Podcast: Robert Johnson, los pactos y los sabuesos del infierno

Podcast: Mi aventura de escribir. Robert Johnson, pactos y sabuesos del infierno.

 

Mi fascinación por lo sobrenatural me llevó a descubrir la leyenda del cantante de blues maldito, Robert Johnson.

Robert apareció un día de la nada, tocando como si estuviera poseído, grabó 29 temas (algunos dos veces) y murió en extrañas circunstancias, añadiendo más chicha a su ya oscura leyenda.

Según cuenta su leyenda, Robert no era muy buen músico. Se defendía, pero ya. Por lo que decidió marcharse y nadie supo nada más de él hasta un año y medio después, que regresó tocando como los ángeles.

Sin embargo, no fue cosa de los ángeles, precisamente. Según la leyenda, Robert viajaría al sur y encontraría una manera de pactar con un demonio para conseguir el talento musical que deseaba.

Después de su vuelta, compuso y grabó varios temas musicales que quedaron para la historia, convirtiéndose en un referente para muchísimos músicos actuales, como Eric Clapton, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Queen y muchos más.

Johnson fue incluido en el Salón de la fama del Rock and Roll y ocupó el puesto 71 de la lista de los 100 guitarristas más grandes de todos los tiempos.

Pero lo importante y pintoresco de Johnson fue su corta carrera y su misteriosa muerte. Y su discografía. Cross Road Blues, Last Fair deal gone down, Preachin Blues (up jumped the devil), If I had possession over judgment day, Hell hound on my trail son algunas de las peculiares canciones del músico.

Muchas de ellas inspiradas en el tema sobrenatural, demonios y pactos con ellos. También hablaba de los hellhounds o sabuesos del infierno, los encargados de recoger las almas de quienes habían pactado con un demonio.

Murió a los 27 años. La falta de datos no deja claro cómo lo hizo. Unos dicen que envenenado, otros que de neumonía o sífilis o asesinado con un arma de fuego. Lo único seguro fue que murió en Mississippi en el año 38 y no hubo autopsia.

Según se cuenta, mientras agonizaba, deliraba sobre perros demoniacos que le perseguían para devorarle.

Una nueva referencia a los hellhounds.

Los pactos con demonios se debían hacer en un cruce de caminos. Preferiblemente en uno donde creciera milenrama y enterrar en su centro una caja con tierra de cementerio, un hueso de gato negro, una foto tuya y algunas hierbas especiales para la ocasión.

Una vez convocado el demonio había que ser muy preciso con lo que se iba a pedir, ya que estos tendían a retorcer las palabras para salir ganando. Así que si pedías pintar, debías asegurarte de pedir también fama y dinero en el lote o pintarías como Da Vinci y te morirías de hambre.

Y no creas que duraría para siempre, no. Los demonios quieren cobrar y rápido, así que te dan un límite de tiempo a cambio del trato. Tu alma por tu deseo y solo podía durar diez años. Una vez se acabará el tiempo, el demonio enviaría a sus sabuesos para cobrarse su deuda. Con intereses.

Y no, no hay manera de salirse de un trato así. Si de algo saben los demonios es de letra pequeña. Y de trampas.

Los hellhounds en si son unas criaturas fascinantes. Unos monstruos del tamaño de una vaca pequeña, con una boca llena de colmillos, ojos rojos a los que solo les interesa lo que ordene su amo. Unas criaturas horribles, brutales que despedazaran a su presa y se llevaran su alma agonizante al infierno.

Una de las cosas que más me gusta de Supernatural y que más gracia me hacían era su visión del infierno. A ver, seguía siendo el infierno, un lugar donde las almas iban a sufrir y poco más. Pero la visión de su organización y su jerarquía, en modo oficina era descacharrante. Las largas colas de penitentes que recordaban a las de las oficinas del paro, los contratos eternos llenos de letra pequeña, los demonios que sonaban a vendedores estafadores de coches, el rey del infierno que lo llevaba todo como si fuera un CEO de multinacional, quejándose de que el número de almas condenadas estaba bajando… Simplemente, maravilloso.

Claro que el cielo no se diferenciaba mucho.

Pero volviendo al otro tema… por eso me encanta sacar estas cosas en mis novelas.

¿Sabes que tenemos un demonio en Jack T.R.? ¿Y un hellhound en El juego de Schrödinger?

Pues si no lo sabías, ya estás tardando en leerlas y enterarte. Por cierto, que Jack T.R. ahora la tienes completamente gratis en Wattpad y en Me gusta escribir.

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Relato: Astrid y Zeus se conocen

Relato: Astrid y Zeus se conocen.

relato

(No tengo mucho que contar últimamente, así que te dejo un relato. Este estaría situado despues de los relatos Dioses y Demonios y Luna llena en Memphis, con los personajes de Dagas de venganza.)

– ¡Maldita sea!

Astrid se llevó una mano a la cara, donde notó algo húmedo y viscoso.

Sangre.

Solo eran las doce de la mañana y ya se había tropezado tres veces y hecho sangre una. Genial.

No iba a acostumbrarse jamás a la ceguera. Se mataría contra un mueble antes.

– ¿Estás bien? ¡Ouch! ¡Menuda brecha!

El bueno de Alec se había quedado a su lado, esperando, como todos, que esa ceguera fuera temporal. Y, en teoría, debía serlo.

Pero los días pasaban y no mejoraba. Tampoco empeoraba, todo había que decirlo.

No había ningún cambio.

Al pasar la primera semana empezó a impacientarse. A la segunda, se desesperó.

Estaban en la tercera y ya solo sentía miedo.

Miedo de que esa oscuridad en la que se había visto obligada a vivir fuera para siempre.

Alec le ayudó a levantarse y la guio hacia el baño, donde empezó a limpiarle la sangre con una toalla mojada.

Cuando, durante su enfrentamiento contra Bauman este le roció con algo en los ojos que la dejó ciega. Los médicos de la Comunidad dictaminaron que sería temporal pero no consiguieron averiguar que fue lo que el asesino usó contra ella.

Tres semanas después, seguía igual.

– Debes tener más cuidado. – la reprendió Alec, mientras curaba la herida. Astrid podía oler el desinfectante. Y sentirlo.

– Estoy harta. – suspiró.

– Lo sé. Pero pronto recuperarás tu vista y todo volverá a la normalidad.

– ¿Y si no? – Alec le dedicó una mirada de confusión. – ¿Y si esto es permanente?

– Los médicos han dicho que será temporal. Debes tener paciencia.

– Deberías volver y esconderte. Así no puedo protegerte. – el chico bufó, molesto.

– No estoy contigo para que me protejas. – y añadió. – Puedo protegerme bien solo.

Astrid iba a replicar algo pero se arrepintió. ¿Qué iba a decirle? Lo normal sería mandarlo a casa, pero Alec no podía volver a su casa. La Orden le tenía en su lista negra. En cuanto se alejará de ella, acabarían con él.

Pero cuando La Orden se enterará de que estaba ciega e indefensa, los matarían a los dos. La única razón por la que aún no lo habían hecho era porque nadie sabía nada.

¿Qué iban a hacer cuando lo averiguaran?

A lo mejor debería poner rumbo a Destruction Bay y descansar allí una temporada, escondidos. Ahí Alec estaría seguro.

Alguien tocó a la puerta y Alec se alejo para atender. Seguramente sería Ambar, que no había querido regresar a su casa para no dejarles indefensos mientras Astrid siguiera ciega.

Pero no fue la presencia de Ambar la que sintió cuando Alec regresó, inusitadamente silencioso.

– Alec, ¿Quién era?

– ¡Wow! Me lo dijeron y no podía creerlo. ¡Una gorgona viva! – Astrid se tensó ante la masculina y desconocida voz.

¿Quién era ese tipo? ¿Le había hecho daño a Alec? Sacó rápidamente la pistola que escondía en su bota y apuntó a la dirección en la que había escuchado al hombre hablar, el cual rio divertido al ver el arma.

– ¿Alec?

– Estoy aquí y estoy bien. No es un enemigo. – eso la calmó un poco. Pero bien poco.

– Eso ya lo decidiré yo. – gruñó ella, haciendo reír al desconocido una vez más.

– Soy Zeus.

– Es un enemigo. – sentenció. Ella no pudo verlo, pero Alec rodó los ojos y se cruzó de brazos.

– ¡Astrid!

– ¡Es un dios! ¡Claro que es un enemigo! – Alec resopló.

– ¡Venga ya! No es un dios. Solo un tío que se llama como uno. ¿Verdad?

– Siempre me ha encantado la incredulidad humana. Les hace adorables. – rio el tal Zeus, ganándose una mirada sorprendida de Alec. ¿De verdad era un dios?

– Irritantes, mas bien. ¿A qué has venido?

– Pues por increíble que te parezca, estoy aquí por casualidad. Venía siguiendo una pista y he escuchado hablar de lo que te ha ocurrido. Así que decidí haceros una visita.

– ¿Por qué?

– Porque tenemos un enemigo común, gorgona. La Orden.

Alec observaba curioso el intercambio. El tío había aparecido acompañado de Ambar, la cual se marchó inmediatamente. Pero la loba aseguró a Alec de que ese hombre podía ayudar a su amiga a curarse. Ahora Astrid había declarado que era un dios. El dios Zeus nada menos. No podía ser verdad… ¿o sí?

El tal Zeus cogió una silla y se sentó frente a la gorgona, que seguía con su pistola en la mano aunque la tenía apuntando al suelo.

– Verás, te hare un resumen rapidito. No contamos con demasiado tiempo. Hace unos meses, mis hijos decidieron que no debía seguir en el Olimpo y me bajaron aquí con mis poderes reducidos para que dejara de molestar. En ese tiempo me hice amigo de un chico adorable que trabajaba en el mismo sitio en el que me estaba quedando.

Astrid pareció relajarse un poco. Al menos empezaba a considerar que ese dios no iba a ser una amenaza para ellos. Venía a pedir algo, eso lo tenía claro.

– ¡Como no! – rio, ganándose una mueca del otro. Alec recordó entonces lo poco que estudió de mitología griega en el instituto. Casi nada, de hecho. Pero si recordaba que el dios griego Zeus era un promiscuo de mucho cuidado.

– No era así. ¿Vale? Finn es distinto. Es especial.

– ¿No has dicho eso de cada amante que has tenido?

– Finn es parte de una familia usada como recipiente físico de un demonio legendario.

– ¡Oh, pobre chico! ¡Menuda herencia!

– La cuestión es que hace un mes o así, Finn fue secuestrado por La Orden. He seguido su pista por medio país hasta aquí. Un tal Bauman lo tenía.

– Mierda…

– Sé que lo has matado. Necesito vuestra ayuda para encontrarlo. Aun puede seguir en la ciudad, escondido en algún sitio.

Astrid suspiró, cansada. Bauman seguía dándole problemas incluso desde la tumba.

– Localizamos un par de naves en el puerto, donde tenían alguna clase de base o almacén. No estamos seguros, no llegamos a entrar. Puede que aun sigan ahí. Hace ya semanas desde que Bauman murió y, probablemente, hayan movilizado todo.

– Ya es algo más de lo que tenía. Gracias.

– Siento no poder ayudar más. Espero que encuentres a tu demonio.

Zeus se levantó, acercándose a Astrid y colocando una mano cerca de su rostro, sin llegar a tocarla. De su mano salió una luz dorada y calidad que le hizo dar un respingo para apartarse, pero el dios la inmovilizó, sujetándola del brazo.

Cuando terminó, menos de un minuto después, Astrid parpadeaba sorprendida, sus ojos volviendo a su color habitual. Hasta ese momento, habían permanecido de un color grisáceo.

– ¿Qué demonios? – Alec se acercó, entre sorprendido y preocupado.

– ¿Astrid?

– Puedo ver. – declaró la gorgona, sorprendiendo a su amigo. – ¿Por qué me has curado?

– Básicamente, ya estaban casi curados. – Zeus se encogió de hombros. – Solo he acelerado el proceso.

– Gracias…

– No me las des. Ha sido por un motivo completamente egoísta. Si La Orden sigue en ese almacén, necesitaré ayuda para entrar y buscar a Finn.

– Cuenta con ello.


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Ruta 666: Autopista al Infierno

Ruta 666: autopista al Infierno.

ruta

La infame ruta 666 situada en Estados Unidos, atravesaba Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México.

Ahora conocida como ruta 491 ya que la gente empezó a considerarla maldita y robar las señales para coleccionarlas, la antigua ruta 666 acaparó un montón de leyendas urbanas casi todas ambientadas en lo demoniaco.

Con semejante número no podía ser de otra manera.

Entre las más conocidas son las que hablan sobre los hell hounds o sabuesos del Infierno, que recorren la ruta persiguiendo a conductores solitarios en las noches para llevarse sus almas al Infierno.

También las que hablan sobre los perros negros, esas criaturas sobrenaturales que son premoniciones de muerte inminente.

Zombis, familias caníbales, misteriosos accidentes y averías en mitad de ninguna parte son otras de las supersticiones favoritas del lugar. Las autoridades explican el alto número de accidentes y averías al trazado de la carretera, mayoritariamente en rectas, y al paisaje monótono que aburre y hace perder la concentración del conductor y al mal estado de la carretera.

A causa de las numerosas leyendas y robos de señales, las autoridades decidieron cambiar el nombre en 2003, pasando a llamarse ruta 491.

Aunque eso no ha evitado que sigan existiendo leyendas sobre ella, convirtiéndola en uno de los lugares de parada obligatoria y culto para los amantes de lo paranormal.

La ultima de esas leyendas es la del Sedan de Satanás, un coche negro que aparece al anochecer y acosa a los conductores hasta hacerles salir de la carretera, provocando accidentes. Para los pocos que han conseguido salir y cederle el paso sin problemas, han comentado que el conductor no tenia rostro y que el coche desaparecía al poco de adelantar.

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Sobrenatural: de las leyendas urbanas al Apocalipsis.

Sobrenatural: de las leyendas urbanas al Apocalipsis.

sobrenatural

Hace un mes y pico los protagonistas de la serie de la CW, Supernatural (Sobrenatural en España), anunciaron que la serie acabaría finalmente en la temporada 15, el año próximo.

Quince años de episodios, tramas, giros inesperados, muertes desoladoras, risas escandalosas de madrugada y piel de gallina cada vez que oíamos la canción Carry on my wayward son, de Kansas y la frase The road so far…

Han sido años de encariñarse tanto con los personajes que dolía verlos sufrir o morir, porque ahí muere hasta el apuntador.

Lejos queda ya el miedo en la tercera temporada cuando la huelga de guionistas puso en peligro la continuidad de la serie y su director decidió hacer lo que nunca pensamos que haría.

Matar a uno de los protagonistas.

¡Oh, como le odiamos hasta pudimos ver el adelanto de la cuarta temporada en la Comic Con de San Diego!

Si estás leyendo esto y preguntándote de que hablo, es simple.

Sobrenatural es una serie de fantasía y horror (y comedia y drama y misterio y thriller…) que empezó a emitirse en el año 2005 y cuenta la historia de Dean y Sam Winchester, dos hermanos que se dedican a cazar lo sobrenatural mientras buscan a su padre.

Esa es la trama de la primera temporada. Las cosas cambian después de eso y pasamos de enfrentarnos a leyendas urbanas a pelear contra demonios e impedir el apocalipsis… hasta tres veces.

Y luego vienen los ángeles y dios y la hermana de dios y la nada y muerte y…

Mil millones de cosas más.

Su creador, Erik Kripke planeó la idea para cinco temporadas. Y, de hecho, el se retiró del proyecto después de esa quinta temporada, dejándolo en manos de aquellos guionistas y directores que habían trabajado con él durante ese tiempo.

Hemos tenido de todo. Desde episodios épicos, dramáticos hasta decir basta, de puro terror, absolutamente absurdos y varios de completo awwww.

Mis favoritos siempre van a ser los absurdos, como cuando visitaron la dimensión de la tele, una ciudad maldita por una moneda que concedía deseos retorciéndolos o cuando se unieron a los Ghostfacers.

Son muchos años para ponerse al día ahora, pero si tienes la ocasión, hazlo. No te vas a aburrir con ella.

Además, la música que vas a escuchar es la mejor.

Un añito más y le tendré que decir adiós a Dean y Sam y al Impala y a Cas y a Bobby.

Tendré que decirle adios a quince años de mi vida, de viajes a convenciones, de conocer en persona a los actores y disfrutarlos mucho, de amigas que han ido y venido y quedado o marchado pero con las que he hecho mil chorradas por esta serie.

Te echaré de menos, Sobrenatural.

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Crossroad’s deals: Pactos con el diablo.

Crossroad’s deals: Pactos con el diablo.

pactos

Hace siglos te contaba sobre los hellhounds o sabuesos del Infierno y su relación con Robert Johnson, cantante de blues cuya leyenda urbana cuenta que hizo un pacto con el diablo para tocar tan bien.

Obviamente, eso está muy en duda pero fue ahí y con esa leyenda que los pactos con el diablo se convirtieron en parte de las leyendas urbanas.

Los pactos solían realizarse en un cruce de caminos. Era necesario que fuera en un cruce donde creciera milenrama y había que enterrar una caja con tierra de cementerio, un hueso de gato negro, una foto tuya y algunas hierbas especiales.

Eso solo para convocar al demonio. Una vez apareciera, tu debías pedirle lo que desearas. Pero había que ser muy específico. El demonio, como buen vendedor y estafador que es, siempre va a buscarte la pega y la trampa.

Si, por ejemplo, pides ser un gran pintor, acuérdate de pedir fama también o harás unos cuadros estupendos y no venderás un pimiento…

Y, recuerda también, que eso no es gratis. Todo tiene un precio y, en este caso, el precio será tu alma. Ese demonio te dará lo que quieras, pero por un tiempo limitado y a costa de tu alma inmortal.

No, no va a esperar que mueras de viejo. Te dará cinco o diez años y luego… luego mandará a sus sabuesos a cobrar lo que le debes.

Sinceramente, nunca entendí a los que piden dinero o fama o talento por solo un puñado de años. Si comprendo a los que piden algo como recuperar a un familiar o salvarlo de una enfermedad mortal o algo por el estilo, pero… ¿talento que solo te dure diez años y luego te maten terriblemente?

No creo que algo así valga tanto la pena. Pero supongo que será cuestión de prioridades.

¿Y tú que piensas? ¿Venderías tu alma por hacer algo espectacular y la fama?

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Jack T.R. Capítulo 8.

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Capítulo 8

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― ¡Detective!

 

Aidan se quedó asombrado al ver como el policía entraba corriendo a su tienda y cerraba la puerta con fuerza, apoyándose en ella, jadeando. Estaba sudando, despeinado y mirando nervioso a su alrededor como si esperara un ataque en cualquier momento.

 

Era una suerte que no tuviera clientes en ese momento.

 

― ¿Qué ha ocurrido?

 

Charles no respondió. Había llegado allí corriendo. A mitad de camino pensó que ese monstruo le podía seguir y dio un rodeo a toda velocidad por los callejones. Se dirigió directamente al mostrador, buscando la botella de whisky que Aidan escondía debajo y se sirvió un vaso hasta arriba, que bebió de un solo trago. No fue suficiente para calmar sus nervios.

 

Al verle servirse otro vaso más, el librero se acercó y se lo quitó de las manos antes de que pudiera bebérselo, haciendo caso omiso a la mirada hosca del otro hombre.

 

― ¿Qué ha pasado?

 

― Lo he visto.

 

― ¿A Jack? ¿Te ha atacado? ¿Te ha herido? — le preguntó, alarmado, mirándole detenidamente, buscando cualquier indicio de heridas en el policía.

 

― Lo intentó. Me abordó en mitad de la calle… hablamos… desapareció en la nada…

 

El chico suspiró aliviado al oírle. Al menos no le había hecho daño.

 

― No me entiendas mal, me alegro de que estés bien y a salvo, pero… ¿para qué has venido?

 

― Después de que se fuera, encontré la petaca. Pensé que nadie más podría creer esto salvo vosotros. ― Aidan rio, vaciando el contenido del vaso en la maceta que tenía junto al mostrador y guardando la botella en su lugar. — No puedo resolver este caso y deshacerme de ese demonio sin ayuda.

 

― Me alegro de que la guardaras aunque me sorprende. — repuso el chico, poniendo el cartel de cerrado en la puerta y echando la llave. ― Creo que sería buena idea pedir algo para comer. No sé tú, pero yo a estas horas estoy hambriento.

 

El detective le observó descolgar el teléfono y pulsar la marcación rápida, revolviendo entre los papeles sobre el mostrador hasta encontrar el que buscaba. Un menú del restaurante China Express.

 

― ¿Comer? ¿En serio? ¡Son las nueve de la mañana!

 

― Si, comer. Tengo unos horarios muy raros para la comida. ¿Chino está bien para ti? Este sitio me sirve a cualquier hora. Ya les tengo acostumbrados a pedidos raros.

 

Veinte minutos más tarde estaban los dos comiendo, sentados en el mostrador. Casi no habían vuelto a hablar desde que llegara el repartidor con el pedido y, aunque no era un silencio incómodo, Charles seguía necesitando respuestas. Había regresado a la librería porque era el único sitio donde podría encontrar una manera de detener a ese monstruo.

 

― Por cierto… ― Aidan parecía levemente molesto, sin querer mirarle a los ojos y moviendo la comida, sin probarla. — Sé lo de tus sueños.

 

― ¿Perdón?

 

― Tienes sueños premonitorios, ¿verdad? Has estado viendo lo que hacía ese asesino todo el tiempo.

 

Charles tragó con dificultad el trozo de cerdo agridulce que se había pedido y lo miró con los ojos como platos.

 

¿Cómo podía saber eso?

 

― No te asustes. Ya te lo dije. Soy médium y empático. Cuando te fuiste… estuviste bebiendo, tocaste el vaso… al recogerlo me vino una visión. Lo siento. ― se apresuró a disculparse al ver la expresión de horror del policía. ― No lo hago a propósito. Vienen cuando menos me lo espero y no puedo controlarlas.

 

― Yo no… Nunca he hablado de eso con nadie.

 

― No debe ser fácil, lo sé. ¿Cómo lo explicas? — Aidan le miró, comprensivo. ― Yo solo tengo esas visiones a veces y son un dolor de cabeza. ¿Soñar con eso? ¡Buff! ¡Debe ser horrible!

 

El detective carraspeó.

 

Horrible era una palabra que se quedaba corta para definir lo que sufría con sus sueños, pero se acercaba bastante.

 

Decidió cambiar la conversación. No se sentía cómodo hablando de su don. Era algo demasiado íntimo.

 

― ¿Cómo sabes tanto de estas cosas siendo solo un librero? Y no me digas que leyendo.

 

El chico no pudo evitar reírse, a pesar de todo. Masticó el trozo de pato a la pekinesa que estaba comiendo, aprovechando para pensar qué podía decir o no al policía.

 

No era nada sencillo. Él guardaba muchos secretos que no le pertenecían.

 

― Pues aunque no te lo creas, si, la mayoría lo aprendí leyendo. Pero también de mis… «clientes», por así decirlo. Tengo una clientela algo especial.

 

― ¿Cómo el tipo de la sección de poesía? ¿El que te acompañó la última vez que nos vimos?

 

― Por ejemplo. Hace unos años, poco después de hacerme cargo de la librería y todo lo que conlleva, conocí a un miembro de La Orden.

 

― La has mencionado antes.

 

― Fue antes de que me pusieran en su lista negra, claro. Se dedican a tratar con cosas sobrenaturales. — Aidan hizo una pausa, mirando su plato y moviendo con los palillos la comida. — Son un poco radicales con sus métodos, eso sí.

 

― Vamos, que si algo como nuestro amigo Jack se sale del tiesto, ellos lo… ¿matan?

 

― En el caso de nuestro amigo Jack, no se podría. No creo que haya manera de matar a un demonio, pero sí de devolverlo a donde pertenece.

 

― El Infierno. — Charles puso los ojos en blanco al ver al chico asentir.

 

― Exactamente. Esta persona que conocí me encargó varios libros especiales y… yo soy muy curioso.

 

― Los leíste todos.

 

― ¡Por supuesto! ― exclamó Aidan. ― No todos los días se tiene la oportunidad de tener semejantes ejemplares al alcance de la mano. Y tomé notas. Nunca se sabe. Ya tenía a un fantasma en casa, ¿quién me aseguraba que no podía colárseme un demonio o algo peor? Necesitaba proteger la tienda.

 

― De repente, no me siento muy querido.

 

Julian apareció frente a ellos, haciendo un mohín y cruzado de brazos. Charles sonrió a su pesar al ver como Aidan se atragantaba con su comida mientras el otro golpeaba el suelo con el zapato.

 

― Sabes que no me refería a eso.

 

― Claro, claro… Bien, ¿qué me he perdido?

 

El fantasma estaba más corpóreo que cuando se fue. O eso le pareció al policía. Podía ver con más nitidez sus rasgos, que mostraban una vida al aire libre y bajo el sol, dado lo tostado de su piel y las arrugas de expresión. Le hacían parecer más mayor de lo que debió ser.

 

― Bueno, ¿y cómo mandamos a Jack al infierno?

 

― Eso no es tan simple, detective. Si la suposición de Aidan es verdadera y ese diario habla de nuestro amigo, no va a ser nada fácil. — el policía dejó los tallarines en el aire, mirándolos confundido.

 

― ¿Diario?

 

― El que mencioné el otro día. — explicó Aidan, dando un bocado a su pato a la pekinesa, gimiendo ligeramente al saborearlo. En ningún sitio lo hacían tan bien como en el China Express de su calle. — Perteneció a un miembro de La Orden. Al parecer lo localizó en Londres y le envió al Infierno.

 

― ¿Y cómo lo hizo?

 

― Usó un exorcismo especial, aunque no dejó constancia de cual.

 

― Y no tenemos a quien consultar cuál pudo ser, porque La Orden es muy quisquillosa con lo de compartir sus secretos. — gruñó Julian, mirándolos comer con envidia. Eso olía tan bien… y él sin poder comer. ¡Cómo echaba de menos la comida! ― Tendrás que revisar la reserva secreta. — añadió mirando hacia el librero. Este asintió, dando otro bocado.

 

― ¿Reserva secreta?

 

― A pesar de que La Orden no se fie un pelo de mí, siempre tengo material por si lo necesitan. Pero siguen sin querer venir a mi tienda.

 

― Sigues haciendo tratos con todo lo que matan y estoy seguro de que saben que te copiaste esos libros — rio el fantasma. — No te puede extrañar que no se fíen demasiado de ti.

 

― No con todo. — se defendió débilmente el chico, comiéndose el ultimo trozo de pato.

 

― Vampiros, lobos, el ogro de la semana pasada… ― enumeró con sorna. ― ¿Qué más quieres?

 

― Que piensen un poco antes de disparar, eso es lo que quiero. — suspiró el chico, levantándose y soltando el plato ya vacío en el mostrador. — No todo lo sobrenatural es malo, ¿sabes? Hay muchas criaturas conviviendo en paz y discretamente con los humanos.

 

Aidan se dirigió a la parte de atrás, seguido de cerca por los otros dos, hasta pararse frente a una estantería repleta de libros que estaba colocada al final de uno de los pasillos. Al tirar de «Guerra y paz», la estantería se movió, dejando la entrada clara a otra habitación, casi tan grande como la misma tienda.

 

― ¿Guerra y Paz? ¿En serio?

 

― ¿Qué? Es el único libro que sé que nunca me van a pedir. Los niños de ahora no leen algo tan largo.

 

Charles contempló asombrado la cantidad de objetos extraños y libros antiguos que atestaban la habitación. Había estanterías repletas, cajas, baúles, un par de espejos, vitrinas llenas de pequeños objetos como collares y relojes…

 

― ¡Espera, espera! ― los tres se pararon en seco bajo el umbral de la puerta. ― ¿Hay vampiros en la ciudad? — tanto Aidan como Julian rieron.

 

― ¡Pobre iluso! Estás hablando con un fantasma sobre como atrapar a un demonio y aun preguntas si hay vampiros.

 

― Deja de molestar al detective, Julian. ― regañó distraído el librero, buscando en una estantería particularmente llena. Casi daba la impresión de que iba a caerse del peso de los libros que tenía encima y todos parecían ser muy antiguos. ― No ayudas.

 

― Soy un fantasma. Mi trabajo es encantar cosas, no ayudar.

 

― Aún puedo quemar el guardapelo, tú sabes…

 

― Capullo.

 

― Ayuda y calla, anda. — el policía les observó, ligeramente divertido. Esos dos parecían un matrimonio discutiendo. Le recordaba a Henricksen y él cuando no tenían que trabajar en casos muy graves.

 

― ¿Siempre estáis así?

 

Aidan rio por lo bajo y siguió revisando libros sin responder mientras el detective se entretenía con el viejo diario que el chico había rescatado semanas antes y que acababa de entregarle.

 

― ¿Por qué hay gente que se dedica a esto? — preguntó Charles, buscando la página del diario que hablaba de Jack.

 

― ¿El qué? ¿Cazar estas cosas? — preguntó a su vez Julian, adivinando a que se refería. — No lo sé. Todos entran por una razón. Y no tiene nada que ver con el dinero, la fama ni nada de eso. — terminó, con tono amargo.

 

― Se refiere a que todos los que entran en la caza han tenido un encuentro nada agradable con algo sobrenatural. — el fantasma resopló.

 

― Me refiero a que todos los que hemos perdido a alguien por culpa de esas cosas tenemos una buena razón por la que entrar en esto. Y es por la única por la que se sigue. Tienen suerte de que muriera antes de poder cazarles.

 

― ¿A quién perdiste? — la mirada de Julian cambió de dura a triste en un segundo.

 

― Mi mujer. Hizo un pacto y vinieron a cobrárselo.

 

― Eso es… wow… lo siento. — murmuró sin saber que más decir. Sinceramente, no había entendido del todo lo que implicaban las palabras del fantasma, pero pensó que no sería buena idea preguntar más. Aidan pareció leerle el pensamiento porque dejó de buscar un segundo para aclararle la duda.

 

― Con lo de pacto se refiere a que negoció con un demonio. Su alma por lo que quisiera. Dependiendo del contrato que se firma, tienes un número determinado de años antes de que vengan a llevarte con ellos al Infierno.

 

El detective parpadeó un par de veces, sin palabras. Si lo que acababa de oír era cierto…

 

– ¡Un momento! Si existe el Infierno, ¿también el Cielo?

 

― No tengo ni idea. Nunca me he cruzado con alguien que lo haya visto. — ironizó el fantasma, cruzándose de brazos mientras observaba como Aidan pasaba a otra repisa para seguir buscando. — De ahí, si es que existe realmente, no se sale.

 

― ¿Y por qué quieres quedarte aquí? Si te vas, irías al Cielo, ¿no?

 

― Lo dudo.

 

― Si que iría.

 

Julian y Aidan intercambiaron una mirada y algo muy parecido a una discusión silenciosa que acabó con el librero resoplando y volviendo a su tarea de buscar. Ya había apartado tres viejos y enormes libros.

 

― Eso no lo sabes. También hice suficientes cosas malas como para no entrar.

 

― Eso sí que lo dudo mucho. — por el tono hastiado del librero, Charles supuso que esa discusión se había repetido varias veces.

 

― ¡Nah! De todas maneras, no quiero ir. Allí no hay nada que me interese ver.

 

― Y tu mujer…

 

― Mi mujer está quemándose en el Infierno. — contestó cortante el fantasma. ― Ella hizo un pacto. No hay salvación para quien vende voluntariamente su alma a un demonio. Y esos cabrones saben cómo cobrarse los intereses después.

 

― Lo siento.

 

― No lo hagas. Fue su decisión. — la voz del fantasma era tan amarga como la hiel y le hizo desviar la mirada hacia el diario. — Una decisión estúpida.

 

― ¿Por qué vendió su alma?

 

― Tuve una mala caída cuando llevaba el rebaño del prado a casa. Me rompí la espalda y el médico dijo que no sobreviviría. Al día siguiente de su visita, me recuperé. Inexplicablemente. — Julian se encogió de hombros, mirando hacia el detective. ― La gente pensaba que era un milagro. No lo fue.

 

― ¿Qué pasó?

 

― Lo que tenía que pasar. Con un pacto tienes un tiempo límite hasta que recojan el pago. Unos años después, Sarah salió de la casa y no volvió. La encontré cerca del rio, despedazada como si la hubiera atacado un animal grande. Pero las heridas no concordaban con nada que yo hubiera visto antes. Eran demasiado grandes para un lobo o un oso y no había huellas por ninguna parte.

 

Julian suspiró, visiblemente incomodo con la conversación. Compuso una sonrisa cansada antes de volver a hablar.

 

― Mirándolo por el lado positivo…

 

― ¿Tiene lado positivo? — Julian soltó una carcajada, que no sonó del todo forzada.

 

― Siendo un fantasma durante tantos años pude descubrir el misterio de la muerte de mi esposa. — se encogió de hombros de nuevo y volvió la mirada hacia Aidan, que le observaba con una sonrisa triste. — He podido ver como cambiaba el mundo, a veces para bien y, bueno… puedo molestar a este cuando me aburro, asustar clientes, poseer gente… aunque eso último te deja siempre para el arrastre. No compensa demasiado.

 

― Gracias. Me encanta ser una parte tan importante de tu no vida, Julian. — ironizó el librero, aguantando la risa.

 

― Suficiente charla por ahora. Tenemos que centrarnos en acabar con este demonio. Necesitamos localizarlo y retenerle el tiempo suficiente para exorcizarle y mandarle de vuelta al hoyo.

 

― ¿Y cómo vamos a hacer eso?

 

― Eso, detective, es una buena pregunta. Está claro que la tiene tomada contigo. Estoy bastante seguro de que volverá a intentar atacarte.

 

― Genial. — ironizó el policía.

 

― Hay que usar eso a nuestro favor.

 

― No me gusta la idea de que le usemos de cebo.

 

― A mí tampoco. — Charles se unió a la protesta de Aidan.

 

― Es lo que hay. A menos que tengáis una sugerencia mejor, claro.

 

Gordon Henricksen miraba preocupado su móvil sin decidirse a realizar la llamada.

 

No había visto a su compañero desde el día anterior y, cuando llegó a la cafetería, este no estaba por ninguna parte. Según la camarera ni siquiera había aparecido. Eso no encajaba con él. No solía desaparecer sin dejar ni rastro.

 

No sin avisar o dar un motivo. Y ya era la segunda vez esa semana que le hacía lo mismo.

 

Su compañero era muy predecible. Después de un caso donde estuvieron ambos amenazados de muerte por un asesino al que encarcelaron y que consiguió escapar, dándoles un susto considerable, acordaron que siempre estarían localizables.

 

Esa era una de las razones por la que le gustaba trabajar con él. Con Charles no había sorpresas ni avisos de última hora diciendo que estaba enfermo o excusas similares. Si no recordaba mal, no había faltado a trabajar ni un día desde que eran compañeros.

 

Así que, cuando se esfumó sin decir absolutamente nada, Gordon empezó a preocuparse. Y la cosa empeoró cuando regresó a comisaría desde la escena. Nadie lo había visto en todo el día.

 

A esas alturas ya empezaba a asustarse de veras.

 

Pero aún no veía una razón válida para llamarle. ¿Qué iba a decirle?

 

¿Perdona, pero como desapareciste sin decir nada me asusté?

 

Iba a parecer su madre o algo por el estilo. Otra vez. Y Charles se estaría burlando de él durante meses.

 

Gruñó una maldición y se guardó el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta. Más le valía estar bien y tener una muy buena excusa para preocuparle de esa manera o le patearía el culo en cuanto le encontrara.

 

Bostezó y entró al baño. Al verse en el reflejo del espejo casi se asustó por lo que vio. Llevaba noches sin dormir bien a causa de la niña, pero también había tenido un par de veces que no recordaba cuando se levantó a mirar a la niña ni cuando regresó a la cama. En esas ocasiones se despertaba desorientado y más agotado que cuando se fue a dormir.

 

Estaba claro que necesitaba unas vacaciones. El cansancio le afectaba más de lo que deseaba reconocer.

 

Tan distraído estaba que no vio el pequeño chispazo negro que salió de su móvil en el bolsillo.

 

La habitación empezó a oler raro, como a huevos podridos y se giró buscando el origen de la peste, pensando que alguien debía haber tirado algo de comer allí y se había podrido.

 

La pequeña chispa que había salido de su móvil se arremolinó frente a él, convirtiéndose en un haz de luz negra que impactó contra sus ojos. Era como una especie de energía extraña que entró en su cuerpo y se adueñó de él.

 

Sin poder hacer nada para evitarlo, una presencia hostil le empujó y arrinconó en su propia mente dejándole solo como un mero espectador.

 

Estaba recluido en su propio cerebro.

 

Con horror sintió sus manos moverse sin su permiso, cogiendo de nuevo el teléfono y abriéndolo para llamar. Se oyó a si mismo hablar, vio su propio reflejo en el espejo del baño, la sonrisa aterradora que sus labios dibujaron, sus ojos tornándose dorados.

 

Sorprendido e impotente, oyó su propia voz tendiendo una trampa a su compañero.

 

La presencia fue muy clara con sus intenciones y disfrutó de su terror cuando le informó.

 

Charles estaba tratando de terminar de leer el diario cuando su móvil sonó, interrumpiéndole a él y a los otros dos que seguían discutiendo sobre cosas que prefería no saber que eran. Llevaban por lo menos una hora echándose puyas el uno al otro sobre anécdotas del pasado que implicaban, en su mayoría, al fantasma metiendo en líos al otro por asustar a los clientes más jóvenes.

 

Contestó distraído, sin mirar el número del identificador de llamadas.

 

― Detective Andrews.

 

― Charles. ― reconoció la voz de su compañero enseguida, sintiéndose culpable por no haberle avisado de donde estaba. Era la primera vez en años que faltaba al trabajo.

 

Sin embargo había algo que no estaba bien y que le puso alerta. Su compañero normalmente solía llamarle Charlie o Andrews.

 

Nunca Charles.

 

― ¿Henricksen? ¿Ocurre algo?

 

― Nada importante, detective. Solo estoy aquí pasando el rato con su amigo. — el terror le congeló, sintiéndose temblar un poco. Ese tono… era el del asesino.

 

― ¡Déjale en paz! — tanto Aidan como Julian se acercaron raudos a él, con sendas miradas preocupadas.

 

― ¡Ah, ah, detective! — el muy bastardo rio. Una risa de loco que no casaba para nada con la voz del Henricksen que él conocía. ― Sea bueno o se lo devolveré en pedacitos, como hice con aquella chica. Un día el hígado, otro podría ser un brazo… incluso podría mandarle por piezas y mantenerle con vida. Sería como un rompecabezas.

 

― ¿Qué es lo que quieres?

 

― Eso me gusta más. Veo que su amigo tiene una familia adorable. Lamentaría mucho que sufrieran por su culpa, así que haga lo que le digo y todo irá bien.

 

Charles ahogó un gemido al pensar en ese monstruo cerca de la pequeña hija o de la esposa de su compañero.

 

― Está bien.

 

― Voy a darle una dirección y le quiero allí en menos de una hora o haré que su amigo destroce a mi siguiente víctima, la cual, por cierto, usted conoce muy bien. Y después le destriparé a él. Me gusta hacer honor a mi nombre.

 


 

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Jack T.R. Capítulo 7.

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Capítulo 7

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Charles llegó a comisaría casi cuatro horas después de haber dejado la escena del crimen, dos desde que se marchara corriendo de la librería.

 

Había elegido dar un largo rodeo desde la librería hasta allí. Necesitaba calmarse y pensar antes de regresar al trabajo, por lo que optó por dejar su coche un par de manzanas más lejos de lo que acostumbraba. Perdió la noción del tiempo mientras paseaba inmerso en sus pensamientos. Tanto que, al llegar, Henricksen se le echó encima, bastante molesto, como si hubiera estado desaparecido años en vez de unas horas.

 

― ¿Dónde estabas? ¡Llevo toda la mañana llamándote al móvil! — extrañado, revisó su teléfono para darse cuenta de que la batería estaba muerta, probablemente porque no había recordado cargarlo la noche anterior.

 

― Lo siento. No me he dado cuenta de que no tenía batería.

 

― ¿Estás bien? Tienes mal aspecto.

 

― Si… si… Solo preocupado por este caso, eso es todo. — se excusó, dirigiéndose hacia su escritorio y esquivándole. No tenía ganas de responder las preguntas que inevitablemente le haría. Su compañero le siguió, aun molesto.

 

― ¿Dónde has estado? Los patrulleros me dijeron que te fuiste de la escena hace horas.

 

― Fui a… dar un paseo para despejar la mente. ― Henricksen bufó, incrédulo.

 

― ¿Dar un paseo? ¿Tú?

 

― Si, ¿qué pasa? ― preguntó de vuelta a la defensiva.

 

― ¿Desde cuándo das tú paseos? ― Charles le dirigió una mirada cortante. ― ¿Sabes qué? ¡No importa! Pero la próxima, avisa, capullo. ¿Otra vez has estado durmiendo mal?

 

El detective hizo una mueca.

 

Eso era el eufemismo del año. Él caía rendido cuando el cansancio le vencía, pero no descansaba nada a causa de sus sueños. Necesitaba terminar con ese caso de una vez.

 

― Si… Insomnio otra vez. ― mintió. ― Va a acabar conmigo. Tú tampoco tienes pinta de estar durmiendo demasiado. — No se había fijado demasiado bien antes, pero su compañero tenía las ojeras más marcadas que hacía un par de días. Este le dio una sonrisa débil, encogiéndose de hombros.

 

― La niña nos tiene locos. Anoche tuvo un cólico. Por cierto, Morgan está con la autopsia de la última víctima. — añadió, volviendo a ponerse serio y cambiando de tema. ― Me dijo que quería hablar con nosotros lo antes posible.

 

Charles frunció el ceño, intrigado por el mensaje, encaminándose hacia la zona de autopsias sin decir una palabra. Si Morgan les estaba buscando, tenía que ser algo importante. No tardó en oír los pasos de Henricksen tras él.

 

Cogieron el ascensor para ir al sótano del edificio, donde se encontraban los dominios del forense. En esa misma planta también estaban el depósito de cadáveres, el de pruebas y la armería. El sótano ocupaba prácticamente toda la superficie del edificio, adecuadamente insonorizado y ventilado, por suerte para ellos.

 

Charles todavía recordaba el horrible hedor que despedían los cadáveres de la primera comisaria a la que fue destinado, después de graduarse en la academia. Aquel lugar era tan antiguo que el sistema de ventilación no funcionaba correctamente y, en verano, cuando ponían el aire acondicionado solía colarse el olor a descomposición de los cuerpos que estaban siendo analizados.

 

Fue muy feliz cuando le trasladaron a su comisaría actual, un año después.

 

El sonido del ascensor llegando a su destino le hizo regresar al presente. Pasaron las puertas de la armería y del depósito antes de detenerse frente a la sala de autopsias.

 

Morgan estaba ya cosiendo a la chica cuando llegaron.

 

― ¡Hombre, por fin aparecéis! He tenido que hacer la autopsia sin vosotros.

 

― Lo siento. Estaba ocupado con otras cosas. ¿Qué es lo que tienes para nosotros?

 

― Bien, la conclusión es que es nuestro hombre, como ya sospechabais. Las heridas son iguales que en las otras dos víctimas e infligidas por la misma clase de cuchillo. No falta ningún órgano pero varios están destrozados por las cuchilladas.

 

― Un chico entró en el aparcamiento cuando estaba con ella, por eso no pudo coger nada. Le jodió los planes. — Charles suspiró, cansado antes de proseguir. ― Si le interrumpieron, probablemente esté frustrado por ello, así que volverá a matar antes de lo que tenía pensado.

 

― Eso, por desgracia, es muy posible. La otra noticia que os tenía es que he encontrado una nota. — Morgan les dio una bolsita con un arrugado papel dentro. — La dejó en la boca de la chica.

 

Charles ignoró el estremecimiento que le recorrió al cogerla, temiendo que volviera a tener otra alucinación como le ocurrió con la primera, pero no pasó nada. Alisó como pudo el papel a través del plástico de la bolsa y lo leyó, sus cejas alzándose con cada palabra.

 

En esa ocasión el asesino había incluso dibujado una calavera y un cuchillo, muy similar al que habían encontrado en la escena del crimen y usado un bolígrafo rojo.

 

― «Querido Jefe: ¿le gustó el espectáculo? Pronto podrá ver más. J.T.R.» — Charles sintió como se le helaba la sangre al leer la nota. ¿Se refería a él? ― Este tío está completamente loco.

 

― ¿A quién demonios se supone que envía estas notas? — preguntó Henricksen, rascándose la cabeza. ― ¿Quién cree que es el jefe? ¿El capitán? ¿El alcalde?

 

― No tengo ni idea.

 

Lo ocurrido en la escena del crimen volvió a su mente haciéndole recordar algo en lo que no había pensado hasta ese momento. El asesino había mencionado que sabía que podía verle en sus sueños. Mientras duró el ataque y, más tarde, en la librería no le dio ninguna importancia, incluso lo olvidó con todo el lio, pero… ¿cómo sabía eso?

 

Nunca había mencionado sus sueños a nadie. Absolutamente a nadie. Pero entonces, ¿cómo lo sabía?

 

― Este caso me está dando migraña. — gruñó su compañero, cogiendo la nota. — Voy a llevar esto a los de la científica y a comprobar si han sacado alguna huella del cuchillo que encontraron. ¿Te veo luego? — Charles volvió a la realidad y miró su reloj. Eran poco más de las once de la mañana.

 

― Si… claro… voy a hacer algo de papeleo y a hablar con los de perfiles. Cuando vuelvas vamos a por un café.

 

― De acuerdo.

 

Henricksen asintió y se marchó, dejándoles solos. Él mismo se disponía a salir también cuando Morgan le agarró del brazo, deteniéndole.

 

― Oye, ¿te encuentras bien? — le preguntó, dándole una mirada preocupada. ― No tienes buen aspecto. — Charles negó suavemente con la cabeza, componiendo una sonrisa tranquilizadora.

 

― No es nada. No he dormido bien desde hace unos días.

 

― Si quieres te puedo recetar algo para eso.

 

― Nah… No soy muy fan de las pastillas. Intentaré reducir un poco el café y, si no funciona, volveré a que me recetes algo.

 

― ¡Estos jóvenes y sus remedios «new age»! ― se rio el doctor, haciéndole sonreír. — Está bien. Pero ya sabes. Si sigues con problemas para dormir, ven a verme.

 

― Lo haré, descuida.

 

El resto del día pasó como un borrón.

 

Visitó a los de perfiles, quienes no le dieron nada nuevo sobre el asesino, salvo que habían configurado un perfil geográfico del sujeto, que situaba los asesinatos cada vez más cerca de su comisaría. Eso, junto con las notas recibidas, dejaba claro que deseaba su implicación en la investigación.

 

¿La razón? Eso no lo podían saber con seguridad, pero tenían varias ideas.

 

Después tomó un almuerzo temprano con Henricksen en la cafetería cercana a la comisaria y pasó la tarde absorto con unos informes retrasados.

 

La noche llegó más rápido de lo que hubiera querido el policía.

 

Por desgracia, pensó mientras descongelaba una pizza barbacoa y la metía en el horno, no sacaron nada en claro del cuchillo ni la nota. Y, en esa ocasión, el asesino había usado un papel normal y anodino, nada de tickets que pudieran darle alguna pista y el cuchillo estaba limpio de huellas.

 

Se fue a dormir con la preocupación y el miedo de que volviera a matar esa noche. Como bien había comentado con Morgan antes, Jack fue interrumpido. Y eso no era una buena cosa.

 

Estaba seguro de que mataría pronto. El problema era saber cuándo y dónde. Por eso no quería dormir. Temía verle en sus sueños de nuevo.

 

Consiguió luchar contra el cansancio durante unas pocas horas pero acabó sucumbiendo.

 

Cuando volvió a ser consciente de sí mismo, ya no estaba en su cama, si no en un parque. Gimió interiormente al notar esa ya familiar sensación de estar donde no debía, de ver las cosas desde los ojos de otra persona, esas emociones y pensamientos que no le pertenecían.

 

Vio su reflejo en una escultura de metal y comprobó que era una muchacha. Guapa, castaña y con el cabello recogido en una trenza. Y, en esa ocasión, no estaba solo. Caminaba por un parque con su amiga, otra chica de su edad, morena, de pelo corto y peinado de punta. Tenía pecas y los ojos verdes y no dejaba de reír por algo que les había ocurrido en el bar donde estaban antes.

 

Oyó pasos tras ellas… Dios… ¡iba a empezar!

 

No dieron importancia a los pasos que oían a sus espaldas. Acababan de entrar en el parque y había gente por los alrededores. Parejas besándose, un par de tíos que parecían vender drogas… lo usual a esas horas. Miró por encima del hombro y vio a un hombre con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo que andaba encorvado ligeramente.

 

Solo otro tío que salía del bar y volvía a su casa. Nada más.

 

Siguió bromeando con Tina, su amiga, sobre aquel perdedor que intentó ligar con las dos al mismo tiempo y como habían conseguido que les invitara a todas las copas hasta que decidieron marcharse, dejándole plantado con una hermosa factura que pagar.

 

Fue de lo más divertido. ¡Los hombres eran todos tan fáciles de manejar!

 

Al llegar a la mitad del camino los pasos se oían más cercanos y rápidos y se alarmó un poco. Tina también miraba preocupada al tipo, sus bonitos ojos verdes brillando asustados.

 

Atemorizada, iba a sugerirle el salir corriendo de allí cuando los pasos dejaron de oírse.

 

Se giró para comprobar si el extraño hombre seguía ahí pero no le vio. Suspiró aliviada, sintiéndose tonta por asustarse por nada, y siguieron su camino. El tipo solo estaba volviendo a su casa, igual que ellas.

 

Ya estaban cerca de salir del parque y llegar a su calle. Solo unos metros más y estarían a salvo.

 

Y ahí fue donde todo se fue al demonio.

 

No tuvo tiempo ni de gritar cuando sintió a alguien sujetándola por la trenza y un afilado cuchillo cortándole la garganta. Cayó al suelo de rodillas en la nieve, llevándose las manos al cuello, viendo con horror como la sangre manchaba sus pantalones beige para acabar formando un charco en la nieve.

 

Entonces oyó a su amiga chillar de dolor.

 

Fue el sonido más espantoso que había oído jamás. Le erizó todos los vellos del cuerpo. Incluso inmersa en su propio dolor y miedo, alzó los ojos y miró… y deseó no haberlo hecho.

 

Ese animal… no había otra palabra para describirlo… estaba arrodillado en el suelo, sobre el cuerpo tumbado de Tina, acuchillándola repetidamente. Veía su brazo subir y bajar rápidamente, la brillante hoja resplandeciendo bajo la luz de las farolas. Su pobre Tina daba pequeños gemidos, incapaz ya de gritar su agonía, y se estremecía con cada cuchillada hasta que dejó de moverse del todo.

 

Él se levantó y se giró hacia ella. El terror la hizo reaccionar y, a pesar de que seguía sangrando y estaba mareada, se incorporó y trató de huir.

 

Solo consiguió correr unos pocos metros antes de que él se lanzara sobre ella y la hiciera caer, aplastándola contra el suelo momentáneamente. La libró de su peso y tiró bruscamente de su brazo, haciéndola girar para quedar frente a frente. La sangre de su herida la ahogó cuando intentó gritar al ver los dorados y brillantes ojos mirándola con desprecio.

 

― ¡Hola, detective! Espero que esté disfrutando de esto tanto como yo. — le oyó decir antes de levantar el cuchillo y hundirlo en su estómago.

 

Charles despertó, sobresaltado y sintiendo el corazón en la garganta. Corrió, tropezando con las sabanas y llegó al baño justo a tiempo para vomitar la pizza que había cenado.

 

Lo había hecho… de nuevo lo había hecho… y esta vez sabía que estaba mirando.

 

Se dejó caer sentado junto a la taza del inodoro, incapaz de sacar fuerzas para levantarse de ahí, llevándose las manos a la cara.

 

¿Qué iba a hacer ahora?

 

Otras dos chicas habían sido asesinadas mientras él observaba impotente y ese monstruo le habló directamente, consciente de su presencia.

 

Hora y media después, su móvil empezó a sonar. Ese fue el lapso que estuvo sentado en el suelo, incapaz de moverse sin sentirse enfermo. Cuando por fin consiguió levantarse, tenía las piernas dormidas y casi se cayó al suelo de nuevo.

 

Llegó al parque Lorraine L. Dixon cuando daban las seis y media de la mañana.

 

Los cuerpos fueron encontrados por un grupo de chicos que regresaban del mismo bar donde estuvieron las víctimas. Uno de ellos aseguraba que les compró varias copas a ambas, pero que dejaron el local aproximadamente una hora antes que ellos. Ninguno fue capaz de decir si las vieron salir con alguien o no. Y dado el estado de embriaguez en el que se encontraban no resultaban una fuente muy fiable.

 

Daba igual. Él sabía que salieron solas y fueron atacadas en ese lugar, tras sufrir una emboscada de Jack.

 

― Detective, hemos encontrado algo.

 

Charles se acercó a los forenses. Uno de ellos sujetaba con sus manos enguantadas un papel. Sintió los vellos de la nuca erizarse al ver las siglas del asesino dibujadas con sangre en la nieve, junto a la chica.

 

― Estaba en la mano de esta. — comentó al dársela, señalando a la chica castaña. Aun no sabía su nombre. El policía se puso unos guantes que sacó de su bolsillo derecho del abrigo y lo cogió con cuidado. Estaba empapado en sangre pero era legible.

 

― ¿Tenemos identificación para las víctimas?

 

― Aun estamos buscando. Tenemos un bolso con identificación, pero no hemos encontrado el otro.

 

― Bien. — con miedo miró al papel. — «Querido Jefe: esto es en compensación por la que no pudo ser. Me he llevado un suvenir. Espero que no le importe. Lo compartiré pronto. J.T.R.»

 

― Este tío me está dando escalofríos. ― Charles no pudo más que estar de acuerdo con el forense.

 

― Si encontráis el otro bolso, avisadme. ¿Habéis visto alguno a Henricksen?

 

― No. No estaba aquí cuando llegamos.

 

Charles frunció el ceño, extrañado. Era la segunda vez que su compañero aparecía tarde al escenario de un crimen y eso no era habitual en él. Devolvió la bolsa de pruebas al otro policía y sacó su móvil, usando la marcación rápida para llamar a su compañero.

 

Este tardó tres tonos en contestarle y sonaba apurado.

 

― ¡Ey! ¿Dónde estás? Llevo media hora aquí esperándote.

 

― Lo siento, la niña tuvo cólicos otra vez esta noche. Nos ha tenido despiertos hasta la madrugada. Estoy en mi coche ahora mismo.

 

― Está bien. ¿Nos vemos en Brady’s? Hay uno cerca de la escena.

 

― ¡Genial! Tardaré como mucho media hora. ¡Ve pidiéndome mi cappuccino!

 

Charles guardó su móvil y se dirigió a la salida del parque, donde estaba la cafetería que le había mencionado a su compañero. Antes se aseguró de pedir a los forenses que le llamaran si encontraban algo más.

 

Paseó por la calle, viendo a la gente salir de sus casas para empezar el día, como si nada hubiera ocurrido. Ignorantes de que un monstruo había descuartizado a dos pobres chicas casi debajo de sus ventanas.

 

― Disculpe, ¿tiene hora? — se había detenido en el semáforo, esperando a que se pusiera en verde para poder cruzar la calle, cuando escuchó la pregunta. Sin mirar quien le hablaba, se levantó la manga de su abrigo y miró su reloj.

 

― Las siete y cuarto.

 

― ¿Qué le ha parecido mi regalo, detective? ¿Lo ha disfrutado?

 

Charles volvió la cabeza despacio, sintiendo como su corazón latía más deprisa a causa de la adrenalina y movió su mano instintivamente hacia la pistolera. A su lado, los ojos dorados del demonio le saludaron sonrientes. En esa ocasión tenía una apariencia diferente. No era el joven rubio de la otra vez, si no un hombre de poco pelo, entrado en los cincuenta y vestido con traje azul oscuro.

 

― ¡Tú!

 

― No, detective. — rio el asesino, al verle hacer el amago de sacar su pistola. ― No le recomiendo hacer eso. Este pobre contable no tuvo nada que ver con lo de anoche. No irá a matar a un inocente, ¿verdad? — El semáforo se puso en verde y la gente empezó a moverse, pasando entre ellos al cruzar la calle.

 

― ¿Qué es lo que quieres?

 

― ¿Qué queremos todos? — preguntó a su vez, haciendo un teatral gesto para abarcar a la gente que pasaba a su lado. ― Un poco de reconocimiento estaría bien. No habéis dejado que la prensa sepa de mí y eso duele. — Charles gruñó.

 

― No dejamos que la prensa sepa nada sobre bastardos como tú. No vamos a darte esa satisfacción, cabrón.

 

― Esa no era la respuesta correcta, detective. — el tono del asesino era de reprimenda, como si hablara con un niño pequeño.

 

― Me da exactamente igual lo que pienses.

 

― Lo veremos.

 

Una mujer especialmente gruesa pasó entre ellos, obstaculizándole la vista y cuando por fin consiguió esquivarla, el hombre no estaba en ninguna parte.

 

Charles se echó a temblar.

 

A pesar del frio que hacía a esas horas de la mañana, tenía la camisa empapada de sudor y su corazón amenazaba con salirse de su pecho a causa de la velocidad a la que estaba latiendo. Apoyó la mano sobre él, como si así pudiera conseguir que se calmara un poco y notó algo duro y metálico en el bolsillo de su chaqueta, bajo el abrigo. Extrañado, metió la mano y encontró la petaca de plata que le diera el librero antes de separarse.

 

Había olvidado por completo que la llevaba. La miró casi sin parpadear hasta que alguien chocó con él, haciéndole volver a la realidad.

 

Cuando empezó a andar, lo hizo en dirección opuesta a la cafetería.

 

 

 

 

Jack T.R.: Capítulo 4.

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Capítulo 4

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La noche no había ido mal del todo. Cerca de quinientos dólares después de cuatro bailes y aquel tipo tan borracho que ni siquiera notó como le robaba la cartera mientras movía las caderas sobre su regazo.

Los hombres eran tan fáciles de engañar…

Había sido una buena noche.

Si tenía suerte, tal vez podría esconderle algo de dinero a Ian, su camello. El cabrón siempre se lo quitaba todo. 

Debería mandarlo al diablo de una vez por todas. Aún tenía un moratón en el muslo derecho de una patada que le dio tres noches atrás. Cuando se colocaba, podía ser un agresivo hijo de puta. Pero era quien le conseguía trabajo y sus dosis diarias.

Si conseguía engatusarlo bien, podría colarle algo en su bebida y lo tendría fuera juego en cuestión de horas. Y mientras él durmiera, ella estaría visitando a escondidas a su hija y tratando que su madre aceptara el dinero para cuidarla.

Puede que su madre no estuviera muy feliz de cómo lo ganaba, pero lo necesitaba para criar a su pequeña.

Su preciosa Daisy. Siempre le asombraba como algo que surgió a causa de un error había resultado tan hermoso, tan perfecto… Su niña, que tenía los mismos bucles dorados y ojos azules que ella. Puede que su pequeña fuera fruto de un error, pero era el mejor que había cometido nunca. 

Se cruzó con un tipo en el parking, cuando iba a coger su coche, que le llamó un poco la atención. Su cabello era rubio oscuro o castaño rojizo, no demasiado alto, de complexión ancha. No consiguió distinguir bien el color de sus ojos, pero parecían claros. Por lo demás, bastante normal. Del tipo inofensivo. Sonrisa fácil, con encanto.

Sería sencillo de timar y no le vendría mal un poco más de pasta. Él no tardó mucho en aceptar su oferta. Ni regateó el precio. Le pidió trescientos y aceptó sin rechistar, el muy iluso, siguiéndola dócil como un corderito hasta el callejón.

Tal vez debería haberle pedido quinientos, pero no le gustaba abusar de los ingenuos.

No tenía ni idea del error tan grande que acababa de cometer.

Había oído una vez que existía un límite de dolor que un ser humano era capaz de soportar. Empezaba a pensar que ese razonamiento estaba equivocado.

Lo que sintió cuando el cuchillo cortó su carne por primera vez fue atroz, pero no fue nada comparado a lo que vino después.

Cuando la empujó, haciéndola caer al duro pavimento, todos sus músculos y huesos protestaron.

Y solo acababa de empezar. Lo sabía.

No era la primera vez que alguien la pegaba. Eran gajes del oficio. Pero la paliza de muerte que le estaba dando este tipo era completamente distinta. Perdió la cuenta de los puñetazos, patadas y cuchilladas que recibió de ese monstruo de brillantes ojos dorados.

Si no hubiera estado tan atontada por los golpes se habría horrorizado al pensar cómo iba a lucir su cara después de esto. Pero la paliza y la pérdida de sangre la tenían al borde de la inconsciencia.

Solo cuando volvió anotar a aquel fino cuchillo desgarrar su piel a la altura de su estómago,recuperó algo de lucidez. La agonía fue tal que su cuerpo reaccionó solo,tratando de huir, de alejarse de aquel maniático que reía a carcajadas, con las manos enguantadas y la ropa cubierta con su sangre.

― Así me gusta, nena. ¡Pelea! Me encantan las luchadoras.

Su risa estridente fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro. La oscuridad y el frío la envolvieron, dándole la bienvenida, alejándola del dolor, del sufrimiento.

Se dejó ir, llorando, demasiado cansada para seguir luchando por su vida.

Era una batalla perdida.

Charles se despertó en esa ocasión en el suelo, donde había acabado mientras soñaba. Se pasó una mano por su cara, cansado, y notó la humedad del sudor y las lágrimas en la piel.

Maldiciendo en voz alta se levantó y fue al baño. Estaba tan agotado y tenso que la ducha no consiguió calmarle. Tampoco los dos cafés que se tomó casi seguidos. Como ese caso no acabara pronto no iba a sobrevivir.

Pero en esa ocasión había conseguido ver algo del asesino.

Sus ojos. Unos antinaturales y brillantes ojos dorados.

Debían ser lentillas o algo similar. Le recordaron a los de los gatos, cuando reflejan la luz en la noche.

Genial. Tenían a un psicópata suelto al que le gustaba disfrazarse… simplemente genial. Eso lo haría más sencillo, pensó con ironía.

También creía haber vislumbrado cabello rubio. Pero de eso no estaba completamente seguro, ya que la luz de la farola había sido muy tenue, demasiado para distinguir bien nada. De todas maneras, era un dato inútil… ¿Cómo demonios iban a explicar que tenía una pequeña pista sobre el aspecto del asesino? No podía ir diciendo que estaba soñando con los asesinatos. Sería echar su carrera a la basura.

Mientras se vestía, usó una técnica que la psicóloga del departamento (a la que tuvo que visitar obligatoriamente después de su primer tiroteo) le recomendó para vaciar su mente. Tararear una vieja canción que su madre solía cantar cuando cocinaba. Eso conseguía reemplazar las sangrientas imágenes del sueño con sus recuerdos de su infancia. Necesitaba estar centrado cuando llamaran de comisaría.

― Te juro por Dios, Julian, no sé qué demonios ves de divertido en desordenarme las estanterías cada día… en serio…

Aidan había llegado a su tienda temprano esa mañana, aunque la mantendría cerrada todo el día. Le esperaba una jornada larga y aburrida de hacer inventario para decidir que libros pedir y cuáles no para el siguiente mes.

Era una tarea que debía realizarse mensualmente, como la contabilidad, el pago de facturas y un arqueo especial para sus otros clientes. Los libros raros y de magia, además de otros objetos peculiares, no eran baratos.

Y, aunque aburrido, era una labor simple. Contar los libros, ver cuál se había vendido mejor, cuál no y hacer descartes.

Lógicamente, dejó de ser tan simple cuando encontró varios libros fuera de su lugar, cosa que le venía ocurriendo desde que Julian apareció en su tienda y en su vida.

Su historia con el fantasma era algo peculiar y no solo por su condición de espectro.

Aidan y su familia llevaban toda su vida tratando con lo paranormal y lo sobrenatural. Con sumisión de mantener la librería y sus clientes, fue complicado mantenerse al margen. Su poder de empatía y sus visiones tampoco ayudaron demasiado.

Julian apareció hacía seis años. Su espíritu permanecía atado al mundo de los vivos a través de un relicario que perteneció a su esposa y que el librero encontró en el mercadillo que solían poner los martes en el parque Avalon, cerca de su tienda. Era pequeño, hecho de latón y con la efigie de una mujer tallada en marfil en la tapa. Al abrirlo vio la foto de una pareja y dos mechones de pelo, uno rubio y el otro castaño oscuro.

Con solo tocarlo lo supo.

Su obligación habría sido destruirlo y dar el descanso eterno al fantasma que lo encantaba, pero cometió el error de hablar primero con él.

Si, probablemente, podría haberlo hecho sin su consentimiento pero… no le gustaba la idea de  obligar a alguien a cruzar al otro lado si no quería. No era ético. Y en sufamilia la ética se tomaba tan en serio como todo lo demás.

Así que intentó razonar con él hasta que acabó dejándolo por imposible. Pasó un mes entero discutiendo, usando todos los razonamientos lógicos que se le ocurrieron para que fuera al otro lado. Incluso le ignoró.

No sirvió para nada.

Acabó cediendo y permitió que se quedara en el edificio, guardando su relicario en la trastienda donde estaba seguro de cualquier intento de robo o pérdida. Y, a veces, su  compañía solía ser entretenida. Tener a alguien con quien hablar cuando tocaba inventario o limpieza y que no podía huir del local resultaba útil.

Ese día no.

― Entiendo que te aburres cuando cierro pero si vas a coger un libro para leerlo, al menos podrías volver a colocarlo en su sitio, ¿sabes? – gruñó.

Porque cuando Aidan cerraba e iba al piso de arriba, donde estaba su apartamento, había veces queJulian no le acompañaba. Se quedaba en la tienda y leía algunas de las novelas nuevas o releía alguna de las antiguas. Y no siempre dejaba las cosas como las encontraba.

― ¿Has puesto a Dante entre las novelas eróticas? ¿En serio? – masculló, incrédulo alargando la mano para poner el libro en su lugar.

Al tocar el volumen para volver a colocarlo en su sitio, este le quemó la mano. Lo dejó caer al suelo,sorprendido y dolorido. Estupefacto, se miró y no vio quemadura alguna en su piel, aunque seguía doliéndole como si la tuviera. Fue la cosa más extraña que le había ocurrido jamás. Y tenía una larga lista de cosas extrañas en su vida para comparar.

― ¿Qué demonios? – se agachó y lo volvió a coger, no soltándolo a pesar de que le quemó de nuevo.

Imágenes de un lugar desolado, yermo, lleno de fuego y roca invadieron su mente con fuerza. Dolor, pena, angustia, odio, furia… tantos sentimientos negativos al mismo tiempo que le dejaron sin aire y casi le ponen de rodillas por la sobrecarga sensorial.

Frío y calor a la vez. Todo era rojo y muerto. Más dolor y muerte y desolación y gritos… los gritos eran ensordecedores… clamaban piedad, lloraban lágrimas de sangre a las que nadie hacía caso.

El fuego no dejaba de arder nunca y convertía en cenizas a los que agonizaban en su interior. Podía ver las llamas arrastrándose por sus piernas, abrasando su ropa, atravesando su carne…

Entonces le vio.

No pudo distinguir su rostro, pero no había duda de que era él.

El asesino.

Era otro habitante más de ese lugar y Aidan se encontró paralizado mientras le veía acercarse. Sus ojos dorados brillaron cuando usó el cuchillo en él para empezar a cortar miembros,carne, músculos… notaba la afilada hoja, fría en contraste con el fuego, dibujando macabros diseños rojos en su piel.

El chico trató de alejarse. Podía sentir cada pensamiento, cada idea que esa horrible criatura pretendía realizar. Cada asesinato, perfectamente planeado y con todo lujo de  detalles.

Y lo que estabaobligando a ver… quiso gritar de horror, pero su voz se negaba a salir de su garganta.

― ¡Aidan!

Sintió un golpe seco en su mano y el libro cayó al suelo haciendo un ruido sordo. Aidan miró a Julian, quién le había golpeado, que le observaba asustado.

― ¿Estás bien? Llevo un rato llamándote. Te has quedado como congelado con ese libro en la mano… ¡Aidan, joder, responde! — gritó frustrado y deseando poder ser más corpóreo para poder sacudirle otra vez. Lo que más conseguía ese día era a golpear ya que había gastado gran parte de su energía esa noche con los libros.

― Yo… yo… ― pero siJulian estaba asustado, Aidan estaba aterrorizado. Se levantó las mangas de la  camisa azul que llevaba para asegurarse de que no estaban los cortes que había sentido un segundo antes. También comprobó, todavía con el corazón a mil por hora, que sus piernas no estaban quemadas.

― ¿Qué ha pasado?

― No lo sé… estaba…iba a poner ese libro en su sitio y he visto… ― balbuceó el librero,frotándose las manos en las perneras del pantalón como si quisiera limpiárselas. Aún podía sentirlas húmedas de sangre. ― ¡Joder, no sé qué es lo que he visto!

― ¿Qué libro? ¿Ese? — Julian iba a cogerlo pero Aidan lo pateó lejos.

― ¡No lo toques! ― elchico estaba prácticamente al borde de un ataque de nervios. No le había pasado algo así de intenso jamás y nunca tuvo tanto miedo como en ese instante.

― ¿Por qué? ¿Qué has visto? Tío, me estas asustando y soy un fantasma, no debería asustarme.

― Creo que… era el Infierno.

― El infierno… ¿El infierno infierno? ¿Cómo el que dice la biblia y todo eso? ¿Ese infierno?

― ¿Tú conoces otro? —chilló Aidan un poco histérico. Aun no conseguía deshacerse del sabor y olor de la tierra quemada y la sangre que había degustado en su visión. Siempre era duro quitarse esos sentimientos que absorbía con su don, pero en esa ocasión estaba siendo peor que cualquiera que recordara. ― ¡Si, joder! ¡El Infierno! Con el azufre, la muerte y todo lo demás.

― Bueno… es «El infierno» de Dante…

― El libro no tiene que ver con eso. Yo no veo lo que han escrito, para eso tendría que ser un manuscrito original. Veo lo que sentía el último que lo ha tocado… lo que me ha dejado sentir…

― ¿Lo que te ha dejado sentir? — Julian se rascó la nuca, mirándole con sospecha. Eso era raro hasta para ellos. ― Lo siento, estoy algo más que perdido ahora mismo.

― No sé cómo explicarlo para que lo entiendas. Quien sea, lo que fuera que ha tocado ese libro, era el mismo Infierno. Para esa cosa eso era su casa, es lo que tiene dentro de sí.

― ¿Un demonio? ¿Podría haberlo tocado un demonio?

― Eso tendría lógica, pero ¿cómo ha entrado? La tienda está protegida o eso pensaba.

― Lo está. Hay plata, hierro y símbolos sagrados en todas las posibles entradas. ¡Yo ni siquiera puedo acercarme a una ventana sin desvanecerme! Algo así no debería poder entrar. 

― Necesito sentarme…

Aidan caminó tropezando hasta el mostrador y se sentó en su silla, dejándose caer hasta apoyar los codos en sus rodillas. Todavía podía oler la sangre, la carne quemada, el azufre… Su perra Luna se acercó y gimió, lamiéndole la mano. Se abrazó a ella, buscando distraerse de la visión con la familiaridad que le daba el animal.

― He visto algo más.

― ¿El qué?

― Creo que es el asesino que buscaba ese detective. Y ha dejado aquí el libro a propósito para que lo viera. — Aidan seguía abrazado a su perra, ocultando el rostro en el blanco pelaje del animal.

― ¿Para qué?

― Sabe lo del diario. No sé si lo quiere o no, pero sabe que lo tengo. También ha dejado bien claro que va a por el detective.

― Joder… este es de los retorcidos a conciencia.

― Ha venido a divertirse. De hecho, se está divirtiendo de lo lindo, el muy cabrón. —masculló Aidan con expresión de asco.

― Tienes que calmarte un poco. ― Julian trató de palmearle amistosamente la espalda, pero su mano le atravesó, sacándole un estremecimiento. — Lo siento.

― Tengo que avisarle. — el chico se levantó, un poco tambaleante aún.

― ¿Y qué vas a decirle? Ey, disculpe detective, pero esta mañana cogí un libro y vi que el asesino quiere matarle. — ironizó el fantasma. ― ¡Piensa, chico! Ese es el camino más rápido al manicomio. Además, ¿cómo vas a encontrarle?

― Sé dónde está. Él ha vuelto a matar esta noche. Y me lo ha enseñado.


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Jack T.R.: Capítulo 3.

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Capítulo 3

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― Bien, ¿qué me puedes decir, doctor?

 

El doctor John Morgan, médico forense de su departamento, se subió ligeramente las gafas y ojeó su informe.

 

A sus cincuenta años recién cumplidos, seguía siendo un hombre atlético y atractivo, si Charles hacía caso a los cuchicheos de la mitad del personal femenino de la comisaría.

 

Con el cabello y barba negros aunque con canas visibles, los ojos marrón verdosos y su voz ronca solía hacer suspirar a más de una de sus compañeras cuando iba y venía para hablar con los detectives sobre cualquier caso que llevara en ese momento.

 

Su metro ochenta y su retorcido sentido del humor ayudaban algo. La seguridad y el desparpajo con el que coqueteaba con toda fémina en comisaría conseguía que hasta su capitán se hubiera visto en la obligación de llamarle la atención un par de veces porque distraía al personal femenino y tenía celoso al masculino (incluido Charles). Lamentablemente para su club de fans, llevaba quince años felizmente casado, aunque eso no detenía sus coqueteos o, como él lo llamaba, «juegos inofensivos».

 

Aunque ese día solo se veía al profesional en él. En toda su carrera como forense había presenciado más cadáveres y heridas repulsivas de lo que un ser humano debería. Pero aun conseguía asombrarlo la «creatividad» y la crueldad de algunos asesinatos que llegaban a su mesa. Y este, era especialmente dotado en ambas cosas.

 

― No hay muchas diferencias del otro cuerpo. Incisiones profundas en garganta, torso, extremidades… varias más de menor profundidad en el pecho y rostro, claro ensañamiento… ― dejó los papeles sobre la camilla y levantó la sabana que cubría el cadáver, dejando a la vista el desastre de lo que fue el cuerpo de una chica. – Y, como veras, ha vuelto a extraer algunos órganos.

 

― ¿Cuáles? — preguntó Charles haciendo una mueca cuando Morgan separó la piel del estómago mostrando las entrañas de la víctima.

 

― El hígado y los órganos sexuales.

 

― ¿El hígado? — el médico asintió, mientras el detective revisaba el informe de la autopsia de la otra víctima. ― A Loretta le faltaba un riñón, si no me equivoco.

 

― Exactamente. Se llevó uno y destrozó el otro. Al parecer ha preferido el hígado con esta. Como verás, nuestro asesino volvió a atacar por detrás. — informó el forense, señalando el largo corte que iba de un extremo al otro del cuello de la mujer. ― Se desangró hasta morir. Los demás cortes fueron hechos mientras ella agonizaba, pero la extracción de órganos fue post mortem. A pesar de que cortó la yugular, pudo haber durado varios minutos viva.

 

― ¡Joder!

 

― Y ha repetido su modus operandi. — Morgan cogió el archivo de la víctima, mirando los datos que había estado apuntando durante la autopsia. ― Las incisiones han sido hechas con un cuchillo largo, de unos treinta centímetros, seguramente el mismo que el del molde que saqué con los de la científica de la otra chica. Las heridas son similares. Todo encaja. En la anterior víctima no hubo tanto ensañamiento, los cortes fueron apresurados… pero aparte de eso creo que tenéis un asesino en serie en ciernes.

 

― ¿Qué me puedes decir sobre los golpes?

 

― Por lo que pude ver en los informes de la científica sobre la escena del crimen, yo diría que con la primera le interrumpieron. De ahí los cortes chapuceros. A nuestra nueva visitante consiguió llevarla a un lugar más tranquilo. Eso podría explicar porque la ha molido a golpes, aunque no puedo asegurarte de que esa fuera la razón. — tapó el cadáver, mirando con pena la cara destrozada de la muchacha. — Los de perfiles pueden decirte más que yo de eso. Pero puedo asegurarte de que este tío es un sádico de cuidado y muy inteligente.

 

― Gracias, doctor.

 

― Imagino que no era lo que querías oír. — el médico sonrió sombrío quitándose los guantes de goma para tirarlos a la papelera.

 

― Si te soy sincero, no sé qué quería. ― negó suavemente con la cabeza. ― Preferiría que no pasaran estas cosas. Que gente capaz de hacer esto, no existieran.

 

― Y yo… pero entonces estaríamos sin trabajo.

 

Charles salió del laboratorio con el estómago revuelto. Otro día que pasaría en ayunas. Algo que le ocurría en cada ocasión que se veía obligado a visitar la zona de autopsias y estar presente en una. Pero las normas le obligaban a ser testigo del procedimiento.

 

Necesitaban encontrar a ese asesino antes de que volviera a matar de nuevo, pero ni las pruebas ni sus sueños le daban ninguna pista de por dónde empezar. A pesar de que habían peinado la escena e incluso encontrado la primaria del segundo asesinato, no fueron capaces de conseguir algo útil. Había varios testigos que la vieron salir del bar, pero ninguno prestó atención a si iba sola, acompañada o si la seguía alguien.

 

También consiguieron las grabaciones de seguridad del bar. El dueño tenía una cámara enfocada hacia la zona de cobro. Los técnicos estaban con ellas, pero ya le habían dicho que casi todo lo grabado era estática. Algo debió interferir con la señal de la cámara durante una buena media hora. Y justo en ese lapso fue cuando la víctima pasó cerca de la barra.

 

Lo único útil que encontraron fue la identificación de la chica.

 

Se llamaba Nancy Spencer, veintiocho años. Trabajaba entre semana en un supermercado en la calle 71, cerca del parque donde fue encontrada. Su hermana, único familiar que pudieron localizar, había sido avisada y estaba en camino para identificar y reclamar el cadáver. Por lo poco que pudo hablar con ella, mientras la oía llorar desconsoladamente, llevaban unos meses sin mantener contacto por una pelea.

 

No iba a ser agradable tener que tomarle declaración.

 

Los chicos de perfiles, a quienes los federales enviaron hacía unos días para echar una mano, iban a tratar de hacer un perfil psicológico y geográfico del sujeto que les ayudara a descartar sospechosos y a tratar de adelantarse a él.

 

El problema era que no había sospechosos a los que descartar aún.

 

Si, tenían lo de siempre. Bandas, mafias, posibles ajustes de cuentas, venganzas, los chulos de esa zona… Esos serían los habituales si no fuera porque tenían otra víctima similar y que no tenía absolutamente ninguna relación con la nueva salvo su asesino.

 

Igualmente indagarían en la vida de la chica e interrogarían a cualquiera que consideraran sospechoso. Había que seguir el procedimiento.

 

― ¡Ey, Charlie! — el detective se giró y vio a Henricksen acercarse corriendo hasta él. No era raro que lo llamara por su nombre de pila, pero tampoco era habitual. Solo lo hacía cuando estaba especialmente nervioso.

 

Su compañero era diez años más joven que él. Un crío a su lado, que ya había cumplido los cuarenta. A veces se preguntaba por qué su capitán les puso a trabajar juntos, ya que eran completamente opuestos, tanto físicamente como en personalidad. Él tenía el pelo castaño, Gordon pelirrojo. Él media metro ochenta, su compañero llegaba raspando el metro setenta y tres. O eso decía él. Charles estaba seguro de que mentía sobre su altura, pero nunca tuvo corazón para llevarle la contraria.

 

Henricksen, además, estaba especialmente dotado para sacar confesiones con facilidad. Sabía ganarse la confianza de cualquiera y era muy bueno disfrazándose. Una habilidad que aprendió en su tiempo en narcóticos, donde tuvo que infiltrarse en más de una ocasión.

 

A veces pensaba que su compañero debería haberse quedado allí. Hubiera progresado más. Su mujer, sin embargo, no era de la misma opinión, porque consideraba su anterior destino mucho más peligroso y en homicidios tenían un horario más estable.

 

Así que, por petición de su esposa, dejó una brillante carrera en ese departamento y aceptó una no tan prometedora en homicidios, donde lo emparejaron con él.

 

La primera cosa que aprendió de su compañero fue que era agotador trabajar con él. No podía ser sano tanta energía en una sola persona. Ni para él ni para quienes estaban a su alrededor.

 

― ¿Qué pasa? ― preguntó, encaminándose de nuevo hacia la máquina de café. Al pasar cerca del escritorio del detective Landon, este le dedicó una sonrisa divertida al ver al otro casi corriendo tras él.

 

― Adivina que acaba de aparecer en la recepción. — Henricksen estaba literalmente dando saltitos como un niño de cinco años. Charles arqueó una ceja mientras se llenaba una taza, esperando pacientemente a que se decidiera a terminar de hablar. Si preguntaba sería mucho peor. ― Un mensajero ha traído un paquete a nuestra comisaría. Envío anónimo y pagado con una tarjeta que fue denunciada como robada hace una hora.

 

― ¿Me vas a decir que tenía el paquete o voy a tener que adivinarlo de verdad?

 

Gordon Henricksen miró hacia los lados, como comprobando que nadie les estaba espiando y se acercó más para hablar, componiendo una expresión tan ridícula que hizo reír a una agente que pasaba por ahí.

 

En ocasiones como esa, su compañero le hacía sentir vergüenza ajena.

 

Mucha.

 

― Un hígado. ― Charles parpadeó, sorprendido, casi ahogándose con el sorbo de café que acababa de dar. Esa no era la respuesta que esperaba.

 

― ¿Qué?

 

― Lo que has oído. Un hígado. — el rostro de su compañero estaba mortalmente serio, pero seguía dando saltitos, demasiado nervioso para contenerse. ― El forense está con el ahora mismo, pero creo que podemos dar por hecho que es humano. Morgan piensa que probablemente sea de nuestra última víctima.

 

― ¡Hijo de puta! Se está burlando de nosotros. – gruñó, pasando por delante de su compañero y dirigiéndose hacia su escritorio. De repente, el café se le había agriado.

 

― También había una nota. — eso consiguió que se detuviera. Aprovechó para tirar la taza de papel a la papelera. ― Aunque no tengo ni idea de a quién demonios va dirigida.

 

― ¿Qué quieres decir? ¿Qué ponía? — Henricksen le entregó una bolsita de pruebas con un papel manchado de sangre en su interior. — «Querido jefe: es bueno estar de vuelta. Pronto le enviare más regalos como este. Saludos desde el infierno. J.T.R.» — Leyó ― ¿Qué coño significa esto? – el otro se encogió de hombros, tan perdido como él.

 

― El único que lo sabe es ese loco. Voy a llevarlo a que lo analicen y comparen la sangre con la de la víctima y a ver si encuentran alguna huella, aunque lo dudo. — Charles miró más atentamente el papel, sin poder dar crédito a lo que veía. ¡No podía ser!

 

― Es un ticket.

 

― Si… ¿y? ― Gordon trató de recuperar la bolsita de pruebas con la nota dentro pero Charles lo esquivó y se acercó al escritorio más cercano, poniéndola bajo la luz de una de las lámparas para ver mejor.

 

― Un ticket de compra. Alguien compró «El infierno» de Dante y usó esto para escribir la nota. ¡No puedo creerlo!

 

― Quizás cogió el papel del suelo.

 

― No. Esto fue deliberado. — su compañero lo miró extrañado.

 

― ¿Qué te hace pensar eso? — Charles volvió a mirar el papel, incrédulo y sorprendido. No podía ser una coincidencia. Imposible.

 

― ¡Yo estuve en esta librería ayer! ¡Es del chico que vi en la escena del crimen!

 

― ¿Ese que te llamó la atención? ¡Menuda coincidencia!

 

― No puede ser una coincidencia. ¿Recuerdas ese aviso de la ATF?

 

― ¿El de la banda de «Los vampiros»?

 

― ¡Ese mismo! Uno de sus miembros estaba allí haciendo alguna clase de negocio con el dueño.

 

― Eso ya es algo más que sospechoso. ― Henricksen cogió la nota y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. ― Voy a llevar esto a los de la científica y buscare lo que tengamos de ese grupo. Puede que sean los responsables de estos asesinatos.

 

Charles no fue consciente de su compañero alejándose, ni de los otros policías a su alrededor haciendo su trabajo. No oyó el sonido de los teléfonos sonando, ni a su capitán gritando a alguien. Estaba demasiado centrado en algo que había visto mientras tenía la bolsita con la nota en sus manos.

 

Las letras habían bailado frente a sus ojos, cambiando el orden y formando otra frase completamente distinta.

 

«¡Cójame si puede, detective!»

 

Nevaba suavemente cuando regresó a la librería. La nieve en la entrada estaba aún blanca, resaltando entre el negro pavimento y la fachada beige de la tienda, y apenas sin pisadas por lo que imaginó que no había demasiado movimiento en la tienda a esas horas. Eso era muy conveniente.

 

Aún seguía asustado por lo ocurrido en comisaría. No sabía si fue su mente jugándole malas pasadas por la falta de sueño y su obsesión con ese caso o de verdad había pasado.

 

Volvió a oír las campanillas de cristal sobre su cabeza al abrir la puerta y esa vez encontró al chico tras el mostrador, revisando lo que parecía un libro de cuentas.

 

― ¡Detective! ― le saludó, claramente extrañado de verlo ahí de nuevo. ― ¿Qué se le ofrece esta vez?

 

― ¿Hay alguna manera de saber quién se llevó un libro en específico? — preguntó a bocajarro y sin saludar siquiera. Aidan le dirigió una mirada sorprendida por la pregunta.

 

― Me temo que no llevamos ningún registro para eso. ¿De qué libro estamos hablando y cuando fue esa compra?

 

― Ayer, después de irme. «El infierno» de Dante.

 

― Pues no. Ni idea. No me suena que…

 

― ¿Qué libro se llevó su amigo? ― le interrumpió Charles, más alterado.

 

― ¿Qué amigo?

 

― ¡El motero!

 

― «Las leyendas de Bécquer». ― mintió Aidan, molesto por el tono insolente del detective.

 

Charles paseaba frente al mostrador, cada vez más inquieto.

 

― No puede ser una coincidencia… Un miembro de «Los vampiros» aquí, la nota hecha con un ticket de esta tienda… ¡No puede ser una coincidencia!

 

― Espera… ¿Qué? ¿Qué nota? ¿De qué está hablando?

 

El librero estaba bastante confundido. ¿De qué iba todo eso?

 

― No puedo comentar detalles de una investigación abierta con alguien ajeno al departamento.

 

Charles se pasó una mano por la cara, cansado. De pronto se sentía estúpido por estar ahí, preguntando por un libro. ¿En qué demonios estaba pensando?

 

― Usted fue quien vino hasta aquí. ¿Es sobre esos asesinatos? Si piensa que Rolf puede estar involucrado en eso, se equivoca. — el detective lo consideró un minuto antes de decidirse. ¿Qué daño podía hacer? Estaba desesperado.

 

― Alguien ha enviado un paquete a comisaría. Quien fuera ha reclamado la autoría de esos dos asesinatos y el papel que usaron era un ticket de compra de este establecimiento.

 

Aidan parpadeó varias veces, asombrado. ¿Alguien había usado algo de su tienda para eso? ¿Y quién? No había duda de que hablaba del asesino del diario. ¿Cómo hizo para conseguir un ticket de su tienda? Si hubiera entrado, lo habrían notado… ¿verdad?

 

Trató de hacer memoria de la gente que entró a su tienda el día anterior, pero solo recordaba a un montón de adolescentes ruidosos y dos habituales que vinieron casi al cierre a parte de Rolf.

 

Ningún extraño que pudiera darle mala espina.

 

― Lo siento… no consigo recordar… ¿tal vez envió a alguien a por el libro? ¿O cogió el ticket de alguien que comprara aquí ayer? No recuerdo a nadie que comprara ese libro en específico y tampoco a nadie que me pudiera resultar llamativo.

 

― ¿Está absolutamente seguro de que su amigo no tiene nada que ver? ¿Tiene cámaras de vigilancia en el local? ― el chico sintió pena por el detective. Debía ser frustrante no encontrar nada que le ayudara a resolver esos asesinatos.

 

― Sí, estoy seguro de que Rolf no tuvo nada que ver. Si quiere puede comprobar si tiene coartada para esos días, pero dudo que encuentre lo que quiere. Y, no, no tengo cámaras aquí, lo siento. — la única razón por la que no había cámaras en su local era porque Julian creaba interferencias en los aparatos electrónicos. Además, la mayoría de sus clientes no podían ser grabados. ― Siento no haber sido de ayuda. Si necesita algo…

 

― No es su culpa. ― le interrumpió con un gruñido.  Gracias de todas maneras, señor Kelly.

 

― Aidan. Mejor llámeme Aidan.

 

― Aidan. ― Charles asintió, serio. Pensaba comprobar con los de la ATF, en cuanto llegara a comisaría, si el tal Rolf tenía coartadas para esas noches. Llevaban un par de semanas vigilando a esa banda estrechamente. ― Siento haberle molestado con todo esto, ha sido una idea ridícula venir por algo así. Pero si consigue recordar algo…

 

― Le llamaré. Tengo su tarjeta.

 

Julian se apareció a su lado en cuanto el detective salió de su tienda. Para no variar su costumbre, volvió a resoplar dirigiendo miradas envenenadas a la espalda del policía.

 

― Sigue habiendo algo en ese poli que no termina de encajarme. ¿Qué clase de policía viene preguntando algo así?

 

― Uno muy desesperado. Y parece cansado. — suspiró Aidan, volviendo a sus cuentas. En la radio, un locutor comentaba las últimas noticias sobre la reciente e inesperada muerte del multimillonario P. Drake en Nueva York. ― Sinceramente, no podría hacer su trabajo. Ver todo eso a diario y no perder la cabeza… ― el librero negó suavemente con la cabeza y apagó la radio. ― Voy a llamar a Rolf y avisarle de que la policía le tiene como sospechoso de esos asesinatos.

 

― No sé. ― murmuró Julian, sin apartar la vista de la puerta por donde se había ido el policía. — Ese tío no es un poli normal.

 

Jack T.R. Capítulo 2.

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Capítulo 2

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Charles miró dudoso de nuevo el papel que tenía en sus manos. Frente a él, una vieja librería se alzaba orgullosa a pesar de su diminuto tamaño y lo decrépito de su fachada.

En el cartel sobre la puerta rezaba el nombre de la tienda: El pergamino.

Se encontraba en un cruce entre la calle 85 y Avalon, cerca del parque con el mismo nombre. Mayoritariamente, una zona residencial donde los pocos comercios que existían destacaban entre las pequeñas casitas adosadas con sus diminutos jardines.

No estaba muy seguro de que estaba haciendo ahí.

Después de investigar infructuosamente durante una hora acabó encontrando el nombre del chico de las fotos de la manera más ridícula. Resultaba que Mathewson, un patrullero que hacía su ruta por Marynook, lo vio en su pantalla al pasar por café y le reconoció. Vivían en la misma calle.

Se llamaba Aidan Kelly.

Después de averiguar el nombre, el resto fue sencillo. Veintiocho años, padres fallecidos en el Katrina, abuelo paterno ingresado en una residencia de ancianos en Palm Springs. Nacido y criado en Nueva Orleans, se trasladó a Chicago, ocho años atrás, después de la muerte de sus padres para mudarse con su abuelo y, más tarde, hacerse cargo de la librería cuando este tuvo que retirarse a causa de su alzhéimer.

No tenía antecedentes ni licencia de conducir pero, por suerte para Charles, sus datos y dirección estaban en la escritura de la librería.

La idea de que debía encontrar al muchacho para interrogarle le pareció estupenda en comisaría. No se debía dejar piedra por remover en casos así. Pero ahí, frente a la librería, se dio cuenta de que no tenía más excusa para hacerlo que unas pocas fotos en las que aparecía como mirón en las escenas del crimen y poco más. Razones para nada validas si le preguntabas a cualquiera.

Por no hablar si le preguntabas a un abogado.

Se sentía un poco ridículo.

Está bien, se sentía muy ridículo.

Aun así, cruzó la calle y curioseó un poco a través del cristal.

En el escaparate había unos pocos libros expuestos. «Inferno» de D. Bronw, «Pídeme lo que quieras» de M. Maxwell, «Joyland» de S. King, «El invierno del mundo», de K. Follett. Las últimas novedades en novelas a la venta.

En el interior se podía ver que la tienda no era demasiado amplia. Un par de pasillos con varias estanterías cubiertas de libros, todas con cartelitos de papel que anunciaban el género y un mostrador de madera de estilo antiguo y color oscuro, con una caja registradora moderna cerca de la puerta.

No se veía a nadie dentro aunque en el cartel de madera que colgaba del cristal de la puerta anunciaba que estaba abierto. Supuso que estaría en alguno de los dos pasillos, fuera de la vista.

Pasó un minuto admirando el cartelito. Tanto las letras como el árbol que tenía sobre estas estaban labradas en la madera. Era un trabajo precioso y muy artesanal para estar en un simple cartel.

― ¡Qué demonios! Ya que estoy aquí. ― murmuró finalmente, armándose de valor y empujando la puerta.

El musical sonido de unas campanillas de cristal le hizo alzar la vista. Eran pequeñas, de cristal opaco y tintinearon unos minutos más después de cerrar la puerta. También estaban decoradas con pequeños arboles como el del cartel de la entrada. Parecían bastante antiguas. Le recordaron a las que tenía aquella vieja tienda de comestibles cerca de la casa de sus padres, donde su madre solía enviarle cuando necesitaba alguna cosa de última hora para la cena. Tenía muy buenos recuerdos de esa tienda y su dueño. Siempre le regalaba caramelos.

― ¡Estaré ahí en un momento! ¡Vaya mirando lo que quiera! — oyó gritar desde el interior, sacándole de sus recuerdos. Encogiéndose de hombros, Charles empezó a curiosear la tienda.

Como observara desde el exterior, la tienda no era demasiado grande. De unos ochenta metros cuadrados, el mostrador se encontraba a la izquierda, cerca de la entrada, dándole una buena vista de los dos pasillos y las estanterías. Al fondo a la derecha, se veía una anodina puerta de madera clara con un cartel donde ponía «Privado». Probablemente el baño.

Estuvo más de cinco minutos revisando los libros de la sección de misterio sin que nadie apareciera. Si fuera un ladrón ya habría robado media tienda y el dueño ni lo notaría.

Por fin escuchó su voz de nuevo, solo que esta vez parecía estar discutiendo con alguien en murmullos molestos.

― ¡Estoy empezando a cansarme de que hagas esto! — lo oyó decir, con tono de reproche. ― Tienes que dejar de desordenarme la sección de literatura fantástica. Solo porque tú no lo aguantes, no significa que puedas poner «Crepúsculo» en la sección de auto-ayuda.

Charles arqueó una ceja por la curiosa conversación y al verle aparecer solo. A lo mejor estaba hablando por teléfono con algún empleado.

― Me importa bien poco que pienses que a quien le guste debería ir al psicólogo con urgencia. No vuelvas a moverla y ya. No quiero oír más adolescentes preguntando que hace la novela en esa sección. Y… uh… ― el chico interrumpió su perorata bruscamente al verle, sonrojándose. — Pensaba que se habría ido. Como no oí nada más…

Ahora que lo tenía cerca, Charles pudo observarlo más atentamente. Como había supuesto antes era algo más alto que él, como de metro noventa, su cabello era negro, cortado de manera desordenada y le llegaba casi a los hombros. Sus ojos grises le miraban con una mezcla de sorpresa y desconfianza que levantó sus sospechas. También tenía una cicatriz que partía casi por la mitad su ceja izquierda. Llevaba cuatro libros en sus manos. Nada que pareciera a un móvil o teléfono o bluetooth.

― No. Aún sigo aquí. — el detective se encogió de hombros, comentando lo obvio.

― Puedo verlo. ¿Ha encontrado alguna cosa que le guste? ¿O está buscando algo en especial? — le preguntó, rodeándole para dirigirse al mostrador y evitando mirarle a los ojos, aun azorado.  Charles sacó su placa y se la mostró.

― Señor Kelly, soy el detective Andrews. Quería preguntarle sobre el asesinato de anoche en el parque Meyering. — el chico parpadeó, claramente sorprendido, dejando los libros sobre la mesa.

― ¿A mí? No sé nada de eso. El parque está algo lejos de mi tienda, por si no lo había notado, detective.

Charles lo observó usar una etiquetadora para ponerles el precio a los libros que había traído antes. Sus manos temblaban imperceptiblemente.

― Pero usted estuvo esta mañana allí. — insistió, haciendo caso omiso al tono indiferente que había adoptado. Aún seguía rehuyéndole la mirada y se envaró al oírle.

― Estuve… si… tenía que hacer un recado por la calle 71 y pasé a comprar un café antes de regresar a la tienda. Vi las luces y me acerqué a mirar por curiosidad. — bajó la mirada a los libros, sacudiendo la cabeza como si tratara de borrar algo de su mente. ― Hubiera preferido no hacerlo. Tuve que tirar el café en la siguiente papelera. No he comido nada después de eso.

― No, no era una vista agradable. — coincidió Charles, sacando su libretita para tomar notas. ― ¿Suele hacer muchos recados por esa zona, señor?

― Solo cuando tengo que ir a recoger algún libro. — respondió, encogiéndose de hombros. ― A parte de novelas, también tengo libros antiguos de colección. Me ofrecieron una bonita primera edición de «El perro de los Baskerville» y no pude resistirme. — el chico señaló a una vitrina de cristal, apoyada en la pared de detrás del mostrador donde se podían ver varios ejemplares, claramente antiguos, de novelas.

El libro de Arthur C. Doyle que había mencionado destacaba entre los demás por su encuadernación roja de piel y sus grabados dorados y negros.

― ¿A dónde fue a recoger el libro?

― Al colegio St. Columbanus, cerca del parque. Su profesor de literatura es un conocido de mi abuelo y me lo ofreció a buen precio. — Charles notó como con cada pregunta parecía más y más incómodo y no dejaba de mirar de reojo a su derecha. ¿Sería un tic? ― ¿Hay alguna razón para este interrogatorio? No entiendo que tiene que ver esto con su caso.

― Solo estamos comprobando quien estuvo por esa zona a la hora del asesinato.

― Pasé cuando la policía ya estaba allí. ¿Voy a necesitar una coartada o algo así? — preguntó, tenso.

Algo no andaba bien con ese chico. Charles tenía años de experiencia detectando mentiras y ese muchacho no estaba siendo del todo sincero con él. Era muy sospechoso.

Si realmente no tenía nada que ver con eso, ¿por qué mentía?

― Si la tuviera sería estupendo. — hizo caso omiso al resoplido del joven. ― ¿Dónde se encontraba anoche a eso de las cuatro de la madrugada?

― En casa. Mi piso está encima de la tienda.

― ¿Solo? — el chico pareció dudar un segundo antes de contestar.

― Si. — sus ojos se desviaron a la derecha de nuevo e hizo un gesto como negando algo — Un amigo estuvo conmigo pero se fue a las dos. Luego me fui a dormir.

― Ya veo.

La campanilla volvió a sonar, haciéndoles volver la mirada a ambos hacia la puerta. Un hombre corpulento y piel tostada entró y se les quedó mirando con expresión de no saber muy bien si quedarse o irse. Tenía el cabello rubio oscuro largo y recogido en una coleta.

El tipo parecía el estereotipo de motero de banda. Igual de alto que el chico, pero mucho más ancho y musculoso, vestido por completo de cuero negro. Llevaba pantalones, de cuyo cinturón colgaban un par de cadenas finas y una cazadora sobre una camiseta también negra. Una calavera con colmillos de vampiro era el logo de la banda a la que pertenecía.

De hecho, Charles conocía ese dibujo de haberlo visto en un aviso que la ATF (Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos) envió a la comisaría hacía meses. Pertenecía a «Los Vampiros», una banda que llevaba establecida en Chicago desde hacía veinte años y que era sospechosa de la mayoría de los trapicheos con armas y droga en la ciudad. Pero nadie duraba tanto en ese negocio si no era muy cuidadoso.

Y esos tipos lo eran. Extremadamente.

A pesar de las sospechas que tenían sobre la banda, la ATF no había sido capaz jamás de demostrar o encontrar alguna prueba consistente contra ellos.

Y él se tropezaba uno justo en aquella tienda mientras investigaba esos asesinatos… ¡Qué casualidad!

Hasta ahora, todos los avisos que existían sobre esa banda eran por drogas y armas. Ningún asesinato aunque eso no significaba que no estuvieran involucrados en alguno. Había rumores de que la banda estaba relacionados con la mafia rusa, entre otras cosas.

― Este… ¿estás ocupado, Aidan? — preguntó con tono sorprendentemente educado y voz suave teniendo en cuenta las pintas de pandillero que gastaba. Tenía un leve acento que Charles no fue capaz de precisar a pesar de que le resultaba conocido. Probablemente de Europa del Este…

― Estaré contigo en un minuto, Rolf. Espérame en la sección de poesía. — el tal Rolf asintió, dirigiendo una mirada especulativa al policía y se marchó sin decir una palabra más.

― No parece del tipo que compra poesía. — ironizó Charles cuando el otro hubo desaparecido.

Aidan le miró mordaz, arqueando las cejas. A pesar de eso, parecía más divertido que molesto por su comentario.

― Se asombraría lo que engaña un libro por su cubierta, detective. Si hemos terminado, tengo un cliente que atender. Siento no haberle sido de ayuda con su caso.

― Nunca se sabe lo que puede ayudar o no en un caso. — sacó una tarjeta de visita de su cartera y se la tendió. — Si recuerda algo que piense que puede ser importante, llámeme. Y no salga de la ciudad, podría necesitar hacerle más preguntas.

Aidan no respiró tranquilo hasta que el detective se subió en su Chevrolet y se marchó calle abajo. No tenía ni idea de cómo le había encontrado y no le gustaba.

Puede que él no tuviera nada que ver con esos asesinatos, pero no quería policías cerca de su tienda. Mucho menos con la clase de clientela especial que él tenía.

― Ese tío no me gusta. — Aidan rodó los ojos, sonriendo sin querer.

― A ti no te gusta ningún policía, Julian. Te mató uno, ¿recuerdas?

A su lado la figura fantasmal de un hombre vestido al estilo vaquero se materializó. Este era algo más bajo que él, con el cabello rubio oscuro y desgreñado y ojos verdes que le fulminaron al girarse hacia él. Llevaba unos pantalones gastados marrón oscuro, botas de piel muy estropeadas, camisa beige y sombrero vaquero del mismo tono que los pantalones. Una leve barba de varios días oscurecía su rostro, dándole un aire de bandido de película antigua.

Contrario a otros espectros con los que Aidan se había tropezado a lo largo de su vida, Julian podía aparecerse de cuerpo entero y sin mostrar la herida que le llevó a la muerte. Estaba seguro de que su apariencia actual no debía ser muy diferente a como fue mientras vivía. No todos los fantasmas conseguían eso. Algunos solo podían hacer ruidos, mover cosas o aparecerse parcialmente.

― Eso no ha tenido gracia. — el chico se encogió de hombros, cogiendo los libros que acababa de marcar para volver a colocarlos en su sitio. Las luces de la tienda parpadearon un par de veces a causa de la estática que provocaba la energía que el fantasma gastaba para mantener la aparición.

― Tampoco que me sigas desordenando la librería cuando te aburres. Tardo horas en volver a poner las cosas en su sitio.

― Como si tuvieras algo mejor que hacer. Apenas tienes amigos fuera de la tienda y hace como un siglo que no te veo teniendo una cita. ― antes de que pudiera replicar a ese comentario sarcástico sobre su vida, fue interrumpido por su otro visitante, del que casi se había olvidado.

― ¿Estáis discutiendo de nuevo por su inexistente vida social? Yo puedo ayudarte con eso, Aidan. Un mordisquito y… ― rio Rolf, haciendo una mueca y mostrando unos largos y afilados colmillos.

Aidan suspiró hastiado y cogió un paquete de su mostrador, para entregárselo bruscamente al otro hombre, sacándole una risa cuando le golpeó en el pecho con él.

En eso consistía la herencia que le había dejado su familia.

Unos conseguían deudas, dinero, animales, casas… él una librería que era frecuentada por criaturas sobrenaturales que no deberían existir fuera de las leyendas. Un lugar neutral donde cualquiera podía conseguir desde una novela a un libro de hechizos verdadero.

Y él era el encargado de asegurarse de que nada iba a manos equivocadas.

― Otro chistecito de mordiscos, Rolf y voy a tener que prohibirte la entrada por acoso. Por enésima vez, me siento halagado, pero no quiero ser un vampiro. Me gusta ser lo que soy, gracias.

― ¡Pero si se dé buena tinta que te gusta que te muerdan! ― Aidan se sonrojó. ― Y como sigas sin pareja, esto lo acabara heredando un banco. ¿Y qué será de nosotros después? — terminó con fingido tono dramático.

― Seguro que la Comunidad encontrará a alguien adecuado que se haga cargo del negocio. No van a permitir que la librería acabe en manos de un banco, descuida. — el tono amargo de sus palabras hizo que los otros dos intercambiaran una mirada. ― Además, ¿de qué iba a servir que tenga pareja? Te recuerdo que soy gay. Los herederos están descartados.

No era desconocido para casi nadie en su gremio que ese no era el trabajo soñado de Aidan. Se había ocupado de hacerlo bien público desde el principio. Aun así, cumplía con sus deberes de manera eficiente.

― Podéis adoptar. Ya es legal. ¿Pero qué hay de mantener la zona neutra? Deberías tomar más en serio tu legado, muchacho.

― Nunca quise esto. — murmuró, mirándole con rencor. Rolf se encogió de hombros.

― Ni yo ser vampiro. Ni Julian estar muerto y ser un fantasma. ¡Bienvenido al mundo real! ― Aidan casi rio por sus palabras. ¡Qué irónico que una criatura de leyenda le hablara de realidad! ― Pero ya que tienes que hacer esto, hazlo bien. — el vampiro le dio un par de golpecitos reconfortantes en el hombro. ― Por cierto, Karl quiere verte cuando puedas. ¿Será seguro venir o tendrás más polis por aquí rondando?

Karl era el jefe de la banda y el vampiro dominante. Con sus dos metros de alto, ojos azules, cabello rubio y más musculoso que el mismo Rolf resultaba un hombre de lo más intimidante. Para Aidan, que sabía exactamente lo que era, daba miedo. Pero siempre respetó la zona neutral y lo trataba con anticuada cortesía, como la mayoría de los vampiros.

― Dile que espere una semana, por si acaso. Puede que ese detective vuelva. ¿Vosotros habéis oído algo de esos asesinatos en los parques?

― ¿Ese que va destripando chicas? — Aidan asintió. ― Es el tema del momento en toda la Comunidad. Todos piensan que quién sea es un animal. No se había visto algo así en siglos. Puedes oler la sangre en toda la ciudad por su culpa. Los novicios lo están pasando mal por eso. ― el vampiro rio por lo bajo. ― A lo mejor deberías preguntarle a los lobos.

El librero soltó una carcajada imaginándose la escena.

Los lobos, u hombres lobos en realidad, solían ser más disimulados y sociables que los vampiros. Incluso amables y respetuosos de la ley, siempre y cuando su manada no corriera peligro. Pero no eran gente a los que acusar en vano o sin pruebas. Tenían un sentido del honor muy sensible.

Además, sus zonas de «paseo» (como ellos acostumbraban a llamar a esos parques que usaban para convertirse y correr libres un par de veces al mes) estaban más al norte de donde se habían encontrado los cadáveres.

Aidan no recordaba la última vez que el clan tuviera algún problema. Como los vampiros, vivían todos en la misma zona y eran un grupo muy unido. Pero a la vez, también se relacionaban y mezclaban con los humanos sin causarles problemas o daños de ninguna clase. Trataban por todos los medios de no llamar la atención y cualquier miembro que pusiera en evidencia a la manada frente a los humanos, era fuertemente castigado.

― Sí, claro. Me planto en su cubil y les pregunto… oye, ¿podéis ayudarme a rastrear a un asesino? ¿A lo Rin Tin Tin? Sí, eso es una idea genial. Les iba a encantar. — ironizó. Rolf rio divertido por la ocurrencia.

― Conociéndolos, probablemente se reirían. O se lo tomarían literalmente. Vete a saber. — el vampiro le tendió la mano y se la estrechó con firmeza. ― Te llamaré la semana siguiente para comprobar si está la cosa más tranquila.

Julian vio al vampiro irse, chasqueando la lengua, disgustado. Mientras vivió tuvo una trágica experiencia con lo sobrenatural. No fue lo que le mató al final, irónicamente, pero si lo que dio un giro dramático a su vida, cambiándola por completo. Soportaba a los clientes especiales de Aidan ahí porque no podía irse a ninguna otra parte, pero eso no impedía que le molestara muchísimo. Tampoco le gustaba que el librero los tratara como si fueran gente normal.

― Supéralo, Julian. Los tiempos han cambiado.

― Sabes de lo que se alimentan. ¿Cómo puedes ayudarles?

― No matan a nadie. Ya ni siquiera se alimentan de gente, solo de los bancos de sangre. Y solo son libros sobre su historia. Jamás han roto la tregua en el tiempo que llevan viviendo aquí.

― Ese era de magia. — replicó el fantasma, fulminándole con la mirada. Aidan le ignoró, encaminándose hacia una de las estanterías.

― Karl quiere encontrar un hechizo que le haga completamente inmune al sol. El que aun pueda hacerles daño le molesta. Pero no va a encontrar nada ahí para eso.

― Pero el libro…

― No soy estúpido, ¿vale? Puede que Karl y su nido controlen lo que comen, pero otros no lo harán. Y él no va a estar aquí para siempre vigilando a los suyos. — le interrumpió, sacándole un bufido incrédulo. ― No voy a darles nada que pueda hacerles demasiado poderosos. Hay un equilibrio que mantener.

― En mis tiempos se les cortaba la cabeza y punto. A la mierda el equilibrio ese del que hablas.

Aidan rio por lo bajo y colocó unos libros en la estantería. Que él supiera, Julian jamás se había enfrentado a un vampiro. Pero si conoció a alguien que se enfrentó con un nido en su época. De ahí que supiera como matarlos realmente.

― Podemos estar discutiendo esto para siempre. Lamentablemente, no dispongo de todo tu tiempo libre, Julian. Mientras no hagan nada que rompa el pacto, seguirán teniendo mi permiso para entrar y comprar. Así ha sido durante más de un siglo y así seguirá siendo.

― Espero que no tengas que arrepentirte de esa decisión…

El joven se detuvo, preocupado.

Un par de semanas atrás encontró un viejo diario en una subasta donde solía ir a buscar entre los puestos de antigüedades. Gracias a sus contactos supo que su dueño fue un antiguo miembro de La Orden durante el siglo XIX. Un grupo que no le resultaba para nada desconocido.

Todo eso no habría quedado como una simple anécdota si su don no se hubiera vuelto loco al tocarlo. Sus poderes empáticos le regalaron una muy desagradable visión de todo lo que había allí escrito.

Un día después se tropezó con la primera víctima, mientras regresaba a casa tras realizar un recado en el banco. La chica había sido asesinada y su cuerpo colocado exactamente igual que había visto en su visión.

Y si hacía caso a lo que relataba el diario… Algo muy malo había llegado a la ciudad para quedarse.

― Me preocupa más lo que ha dicho Rolf sobre el asesino. — volvió a caminar, esa vez hacia una estantería al fondo de la tienda. ― Si hasta ellos mismos lo consideran un animal, ¿qué puede ser?

― Tengo una lista de una veintena de bichos sobrenaturales que han podido hacer algo así pero a veces es más simple, Aidan… Una persona. Los humanos podemos ser capaces de cosas más horribles que cualquier monstruo de cuento.

― ¿Crees que no hay nada sobrenatural en ese asunto?

― ¿Y tú? — Aidan dudó un segundo, antes de dirigirse de nuevo hacia la parte de atrás del local.

― ¿Recuerdas ese diario del que te hable? ¿El que encontré hace unas semanas en el mercadillo?