Rugidos del corazón: Capítulo 26 y final.

Y se acabó. ¡Gracias por seguir la historia! Puede que la ponga en Amazon o no… pero al menos ya está aquí.


Había pasado un par de días desde que Lydia usara la reliquia para resucitar a Max, con la ayuda de Kenny. Dos días en los que Max los había pasado tranquilamente recuperándose en la enfermería, descansando y siendo revisado por los médicos hasta el cansancio.

Nicky le contó lo que había ocurrido con algo de más detalle. Max no recordaba nada desde el encontronazo con Cody. Ni siquiera recordaba el interponerse entre Kenny y la pistola. Ni morirse.

Era como si hubiera estado durmiendo sin soñar.

Fue muy extraño y estaba aún algo asustado por todo lo ocurrido. Pero más extraño fue cuando notó que Kenny no había venido a verle desde que despertara.

Dos días atrás.

¡Y cómo lo echaba de menos! Se preguntó, no por primera vez, si tal vez Kenny no venía porque no podía mirarle a la cara. Y no era para menos. No estaba seguro de como sentirse el mismo sobre su «resurrección».

¿Cómo debía sentirse su amigo?

Al contrario que Kenny, Nicky no se había separado de su lado. Parecía aterrado de hacerlo, como si al dejarle solo, Max fuera a desaparecer y eso le rompía un poco el corazón al mayor. No quería que su hermano pequeño estuviera siempre tan asustado por él.

La puerta de la habitación se abrió y Max alzó la vista, esperanzado. Sin embargo, su rostro se volvió a entristecer al comprobar que era otro de los médicos.

Nadie más. Nunca Kenny.

Su hermano notó el cambio de expresión y frunció el ceño, molesto. Tampoco entendía porque su amigo no había venido aun a ver a Max. No, después de lo que le confesó. 

  • ¿Quieres que le llame? – ofreció, pero Max negó con la cabeza.
  • No. Si no quiere venir, no le vamos a obligar. – Nicky rodó los ojos. Esos dos podían ser exasperantes.
  • ¡Vamos! Se arriesgó a que le pasara algo solo para traerte de vuelta. Dijo delante de mí que no podía estar sin ti. ¿Y ahora se esconde? Voy a patearle el culo. – gruñó, haciendo el amago de levantarse para salir, pero Max le cogió de la mano, deteniéndolo.
  • ¡No! déjale, sabes que no lleva bien estas situaciones.
  • Eso no es excusa. – refunfuñó el pequeño, aun a sabiendas que su hermano tenía razón. El principal problema de Kenny era su incapacidad para tratar con esas situaciones.
  • Si lo es. Kenny no sabe tratar con estas cosas. – Nicky bufó, pero le besó la mejilla, antes de levantarse de la silla que no había abandonado en dos días. No le hacía gracia, pero alguien tenía que ayudar a esos dos idiotas. 
  • Tu descansa. Voy a asegurarme de que está bien. Y de que no está haciendo el tonto por ahí. ¿Vale? No tardo nada.

Max le dejó ir, preocupado por su amigo. Bien sabia él que Kenny no solía lidiar bien con sus sentimientos cuando eran demasiado fuertes y esta situación les sobrepasaba a todos. Pero si alguien podía hacerle volver a la normalidad, ese era Nicky. Su hermano sabía cómo tratarle.

Varias plantas más arriba, en la habitación que Arthur les dejó, Kenny consideraba si recoger sus cosas y marcharse o esperar a que Max se encontrara mejor para poder despedirse como debía.

La idea de que pudiera quedarse con los otros dos ni se le pasaba por la cabeza. Estaba seguro de que, después de lo ocurrido, no lo iban a querer cerca. Era un asesino con las manos manchadas de sangre y Max había muerto por su culpa.

¿Cómo iban a quererle con ellos?

La llegada de Nicky a la habitación le pilló por sorpresa y se le notó la expresión de culpabilidad. No se esperaba que el joven león se separara del lado de su hermano. Nicky le miró, con una ceja arqueada y dirigió una mirada de puro fastidio al ver la mochila sobre la cama.

  • Espero que eso no signifique que vas a salir de aquí sin nosotros. Porque, si es así, te mataré antes de que salgas por esa puerta. – le amenazó. Kenny se sintió culpable por haber pensado precisamente eso.
  • Nicky…
  • No, Nicky no. No me vengas con gilipolleces, Kenny. No vas a irte. No sin nosotros.
  • ¡No puedo quedarme! – el pequeño bufó, frustrado.
  • ¿Por qué? No, venga. Dime por qué. – Kenny bajó la mirada, apesadumbrado. – ¿Qué pasa, Kenny? ¿Por qué quieres dejarnos?
  • No quiero dejaros. Pero, Nicky… he matado… he asesinado a varios hombres y destripado a Cody. Le arranque el corazón. ¿Cómo podéis estar conmigo después de eso?
  • ¿Y? – preguntó el pequeño con el rostro impasible. – Kenny, somos leones. Y estamos en guerra contra La Orden. Entre ellos y nosotros, nos elijo nosotros. Elijo sobrevivir. Elijo que hayas matado a ese cabrón que te hizo tantísimo daño y asesinó a mi hermano. ¿Le arrancaste el corazón? ¡Yo me lo habría comido! – terminó sin pestañear.

Kenny sabía que tenía razón, pero no quería aceptarlo.

  • Aun así…
  • No. No hay excusas. – le cortó el pequeño. – Ahora debes olvidarte de eso y superarlo. Sé que no te gusta la idea de haber quitado unas vidas. A nadie le gusta eso, pero estabas en peligro de perder la tuya. ¿Lo mejora? No, pero es lo que hay.
  • No sé si podre. – repuso, negando con el cabeza apesadumbrado. Nicky le puso una mano en el brazo y le dirigió una mirada cariñosa.
  • Si, podrás. Ahora quiero que bajes a la enfermería y le digas a mi hermano lo que me dijiste a mí. – le ordenó y Kenny se espantó de solo pensarlo. ¿Decirle eso a Max? – Porque él se cree que no vas a verlo porque no te importa o porque te da asco mirarle. Y eso sí que no, Kenny. Llevo viéndoos bailaros el agua desde hace meses. Meses. Y hace dos días me confesaste que no podías vivir sin él. Ve y díselo a él. O te pateare el culo por hacer sufrir a mi hermano.

Con un suspiro, Kenny obedeció y se dirigió hacia el ascensor, descendiendo hasta la enfermería en la que se encontraba el otro león. Ya en la puerta, se quedó mirando al interior, a la cama de Max, que estaba sentado leyendo un libro. No se decidía a entrar, asustado de que el otro no quisiera verlo.

  • Sería mejor que entraras. Desde ahí pareces un acosador. – le llamó Max, con una sonrisa frágil en los labios. Kenny obedeció, cabizbajo e inseguro. – Creí que no ibas a venir a verme nunca. – le dijo cuando estuvo por fin junto a la cama, alargando la mano. Kenny lució culpable y cogió su mano, apretándola suavemente.
  • Lo siento. – se disculpó. – Quería venir, pero pensé que no querrías verme. – Max le miró extrañado.
  • ¿Por qué no iba a querer verte? Si no fuera por ti, estaría muerto. Kenny, ¿Por qué pensabas eso?
  • Soy un asesino.

Max bufó con fastidio. La misma expresión que le había dado Nicky un rato antes. A veces esos dos parecían gemelos, de lo parecido que reaccionaban a ciertas cosas. Resultaba inquietante. 

  • No eres un asesino. A los que mataste en defensa propia eran los asesinos, no tú. Tu estabas defendiéndote. Protegiéndonos a los dos. Ese tipo iba a matarte sin darle más vueltas. Lo sé, eso lo recuerdo.

El recuerdo de Max siendo disparado y su cuerpo cayendo al suelo, sin vida le golpeó, haciéndole estremecer. A pesar de tenerle ahí, vivo y bien, Kenny sabía que tendría pesadillas con ese momento durante mucho tiempo.

  • No pude protegerte. – la mano de Max apretó la suya, obligándole a prestarle atención.
  • A menos que fueras adivino, no podías evitarlo. Hiciste lo que pudiste. No te culpo por lo ocurrido.
  • Yo sí. – repuso, con los ojos llenos de lágrimas. Max le acarició la mejilla, secándole una lágrima traicionera que se escapó de sus ojos.
  • Pues no lo hagas. – le murmuró. – Y salvaste la reliquia.
  • Eso no era lo que debía salvar.
  • Pero al hacerlo, me salvaste a mí también. – Max le sujetó de nuevo de la mano y entrelazó sus dedos. Kenny alzó la mirada, mirando a los cálidos ojos castaños del otro. – Gracias.
  • No me las des. Era lo menos que podía hacer. – Max negó.
  • No, no era lo menos que podías hacer. No tenías que hacerlo. – Kenny le apretó la mano, tirando de él hasta abrazarlo.

Y eso sí que no. ¡Claro que tenía que hacerlo! Max era lo más importante de su vida. No podía vivir sin él. No podía ni respirar mientras estuvo muerto. Le quería demasiado como para poder vivir sin él.

  • Si tenía. Si que tenía. No podía estar sin ti, Max. – murmuró, con el rostro oculto en el cuello del otro. – No puedo estar sin ti.

Max se separó y le sujetó del rostro, sonriendo. Para Kenny era la sonrisa más bonita del mundo y le llenó el corazón de alegría.

  • Yo también te quiero. – le dijo antes de besarle en los labios con ternura.

Kenny sonrió en el beso, feliz por primera vez en mucho tiempo. O permitiéndose ser feliz, para ser más exactos. Permitiéndose ser feliz como no lo había sido desde que se fue de su hogar en Winnipeg.

Acarició el cabello de Max, disfrutando de su tacto y profundizó el beso. No era el primero que se daban, ni de cerca.

Pero este era el primer beso que le daba permitiéndose pensar en el otro como su futura pareja.

Permitiéndose soñar un poquito con ese futuro que podían tener ahora juntos.

Kenny ya se estaba sentando en la cama, con una mano en el rostro de Max y la otra apoyada en la almohada, escuchando el gemido que se le escapó al moreno cuando un carraspeo a su espalda les hizo separarse bruscamente.

Nicky les estaba observando desde la puerta, riéndose nada discretamente. Kenny sintió sus mejillas arder de pura vergüenza. Tampoco era la primera vez que el pequeño les pillaba de esa manera.

  • Estoy dándome cuenta de que como no me dé prisa, me vais a hacer padrino antes que yo a vosotros. Y de eso nada. No pienso permitir que me adelantéis. – Max rio, tapándose la cara con una mano mientras negaba con la cabeza.
  • ¿En serio, Nicky? ¿En serio? – le regañó su hermano, aunque no podía ocultar una sonrisa. – Pues espabila porque no podemos emparejarnos hasta que tu traigas a la tuya.
  • Me pondré las pilas. Pero primero habrá que salir de aquí.

Nicky se acercó a la cama y dio un beso en la cabeza a su hermano y otro a Kenny.

  • Eso sí, yo me esperaría a tener más intimidad para hacer nada… ¿le pido a Arthur que me de otra habitación? – sugirió, riendo con picardía. Su hermano se sonrojó. Kenny se sentó junto a Max en la cama, disfrutando de verlos bromear.
  • ¡Oh, vete a la mierda, tío! – el pequeño rio, divertido.
  • Vale, vale. ¡Pero me pido decírselo a papa!
  • ¡No!

En otra planta más alta, Aidan recibía una inesperada visita en la habitación que le habían asignado cuando salió de enfermería.

Llamaron a la puerta y, al abrir, se llevó una agradable sorpresa. Al otro lado se encontraba Zack Moore, hijo del alfa de Chicago y expareja suya. Puede que no su hubieran separado en muy buenos términos y que la última vez que hablaran tuvieran una agria discusión, pero Aidan se alegró mucho de ver el rostro conocido.

Tanta que no pudo evitar abrazarlo, escondiendo el rostro en el cuello del otro. Respirar el familiar aroma del aftershave del lobo le consoló más que cualquier cosa.

  • ¡Ey! ¡Hola! ¿Estas bien? Estaba tan preocupado por ti. – susurró Zack, devolviéndole el abrazo. – Ya te dábamos muerto, Aidan. No sabes lo que me alegro de que estes bien.
  • ¿Qué haces aquí? No es que no me alegre, que sí, pero… – preguntó cuando se separaron. Se sintió un poco avergonzado por el arranque tan emocional, pero unos días antes pensaba que nunca volvería a ver a ninguno de sus seres queridos. Estaba feliz de seguir vivo.
  • Merlin llamó a la manada para avisar de que estabas aquí y bien. – Zack parecía realmente feliz de verlo. Una de sus manos le acarició la mejilla y Aidan no pudo evitar apoyarse en el tacto de esa mano. – La mejor llamada de mi vida.
  • Exagerado. – sonrió Aidan, sintiendo ganas de volver a abrazarlo. Eso no estaba bien. Ya no eran pareja. Pero había olvidado lo cómodo que se sentía a su lado. – ¿Has venido solo? – Zack negó con la cabeza.
  • No. Mi padre está ahora con P. Drake, hablando de lo siguiente a hacer. – su expresión cambio a una de genuina curiosidad. – ¿Es verdad que recuperaron la reliquia y la usaron para resucitar a alguien?

Así que ya habían corrido los rumores. Nada era más veloz que un buen rumor interesante.

  • Si. Aunque la bruja dice que solo ha funcionado por el lazo tan fuerte que esos dos leones tenían. La reliquia está rota. Solo es la mitad. La otra mitad está desaparecida en alguna parte del mundo. – Zack siseó. Su mano había pasado a estar en la espalda de Aidan, dándole algo de confort.
  • Vaya. ¿Hay alguna posibilidad de que la encontremos antes que La Orden?
  • Hay una, sí. – asintió Aidan, con una sonrisa enigmática. – Antes de escapar pude descifrar el hechizo que quería Rasputín y por el que me secuestraron. Y lo conseguí realizar. Me indicó la localización de esta reliquia, pero de una manera extraña. Al principio no entendí porque me daba dos localizaciones distintas. Ahora sí.

Zack miró a Aidan y suspiró aliviado. Parecía bien, físicamente. Aunque aún tenía marcas visibles de los golpes que había recibido durante su cautiverio. El lobo lamentó no haber tenido una oportunidad de destripar a los que habían herido a su querida hada. Deseaba poder ponerles las manos encima y enseñarles lo que era aprovecharse de alguien indefenso.

Pero eso iba a tener que esperar. Aidan decía que tenía la otra localización de la reliquia. O eso había dejado entrever. ¿Eso era posible?

  • ¿Cuál otra localización? – preguntó. Aidan sonrió de manera inquietante. Zack conocía esa sonrisa. Y no auguraba nada bueno. Para ninguno de ellos. Sobre todo, para él, que no sabía resistirse cuando le sonreía así.
  • Vas a necesitar ropa de abrigo para donde tenemos que ir. Y a Jerrad. Es un experto en la zona. – Zack le observó, sin comprenderle. Lo que había dicho no tenía ningún sentido. ¿Para que necesitaban a Jerrad? ¿A dónde se dirigían?
  • ¿Qué quieres decir? – le preguntó, finalmente. No tenía idea de a que se refería.
  • Que tenemos que volar a Destruction Bay, en el Yukón. Allí está la otra mitad de la reliquia.

Un poco más abajo, en el despacho de Arthur, él, Joss y Lance discutían el siguiente movimiento a seguir. En esa ocasión, La Orden había estado muy cerca de conseguir la reliquia. Demasiado cerca. Y no podían permitir que se hicieran con semejante poder. Era muy peligroso y muchas vidas dependían de que ellos lo evitaran.

  • ¿Y qué hacemos con ella? – preguntó Arthur, mirando a los otros dos. – Porque van a volver a intentar conseguirla.
  • Obvio. Así es peligrosa, porque no funciona del todo. Pero si encuentran la otra mitad… – Merlin dejó la frase sin acabar, pero no hacía falta para entender lo que quería decir. Lance asintió.
  • ¿No había dicho Aidan que él podía encontrar esa mitad?
  • Si. Eso me temo. Y me temo también que irá a buscarla. – contestó Merlin.
  • Pero si tenemos la reliquia entera podemos usarla. – sugirió Arthur. Joss negó con rapidez.
  • No se debe usar. No es seguro. Una vez que esté entera, debemos ocultarla en el sitio más recóndito del universo. O ellos la encontraran y estaremos acabados. No debe caer en sus manos, jamás.
  • ¿Y qué recomiendas?
  • Ayudarle a buscarla, porque va a ir, digamos lo que digamos. – dijo Joss, frunciendo el ceño. – Y luego, deshacernos de ese objeto de una vez y por todas para que no puedan usarlo contra nosotros y eliminarnos.
  • La cuestión es si podremos deshacernos de ella. – dijo Lance, cruzándose de brazos. Merlin asintió. Si que se podía.
  • Podemos. Hay alguien que si puede esconderla hasta el fin de los días. Ese era su trabajo antes.
  • ¿Quién?
  • Alger. El Guardian.
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Rugidos del corazón: Capítulo 25.

¡Penúltimo capítulo! La semana que viene será el último y luego pasaremos a una especie de spin-off cortito.


Lance había hecho muchos viajes desagradables e incomodos. Fue soldado mucho antes de trabajar para Uther. Sabía lo que era tener que compartir espacio de viaje con un cadáver (o varios) y compañeros en duelo.

Pero incluso con esa experiencia a sus espaldas ese viaje le resultó de lo más doloroso. Podía oír perfectamente al león en la parte de atrás, susurrando su pena mientras abrazaba el cadáver de su amigo.

Había avisado por radio de que regresaban. No deseaba que el otro león se encontrara por sorpresa con la noticia. Joss iba a encargarse de informarle. No le envidiaba en absoluto.

También había estado en esa posición más veces de las que quiso.

Llegaron al aparcamiento subterráneo de la torre y dejó la furgoneta aparcada lo más cerca del ascensor. No quería que nadie fuera testigo del dolor de los leones.

Joss había dicho que les esperarían en la enfermería del personal, que era la más cercana. Luego discutirían en que podían ayudar a los leones con los arreglos del funeral de su hermano.

Al abrirse la puerta del ascensor, lo primero que vio fue el rostro roto de dolor de Nicky. Escuchó un jadeo tras él, de Kenny, quien le adelantó llevando el cuerpo de su amigo en brazos para acercárselo a su hermano.

Fue algo muy triste de ver.

Nicky estaba llorando desconsolado, abrazando a los dos. Cuando se separó por fin, el más joven le guio hasta una de las camas, donde Kenny colocó con sumo cuidado el cuerpo de Max.

Lance se alejó, dirigiéndose hacia Joss quien observaba todo desde la puerta. Arthur acababa de salir, demasiado afectado para quedarse. El chico tenía el corazón muy tierno para soportar ver el dolor ajeno.

  • Odio esto, Joss. – susurró, apoyando la frente en el hombro del otro. – Esto no tenía que haber pasado. Tenía que haberlo protegido mejor.
  • No ha sido tu culpa, Lance.
  • Pues no lo parece. Si yo hubiera hecho bien mi trabajo, ese chico estaría vivo.

Joss le abrazó, acariciándole el cabello con ternura. Por encima del hombro de Lance, observó a los leones, ambos de pie a cada lado de la cama, hablando tan bajito que no podía distinguir ni una palabra. Aunque podía imaginar que discutían.

Les ofrecería el jet y lo que necesitaran para trasladar el cuerpo hasta su hogar. Imaginó que su familia querría darle entierro cerca de casa. Era lo menos que podían hacer.

Gawain había llamado también mientras Lance estaba de camino. Había hecho una descripción demasiado grafica de cómo había quedado la biblioteca y los hombres de La Orden. Al parecer, Kenny no había dejado mucho para identificarlos.

El lugar había quedado cubierto de sangre y vísceras por todas partes y la limpieza llevaría días, si no semanas.

En sus filas también había habido un par de bajas. Dos de sus hombres cayeron luchando y otros cinco estaban heridos de diferente consideración. Tendría que hacer arreglos para las familias de los dos soldados muertos y ocuparse de que los heridos recibieran toda la atención medica que necesitaran.

Una de las cosas que Uther hizo muy bien fue encargarse de que sus hombres tuvieran todo lo que necesitaran para ser felices en su trabajo. Siempre decía que un trabajador infeliz o necesitado, era un trabajador fácil de comprar por la competencia. Y eso en su mundo era un enorme peligro que era preferible evitar.

Los trabajadores de Kamelot eran de los mejores pagados y con los mejores servicios sanitarios del país.

Suspiró pensando en la cantidad de cosas y llamadas que no deseaba realizar y sentía el corazón pesado como plomo. Dio un beso en el cabello a Lance y se separó de él.

Lydia entró apresuradamente a la enfermería, mirando alrededor con expresión de angustia. Joss le hizo un gesto para que se acercara a ellos.

  • ¡Ey! ¿Cómo están? – preguntó, moviendo su mirada desde sus compañeros a los leones. – ¡Pobres chicos!
  • Pues, ¿cómo crees? Destrozados. – Lydia puso una mano en su brazo, apretándole suavemente.
  • ¿Y tú cómo estás?
  • Como una mierda. Esto no debía haber ocurrido, Lydia. ¿Cómo no lo has visto?
  • Lance, no soy adivina. Solo bruja. No puedo ver el futuro.
  • Lo sé, lo sé.
  • Siento ser una perra por preguntar, pero… ¿habéis conseguido la reliquia?
  • Si, la tiene el león en su chaqueta. Aunque no creo que sea momento de pedírsela. – Lydia le miró, arqueando una ceja.
  • Estas muy equivocado. Es el momento adecuado.

Antes de que ninguno de los dos pudiera detenerla, Lydia se acercó a la cama donde los leones estaban velando a su hermano muerto. Ellos no parecieron notar su presencia, al principio. Ella les observó unos minutos, en silencio, antes de decidirse a interrumpirles.

  • Lo siento mucho. Y siento mucho tener que ser una insensible y molestaros con esto, pero… – Kenny levantó la mano, silenciándola mientras sacaba de su chaqueta el paquetito de la reliquia.
  • No pasa nada. Aquí la tienes. – la miró antes de entregársela. – No vale la vida de nadie. – repuso con tristeza. Lydia asintió, cogiendo con cuidado el paquete.
  • Tienes razón. No vale la vida de nadie. Es solo un aparato mágico por el que no merece la pena morir. Pero que si podemos usar para devolver una vida.

Kenny y Nicky levantaron tan rápido la cabeza que estuvo a punto de darles un tirón en el cuello. Kenny la cogió del brazo, tan fuerte que le hizo daño, pero Lydia ni pestañeó.

  • Espero que no estes de broma, bruja.
  • Nunca bromeo con algo tan serio. Esto es el santo grial. – dijo, enseñando el paquete. – Bueno, medio grial. El grial tiene el poder de dar o quitar la vida, dependiendo de cómo y quien lo use. – Nicky la miró, esperanzado.
  • ¿Podríamos usarlo para resucitar a Max?
  • No puedo aseguraros de que funcione, ya que la reliquia está rota, pero creo que debemos intentarlo.

Los dos leones intercambiaron una mirada, preocupados. Nicky parecía esperanzado, pero, a la vez, preocupado por su amigo. Kenny parecía más decidido.

  • Hagámoslo.
  • ¡Espera, espera! – le frenó Nicky. – ¿Qué riesgos hay?
  • ¿Además de que no funcione? Como he dicho, el grial es capaz de dar vida, pero también de quitarla. Puede pasar que, al intentar revivir a Max, Kenny acabe perdiendo su vida. – Nicky abrió los ojos como platos, espantado con la idea.
  • ¡No, no vas a hacerlo!
  • Nicky…
  • No. Ya he perdido a mi hermano. No voy a arriesgarme de perderte a ti también.

Kenny le cogió del rostro y le besó en la frente.

  • No puedo estar sin él. – Nicky soltó una carcajada amarga.
  • ¡A buenas horas te das cuenta! ¡Más te vale no morirte o la vamos a tener tú y yo! ¿Entendido? – Kenny asintió.
  • No voy a morir. Ahora, traigamos de vuelta a tu hermano.

Lydia sonrió y abrió el paquete, sacando la media copa de entre los trapos. La colocó con cuidado sobre una mesita auxiliar e hizo un gesto a Kenny para que se acercara. Cuando lo tuvo cerca, le ofreció un cuchillo.

  • La sangre es lo que dio poderes a esta reliquia. Y la sangre es lo que la hará funcionar. Hazte un corte. Necesitamos llenar esta media copa y darle de beber a Max.

Kenny asintió y cogió el cuchillo, para acto seguido hacerse un largo corte en la palma de su mano. El corte empezó a sangrar y el león vertió su sangre en la media copa. Lydia la había puesto en horizontal para que pudiera guardar la sangre. Cuando ya estaba casi completo, Lydia le dio un pañuelo para que se tapara la herida y cogió la copa, dirigiéndose hacia la cama, seguida de cerca del león.

  • Incorpóralo un poco y ábrele la boca. – Kenny obedeció y Lydia derramó el contenido de la copa en su boca. – Esta es mi sangre, esta es la vida. – murmuró la chica, cogiendo la mano de Kenny y colocándola sobre el pecho de Max, justo encima de la herida de bala.

Al principio parecía que no ocurría nada. Kenny estuvo tentado de apartar la mano, porque sentir la frialdad de la muerte en el cuerpo de esa persona tan amada por él era muy desagradable. Pero Lydia no se lo permitió. Siguió sujetando su mano sobre el pecho del otro hasta que empezó a sentir algo.

Una leve calidez empezó a brotar del cuerpo. Para su asombro y el de Nicky, la herida se cerró despacio hasta no quedar ni rastro de ella. El cuerpo se fue calentando, poco a poco y Kenny empezó a sentir una vibración bajo su mano que acabó por transformarse en un latido firme.

¡El corazón estaba latiendo!

Kenny miró a Nicky, sonriendo. El pequeño acarició el rostro de su hermano, notando la piel cada vez más cálida. Le apartó un mechón de la frente y Max abrió los ojos, como si despertara de un sueño.

  • ¿Max? – le llamó Nicky. – Max, ¿estás bien? – Max parpadeó un par de veces, mirando a su hermano y a Kenny antes de hacer una mueca de extrañeza.
  • ¡Ey! ¿Qué hacéis los tres mirándome dormir? ¿Ha pasado algo?

Como toda respuesta los otros dos se lanzaron sobre él para abrazarlo, llorando de felicidad. Lydia les observó, sonriendo y se alejó, con la reliquia en la mano.

Lance y Merlin la recibieron con ambas cejas levantadas.

  • ¿Sabías que podían revivirlo con la reliquia?
  • Era una posibilidad. Pero no podía asegurar que funcionara. Había una razón por la que pedí que ese león fuera el encargado de buscarla.
  • ¿Quieres decir que si hubieras usado la sangre de otro no habría funcionado?
  • Probablemente no. Pero su sangre es muy poderosa. Pocos alfas he visto de tanta pureza. Y no me refiero solo a sus genes.
  • Yo solo me alegro de que funcionara. ¿Estará bien? A ver si hemos traído a la vida un zombie.
  • En serio, Lance…
  • ¿Qué? ¡Es una posibilidad! – Lydia se volvió para mirar a Merlin, quien estaba intentando aguantar una carcajada sin conseguirlo.
  • Joss, prohíbele ver más The walking dead, ¿vale? Ve demasiada televisión basura.
  • Es que es así de inocente. – rio el otro.

Lance hizo un mohín, molesto por ser el centro de la broma. Pero dirigió su mirada hacia los tres leones y lo felices que parecían y se le pasó el enfado. Al menos, no iba a tener esa muerte en su conciencia.

Rugidos del corazón: Capítulo 24.

Kenny observaba la escena como si no estuviera ahí. Lo sentía como si estuviera viéndolo desde un televisor. Parecía irreal.

Tenía que ser irreal.

Había pasado… ¿Qué había pasado?

Cody había sacado su pistola, le amenazó y, cuando Kenny se negó a darle la reliquia, disparó.

Y como una película a cámara lenta vio el estallido de la pistola. Escuchó el sonido ensordecedor del disparo. Y esperó al dolor del impacto.

Pero no llegó.

En vez de eso se encontró con la espalda de Max frente a él. Ni siquiera se le ocurrió pensar por qué estaba ahí. Lo único que se le pasó por la cabeza era que a Max se le había soltado el pelo del lazo que llevaba y ahora lo tenía cayendo por toda su espalda, revuelto.

Cuando le vio caer de rodillas y notó la expresión de sorpresa de Cody, fue el momento en que su mente por fin reaccionó.

Una retahíla de «no, no, no, no» se le escapaba conforme se agachaba corriendo a ver como estaba el otro león. Le cogió con cuidado y le dio la vuelta, buscando su rostro.

Max tenía los ojos cerrados y respiraba muy débilmente. Al observarle con más cuidado notó una mancha de sangre a la altura casi del corazón. Kenny sintió vértigo. Abrió la camisa de Max para ver mejor la herida. No pintaba nada bien.

  • ¿Max? ¿Max? – escuchó un par de chasquidos y levantó la vista para encontrarse con Cody intentando dispararle. Al parecer, no tenía balas. Eso estaba bien porque él no las necesitaba para matarlo. – Max, abre los ojos. – pidió acariciándole el rostro.

El otro león abrió los ojos un segundo y le sonrió débilmente. Kenny podía oír su respiración. Le besó la frente y lo dejó tumbado en el suelo. Se levantó despacio y clavó sus ojos azules en Cody, quien seguía intentando dispararle con una pistola sin balas.

Menudo estúpido.

Kenny era de los pocos de su raza que detestaba transformarse. No era porque fuera doloroso, que no. Ni molesto siquiera. Transformase era algo natural, simple, aunque no necesario. No les pasaba como a los lobos, quienes necesitaban transformarse y correr al menos una vez al mes o acababa afectándoles.

Los leones no tenían esa necesidad. Lo hacían por comodidad, en casa. Era como quitarse los zapatos al regresar del trabajo.

A Kenny nunca le gustó demasiado. A él le caían bien los humanos. Le gustaba interactuar con ellos y disfrutaba de su compañía. Transformarse era algo que le alejaba de los humanos. Por eso no le gustaba.

Pero ese día, en ese instante, transformarse fue algo que salió sin pensar. Algo que detestaba de repente ya no era tan malo. Era su naturaleza.

Y su naturaleza pedía la sangre de ese humano por la de su pareja.

Como todos los de su especie, en su forma animal eran más grandes que un león ordinario. Bastante más grande. El color del pelaje y la melena cambiaba según cada uno.

Así que Cody se encontró frente a un león de casi dos metros de alto, de piel dorada y melena rubia con mechones negros y grises. Justo como el cabello de Kenny.

Con los ojos azules de Kenny. Y una expresión de fiereza que jamás vio en Kenny.

El león rugió, tan fuerte que los cristales de alrededor estallaron en pedazos. Para alivio de Cody y fastidio infinito de Kenny, aparecieron varios de los hombres de La Orden, todos ellos armados con rifles de asalto.

Los hombres se quedaron helados durante un eterno minuto, mirando fijamente al enorme animal frente a ellos, sin saber cómo reaccionar.

No todos los días veías un león de dos metros de alto.

  • ¿A que estáis esperando? – gritó Cody, arrebatándole el rifle a uno de los hombres que tenía más cerca. – ¡Disparad!

Eso despertó de su estupefacción al resto que empezó a disparar hacia el enorme león. Otra cosa que pasaba con los leones al transformarse era que se volvían mucho más poderosos y fuertes y su piel no era tan fácil de herir como en su versión humana.

Así que las balas rebotaron contra el pecho del león, quien volvió a rugir de manera estruendosa, haciendo retroceder a los hombres. Varios salieron corriendo asustados cuando Kenny avanzó un par de pasos y lanzó un zarpazo, destrozando a dos hombres con sus garras.

Cody seguía disparando, tan asustado que no acertaba a alejarse cuando le vio ir hacia él. Vació todo el cargador del rifle y seguía siendo incapaz de detener a aquella enorme bestia que se le echaba encima.

Cuando el león ya se había desecho de todos sus hombres, despedazándoles con sus garras y colmillos, se paró frente a él. Su hocico estaba manchado de sangre, que goteaba de sus bigotes formando un tetrico charco junto a sus zarpas.

Con un golpe de una de sus patas, tumbó a Cody en el suelo, sujetándole con las garras apoyadas en su pecho.

  • ¿De qué manera debería matarte? – habló el animal, con una versión más ronca y salvaje de la voz de Kenny. – ¿En cuantos pedazos debería destrozarte para compensar el daño que me has hecho, Cody?

Las garras empezaron a clavarse levemente en la carne y Cody gritó de dolor.

  • ¿Debería ser rápido? ¿O lento? Estoy seguro de que debería matarte lentamente, sacarte el corazón para que lo vieras latir en mis garras antes de morir. Como tú has hecho con el mío. – termino rugiendo.
  • Eso no va a devolvértelo. – Kenny le miró, ladeando la cabeza y sacudiendo una de sus orejas. Casi parecía un perro con esa expresión.
  • No. Pero me hará sentir mejor, aunque solo sea un minuto. – gruñó antes de levantar la zarpa derecha y golpearle el pecho con ella, hundiendo sus garras en la carne.

Cody dio un grito espeluznante. Kenny estaba seguro de que debía haberse escuchado en toda la zona. Pero le daba igual.

Lo único importante era ver su expresión de horror cuando rasgó la carne y se apoderó del corazón del humano. Lo arrancó de cuajo y se quedó mirándolo en su zarpa, aun palpitante y chorreando sangre durante unos segundos.

Lo arrojó lejos, sin ni siquiera mirar donde caía para centrar su atención en el rostro ya sin vida de Cody.

Y, de repente, se sintió enfermo. El olor de la sangre era muy fuerte en aquel pequeño pasillo. La sangre de Cody formaba un charco cada vez más grande en el suelo. Tanto que iba a llegar hasta donde estaba el cuerpo de Max.

¡Max! No podía permitir que su amigo acabara mezclando su sangre con la de semejante despojo.

Aun convertido en león se alejó del cuerpo inerte del humano y se acercó al de Max. Lo miró con pena, empujándolo con el hocico para alejarlo de la mancha de sangre del otro. Luego, dio un largo gemido de dolor y se tumbó a su lado, con la enorme cabeza apoyada en el cuerpo de Max.

Así los encontró Lance, cuando consiguió llegar hasta el lugar. Se había visto obligado a pelear con un gran número de soldados de La Orden, aunque había conseguido librarse de ellos. Hubo un par de bajas entre sus hombres, pero los otros acabaron masacrados.

Fue, entonces, cuando escuchó aquel rugido que hizo temblar hasta las paredes. Temiéndose lo peor, corrió hasta encontrarlos, pero llegó tarde.

El enorme león, que debía ser Kenny, estaba lleno de sangre y rodeado de un montón de cuerpos. Y, lo que era peor, el cuerpo de su amigo estaba también en el suelo, junto a él.

Lance soltó un suspiro, triste, y guardó el arma, acercándose al león. No era muy buena idea, sí, pero iba a ser peor si alguien descubría a un león de semejante tamaño suelto por la biblioteca.

Tratar de explicar y cubrir eso iba a resultar de lo más entretenido, sin duda.

El león abrió un ojo al verlo y empezó a gruñir en advertencia.

No te acerques, decía. No estoy de humor.

Bueno, podía comprenderlo. Pero no tenían tiempo para eso. No era el momento ni el lugar para eso.

  • ¿Kenny? ¿Qué ha ocurrido? – preguntó, sin saber si el otro le respondería o no. Se sorprendió cuando lo hizo.
  • Ha matado a Max.
  • Lo siento. Sé que significaba mucho para ti.
  • Lo era todo. – gimió, volviendo a apoyar la cabeza en el cuerpo inerte de su compañero.
  • Lo sé.
  • Él no. – Lance sintió un pinchazo en el pecho al oírle. Empezaban a oírse voces y sirenas en el exterior.
  • Kenny, debemos irnos. Un grupo va a venir a hacer limpieza para que las autoridades no sepan nada. Pero nadie puede borrar a un león de dos metros. Necesito que vuelvas a tu forma humana para regresar a Kamelot.
  • Max viene conmigo.
  • Kenny… deberías dejar que se ocuparan…
  • ¡No! – rugió, levantándose y mostrando una postura amenazante. – ¡Él viene conmigo!

Lance se mordió el labio. No era lo ideal, pero podía hacerlo. Entendía el dolor del león. Además, el hermano de Max también querría que llevara su cuerpo. Lance preferiría no conducir con un cadáver en el asiento de atrás, pero estaba claro que no iba a conseguir razonar con el chico en ese estado.

  • Está bien. Nos llevaremos a Max. Tienes razón. No debe quedarse aquí tampoco. Ahora, vuelve a ser humano para que podamos salir de aquí. – le pidió.

El león dio un gemido lastimero y se transformó en humano. Esa era la primera vez que Lance veía a un cambia formas transformarse. No sabía que era lo que esperaba, pero no algo tan tranquilo y natural. En un momento había un león de dos metros, en el siguiente un chico con la expresión más triste que podía encontrarse.

Kenny se agachó junto al cuerpo de Max y lo recogió, llevándolo en brazos. Estaba completamente manchado de sangre, tanto su ropa como su rostro, pero no parecía importarle.

Lo único importante lo llevaba en esos momentos en sus brazos. Lance no tenía muchas ganas de llegar y enfrentarse también a la reacción del león más joven cuando descubriera que su hermano mayor había muerto.

Se sintió fatal por ello. Él debía haberlos protegido mejor.

Kenny avanzó, adelantándole y dirigiéndose hacia la salida, donde Gawain les esperaba con la furgoneta. Lance dio órdenes por su comunicador de que los demás se quedaran a recoger, bajo el mando de Gawain, mientras él se encargaba de llevar a la torre a los leones.

Era lo menos que podía hacer.

Rugidos del corazón: Capítulo 23.

Cody frunció el ceño mientras observaba a Kenny y los otros reunirse en la escalinata de la biblioteca.

Los vio hablar, aunque estaba demasiado lejos para escuchar lo que decían. Los humanos entraron primero, seguidos de cerca por los dos leones. Vio como el león de cabello oscuro permanecía pegado a Kenny, como una sombra, apoyándose en él.

Hizo una mueca de disgusto.

No le gustaba eso. No le gustaba que Kenny tuviera a alguien. No se merecía tener a nadie. No se merecía ser amado.

Merecía estar solo, ser odiado.

Ser despreciado.

¿Por qué ese otro león le quería? No podía entenderlo.

Pero no iba a dejar que siguieran siendo felices. Para nada.

  • ¡Vamos! – ordenó al grupo de hombres que tenía asignado para esa misión.

Sabía que Kenny avisaría a los hombres de Kamelot y que estos le cederían su ayuda para recuperar la reliquia.

Eran muy predecibles.

Estaba claro que debió matar al león cuando tuvo la oportunidad. Fue muy mala suerte que la pistola se encasquillara de esa manera, no dejándole cumplir con lo que deseaba. Pero ahora podía remediarlo.

Cuando Kenny encontrara la reliquia, Cody pensaba matarlo. Esta vez no iba a escaparse tan fácilmente.

Pero primero… primero mataría al otro león, para que lo viera morir frente a sus ojos sin poder hacer nada para salvarlo. Luego sería el turno de Kenny para morir.

Lenta y dolorosamente.

Entraron a la biblioteca y siguieron las voces y el ruido del otro grupo hasta una habitación enorme llena de libros. Cody había leído algo sobre ese lugar. Había infinidad de libros antiguos y valiosos en sus estanterías. Una pena, más de uno iba a acabar con un agujero de bala.

Pero debía esperar a que encontraran la reliquia antes de atacar. Había una razón por la que los de Kamelot habían pedido a los leones que los acompañaran.

Se asomó con cuidado para que no les descubrieran y vio a Kenny dar un beso al otro león. Apretó los dientes, molesto de repente.

Ese despojo no merecía que nadie le quisiera.

¡Nadie!

Cuando Kenny cogió un libro y lo abrió, sacando de su interior algo que Cody no fue capaz de distinguir, el chico decidió que ya era hora de atacar. Eso debía ser la reliquia, por como el león la trataba.

Era hora de robársela. Y matarlo, ya que estaba.

  • Es el momento.

Sus hombres empezaron a disparar, a la vez que abrían las puertas de una patada. Él los siguió, andando tranquilo y con su pistola en la mano.

Los soldados de Kamelot les recibieron con su propio fuego y Cody vio a los dos leones esconderse tras un mostrador. Había una puerta detrás de ellos, pero Cody ya había puesto gente allí para impedirles huir.

Necesitaba que le entregaran la reliquia.

  • ¡Kenny! – canturreo. – Sé que estas aquí con la reliquia. Entrégamela o no saldréis ninguno con vida de aquí.

Como esperaba, Kenny salió de su improvisado escondite, aunque el otro león que le acompañaba le tenía fuertemente cogido del brazo, listo para tirar de él si veía algo raro.

  • ¡No vas a llevártela, Cody! Antes la destruiré. – eso le sorprendió. No esperaba esa respuesta por parte del león.
  • Te pegaré un tiro primero. – le amenazó apuntándole con la pistola. El otro león tiró del brazo de Kenny para atraerlo hacia un lugar más seguro. Cody sonrió y cambio el blanco al que apuntar. – O le pegaré un tiro a él. ¿Qué prefieres? ¿Te quedaras sin hacer nada como cuando disparé a tu padre?

Kenny rugió, intentando zafarse del agarre de Max que lo sujetó aún más fuerte, usando ambos brazos. Pero se veía que le estaba costando mucho retenerlo. Lance se colocó delante de ellos, apuntando con su arma a Cody.

  • Mira, escoria, será mejor que te largues porque no vas a salirte con la tuya. No vamos a entregarte la reliquia y no vas a conseguir que el chico caiga en tu trampa. Así que vete por donde has venido.

Cody sonrió. Veía que a Kenny le afectaba que se amenazara al otro león. Bien, podía usar eso para hacerle perder los nervios y cometer un error. En la situación en la que estaban en ese instante lo único que podía pasar era que acabaran acribillándose los unos a los otros y eso no le interesaba a ninguno.

Muerto no podía robar la reliquia y entregársela a su jefe. Y muerto no podía subir de rango como deseaba.

No, necesitaba conseguir que Kenny cometiera un error. Y sabía cómo.

  • ¿Qué pasa, Kenny? ¿No eres capaz de defenderte solo? Como vas a defender a tu pareja si no eres capaz de cuidar de ti mismo. ¿Le has contado como no fuiste capaz de salvar a tu padre?
  • ¡Bastardo! – gritó Kenny, cada vez más enfadado. A Max casi se le escapó su agarre del brazo y maldijo por lo bajo.
  • No le escuches. – le dijo, tratando de calmarlo. – Solo intenta que hagas la estupidez de ponerte mejor a tiro. No le sigas el juego.

Cody gruñó una maldición. Iba a tener que centrar sus esfuerzos en el otro león, ya que era capaz de calmar a Kenny. Eso no le convenia.

  • ¿Cómo te llamas, chico?
  • ¡A él ni le hables! – rugió Kenny, visiblemente enfadado. Cody sonrió.
  • ¿Quién va a impedírmelo? ¿Tu? ¡Venga ya! Solo quiero darle algunos consejos. Ya sabes, de ex pareja a pareja actual.
  • ¡Cállate! – volvió a rugir el rubio. Max estaba observándole casi sin pestañear, como congelado.
  • Puedo decirte que le gusta en la cama. – añadió con la voz llena de veneno. – Sé cómo le gusta que le follen.

Kenny soltó un rugido tan fuerte que los cristales de la habitación vibraron con el sonido. Max y Lance se vieron obligados a saltar sobre él para impedir que se lanzara a por el otro. Con gran esfuerzo, consiguieron arrastrarlo de vuelta al mostrador. Por el rabillo del ojo, Lance comprobó que sus hombres habían conseguido despejar la salida justo tras ellos. Eso era todo lo que necesitaba.

  • Max, cuando yo os diga, salid por la puerta que hay tras nosotros. – le susurró al león moreno. – Yo os cubriré. Salid y no os paréis hasta que lleguéis hasta Gawain, que estará fuera esperando. – el chico asintió, girándose para encarar a Cody, que seguía observándoles con una sonrisa prepotente.
  • ¡Ey, imbécil! No necesito que me des ninguna lección de como satisfacer a nadie en la cama. Mucho menos a él. Eso ya sé hacerlo muy bien, gilipollas. – Kenny le arqueó una ceja y Max añadió, susurrando. – Prepárate para salir corriendo.
  • ¡Ahora! – gritó Lance, empezando a disparar y obligando a los otros a retroceder y ponerse a cubierto.

Max tiró de la mano de Kenny ambos salieron corriendo hacia la puerta tras el mostrador. Esta permanecía abierta y el pasillo al que daba parecía desierto. Los dos dejaron atrás la habitación y corrieron por varios pasillos, buscando alguno que los llevara al exterior.

El ruido de los disparos siguió retumbando por todo el edificio, el eco haciéndoles temer por encontrarse con alguno de los hombres de La Orden en cada esquina. Después de varios minutos corriendo, Kenny se detuvo, obligando a Max a detenerse también.

  • ¿Qué haces? ¡Debemos salir de aquí! – le urgió.
  • Max, estamos dando vueltas. Tenemos que averiguar por donde está la salida o acabaremos volviendo al jaleo. – el más joven suspiró, intentando calmarse.
  • Vale… tienes razón. ¿Por dónde? Porque a mí todos estos pasillos me parecen iguales. – Kenny miró a su alrededor.

Max tenía razón. Todos los pasillos parecían exactamente iguales. Tenían el mismo suelo, las mismas paredes forradas con planchas de madera, las mismas lámparas. No había nada que los diferenciara ni ninguna indicación de hacia donde estaba la salida.

Los disparos parecían haberse detenido, lo cual no sabía si calificar de buena o mala señal. Supuso que dependía de quien fuera ganando, pero no pensaba quedarse a averiguarlo por si acaso. Olfateó el aire buscando algo hasta que lo encontró.

  • Por ahí. – dijo, señalando hacia su derecha. – Huele a contaminación y tubos de escape. Esa peste es inconfundible.
  • Menos mal que tienes el olfato fino. Porque yo estoy tan bloqueado que no consigo ni oler. – repuso Max, haciéndole reír.

Los dos volvieron a emprender su huida, esa vez por el pasillo elegido y con algo más de rumbo. Aun tardaron un buen rato en ver algo que se pareciera a una salida. Era una puerta pequeña, más parecida a una entrada para trabajadores que otra cosa.

Kenny estaba alargando la mano hacia el pomo para abrirla cuando el sonido de una pistola al cargarse le detuvo, quedándose con el brazo extendido en el aire. La mano de Max apretó su agarre.

  • Dame la reliquia, Kenny. O te mataré y la cogeré yo mismo. – le amenazó Cody a su espalda.

Los dos leones se dieron la vuelta, despacio, para encarar al humano. Cody les apuntaba con su pistola, el traje ahora roto y arrugado, imaginó Kenny que por la trifulca anterior. ¿Estarían bien los hombres de Kamelot? ¿Les habría matado Cody?

Esperaba de corazón que no. Se sentiría muy culpable si les hubiera ocurrido algo solo porque él no fue capaz de detener a Cody en el pasado.

  • Vas a tener que dispararme, Cody. No pienso darte la reliquia. No puedo dártela. Esta vez no voy a quedarme parado y mirando mientras intentas destruir lo que quiero.

El otro hizo una mueca, a medio camino entre el disgusto y la burla. ¿En serio pensaba que podía evitar que matara a su amigo? ¿O a él mismo? Que equivocado estaba.

  • Te lo digo por última vez. Entrégame la reliquia. – Kenny empujó a Max tras él, cubriéndolo con su cuerpo. Puede que fueran más o menos de la misma altura, pero Kenny era más ancho. – No vas a poder protegerle cuando te mate.
  • No vas a coger la reliquia.
  • Está bien. – dijo Cody, levantando la pistola hacia el león.

Lo siguiente que pasó fue tan rápido que no supo que había ocurrido hasta que fue demasiado tarde.

Cody disparó y Kenny se preparó para recibir el impacto. No pensaba que el otro tiraría a matar. Le conocía lo suficiente como para saber que no le mataría tan rápido. Y, entonces, él aprovecharía para destrozarle.

Pero no contó con otra cosa.

El sonido del disparo se desvaneció despacio, el eco resonando a lo largo del pasillo. Pero el impacto nunca llegó.

Miró a Cody y le vio con una expresión de pura sorpresa en su rostro, el cañón de su pistola humeando. Y, entre los dos, interponiéndose, Max.

Max que se llevó una mano al pecho antes de caer de rodillas al suelo, su mano manchada de sangre.

Rugidos del corazón: Capítulo 22.

  • Bueno, ¿crees que puedes encontrarla ahí?

Lydia dirigió una mirada a Merlin a medio camino entre la burla y la molestia. Muy tipo «¿Estás de broma?».

  • Joss, desde el cariño te lo digo… soy una criatura mágica de gran poder, pero no hago milagros. Eso se lo dejamos a los católicos. – Merlin aguanto como pudo una sonrisa.
  • Entonces… ¿no?
  • No he dicho que no… exactamente. Solo digo que no hago milagros. Pero puedo intentarlo.

Estaban en el laboratorio de Lydia, donde ella se dedicaba a hackear y analizar datos para la empresa cuando no estaba haciendo algo más ilegal. Era un espacio enorme y muy iluminado, con casi una decena de pantallas y cuatro ordenadores distintos.

Lydia estaba en ese momento analizando unas muestras de Excalibur con un espectrómetro nuevo que le acababan de traer. Intentaba averiguar donde había estado antes de aparecerse a Uther, mirando la aleación de metales con las que había sido reparada.

La puerta del laboratorio se abrió y Gawain entró, luciendo algo incomodo y seguido por los tres leones. Lydia y Merlin arquearon una ceja, sorprendidos al verlos.

  • ¿Ocurre algo? – Gawain negó.
  • No, nada del otro mundo. Deseaban despedirse.
  • Y asegurarnos de que el chico va a estar seguro. – añadió el león que tenía el cabello más oscuro.

Merlin había notado que no era el mayor, pero si el que solía tomar más la palabra. El mayor de ellos se solía mantener un paso atrás a pesar de ser más poderoso. Pero también había notado que había algo mal con él.

Lydia les observó, en silencio durante un largo minuto, llegando a incomodar a sus invitados. Merlin la miró, interrogante.

  • No os podéis ir. – dijo simplemente la chica, dejando estupefactos al resto. Max tartamudeó.
  • ¿Por qué no?
  • Vamos a necesitaros para encontrar la reliquia. Esta es muy especial y solo alguien muy especial puede encontrarla y tocarla.
  • No lo entiendo… – Merlin seguía mirándola, sorprendido. – Creía que habías dicho que no podías encontrarla…
  • He dicho que no puedo hacer milagros. Pero puedo y la encontraré en esa dichosa biblioteca. Pero necesitamos alguien especial para tocar esa reliquia. Si alguno de nosotros lo hace, morirá. Así de simple.
  • Lydia… no estás haciendo ningún sentido.

La chica les observó, frustrada y bufando.

  • La reliquia que busca La Orden y que Aidan localizó en la biblioteca es parte del santo grial.
  • ¿El santo grial? ¿Cómo en la peli de Indiana Jones? – preguntó Nicky ganándose una mirada de incredulidad del resto.
  • Ese mismo. Ahí, de hecho, acertaron bastante. ES una copa de madera tallada. Muy antigua y poderosa, ya que se recogió parte de la sangre de Cristo en ella y su poder quedó grabado a la copa.
  • ¿Y por qué no podemos tocarla?
  • Pues porque la sangre la convirtió en un arma de doble filo. Si tienes poder suficiente, puedes usarla para dar vida. Pero si eres débil, te la arrebatará. Y no hace más porque solo es la mitad.
  • ¿Dónde está la otra mitad?
  • Ni siquiera se sabe cuándo se dividió. – contestó ella encogiéndose de hombros. – La cuestión es que ellos si pueden tocarla. Son alfas y alfas poderosos. No les va a afectar su magia.

Kenny lució sorprendido y afectado por sus palabras. Esos no eran los planes. Sus planes era salir de ahí ya y poner rumbo al sur, bien lejos de todo ese lio. Poner a salvo a sus amigos era lo único importante de todo. ¿Y ahora querían que se quedaran para buscar una reliquia? ¡De eso nada!

  • No. Nosotros nos vamos. No vamos a seguir metidos en este lio. – Lydia se acercó a Kenny, que comenzó a rugir bajito.

Gawain echó mano a la culata de su pistola por si acaso. Merlin, sin embargo, estaba observando todo el intercambio muy curioso de averiguar a donde iba a llevar todo eso.

  • Tú, precisamente, eres el que debe cogerla. Eres el más poderoso de los tres. – Kenny negó con la cabeza.
  • No… no soy alfa. Soy omega.
  • Una estúpida marca y las tonterías de tu familia no pueden borrar lo que eres de nacimiento. – espetó Lydia, sorprendiéndole. – Sigues siendo un alfa y uno muy poderoso. Y de los presentes, eres el que más posibilidades tiene de coger esa reliquia sin que le afecte.
  • No pienso hacerlo. Nosotros nos vamos. Ya hemos hecho de más.
  • Yo lo haré.

Kenny se volvió a mirar a Nicky, que era quien había hablado, sorprendido y dolido.

  • ¡De eso nada!
  • Perdona, pero soy un alfa, igual que vosotros. ¿Puedo coger eso sin peligro? – Lydia asintió.
  • Totalmente sin peligro.
  • Pues entonces ya está. Yo lo hago. Max y tú podéis ir por delante y yo me reuniré con vosotros cuando acabe. – Nicky le cogió del brazo. – No tienes por qué quedarte aquí si no quieres, Kenny. No tienes que pasar por nada de esto.

Kenny le agarró del rostro, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir, miró a los dos hermanos antes de suspirar, rendido.

  • Yo lo haré. No vas a ponerte en peligro. No pienso permitirlo.
  • ¿No tengo voto en esa decisión? – protestó Nicky.
  • No. Te jodes. – contestó sin cambiar el tono y con una sonrisa triste.
  • Soy muy capaz de cuidarme solo.
  • Lo sé. Pero no se trata de si puedes o no. Se trata de que no voy a permitirlo.

Lydia dio una palmada, complacida con todo el asunto.

  • ¡Estupendo! Pues una vez solucionado quien va a recogerla y sabiendo que va a ser algo seguro, vamos a encontrar el lugar exacto donde se esconde.

Kenny esperaba junto a Max a la entrada de la biblioteca pública de Nueva York. Nunca había estado antes ahí y la majestuosidad del edificio le dejó sin palabras.

La larga escalinata estaba custodiada por dos leones de piedra y llevaba a tres enormes arcos de estilo romano.

Si el exterior era así de impresionante, no podía esperar para ver cómo sería el interior. 

Nicky se había quedado en la torre junto a Aidan. Y no muy feliz, para ser sinceros. Pero exponerse los tres era ridículo y hacía falta que alguien vigilara que no tocaran al guardián si sufrían algún ataque. Aunque eso fuera bastante improbable, como le había asegurado los guardas de la empresa.

Hablando de guardias, el jefe de ellos se acercó hasta donde se encontraban acompañados por Gawain y un grupo nutrido de subordinados. Max arqueó una ceja y le miró, encogiéndose de hombros.

  • Siento el retraso. Nos ha costado un poco convencer de que vacíen la biblioteca y la cierren para nosotros. Soy Lance Lothsome, por cierto. Jefe de seguridad de Kamelot. – se presentó, ofreciéndole la mano a los dos. Kenny se la estrechó, sin dejar de observarle crítico. – ¿Pariente vuestro? – preguntó, señalando al león de piedra.
  • Este no, pero aquel tiene la misma barbilla que mi padre. – respondió Kenny sin pestañear, mientras Max ahogaba una risa. Lance le sonrió, complacido. – ¿Tenemos alguna pista más de donde puede estar la reliquia?
  • Lydia piensa que está en la Rose Main Reading Room. ¿Dónde exactamente? Ni idea, pero en esa habitación. Habrá que mirar con mucho cuidado porque todo lo que hay ahí es incalculable. – Kenny frunció el ceño.
  • La magia huele. – informó Max. – Si hay un objeto mágico su olor será reconocible entre todos los demás. – Gawain se rascó la nuca, extrañado.
  • ¿La magia huele? ¿A que huele? – los leones intercambiaron una mirada.
  • No es un olor en el sentido tradicional de la palabra. Huele como el ozono, como la electricidad. Algo que carga el aire y lo notas al respirarlo.
  • Nunca voy a acostumbrarme a esas cosas… – murmuró Gawain, alejándose hacia la puerta.

Lance le siguió junto al grupo de hombres que le acompañaba y los leones volvieron a intercambiar una mirada cargada de significado.

  • Intuyo que eso significa que no tiene idea de lo que es. – susurró Max. Kenny asintió.
  • Me estaba imaginando que no lo sabía. Ese Lance si lo sabe. El dueño y el mago, también. La bruja de los ordenadores es probablemente la responsable. Pero este chico no tiene idea de que es un renacido gracias a la magia.
  • Qué curioso, la verdad. ¿Cómo le ocultas eso a alguien que es obvio aprecian? – preguntó Max, empezando a seguir a los guardias. Kenny le pasó un brazo por los hombros y le medio abrazó. Su buen Max, con su corazón siempre en la mano no podía comprender que alguien oculte información a alguien de su familia. Eso no entraba en su manera de ser o en como lo habían criado.
  • Los humanos, incluso los mágicos, siempre van a ser muy raros, Max.
  • Pues sí. Que cosas.

Se reunieron con los guardias ya bajo los arcos. Los guardias de seguridad de la biblioteca estaban informando a Lance de la situación del edificio y como iba el desalojo. Al parecer, salvo algunos técnicos, el lugar estaba desierto.

Lance les hizo un gesto para que le siguieran y entraron a la biblioteca. Y como imaginara Kenny era aún más impresionante por dentro.

Lo primero que vio fue una gran sala con un mostrador para pedir información y demás y estanterías y más estanterías repletas de libros. También había varios escritorios para trabajar, algunos de ellos con ordenadores. Todo era de madera antigua y oscura, dándole un aire de museo al lugar. El suelo era marrón con líneas y rectángulos color crema.

Todo el lugar olía a madera, aceite, polvo y cuero. Pero nada destacable. Kenny afinó el oído y pudo escuchar voces lejanas, tal vez en el otro extremo del edificio. Serían los técnicos de los que hablaban los guardias.

Pasaron de largo esa habitación, traspasando otra gran puerta de madera a lo que parecía una especia de habitación pequeña en la que había un nuevo mostrador, mucho más reducido que el anterior y una puerta enorme y con complicados labrados por cada lado de la habitación.

Lance se dirigió sin dudar hacia la puerta de su derecha, atravesándola. Y ahí se encontraba la famosa Rose Main Reading Room. Una gigantesca habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas de libros por todas partes y en cuyo centro se colocaban dos filas de escritorios para la lectura.

Enormes cristaleras dejaban entrar la luz del sol y, para cuando eso no fuera suficiente, la habitación tenía varias lámparas de araña que daban un toque mágico con su peculiar iluminación.

Se detuvieron en la entrada. Con un gesto, Lance indicó a sus hombres que se dispersaran por la habitación, a la vez que varios se colocaban vigilando las entradas. Luego se giró hacia los dos leones.

  • Bueno… os toca.
  • ¿Nos toca?
  • Si. Olfatead. – Kenny se mordió el labio para intentar no reírse al ver la expresión de sincero desconcierto de su amigo.
  • ¿Olfatead? ¡Pero tú te has creído que somos perros? – los ojos de Max brillaron con una luz rojiza y se empezó a escuchar un rugido bajo y ronco. – ¡Somos leones! Cuidado con lo que nos dices.

Lance arqueo una ceja, nada impresionado, pero levanto las manos pidiendo paz.

  • No era mi intención ofenderos. Pero, básicamente, habéis venido a eso y a coger la reliquia. Vosotros mismos habéis dicho que se puede oler la magia del objeto.
  • Diciendo que aún le quede algo, sí. Pero la próxima vez no lo pidas de esa manera. – rio Kenny, cogiendo al otro del hombro para alejarlo de Lance. – No es buena idea enfadar a uno de los nuestros.
  • Repito. Lo siento. No era mi intención. Por algo soy de seguridad y no de relaciones públicas.

Kenny rio por lo bajo e hizo que Max le mirara para decirle algo bajito al oído y darle un beso antes de frotar su mejilla con la del moreno. Eso calmó al otro, que se sonrojó y dejo de gruñir.

 Kenny cerró los ojos e intentó concentrarse en los olores de la habitación. Al igual que las demás olía mucho a madera y cuero, sobre todo. Lo cual era lógico, teniendo en cuenta la cantidad de muebles de madera que había y libros antiguos con cubiertas de piel.

Pero tenía que haber algo más.

Olfateó con más atención. Pudo oler la pólvora y el aceite para armas, el sudor y los nervios de los hombres de Lance, la molestia de Max.

Eso le hizo reír de nuevo.

Empezó a pasear por entre las mesas, dando vueltas y vueltas durante minutos mientras intentaba algún rastro de algo remotamente parecido a magia.

A lo mejor eso era una pérdida de tiempo, pensó Kenny. Quizás la reliquia había perdido todos sus poderes y ya no olía a magia. Era algo muy antiguo y no sería la primera vez que un objeto mágico perdía todo su poder a causa del tiempo.

Empezaba a creer que no iban a encontrar nada cuando un leve olor a ozono le llegó a la nariz. Hizo un gesto a Max para que se le uniera y volvió a olfatear con más cuidado. Si, ozono sin duda alguna.

Siguió el rastro, que era bastante débil, hasta la penúltima estantería del lado derecho. Ahí era donde el olor era más fuerte.

  • Está por aquí. – dijo simplemente cogiendo una escalera para poder mirar con más comodidad entre los libros.

Rebuscó entre los libros, moviendo algunos y vio uno cuya cubierta era de cuero oscuro y viejo, tan fino que se resquebrajó cuando lo tocó. Lo cogió con extremo cuidado y bajó de la escalera para colocarlo en una de las mesas cercanas.

Lance se acercó a ellos, mirando curioso al libro.

Este era grande, muy grande y pesado. La cubierta tenía un extraño símbolo grabado, un árbol de la vida. Kenny lo tocó con cuidado, rozando el dibujo con la yema de los dedos. Cuando se disponía a abrirlo, Max le detuvo cogiéndole la mano.

  • ¿Qué? – preguntó. El otro se sonrojó un poco.
  • Nada… ten cuidado.
  • No te preocupes. Pero, por si acaso, aléjate un poco. – Lance arqueó una ceja.
  • ¿Solo él? ¿Y el resto?
  • Al resto os pueden ir dando. Esto es culpa vuestra.

Kenny cogió la cubierta con cuidado y abrió el libro. Este resultó estar hueco. Alguien había cortado las páginas para hacer un hueco en su centro y, en ese hueco, había algo envuelto en una vieja y andrajosa tela marrón.

El león cogió la tela y la desenvolvió, mostrando lo que parecía un vaso partido por la mitad. Como si alguien lo hubiera cortado con un cuchillo o algo bien afilado. Lo examinó, curioso. Era de madera, toscamente labrada. Muy antiguo. Olía raro, tanto que le hizo estornudar.

  • ¿Es eso? – Max alargó la mano, pero Kenny apartó la reliquia para que no la tocara.
  • ¡Cuidado! No me fio de que no vaya a afectarte o algo.
  • La bruja dijo que si podía.
  • No voy a arriesgarme. – gruñó Kenny, volviendo a envolver el objeto en la tela. – No sé si es, pero desde luego es algo. Deberíamos sacarla de aquí y pronto.
  • Eso me parece muy buena idea. Vamos.

El ruido de golpes y disparos les interrumpió. Provenía de fuera de la habitación. Lance no perdió tiempo hablando. Empujó a los dos leones tras un mostrador cercano y empuñó su rifle, dando órdenes a través del auricular que llevaba oculto.

La puerta se abrió con un estruendo, la madera estallando en pedazos, astillas volando por todas partes. Cuando el humo se disipó, un grupo de hombres armados entró seguido de cerca de Cody, quien lucía muy satisfecho consigo mismo. Kenny rechinó los dientes al verle.

  • ¡Kenny! – le llamó, canturreando. – Sé que estas aquí con la reliquia. Entrégamela o no saldréis ninguno con vida de aquí.

Rugidos del corazón: Capítulo 21.

  • ¿Les hemos localizado ya?

Cody estaba impaciente por localizar a su antiguo amante y, por consiguiente, al librero. Lo único que había sabido en los dos últimos días era que habían salido a toda prisa de San Francisco, dejando el motel en donde habían estado alojándose durante una semana.

Así también se enteró de que Kenny no estaba solo. Le acompañaban dos chicos más jóvenes. Cody sabía lo que había ocurrido con Kenny después de dejarle atrás.

Sabía que había cargado con las culpas por el robo y el intento de asesinato de su padre. Él creía que lo sentenciarían a muerte, pero solo lo desterraron y marcaron como omega, lo cual fue muy decepcionante. Probablemente eso era más cruel que la muerte, pero… Cody seguía deseando que el león sufriera.

Y tenía sus razones para ello. La familia de Kenny era responsable de que Cody perdiera a su padre, cuando el alfa lo asesinó sin piedad por intentar entrar en su territorio.

¿La razón que dio?

Que su padre había intentado herir a Kenny.

En realidad, el padre de Cody intentaba secuestrarlo, para luego chantajear al alfa, pero la cosa no salió como estaba planeado y el león dominante lo asesinó, dejando huérfano y lleno de rencor a Cody.

Cuando este creció y vio la oportunidad de vengarse, saltó a ella entusiasmado. Una lástima que el alfa siguiera vivo, pero saber que había renegado de su heredero y que eso había desestabilizado a la manada durante años fue bastante satisfactorio.

Hasta unos días atrás, pensaba que Kenny había muerto al poco de salir de su manada. El león era tan blando e inútil que no creía que hubiera sobrevivido por su cuenta y con el corazón roto. Al parecer lo había subestimado.

Cody regresó su atención al subordinado que miraba atento su ordenador, en el que se podía ver un mapa que ocupaba toda la pantalla.

  • No ha sido fácil, pero sí. Han cogido carreteras secundarias y poco transitadas para no ser seguidos.
  • ¿Y dónde están ahora?
  • Nueva York. – Cody frunció el ceño, extrañado.
  • ¿Nueva York? ¿Para qué habrán ido allá? Pensaba que irían a Chicago. Hubiera sido lo más lógico. ¿A quién pueden conocer allí?
  • Que sepamos, a nadie. Pero Nueva York es una ciudad importante para la Comunidad.
  • ¿Por qué?
  • Ahí está la sede de Kamelot, señor.

Cody jadeó, sorprendido. ¿Cómo había podido olvidar Kamelot y sus entrometidos moradores? Todos pertenecían a la Comunidad, aunque él no sabía en que grado.

Aidan debía saber de su existencia, como guardián que era. Tenía sentido que hubiera sugerido ir a verlos para pedir protección.

  • Que vigilen el edificio. Nuestro objetivo debe estar ya allí o estar cerca de ahí. Un escuadrón que se prepare para ir a Nueva York conmigo. Vamos a traer de vuelta al guardián.

En la torre Kamelot, Aidan estaba siendo revisado por tres médicos a la vez. Cuando, horas después de marcharse, Max y Kenny llamaron a Nicky y le dijeron que se reunieran con ellos en la torre no sabía que iban a encontrarse.

Aidan no esperaba ese edificio tan lujoso, ni tanta gente pendiente de ellos hasta el cansancio. Los médicos habían sido muy amables con él, curando sus heridas y realizándole toda clase de pruebas para asegurarse de que estaba bien.

Aparte de unos pocos cortes y quemaduras que aún estaban por sanar, no tenía nada roto ni había ningún sangrado interno. Si habían detectado una leve conmoción, pero nada que fuera preocupante. Solo necesitaba descansar y dejar que su cuerpo que se recuperara para curarse. Incluso sus poderes estaban bajo mínimos. No había conseguido sentir nada de nadie desde que le atrapara Pemberton. Eso no sabía si calificarlo de algo bueno o malo, realmente.

La puerta de la habitación en la que le habían dejado se abrió y entró Merlin junto con otra persona. Un chico de su edad, más o menos, con traje muy elegante y expresión preocupada. Tenía el cabello oscuro y una cicatriz que le partía la ceja izquierda.

  • ¿Cómo te sientes? – le preguntó Merlin, con una sonrisa.
  • Mucho mejor ahora. Los médicos han dicho que no hay nada irreparable.
  • Eso es estupendo. Aidan, este es Arthur P. Drake. El dueño de Kamelot. – Aidan le dirigió una mirada escrutadora al chico.
  • Un renacido. – susurró sin darse cuenta. – Mis poderes andan un poco descolocados desde el secuestro, pero aun puedo sentir eso y la magia tan poderosa que protege este edificio. Tenéis una reliquia.
  • Así es. Excalibur. Fue forjada con la mitad de una reliquia. La otra mitad sigue perdida. Tenemos gente buscándola.
  • Eso está muy bien. Pero no es la que La Orden busca.
  • ¿Sabes cual están buscando? ¿Tienen alguna pista?
  • Nah… me robaron un libro que podría ayudarlos, pero no llegaron nunca a hacer que el hechizo funcionara.
  • ¿Por qué? Si no he entendido mal, tienen a un buen hechicero entre ellos.
  • Oh, si… Rasputín. No puede hacer que funcione el hechizo. Y no puede porque no es una criatura sobrenatural. Es magia que solo funciona con nuestra gente. Rasputín puede ser hechicero. El mejor del mundo. Pero no es mágico. Tú, yo, tu amigo… los leones de ahí afuera… nosotros si podríamos hacer funcionar eso. Ellos, no. Y les ha cabreado.
  • Entonces seguimos sin saber dónde está la reliquia.

Aidan negó, sonriendo torcido.

  • No, yo sí sé dónde está porque hice el hechizo antes de escapar. No ha sido casualidad que acabáramos aquí. – los otros dos intercambiaron una mirada de sorpresa.
  • ¿Está en Nueva York?
  • Si. En la biblioteca pública.
  • Ese sitio es enorme… – gimió Arthur.
  • Es todo lo que sé. Lo siento.

Merlin se quedó pensativo un rato antes de hablar.

  • Le pediré ayuda a Lydia. Estoy seguro de que ella puede pensar algo para encontrar la reliquia en ese edificio. Y haré que Lance organice la búsqueda.
  • Eso está muy bien. ¿Dónde están los leones? – preguntó Aidan, luciendo preocupado por sus nuevos amigos. 
  • Los hemos dejado con Gawain, uno de nuestros hombres para que los llevara a comer algo a la cafetería. Luego los acompañará a unas habitaciones que los hemos preparado. Espero que quieran descansar antes de irse.
  • Eso estaría bien. Me gustaría despedirme de ellos antes de que se fueran. Una recomendación. Prepárales solo una habitación con cama grande. – añadió el librero, divertido.
  • Tomo nota.

Gawain observó a los tres invitados comiendo y conversando juntos en la mesa de la cafetería mientras él se tomaba un café. Merlin le había ordenado cuidar de ellos y vigilarlos.

Cuando les había comunicado que Arthur les había pedido quedarse y descansar, ellos no parecieron muy convencidos con la idea. Hubo una leve discusión en voz baja que acabó con ellos accediendo.

No hubo discusión ni quejas a la invitación a comer en la cafetería. Los dos más jóvenes prácticamente arrasaron con casi todo. El mayor fue más comedido, pero aun así había cogido comida para tres personas. Gawain supuso que era algo que tendría que ver con el metabolismo de su raza.

Su teléfono vibró y vio un mensaje de Merlin indicándole un cambio de planes con las habitaciones a las que debía acompañar a sus invitados. Al parecer habían decidido alojarles en una sola, alegando algo de que estarían más cómodos juntos. Gawain arqueó una ceja.

  • ¿Ocurre algo? – el chico se sonrojó al verse sorprendido.
  • No. Mi jefe acaba de mandarme una actualización y me ha pillado algo de sorpresa.
  • ¿En qué forma?
  • Vale… es que me ha sorprendido, eso es todo. Tenía orden de llevaros a tres habitaciones diferentes y ahora me han dicho que os lleve a una más grande, pero individual.
  • Eso estará mucho mejor, gracias. – asintió Max. – No hubiéramos aceptado estar separados.
  • Lo siento. No estoy muy familiarizado con las costumbres de vuestra raza.

Los tres leones intercambiaron una mirada divertida pero no hicieron comentarios. Más tarde, ya en la habitación que les habían asignado, los tres dormían profundamente en la cama.

Bueno, los hermanos dormían, uno en cada extremo del colchón y Kenny permanecía despierto en el centro.

Había sido un día largo y estresante y estaba agotado. Pero el jaleo con La Orden había traído negros y feos recuerdos de vuelta a su mente y acabó teniendo una pesadilla.

Era La Pesadilla, como la llamaba Nicky, aunque no supiera exactamente que ocurría en ella ya que Kenny nunca hablaba de ello. Pero era la de siempre y le despertó temblando y llorando.

Un cálido aliento acarició su nuca y las manos que rodeaban su cintura apretaron el abrazo un segundo para aflojarse y que Kenny pudiera girarse. Max le sonrió adormilado cuando quedaron cara a cara.

  • ¿Por qué no duermes? ¿Una pesadilla? – preguntó, colocando sus manos en las mejillas del otro. – ¿Por qué lloras? – Kenny se sorprendió al oír la pregunta. No se había dado cuenta de que estaba llorando.
  • No pasa nada. Solo es la pesadilla.
  • Oh… – el joven león se inclinó y le dio un leve beso. – No pasa nada. Solo era un mal sueño. Ya no puede hacerte daño. – le susurró, abrazándole y acariciándole el cabello.
  • Todo este lio me ha traído malos recuerdos. – dijo al notar una de las manos del otro rozar la marca de su nuca. – No quería despertarte.
  • Nah, descuida. Nicky ronca demasiado como para dormir algo. 

El más joven gruñó por lo bajo haciendo reír a los otros dos. El rostro adormilado de Nicky asomó por encima del hombro de Kenny, mirando molesto a su hermano.

  • Muy gracioso, sí. ¡Yo no ronco!
  • No… para nada… solo haces un ruido constante y molesto mientras duermes que suena como un ronquido.
  • Divertidísimo. – Nicky frotó su mejilla con la de Kenny. – Olvídate de todo eso. El pasado no puede hacerte daño si no le dejas. – le dijo antes de acomodarse para volver a dormir.

Max arqueó una ceja al escuchar a su hermano. Volvió a besar al rubio y se acurrucó en sus brazos, instándole a dormir. Sintió al otro besarle en el cabello.

  • A nosotros no nos importa ese pasado, Kenny. Te queremos igual. – y añadió mucho más bajito. – Yo te quiero igual.

Kenny sonrió y abrazó más fuerte a Max, cerrando los ojos. A lo mejor si podía dormir algo esa noche.

Rugidos del corazón: Capítulo 20

Al día siguiente de la conversación de la gasolinera, los cuatro se encontraban en un motelito en Chinatown, en la zona de la Comunidad del barrio. El edificio pertenecía a una familia de inu-youkai o demonios-perro que llevaban también el restaurante situado en el local del mismo edificio.

Era barato y seguro para ellos.

Aidan se miraba en el espejo del baño, comprobando los moratones que aun tenía en el rostro. Se encontraba mucho mejor pero el cuerpo le dolía terriblemente. Era una verdadera suerte que no le hubieran roto ningún hueso mientras le torturaban. Pero sin haber podido ir a un médico para que le revisara no sabían seguro si tenía alguna herida interna. Esperaba que no.

A través de la puerta cerrada podía escuchar las voces de los tres jóvenes leones, conversando. Nada especial. Solo discutían sobre la comida o quien tomaría el siguiente turno con el coche. No parecían especialmente preocupados sobre él o La Orden o sobre su próxima visita a la torre Kamelot.

Eran un grupo muy peculiar, desde luego. No sabía mucho sobre su raza, los leones.

Recordaba algunas de sus costumbres, sobre las cuales había leído en un par de libros que guardaba su abuelo en la trastienda.

Los leones vivían en familias, normalmente numerosas. Antiguamente incluso mantenían varias parejas, pero, en la actualidad, solían tener relaciones monógamas.

Estos tres eran bastante peculiares, por lo que había comprobado esos días. Kenny se portaba con ellos como un alfa protector, preocupándose y vigilando todo. Max solía tomar la mayoría de las decisiones, aunque las consultara siempre con los otros dos. La mayoría de las veces él acababa teniendo la última palabra de lo que fuera. Y Nicky, el más joven, era el cuidador.

Todos eran rasgos de alfa, no había duda y ninguno se comportaba como menos que eso.

Salió del baño y se encontró con los otros tres sentados en una de las camas. Aidan arqueo una ceja al verlos. Kenny estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama con Nicky tumbado a su lado, leyendo una revista, su cabeza más en el muslo del otro que en la almohada. Max estaba entre las piernas del primero, dándole la espalda porque el rubio le estaba trenzando su larga melena oscura.

  • ¡Ey! ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Kenny al notar su presencia. Aidan sonrió al ver como los tres dejaban sus cosas para ayudarle a sentarse con ellos.
  • Mejor. La ducha ha hecho milagros. Aunque me duele todo. Por cierto… no es necesario que me acompañéis hasta la torre si no queréis.

Max negó, levantándose de la cama para acercarse. La trenza que le había hecho Kenny le quedaba bastante bien, tenía que admitir.

  • ¡De eso nada! Vamos a llevarte hasta allí y comprobar que te dejamos en buenas manos. – los otros dos asintieron.
  • Está bien. Gracias. ¿Cuándo nos iremos?
  • Pronto. Quiero echar un ojo antes de llevarte. Por si acaso no son de fiar.
  • Un poquito paranoico, ¿no?
  • Mejor prevenir que curar. – respondió Max riendo. – Nicky va a quedarse aquí contigo y, cuando veamos que es seguro, le llamaré para que te traiga. ¿Vamos, Kenny?

Kenny no parecía tan dispuesto como el otro, pero se levantó y lo siguió al exterior. Nicky y Aidan intercambiaron una mirada, divertidos y el joven león le ayudó a ponerse más cómodo en la cama. Era mejor que estar sentado en la silla.

  • ¿Tu hermano y Kenny siempre son así?
  • ¿Así, cómo?
  • Así de desconfiados y protectores.
  • ¡Ah, sí! Siempre. Lo comprueban todo mil veces. Y lo piensan y repiensan otras mil antes de hacer nada. Yo soy más de aquí y ahora. Ellos no. Por eso se compenetran tan bien. – Aidan consideró sus palabras en silencio varios minutos antes de atreverse a hacer las preguntas que de verdad le intrigaban en ese momento.
  • ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
  • Claro. – el librero sonrió. Había notado que Nicky no tenía los reparos de los otros dos al hablar y eso iba a ayudarle.
  • ¿Qué clase de relación tenéis? Quiero decir… vosotros estáis de excursión, ¿verdad? – Nicky asintió. – Y la idea de esa excursión es que encontréis pareja y forméis una familia.
  • Exactamente. Y eso hacemos.
  • Pero ya os comportáis como si fuerais pareja.

El león le miró, parpadeando confuso antes de reír. Una carcajada alegre que le descolocó.

  • Ya, sé que puede parecer así. Mi raza, sobre todo en mi familia en particular, siempre hemos sido demasiado expresivos. Para algunos es casi incomodo. Y puede dar para malentendidos.
  • Entonces… ¿seguís buscando pareja?
  • Yo sí. Max un día se dará cuenta de que está colado por Kenny y Kenny por él, pero mientras no me molesta tenerles al lado y disfrutar de este adelanto de la familia que un día seremos. Cuando yo encuentre mi pareja, vamos a vivir los cuatro juntos. Bueno, al menos uno al lado del otro. Ese siempre fue el plan.

Aidan sonrió ante la sinceridad y espontaneidad del otro.

Mientras, en los alrededores de Wall Street, Kenny y Max merodeaban la torre. Ambos estaban discutiendo si entrar o no, ya que habían estado comprobando la seguridad del edificio y esta era considerable.

Cámaras en el exterior, rodeando la fachada, otras en la misma puerta, guardas de seguridad tanto fuera como dentro… era una fortaleza.

  • Lo que está claro es que no va a ser fácil entrar y mucho menos salir. – declaró Kenny después de un rato vigilando el movimiento de los guardas de seguridad.

Hacían rotaciones de quince a veinte minutos. Max frunció el ceño. Su padre le había asegurado que Kamelot era un aliado y él confiaba en su padre. Pero la seguridad de las dos personas que más quería estaban en sus manos.

¿Podía jugársela?

Kenny le cogió de la muñeca y le dio un leve apretón.

  • Vamos. Si hemos venido hasta aquí, vamos a intentarlo. No perdemos nada por hablar.

Pasar de las puertas no fue tan complicado como pensaron en un principio. Nadie les detuvo ni hizo preguntas cuando entraron al edificio. Se encontraron en un enorme hall con suelos de mármol blanco y paredes de cristal.

Muy hermoso, pero poco amueblado, en realidad.

Había cuatro sofás de dos plazas distribuidos por el lugar y la mesa de recepción, en la que una preciosa chica rubia vestida impecablemente con un traje rojo atendía llamadas y a todo el que se acercaba a preguntar.

Max se sintió de repente muy mal vestido. Iba como siempre, con un pantalón vaquero, camiseta y una sudadera, y alrededor de tanto lujo parecía un pordiosero. Sintió su resolución flaquear conforme se acercaban al mostrador. El tacto de la mano de Kenny en la suya le hizo recuperar un poco su habitual seguridad y compuso una sonrisa arrogante antes de dirigirse a la mujer.

  • ¡Hola! Queríamos ver al señor Merlin. – la chica sonrió radiante a los dos.
  • El señor Merlin puede que no esté disponible esta mañana, pero comprobaré si tiene un hueco. ¿De parte de quien le comunico que viene?
  • Somos Max y Kenny. No nos conoce, pero queríamos hablar con él sobre un amigo en común. Aidan Kelly.

La recepcionista volvió a sonreír y conectó la línea, hablando a toda velocidad con alguien que probablemente sería la secretaria del tal Merlin. Max la vio alzar las cejas, sorprendida, por algo que le habían dicho antes de desconectar la llamada.

Ambos leones notaron que los guardas de seguridad más cercanos se volvían a mirarlos. Al parecer el nombre del librero había levantado las sospechas de Kamelot. Ambos se pusieron a la defensiva.

  • El señor Merlin bajará en unos minutos para recibirles. Por favor, tomen asiento. – les anunció, señalando hacia los sofás.

Max y Kenny volvieron a intercambiar una mirada y se quedaron dónde estaban, vigilando a los guardas. Un par de minutos después, el timbre del ascensor sonó y apareció un tipo alto, vestido con un traje gris y guantes.

Max le calculó unos treinta y algo largos, sin embargo, su cabello estaba totalmente gris. Un aura de poder le rodeaba.

  • Es un mago. – le susurró Kenny sin apartar la vista del recién llegado.

El tal Merlin se detuvo a dos pasos de ellos, observándoles curioso e intrigado. No parecía amenazante si no relajado. O estaba muy seguro de sí mismo y su poder o no les consideraba enemigos.

  • ¡Vaya! Jamás imaginé que vería dos leones con mis propios ojos. No sois la raza más sociable del planeta.
  • No nos fiamos mucho de los humanos. – masculló Kenny, molesto.
  • Imagino que con razón. Habéis dicho que teníais noticias de Aidan. ¿Es cierto?
  • Lo es.
  • ¿Está bien?
  • Está a salvo. Ahora mismo con un amigo para asegurarnos que no le pasa nada mientras estamos aquí. – Merlin asintió, mirando alrededor preocupado.

Les hizo un gesto a los otros dos y les indicó que le siguieran hasta una habitación oculta tras el mostrador de recepción. Allí vieron un pequeño despacho con un escritorio, un par de sillas y un pequeño sofá.

  • Lo tenía La Orden. ¿Cómo le habéis rescatado?
  • No lo hicimos. Él consiguió escapar. Lo encontramos en el aparcamiento del motel donde nos alojábamos, en San Francisco. Estaba bastante mal herido. Le hemos curado como hemos podido, pero no le vendría mal que le viera un médico.
  • Estábamos muy preocupados. Ya le dábamos por muerto, la verdad. Sus amigos van a ponerse muy felices cuando lo sepan. ¿Podéis traerlo?

Max se acercó un paso y sus ojos castaños brillaron con una luz sobrenatural cuando habló. A su espalda, Kenny hizo lo propio.

  • Si le pasa algo o si alguno de nosotros corre algún peligro por dejarlo en tus manos, te despedazare poco a poco.
  • No va a pasarle nada. Ni a él, ni a vosotros. Te doy mi palabra.

Rugidos del corazón: capítulo 19.

Max observó preocupado a Kenny cuando este detuvo el coche en el aparcamiento de una gasolinera, a medio camino entre Pasadena y Nueva York.

Les quedaba todavía más de la mitad del camino e iban a tener que detenerse pronto para dormir, porque Aidan no estaba en condiciones de hacer todo el viaje sin descansar.

Al joven león le resultó extraño que se detuvieran en la gasolinera ya que el coche aún tenía combustible de sobra. Más extraño fue ver como Kenny salía sin decir palabra y se alejaba a la parte de atrás del local, que daba a una especie de pequeño y descuidado parque infantil.

Estaba claro que algo le ocurría.

Miró a su hermano a través del reflejo del espejo retrovisor y este se encogió de hombros. Nicky tenia a Aidan recostado en su regazo para mantenerlo cómodo.

  • Ve. – le instó, acomodándose en el asiento con el otro hombre. – Deja las llaves puestas.
  • No tardaré mucho. Espero.

Max salió del coche y siguió el mismo camino que el otro león, andando hacia el parque infantil. Lo encontró sentado en un banco, con la mirada perdida en los desiertos columpios. Max se sentó a su lado, en silencio esperando que el otro decidiera hablar sobre lo que le ocurría.

No tuvo que esperar demasiado.

  • Deberíamos dejarle aquí y largarnos. – el moreno le miró incrédulo de sus palabras. ¿Hablaba en serio? ¿Su dulce y protector Kenny pidiendo que abandonaran a un hombre herido y necesitado de ayuda?
  • Dime mejor que es lo que ocurre contigo. Estas aterrorizado de esa gente.
  • Lo estoy, sí. Tengo pánico de que nos encuentren y os hagan daño.

Max se recostó en el banco, estirando su brazo izquierdo para colocarlo sobre los hombros del otro, que se acercó más a él buscando el contacto. El moreno le acarició el cabello con ternura.

  • Mi padre me comentó ayer que lo mejor era lo que estamos haciendo. Dirigirnos hacia Nueva York y pedir allí la ayuda del dueño de Kamelot. Es parte importante de la Comunidad y está bastante involucrado con los últimos líos de La Orden.
  • ¿Son de fiar?
  • Toda la Comunidad parece pensar que sí. – respondió, bajando la mano para acariciarle la nuca. – Si no podemos ayudarle de otra manera, lo menos es dejarle en manos amigas. Pero dime… ¿Qué te han hecho La Orden? Nunca te hemos pedido que nos cuentes nada de tu pasado, Kenny. Y si no quieres hacerlo, lo respetaré, como siempre hemos hecho. Pero ayúdame a entenderlo.

Kenny le dirigió una mirada tan cargada de dolor que le retorció el corazón. Ni Nicky ni él tenían idea de que había ocurrido para que Kenny acabara desterrado de su manada.

Nunca habían querido preguntar qué había pasado ni por qué ya que respetaban su deseo de mantener esa parte de su vida en secreto, pero si Kenny quería que no ayudaran a ese chico tenía que dar buenas razones para ello.

Volvió a centrar su atención en el rubio, quien parecía estar a punto de echarse a llorar, consiguiendo que Max casi se arrepintiera de haberle preguntado.

Pero Kenny no derramó ninguna lagrima al final. Dio unas profundas respiraciones, cerró los ojos durante unos segundos y suspiró, soltando despacio el aire.

Parecía dispuesto a hablar.

  • Como os dije aquella noche, mi familia me desterró. – Max asintió. – Me marcaron como omega y me echaron de mi casa y mi ciudad. Agradezco que jamás me tratarais distinto por ello.
  • ¿Por qué íbamos a tratarte distinto? Sin contar que pienso que es una costumbre anticuada y bárbara, tú nos has cuidado y ayudado desde el primer día que nos conocimos. Nos has tratado con cariño y confianza. ¿Cómo íbamos a tratarte si no era con lo mismo que nos has dado?

Kenny le cogió de la mano y tiró de él para darle un beso antes de abrazarle y esconder el rostro en su cuello. Estuvieron así un rato antes de volver a hablar.

  • Mi familia me repudió, después de ser marcado. Me sacaron de la ciudad no sin antes darme una paliza. Y la razón de todo eso fue La Orden.
  • ¿Cómo?
  • Ellos enviaron a alguien para ganar mi confianza y usarme. Me utilizó para colarse en el despacho de mi padre y robar unos documentos de la manada. – Max frunció el ceño. – Después, disparó a mi padre, el alfa dejándole mal herido. Él huyó y yo pagué las consecuencias de mi mal juicio.

Max le miró escandalizado.

  • ¡Pero eso no es justo! ¿Cómo ibas a sospechar de tu amigo? – Kenny le dirigió una mirada dolida.
  • No era mi amigo. Quería que fuera mi pareja. Fue unos meses antes de mi dieciocho cumpleaños. La semana anterior discutí con mi padre porque le dije que no pensaba irme y que iba a emparejarme con él. Por supuesto, él se negó rotundamente, llamándome chiquillo e irresponsable.

Max le observó luchar contra los dolorosos recuerdos.

  • Obviamente, eso funcionó fatal, claro, consiguiendo el efecto contrario. Me largué de casa, dando un portazo y fui a buscarlo a él. – El moreno notó entonces que en ningún momento Kenny daba un nombre al responsable de su pena. Supuso que era demasiado doloroso nombrarlo, aunque empezaba a sospechar quién era esa persona. – Me convenció de que podíamos huir. Pero que necesitaríamos algo más de dinero del poco que teníamos ahorrado. Yo sabía que mi padre siempre guardaba unos cientos en la caja fuerte del despacho. Solo teníamos que colarnos y cogerlos. Sabía la contraseña.
  • Oh, Kenny…
  • Lo llevé a casa y abrí la caja fuerte. Cuando le vi coger los documentos en vez del dinero me pensé que se había equivocado. Todavía seguía sin creer lo que estaba haciendo cuando le vi sacar la pistola y apuntar a mi padre… Ni siquiera hice el intento de impedírselo.

Max le volvió a abrazar, fuerte y estrecho y le escuchó soltar un par de sollozos ahogados antes de volver a separarse. Esa vez sí que vio lágrimas en sus ojos cuando le pudo ver el rostro. El moreno se las secó con los dedos, dándole un nuevo y leve beso en los labios.

  • Kenny… no creo que nadie hubiera podido reaccionar en ese momento. Sé que es muy fácil decirlo, sobre todo viéndolo todo desde fuera. Pero la persona que más querías te traicionó vilmente. Nadie hubiera podido reaccionar. Y sigo sin entender cómo pudieron culparte a ti de sus acciones.
  • Yo lo dejé entrar. Ningún humano debería haber podido entrar en la casa de un alfa. – Max hizo una mueca al oírlo. Así que el tipo era humano. Ciertamente, incluso en su familia que eran bastante abiertos a casi todo, no habrían invitado nunca a un humano a la casa de un alfa.

Los alfas eran lo más importante en las familias o manadas. Sin ellos, el grupo se desestabilizaba y quedaba a la deriva. Si el alfa de Kenny había sido disparado y herido gravemente empezaba a entender la reacción de su familia. Pero hacer que Kenny pagara por todo en vez de perseguir a ese humano… eso le seguía pareciendo injusto.

Era obvio que su amigo ni habría intentado defenderse. Se veía perfectamente que se sentía terriblemente culpable por lo ocurrido y se avergonzaba de haber sido tan crédulo. La prueba estaba en que no era capaz de mirarle a los ojos mientras le contaba toda la historia.

Max se quedó allí, escuchando a su amigo confesarse. Fue algo muy doloroso, pero Kenny se veía hasta aliviado de haber podido sacarse todo eso por fin. Cuando estuvieran solos, Max iba a tener que hacerle un resumen de todo eso a Nicky.

Cuando su amigo acabó de hablar, el moreno se fijó que le miraba expectante, como si esperara que le rechazara o mostrara disgusto, como, supuso Max, haría su familia.

¿Cómo existía alguien capaz de hacerle daño a Kenny?

Era algo que el moreno no entendía. No podría hacerlo, aunque no supiera toda la historia, pero mucho menos después de escucharla.

Max se acercó para volver a besarle.

  • Eso está en el pasado y jamás podríamos juzgarte por algo que no fue tu culpa.
  • ¿Por qué no? Mi familia lo hizo.
  • Bueno, pues nosotros no vamos a hacerlo. Tú eres mi familia, igual que Nicky. No voy a juzgarte por lo ocurrido. Sé que no harías daño a nadie, menos a nosotros. Me parece tan horriblemente injusto que te hayan hecho sufrir todo este tiempo de esa manera… ojalá pudiera borrarlo. – Le dio un fuerte abrazo y le acarició el cabello. – Pero no puedo, así que vas a tener que dejarlo ir.
  • No sé si puedo.
  • Yo sé que sí. Y entiendo tu temor a La Orden. Iremos a Nueva York y dejaremos a Aidan a su cuidado. Y, luego, si quieres nos vamos lejos.
  • Vale. Podemos hacer eso.
  • Bien. Entonces vamos al coche. Vamos a preguntarle a Nicky si necesitan algo y buscaremos un motel donde pasar la noche tranquilamente. ¿De acuerdo?
  • De acuerdo.
  • Compraremos algo rico para cenar. Pizza. ¿O prefieres otra cosa?

Max se levantó y tiró del otro para que le imitara. No se esperaba el nuevo abrazo ni el «Te quiero» murmurado en su oído.

Antes de que tuviera oportunidad de reaccionar, Kenny salió a toda prisa hacia el coche. Cuando llegó, el rubio estaba preguntándole a su hermano si necesitaban alguna cosa de la tiendecita.

Nicky le dirigió una mirada interrogante y él solo pudo negar con la cabeza en silencio y hacerle un leve gesto de que hablarían más tarde.

Rugidos del corazón: Capítulo 18

¿Por qué siempre acababan los más incompetentes a su cargo?

Parecía que ninguno de sus subordinados era capaz de seguir sus órdenes. Precisamente, esa misma mañana tuvo que matar al que dejó escapar al guardián.

¿Cómo había conseguido un hombre herido escapar de un segundo piso y desaparecer en una ciudad extraña?

No entendía tanta incompetencia.

Pemberton suspiró, fastidiado y miró el reloj que tenía sobre su escritorio. Eran casi las cinco. ¿Dónde se habría metido ese crio? Llegaba tarde.

Sus superiores no iban a permitir más meteduras de pata por parte de nadie, incluso de él, y llevaba una racha bastante mala en ese tema.

No solo había resultado que uno de sus subordinados más cercanos era un traidor que había huido y robado a la dragona, si no que ahora se le escapaba un prisionero muy valioso.

Cierto que consiguieron abrir el libro con la colaboración del guardián, pero seguían con el problema de leerlo correctamente ya que estaba escrito en lenguaje de hada.

Así que, sin el librero, no les servía de nada ya que había que traducir e interpretar el texto. Un texto que indicaba la ubicación de una de las reliquias sagradas más poderosas.

Necesitaban esa reliquia para acabar con el mundo mágico.

Además, podría usarla para conseguir algo extra. Tal vez fortuna y gloria, tal vez la vida eterna. Dependía de la reliquia y aun no sabían cuál era de la que hablaba el libro. El librero no llegó a decirlo nunca.

Necesitaban encontrarlo pronto.

El tipo estaba en bastante mal estado la última vez que lo vio. No para que su vida corriera peligro, pero si para que no pudiera ir demasiado lejos, así que…

¿Dónde estaba?

Alguien debía haberlo ayudado.

Revisaron hospitales, comisarias y albergues y no encontraron ningún rastro de él.

Tenía que haber sido alguien de la Comunidad.

Un leve golpe en la puerta le devolvió a la realidad.

  • Adelante.

La puerta se abrió y apareció un hombre joven y alto, de cabellos cortos color platino y ojos claros que le sonrió con suficiencia. Vestía un traje de tres piezas gris claro y una camisa celeste con corbata un tono más claro que el traje.

Pemberton volvió a suspirar fastidiado. El chico era muy efectivo y cumplía con su trabajo perfectamente, pero era insufrible lo arrogante que llegaba a ser.

Su ego no cabía ni en su enorme despacho, eso estaba claro.

  • ¿Me había llamado, señor?
  • Si, Cody. ¿Has encontrado al hada?
  • No, pero no está en San Francisco. Hemos revisado hasta el último tugurio sobrenatural de la ciudad. Nadie ha visto ni oído de ningún hada herido. – Pemberton dio un golpe en el escritorio con el puño, tirando el reloj.
  • ¡Maldita sea! ¡No ha podido volatilizarse!
  • Por supuesto que no, señor. Y vamos a encontrarlo. Estamos revisando cualquier movimiento sospechoso en las horas siguientes a su fuga. Si alguien de la Comunidad salió de la ciudad o hizo algo extraño que implicara salir o llevar a alguien fuera de la ciudad, lo encontraremos. Y lo traeremos de vuelta. No va a poder escapar.
  • Mas te vale, chico. Necesitamos que nos traduzca el maldito libro.

Cody se ajustó el chaleco, asintiendo distraído.

  • ¿Y no sería más fácil encontrar a otro hada que haga el trabajo, señor? ¿Por qué este? ¿Qué tiene de especial?

Pemberton soltó una risita. ¡Como si fuera tan fácil! Por eso él era quien daba las órdenes y los demás obedecían. Porque no tenían ni idea de nada.

Sin embargo, ese día se sentía generoso e iba a ilustrar a su subordinado y así sacarle de su ignorancia.

  • ningún otro hada podría leerte ese texto. Está escrito en una variante muy antigua que ya no se usa. Él lo sabe porque se lo enseñaron. Es el guardián de la zona neutral y tiene bajo su protección muchos libros escritos en idiomas que se consideran extintos incluso para sus propietarios.  – Pemberton volvió a poner bien el reloj. – lamentablemente no hay nadie más que podamos usar. Necesitamos a este hada. Así que encuéntralo, ya.

Cody asintió y salió del despacho sin añadir una palabra más.

Pemberton le vio salir, pensativo e intrigado con ese chico.

Lo ficharon seis años atrás, mientras aún estaba estudiando en la universidad. Y lo usaron bien pronto, haciéndole embaucar al hijo de un alfa león en Canadá para robar unos documentos importantes. El chico quiso sacar puntos extras disparando al alfa y, aunque no lo mató, consiguió herirlo gravemente y eso acabó con el destierro del hijo, dejando a la manada desestabilizada durante meses.

Después de eso entró oficialmente y a tiempo completo en las filas de La Orden e hizo trabajitos varios. El chico de los recados para cualquiera de los ocupantes de los despachos.

En el último año había subido algo de categoría y se había convertido en un experto encontrando cualquier cosa que se necesitara. Por eso le habían recomendado que lo usara para buscar al hada.

Pero seguía teniendo un serio problema.

Otro golpe en su puerta y esta se volvió a abrir, dejando paso al hechicero Rasputín. Tampoco parecía muy feliz de estar ahí. Bien, ya eran dos que no estaban nada contentos ese día.

  • ¿Algún avance con el libro? – Rasputín torció el gesto, mostrando aún más disgusto que antes.

Debía vigilar más estrechamente al hechicero. Llevaba varios años sirviendo a la organización gracias a el hechizo que controlaba Pemberton pero eso no significaba que estuviera controlado. Para nada. Alguien como Rasputín no había vivido tantos años y sobrevivido a mil muertes rindiéndose por un simple hechizo.

Sabía que estaba planeando algo para fugarse, pero aún no debía haber conseguido lo que necesitaba. Tenía que vigilarlo estrechamente.

Pero, primero, tenía problemas más importantes que el futuro intento de fuga del hechicero.

  • Ninguno, señor. No he conseguido encontrar nada para traducirlo. Ese dialecto debe ser milenario. No hay constancia de nada parecido en ninguno de mis libros.

Pemberton bufó. Decepcionante pero no sorprendente. Ya imaginaba que no iba a ser fácil encontrar algo que les ayudara con ese maldito libro.

  • ¿Tal vez deberíamos buscar libros más antiguos? – Rasputín pareció considerar la pregunta antes de responder.
  • Que sean humanos, no. No existe literatura humana así de antigua. ¿No hay posibilidad de encontrar al hada? – preguntó a su vez, con tono lastimero. Pemberton se cruzó de brazos, luciendo molesto. La fuga del dichoso hada había fastidiado de más sus planes.
  • Estamos trabajando en ello. – le respondió, levantándose del escritorio y dirigiéndose hacia la ventana. Fuera, llovía levemente y las calles se llenaban de charcos y hojas secas. El otoño ya estaba ahí. – Mientras, quiero que sigas buscando alguna manera de traducir ese libro.
  • Seguiré buscando.

Mientras, pasillo abajo Cody comprobaba sus mensajes de su teléfono móvil por si había alguna novedad en la búsqueda del librero. No quería decepcionar a Pemberton.

Decepcionarle o fallarle no era sano para nadie. Cody sabía que en su trabajo la seguridad no estaba garantizada. Para ello debía subir más escalones y la mejor manera de subirlos del todo era hacer algo grande.

Muy grande.

Ya había conseguido dar un buen salto cuando consiguió robar aquellos documentos y dejar tocada a la manada de su Winnipeg natal. Aquello fue glorioso.

Pero se detuvo ahí. No volvió a conseguir una nueva oportunidad de lucirse ante sus superiores y así ganar puntos ante ellos.

Hasta ahora.

Que se hubiera fugado ese hada era lo mejor que le podría haber pasado nunca. Si lo encontraba, seria enormemente recompensado. Pemberton acababa de confirmarle lo importante que era para La Orden. Sin él no podían leer el libro y sin el libro no podían encontrar la reliquia.

Para que Cody consiguiera su objetivo de subir de categoría y codearse con la elite, solo tenía que encontrarlo y entregárselo al jefazo.

Pero eso no era nada sencillo y había tirado de todos sus contactos para localizarlo. Hasta había llegado a amenazar a más de uno para que pusieran más ahínco buscando.

Por ahora, de lo único que estaba seguro era de que no seguía en San Francisco. Había puesto la ciudad patas arriba buscándolo y allí no estaba.

Así que alguien lo había sacado de allí y tenía que ser algún miembro de la Comunidad. Un humano lo habría dejado en un hospital.

Alguien de la comunidad le sacaría de la ciudad si intuía que la organización le perseguía. Eran así de solidarios y cobardes.

Era pura supervivencia.

Su teléfono móvil vibró en sus manos y vio que le había llegado varios mensajes de texto, algunos con imágenes. Los abrió y sonrió al ver el contenido.

Uno de sus contactos en la policía de tráfico había estado comprobando las cámaras a las salidas de la ciudad. Tras un buen rato revisando encontró lo que buscaban.

Imágenes de un coche saliendo de la ciudad un par de horas después de haber desaparecido el librero. Al investigar la matrícula del coche apareció un nombre nada desconocido para el chico.

Se frotó las manos, satisfecho.

No solo iba a encontrar al hada. También iba a tener la oportunidad de acabar un trabajo que no pudo terminar en su momento. Algo que le haría subir aún más en la escalera del éxito.

Abrió una de las fotos que adjuntaba el mensaje y la amplió.

En ella se podía ver tres hombres, pero solo uno de ellos tenía el rostro vuelto hacia la cámara, mostrándolo.

Había cambiado, crecido en cuerpo y cortado su cabello, pero Cody lo reconocería en cualquier parte.

  • ¡Oh, Kenny, Kenny! Una vez más vas a darme lo que más necesito. Y esta vez, no vas a sobrevivir para contarlo.

Lejos de ahí, en un motel de Pasadena, Kenny recogía del suelo la taza que se le había caído, rompiéndose en mil pedazos. Miró preocupado los trozos de cerámica rota. Había tenido un mal presentimiento. Algo malo iba a ocurrir, estaba seguro de ello.

Max se acercó, mirándole extrañado.

  • Ey, ¿estas bien? ¿Kenny?
  • Si… deberíamos salir ya. No es seguro quedarnos tanto tiempo aquí. – el otro intercambio una mirada con su hermano antes de volver su atención al rubio.
  • Prepararé el coche.

Rugidos del corazón: Capítulo 17

Aidan despertó a causa del dolor en su cabeza y el resto de su cuerpo. Se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima pero no recordaba qué era lo que había ocurrido.

Al menos, no al principio. Estaba todo bastante borroso en su mente, lo único que tenía claro era ese dolor que sentía.

Era tan intenso que decidió no moverse ni abrir los ojos a pesar de que ya estaba despierto mientras esperaba a que fuera algo más manejable mientras intentaba hacer memoria.

¿Por qué le dolía todo? Se preguntó, concentrándose.

Y los recuerdos de las últimas semanas volvieron a su mente de golpe.

Los lobos, la dragón bebé robada a La Orden, el hellhound apareciendo en su casa con aquel tipo extraño de cabello rubio. Cómo le golpearon y llevaron a la fuerza ante Pemberton y su hechicero.

Y el regreso de Jack.

Así empezaron los días y días de torturas y golpes. Jack se desquitó con él por mandarle de vuelta al infierno y Pemberton, ese sádico que disfrutaba asustando y golpeando incluso a los suyos, lo observaba todo con una sonrisa satisfecha en su rostro.

Recordó también el despiste que le permitió escapar y su penosa huida por las calles. Seguía sin saber en qué ciudad se encontraba, qué ocurrió tras desmayarse ni dónde demonios estaba.

Intentó centrarse en lo que sentía en ese momento. A pesar del dolor y todo lo demás, estaba cómodo. Lo que descartaba que estuviera tirado en la calle.

¿Se encontraba en un hospital, tal vez? ¿Alguien le había visto y llevado al médico? Si era así, no estaba a salvo. Debía huir antes de que le encontraran.

Abrió los ojos y vio a un tipo con rizos rubios y ojos azules que le observaba curioso.

  • ¡Bienvenido! Empezábamos a pensar que no querías despertar. – Aidan parpadeó y miró a su alrededor. No, no estaba en un hospital.

Parecía encontrarse en una habitación de motel. El papel de las paredes era feo y barato y había otra cama junto a la que yacía él. Olía a comida y lejía y no a desinfectante.

  • Oh… ¿Hola? ¿Dónde estoy? – preguntó, intentando incorporarse. El otro hombre le ayudó con cuidado, dejándole sentado.
  • Lejos de ellos, espero. Estamos en Pasadena.
  • ¿Pasadena? – ¿Pasadena? Estaba bien lejos de casa. – ¿Todo este tiempo he estado en Pasadena? – preguntó extrañado, más para sí mismo que para el otro.
  • No te encontré en Pasadena. – al ver que Aidan negaba, el chico siguió. – Fue en San Francisco. Mencionaste a La Orden y decidimos poner tierra de por medio. ¿Fueron ellos los que te hicieron esto? – Aidan se estremeció. ¿San Francisco?
  • Si. ¿San Francisco? Tengo que volver a Chicago, a mi casa. Mis amigos… deben estar preocupados.

¿Estarían buscándole?

Zack, Rolf… incluso los lobos. ¿Le estarían buscando o le habrían dado por muerto? Siendo retenido por La Orden sería lo más lógico. Empezó a temblar y su respiración se volvió errática. El hombre le puso una mano en el brazo, apretando suavemente para llamar su atención.

  • ¡Ey, calma! Llevas dos días y medio prácticamente en coma y no sé ni cómo has sobrevivido a esos golpes, en serio. – Aidan trató de calmarse, pero estaba fallando estrepitosamente. – Necesitas descansar. Nos pondremos en contacto con tus amigos cuando sea seguro. No los quiero encima.

Aidan podía entenderlo. Nadie quería problemas con La Orden, eran demasiado peligrosos.

  • Gracias por ayudarme. – el hombre sonrió. Tenía una sonrisa dulce.
  • No íbamos a dejarte en la calle tirado. – no era la primera vez que había usado el plural durante la conversación, pero no había nadie más en la habitación.
  • ¿Íbamos?

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entraron otros dos hombres. Tenían el cabello largo y castaño con un aire familiar que no podían disimular.

  • Ellos son Max y Nicky y yo soy Kenny. – se presentó el rubio. Los otros dos le saludaron con sendas sonrisas tras él. – Somos leones. ¿Tú qué eres exactamente? No puedo identificar tu olor.
  • Soy un hada.
  • Por eso no podía identificar el olor. No hay muchas por Canadá. Demasiado frio, creo.

Los otros dos leones se acercaron, ambos con expresiones curiosas y amigables. Aidan había oído hablar sobre los leones y sus costumbres, algunas de ellas bastante peculiares. También sobre cómo se habían ido apartando de la Comunidad durante años.

Eran muchas las leyendas de leones en la historia. Pocos sabían que algunos reyes antiguos fueron leones, como Ricardo Corazón de León, por ejemplo.  

  • ¿Cómo te encuentras? – le preguntó el del cabello más oscuro. Max, creía recordar que era su nombre.
  • Mejor, gracias.
  • ¿Cuál es tu nombre? Todo este rato hablando y ninguno te lo hemos preguntado. – comentó riendo el otro león.
  • Me llamo Aidan.
  • ¿Por qué te atrapó La Orden?

Aidan consideró seriamente si contarles la verdad o no. Los asuntos de la Comunidad eran algo delicado, sobre todo los que se referían a él mismo y los secretos que guardaba. Pero, por otro lado, iba a necesitar su ayuda para poder regresar a casa y asegurarse de que La Orden no conseguía su objetivo.

Suspiró profundamente antes de responder.

  • Soy el guardián de la zona neutral en Chicago y tenía un libro de magia que ellos querían y solo yo puedo leer.
  • Uh… el guardián. – murmuró Kenny con tono preocupado. – No sé si hemos puesto suficientes kilómetros de por medio. – Nicky hizo un gesto, restando importancia al asunto mientras se dejaba caer sentado en el colchón de la otra cama.
  • Te preocupas demasiado. Estoy seguro de que piensan que está en algún hospital o que ha muerto. Las heridas que tenía eran muy graves. Es un milagro que sobreviviera.
  • ¡Nicky! – le regañó Max, mirándole escandalizado por su falta de tacto.
  • ¿Qué? ¡Es verdad! Con suerte le darán por muerto y no le buscarán. Eso nos conviene.

Aidan tuvo que darle la razón al chico. Prefería que la organización pensara que estaba muerto a que le buscara de nuevo. Nicky se levantó para coger la bolsa que habían dejado antes sobre la mesa y sacó varias cajitas de ella. Un delicioso olor a comida llenó la habitación y las tripas de Aidan sonaron escandalosamente. No había notado hasta ese momento el hambre que tenía.

Nicky le acercó una de las cajitas y un tenedor.

  • Espero que te gusten los tallarines. No hemos encontrado otra cosa abierta.
  • Son perfectos. Muchas gracias. – aseguró antes de empezar a comer.

Mientras comía, observó a los otros tres apartarse y comer juntos en la mesa. Los escuchó hablar en susurros, demasiado bajos para poder entenderlos. Pero parecían estar discutiendo algo.

  • Deberíamos dejarle con alguien que pueda ayudarle, es todo lo que digo. – repuso Kenny, sin levantar la vista de su comida. Max rodó los ojos, exasperado. Llevaban toda la comida discutiendo y no conseguían llegar a un acuerdo. Kenny quería librarse del chico y Max y Nicky insistían en que sería más seguro para Aidan si ellos le ayudaban.

Era obligación de cualquiera en la Comunidad ayudar a un guardián.

  • Nosotros podemos ayudarle.
  • No quieres mezclarte con La Orden, créeme. – Kenny cogió la mano de Max. Aidan arqueó una ceja al verlo. Nicky sonrió. – Van a averiguar que está con nosotros, tarde o temprano.
  • Sigo pensando que lo han debido de dar por muerto. – insistió Nicky, dando un sorbo a su refresco.
  • Esa gente no se anda con tonterías, Nicky. Tienen gente en todas partes. Literalmente en todas partes. Si todavía le necesitan para algo, y debe ser así o no seguiría con vida, no van a detenerse hasta que le encuentren.

Max apretó con suavidad la mano del rubio, enredando sus dedos, acercándosela a los labios para besarla.

  • Entonces, pongámosle a salvo. – sugirió. – Llevémosle a su casa, con sus amigos.
  • Estamos muy lejos de Chicago. En coche tardaremos dos días. Eso sin parar y en su estado vamos a tener que parar varias veces.
  • No podemos dejarlo tirado, Kenny.
  • No quiero que os ponga en peligro. – replicó Kenny, haciendo sonreír al otro.

Max puso su mano libre en la nuca del otro para acercarle y frotar sus mejillas juntas.

  • No vamos a correr ningún peligro si permanecemos unidos.

Kenny suspiro, descontento. No le hacía gracia que los hermanos se expusieran a ningún peligro, mucho menos si ese peligro tenía el nombre de La Orden. Pero tampoco podía impedirles ayudar al guardián a regresar a su casa sano y salvo.

Los guardianes de zonas neutrales eran muy escasos y valiosos.

  • Está bien. ¿Por qué no llamáis a vuestro padre y le preguntáis si hay alguien de confianza para ayudarnos con este tema? – Nicky y Max empezaron a protestar, pero el otro les silenció con un gesto. – No digo que no le acompañemos a Chicago, pero si hay alguien a quien podamos recurrir por ayuda, sería mejor. Con La Orden es mejor tener toda la ayuda posible. – los otros dos asintieron.
  • Cuando acabemos de comer le llamo. – informó Max, volviendo a acariciarle la mejilla. – No va a pasar nada.
  • Ojalá tengas razón.

Un poco más tarde, mientras Max llamaba a su casa para hablar con su padre y Kenny salió a comprar más gasas para curarle, Aidan se quedó en la habitación a solas con Nicky, quien estaba entretenido leyendo una revista de deportes sentado junto a su cama.

El chico se había quedado para vigilarle y cuidarle por si necesitaba algo mientras los otros dos hacían los recados. Eso hizo sentir a Aidan algo culpable por causarles tantas molestias.

  • Siento el lio. Tu amigo tiene razón. Os pongo en peligro. – Nicky le miró por encima de la revista, sonriendo.
  • Kenny se preocupa demasiado en lo que se refiere a nosotros, pero no somos dos gatitos indefensos como quiere hacer creer a todos. – rio, volviendo a su lectura.
  • La Orden no es para tomársela a broma.
  • Nosotros tampoco. – respondió de vuelta el león. – Además, no creo que ninguno fuera capaz de dormir tranquilo sin saber que hemos hecho lo posible para ayudarte. Kenny el primero.
  • Creía que los leones jóvenes iban en solitario a buscar pareja. – Nicky volvió a reír, divertido por el cambio de tema y soltó la revista sobre la mesita de noche.
  • Max no quiso salir de excursión sin mí. Siempre hemos estado muy unidos. – dijo, encogiéndose de hombros. – Y yo tampoco lo hubiera querido de otra manera. Mi padre, el alfa, pensó que no era mala idea así que le permitió quedarse hasta que yo fuera mayor de edad.
  • Kenny no es de vuestra manada. – no era una pregunta y Nicky negó con la cabeza.
  • No, para nada. Nosotros somos de California. Él es de Canadá. Allí las cosas son algo más… diferentes, por lo que hemos podido comprobar.

Aidan se removió, intentando ponerse cómodo. Nicky se incorporó y le colocó bien la almohada.

  • ¿Y cómo acabasteis juntos? Porque imagino por su edad que él lleva también unos años de excursión. – preguntó, repitiendo el mismo termino que había usado el joven león.
  • Es un año mayor que Max, así que sí, debería llevar unos años de viaje, pero no es el caso. – repuso, encogiéndose de hombros. – Kenny está buscando venganza, no pareja. Nos lo tropezamos por casualidad en un bar, cuando nos ayudó en una pelea.
  • ¿Y se unió a vosotros?
  • Estaba solo y es un buen tío. Y tres siempre es más intimidante que dos.

Aidan observó a Nicky, quien había recuperado su revista y volvía a estar enfrascado en su lectura, preguntándose como había tenido la suerte de acabar tropezándose con esos leones y si no les estaría metiendo en problemas más grandes de lo que pudieran manejar.

Otra cosa que le intrigaba era el hecho de que Kenny conocía a La Orden, lo que debía significar que había tenido problemas con ellos anteriormente. Sin embargo, los leones eran una raza que se mantenía alejada de la sociedad humana, por lo tanto, de la organización.

¿Cómo los había conocido? ¿Qué le había ocurrido con ellos? ¿Por qué les tenía tanto miedo?

Esperaba que cuando regresara a la habitación, pudiera preguntarle y pedirle perdón por meterle en semejante lio. Él sabía de sobra lo que era querer a alguien e intentar mantenerlo a salvo de todo.

Y lo muy difícil que eso era.