Capítulo 7.
Arthur no se había alegrado jamás tanto de ver el logo de su empresa como aquel día, cuando vio a lo lejos la torre Kamelot 2, de Filadelfia.
Esa era la segunda base de la empresa, situada allí porque era la ciudad natal de su madre y ahí era donde solían pasar las fiestas cuando ella aún vivía. Después de su muerte, su padre no volvió a pisarla y él tampoco.
El chico suspiró de alivio al aparcar frente a la entrada y ayudó a Gawain a salir del coche. Juntos atravesaron la puerta principal y se dirigieron a recepción. La chica que había en el mostrador se mostró alarmada por su apariencia. Sin embargo, no llamó directamente a seguridad, esperando a ver qué ocurría.
– Hola, soy Alexander Gawain – saludó Gawain, poniendo su identificación sobre el mostrador que la muchacha no tardó en coger y comprobar. – y este es Arthur P. Drake. Necesitamos ver al jefe de seguridad del edificio. Y un médico.
– Si, por supuesto. – asintió la chica, saliendo del mostrador para guiarles hasta una puerta semi oculta tras él. – Esperen aquí. El señor Torres estará aquí en un minuto.
La habitación era una muy similar a la que había junto a la recepción de su propia torre. Una especie de sala de espera con un par de sofás confortables y decoración sacada de una revista de moda. Arthur ayudó al pelirrojo a sentarse y ponerse cómodo porque ya estaba algo adolorido de su herida. Un poco más tarde, la puerta volvía a abrirse y apareció un tipo grande, con el pelo rizado y negro, los ojos castaños y un bigote fino muy bien cuidado. Vestía el uniforme del personal de seguridad de la empresa.
– Soy Pedro Torres, jefe de seguridad del edificio. – se presentó, acercándose para estrecharles la mano. – Es un placer tenerle aquí, señor P. Drake. Aunque intuyo que no ha sido en las mejores circunstancias.
– No, me temo que no. Mi guardaespaldas necesita atención médica, señor Torres. – el hombre observó a Gawain y su expresión de dolor contenido y asintió.
– Por supuesto. Síganme. Luego me contaran con detalle que ha pasado.
Unas horas más tarde, Arthur estaba instalado en una de las suites de su familia, duchado, comido y nuevamente vestido con un traje limpio y elegante. Y eso estaba muy bien, pero no había podido ver cómo estaba Gawain todavía.
Después de que le curaran, Torres se lo llevó para hacer un informe y escuchar todo sobre el ataque y lo que habían hecho hasta ese día para evadirlos, buscando posibles sospechosos.
La Orden era la primera de esa lista. Mordred y Morgan, los segundos.
Luego les perdió la pista.
En ese momento, no sabía que hacer. No sabía si debía quedarse donde estaba o buscarlo. No quería molestar si estaba ocupado, cosa que era posible. Pero, por otro lado quería asegurarse de que estaba bien.
Y que tras días de estar compartiendo habitación, le echaba de menos y se sentía abandonado por muy infantil que sonase.
Al final, decidió salir a buscar al otro. Al menos se quedaría tranquilo sabiendo que estaba bien.
Cogió el teléfono y llamó a recepción. No tardaron en darle la información que quería, el número de habitación de Gawain.
Tomó el ascensor y bajó los tres pisos que le separaban de la planta de seguridad, donde se solían alojar todo el personal y estaba el gimnasio. Esa torre era un calco de la de Nueva York, por lo que estaba comprobando.
Ya delante de la puerta se quedó congelado sin saber si llamar o no. Dudó un par de minutos y llamó, temiendo que el otro decidiera ignorarlo.
De repente, se sintió como un adolescente inseguro. Gawain era su amigo. ¿Por qué no iba a querer verle?
La puerta se abrió, después de lo que pareció una eternidad y un Gawain en camiseta, pijama y descalzo le saludó.
A través de la camiseta podía ver la venda que cubría su hombro y parte del brazo, donde estaba la herida de bala. Parecía cansado.
– Lo siento… no se me ocurrió pensar que estarías descansando. – dijo, dándose la vuelta para irse. Gawain le agarró de la muñeca para detenerle.
– ¡Espera! No estaba durmiendo. Bueno, no del todo. Creo que me he quedado un poco dormido viendo la película. Entra.
Arthur entró en la habitación. Era más pequeña que la suya pero no menos lujosa y cuidada. La televisión estaba encendida y había una manta en el sofá, indicando que le había dicho la verdad. Eso le hizo sentir un poco mejor.
– ¿Cómo te encuentras? – le preguntó. El pelirrojo se encogió de hombros.
– Me han dado unas pastillas para el dolor y ya no noto nada. – rio. – ¿Cómo estás tú?
– Solo quería saber si estabas bien. – Gawain sonrió con afecto al chico.
– Lo estoy. – le aseguró. – Lance me llamó hace un rato, para ver si habíamos llegado. Nos recogerá mañana por la mañana para ir a casa.
– Eso está bien. Bueno… será mejor que vuelva a mi habitación, entonces.
Arthur hizo el intento de girarse para irse pero Gawain volvió a cogerle de la mano para detenerle una vez más. Tiró de él hasta acercarlo, dejándole a un paso de distancia.
– ¿A qué has venido, Arthur? – le preguntó y el chico no supo bien que responder. ¿A qué había ido? ¿Solo para comprobar que se encontraba bien? ¿O había alguna razón más?
– Estaba preocupado.
– ¿Y?
– Te echaba de menos. – confesó. Gawain sonrió, dulce.
– Solo nos hemos separado unas horas. – Arthur se sonrojó.
– Si pero no sabía… no sabía si querías volver a hablar conmigo después de estos días. Si volviésemos a lo de antes cuando regresemos a casa.
Gawain suspiró, apenado. Llevaba pensando lo mismo desde que le dejaran en enfermería. No sabía que hacer con la situación cuando regresaran a casa. Tendrían que volver a su relación laboral de antes, ¿verdad? Eso sería lo lógico.
Días antes había pensado en dar un intento a eso, pero tras los ataques y el que casi les mataran a los dos le hizo dudar sobre esa idea. ¿Sería seguro para ambos tener una relación?
Arrastró a Arthur hasta el sofá y le obligó a sentarse con él. Para evitar que el otro se fuera al extremo opuesto, le echó un brazo por los hombros y le abrazó, atrayéndolo hacia su cuerpo.
– Si te soy sincero, no lo sé. – le confesó, ganándose una mirada sorprendida del otro. – No sé qué debemos hacer. Lo inteligente seria volver a lo de antes. Soy tu empleado, a fin de cuentas, Arthur. Trabajo para ti. ¿Cuánto tardaría eso en ser un problema? ¿Y cuánto afectaría en mi modo de trabajar? No podría ser tu guardaespaldas.
– ¿Por qué no? – el pelirrojo le acarició el cabello, mirándole triste.
– Pues porque mis sentimientos interferirían, me harían tomar decisiones apresuradas y estúpidas.
– ¿Entonces?
– No lo sé. Pero supongo que debemos dejarlo aquí antes de que vaya a más y sea más doloroso. – Arthur asintió, notando su pecho dolorido.
– Supongo que tienes razón. – cuando intentó levantarse, notó que el otro no le soltaba. – ¿Gawain?
– Si, pero eso puede ser mañana. – le susurró, inclinándose para besarle.
Fue como en su sueño, esa misma mezcla de pasión y dulzura que le dejó temblando de ganas cuando se separaron. Arthur vio algo que pensó no vería jamás en el rostro de Gawain.
Inseguridad.
Le cogió del rostro y volvió a besarlo, tratando de mostrarle que él también quería eso, aunque fuera solo por esa noche.
El beso se volvió apasionado en segundos, con las manos de Gawain por todas partes, desabrochando y quitando ropa a toda prisa. No tardó en tener a Arthur con solo el pantalón y la camisa desabrochada.
Gawain le tumbó en el sofá, desabrochándole y sacándole los pantalones del traje que acabaron en un rincón alejado de la habitación. Con una sonrisa malévola, empezó a besarle por el pecho, bajando despacio hasta llegar a su entrepierna.
Arthur casi se ahogó al ver como el otro le quitaba los calzoncillos y empezaba a devorarlo despacio, sacándole jadeos e improperios de todos los colores. Aprovechando que le tenía distraído, el pelirrojo empezó a prepararle con cuidado hasta tenerle completamente listo y tembloroso, lleno de ganas.
Gawain volvió a subir, besándole y dándole a probar un poco de su propio sabor antes de comenzar a introducirse, sin dejarle tiempo a pensarlo mucho. Pronto estaban moviéndose al unisonó, el cuerpo de uno acudiendo a las embestidas del otro, ambos disfrutando del momento y perdiéndose en él.
Arthur podía sentir el mismo cariño y cuidado que en su sueño, dejándose llevar por ese sentimiento hasta que ambos llegaron al orgasmo. Gawain se dejó caer, agotado sobre él y le sonrió con tristeza.
Un rato después le llevaba a su cama para descansar.
Al día siguiente, ambos iban a hacer como que no había sucedido nada, manteniendo su relación como hasta ese día. Amistad y negocios y punto.
Era lo más lógico.
Aunque eso no consoló nada a Gawain cuando, al llegar la mañana, se encontró en la cama, solo.