ideal para él. Así no tendría que vigilar a nadie.

La camarera, una mujer mayor de aspecto maternal, le sirvió una taza de café, tomó su pedido y le dejó solo con sus pensamientos.

No pudo evitar que su mente regresara a esa habitación de motel y a los dos hermanos a los que acababa de abandonar en la otra ciudad.

Se sentía mal por haberse ido de esa manera, sin despedirse ni dar las gracias por permitirle quedarse en su habitación. Pero no podía, no debía quedarse más tiempo.

La forma tan cariñosa en que le habían tratado trajo tantos recuerdos de tiempos mejores, cuando aún tenía familia y nombre, gente que le quería y se preocupaba por él.

Y dolía, dolía mucho recordar que ya no tenía nada de eso.

Tampoco quería sentir ese afecto para luego perderlo. Porque acabarían dándole la espalda y marchándose cuando descubrieran su marca y su pasado. Entonces toda esa amabilidad se convertiría en hostilidad y Kenny no estaba seguro de poder soportarlo.

Esos cachorros le habían caído bien. Le gustaba su olor, a mar y brisa fresca. Y se había sentido bien y cómodo en aquella cama, abrazado a ellos. No quería que descubrir la verdad cambiara ese sentimiento.

Suspiró, algo triste mientras atacaba su plato de tortitas. Incluso una sola noche era suficiente para echar de menos algo que no le pertenecía.

Tan enfrascado estaba en sus pensamientos que no escuchó la puerta principal de la cafetería abrirse, ni vio a las dos figuras que entraron y se acercaron hasta su mesa.

Casi saltó de su asiento cuando alguien se sentó frente a él, en su propia mesa, asustándole.

Los dos hermanos le miraron con una sonrisa prepotente en sus rostros mientras Kenny trataba de no quedarse con la boca abierta de par en par por la sorpresa.

El día anterior y con la escasa luz del bar y de la habitación, los hermanos le parecieron casi gemelos. Kenny llegó a pensar que eran mellizos.

Pero a la luz del día sus diferencias se hicieron más obvias. Max tenía el cabello más oscuro y espeso que su hermano y se veía algo más mayor que el otro. Mientras Nicky era más rubio, con el cabello más fino y varios centímetros más alto que su hermano.

Pero cuando sonreían con esa misma picardía parecían gemelos.

  • ¿Qué demonios hacéis aquí? – fue lo único que se le ocurrió preguntar cuando recuperó el habla. Los otros dos rieron, divertidos.
  • Pasábamos por aquí. – respondió Nicky, encogiéndose de hombros.
  • ¿Pasabais por aquí? ¿Casualmente habéis cruzado un estado y entrado en la misma cafetería que yo?
  • No, pero ¿a qué sería genial? – contestó Nicky, robándole un trozo de tortita. – ¡Uhm! ¡Esto está genial! Voy a pedirme unas. ¿Tú quieres? – le preguntó a su hermano. Max asintió. – Vale, no os mováis de aquí.

Nicky se dirigió a la barra y les dejó a solas, cosa que aprovechó Max para hablar.

  • ¿Por qué te has marchado así? ¿Hemos hecho algo que te molestara? – preguntó, con expresión preocupada. – Quizás nos tomamos demasiadas confianzas. No sé si en Canadá hacéis las cosas de otra manera. – Kenny hizo una mueca. No había sido su intención herir los sentimientos de los hermanos.
  • No, no ha sido eso.
  • ¿Entonces? ¿Por qué te fuiste sin siquiera decir adiós?
  • ¿Por qué me habéis seguido? – Max le dedicó una sonrisa infantil, amplia y deslumbrante.
  • Porque nos has gustado. – su sinceridad descolocó a Kenny, que lo miró de hito en hito. – Y creemos que haríamos buen equipo, los tres juntos. Las excursiones son peligrosas, por eso mi padre permitió que esperara a Nicky. – Kenny negó con la cabeza.
  • No estoy de excursión. – esa declaración consiguió que Max arqueara una ceja, pero nada más, lo que extrañó a Kenny.
  • No buscas a tu pareja, pero buscas algo, eso puedo verlo. Puedes hacerlo con nosotros.
  • Podría ser peligroso.
  • Has picado mi curiosidad. – rio, pero al ver la expresión de Kenny, suspiró y volvió a ponerse serio. – Nosotros podemos cuidarnos. Ayer Nicky estaba enfermo y le pillaron por sorpresa. Incluso sin ti, podríamos haber solucionado el asunto sin problemas.

El tono del león moreno era claro y Kenny asintió.

  • Por supuesto, pero es algo personal.
  • Entiendo. Simplemente, pensé que sería mejor hacer el viaje juntos. – Kenny se sintió mal de nuevo por estar empujando a los dos jóvenes leones lejos de él, pero no podía permitirse que se acercaran. No podía permitirse pensar en viajar juntos.

Era una idea demasiado tentadora. Pero esos cachorros le abandonarían en cuanto vieran la marca. Le insultarían y odiarían, como todos.

Como su propia familia hizo en su momento.  

  • Estoy buscando a alguien para matarlo.

No estaba seguro de que le hizo decir eso, pero para su sorpresa, su interlocutor ni se estremeció. Ni sorpresa ni miedo ni asco. Ni siquiera una chispa escandalizado.

¿Le habría oído bien?

  • ¿Qué hizo? – preguntó Max.
  • Me usó para atacar a mi familia. – mejor dejarlo simple. Con esos datos no podrían relacionarlo, si habían escuchado alguna vez la noticia. No tenía idea de si aquello llegó tan lejos.
  • Entonces se lo merece. No soy muy partidario de las venganzas, pero si alguien toca a Nicky, lo despedazo. Punto. – fue la respuesta simple del otro y Kenny podía ver en su expresión y en sus ojos castaños que no mentía. –Mira, es tú decisión y no vamos a imponernos, pero no tenemos una ruta establecida. Solo vamos dando vueltas sin rumbo. Creo que deberíamos acompañarnos en el camino y ayudarnos. Cuando llegue el momento, nos separaremos.

Kenny lo consideró y se descubrió viendo más pros que contras. También se descubrió deseando decir que sí.

¿Podía compartir espacio y camino con esos dos sin llegar a involucrarse? ¿Sin dejar que se acercaran tanto que descubrieran su secreto?

¿Podría sobrevivir a otro rechazo si lo peor ocurría?

No estaba seguro de ello.

Nicky aprovechó ese momento para aparecer con dos platos de tortitas que colocó en su lado de la mesa, ofreciendo uno a su hermano y sonriendo a Kenny.

  • Bueno, ¿qué? ¿Vas a viajar con nosotros? – Max le dio un codazo en las costillas sacándole un quejido.
  • Uno, has tardado demasiado. Ya tenía hambre. Dos, se lo está pensando. Tiene otros planes para el viaje.
  • ¡Oh! ¿Se pueden saber?
  • Quiere matar a alguien. – respondió Max antes de que Kenny pudiera abrir la boca haciendo que el pequeño se atragantara. – En serio. Fue alguien que hizo daño a su familia.
  • Eso tiene sentido.

Kenny parpadeo, sorprendido. Incluso tenían la misma reacción a lo que había dicho. Era preocupante.

  • Por esa misma razón deberías viajar con nosotros. Te cuidaríamos las espaldas y no tendrías que estar solo si necesitas que alguien te cuide si resultas herido. – añadió Nicky, dando un bocado enorme a sus tortitas. – Creo que sería un buen negocio para todos. – Max rodó los ojos y rio al escucharlo, pero no dijo nada.

Kenny los miró sin saber que decir. La soledad que llevaba sintiendo desde que se vio forzado a dejar su hogar se hacía más patente conforme más hablaba con ellos. Moría por más interacción, más conversación. No sabía qué hacer.

  • Veo que vas en moto. – la voz de Nicky le sacó de sus pensamientos. – Nosotros tenemos una camioneta con espacio detrás para subirla cuando no tengas ganas de conducir o si hace mal tiempo. Normalmente solemos dormir en moteles baratos, porque estamos intentando no hacer gastos inútiles, pero si hace buen tiempo y andamos cortos de dinero acampamos.
  • Eso está muy bien. – fue lo único que se le ocurrió decir.
  • Y nos defendemos haciendo de comer, aunque nada especial. Salvo Nicky, que sabe hacer una jambalaya deliciosa, pero nunca la hace, el bastardo. Y ronca.
  • ¡Ey! Es especial. No se puede hacer todos los días. Y no ronco.
  • No, solo duerme muy fuerte. – se burló, revolviéndole el cabello a su hermano. – Y también olvida hacer la colada.
  • Nunca me lo recuerdas.
  • Siempre te lo recuerdo. Tú pasas de mí, que no es lo mismo. – respondió Max, sin perder la sonrisa. ¿Así que eso era tener hermanos? Pensó Kenny sonriendo por el intercambio, sin darse cuenta. – Prometemos respetar tus cosas y tu intimidad y no insistir si no quieres compartir algo. Nosotros preferimos dormir juntos, por economía y porque es más cómodo. Pero si quieres tu propia cama, no hay ningún problema.
  • Además, si dices que no te seguiremos hasta la siguiente ciudad. Y la siguiente. Y la siguiente. Hasta que digas que sí. – bromeó Nicky, ganándose un coscorrón por parte de su hermano.
  • Acabo de decirle que vamos a respetar su decisión y vas tú y sueltas eso. ¿En serio, Nicky?
  • ¿Qué?

Kenny suspiró. Estaba claro que no había manera de escapar de esos dos. Y tampoco podía dejarles ir por ahí, siguiéndole y poniéndose en peligro. Al menos, pensó, si estaban con él sabría cuando estaban en peligro y podría ayudarles.

Y si no compartían cama, evitaría que le vieran la marca. A lo mejor era un buen momento para empezar a usar un pañuelo en el cuello o algo así para taparla.

  • Está bien. – aceptó, ganándose una mirada de satisfacción de los otros dos. – Viajaremos juntos. Tenía pensado pasar aquí un par de días, para buscar algún rastro y luego dirigirme hacia Arizona, al sur. Si encuentro algo puede que cambie la dirección.
  • Eso es perfecto para nosotros. – Nicky cogió el móvil de Kenny de encima de la mesa y empezó a teclear cosas en él. ¿Cómo había desbloqueado su móvil? – Te acabo de guardar nuestros números en tu agenda y me he dado un toque para quedarme con el tuyo. Mientras tú buscas pistas, nosotros vamos a buscar un motel habitable. Te enviaremos la dirección cuando lo encontremos.
  • ¿Cómo…? – Max se rio a carcajadas, divertidísimo con la expresión de pura sorpresa de Kenny por la hazaña de su hermano.
  • Mejor que no preguntes. Pero este es capaz de hackearlo todo así que ándate con ojo con tu móvil.
  • Menudo peligro tenéis…

La sonrisa que le dedicó Max le erizó los vellos de la nuca. Era a la vez traviesa y seductora y a Kenny le gustó demasiado la manera en que se le iluminaba el rostro cuando sonreía.

  • No tienes ni idea.

Rugidos del corazón: Capítulo 8.

El día que Charles Andrews regresó a Destruction Bay, Kenny llevaba viviendo allí casi dos años.

Había oído hablar sobre él, un medio humano loco que se había unido a La Orden para poder aprender todo de la organización y ahora se dedicaba a tratar de fastidiar todos sus planes a la vez que ayudaba a los miembros de la Comunidad que lo necesitaban.

Ronald habló de él en un par de ocasiones, frente a Kenny y los otros.

Edgar también. Lo hizo el mismo día que apareció por la ciudad, indicando que se quedaría a dormir en la granja. El león sentía mucha curiosidad por el visitante.

¿Qué clase de persona sería?

¿Cómo podía alguien unirse a La Orden, incluso para estudiarla?

¿Qué motivos le impulsaron a hacer eso?

Esas y muchas más preguntas rondaban su mente mientras terminaba de limpiar el granero, la última de las tareas que le quedaban ese día. Tras eso, era libre para hacer lo que quisiera y Kenny estaba considerando sus opciones.

No era sábado, así que no había quedado con los otros. Pero podía bajar para tomar algo con Rose, si no estaba ocupada o, incluso, llamar a Jon y ofrecerle ver juntos el combate que había en la televisión esa noche.

¿Quién iba a decirle que una noche juntos haría que los dos forjaran una buena amistad? Amistad que, a veces, iba un poco más allá.

Salió del granero, dispuesto a entrar y darse una ducha cuando vio un coche desconocido acercarse a la puerta. Extrañado, espero a que el coche se detuviera y observó salir de él a un hombre vestido con traje negro y abrigo oscuro.

El tipo era alto, aunque no tanto como Kenny, con el cabello castaño oscuro, ensortijado y revuelto, como si hiciera días que no se peinara. La barba de varios días empezaba a ponérsele cana y las arrugas de expresión de su rostro mostraban que era bastante más mayor que él.

El hombre abrió el maletero y sacó una mochila que se colgó al hombro antes de que Edgar saliera de la casa y se acercara para saludarle afectuosamente.

Kenny decidió entrar y ducharse antes de que notaran su presencia.

Al salir del baño se tropezó cara a cara con él. Este le sonrió, con una sonrisa tentativa, ofreciéndole la mano para saludarse.

¡Que curiosa era esa costumbre humana de darse la mano!

Los leones solían frotarse las mejillas para saludarse y solo lo hacían con quienes eran cercanos. Así ofrecías tu aroma a un aliado y era, además, un gesto de amistad.

Pero los humanos ofrecían su mano a cualquiera. Lo había visto mil veces, incluso entre gente que no se soportaba.

  • Tú debes ser Kenny. Soy Charles Andrews. Edgar me ha hablado mucho de ti. – Kenny aceptó la mano, preguntándose qué sería lo que habría contado Edgar sobre él a ese tipo.
  • Tú eres el ex cazador. – Charles frunció el ceño antes de volver a sonreír, esta vez más confiado.
  • Si, lo soy. Veo que también te han hablado de mí.
  • Solo un poco. No conozco mucho de La Orden y de su gente. – Charles arqueó una ceja.
  • Curioso porque he oído tu nombre allí. Bastante, de hecho.

Kenny le miró, extrañado. Iba a preguntarle a que se refería, pero Edgar les avisó de que la cena estaba servida y decidió dejarlo para más tarde.

La comida pasó tranquila. Charles y Edgar comentaron sobre varias personas que conocían y poco más. Al acabar, Kenny se ofreció a recoger la cocina y, cuando Edgar se marchó a descansar, el león arrinconó al ex cazador. No había podido dejar de pensar en lo que le dijo antes.

Charles parecía más curioso que preocupado cuando se vio atrapado por el joven.

  • ¿Qué quieres decir con que has oído mi nombre allí? – le preguntó directamente. No había tiempo para rodeos y sutilezas. El otro pareció considerar su respuesta.
  • Hace año y pico, no recuerdo cuanto exactamente, llegó un chico joven a la sede de Illinois. Yo estaba allí haciendo un recado para mi supervisor. Este chico venía desde Canadá muy recomendado, porque, al parecer, presumía de haber dejado a una manada de leones debilitada y de robar unos documentos muy importantes con nombres de muchos miembros de la Comunidad. – Kenny palideció tanto que Charles se preocupó. – Oye, ¿estás bien?
  • ¿Cómo se llamaba? – preguntó, con un hilo de voz temiendo y sabiendo la repuesta.
  • Cody. Cody Knox.

A Kenny le fallaron las rodillas y hubiera ido al suelo si Charles no le hubiera sujetado para evitarlo. Durante lo que le pareció una eternidad pero que en realidad fueron unos pocos minutos, el león no fue consciente de absolutamente nada. Los ojos se le habían nublado y el corazón le retumbaba tanto en los oídos que no podía escuchar nada más.

Charles consiguió arrastrarlo hasta su habitación y sentarle en la cama. Allí se arrodilló frente a él para poder examinarle bien.

  • ¡Kenny! ¡Kenny! – le llamó, casi gritando.
  • Sabía que estaba vivo, pero… – consiguió musitar cuando se recuperó un poco del shock.
  • No es lo mismo saberlo que escucharlo, lo sé. – acordó Charles, levantándose. Se dirigió al baño y regresó con una toalla húmeda con la que le limpió el rostro con cuidado. – Supongo que ese desgraciado hablaba de tu manada.
  • Disparó a mi padre. Robó esos documentos porque yo le dejé entrar a nuestra casa. Va presumiendo de sus logros por mi culpa.

Charles suspiró. Así que lo que había contado aquel niñato era verdad. Había usado al hijo del Alfa para colarse en su casa y poder robarle y dispararle allí mismo. Algo que le hizo ganar muchos puntos ante los superiores y ser trasladado a Illinois, donde estaba la última vez que le vio.

Ese chico era uno de esos futuros peligros para su causa. Ambicioso y despiadado, una mezcla peligrosa y perfecta para la organización.

Ahora sabia también que era un manipulador muy dotado, si había conseguido que el hijo de un Alfa le permitiera entrar en su casa, algo que estaba terminantemente prohibido. Nadie ajeno a la familia podía entrar en una casa de un alfa.

  • Lo siento mucho. Siento haberte traído tan malos recuerdos. – Kenny negó con la cabeza, tapándose la cara con las manos.
  • No. En este tiempo me había hecho a la idea de que no volvería a escuchar su nombre. ¡Qué ingenuo y estúpido he sido! ¡Otra vez! – gimió, con aire triste. – ¿Dónde está?

Charles miró al chico al notar como el tono de su voz había cambiado a más acerado, seco y monótono.

  • Hace bastante de la última vez que lo vi. – respondió. – Seguramente ya no esté allí.
  • ¿Dónde? – rugió.
  • En las afueras de Illinois. La Orden tiene una sede y Cody estaba trabajando allí hace año y medio, que fue la cuando le vi por última vez. Me marche al poco de llegar él.

Kenny asintió, ausente. Tenía la mirada perdida, metido en su propio mundo. Charles le trajo de vuelta, al cogerle del brazo.

  • Entiendo que quieras vengarte de él. Yo lo haría también. Pero ten en cuenta una cosa cuando vayas a hacerlo. Él no está solo. Tiene a toda la organización tras él y dispone de todos sus recursos y personal. Si vas a por él, vas tras La Orden y es algo que no te recomiendo.
  • Entiendo. – Charles negó, con aire triste.
  • No, no creo que lo hagas. Pero lo harás. Piensa seriamente si merece la pena. – le advirtió. – Puedes perder algo más que tu vida si te enfrentas a ellos.

Kenny asintió de nuevo. No se dio cuenta cuando Charles salió de su habitación, dejándole a solas con sus pensamientos.

Esa noche el león no durmió nada. Ni siquiera llegó a moverse de donde lo había dejado el ex cazador.

Pasó toda la noche en vela, pensando, considerando sus opciones y sus oportunidades de que funcionara lo de ir a buscar a Cody.

Primero, tendría que salir de la ciudad. Debería abandonar la seguridad que le proveía ese lugar y sus habitantes y regresar a la cruel realidad. No estaba seguro de estar preparado para ello.

También debía abandonar Canadá y dirigirse a Estados Unidos, algo con lo que había estado soñando desde que se enteró de la existencia de la excursión y que, ahora, le aterraba.

Y la posibilidad de que llegara allí y Cody no estuviera. ¿Dónde iría después? ¿Por dónde podría empezar a buscarle?

Si decidía ir a buscar al otro, sabía que estaba saltando a la piscina sin tener ni idea de si había agua o no. Y las probabilidades de darse el golpe contra el cemento eran muy altas.

El día pasó como un sueño, trabajando sin tener la cabeza en las tareas, si no a kilómetros. Tan distraído estaba que Edgar se preocupó bastante. Y esa preocupación se tradujo en llamada a cierto lobo.

Kenny se sorprendió al ver a Jon acercarse a su sitio favorito de la granja. Era un rincón en el que había un viejo tocón caído en el que Kenny solía sentarse a ver el atardecer. Jon parecía tan fuera de lugar allí, con su cazadora de cuero, las gafas de sol y las botas de motorista que le hizo sonreír sin darse cuenta.

El lobo se sentó a su lado sin decir una palabra. Pasaron en silencio un largo rato antes de que Kenny decidiera romperlo.

  • Voy a marcharme.
  • ¿Cuándo? – Jon no parecía realmente sorprendido, solo triste.
  • No lo sé. Pronto, supongo. Tengo una pista de donde puede estar Cody. – Kenny le había contado hacía tiempo lo ocurrido en Winnipeg.
  • ¿Estás seguro de que es buena idea?
  • ¿Si tuvieras una pista de Colby, no irías? – le preguntó de vuelta.  
  • Preferiría que te marcharas a buscar una pareja, no venganza.

Kenny se giró para poder mirar al lobo que abrió los brazos ofreciéndole un abrazo que el león aceptó encantado. Sabía que no iba a tener esa clase de consuelo en mucho tiempo, tal vez nunca.

  • Prométeme que te despedirás de nosotros y que vas a cuidarte mucho. No dejes que ese bastardo pueda contigo. No permitas que te manipule. – le susurró al oído, sin dejar de abrazarle.
  • Te lo prometo.

Una semana más tarde, Kenny cruzaba la frontera de Canadá con Estados Unidos acompañado de Charles quien conducía una vieja camioneta.

Los planes eran que el ex cazador le ayudaría a cruzar la frontera y le dejaría en Dakota del Norte. Allí, Kenny se reuniría con un amigo del otro hombre, quien le tendría preparada documentación con un nuevo nombre para él y un medio de transporte que le ayudaría a llegar a su destino.

Kenny estaba asustado y nervioso, pero, a la vez, emocionado. No sabía que le depararía esta nueva parte de su vida, pero iría a por ello con todo lo que tenía. Y si podía localizar a Cody, mucho mejor.

Seis meses tardó Kenny en encontrar una pista sobre el paradero de Cody.

Llegó a Dakota del Norte y se reunió con el contacto de Charles, que, para su sorpresa, resultó ser una bibliotecaria. El león no podía salir de su estupor cuando aquella menuda mujer le encañonó con un rifle de caza hasta que le demostró ser amigo del ex cazador.

Alba, que así se llamaba la mujer, le entregó sus nuevos documentos de identidad, una mochila con ropa nueva y una vieja Yamaha que aún ronroneaba como un gatito cuando arrancaba.

Kenny estaba entusiasmado con la moto. Siempre había querido una y esa, aunque estuviera algo deslucida, era un verdadero sueño para él. Le costó un poco controlarla al principio, pero ahora era como una extensión de sí mismo en la carretera.

Con eso y algo de dinero que te había guardado mientras estuvo en Destruction Bay, se dirigió hacia Illinois. Pero como le advirtiera Charles, al llegar allí no encontró nada.

La base que existiera allí cuando Charles trabajaba para La Orden, había desaparecido. Revisó el abandonado local pero solo encontró papeles rotos o quemados y poco más.

Aquello le frustró lo indecible. Después de semejante viaje y todas las molestias que se había tomado, ahora se encontraba con nada.

Sin embargo, un día más tarde un indigente que dormía una calle más lejos le comentó que había oído hablar a los que se encargaron de trasladar el material del local y que estos dijeron que iban a llevar todo a Atlanta, Georgia.

Y Kenny puso rumbo hacia a Atlanta.

Durante meses, el león viajó de un lado al otro del país, buscando una pista de Cody sin encontrarla y siguiendo rumores. Se había tropezado con algunas bases de la organización, detuvo algunas operaciones, pero no encontraba a nadie que le diera alguna indicación sobre el paradero del humano que buscaba.

Meses y meses dando vueltas hasta el día que volvió a escuchar su voz en Corpus Christi, Texas.

Fue por pura casualidad, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde, con la moto vibrando entre sus piernas y la lluvia empapando su chaqueta. Un coche negro y grande, de aspecto caro, se detuvo a su lado y una de las ventanillas del asiento de atrás se abrió un poco para que su ocupante tirara un chicle usado.

Y en ese segundo que estuvo la ventanilla abierta, escuchó la voz inconfundible de Cody.

Jamás podría olvidar esa voz que tantas pesadillas le había causado.

Se quedó helado en el sitio mientras veía alejarse el coche hasta que las bocinas de los coches tras él le regresaron a la realidad. Arrancó la moto y persiguió al coche.

Llegaron a una zona industrial cerca del puerto, repleta de grandes naves donde La Orden prefería poner sus negocios. Había descubierto que sentían predilección por esa clase de ubicación a la hora de realizar sus peores experimentos.

Fue esa la razón por la que no se lanzó de cabeza a despedazar al otro en cuanto le vio salir del coche. Quería asegurarse de que no había nada raro en esa nave.

Dejó que el otro pasara e hiciera sus recados mientras él se dedicaba a averiguar cuantos hombres habría en el interior.

Tras un buen rato dando vueltas y asomándose por donde podía, que había unos tres hombres además de Cody y sus acompañantes. Lo que hacía un total de diez.

También hizo otro descubrimiento más preocupante. Había dos personas en sendas camillas en una de las habitaciones del local. Apartadas, vigiladas, atadas y con algún tipo de maquina conectada a sus cuerpos.

Aquello no pintaba bien para los ocupantes de las camas, que estaban pálidos como cadáveres.

Eso fastidiaba sus planes. No podía entrar, solo, cuando había tantos soldados a los que enfrentarse. Diez eran demasiados para él. Debía esperar a que se fuera Cody y, esperaba, que le acompañaran la mayoría.

Pero si dejaba ir a Cody… ¿Cuándo podría volver a encontrarlo? Le volvería a perder la pista y había tardado mucho en encontrarlo.

Se debatía internamente en qué hacer. Lo correcto o lo que deseaba. Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que no era una elección fácil.

Se sintió morir un poco cuando dejó ir el coche negro con Cody y su camarilla en su interior. Los vio alejarse hasta que desapareció en el horizonte y, maldiciendo por lo bajo, se dirigió a la nave.

Tenía un sitio que destrozar, unos soldados a los que apalizar y unas personas a las que salvar. No pensaba dejar a nadie atrás.

Se coló discretamente, intentando no llamar la atención de los guardias. Quedaban tres, si no había contado mal.

Fue hasta la habitación en la que había visto las camillas y lo que se encontró le puso los vellos de punta, de puro horror. Era mucho peor de lo que había imaginado.

Como viera antes, había dos camillas ocupadas por sendas personas. Por el aspecto Kenny pudo comprobar que se trataban de una sirena y una ninfa. Una combinación curiosa, por decir algo.

Ambas tenían una aguja clavada en el brazo que parecía estar extrayéndoles la sangre y, por su palidez extrema, no quedaba mucho tiempo antes de que las desangraran vivas. Con mucho cuidado, las desconectó de las máquinas y les tomó el pulso. Era débil pero constante. Necesitaban un médico, pero uno que perteneciera a la Comunidad.

Al llegar a la ciudad se encontró con una familia de trolls que regentaban un supermercado y que le dejaron su número por si necesitaba alguna cosa para la moto. Ellos podrían ayudarle a buscar ese médico, así que Kenny se apresuró a llamarles.

Explicó lo mejor posible al cabeza de familia dónde estaba y que ocurría, haciéndole prometer que enviaría a alguien para recoger a las víctimas que necesitaban con urgencia ayuda médica.

Luego, se dispuso a deshacerse de los guardias.

Lamentablemente, no contó bien cuantos había. Un cuarto guarda apareció tras él, disparándole por la espalda. Por suerte, la bala solo le atravesó el antebrazo, en una herida limpia.

Se encargó del tipo y luego se sentó a intentar taparse la herida, de la que manaba abundante sangre.

Para su sorpresa, el móvil del ultimo guardia sonó, reflejando en su pantalla el nombre de Cody. Un intenso escalofrío le recorrió al contestar el teléfono y oír de nuevo la voz del otro.

  • ¡James! ¿Por qué has tardado tanto en contestar? – Kenny sintió su corazón detenerse durante un segundo. Era doloroso escucharle sabiendo ahora lo que sabía.
  • James está muerto, Cody. – se hizo un silencio sorprendido al otro lado de la línea.
  • ¿Quién eres?
  • ¿No lo sabes? ¿No eres capaz de reconocer mi voz?
  • No… no puede ser. – Kenny soltó una risita cruel, disfrutando del estupor y el miedo que reflejaba la voz del otro.
  • Si que puede ser. Empieza a mirar por encima del hombro, Cody. Voy a por ti. – le advirtió antes de cortar la llamada y romper el teléfono.

Se levantó del suelo y se dirigió hacia la habitación donde estaban las camillas. Empezaba a marearse por la pérdida de sangre así que se dejó caer al suelo sentado cuando consiguió llegar a su destino.

Ahí fue donde le encontraron los refuerzos, formados por un médico de la Comunidad, el troll del supermercado y dos más a los que no conocía de nada, pero olían como elfos.

Luego, perdió el conocimiento.

Cuando lo volvió en sí, un tiempo indefinido después, estaba tumbado en una cama, con el brazo vendado y sus cosas colocadas en una silla a su lado. No reconocía el lugar. Preocupado, se sentó, pero el dolor de la herida le hizo soltar un gemido que alertó al dueño de la casa en la que se encontraba.

  • Veo que ya te encuentras mejor. – le saludó un hombre, de unos cuarenta años y que olía a bosque y madera. ¿Un hada?
  • Si, gracias. Gracias por curarme. – el hombre sonrió.
  • Gracias a ti por rescatar a esas chicas. Llevaban desaparecidas un mes. Ya las dábamos por muertas.
  • ¿Cómo no las habíais encontrado antes? – el hombre suspiro, triste y cansado de repente.
  • Cuando La Orden se lleva a alguien, ya lo puedes dar por muerto. Demasiados escondites, demasiada vigilancia… no sabíamos que seguían aquí. Imaginaba que ya las habrían usado y tirado, como hacen siempre. – horrible, pero cierto. Lamentablemente.
  • ¿Para qué querrían su sangre? – preguntó, recordando la máquina a la que estaban conectadas las chicas.
  • Se rumorea que están experimentando, intentando crear algo que nos extermine. Pero aún no han dado con lo que buscan. Y esperemos que jamás lo consigan o estaremos muertos.

Kenny se estremeció, pensando en esa imagen. La idea de que La Orden estuviera gastando medios y tiempo en averiguar una manera de exterminarles era para sentir algo más que miedo.

Y Cody estaba detrás de todo eso. Él había mantenido ese lugar y ocultado a esas chicas para experimentar con ellas, haciéndoles daño para su beneficio.

¿Cómo había podido estar tan ciego con ese tipo? ¿Cómo no había sido capaz de ver lo que era en realidad?

El medico carraspeó, repentinamente incomodo por algo. Kenny no tenía idea de que era lo que ocurría, pero intuía que no iba a gustarle.

  • ¿Sí? – preguntó a pesar de que no deseaba saberlo. La mirada de culpabilidad del otro decía mucho.
  • Lamento tener que pedírtelo… sobre todo, después de lo que has hecho, pero no puedo… o sea, no puedes… – Kenny sintió sus mejillas arder de vergüenza y se llevó la mano a la nuca de manera inconsciente.

Su melena había crecido lo suficiente para tapar la marca, pero seguía ahí. El hombre debía haberla visto al curarle.

  • Oh… sí, entiendo. Me marcharé enseguida. – repuso con pena. El otro le miró apesadumbrado.
  • A mí no me importa. Y ya te digo que después de lo que has hecho, mucho menos. Pero el Consejo no quiere a un desterrado en su ciudad. Algunos son muy anticuados para la época en la que vivimos. – se excusó.
  • No pasa nada, no se preocupe. – Kenny empezó a ponerse la camiseta que estaba en la silla.

El hombre le ofreció una bolsita que el león cogió, desconfiado. Al abrirla vio un montón de gasas, vendas, esparadrapo y desinfectante en su interior.

  • Debes curarte la herida al menos una semana más. A diario. Si tienes problemas o se te infecta, ve a un médico. Por una cosa así podrás acudir hasta al de los humanos. No corres peligro. Con esto creo que tendrás de sobra. Guarda por si necesitas más adelante.
  • Gracias.
  • No. No me las des. Siento que tengas que marcharte así. Tu moto está aparcada delante de la puerta.

Kenny asintió y salió del lugar, con su mochila a cuestas y el casco en la mano. Como le dijera el otro, su moto estaba esperándole en la entrada. Se subió en ella y arrancó.

Ahora… ¿hacia dónde se dirigía para encontrar a Cody de nuevo?

Rugidos del corazón. Capítulo 3.

Decidieron ir a buscar el dinero esa misma noche.

Kenny esperó a la madrugada, cuando sabía que sus padres ya estarían acostados, para colarse en su casa junto a Cody.

Utilizó sus propias llaves y desconectó la alarma para no despertar a nadie y así poder entrar al despacho de su padre.

Pero, a pesar de las palabras de su pareja, del enfado que aun sentía y de sus ganas de marcharse de allí, seguía sin estar convencido con lo que estaba haciendo.

Hubiera preferido hablar con su padre primero. O su madre, quien tal vez hubiera sido más receptiva a la idea. O, incluso, irse sin ese dinero.

Pero no quería que su pareja pensara que no deseaba marcharse con él.

Por eso guio al otro hasta el despacho y quitó el cuadro del paisaje africano de la pared, descubriendo la pequeña caja fuerte que su padre escondía allí.

Kenny introdujo inseguro la contraseña y la caja se abrió. Y, como había dicho al otro, estaba repleta de papeles. Pero también había un puñado de billetes de cien. No era mucho, tal vez un par de miles. Pero tendría que servir.

Cogió los billetes y se los ofreció a Cody.

Sin embargo, este ignoró el dinero. Apartó a Kenny y se acercó, rebuscando entre los papeles hasta sacar un sobre marrón.

El joven león lo reconoció como el que su padre guardara esa mañana mientras discutían.

– ¡Cody, venga! – le urgió. – ¡Ya tenemos el dinero! ¡Vámonos!

Sin embargo, el otro no tenía tanta prisa.

– No tan rápido, cariño. – repuso, abriendo el sobre y sacando su contenido.

Eran un puñado de papeles, lo que parecían un par de mapas y algunas fotografías en blanco y negro. Kenny no solía prestar mucha atención a los negocios de su padre. Sabía que, a veces, tenía trabajos y consultas con la Comunidad o el Consejo. Por algo era el alfa.

Pero no eran tampoco demasiadas las ocasiones en que algo así ocurría. Esos papeles parecían algo de la Comunidad, como la mayoría de alfas. Y Kenny sintió su sangre helarse en sus venas al ver como Cody los doblaba y se los guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta.

¿Para que los quería?

– Cody, ¿qué haces? ¿Para qué quieres eso? ¿Qué son esos papeles?

La expresión de Cody había cambiado completamente, como si se hubiera despojado de una máscara. Su rostro, habitualmente sonriente y amable ahora portaba una expresión de desdén y crueldad que le hacía parecer otra persona completamente distinta.

– ¡Oh, mi pequeño Kenny! – hasta su voz parecía haber cambiado. El león se sentía como si estuviera en una pesadilla. – Esto es más importante que el dinero. Y la razón por la que estoy aquí.

– No te entiendo…

El rostro de Cody se torció en una horrible mueca que le hizo parecer desquiciado. Kenny tembló al verle. Daba miedo.

– ¿No lo entiendes? Y sin embargo es muy simple, querido. Mi trabajo era conseguir estos papeles. A cualquier precio. Y si para eso tenía que acostarme contigo para conseguir el acceso, pues…

El joven león se estremeció de nuevo, esa vez de asco e incredulidad. ¿Todo había sido una mentira? ¿Una cruel manipulación para robar unos papeles a su padre? ¿Por qué?

– Dios mío… ¿Cómo has podido? – preguntó, aún en shock. – Iba a dejarlo todo por ti.  

– Ya, adorable. Y, ahora… – siguió, sacando una pistola de la parte de atrás de sus pantalones.

Kenny retrocedió, asustado. ¿Una pistola? ¿Iba a matarle?

Seguía sin terminar de comprender que ocurría. Su Cody, su dulce Cody, se había transformado de repente en un loco que clamaba haberle usado para conseguir unos papeles de su padre.

¿Cómo había podido hacerle eso? ¿Y como no lo había notado? ¿Cómo había creído cada una de las mentiras que le había dicho todo este tiempo?

Había planeado su vida con él.

En ese momento, todo lo que no le contó sobre su vida y pasado, las veces que no le llevó a su apartamento y que no le correspondió al confesar sus sentimientos volvieron a su cabeza para mostrarle con claridad todo lo que había estado ignorando a propósito.  

Cody se separó, retrocediendo hacia la puerta, sin dejar de apuntarle con la pistola.

– ¿Sabes? Ha sido tan fácil engañarte que casi va a darme pena matarte. – dijo, quitando el seguro del arma. Kenny cerró los ojos, maldiciendo por lo bajo.

– ¿Qué ocurre aquí?

La voz de su padre les pilló por sorpresa a ambos. Kenny no tuvo tiempo de advertirle cuando Cody se giró y le disparó sin mediar palabra.

Tres disparos al torso y su padre cayó al suelo de rodillas, con un ruido sordo y gimiendo de dolor.

Cody gruñó, claramente disgustado. Eso no entraba en sus planes, pero tampoco parecía disgustarle la idea de haber herido al alfa.

– ¡Papá! – gritó Kenny, ignorando al otro y saltando para arrodillarse junto a su padre. Respiraba muy débilmente y perdía sangre a borbotones, pero seguía vivo.

Se quitó la chaqueta y trató de taponar las heridas para evitar que siguiera desangrándose. Mientras, en la casa, la gente se había despertado con los disparos y empezaban a escucharse carreras y gritos.

Cody maldijo, volviendo a encañonarles y este vio como el humano realmente apretaba el gatillo.

Salvo que nada ocurrió. No hubo disparo, no hubo bala, no hubo nada. La pistola se había encasquillado.

Furioso y apurado porque las voces se acercaban, Cody soltó una maldición a gritos y salió corriendo de allí, dejando atrás a Kenny y su padre.

Y así fue como lo encontraron su madre y los guardias cuando llegaron. Arrodillado junto a su padre, con las manos manchadas de su sangre.

Veinticuatro horas más tarde, Kenny se encontraba encerrado en una celda.

Llevaba incomunicado tanto tiempo que no sabía ni qué hora era ni cuánto tiempo había pasado. No existían ventanas ni relojes y nadie le decía absolutamente nada.

No le han dejado ni cambiarse de ropa ni lavarse las manos así que todavía estaba manchado de sangre. El olor le había puesto tan enfermo que vomitó dos veces.

Aunque tampoco le habían traído nada de comer ni beber, así que ya no le quedaba nada en el estómago para seguir vomitando.

Se preguntaba, mientras permanecía sentado en el sucio suelo, si su padre habría muerto y si él va a morir.

No era ningún iluso.

Sabía que había metido la pata y a lo bestia. Dejo entrar en la casa del Alfa a un humano, algo que jamás se debía permitir.

Jamás.

Dicho humano, además, robó documentos importantes y disparado al Alfa, presumiblemente asesinándolo.

Le iban a condenar a muerte, daba igual que lo hubieran manipulado y engañado. Él jamás debió permitir que entrara en la casa, para empezar.

Tendría suerte si le ejecutaban rápido.

Kenny estaba sentado en el suelo, intentando no volverse loco con la idea de lo que se le avecinaba, cuando alguien apareció por fin.

Uno de los guardias abrió la puerta y su madre entró, con el rostro serio y desencajado. Nunca la había visto así de demacrada.

– Mamá… – su madre alzó la mano, pidiendo silencio y Kenny obedeció, apesadumbrado.

– Voy a ser breve, hijo. Tu padre sigue vivo. – Kenny alzó la mirada, esperanzado. ¿Seguía vivo? ¡Eso era un alivio enorme! Pero la expresión de su madre eliminó toda esperanza de que eso fueran buenas noticias. – Eso no va a evitar que te juzguen. Gracias a que ha sobrevivido y a que he pedido clemencia al Consejo, no van a ejecutarte.

– ¿Entonces?

– Van a desterrarte y a marcarte como omega. – Kenny palideció. Había oído rumores sobre la marca de omega y ninguno era agradable. – Tu padre ha quedado muy mal herido. Tardará meses, si no más, en recuperarse lo suficiente como para poder volver a dirigir esta manada.

– Lo siento. – su madre le dirigió una mirada gélida al escuchar sus disculpas.

– ¡Te advertimos sobre ese humano! ¿Por qué no nos escuchaste? ¡Te dijimos que no podías confiar en ellos! – gritó su madre, con lágrimas en los ojos. – Has traído la deshonra a esta familia al escogerle antes que a nosotros. ¡Te repudio! – terminó, dándole la espalda y dejándole solo en la celda.

Kenny no tuvo mucho tiempo más para apenarse por las duras palabras de su madre. Para eso tendría tiempo mucho después.

En ese momento le preocupaba más el grupo que entró tras marcharse su madre. Entre ellos destacaba un león enorme, que portaba una especie de maletín de médico y que se alejó hacia una esquina, usando el catre que allí había como mesa improvisada.

Mientras, el grupo se separó y uno de ellos, que resultó ser un notario, empezó a soltar una parrafada legal eterna. Lo único que sacó en claro Kenny era que lo estaban desterrando y que ese tipo le explicaba las condiciones en que se realizaría dicho destierro y sus derechos (o falta de ellos).

Lo acompañarían al límite de la ciudad y él estaría obligado a marcharse y no regresar jamás. Al parecer, alguien, presumiblemente su madre, había preparado y traído su mochila con algo de ropa y su documentación.

Y ahí fue cuando notó el olor.

Mientras el notario y todos los demás hablaban, Kenny no había prestado atención al tipo del maletín. Pero le empezó a llegar un olor extraño. Algo que no debía olerse en ese lugar.

Hierro calentándose.

Y se le erizó el cabello al ver como ese tipo grande calentaba un hierro de marcar con un soplete.

La marca no era demasiado grande. Del tamaño de una moneda de dólar, redonda con el símbolo de la letra griega omega.

Para su horror, los otros cuatro leones, le rodearon y sujetaron mientras el grande se les acercaba con el hierro candente en su mano derecha.

Como si el tiempo se hubiera ralentizado, vio al tipo acercarse mientras uno de los que le sujetaban le obligaba a bajar la cabeza y cortaba su largo cabello dejando su nuca al descubierto.

El dolor de la quemadura fue espantoso, jamás había sentido algo igual. Pero lo peor fue el olor.

La peste a carne quemada y el saber que era la suya le revolvió el estómago lo suficiente como para provocarle arcadas.

Lamentablemente, al no tener nada desde hacía horas impidió que pudiera vomitar nada y sentir algún alivio.

Asqueado y dolorido, con el rostro lleno de lágrimas y las manos manchadas aún de sangre. Así fue como lo arrastraron fuera de la celda para meterle en una furgoneta para llevarle a los límites de la ciudad.

Una vez allí, empezaron a darle una paliza, golpeándole con puños y patadas cuando cayó al suelo.

Estuvieron minutos golpeándole, sintiendo cada golpe y rezando para que fuera el ultimo. Cuando por fin se detuvo, le arrojaron su mochila y regresaron a la furgoneta, que no tardó en alejarse del lugar.

Kenny tardó casi una hora en conseguir fuerzas suficientes solo para levantarse y quedar sentado en el suelo, intentando averiguar si tenía algo roto.

Cuando comprobó que no había nada dañado de gravedad, se centró en el contenido de su mochila. Tenía ropa, sus documentos y, por alguna clase de suerte o piedad, algo de dinero.

Todavía tardó otra hora más en conseguir ponerse en pie y alejarse de la ciudad, caminando por el borde de la carretera.

No tenía ni idea de que iba a hacer ahora. Ni a donde dirigirse. No conocía a nadie a quien pudiera acudir ni pedir ayuda. Y el dinero era bastante escaso. Lamentablemente, en las condiciones en que le habían dejado no estaba para hacer mucho para conseguir más.

¿Qué iba a ser de él?, pensó mientras se alejaba carretera arriba, cojeando, hacia un cielo negro y tormentoso.

¿Qué iba a ser de él?

¡Nueva colaboración!

¡Hola de nuevo!

¡Cuánto tiempo! ¿Verdad?

Lamentablemente he estado y seguiré estando desaparecida del blog por una temporada. Al fin he encontrado un nuevo trabajo y quiero asentarme un poco antes de poder regresar, ahora que tengo algo de motivación.

Estar tanto tiempo parada acabó afectándome anímicamente y espero que ahora regresen mis ganas de hacer cosas y escribir.

Pero mientras vuelven o no, tengo noticias chachis para vosotros.

Galiana, adorable compañera escritora, me ha concedido el honor de dejarme participar en su Galiana y Cia, con un pequeño relato de siete capítulos cortos.

El relato se empezará a publicar el día 11 de este mes (hoy) hasta el 17 y tratará sobre la relación entre Merlin y Lance, personajes de mi novela Kamelot 2.0. Vamos a ver un poquito como era su relación en su vida pasada y cuando se reunieron en este presente.

Ha quedado bonito, la verdad.

Así que espero que lo leáis y que os guste.

Podéis encontrar el relato aquí.

Descubriendo el pasado. Capítulo 8 y final

¿Te puedes creer que acabo de darme cuenta de que deje este relato sin terminar de subir?

¡A un capítulo, para más horror!

En fin, que como voy a ir intentando recuperar el blog y la costumbre de escribir y publicar, te dejo el último capítulo de este relato y el link de los otros por si quieres releerlo.

En anteriores capítulos…


Había pasado una semana desde su regreso a casa y todo parecía estar normal. O casi normal.

Arthur siguió con su trabajo en la empresa, siempre con Joss a su lado y Gawain protegiéndole fuera a donde fuera.

Para alguien que no los conociera o no perteneciera a la empresa, todo parecía completamente normal.

Para los que si trabajan allí, las cosas no estaban para nada normales.

Ni un poco.

Arthur, que se había ganado fama entre el personal de la oficina con su costumbre de intentar huir del trabajo o de bromear con Gawain, permanecía encerrado en su despacho durante todo el día, trabajando.

No era que normalmente no trabajara. Todo lo contrario. Pero siempre intentaba escapar de sus obligaciones, en broma para recordar cuando no deseaba estar ahí de verdad. Era una tradición ya entre ellos.

Y Gawain, que siempre iba tan alegre y bromista ahora le acompañaba a todos lados con expresión seria, casi sin sonreír.

Incluso parecía triste.

Ya no esperaba dentro del despacho, como hacia antes, si no fuera, sentado en una silla cerca de la puerta.

Y todo el mundo se había dado cuenta.

Las secretarias se habían dado cuenta. Toda la plantilla de seguridad se había dado cuenta. Toda la oficina se había dado cuenta.

Y, por supuesto, Joss, Lance y Lydia se habían dado cuenta.

  • ¿Qué demonios les pasa a esos dos? – preguntó Lydia, haciéndose eco de los pensamientos de los hombres que la acompañaban.

Estaban los tres en el laboratorio de Lydia, la cual había hackeado las cámaras para que enfocaran a Arthur y Gawain. Los dos parecían bastante infelices. Joss se encogió de hombros, tan perdido como los otros.

  • No tengo idea. Cuando se fueron estaban bien. Al regresar, no. Obviamente, algo ha pasado en ese lapso de tiempo. – contestó, completamente perdido.
  • Te digo que ha pasado. Esos dos se han acostado. – sentenció Lance, moviendo su café. Joss rodó los ojos.
  • No seas simple, anda. Contigo todo tiene que ver con el sexo.
  • Pues me da que el simple tiene razón. – replicó Lydia, con una risita. Lance protestó.
  • ¡Ey!
  • ¿De verdad crees que es eso lo que ha pasado? – preguntó Merlin, ignorando las quejas del otro.

Lydia hizo zoom con las cámaras, centrándolas más en los rostros alicaídos de los dos chicos.

  • Pues no sé decirte, pero muy felices no están. Así que si se han acostado, como piensa Lance… ¿Por qué están así de deprimidos? – Lance bufó, como si los otros fueran torpes por no ver lo obvio.
  • Mira, conozco a Alex desde que Uther lo reclutó. He trabajado días enteros con él. Y es un chico de lo más responsable que existe.
  • Eso lo sabemos, Lance. – Lance bufó de nuevo. De verdad, los seres mágicos a veces podían ser de lo más ciegos para lo obvio.  
  • Lo que quiero decir es que siendo como es, ha pasado algo y ha decidido cortar lo que fuera de raíz. – Lydia los observó, intrigada.
  • ¿No estaban esos dos liados en el pasado? – Lance y Joss rieron. Los recuerdos de las habladurías del castillo por ese escandalo aun les hacía bastante gracia.
  • ¡Oh, si! ¡Menudo escandalo dieron! Arthur no era muy discreto mostrando su cariño y predilección por Alex. No le importaba que pensara nadie, menos aun después de que se fuera Ginebra con aquel soldado. Nunca estuvo enamorado de ella. Si lo estuvo de Gawain.
  • Pero recuerda que, incluso entonces, Gawain trató de evitar todo eso. – puntualizó Lance, terminándose el café. – Arthur tuvo que casi perseguirlo para estar juntos porque Alex no lo veía bien. Decía que no podía protegerle bien si estaban juntos.

Joss recordaba esos tiempos. Era cierto que el pelirrojo trató de poner espacio, incluso llegó a pedir salir del castillo en alguna misión para evitar lo inevitable. Pero Arthur no desistió, no se detuvo hasta conseguir que el otro diera su brazo a torcer.

Si eso era lo que estaba ocurriendo en esa ocasión, ¿Cómo iban a arreglarlo?

  • La diferencia que estoy viendo entre aquella ocasión y esta es que Arthur no está haciendo nada.
  • Exacto. Se está escondiendo en el trabajo. Nuestro Arthur se ha criado de una manera muy diferente en esta ocasión, no es el rey arrogante que no aceptaba un no por respuesta. Es solo un chiquillo inseguro al que le acaban de decir que no puede estar con quien le gusta por su bien. – Lydia suspiró.
  • ¿No estamos dando por hecho demasiadas cosas sin saberlas realmente?
  • ¿Quieres apostar? – sugirió Merlin, riendo. Eso era una vieja historia de los dos. Un día tenía que contársela a Lance.
  • Mejor no. – gruñó. – Siempre pierdo. Está bien. ¿Qué podemos hacer para arreglar esto? ¿Será seguro para Arthur si Gawain sigue protegiéndole, estando juntos?
  • Lo que tú no puedes entender, milady, es que, aunque no estén juntos, Gawain no va a dejar de tener sentimientos por él. – explicó Merlin, encogiéndose de hombros. – Así que es lo mismo si están o no juntos.
  • Humanos… – murmuró, chasqueando los dedos.

Las luces del laboratorio parpadearon un par de veces, algunas bombillas incluso estallaron, las chispas saltando por todos lados. Los dos hombres intercambiaron una mirada antes de volverse a mirar a la chica.

  • ¿Qué has hecho? – preguntó Lance, con cautela.
  • Dar un empujoncito.

Arthur no estaba seguro cuando se había dormido, pero tampoco le extrañó demasiado. No había descansado demasiado desde que regresó. Le costaba conciliar el sueño, pensando en como superar lo de Gawain.

Y no encontraba una manera.

Miró a su alrededor y vio que estaba de nuevo en el castillo, en su habitación. Se preguntó que iba a ocurrir en su sueño esa vez. ¿Seria otro recuerdo?

¿Qué habría hecho su yo anterior ante esa situación?

La puerta de su habitación se abrió y apareció Gawain, luciendo un poco perdido. Eso sorprendió a Arthur. Normalmente, en sus sueños o recuerdos, Gawain siempre parecía seguro de si mismo.

  • ¿Arthur? – vale, eso ya si que era raro. Nunca le había llamado por su nombre en los sueños. – ¿Estoy soñando? Tiene que ser un sueño porque yo estaba en la oficina esperándote y ahora estoy aquí.

Arthur parpadeó, sorprendido. Su Gawain, el del presente, estaba ahí. En su sueño. ¿Cómo era posible?

  • Estamos soñando los dos. – respondió, llamando la atención del otro.
  • Vale, no tiene sentido, pero vale. Ya he soñado con esto antes. Y era muy divertido, pero… raro.
  • ¿Has soñado con este sitio antes? – preguntó, esperanzado. Pensaba que no recordaba nada de su pasado.
  • Si. Hace unos meses. Supongo que fue por ver Juego de Tronos, yo que sé. – Arthur rio ante la lógica del otro.
  • No creo que esto se parezca a Invernalia.
  • No, pero es la única explicación a tanto detalle. – respondió el otro, encogiéndose de hombros.

Arthur se sentó en su cama, observando como Gawain paseaba por la habitación admirando la decoración y los muebles.

  • Normalmente, no son así. – le escuchó comentar.
  • ¿El qué?
  • Mis sueños. – aclaró Gawain. – Normalmente estamos más… ocupados. – Arthur rio.
  • Imagino como. ¿Quieres que estemos ocupados? – le preguntó, usando sus propias palabras haciéndole reír.
  • Tampoco está mal hablar contigo. Echo de menos eso.
  • Y yo. ¿Por qué no me hablas? – se atrevió a preguntar el chico. El otro contraatacó con otra pregunta.
  • ¿Y tú?
  • Creí que no querrías. Dejaste claro que no quieres estar conmigo, ¿Por qué ibas a querer hablarme?

Gawain se acercó a él y se sentó a su lado en la cama. Le pasó un brazo por los hombros y le abrazó.

  • Eso no es así. No creo que pueda protegerte como es debido si dejo que mis sentimientos interfieran. Y no voy a poder estar contigo y que eso no pase.
  • ¡Pero a mi eso no me importa! – protestó el chico.
  • A mí sí. No sé que iba a hacer si te pasa algo porque no he sabido ser un buen profesional.
  • Yo no tengo dudas de que si lo vas a ser, como siempre lo has sido. Podemos hacer que funcione.
  • No lo sé… – Arthur le cogió del rostro y le besó, un beso tierno y desesperado.
  • Mírame a los ojos y dime que no quieres estar conmigo. – le susurró, con la voz rota.

Gawain le miró y supo que no podría decir eso. No podía mentirle de esa manera. En vez de eso, le atrajo y le besó, intentando demostrarle todo lo que sentía.

Todo el cariño que había ido creciendo desde el primer día que se vieron. La atracción que sintió por él cuando descubrió que no era un crío consentido si no alguien con quien se podía hablar y reír a gusto. La pasión que sintió cuando le besó por primera vez.

Cuando se separaron por fin, Gawain apoyó la frente en la del otro, cerrando los ojos.

  • Cuando despierte, lo primero que voy a hacer es decirte todo esto. – murmuró, dándole otro suave beso. Arthur sonrió.
  • Creo que ya lo voy a saber, pero te esperaré.

Gawain abrió los ojos y se vio en su sitio de costumbre en la ultima semana. Sentado en una silla junto a la puerta del despacho de Arthur. Miró a su alrededor, para comprobar si alguien había notado su cabezadita, pero nadie le prestaba atención. Eso solía ser lo normal, después de la sorpresa del primer día, claro.

Se frotó los ojos y se levantó, dispuesto a cumplir lo que había dicho. Se dirigió al despacho y entró sin llamar, cerrando la puerta tras de sí.

Arthur estaba de pie frente a su escritorio, como si estuviera a punto de salir y le sonrió al verle.

No podía saber a lo que había venido, ¿verdad?

Decidió no dedicarle más pensamientos a ese detalle en ese momento. Ya habría tiempo después. Se acercó a Arthur y le besó, sintiéndose feliz y completo por primera vez en una semana.

Había sido la semana más horrible de su vida.

Pero ya estaba todo bien. No sabía como iban a hacerlo ni si podría hacer su trabajo bien en esas circunstancias, pero no le importaba. Se esforzaría el doble… el triple, si era necesario. Pero no pensaba dejar pasar otra vez esa oportunidad.

Mientras, en el laboratorio de Lydia, Lance, Joss y ella estaban mirando a la pantalla, con unas enormes sonrisas en sus rostros.

  • ¡Eso ha sido tan bonito! – comentó Lydia, haciendo aparecer unas palomitas. Joss negó con la cabeza.
  • Muy bonito. Pero tendré que hablar con los dos. Hay que poner unos limites o vamos a tener a la oficina hablando en segundos.
  • Creo que ya es tarde para eso. – rio Lance. – Yo hablaré con Alex. No va a querer ceder su puesto, pero puedo ponerle una ayuda extra, si ve que eso interfiere con su trabajo.
  • Bien. No quiero que acaben como la ultima vez. – en la pantalla, los otros dos empezaban a ponerse excesivamente cariñosos. – Oye, Lydia, apaga eso.
  • ¿Por qué?
  • Porque están a punto de darnos un espectáculo porno y no me apetece.
  • Pues a mí, sí. Así que cerrad la puerta al salir. – Lance soltó una carcajada mientras seguía a Merlin fuera del laboratorio.

Mejor dejar a la Dama del Lago con su nuevo entretenimiento.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 7.

Capítulo 7.

descubriendo el pasado

Arthur no se había alegrado jamás tanto de ver el logo de su empresa como aquel día, cuando vio a lo lejos la torre Kamelot 2, de Filadelfia.

Esa era la segunda base de la empresa, situada allí porque era la ciudad natal de su madre y ahí era donde solían pasar las fiestas cuando ella aún vivía. Después de su muerte, su padre no volvió a pisarla y él tampoco.

El chico suspiró de alivio al aparcar frente a la entrada y ayudó a Gawain a salir del coche. Juntos atravesaron la puerta principal y se dirigieron a recepción. La chica que había en el mostrador se mostró alarmada por su apariencia. Sin embargo, no llamó directamente a seguridad, esperando a ver qué ocurría.

– Hola, soy Alexander Gawain – saludó Gawain, poniendo su identificación sobre el mostrador que la muchacha no tardó en coger y comprobar. – y este es Arthur P. Drake. Necesitamos ver al jefe de seguridad del edificio. Y un médico.

– Si, por supuesto. – asintió la chica, saliendo del mostrador para guiarles hasta una puerta semi oculta tras él. – Esperen aquí. El señor Torres estará aquí en un minuto.

La habitación era una muy similar a la que había junto a la recepción de su propia torre. Una especie de sala de espera con un par de sofás confortables y decoración sacada de una revista de moda. Arthur ayudó al pelirrojo a sentarse y ponerse cómodo porque ya estaba algo adolorido de su herida. Un poco más tarde, la puerta volvía a abrirse y apareció un tipo grande, con el pelo rizado y negro, los ojos castaños y un bigote fino muy bien cuidado. Vestía el uniforme del personal de seguridad de la empresa.

– Soy Pedro Torres, jefe de seguridad del edificio. – se presentó, acercándose para estrecharles la mano. – Es un placer tenerle aquí, señor P. Drake. Aunque intuyo que no ha sido en las mejores circunstancias.

– No, me temo que no. Mi guardaespaldas necesita atención médica, señor Torres. – el hombre observó a Gawain y su expresión de dolor contenido y asintió.

– Por supuesto. Síganme. Luego me contaran con detalle que ha pasado.

Unas horas más tarde, Arthur estaba instalado en una de las suites de su familia, duchado, comido y nuevamente vestido con un traje limpio y elegante. Y eso estaba muy bien, pero no había podido ver cómo estaba Gawain todavía.

Después de que le curaran, Torres se lo llevó para hacer un informe y escuchar todo sobre el ataque y lo que habían hecho hasta ese día para evadirlos, buscando posibles sospechosos.

La Orden era la primera de esa lista. Mordred y Morgan, los segundos.

Luego les perdió la pista.

En ese momento, no sabía que hacer. No sabía si debía quedarse donde estaba o buscarlo. No quería molestar si estaba ocupado, cosa que era posible. Pero, por otro lado quería asegurarse de que estaba bien.

Y que tras días de estar compartiendo habitación, le echaba de menos y se sentía abandonado por muy infantil que sonase.

Al final, decidió salir a buscar al otro. Al menos se quedaría tranquilo sabiendo que estaba bien.

Cogió el teléfono y llamó a recepción. No tardaron en darle la información que quería, el número de habitación de Gawain.

Tomó el ascensor y bajó los tres pisos que le separaban de la planta de seguridad, donde se solían alojar todo el personal y estaba el gimnasio. Esa torre era un calco de la de Nueva York, por lo que estaba comprobando.

Ya delante de la puerta se quedó congelado sin saber si llamar o no. Dudó un par de minutos y llamó, temiendo que el otro decidiera ignorarlo.

De repente, se sintió como un adolescente inseguro. Gawain era su amigo. ¿Por qué no iba a querer verle?

La puerta se abrió, después de lo que pareció una eternidad y un Gawain en camiseta, pijama y descalzo le saludó.

A través de la camiseta podía ver la venda que cubría su hombro y parte del brazo, donde estaba la herida de bala. Parecía cansado.

– Lo siento… no se me ocurrió pensar que estarías descansando. – dijo, dándose la vuelta para irse. Gawain le agarró de la muñeca para detenerle.

– ¡Espera! No estaba durmiendo. Bueno, no del todo. Creo que me he quedado un poco dormido viendo la película. Entra.

Arthur entró en la habitación. Era más pequeña que la suya pero no menos lujosa y cuidada. La televisión estaba encendida y había una manta en el sofá, indicando que le había dicho la verdad. Eso le hizo sentir un poco mejor.

– ¿Cómo te encuentras? – le preguntó. El pelirrojo se encogió de hombros.

– Me han dado unas pastillas para el dolor y ya no noto nada. – rio. – ¿Cómo estás tú?

– Solo quería saber si estabas bien. – Gawain sonrió con afecto al chico.

– Lo estoy. – le aseguró. – Lance me llamó hace un rato, para ver si habíamos llegado. Nos recogerá mañana por la mañana para ir a casa.

– Eso está bien. Bueno… será mejor que vuelva a mi habitación, entonces.

Arthur hizo el intento de girarse para irse pero Gawain volvió a cogerle de la mano para detenerle una vez más. Tiró de él hasta acercarlo, dejándole a un paso de distancia.

– ¿A qué has venido, Arthur? – le preguntó y el chico no supo bien que responder. ¿A qué había ido? ¿Solo para comprobar que se encontraba bien? ¿O había alguna razón más?

– Estaba preocupado.

– ¿Y?

– Te echaba de menos. – confesó. Gawain sonrió, dulce.

– Solo nos hemos separado unas horas. – Arthur se sonrojó.

– Si pero no sabía… no sabía si querías volver a hablar conmigo después de estos días. Si volviésemos a lo de antes cuando regresemos a casa.

Gawain suspiró, apenado. Llevaba pensando lo mismo desde que le dejaran en enfermería. No sabía que hacer con la situación cuando regresaran a casa. Tendrían que volver a su relación laboral de antes, ¿verdad? Eso sería lo lógico.

Días antes había pensado en dar un intento a eso, pero tras los ataques y el que casi les mataran a los dos le hizo dudar sobre esa idea. ¿Sería seguro para ambos tener una relación?

Arrastró a Arthur hasta el sofá y le obligó a sentarse con él. Para evitar que el otro se fuera al extremo opuesto, le echó un brazo por los hombros y le abrazó, atrayéndolo hacia su cuerpo.

– Si te soy sincero, no lo sé. – le confesó, ganándose una mirada sorprendida del otro. – No sé qué debemos hacer. Lo inteligente seria volver a lo de antes. Soy tu empleado, a fin de cuentas, Arthur. Trabajo para ti. ¿Cuánto tardaría eso en ser un problema? ¿Y cuánto afectaría en mi modo de trabajar? No podría ser tu guardaespaldas.

– ¿Por qué no? – el pelirrojo le acarició el cabello, mirándole triste.

– Pues porque mis sentimientos interferirían, me harían tomar decisiones apresuradas y estúpidas.

– ¿Entonces?

– No lo sé. Pero supongo que debemos dejarlo aquí antes de que vaya a más y sea más doloroso. – Arthur asintió, notando su pecho dolorido.

– Supongo que tienes razón. – cuando intentó levantarse, notó que el otro no le soltaba. – ¿Gawain?

– Si, pero eso puede ser mañana. – le susurró, inclinándose para besarle.

Fue como en su sueño, esa misma mezcla de pasión y dulzura que le dejó temblando de ganas cuando se separaron. Arthur vio algo que pensó no vería jamás en el rostro de Gawain.

Inseguridad.

Le cogió del rostro y volvió a besarlo, tratando de mostrarle que él también quería eso, aunque fuera solo por esa noche.

El beso se volvió apasionado en segundos, con las manos de Gawain por todas partes, desabrochando y quitando ropa a toda prisa. No tardó en tener a Arthur con solo el pantalón y la camisa desabrochada.

Gawain le tumbó en el sofá, desabrochándole y sacándole los pantalones del traje que acabaron en un rincón alejado de la habitación. Con una sonrisa malévola, empezó a besarle por el pecho, bajando despacio hasta llegar a su entrepierna.

Arthur casi se ahogó al ver como el otro le quitaba los calzoncillos y empezaba a devorarlo despacio, sacándole jadeos e improperios de todos los colores. Aprovechando que le tenía distraído, el pelirrojo empezó a prepararle con cuidado hasta tenerle completamente listo y tembloroso, lleno de ganas.

Gawain volvió a subir, besándole y dándole a probar un poco de su propio sabor antes de comenzar a introducirse, sin dejarle tiempo a pensarlo mucho. Pronto estaban moviéndose al unisonó, el cuerpo de uno acudiendo a las embestidas del otro, ambos disfrutando del momento y perdiéndose en él.

Arthur podía sentir el mismo cariño y cuidado que en su sueño, dejándose llevar por ese sentimiento hasta que ambos llegaron al orgasmo. Gawain se dejó caer, agotado sobre él y le sonrió con tristeza.

Un rato después le llevaba a su cama para descansar.

Al día siguiente, ambos iban a hacer como que no había sucedido nada, manteniendo su relación como hasta ese día. Amistad y negocios y punto.

Era lo más lógico.

Aunque eso no consoló nada a Gawain cuando, al llegar la mañana, se encontró en la cama, solo.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 6.

Capítulo 6.

descubriendo el pasado

Arthur se despertó al sentir un roce suave en la mejilla. Abrió los ojos y se encontró con la mirada azul de Gawain, que le sonreía divertido.

El chico bufó, haciendo el intento de taparse la cara con las manos pero el otro se lo impidió, sujetándoselas.

– ¿Cómo estás? – Arthur suspiró. Aun se sentía algo triste pero no como la noche anterior.

– Mejor, gracias. No sé qué me pasó. La pesadilla era tan real…

– Debía serlo. ¿Quieres contarme que pasaba? – Arthur negó con la cabeza. No, no deseaba hablar de ello. Nunca. – Vale. No pasa nada. Pero ya sabes que si necesitas hablar, estoy aquí. – eso le hizo sentir un poco mejor. Sonrió a Gawain.

– Lo sé, gracias.

– No las des. Ahora, arriba. Vamos a desayunar y a salir de aquí antes de que sea tarde. Quiero llegar a Filadelfia mañana.

– Estoy deseando llegar a casa. – Gawain arqueó una ceja.

– Yo también.

Arthur hizo el intento de levantarse pero el pelirrojo seguía encima suya, sujetándole de las manos, impidiéndoselo. Le regaló una sonrisa socarrona al ver que no podía moverlo.

– ¿Te importa? – le preguntó el chico. El otro simuló pensárselo.

– No lo sé. Aquí se está cómodo.

– Tú eras el que tenía prisa.

– Ya… pero nos podemos perder unos minutos. – susurró, acercándose a su rostro como si fuera a besarle. Arthur se estremeció y cerró los ojos así que Gawain se desvió y le dio un pequeño beso en la punta de la nariz. Luego se levantó de la cama, riendo. – ¡Vamos, Arthur! ¡Quiero desayunar!

El chico aún se quedó un minuto sentado, respirando agitado antes de poder levantarse y comenzar a vestirse, maldiciendo a su compañero.

Después del desayuno ambos se dirigieron al coche, para salir hacia su siguiente parada. Pero antes de que pudieran llegar, un grupo de hombres armados les asaltaron.

Gawain sacó su pistola y empujó a Arthur hacia el coche, obligándole a subir al asiento trasero.

– ¡Agáchate y no te muevas! – le gritó, arrancando el coche.

Un disparó atravesó el cristal del asiento del copiloto, rompiéndolo en mil pedazos y el coche salió del aparcamiento quemando neumáticos.

Por lo que se sintieron como horas, el coche no dejó de correr, dando tumbos y cogiendo curvas a toda velocidad, haciendo que Arthur acabara alguna que otra vez en el suelo del vehículo, llevándose más de un golpe.

De repente, la velocidad fue disminuyendo hasta detenerse. Arthur alzó la cabeza, viendo que habían parado el coche en el arcén de una carretera de tierra, sin nada de civilización a la vista.

¿Dónde estaban? Empezaba a cansarse de tanto ataque y tanto acabar en ninguna parte.

– ¿Arthur? ¿Estás bien? – el chico se levantó, quedando sentado en el asiento y crujiéndose el cuello.

– Si, sí. ¿Cómo nos han encontrado? – preguntó, extrañado. Creía que no le habían seguido en todo ese tiempo.

– No tengo ni idea. – Gawain soltó un gruñido de dolor. – Voy a necesitar que lleves el coche un rato.

Al chico le saltaron las alarmas al escuchar las palabras y el tono del otro. Algo malo pasaba o no le dejaría conducir. Gawain odiaba como conducía.

Salió del coche, apresuradamente y se acercó a la puerta del piloto.

– ¿Qué pasa? – vio una mancha de sangre en la manga derecha de la camisa del otro y se echó a temblar. Aun tenía muy reciente el sueño. – ¡Estás herido!

– No es nada. Solo un rasguño. Pero duele un poco y me va a molestar para conducir. – Arthur asintió, ayudándole a salir del coche. A él la herida no le parecía un rasguño. Sangraba bastante. – Intentaré curármela por el camino.

Arthur llevó el coche, siguiendo las indicaciones del otro hombre, hasta la siguiente ciudad, en la que habían pensado quedarse. Gawain ya no se fiaba de quedarse en el motel que tenían reservado, así que le obligó a conducir un rato más, buscando un nuevo motel en el que hospedarse.

El chico consiguió una habitación en un motel por horas y sentó a Gawain en la única cama para mirarle la herida del brazo.

El otro había improvisado un vendaje con un trozo de camiseta pero ya estaba empapada en sangre. Por suerte, parecía que el sangrado se había detenido ahí. Arthur asaltó el botiquín del baño y vino cargado con gasas y desinfectante. Con cuidado quitó la tela de la herida y siseó al verla.

No, no era ningún rasguño.

– Me has mentido. – le regañó, dándole un golpe en el brazo bueno. – Esto de rasguño no tiene nada. Es un agujero en toda regla. – Gawain soltó una risita.

– Bueno, no es para tanto. Al menos la bala ha salido, es una herida limpia. Vamos a vendarla y mañana, cuando lleguemos a Filadelfia y a la central, me curaran como debe ser. ¿Podrás hacerlo? – preguntó, al ver como el chico se ponía un poco blanco. Arthur asintió.

– Si, sí. Espero que no te duela demasiado.

– Sobreviviré. Tú cúrame.

Con excesivo cuidado y más miedo que otra cosa, Arthur limpió la herida y luego la vendó como le iba indicando Gawain, que hacía gestos de dolor a cada movimiento. Cuando acabó, ambos estaban agotados y temblorosos por razones distintas.

– Sería mejor que te echaras un rato. Puedo ir a por la comida. – sugirió Arthur, pero Gawain se incorporó, negando rotundamente con la cabeza.

– ¡No! Nada de salir solo de aquí. Pide para que la traigan. No puedo permitirte salir de aquí sin vigilancia.

– No creo que nos hayan seguido.

– ¡Da igual! No me fio. – gruñó. – Es más, no me fio de quitarte el ojo de encima. Ven aquí. – le llamó, palmeando el lado izquierdo de la cama.

– ¿Qué?

– ¡Que vengas! Vas a echarte aquí conmigo y me vas a cuidar un rato y luego pediremos pizza o algo. – Arthur se tumbó a su lado, rodando los ojos ante la actitud autoritaria del otro.

Gawain no tardó en rodearle la cintura con el brazo bueno y atraerle hasta su cuerpo, pegándole a él. Arthur suspiró, relajándose por primera vez en todo el día. No había notado lo tenso que estaba hasta ese segundo.

– Cuando te vi sangrando me asusté muchísimo. – confesó con un hilo de voz. Gawain apretó su agarre de la cintura y le dio un beso en el pelo.

– Yo también. Me asusté cuando nos atacaron, cuando casi te dan, cuando me hirieron porque pensaba que no podría llevarte a salvo a casa. Me asusté mucho.

Arthur alzó el rostro para mirarle y Gawain aprovechó para robarle un corto beso. El pelirrojo le acarició el pelo, antes de volver a tumbarse en la cama.

– Vamos a descansar un poco. Luego comemos tranquilos.

Arthur se despertó un buen rato después, por el sonido del móvil de Gawain. El otro estaba completamente dormido y Arthur no tuvo corazón de despertarlo. Parecía agotado.

Con cuidado se desenredo de sus brazos y cogió el teléfono, contestando en un susurro.

– ¿Sí?

– ¿Arthur? – era Lance y sonaba sorprendido y preocupado. – ¿Dónde está Gawain?

– Gawain está dormido. Nos atacaron al salir de la otra ciudad y le han herido. – le informó. Lance hizo un sonido de sorpresa.

– ¿Está bien?

– Si, tiene un disparo en el brazo pero parece estar bien. O eso dice él.

– ¿Y tú? ¿Estás bien?

– Cagado de miedo, pero sí. – con Lance no merecía la pena fingir que no estaba asustado. El otro hizo un ruidito.

– Bien, eso es bueno. El miedo es bueno para estar alerta. – le dijo, con tono tranquilo. – ¿Cuándo salís para Filadelfia?

– Mañana por la mañana.

– Allí cuidaran bien de Gawain. Saldré para allá en un rato para recogeros en la central. Mientras, tendrás que vigilar que Gawain esté bien. – le ordenó. Sabía que si le daba algo que hacer al chico, este se asustaría menos. – Vigila que no esté somnoliento o mareado. La pérdida de sangre puede provocar eso. Si ves que se comporta raro, le pides que pare y conduces tú.

– Puedo conducir yo desde el principio. – se ofreció. Lance sonrió.

– Mucho mejor. Os dejo descansar entonces, nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

– No te preocupes. – Lance soltó una risita.

– ¡Claro que me preocupo! ¡Es mi trabajo!

Arthur cerró el teléfono y cogió el suyo para buscar algún sitio que sirviera a domicilio al que poder pedir. Encontró una pizzería y encargó un par para los dos.

Mientras esperaba a que llegara el repartidor, se volvió a tumbar junto a Gawain, apoyando su cabeza en el hombro del pelirrojo, acurrucándose a su lado.

No iba a permitir que esa pesadilla se volviera a hacer realidad. Iba a cuidar a Gawain.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 5.

Capítulo 5.

descubriendo el pasado

La mañana siguiente no fue tan incomoda como podía pensarse que debía ser.

Gawain hizo como que no había pasado absolutamente nada, Arthur también y ahí se acabó el problema.

Amanecieron hechos un lio en la cama, enredados el uno en el otro, con Arthur dormido con la cabeza apoyada en el pecho del otro y todavía desnudo porque no se puso ninguna ropa limpia después de lo ocurrido.

El chico salió corriendo al baño a vestirse, avergonzado pero tras el desayuno todo volvió más o menos a la normalidad.

Más o menos, claro. Tampoco se podía pedir peras a un olmo.

Arthur estaba un poco demasiado en su mundo, distraído y metido en sus pensamientos. Algo lógico, vista la situación. Gawain se sintió un poco culpable, al ser el causante de todo eso.

No se arrepentía para nada, pero sabía que debió haber esperado a estar en casa o, al menos, a haber hablado algo con el chico. Le estaba confundiendo y lo sabía.

Cuando vio que a Arthur se le caía por cuarta vez la cuchara al suelo de lo despistado que andaba, decidió tomar cartas en el asunto.

– ¿Arthur? – el chico parpadeó, como si acabara de despertar. Al ver que era Gawain quien le llamaba la atención, se sonrojó.

– ¿Sí?

– Quería disculparme por lo de anoche. – Arthur se atragantó con el café que estaba bebiendo.

– No hace falta…

– No, debo disculparme. – insistió. – No fue profesional por mi parte dejarme llevar de esa manera. Estoy aquí para protegerte y estamos bajo ataque. No debo olvidar mi sitio.

– ¿Tu sitio? – repitió el chico, con voz extraña. Parecía sorprendido por sus palabras. Gawain no entendió el porqué.

– Soy tu guardaespaldas y tu empleado.

– ¿Solo eso? – el pelirrojo ablandó la expresión, sonriéndole.

– No. Pero es lo que debo ser ahora mismo si quiero llevarte a casa sano y salvo.

Arthur frunció el ceño pero asintió. Tal vez pudiera encontrar el valor para hablar del asunto cuando llegaran a casa. O, al menos, pensó, intentarlo. Primero debía decidir que sentía porque no estaba seguro de ello.

La noche anterior todo lo ocurrido se sintió correcto, bien, perfecto de hecho. Casi como en sus sueños. Pero esa mañana no estaba tan seguro. Se había sentido tan avergonzado que no sabía si aquello fue buena idea o no. Ni si lo repetiría.

Pero cuando Gawain insinuó que solo era su empleado le había dolido. Mucho. Siempre le había considerado un amigo, después de todo el tiempo que llevaban juntos. Al menos le confirmó que no solo era un empleado. Pero entendía perfectamente que quisiera comportarse más profesional en esos momentos.

Gawain puso la mano sobre la de Arthur, llamándole la atención.

– Cuando lleguemos a casa, hablaremos. Ahora, vamos a intentar llegar, que es lo importante.

– De acuerdo.

Terminaron el desayuno y se dirigieron con el coche hasta la siguiente ciudad en la que Lance les había reservado otra habitación para que pudieran descansar y esconderse.

Durante el camino, Arthur siguió pensando en que debía hacer sobre Gawain y su relación. No podía negar que se sentía atraído por él y que le encontraba atractivo. Pero su duda era si todo eso había empezado al mismo momento que los sueños o si ya se sentía así antes y no se había dado cuenta.

Recordaba el primer día que Gawain apareció en su vida, irritantemente alegre y molesto. Recordaba la primera vez que le acompañó a un evento social y lo que se burló de él por el traje de pingüino que tuvo que ponerse. También recordaba la primera vez que lo llevó a tomar algo después de una de esas fiestas de accionistas y como eso se convirtió en una tradición entre ellos.

Durante todo eso se habían convertido en amigos. Pero nada más. Ni Gawain había mostrado ningún interés en él de ese estilo ni Arthur tampoco.

No, hasta el sueño.

Entonces, ¿había sido por los sueños por lo que se sentía así? ¿Era influencia de lo ocurrido en su pasado?

Era todo muy confuso, pensó frunciendo el ceño.

Pero debía reconocer que la noche anterior se había sentido muy bien. Demasiado bien. Cuando Gawain empezó a besarle en el cuello y a susurrarle con voz ronca lo que quería hacerle…

Casi combustionó ahí.

Si no llega a tocarle, lo hubiera tenido que hacer él mismo.

No se sintió nada avergonzado de cogerle la mano y guiársela hasta donde la quería y necesitaba.

Pero amanecer abrazado al otro ya era mucho más íntimo y se asustó. No sabía cómo tratarlo después de eso.

¿Eran algo ahora? ¿O solo había sido una cosa de un rato y ya?

Por lo que había dicho Gawain en el desayuno, iba a tener que esperar a llegar a casa para averiguarlo y no estaba seguro de si sería capaz de esperar tanto.

Llegaron por fin al motel que Lance les tenía reservado y, en esa ocasión, no hubo problemas para conseguir dos camas, así que Arthur respiró aliviado.

El día pasó sin pena ni gloria. Compraron comida para llevar y comer en su habitación. Pasaron el resto del día viendo la televisión y luego salieron a cenar tranquilos en una pizzería cercana.

Nada anormal.

El problema empezó al irse a dormir. Otra vez.

Arthur se vio de nuevo en un lugar desconocido. Un bosque. Parecía distinto al del otro sueño.

Hacia frio, llovía y el suelo estaba embarrado. Tanto que sus botas se resbalaban al andar por el terreno. Arthur notó algo raro. Le costaba respirar y se sentía débil.

El aire olía a sangre. Mucha sangre.

Al mirar a su alrededor notó que el bosque era un campo de batalla. Había unos pocos soldados luchando. Unos con su emblema, un león dorado. Otros, con un águila blanca en sus capas o armaduras.

No estaba seguro de que estuviera ganando. Solo de que, por alguna razón, ya no le importaba.

Se sentía terriblemente triste y no estaba seguro del por qué.

Siguió caminando, trabajosamente hasta llegar a un claro. Allí vio un cuerpo en el suelo y el alma se le cayó a los pies.

Pelo rojo manchado de barro y sangre.

– ¡Gawain! – se oyó gritar, arrodillándose ante el cuerpo.

Lo giró y comprobó que, efectivamente, era su amigo. Tenía una herida de espada que le había atravesado el pecho.

Le cerró los ojos y murmuró una plegaria.

Al menos esperaba que no hubiera sufrido demasiado, pensó mientras las lágrimas caían por su rostro.

Sintió su corazón hacerse pedazos y abrazó fuerte a su amante.

Cuando le dejó por fin en el suelo, se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban. Unos metros más allá, estaba su asesino.

Mordred.

Y él iba a encargarse de vengar a su Gawain.

– ¿Arthur? ¡Arthur, despierta!

La voz de Gawain y el roce de su mano en su mejilla consiguieron sacarlo de su pesadilla. Abrió los ojos y se encontró con la imagen borrosa del pelirrojo, vivo y luciendo muy preocupado.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando.

Gawain estaba sentado en el borde de su cama, mirándole sin entender que pasaba, con una mano en el rostro de Arthur.

El chico se lanzó a sus brazos y escondió el rostro en su cuello, mientras el pelirrojo le abrazaba extrañado y desconcertado.

Pero aunque le preguntó varias veces, no consiguió voz para explicarle porque estaba llorando. El sueño le había dejado con una tristeza tal que no podía dejar de sentirla a pesar de estar viendo a Gawain vivo y sano frente a él.

Seguía notando esa pena que debió sentir en el pasado.

Gawain le abrazó estrechamente y esperó a que se calmara para alzarle el rostro y, tras limpiarle las lágrimas que aun caían, mirarle preocupado.

– ¿Qué ha pasado? – le preguntó. Al chico le salió la voz ronca al contestar.

– Nada.

– Eso no ha parecido nada. ¿Ha sido una pesadilla?

– Una horrible.

– ¿Quieres hablar de ello? – Arthur negó con vehemencia con la cabeza.

– No.

– Está bien. – Gawain volvió a acariciarle las mejillas. – ¿Vas a estar bien?

– No lo sé. – admitió con un hilo de voz.

Con un suspiro, Gawain le empujó para que le hiciera sitio en la cama.

– Bien, entonces dormiré contigo. ¿Te parece bien? – Arthur asintió y Gawain volvió a abrazarle al estar tumbados juntos en la cama.

Así, abrazados y con el pelirrojo acariciándole el cabello, el chico se fue quedando dormido poco a poco, olvidada ya la pesadilla.

Pero mientras aún estaba despierto, se encontró pensando en que haría si a Gawain le pasaba algo. Había sentido tal dolor que no estaba seguro de si lo sobreviviría.

¿Eso significaba que si sentía algo por el otro hombre?


Si, lo sé. Voy un día tarde. Pero ayer fue fiesta en Málaga y se me fue el santo al cielo. El próximo si será en miércoles.

Relato: Descubriendo el pasado. Capítulo 4.

Capítulo 4.

descubriendo el pasado

La situación empezaba a ser ridícula.

Al menos, desde el punto de vista de Arthur.

Habían parado un par de días en un motel, para descansar de coche y de conducir y para asegurarse de que seguían sin correr peligro.

Hasta ahí, bien.

Pero ese motel no tenía habitaciones dobles. Solo les quedaba una con cama individual o una con cama de matrimonio.

Escogieron la segunda por razones obvias. O, mejor dicho, Gawain escogió la segunda.

Dijo que no pensaba dormir en el sofá o en el suelo durante dos días y Arthur no pudo culparle al ver lo diminuto que ese mueble era.

No sabía cómo iba a hacer para dormir con Gawain en la misma cama y no ponerse en ridículo. ¿Y si volvía a soñar? ¿Y si volvía a hablar en sueños? O, algo peor… ¿y si volvía a gemir algo en sueños?

Estaba tan jodido…

Se encerró en la ducha, con el objetivo de intentar ahogarse mientras se lavaba el pelo. No iba a funcionar pero podría perder algo de tiempo.

El problema era que ya llevaba demasiado tiempo dentro y, claro, el otro se impacientó cuando vio que no le llegaba nunca el turno y que iba a gastar todo el agua caliente.

Así que Gawain entró en el baño, sin esperar permiso, dando un susto de muerte al chico.

– ¡Arthur! – gritó, enfadado. – ¡Acaba de una vez! Yo también quiero ducharme.

– ¿Qué cojones haces? ¡Sal de aquí! – Arthur no sabía dónde meterse. Ni siquiera tenía la toalla a mano para taparse.

– Si no sales en treinta segundos, entraré yo. – le amenazó. Aún seguía lleno de espuma, ¿cómo iba a terminar antes de que cumpliera su amenaza?

– ¿Estás loco? ¡No puedes entrar aquí!

– ¡Me da igual! Quiero ducharme. Estoy sudado y cansado y quiero ducharme. Ya.

Arthur se apresuró a enjuagarse, pero vio como el otro abría las cortinas y, sin esperar a que pudiera salir o hacer algo, se metió en la ducha con él, bajo el chorro de agua caliente. Arthur se alejó hacia los azulejos, pegándose tanto a la pared que parecía querer fusionarse con ella.

Intentó no mirar pero no pudo evitarlo.

Gawain estaba frente a él, desnudo y empapado y Arthur no pudo evitar echar un vistazo. Se sonrojó cuando escuchó la risita del otro, que le dedicó una mirada depredadora.

El pelirrojo lo arrinconó en la ducha, poniendo ambas manos a cada lado de la cabeza de Arthur y se inclinó, dejando su rostro a solo centímetros del chico, que cerró los ojos, sonrojado.

Gawain le observó, encandilado por lo joven e inocente que parecía. Él era algo mayor que Arthur, pero no mucho, solo siete años mayor. Sin embargo, Arthur tenía un aire inocente ahí con él que le hacía parecer casi un adolescente.

Estaba tan tentado de hacer algo. Tocarle, besarle… algo.

Pasó su mano por su rostro sin tocar su piel, bajándola por su torso, hasta su estómago sin llegar a rozarle, mordiéndose las ganas de hacerlo.

Podía notar su miembro respondiendo a la visión de Arthur frente a él y ahogó una maldición. Se separó, liberando al chico y le apartó un mechón empapado de la frente.

– Será mejor que vayas a secarte, Arthur. – le sugirió en voz baja y ronca.

El chico abrió los ojos y asintió, saliendo tan deprisa de la ducha que casi se cae en el baño. Maldiciendo su conciencia, Gawain se dispuso a terminar de bañarse y a tratar de poner bajo control sus emociones.

Cuando salió de la ducha, ya vestido se encontró a Arthur sentado en la cama luciendo nervioso. Gawain miró el reloj que había en la pared de la habitación y comprobó que solo eran las siete de la tarde. No había manera de que fueran a dormir tan pronto y él tenía hambre.

Cogió su chaqueta y la de Arthur y se la ofreció al otro, instándole a levantarse.

– Venga, vamos a comer algo.

Acabaron entrando a un pequeño bar donde servían hamburguesas y alitas y pidieron un poco de todo para compartir. Después de un rato, Arthur parecía haberse relajado de nuevo y volvía a comportarse como siempre.

Bromeó y le tiró patatas fritas a Gawain, que no dudó en responderle de la misma manera. No se dieron cuenta de que estaban atrayendo algunas miradas no deseadas.

Cuando Gawain se inclinó sobre la mesa y limpió un poco de tomate de la comisura del labio de Arthur con su pulgar, lo hizo simplemente por molestar al chico y porque adoraba verlo nervioso.

Y porque le apetecía.

No se esperaba que un tipo grande con pinta de haberse escapado de la prisión más cercana apareciera, dando un golpe en su mesa, interrumpiéndoles muy maleducadamente.

– Creo que va siendo hora de que os vayáis, florecitas. – Gawain arqueó una ceja y miró a su alrededor. La mayoría de la gente parecía incomoda con la situación pero no tenían intención de intervenir. ¡Qué típico!

– Pues yo creo que no. Aún no hemos terminado de comer. – repuso con tranquilidad, cogiendo otra patata. Arthur parecía dispuesto a discutir pero Gawain le cortó, poniendo su mano sobre la del chico.

El tipo gruñó al ver el gesto y volvió a encarar a Gawain, el cual seguía sin reaccionar, comiendo patatas con total tranquilidad.

– Será mejor que cojas a tu novio y os larguéis de aquí antes de que os eche a patadas.

Gawain se levantó, despacio y encaró al tipo. Eran más o menos de la misma estatura aunque el otro era bastante más ancho. El pelirrojo sonrió. Eso solo implicaba que era más lento.

– Inténtalo. – le retó. – Gilipollas. – Y el otro no tardó en aceptar.

Gawain esquivó un puñetazo, dos, tres y lanzó uno propio desde abajo directo a la mandíbula de aquel indeseable. El golpe le hizo trastabillar y Gawain lo aprovechó, dándole una certera patada en el estómago que lo tiró al suelo. Cuando comprobó que el tipo no pensaba levantarse para seguir, a pesar de estar más o menos bien, sacó su cartera, puso un par de billetes sobre la mesa y cogió a Arthur de la mano para ponerlo de pie.

Una vez cara a cara, Gawain dirigió una última mirada al tipo antes de plantarle un beso en los labios al chico, que se quedó congelado en el sitio.

No duró más que unos pocos segundos, lo justo para hacer valer su punto. Nadie le iba a echar de ningún sitio ni iba a soportar nada de nadie por lo que pensaran de él o su orientación sexual. Hacía bastante tiempo que no permitía semejantes abusos.

Tiró de Arthur y salieron del local, tranquilamente.

No fue hasta casi llegar al motel que Arthur se detuvo, obligándole a pararse él también y Gawain suspiró.

Demasiado había tardado en reaccionar.

– ¡Me has besado! – le gritó, señalándose acusadoramente. El pelirrojo se rascó la nuca.

– Lo siento. Odio los imbéciles homófobos. Y nada les molesta más que ver algo así.

– Pero… ¡Me has besado! – Gawain rodó los ojos.

– ¡Solo un poquito! A eso no se le llamar ni beso. Solo ha sido un roce inocente.

– Si, pero…

– ¿Te ha molestado? – Arthur se quedó mudo al escuchar la pregunta. – En serio que lo siento. A veces hago cosas sin pensar. No volverá a suceder.

– Uh, vale.

Llegaron a la habitación y ahí se encontraron con el otro problema de la noche. Seguía habiendo solo una cama.

Gawain decidió no dedicarle más pensamientos de los necesarios. Se sentó en la cama y empezó a desnudarse, hasta quedarse en ropa interior y una camiseta. Luego se metió bajo las sabanas y se quedó mirando a Arthur el cual dio un respingo y le imitó, con algo de reticencia.

El chico se colocó en el extremo opuesto, tan alejado de él que estaba a un palmo de acabar cayendo al suelo.

Gawain decidió dejarle en paz y apagó la luz, dispuesto a dormir. Cuando estuviera a punto de caer, ya se acercaría, pensó cerrando los ojos.

Un rato después, Arthur seguía despierto porque no se fiaba de dormirse con Gawain tan cerca, temiendo acercarse por accidente y Gawain seguía despierto porque no hacía más que escuchar al otro removerse incomodo en la cama.

Todavía tardó un rato en hacer algo, ya que estaba dejándole tiempo al chico a dejar de hacer el tonto. Viendo que no iba a ser así, decidió actuar.

Se giró hacia el chico, el cual estaba dándole al espalda casi en el borde de la cama y le agarró por la cintura, arrastrándole hacia el centro del colchón.

A Arthur se le escapó un ridículo chillido, que le hizo reír y forcejeó para liberarse del agarre. Pero Gawain le tenía bien sujeto y apretó más el agarre, forzándole a desistir.

– Quédate quieto. – le ordenó. – Quiero dormir y no me estás dejando.

– Creo que dormiré mejor allí. – protestó, pataleando.

– No, allí no estas durmiendo nada porque te vas a caer y aquí te tengo agarrado y dejaras de hacer ruido y moverte. Así que duérmete para que pueda dormir yo también.

– Pero…

Gawain besó su nuca y apoyó la barbilla en su hombro, deslizando la mano que tenía en su cintura hasta su muslo, muy cerca de su entrepierna. Arthur, previsiblemente, se congeló.

– Duérmete, Arthur. – Gawain susurró esas palabras con los labios pegados a su cuello.

Arthur olía muy bien, a ese gel de baño que habían comprado un día antes. Gawain apretó la mano en su muslo, deseando ir más allá, hacia donde algo empezaba a cobrar vida bajo la ropa.

Volvió a tragarse las ganas y subió la mano hacia la seguridad de la cintura pero no pudo reprimir el impulso de rozar su propia excitación contra el trasero del otro.

Notó como el chico tragaba, con el cuerpo tenso entre sus brazos y decidió hacer algo para calmarle. Comenzó a repartir pequeños besos en su nuca, cuello y hombro, susurrando incoherencias con voz ronca y acariciando su estómago con una mano hasta que el otro gimió su nombre.

La mano de Arthur cogió la suya y la guio hacia su entrepierna. Podía notar el calor en las mejillas sonrojadas del chico y sonrió.

Deslizó la mano, colocándola sobre su entrepierna y empezó a acariciarle por encima de la ropa, sacándole jadeos y suspiros.

No tardó demasiado, acabando con un gemido largo que casi le hace acabar a él. Sin embargo, Gawain se guardó sus ganas y le volvió a besar en el cuello, dejándole una pequeña marca.

Arthur se relajó en sus brazos y Gawain le obligó a quitarse los manchados calzoncillos, para limpiarse con ellos y lanzarlos lejos de la cama.

El chico ya estaba medio dormido cuando Gawain volvió a colocarse tras él, abrazándole.

Estaba seguro de que se iba a arrepentir de todo eso por la mañana, pero… eso sería por la mañana.

En ese momento, solo iba a disfrutar de ese momento y dormir. Aunque fuera con una erección del treinta.