Kenny observaba la escena como si no estuviera ahí. Lo sentía como si estuviera viéndolo desde un televisor. Parecía irreal.
Tenía que ser irreal.
Había pasado… ¿Qué había pasado?
Cody había sacado su pistola, le amenazó y, cuando Kenny se negó a darle la reliquia, disparó.
Y como una película a cámara lenta vio el estallido de la pistola. Escuchó el sonido ensordecedor del disparo. Y esperó al dolor del impacto.
Pero no llegó.
En vez de eso se encontró con la espalda de Max frente a él. Ni siquiera se le ocurrió pensar por qué estaba ahí. Lo único que se le pasó por la cabeza era que a Max se le había soltado el pelo del lazo que llevaba y ahora lo tenía cayendo por toda su espalda, revuelto.
Cuando le vio caer de rodillas y notó la expresión de sorpresa de Cody, fue el momento en que su mente por fin reaccionó.
Una retahíla de «no, no, no, no» se le escapaba conforme se agachaba corriendo a ver como estaba el otro león. Le cogió con cuidado y le dio la vuelta, buscando su rostro.
Max tenía los ojos cerrados y respiraba muy débilmente. Al observarle con más cuidado notó una mancha de sangre a la altura casi del corazón. Kenny sintió vértigo. Abrió la camisa de Max para ver mejor la herida. No pintaba nada bien.
- ¿Max? ¿Max? – escuchó un par de chasquidos y levantó la vista para encontrarse con Cody intentando dispararle. Al parecer, no tenía balas. Eso estaba bien porque él no las necesitaba para matarlo. – Max, abre los ojos. – pidió acariciándole el rostro.
El otro león abrió los ojos un segundo y le sonrió débilmente. Kenny podía oír su respiración. Le besó la frente y lo dejó tumbado en el suelo. Se levantó despacio y clavó sus ojos azules en Cody, quien seguía intentando dispararle con una pistola sin balas.
Menudo estúpido.
Kenny era de los pocos de su raza que detestaba transformarse. No era porque fuera doloroso, que no. Ni molesto siquiera. Transformase era algo natural, simple, aunque no necesario. No les pasaba como a los lobos, quienes necesitaban transformarse y correr al menos una vez al mes o acababa afectándoles.
Los leones no tenían esa necesidad. Lo hacían por comodidad, en casa. Era como quitarse los zapatos al regresar del trabajo.
A Kenny nunca le gustó demasiado. A él le caían bien los humanos. Le gustaba interactuar con ellos y disfrutaba de su compañía. Transformarse era algo que le alejaba de los humanos. Por eso no le gustaba.
Pero ese día, en ese instante, transformarse fue algo que salió sin pensar. Algo que detestaba de repente ya no era tan malo. Era su naturaleza.
Y su naturaleza pedía la sangre de ese humano por la de su pareja.
Como todos los de su especie, en su forma animal eran más grandes que un león ordinario. Bastante más grande. El color del pelaje y la melena cambiaba según cada uno.
Así que Cody se encontró frente a un león de casi dos metros de alto, de piel dorada y melena rubia con mechones negros y grises. Justo como el cabello de Kenny.
Con los ojos azules de Kenny. Y una expresión de fiereza que jamás vio en Kenny.
El león rugió, tan fuerte que los cristales de alrededor estallaron en pedazos. Para alivio de Cody y fastidio infinito de Kenny, aparecieron varios de los hombres de La Orden, todos ellos armados con rifles de asalto.
Los hombres se quedaron helados durante un eterno minuto, mirando fijamente al enorme animal frente a ellos, sin saber cómo reaccionar.
No todos los días veías un león de dos metros de alto.
- ¿A que estáis esperando? – gritó Cody, arrebatándole el rifle a uno de los hombres que tenía más cerca. – ¡Disparad!
Eso despertó de su estupefacción al resto que empezó a disparar hacia el enorme león. Otra cosa que pasaba con los leones al transformarse era que se volvían mucho más poderosos y fuertes y su piel no era tan fácil de herir como en su versión humana.
Así que las balas rebotaron contra el pecho del león, quien volvió a rugir de manera estruendosa, haciendo retroceder a los hombres. Varios salieron corriendo asustados cuando Kenny avanzó un par de pasos y lanzó un zarpazo, destrozando a dos hombres con sus garras.
Cody seguía disparando, tan asustado que no acertaba a alejarse cuando le vio ir hacia él. Vació todo el cargador del rifle y seguía siendo incapaz de detener a aquella enorme bestia que se le echaba encima.
Cuando el león ya se había desecho de todos sus hombres, despedazándoles con sus garras y colmillos, se paró frente a él. Su hocico estaba manchado de sangre, que goteaba de sus bigotes formando un tetrico charco junto a sus zarpas.
Con un golpe de una de sus patas, tumbó a Cody en el suelo, sujetándole con las garras apoyadas en su pecho.
- ¿De qué manera debería matarte? – habló el animal, con una versión más ronca y salvaje de la voz de Kenny. – ¿En cuantos pedazos debería destrozarte para compensar el daño que me has hecho, Cody?
Las garras empezaron a clavarse levemente en la carne y Cody gritó de dolor.
- ¿Debería ser rápido? ¿O lento? Estoy seguro de que debería matarte lentamente, sacarte el corazón para que lo vieras latir en mis garras antes de morir. Como tú has hecho con el mío. – termino rugiendo.
- Eso no va a devolvértelo. – Kenny le miró, ladeando la cabeza y sacudiendo una de sus orejas. Casi parecía un perro con esa expresión.
- No. Pero me hará sentir mejor, aunque solo sea un minuto. – gruñó antes de levantar la zarpa derecha y golpearle el pecho con ella, hundiendo sus garras en la carne.
Cody dio un grito espeluznante. Kenny estaba seguro de que debía haberse escuchado en toda la zona. Pero le daba igual.
Lo único importante era ver su expresión de horror cuando rasgó la carne y se apoderó del corazón del humano. Lo arrancó de cuajo y se quedó mirándolo en su zarpa, aun palpitante y chorreando sangre durante unos segundos.
Lo arrojó lejos, sin ni siquiera mirar donde caía para centrar su atención en el rostro ya sin vida de Cody.
Y, de repente, se sintió enfermo. El olor de la sangre era muy fuerte en aquel pequeño pasillo. La sangre de Cody formaba un charco cada vez más grande en el suelo. Tanto que iba a llegar hasta donde estaba el cuerpo de Max.
¡Max! No podía permitir que su amigo acabara mezclando su sangre con la de semejante despojo.
Aun convertido en león se alejó del cuerpo inerte del humano y se acercó al de Max. Lo miró con pena, empujándolo con el hocico para alejarlo de la mancha de sangre del otro. Luego, dio un largo gemido de dolor y se tumbó a su lado, con la enorme cabeza apoyada en el cuerpo de Max.
Así los encontró Lance, cuando consiguió llegar hasta el lugar. Se había visto obligado a pelear con un gran número de soldados de La Orden, aunque había conseguido librarse de ellos. Hubo un par de bajas entre sus hombres, pero los otros acabaron masacrados.
Fue, entonces, cuando escuchó aquel rugido que hizo temblar hasta las paredes. Temiéndose lo peor, corrió hasta encontrarlos, pero llegó tarde.
El enorme león, que debía ser Kenny, estaba lleno de sangre y rodeado de un montón de cuerpos. Y, lo que era peor, el cuerpo de su amigo estaba también en el suelo, junto a él.
Lance soltó un suspiro, triste, y guardó el arma, acercándose al león. No era muy buena idea, sí, pero iba a ser peor si alguien descubría a un león de semejante tamaño suelto por la biblioteca.
Tratar de explicar y cubrir eso iba a resultar de lo más entretenido, sin duda.
El león abrió un ojo al verlo y empezó a gruñir en advertencia.
No te acerques, decía. No estoy de humor.
Bueno, podía comprenderlo. Pero no tenían tiempo para eso. No era el momento ni el lugar para eso.
- ¿Kenny? ¿Qué ha ocurrido? – preguntó, sin saber si el otro le respondería o no. Se sorprendió cuando lo hizo.
- Ha matado a Max.
- Lo siento. Sé que significaba mucho para ti.
- Lo era todo. – gimió, volviendo a apoyar la cabeza en el cuerpo inerte de su compañero.
- Lo sé.
- Él no. – Lance sintió un pinchazo en el pecho al oírle. Empezaban a oírse voces y sirenas en el exterior.
- Kenny, debemos irnos. Un grupo va a venir a hacer limpieza para que las autoridades no sepan nada. Pero nadie puede borrar a un león de dos metros. Necesito que vuelvas a tu forma humana para regresar a Kamelot.
- Max viene conmigo.
- Kenny… deberías dejar que se ocuparan…
- ¡No! – rugió, levantándose y mostrando una postura amenazante. – ¡Él viene conmigo!
Lance se mordió el labio. No era lo ideal, pero podía hacerlo. Entendía el dolor del león. Además, el hermano de Max también querría que llevara su cuerpo. Lance preferiría no conducir con un cadáver en el asiento de atrás, pero estaba claro que no iba a conseguir razonar con el chico en ese estado.
- Está bien. Nos llevaremos a Max. Tienes razón. No debe quedarse aquí tampoco. Ahora, vuelve a ser humano para que podamos salir de aquí. – le pidió.
El león dio un gemido lastimero y se transformó en humano. Esa era la primera vez que Lance veía a un cambia formas transformarse. No sabía que era lo que esperaba, pero no algo tan tranquilo y natural. En un momento había un león de dos metros, en el siguiente un chico con la expresión más triste que podía encontrarse.
Kenny se agachó junto al cuerpo de Max y lo recogió, llevándolo en brazos. Estaba completamente manchado de sangre, tanto su ropa como su rostro, pero no parecía importarle.
Lo único importante lo llevaba en esos momentos en sus brazos. Lance no tenía muchas ganas de llegar y enfrentarse también a la reacción del león más joven cuando descubriera que su hermano mayor había muerto.
Se sintió fatal por ello. Él debía haberlos protegido mejor.
Kenny avanzó, adelantándole y dirigiéndose hacia la salida, donde Gawain les esperaba con la furgoneta. Lance dio órdenes por su comunicador de que los demás se quedaran a recoger, bajo el mando de Gawain, mientras él se encargaba de llevar a la torre a los leones.
Era lo menos que podía hacer.