Rugidos del corazón: Capítulo 26 y final.

Y se acabó. ¡Gracias por seguir la historia! Puede que la ponga en Amazon o no… pero al menos ya está aquí.


Había pasado un par de días desde que Lydia usara la reliquia para resucitar a Max, con la ayuda de Kenny. Dos días en los que Max los había pasado tranquilamente recuperándose en la enfermería, descansando y siendo revisado por los médicos hasta el cansancio.

Nicky le contó lo que había ocurrido con algo de más detalle. Max no recordaba nada desde el encontronazo con Cody. Ni siquiera recordaba el interponerse entre Kenny y la pistola. Ni morirse.

Era como si hubiera estado durmiendo sin soñar.

Fue muy extraño y estaba aún algo asustado por todo lo ocurrido. Pero más extraño fue cuando notó que Kenny no había venido a verle desde que despertara.

Dos días atrás.

¡Y cómo lo echaba de menos! Se preguntó, no por primera vez, si tal vez Kenny no venía porque no podía mirarle a la cara. Y no era para menos. No estaba seguro de como sentirse el mismo sobre su «resurrección».

¿Cómo debía sentirse su amigo?

Al contrario que Kenny, Nicky no se había separado de su lado. Parecía aterrado de hacerlo, como si al dejarle solo, Max fuera a desaparecer y eso le rompía un poco el corazón al mayor. No quería que su hermano pequeño estuviera siempre tan asustado por él.

La puerta de la habitación se abrió y Max alzó la vista, esperanzado. Sin embargo, su rostro se volvió a entristecer al comprobar que era otro de los médicos.

Nadie más. Nunca Kenny.

Su hermano notó el cambio de expresión y frunció el ceño, molesto. Tampoco entendía porque su amigo no había venido aun a ver a Max. No, después de lo que le confesó. 

  • ¿Quieres que le llame? – ofreció, pero Max negó con la cabeza.
  • No. Si no quiere venir, no le vamos a obligar. – Nicky rodó los ojos. Esos dos podían ser exasperantes.
  • ¡Vamos! Se arriesgó a que le pasara algo solo para traerte de vuelta. Dijo delante de mí que no podía estar sin ti. ¿Y ahora se esconde? Voy a patearle el culo. – gruñó, haciendo el amago de levantarse para salir, pero Max le cogió de la mano, deteniéndolo.
  • ¡No! déjale, sabes que no lleva bien estas situaciones.
  • Eso no es excusa. – refunfuñó el pequeño, aun a sabiendas que su hermano tenía razón. El principal problema de Kenny era su incapacidad para tratar con esas situaciones.
  • Si lo es. Kenny no sabe tratar con estas cosas. – Nicky bufó, pero le besó la mejilla, antes de levantarse de la silla que no había abandonado en dos días. No le hacía gracia, pero alguien tenía que ayudar a esos dos idiotas. 
  • Tu descansa. Voy a asegurarme de que está bien. Y de que no está haciendo el tonto por ahí. ¿Vale? No tardo nada.

Max le dejó ir, preocupado por su amigo. Bien sabia él que Kenny no solía lidiar bien con sus sentimientos cuando eran demasiado fuertes y esta situación les sobrepasaba a todos. Pero si alguien podía hacerle volver a la normalidad, ese era Nicky. Su hermano sabía cómo tratarle.

Varias plantas más arriba, en la habitación que Arthur les dejó, Kenny consideraba si recoger sus cosas y marcharse o esperar a que Max se encontrara mejor para poder despedirse como debía.

La idea de que pudiera quedarse con los otros dos ni se le pasaba por la cabeza. Estaba seguro de que, después de lo ocurrido, no lo iban a querer cerca. Era un asesino con las manos manchadas de sangre y Max había muerto por su culpa.

¿Cómo iban a quererle con ellos?

La llegada de Nicky a la habitación le pilló por sorpresa y se le notó la expresión de culpabilidad. No se esperaba que el joven león se separara del lado de su hermano. Nicky le miró, con una ceja arqueada y dirigió una mirada de puro fastidio al ver la mochila sobre la cama.

  • Espero que eso no signifique que vas a salir de aquí sin nosotros. Porque, si es así, te mataré antes de que salgas por esa puerta. – le amenazó. Kenny se sintió culpable por haber pensado precisamente eso.
  • Nicky…
  • No, Nicky no. No me vengas con gilipolleces, Kenny. No vas a irte. No sin nosotros.
  • ¡No puedo quedarme! – el pequeño bufó, frustrado.
  • ¿Por qué? No, venga. Dime por qué. – Kenny bajó la mirada, apesadumbrado. – ¿Qué pasa, Kenny? ¿Por qué quieres dejarnos?
  • No quiero dejaros. Pero, Nicky… he matado… he asesinado a varios hombres y destripado a Cody. Le arranque el corazón. ¿Cómo podéis estar conmigo después de eso?
  • ¿Y? – preguntó el pequeño con el rostro impasible. – Kenny, somos leones. Y estamos en guerra contra La Orden. Entre ellos y nosotros, nos elijo nosotros. Elijo sobrevivir. Elijo que hayas matado a ese cabrón que te hizo tantísimo daño y asesinó a mi hermano. ¿Le arrancaste el corazón? ¡Yo me lo habría comido! – terminó sin pestañear.

Kenny sabía que tenía razón, pero no quería aceptarlo.

  • Aun así…
  • No. No hay excusas. – le cortó el pequeño. – Ahora debes olvidarte de eso y superarlo. Sé que no te gusta la idea de haber quitado unas vidas. A nadie le gusta eso, pero estabas en peligro de perder la tuya. ¿Lo mejora? No, pero es lo que hay.
  • No sé si podre. – repuso, negando con el cabeza apesadumbrado. Nicky le puso una mano en el brazo y le dirigió una mirada cariñosa.
  • Si, podrás. Ahora quiero que bajes a la enfermería y le digas a mi hermano lo que me dijiste a mí. – le ordenó y Kenny se espantó de solo pensarlo. ¿Decirle eso a Max? – Porque él se cree que no vas a verlo porque no te importa o porque te da asco mirarle. Y eso sí que no, Kenny. Llevo viéndoos bailaros el agua desde hace meses. Meses. Y hace dos días me confesaste que no podías vivir sin él. Ve y díselo a él. O te pateare el culo por hacer sufrir a mi hermano.

Con un suspiro, Kenny obedeció y se dirigió hacia el ascensor, descendiendo hasta la enfermería en la que se encontraba el otro león. Ya en la puerta, se quedó mirando al interior, a la cama de Max, que estaba sentado leyendo un libro. No se decidía a entrar, asustado de que el otro no quisiera verlo.

  • Sería mejor que entraras. Desde ahí pareces un acosador. – le llamó Max, con una sonrisa frágil en los labios. Kenny obedeció, cabizbajo e inseguro. – Creí que no ibas a venir a verme nunca. – le dijo cuando estuvo por fin junto a la cama, alargando la mano. Kenny lució culpable y cogió su mano, apretándola suavemente.
  • Lo siento. – se disculpó. – Quería venir, pero pensé que no querrías verme. – Max le miró extrañado.
  • ¿Por qué no iba a querer verte? Si no fuera por ti, estaría muerto. Kenny, ¿Por qué pensabas eso?
  • Soy un asesino.

Max bufó con fastidio. La misma expresión que le había dado Nicky un rato antes. A veces esos dos parecían gemelos, de lo parecido que reaccionaban a ciertas cosas. Resultaba inquietante. 

  • No eres un asesino. A los que mataste en defensa propia eran los asesinos, no tú. Tu estabas defendiéndote. Protegiéndonos a los dos. Ese tipo iba a matarte sin darle más vueltas. Lo sé, eso lo recuerdo.

El recuerdo de Max siendo disparado y su cuerpo cayendo al suelo, sin vida le golpeó, haciéndole estremecer. A pesar de tenerle ahí, vivo y bien, Kenny sabía que tendría pesadillas con ese momento durante mucho tiempo.

  • No pude protegerte. – la mano de Max apretó la suya, obligándole a prestarle atención.
  • A menos que fueras adivino, no podías evitarlo. Hiciste lo que pudiste. No te culpo por lo ocurrido.
  • Yo sí. – repuso, con los ojos llenos de lágrimas. Max le acarició la mejilla, secándole una lágrima traicionera que se escapó de sus ojos.
  • Pues no lo hagas. – le murmuró. – Y salvaste la reliquia.
  • Eso no era lo que debía salvar.
  • Pero al hacerlo, me salvaste a mí también. – Max le sujetó de nuevo de la mano y entrelazó sus dedos. Kenny alzó la mirada, mirando a los cálidos ojos castaños del otro. – Gracias.
  • No me las des. Era lo menos que podía hacer. – Max negó.
  • No, no era lo menos que podías hacer. No tenías que hacerlo. – Kenny le apretó la mano, tirando de él hasta abrazarlo.

Y eso sí que no. ¡Claro que tenía que hacerlo! Max era lo más importante de su vida. No podía vivir sin él. No podía ni respirar mientras estuvo muerto. Le quería demasiado como para poder vivir sin él.

  • Si tenía. Si que tenía. No podía estar sin ti, Max. – murmuró, con el rostro oculto en el cuello del otro. – No puedo estar sin ti.

Max se separó y le sujetó del rostro, sonriendo. Para Kenny era la sonrisa más bonita del mundo y le llenó el corazón de alegría.

  • Yo también te quiero. – le dijo antes de besarle en los labios con ternura.

Kenny sonrió en el beso, feliz por primera vez en mucho tiempo. O permitiéndose ser feliz, para ser más exactos. Permitiéndose ser feliz como no lo había sido desde que se fue de su hogar en Winnipeg.

Acarició el cabello de Max, disfrutando de su tacto y profundizó el beso. No era el primero que se daban, ni de cerca.

Pero este era el primer beso que le daba permitiéndose pensar en el otro como su futura pareja.

Permitiéndose soñar un poquito con ese futuro que podían tener ahora juntos.

Kenny ya se estaba sentando en la cama, con una mano en el rostro de Max y la otra apoyada en la almohada, escuchando el gemido que se le escapó al moreno cuando un carraspeo a su espalda les hizo separarse bruscamente.

Nicky les estaba observando desde la puerta, riéndose nada discretamente. Kenny sintió sus mejillas arder de pura vergüenza. Tampoco era la primera vez que el pequeño les pillaba de esa manera.

  • Estoy dándome cuenta de que como no me dé prisa, me vais a hacer padrino antes que yo a vosotros. Y de eso nada. No pienso permitir que me adelantéis. – Max rio, tapándose la cara con una mano mientras negaba con la cabeza.
  • ¿En serio, Nicky? ¿En serio? – le regañó su hermano, aunque no podía ocultar una sonrisa. – Pues espabila porque no podemos emparejarnos hasta que tu traigas a la tuya.
  • Me pondré las pilas. Pero primero habrá que salir de aquí.

Nicky se acercó a la cama y dio un beso en la cabeza a su hermano y otro a Kenny.

  • Eso sí, yo me esperaría a tener más intimidad para hacer nada… ¿le pido a Arthur que me de otra habitación? – sugirió, riendo con picardía. Su hermano se sonrojó. Kenny se sentó junto a Max en la cama, disfrutando de verlos bromear.
  • ¡Oh, vete a la mierda, tío! – el pequeño rio, divertido.
  • Vale, vale. ¡Pero me pido decírselo a papa!
  • ¡No!

En otra planta más alta, Aidan recibía una inesperada visita en la habitación que le habían asignado cuando salió de enfermería.

Llamaron a la puerta y, al abrir, se llevó una agradable sorpresa. Al otro lado se encontraba Zack Moore, hijo del alfa de Chicago y expareja suya. Puede que no su hubieran separado en muy buenos términos y que la última vez que hablaran tuvieran una agria discusión, pero Aidan se alegró mucho de ver el rostro conocido.

Tanta que no pudo evitar abrazarlo, escondiendo el rostro en el cuello del otro. Respirar el familiar aroma del aftershave del lobo le consoló más que cualquier cosa.

  • ¡Ey! ¡Hola! ¿Estas bien? Estaba tan preocupado por ti. – susurró Zack, devolviéndole el abrazo. – Ya te dábamos muerto, Aidan. No sabes lo que me alegro de que estes bien.
  • ¿Qué haces aquí? No es que no me alegre, que sí, pero… – preguntó cuando se separaron. Se sintió un poco avergonzado por el arranque tan emocional, pero unos días antes pensaba que nunca volvería a ver a ninguno de sus seres queridos. Estaba feliz de seguir vivo.
  • Merlin llamó a la manada para avisar de que estabas aquí y bien. – Zack parecía realmente feliz de verlo. Una de sus manos le acarició la mejilla y Aidan no pudo evitar apoyarse en el tacto de esa mano. – La mejor llamada de mi vida.
  • Exagerado. – sonrió Aidan, sintiendo ganas de volver a abrazarlo. Eso no estaba bien. Ya no eran pareja. Pero había olvidado lo cómodo que se sentía a su lado. – ¿Has venido solo? – Zack negó con la cabeza.
  • No. Mi padre está ahora con P. Drake, hablando de lo siguiente a hacer. – su expresión cambio a una de genuina curiosidad. – ¿Es verdad que recuperaron la reliquia y la usaron para resucitar a alguien?

Así que ya habían corrido los rumores. Nada era más veloz que un buen rumor interesante.

  • Si. Aunque la bruja dice que solo ha funcionado por el lazo tan fuerte que esos dos leones tenían. La reliquia está rota. Solo es la mitad. La otra mitad está desaparecida en alguna parte del mundo. – Zack siseó. Su mano había pasado a estar en la espalda de Aidan, dándole algo de confort.
  • Vaya. ¿Hay alguna posibilidad de que la encontremos antes que La Orden?
  • Hay una, sí. – asintió Aidan, con una sonrisa enigmática. – Antes de escapar pude descifrar el hechizo que quería Rasputín y por el que me secuestraron. Y lo conseguí realizar. Me indicó la localización de esta reliquia, pero de una manera extraña. Al principio no entendí porque me daba dos localizaciones distintas. Ahora sí.

Zack miró a Aidan y suspiró aliviado. Parecía bien, físicamente. Aunque aún tenía marcas visibles de los golpes que había recibido durante su cautiverio. El lobo lamentó no haber tenido una oportunidad de destripar a los que habían herido a su querida hada. Deseaba poder ponerles las manos encima y enseñarles lo que era aprovecharse de alguien indefenso.

Pero eso iba a tener que esperar. Aidan decía que tenía la otra localización de la reliquia. O eso había dejado entrever. ¿Eso era posible?

  • ¿Cuál otra localización? – preguntó. Aidan sonrió de manera inquietante. Zack conocía esa sonrisa. Y no auguraba nada bueno. Para ninguno de ellos. Sobre todo, para él, que no sabía resistirse cuando le sonreía así.
  • Vas a necesitar ropa de abrigo para donde tenemos que ir. Y a Jerrad. Es un experto en la zona. – Zack le observó, sin comprenderle. Lo que había dicho no tenía ningún sentido. ¿Para que necesitaban a Jerrad? ¿A dónde se dirigían?
  • ¿Qué quieres decir? – le preguntó, finalmente. No tenía idea de a que se refería.
  • Que tenemos que volar a Destruction Bay, en el Yukón. Allí está la otra mitad de la reliquia.

Un poco más abajo, en el despacho de Arthur, él, Joss y Lance discutían el siguiente movimiento a seguir. En esa ocasión, La Orden había estado muy cerca de conseguir la reliquia. Demasiado cerca. Y no podían permitir que se hicieran con semejante poder. Era muy peligroso y muchas vidas dependían de que ellos lo evitaran.

  • ¿Y qué hacemos con ella? – preguntó Arthur, mirando a los otros dos. – Porque van a volver a intentar conseguirla.
  • Obvio. Así es peligrosa, porque no funciona del todo. Pero si encuentran la otra mitad… – Merlin dejó la frase sin acabar, pero no hacía falta para entender lo que quería decir. Lance asintió.
  • ¿No había dicho Aidan que él podía encontrar esa mitad?
  • Si. Eso me temo. Y me temo también que irá a buscarla. – contestó Merlin.
  • Pero si tenemos la reliquia entera podemos usarla. – sugirió Arthur. Joss negó con rapidez.
  • No se debe usar. No es seguro. Una vez que esté entera, debemos ocultarla en el sitio más recóndito del universo. O ellos la encontraran y estaremos acabados. No debe caer en sus manos, jamás.
  • ¿Y qué recomiendas?
  • Ayudarle a buscarla, porque va a ir, digamos lo que digamos. – dijo Joss, frunciendo el ceño. – Y luego, deshacernos de ese objeto de una vez y por todas para que no puedan usarlo contra nosotros y eliminarnos.
  • La cuestión es si podremos deshacernos de ella. – dijo Lance, cruzándose de brazos. Merlin asintió. Si que se podía.
  • Podemos. Hay alguien que si puede esconderla hasta el fin de los días. Ese era su trabajo antes.
  • ¿Quién?
  • Alger. El Guardian.
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Rugidos del corazón: Capítulo 22.

  • Bueno, ¿crees que puedes encontrarla ahí?

Lydia dirigió una mirada a Merlin a medio camino entre la burla y la molestia. Muy tipo «¿Estás de broma?».

  • Joss, desde el cariño te lo digo… soy una criatura mágica de gran poder, pero no hago milagros. Eso se lo dejamos a los católicos. – Merlin aguanto como pudo una sonrisa.
  • Entonces… ¿no?
  • No he dicho que no… exactamente. Solo digo que no hago milagros. Pero puedo intentarlo.

Estaban en el laboratorio de Lydia, donde ella se dedicaba a hackear y analizar datos para la empresa cuando no estaba haciendo algo más ilegal. Era un espacio enorme y muy iluminado, con casi una decena de pantallas y cuatro ordenadores distintos.

Lydia estaba en ese momento analizando unas muestras de Excalibur con un espectrómetro nuevo que le acababan de traer. Intentaba averiguar donde había estado antes de aparecerse a Uther, mirando la aleación de metales con las que había sido reparada.

La puerta del laboratorio se abrió y Gawain entró, luciendo algo incomodo y seguido por los tres leones. Lydia y Merlin arquearon una ceja, sorprendidos al verlos.

  • ¿Ocurre algo? – Gawain negó.
  • No, nada del otro mundo. Deseaban despedirse.
  • Y asegurarnos de que el chico va a estar seguro. – añadió el león que tenía el cabello más oscuro.

Merlin había notado que no era el mayor, pero si el que solía tomar más la palabra. El mayor de ellos se solía mantener un paso atrás a pesar de ser más poderoso. Pero también había notado que había algo mal con él.

Lydia les observó, en silencio durante un largo minuto, llegando a incomodar a sus invitados. Merlin la miró, interrogante.

  • No os podéis ir. – dijo simplemente la chica, dejando estupefactos al resto. Max tartamudeó.
  • ¿Por qué no?
  • Vamos a necesitaros para encontrar la reliquia. Esta es muy especial y solo alguien muy especial puede encontrarla y tocarla.
  • No lo entiendo… – Merlin seguía mirándola, sorprendido. – Creía que habías dicho que no podías encontrarla…
  • He dicho que no puedo hacer milagros. Pero puedo y la encontraré en esa dichosa biblioteca. Pero necesitamos alguien especial para tocar esa reliquia. Si alguno de nosotros lo hace, morirá. Así de simple.
  • Lydia… no estás haciendo ningún sentido.

La chica les observó, frustrada y bufando.

  • La reliquia que busca La Orden y que Aidan localizó en la biblioteca es parte del santo grial.
  • ¿El santo grial? ¿Cómo en la peli de Indiana Jones? – preguntó Nicky ganándose una mirada de incredulidad del resto.
  • Ese mismo. Ahí, de hecho, acertaron bastante. ES una copa de madera tallada. Muy antigua y poderosa, ya que se recogió parte de la sangre de Cristo en ella y su poder quedó grabado a la copa.
  • ¿Y por qué no podemos tocarla?
  • Pues porque la sangre la convirtió en un arma de doble filo. Si tienes poder suficiente, puedes usarla para dar vida. Pero si eres débil, te la arrebatará. Y no hace más porque solo es la mitad.
  • ¿Dónde está la otra mitad?
  • Ni siquiera se sabe cuándo se dividió. – contestó ella encogiéndose de hombros. – La cuestión es que ellos si pueden tocarla. Son alfas y alfas poderosos. No les va a afectar su magia.

Kenny lució sorprendido y afectado por sus palabras. Esos no eran los planes. Sus planes era salir de ahí ya y poner rumbo al sur, bien lejos de todo ese lio. Poner a salvo a sus amigos era lo único importante de todo. ¿Y ahora querían que se quedaran para buscar una reliquia? ¡De eso nada!

  • No. Nosotros nos vamos. No vamos a seguir metidos en este lio. – Lydia se acercó a Kenny, que comenzó a rugir bajito.

Gawain echó mano a la culata de su pistola por si acaso. Merlin, sin embargo, estaba observando todo el intercambio muy curioso de averiguar a donde iba a llevar todo eso.

  • Tú, precisamente, eres el que debe cogerla. Eres el más poderoso de los tres. – Kenny negó con la cabeza.
  • No… no soy alfa. Soy omega.
  • Una estúpida marca y las tonterías de tu familia no pueden borrar lo que eres de nacimiento. – espetó Lydia, sorprendiéndole. – Sigues siendo un alfa y uno muy poderoso. Y de los presentes, eres el que más posibilidades tiene de coger esa reliquia sin que le afecte.
  • No pienso hacerlo. Nosotros nos vamos. Ya hemos hecho de más.
  • Yo lo haré.

Kenny se volvió a mirar a Nicky, que era quien había hablado, sorprendido y dolido.

  • ¡De eso nada!
  • Perdona, pero soy un alfa, igual que vosotros. ¿Puedo coger eso sin peligro? – Lydia asintió.
  • Totalmente sin peligro.
  • Pues entonces ya está. Yo lo hago. Max y tú podéis ir por delante y yo me reuniré con vosotros cuando acabe. – Nicky le cogió del brazo. – No tienes por qué quedarte aquí si no quieres, Kenny. No tienes que pasar por nada de esto.

Kenny le agarró del rostro, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir, miró a los dos hermanos antes de suspirar, rendido.

  • Yo lo haré. No vas a ponerte en peligro. No pienso permitirlo.
  • ¿No tengo voto en esa decisión? – protestó Nicky.
  • No. Te jodes. – contestó sin cambiar el tono y con una sonrisa triste.
  • Soy muy capaz de cuidarme solo.
  • Lo sé. Pero no se trata de si puedes o no. Se trata de que no voy a permitirlo.

Lydia dio una palmada, complacida con todo el asunto.

  • ¡Estupendo! Pues una vez solucionado quien va a recogerla y sabiendo que va a ser algo seguro, vamos a encontrar el lugar exacto donde se esconde.

Kenny esperaba junto a Max a la entrada de la biblioteca pública de Nueva York. Nunca había estado antes ahí y la majestuosidad del edificio le dejó sin palabras.

La larga escalinata estaba custodiada por dos leones de piedra y llevaba a tres enormes arcos de estilo romano.

Si el exterior era así de impresionante, no podía esperar para ver cómo sería el interior. 

Nicky se había quedado en la torre junto a Aidan. Y no muy feliz, para ser sinceros. Pero exponerse los tres era ridículo y hacía falta que alguien vigilara que no tocaran al guardián si sufrían algún ataque. Aunque eso fuera bastante improbable, como le había asegurado los guardas de la empresa.

Hablando de guardias, el jefe de ellos se acercó hasta donde se encontraban acompañados por Gawain y un grupo nutrido de subordinados. Max arqueó una ceja y le miró, encogiéndose de hombros.

  • Siento el retraso. Nos ha costado un poco convencer de que vacíen la biblioteca y la cierren para nosotros. Soy Lance Lothsome, por cierto. Jefe de seguridad de Kamelot. – se presentó, ofreciéndole la mano a los dos. Kenny se la estrechó, sin dejar de observarle crítico. – ¿Pariente vuestro? – preguntó, señalando al león de piedra.
  • Este no, pero aquel tiene la misma barbilla que mi padre. – respondió Kenny sin pestañear, mientras Max ahogaba una risa. Lance le sonrió, complacido. – ¿Tenemos alguna pista más de donde puede estar la reliquia?
  • Lydia piensa que está en la Rose Main Reading Room. ¿Dónde exactamente? Ni idea, pero en esa habitación. Habrá que mirar con mucho cuidado porque todo lo que hay ahí es incalculable. – Kenny frunció el ceño.
  • La magia huele. – informó Max. – Si hay un objeto mágico su olor será reconocible entre todos los demás. – Gawain se rascó la nuca, extrañado.
  • ¿La magia huele? ¿A que huele? – los leones intercambiaron una mirada.
  • No es un olor en el sentido tradicional de la palabra. Huele como el ozono, como la electricidad. Algo que carga el aire y lo notas al respirarlo.
  • Nunca voy a acostumbrarme a esas cosas… – murmuró Gawain, alejándose hacia la puerta.

Lance le siguió junto al grupo de hombres que le acompañaba y los leones volvieron a intercambiar una mirada cargada de significado.

  • Intuyo que eso significa que no tiene idea de lo que es. – susurró Max. Kenny asintió.
  • Me estaba imaginando que no lo sabía. Ese Lance si lo sabe. El dueño y el mago, también. La bruja de los ordenadores es probablemente la responsable. Pero este chico no tiene idea de que es un renacido gracias a la magia.
  • Qué curioso, la verdad. ¿Cómo le ocultas eso a alguien que es obvio aprecian? – preguntó Max, empezando a seguir a los guardias. Kenny le pasó un brazo por los hombros y le medio abrazó. Su buen Max, con su corazón siempre en la mano no podía comprender que alguien oculte información a alguien de su familia. Eso no entraba en su manera de ser o en como lo habían criado.
  • Los humanos, incluso los mágicos, siempre van a ser muy raros, Max.
  • Pues sí. Que cosas.

Se reunieron con los guardias ya bajo los arcos. Los guardias de seguridad de la biblioteca estaban informando a Lance de la situación del edificio y como iba el desalojo. Al parecer, salvo algunos técnicos, el lugar estaba desierto.

Lance les hizo un gesto para que le siguieran y entraron a la biblioteca. Y como imaginara Kenny era aún más impresionante por dentro.

Lo primero que vio fue una gran sala con un mostrador para pedir información y demás y estanterías y más estanterías repletas de libros. También había varios escritorios para trabajar, algunos de ellos con ordenadores. Todo era de madera antigua y oscura, dándole un aire de museo al lugar. El suelo era marrón con líneas y rectángulos color crema.

Todo el lugar olía a madera, aceite, polvo y cuero. Pero nada destacable. Kenny afinó el oído y pudo escuchar voces lejanas, tal vez en el otro extremo del edificio. Serían los técnicos de los que hablaban los guardias.

Pasaron de largo esa habitación, traspasando otra gran puerta de madera a lo que parecía una especia de habitación pequeña en la que había un nuevo mostrador, mucho más reducido que el anterior y una puerta enorme y con complicados labrados por cada lado de la habitación.

Lance se dirigió sin dudar hacia la puerta de su derecha, atravesándola. Y ahí se encontraba la famosa Rose Main Reading Room. Una gigantesca habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas de libros por todas partes y en cuyo centro se colocaban dos filas de escritorios para la lectura.

Enormes cristaleras dejaban entrar la luz del sol y, para cuando eso no fuera suficiente, la habitación tenía varias lámparas de araña que daban un toque mágico con su peculiar iluminación.

Se detuvieron en la entrada. Con un gesto, Lance indicó a sus hombres que se dispersaran por la habitación, a la vez que varios se colocaban vigilando las entradas. Luego se giró hacia los dos leones.

  • Bueno… os toca.
  • ¿Nos toca?
  • Si. Olfatead. – Kenny se mordió el labio para intentar no reírse al ver la expresión de sincero desconcierto de su amigo.
  • ¿Olfatead? ¡Pero tú te has creído que somos perros? – los ojos de Max brillaron con una luz rojiza y se empezó a escuchar un rugido bajo y ronco. – ¡Somos leones! Cuidado con lo que nos dices.

Lance arqueo una ceja, nada impresionado, pero levanto las manos pidiendo paz.

  • No era mi intención ofenderos. Pero, básicamente, habéis venido a eso y a coger la reliquia. Vosotros mismos habéis dicho que se puede oler la magia del objeto.
  • Diciendo que aún le quede algo, sí. Pero la próxima vez no lo pidas de esa manera. – rio Kenny, cogiendo al otro del hombro para alejarlo de Lance. – No es buena idea enfadar a uno de los nuestros.
  • Repito. Lo siento. No era mi intención. Por algo soy de seguridad y no de relaciones públicas.

Kenny rio por lo bajo e hizo que Max le mirara para decirle algo bajito al oído y darle un beso antes de frotar su mejilla con la del moreno. Eso calmó al otro, que se sonrojó y dejo de gruñir.

 Kenny cerró los ojos e intentó concentrarse en los olores de la habitación. Al igual que las demás olía mucho a madera y cuero, sobre todo. Lo cual era lógico, teniendo en cuenta la cantidad de muebles de madera que había y libros antiguos con cubiertas de piel.

Pero tenía que haber algo más.

Olfateó con más atención. Pudo oler la pólvora y el aceite para armas, el sudor y los nervios de los hombres de Lance, la molestia de Max.

Eso le hizo reír de nuevo.

Empezó a pasear por entre las mesas, dando vueltas y vueltas durante minutos mientras intentaba algún rastro de algo remotamente parecido a magia.

A lo mejor eso era una pérdida de tiempo, pensó Kenny. Quizás la reliquia había perdido todos sus poderes y ya no olía a magia. Era algo muy antiguo y no sería la primera vez que un objeto mágico perdía todo su poder a causa del tiempo.

Empezaba a creer que no iban a encontrar nada cuando un leve olor a ozono le llegó a la nariz. Hizo un gesto a Max para que se le uniera y volvió a olfatear con más cuidado. Si, ozono sin duda alguna.

Siguió el rastro, que era bastante débil, hasta la penúltima estantería del lado derecho. Ahí era donde el olor era más fuerte.

  • Está por aquí. – dijo simplemente cogiendo una escalera para poder mirar con más comodidad entre los libros.

Rebuscó entre los libros, moviendo algunos y vio uno cuya cubierta era de cuero oscuro y viejo, tan fino que se resquebrajó cuando lo tocó. Lo cogió con extremo cuidado y bajó de la escalera para colocarlo en una de las mesas cercanas.

Lance se acercó a ellos, mirando curioso al libro.

Este era grande, muy grande y pesado. La cubierta tenía un extraño símbolo grabado, un árbol de la vida. Kenny lo tocó con cuidado, rozando el dibujo con la yema de los dedos. Cuando se disponía a abrirlo, Max le detuvo cogiéndole la mano.

  • ¿Qué? – preguntó. El otro se sonrojó un poco.
  • Nada… ten cuidado.
  • No te preocupes. Pero, por si acaso, aléjate un poco. – Lance arqueó una ceja.
  • ¿Solo él? ¿Y el resto?
  • Al resto os pueden ir dando. Esto es culpa vuestra.

Kenny cogió la cubierta con cuidado y abrió el libro. Este resultó estar hueco. Alguien había cortado las páginas para hacer un hueco en su centro y, en ese hueco, había algo envuelto en una vieja y andrajosa tela marrón.

El león cogió la tela y la desenvolvió, mostrando lo que parecía un vaso partido por la mitad. Como si alguien lo hubiera cortado con un cuchillo o algo bien afilado. Lo examinó, curioso. Era de madera, toscamente labrada. Muy antiguo. Olía raro, tanto que le hizo estornudar.

  • ¿Es eso? – Max alargó la mano, pero Kenny apartó la reliquia para que no la tocara.
  • ¡Cuidado! No me fio de que no vaya a afectarte o algo.
  • La bruja dijo que si podía.
  • No voy a arriesgarme. – gruñó Kenny, volviendo a envolver el objeto en la tela. – No sé si es, pero desde luego es algo. Deberíamos sacarla de aquí y pronto.
  • Eso me parece muy buena idea. Vamos.

El ruido de golpes y disparos les interrumpió. Provenía de fuera de la habitación. Lance no perdió tiempo hablando. Empujó a los dos leones tras un mostrador cercano y empuñó su rifle, dando órdenes a través del auricular que llevaba oculto.

La puerta se abrió con un estruendo, la madera estallando en pedazos, astillas volando por todas partes. Cuando el humo se disipó, un grupo de hombres armados entró seguido de cerca de Cody, quien lucía muy satisfecho consigo mismo. Kenny rechinó los dientes al verle.

  • ¡Kenny! – le llamó, canturreando. – Sé que estas aquí con la reliquia. Entrégamela o no saldréis ninguno con vida de aquí.