Relato: Astrid y Zeus se conocen

Relato: Astrid y Zeus se conocen.

relato

(No tengo mucho que contar últimamente, así que te dejo un relato. Este estaría situado despues de los relatos Dioses y Demonios y Luna llena en Memphis, con los personajes de Dagas de venganza.)

– ¡Maldita sea!

Astrid se llevó una mano a la cara, donde notó algo húmedo y viscoso.

Sangre.

Solo eran las doce de la mañana y ya se había tropezado tres veces y hecho sangre una. Genial.

No iba a acostumbrarse jamás a la ceguera. Se mataría contra un mueble antes.

– ¿Estás bien? ¡Ouch! ¡Menuda brecha!

El bueno de Alec se había quedado a su lado, esperando, como todos, que esa ceguera fuera temporal. Y, en teoría, debía serlo.

Pero los días pasaban y no mejoraba. Tampoco empeoraba, todo había que decirlo.

No había ningún cambio.

Al pasar la primera semana empezó a impacientarse. A la segunda, se desesperó.

Estaban en la tercera y ya solo sentía miedo.

Miedo de que esa oscuridad en la que se había visto obligada a vivir fuera para siempre.

Alec le ayudó a levantarse y la guio hacia el baño, donde empezó a limpiarle la sangre con una toalla mojada.

Cuando, durante su enfrentamiento contra Bauman este le roció con algo en los ojos que la dejó ciega. Los médicos de la Comunidad dictaminaron que sería temporal pero no consiguieron averiguar que fue lo que el asesino usó contra ella.

Tres semanas después, seguía igual.

– Debes tener más cuidado. – la reprendió Alec, mientras curaba la herida. Astrid podía oler el desinfectante. Y sentirlo.

– Estoy harta. – suspiró.

– Lo sé. Pero pronto recuperarás tu vista y todo volverá a la normalidad.

– ¿Y si no? – Alec le dedicó una mirada de confusión. – ¿Y si esto es permanente?

– Los médicos han dicho que será temporal. Debes tener paciencia.

– Deberías volver y esconderte. Así no puedo protegerte. – el chico bufó, molesto.

– No estoy contigo para que me protejas. – y añadió. – Puedo protegerme bien solo.

Astrid iba a replicar algo pero se arrepintió. ¿Qué iba a decirle? Lo normal sería mandarlo a casa, pero Alec no podía volver a su casa. La Orden le tenía en su lista negra. En cuanto se alejará de ella, acabarían con él.

Pero cuando La Orden se enterará de que estaba ciega e indefensa, los matarían a los dos. La única razón por la que aún no lo habían hecho era porque nadie sabía nada.

¿Qué iban a hacer cuando lo averiguaran?

A lo mejor debería poner rumbo a Destruction Bay y descansar allí una temporada, escondidos. Ahí Alec estaría seguro.

Alguien tocó a la puerta y Alec se alejo para atender. Seguramente sería Ambar, que no había querido regresar a su casa para no dejarles indefensos mientras Astrid siguiera ciega.

Pero no fue la presencia de Ambar la que sintió cuando Alec regresó, inusitadamente silencioso.

– Alec, ¿Quién era?

– ¡Wow! Me lo dijeron y no podía creerlo. ¡Una gorgona viva! – Astrid se tensó ante la masculina y desconocida voz.

¿Quién era ese tipo? ¿Le había hecho daño a Alec? Sacó rápidamente la pistola que escondía en su bota y apuntó a la dirección en la que había escuchado al hombre hablar, el cual rio divertido al ver el arma.

– ¿Alec?

– Estoy aquí y estoy bien. No es un enemigo. – eso la calmó un poco. Pero bien poco.

– Eso ya lo decidiré yo. – gruñó ella, haciendo reír al desconocido una vez más.

– Soy Zeus.

– Es un enemigo. – sentenció. Ella no pudo verlo, pero Alec rodó los ojos y se cruzó de brazos.

– ¡Astrid!

– ¡Es un dios! ¡Claro que es un enemigo! – Alec resopló.

– ¡Venga ya! No es un dios. Solo un tío que se llama como uno. ¿Verdad?

– Siempre me ha encantado la incredulidad humana. Les hace adorables. – rio el tal Zeus, ganándose una mirada sorprendida de Alec. ¿De verdad era un dios?

– Irritantes, mas bien. ¿A qué has venido?

– Pues por increíble que te parezca, estoy aquí por casualidad. Venía siguiendo una pista y he escuchado hablar de lo que te ha ocurrido. Así que decidí haceros una visita.

– ¿Por qué?

– Porque tenemos un enemigo común, gorgona. La Orden.

Alec observaba curioso el intercambio. El tío había aparecido acompañado de Ambar, la cual se marchó inmediatamente. Pero la loba aseguró a Alec de que ese hombre podía ayudar a su amiga a curarse. Ahora Astrid había declarado que era un dios. El dios Zeus nada menos. No podía ser verdad… ¿o sí?

El tal Zeus cogió una silla y se sentó frente a la gorgona, que seguía con su pistola en la mano aunque la tenía apuntando al suelo.

– Verás, te hare un resumen rapidito. No contamos con demasiado tiempo. Hace unos meses, mis hijos decidieron que no debía seguir en el Olimpo y me bajaron aquí con mis poderes reducidos para que dejara de molestar. En ese tiempo me hice amigo de un chico adorable que trabajaba en el mismo sitio en el que me estaba quedando.

Astrid pareció relajarse un poco. Al menos empezaba a considerar que ese dios no iba a ser una amenaza para ellos. Venía a pedir algo, eso lo tenía claro.

– ¡Como no! – rio, ganándose una mueca del otro. Alec recordó entonces lo poco que estudió de mitología griega en el instituto. Casi nada, de hecho. Pero si recordaba que el dios griego Zeus era un promiscuo de mucho cuidado.

– No era así. ¿Vale? Finn es distinto. Es especial.

– ¿No has dicho eso de cada amante que has tenido?

– Finn es parte de una familia usada como recipiente físico de un demonio legendario.

– ¡Oh, pobre chico! ¡Menuda herencia!

– La cuestión es que hace un mes o así, Finn fue secuestrado por La Orden. He seguido su pista por medio país hasta aquí. Un tal Bauman lo tenía.

– Mierda…

– Sé que lo has matado. Necesito vuestra ayuda para encontrarlo. Aun puede seguir en la ciudad, escondido en algún sitio.

Astrid suspiró, cansada. Bauman seguía dándole problemas incluso desde la tumba.

– Localizamos un par de naves en el puerto, donde tenían alguna clase de base o almacén. No estamos seguros, no llegamos a entrar. Puede que aun sigan ahí. Hace ya semanas desde que Bauman murió y, probablemente, hayan movilizado todo.

– Ya es algo más de lo que tenía. Gracias.

– Siento no poder ayudar más. Espero que encuentres a tu demonio.

Zeus se levantó, acercándose a Astrid y colocando una mano cerca de su rostro, sin llegar a tocarla. De su mano salió una luz dorada y calidad que le hizo dar un respingo para apartarse, pero el dios la inmovilizó, sujetándola del brazo.

Cuando terminó, menos de un minuto después, Astrid parpadeaba sorprendida, sus ojos volviendo a su color habitual. Hasta ese momento, habían permanecido de un color grisáceo.

– ¿Qué demonios? – Alec se acercó, entre sorprendido y preocupado.

– ¿Astrid?

– Puedo ver. – declaró la gorgona, sorprendiendo a su amigo. – ¿Por qué me has curado?

– Básicamente, ya estaban casi curados. – Zeus se encogió de hombros. – Solo he acelerado el proceso.

– Gracias…

– No me las des. Ha sido por un motivo completamente egoísta. Si La Orden sigue en ese almacén, necesitaré ayuda para entrar y buscar a Finn.

– Cuenta con ello.


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Odin, padre de todos.

Mitología Nórdica: Odín, padre de todos los dioses.

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Ahora que se han puesto tan de moda Marvel y DC, también se ha puesto de moda la mitología, especialmente la griega y la nórdica.

Gracias a las pelis de Thor y la serie Vikings estamos más acostumbrados a oír palabras como Asgard, Valhalla, Ragnarök y otras más que hace unos años ni habíamos escuchado.

(Los fans del anime Saint Seiya ya habíamos oído algo de Asgar y Odín, pero más reducido todo.)

El dios principal en la mitología nórdica es Odín, considerado padre de todos los dioses. Técnicamente, estaría basado en el Zeus griego, ya que Odín también maneja el rayo y es el cabeza de la gran familia mitológica.

Sin embargo, hay muchas diferencias. Odín se considera el dios de la sabiduría, la guerra y la muerte. Reside en Asgard, en un castillo que él mismo construyó para sí y desde donde puede observar lo que ocurre en los nueve reinos o nueve mundos, entre los que se encuentra la Tierra.

Es el padre de Thor, entre otros muchos y el encargado de enviar a las valquirias a recoger a los guerreros heroicos muertos en batalla para que los lleven al Valhalla.

Según la mitología nórdica, Odín guiará a los dioses y a los hombres en la batalla del fin del mundo, el Ragnarök, contra las fuerzas del caos.

Las historias sobre Odín son infinitas y muy variadas. Unos lo ponen de guerrero furioso, otros de sabio, otros de poeta… hay para escoger. Pero ninguna decepciona.

Hoy en día prestamos poca atención a la antigua mitología. Hay miles de historias y leyendas que son sumamente inspiradoras y no les hacemos caso a menos que salgan en una serie o en una película.

Un desperdicio.

Si necesitas inspiración para algo, busca en la mitología. De la clase que sea. No te va a decepcionar.

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¡No te los pierdas!

Dark Hunters: Julian o el dios esclavo.

Dark Hunters: Julian o el dios esclavo.

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Creo que te habré dicho una y mil veces que una de mis escritoras favoritas de fantasía urbana y romance paranormal es Sherrilyn Kenyon, la autora de la saga Dark Hunters.

Son unos libros deliciosos, divertidos y rápidos de leer con todos los ingredientes que podrías desear para disfrutarlos: humor, romance, chicos guapos y muchas criaturas sobrenaturales.

El primero de ellos (y el que tiene el comienzo más divertido para mi gusto) es la historia de Julian, un semi dios hijo de Afrodita y un guerrero espartano que lleva más de dos mil años encerrado en un libro a causa de una maldición enviada por su medio hermano.

La maldición en sí no solo le mantiene encerrado (y vivo eternamente) sino que también le obliga a ser el esclavo sexual de aquella que le invoque durante un mes entero. Y durante ese tiempo él no podrá evitar cumplir con lo que le ordenen.

Hay una manera de romper la maldición pero es muy complicado… y no me acuerdo ahora mismo, la verdad. Tengo que volver a releer el libro que hace años que no lo hago.

Después de siglos de inactividad, el libro cae en manos de Grace, una chica que no cree en esa maldición ni nada por el estilo, pero como estaba borracha lo invoca por accidente y acaba con Julian en su casa durante un mes.

Cuando este le explica quien es, porque está ahí y que hay una manera de romper la maldición, Grace decide ayudarle (incluso en contra de los deseos de Julian, quien ya ha tirado la toalla en ese asunto).

Pero no lo van a tener nada fácil. La maldición obliga a Julian a querer acostarse con Grace y su medio hermano también tratará de que no se libre.

Con esa premisa y un montón de humor y escenas de frustración sexual nos presenta Sherrilyn Kenyon su saga Dark Hunters, la cual crecerá después de manera espectacular.

Es una novela muy divertida de leer. Julian es muy acido, porque está muy quemado por su situación pero es que Grace no se queda atrás, respondiéndole a todo con mucho humor y sarcasmo.

Muchos de los libros de esta saga se pueden leer por separado o independientemente pero seguir el orden y ver como los personajes van y vienen de un libro a otro, ayudando o entrometiéndose (que se lo digan a Val con su hermano XD) es muy entretenido.

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¡No te los pierdas!

Relato: Dioses y demonios. Capítulo final.

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Relato: Dioses y demonios. Capítulo 11.

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–  ¿Qué hago ahora?

Dioniso miró a su padre, sorprendido de verle en semejante estado. Nunca lo había visto tan apenado. Ni siquiera cuando Hera le abandonó definitivamente.

Al parecer, y para sorpresa de todos, su padre estaba genuinamente encariñado con el chico y le había afectado muchísimo que se marchara.

–  ¡No lo sé, padre. Si te soy sincero, esto me ha dejado sin palabras.

Zeus suspiró, dejándose caer pesadamente en el sillón a su lado. Parecía derrotado.

–  Me disculparía pero ni siquiera sé por qué debo disculparme. ¿Por ocultarle que soy un dios? ¿Por mi pasado?

–  Tu pasado no ayuda, eso desde luego.

–  Lo sé… pero no puedo hacerlo desaparecer.

–  Entonces hazle ver que no eres más esa persona.

–  ¿Cómo?

–  Respetándolo. Respetando su espacio y sus decisiones. No importa lo mucho que creas que le quieres. Si él dice no, tú debes respetar su voluntad y volver por donde has venido.

–  Puedo hacer eso.

Unos golpes apresurados en la puerta les interrumpió. Un apurado Kevin entró en la habitación, sudando y temblando de nervios y preocupación. Zeus tuvo un mal presentimiento.

–  ¡D! ¡Tenemos un problema! ¡Un problema muy gordo!

–  ¿Qué ocurre?

–  Unos tipos se han llevado a Finn.

–  ¿Quiénes? – preguntó Zeus, levantándose de un salto. El cielo, el cual había estado despejado y cuajado de estrellas hasta ese momento, se nubló de repente y los relámpagos empezaron a brillar.

–  No estoy seguro aunque tengo sospechas. Eran varios, enmascarados y vestidos de negro. Se lo han llevado en una furgoneta negra, sin matricula ni nada distintivo.

– ¿Quién querría secuestrar a Finn? ¿De quien sospechas? – cuando Zeus les dirigió una mirada de incomprensión, Dioniso se explicó. – Kevin conoce el secreto de Finn, al igual que yo. Y es un oso…

–  Formas parte de la comunidad.

–  Y también formé parte de las fuerzas especiales humanas. Ha habido varios sucesos en los últimos años… secuestros, desapariciones, asesinatos, ataques… me temo que La Orden esté detrás de esto también.

– La Orden… ¡quieren al demonio!

–  Es muy probable, sí.

Dioniso se levantó también de su asiento y se dirigió hacia su escritorio, donde cogió el teléfono.

– Voy a tratar de averiguar adonde han podido llevárselo. Y si sigue vivo.

–  Encuéntralo, hijo.

Dioniso aun necesitó un par de horas más para averiguar lo que quería. Mientras Kevin y él pusieron al día a Zeus sobre La Orden, ya que el dios había pasado varios siglos desconectado del mundo de los mortales y no conocía toda la historia.

Le contaron sobre su odio a lo sobrenatural, lo cual les incluía, su obsesión con eliminarles y sus últimos avances que les daban ventaja tras años de estar ambos bandos al mismo nivel.

La Orden llevaba los últimos años tramando algo. Algo muy gordo, le explicó Kevin. Pero no tenían idea de qué.

Al menos, todavía.

Cada día llegaban noticias preocupantes sobre nuevos ataques a la comunidad. Ataques muy concretos, con un fin. Nada era dejado al azar.

No para esa gente.

Por eso, si de verdad ellos tenían a Finn, no había sido una casualidad.

Y ese era el mayor temor de Zeus en ese instante.

– Me temo que mis fuentes han confirmado las malas noticias. La Orden tiene a Finn. Eran hombres de la Legión los que le han llevado hasta el aeropuerto y lo han embarcado en un avión privado rumbo a Memphis.

– Entonces es allí a donde iré. Debo evitar que le hagan daño.

– Te recuerdo que no tienes poderes. Eres poco más que un humano con algo más de fuerza de lo común y vulnerable.

– Lo sé. Pero no puedo permitir que le usen para sus planes. Ni Finn ni su demonio querrían eso. – Kevin se acercó a él.

– Te acompañaré. Vas a necesitar ayuda para encontrarles.

– Haré los preparativos. Espero que no tengamos que arrepentirnos de todo esto.

 


 

Y si, voy a dejártelo ahí. ¿Por qué? Pues simple, porque la búsqueda de Zeus y Kevin va a llevarles a aparecer en una futura novela con el resto de personajes de la Comunidad y porque La Orden tiene planes para el demonio de Finn.

Ya lo averiguarás en un futuro, no te preocupes.

 

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 10

dioses demonios

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 10.

dioses demonios

–  ¡Finn! ¿Podemos hablar?

Finn maldijo por lo bajo, observando molesto como Zeus se acercaba a él a grandes zancadas.

Sabía que estaba siendo ridículo pero tras lo ocurrido en los últimos días y después de la reveladora conversación que tuvo con su abuelo no quería tener a nadie cerca.

Su abuelo le contó toda la leyenda. Renuente, al principio, pero acabó revelándole todo sobre la maldición de su familia. De cómo, siglos atrás y para salvar a su gente, un antepasado suyo hizo un pacto con un demonio milenario. A cambio de evitar que un ejercito invasor devastara su pueblo, el guerrero concedió al demonio el uso de su cuerpo y el de toda su estirpe.

Y, por loco que sonara, él creía la historia. Sabía que esa voz en su cabeza era real. El demonio era real.

Y muy peligroso.

Al demonio no le gustaba Zeus y Finn temía que fuera a herirle si se acercaba demasiado.

–  Lo siento… no tengo tiempo. Estoy ocupado. — se excusó, intentando huir. Pero Zeus fue más rápido y le agarró de la muñeca.

–  ¡Y una mierda! ¡Vamos a hablar! – gruñó, arrastrándole hasta un armario y metiéndoles dentro. Finn casi rio.

–  ¿En un armario? ¿En serio? — pero Zeus no lo encontraba tan gracioso.

–  ¿Por qué me estas evitando? ¡Y no te atrevas a decir que no lo estas haciendo porque ambos sabemos que sería una mentira! — añadió al ver que el chico iba a replicar.

–  Está bien… estaba evitándote. ¡Es lo mejor para los dos! No quiero que te haga daño.

–  ¿Quién? — preguntó Zeus, confundido.

–  Es complicado.

– ¿Hice algo para molestarte?

–  No. — el chico negó rápidamente. No podía permitir que Zeus pensara que era su culpa. — No eres tú. Sé como suena, pero no eres tú, de verdad. Hay algo mal conmigo y podría hacerte daño. Eso no puedo permitirlo.

–  No vas a hacerme daño, créeme. — Zeus le cogió de las manos, acercándole un poco más hasta juntar sus frentes. — Te prometo que no vas a hacerme daño. Ni yo a ti.

– No puedes prometerme eso…

«Los dioses prepotentes suelen hacer esa clase de promesas vacías.»

Finn se estremeció al oír la voz del demonio en su cabeza aunque su tono no era el de siempre. Parecía más bien molesto que furioso.

¡Un momento! ¿Había dicho dioses?

–  ¿Dios? ¿Quién es un dios? — preguntó sin darse cuenta de que lo había hecho en voz alta.

–  ¿Qué?

«Él es un dios. Hasta te dijo su nombre real, el muy arrogante. Es el padre de los dioses, el dios del rayo y el dios que hace cualquier cosa por llevarse a la cama a quien llama su atención. Te hará daño, chico. Eso no lo dudes.»

–  ¿Eres un dios?

Zeus le miró, sorprendido, soltándole las manos. Sus ojos reflejaban culpa y sorpresa.

–  Yo… ¿Quién te ha dicho…?

–  ¿Lo eres? ¿Eres el verdadero Zeus?

–  Es complicado.

–  ¿Qué tiene de complicado? ¿Lo eres o no? – volvió a preguntar, empezando a molestarse. Había estado tan preocupado con herir accidentalmente a Zeus con su demonio que el hecho de que le hubiera mentido le pilló completamente por sorpresa.

–  Lo soy. Estoy en la Tierra porque Atenea creyó más sensato mandarme aquí sin poderes a que me quedara en el Olimpo, intentando recuperar la vieja gloria y tratando de conquistar de nuevo el mundo de los mortales. No esperaba encontrar a alguien como tu aquí.

–  No soy un entretenimiento. – respondió Finn con tono amargo. Había sido demasiadas veces usado en su vida como para permitir ni una más. Hacía mucho que se prometió que no volverían a usarlo. – Ni una muesca más en tu lista de conquistas.

–  No lo he pensado nunca. Créeme.

–  No puedo creerte. Él tenia razón. Vas a hacerme daño.

Finn salió del armario, dejando atrás a un aturdido Zeus. El dios le vio marcharse sin poder evitarlo y sin reaccionar.

Mientras, en la entrada trasera del local, Kevin se acercaba al callejón dispuesto a regresar con los recados de D y listo para empezar a trabajar. Pero, antes de llegar a la puerta, vio a Finn salir del local, agitado y luciendo confuso.

Kevin estaba a punto de llamarle, ya que le veía muy nervioso y se preocupó por su amigo pero una furgoneta negra apareció en el otro extremo del callejón, derrapando y frenando a pocos metros del irlandés. Tres tipos enmascarados se bajaron del vehículo y atraparon a Finn, arrastrándole al interior de la furgoneta a pesar de los esfuerzos del muchacho por liberarse.

Antes de que pudiera hacer nada, ni siquiera gritar por ayuda, la furgoneta con su amigo dentro arrancó de nuevo y desapareció en la noche neoyorkina.

–  ¡Mierda!

 

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Relato: Dioses y demonios. Capítulo 6.

dioses demonios

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 6.

dioses demonios

–  Bueno… de todas las situaciones que podía imaginar para acabar esta noche, esta no se me pasó por la cabeza, la verdad. — murmuró Zeus, escondido bajo la mesa del restaurante.

La mañana había empezado tan bien…

Recogió a Finn cuando acabó su turno y lo llevó a dar un paseo por Central Park, viendo amanecer desde el parque.

Luego se dirigieron a un restaurante propiedad de un amigo de Dioniso. Su hijo se encargó de que el local estuviera abierto y a su disposición para que Zeus pudiera agasajar a su cita como debía ser.

¡Y la cena/desayuno fue deliciosa!

Todo iba perfecto.

Hasta que intentó besar al chico. En ese punto todo se fue a la mierda.

A su hijo no se le ocurrió comentarle que el chico era el recipiente de un demonio, el cual, al creerse amenazado por la presencia excesivamente cercana de un dios, había decidido salir, tomar el control de su recipiente e intentar destruir todo a su alrededor.

Por eso, en ese instante, se encontraba escondido debajo de una mesa del restaurante mientras su cita, cuyos ojos habían pasado de azul cielo a rojo sangre, hacia volar los muebles del local.

–  ¡Ningún dios o humano va a volver a controlarme jamás! — gritaba el chico/demonio.

–  Esto es ridículo. — gruñó Zeus, esquivando por poco una botella. — ¡Ey! — el dios salió con cautela de su escondite, levantando las manos en son de paz. — ¿Podemos hablar un segundo?

Sorprendentemente, el demonio se detuvo, mirándole fijamente con sus ojos rojos y una silla a medio romper en sus manos. Zeus pudo comprobar que solo había tomado control del cuerpo del chico. No se había transformado en nada monstruoso aunque la ropa del muchacho estaba rota por los movimientos bruscos que había realizado mientras destrozaba el local.

–  ¿Con cual nombre debo llamarte, demonio?

–  Los nombres son poder. No voy a darte ese poder sobre mí. — rugió el demonio. — Y menos a un dios. — añadió con desprecio.

Zeus arqueó una ceja, intrigado y sorprendido. No escuchaba sobre el poder de los nombres desde la antigüedad. Era una creencia milenaria, mucho más vieja que cualquier religión humana existente, de cuando se creía en que si poseías el nombre escrito de alguien podías controlar su alma.

Eso significaba que ese demonio era muy antiguo. Probablemente.

–  Esta bien. Comprendo. Nada de nombres. — concedió, acercándose un paso. — Pero estaba pasando un rato muy divertido con Finn y me gustaría que regresara para que siguiéramos nuestra cita. Él no sabe de tu existencia, ¿verdad? — el demonio ladeó la cabeza, el movimiento y la mirada en sus ojos dándole un aire animal y salvaje al chico.

–  Yo tampoco sabía de ti, demonio. Y, sinceramente, no me importa. Solo me interesa Finn. — el demonio rio.

–  No voy a dejar que me encierres, dios. Conozco tu historia. Ya encerraste a otros como yo en el pasado. — eso era, en parte, cierto. Zeus encerró a varios demonios y titanes en su juventud. Entre otros que le molestaban para tomar el poder, en aquel momento.

Pero hacía ya mucho tiempo que el poder y todo lo que conllevaba había dejado de interesarle. Cierto que aun pensaba en los días dorados como dios de dioses pero… su hija tenia razón. Los humanos hacía mucho que dejaron de necesitarles y creer en ellos.

Era hora de vivir y punto.

–  Como has dicho, eso fue en el pasado. Ya no tengo ese poder. No desde hace siglos. Y no me interesas. Me interesa el chico.

Su declaración sacó una carcajada seca del demonio.

–  También conozco tu fama en ese tema… Zeus.

«¡Como no!» pensó amargo el dios. Su pasado le había traído siempre más problemas y sinsabores que satisfacciones y se arrepentía de muchas cosas que hizo por un calentón.

–  Eso también hace siglos que deje de hacerlo. No sale muy a cuenta ser infiel. Demasiados problemas. Y Hera hace mil años que me mandó a paseo por mis estupideces. Te puedo asegurar que no pretendo hacer daño al chico. Solo quiero conocerlo. Y con eso no te digo que vaya a salir bien, porque no lo sé pero me gustaría intentarlo.

El demonio le miró con sorna pero bajó la silla que aun tenia en sus manos.

–  Si le haces daño, volveré. Si le dices la verdad sobre esto, volveré. Si tratas de deshacerte de mí, volveré y acabaré contigo. Sé que ya no tienes poderes, dios.

Y con esas palabras finales, los ojos de Finn volvieron a ser azules y toda presencia del demonio desapareció del lugar. El chico miró a su alrededor, confundido y desorientado un segundo antes de caer al suelo inconsciente.

–  Bueno… para ser una primera cita no ha ido tan mal. — ironizó Zeus.

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Relato: Dioses y demonios. Capítulo 1

dioses demonios

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 1.

dioses demonios

El Olimpo ya no era lo que fue, pensó mirando a su alrededor.

Donde antes había fastuosidad y elegancia ahora solo quedaba vacío y polvo.

Montones de polvo.

¿Nadie limpiaba ya o qué?

Los grandes salones que en el pasado albergaron fiestas se encontraban abandonados desde hacía siglos.

Milenios, incluso.

Cuando los humanos dejaron de preocuparse por ellos, de creer en ellos e interrumpieron sus oraciones y ofrendas, los dioses decidieron hacerse a un lado.

Estaban preparados para avanzar y dejarles crecer como civilización. Los dioses, simplemente, se recluyeron en El Olimpo y siguieron viviendo sin interferir.

Otras religiones y otras creencias sustituyeron a los dioses griegos y la vida siguió… y siguió… y siguió…

Pasaron siglos y los habitantes del Olimpo empezaron a desperdigarse por el mundo, mezclándose con los humanos, buscando con que ocupar la eternidad.

Ares encontró un filón con los mortales. Se lo pasaba en grande instigando guerra tras guerra y no se aburría. Hades le hacía visitas en los países donde residía porque siempre encontraba un montón de trabajo allá donde fuera Ares.

Atenea decidió que La Haya era un buen lugar para ejercer sus dotes, aunque había varios que no estaban muy de acuerdo con su decisión.

Uno a uno, todos los dioses fueron encontrando un lugar entre los mortales donde vivir…

Menos Zeus.

Zeus, padre de todos los dioses, señor del trueno… seguía en El Olimpo, sin salir. Esperando que sus hijos regresaran para animarle la velada, cosa que nunca ocurría, claro.

Lo que si hacían era turnarse para echarle un ojo. Nunca era bueno dejar a Zeus tanto tiempo sin vigilancia.

En eso estaba ese día Atenea cuando a su padre se le ocurrió lo que debía ser la idea más estúpida de la historia después de elegir a Trump como presidente.

–  ¿Qué vas a hacer qué? – preguntó con incredulidad la diosa.

–  Voy a retomar mi liderazgo sobre los mortales. Va siendo hora, hija mía. ¡Mírales! No hacen más que cometer error tras error. Necesitan que alguien les guie.

–  Y ese alguien vas a ser tu… – estaba claro que cuando repartieron sabiduría se la dieron solo a ella, porque lo que era a su padre…

–  ¡Por supuesto!

–  Padre… ellos no necesitan tu liderazgo. Necesitan espabilar y dejar de hacer el imbécil, eso sin duda, pero no tú metiéndote en medio.

–  Uhm… – un trueno resonó sobre ellos, haciendo que los cristales de la habitación retumbaran.

Atenea resopló. ¡Por supuesto que su padre se iba a enfadar y no entender que no podía interferir de nuevo en la vida de los humanos! ¡Siempre tan egoísta!

–  ¿Y podrías dejar de crear tormentas? Los humanos se están quedando sin nombres para tanto temporal.

–  ¡Me aburro!

¿Veis? ¡Egoísmo puro y duro!

–  ¿Por qué no sales y les visitas, si tanto les echas de menos? Pasar una temporada lejos de aquí te haría bien. – intentó razonar.

–  No, no puedo. Si salgo no tendré poderes.

Lo cual era cierto. Lo único que les quedaba ya de sus poderes era su inmortalidad y poco más. Dentro del Olimpo todo seguía igual que siglos antes. Pero si lo abandonaban… sin poderes, sin fuerza sobrehumana…

Ares aún mantenía su poder para influir (mal) en las personas y Hades el de llevar las almas a su sitio correspondiente en el Tártaro porque eso era imprescindible.

Los demás seguían siendo más fuertes y sanos que el mortal medio pero eso era todo.

Y la inmortalidad no estaba comprobada. Obviamente, ninguno quería hacer la prueba.

–  No va a pasarte nada. – mintió. Su padre la fulminó con la mirada.

–  ¿Y si choco con uno de esos automóviles? ¡No sabemos si seguimos siendo inmortales, querida! ¡Podría morir!

–  No tengo tanta suerte… – masculló por lo bajo.

–  ¡No, lo mejor es volver a lo que éramos antes! ¿Dónde crees que es mejor empezar? ¿Grecia? ¿O Estados Unidos? Peor que el presidente actual no lo voy a hacer…

Atenea suspiró, preocupada. No podía dejar que su padre volviera a las andadas. No iba a funcionar, para empezar. Los mortales ya no creían en nada, solo en la tecnología y poco más. Y mucho menos iban a creer en ellos.

No. Si su padre intentaba algo lo único que conseguiría era confundir a los mortales y exponerlos a ellos. Y no necesitaba semejante drama en su vida en ese instante.

–  Lo siento, padre. Pero no puedo permitir que hagas ninguna estupidez.

Con un chasquido de dedos por parte de la diosa, Zeus desapareció de la sala. Ella sabía perfectamente a dónde lo había enviado.

A Brooklyn, cerca del bar de Dioniso, para ser más exactos. Estaba segura de que su hermano podría vigilar que Zeus no hiciera ninguna estupidez. Pero, por si las moscas, envió un mensaje de aviso a su hermano y preparó un lugar donde su padre podría quedarse y todo lo que pudiera necesitar.

Una cosa era mandarlo de paseo para evitar una tragedia griega y otra muy distinta, dejarle en la calle como a un indigente.

Seguía siendo su padre.

–  Lo que tiene que hacer una para mantener las apariencias…


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