Capítulo 8

― ¡Detective!
Aidan se quedó asombrado al ver como el policía entraba corriendo a su tienda y cerraba la puerta con fuerza, apoyándose en ella, jadeando. Estaba sudando, despeinado y mirando nervioso a su alrededor como si esperara un ataque en cualquier momento.
Era una suerte que no tuviera clientes en ese momento.
― ¿Qué ha ocurrido?
Charles no respondió. Había llegado allí corriendo. A mitad de camino pensó que ese monstruo le podía seguir y dio un rodeo a toda velocidad por los callejones. Se dirigió directamente al mostrador, buscando la botella de whisky que Aidan escondía debajo y se sirvió un vaso hasta arriba, que bebió de un solo trago. No fue suficiente para calmar sus nervios.
Al verle servirse otro vaso más, el librero se acercó y se lo quitó de las manos antes de que pudiera bebérselo, haciendo caso omiso a la mirada hosca del otro hombre.
― ¿Qué ha pasado?
― Lo he visto.
― ¿A Jack? ¿Te ha atacado? ¿Te ha herido? — le preguntó, alarmado, mirándole detenidamente, buscando cualquier indicio de heridas en el policía.
― Lo intentó. Me abordó en mitad de la calle… hablamos… desapareció en la nada…
El chico suspiró aliviado al oírle. Al menos no le había hecho daño.
― No me entiendas mal, me alegro de que estés bien y a salvo, pero… ¿para qué has venido?
― Después de que se fuera, encontré la petaca. Pensé que nadie más podría creer esto salvo vosotros. ― Aidan rio, vaciando el contenido del vaso en la maceta que tenía junto al mostrador y guardando la botella en su lugar. — No puedo resolver este caso y deshacerme de ese demonio sin ayuda.
― Me alegro de que la guardaras aunque me sorprende. — repuso el chico, poniendo el cartel de cerrado en la puerta y echando la llave. ― Creo que sería buena idea pedir algo para comer. No sé tú, pero yo a estas horas estoy hambriento.
El detective le observó descolgar el teléfono y pulsar la marcación rápida, revolviendo entre los papeles sobre el mostrador hasta encontrar el que buscaba. Un menú del restaurante China Express.
― ¿Comer? ¿En serio? ¡Son las nueve de la mañana!
― Si, comer. Tengo unos horarios muy raros para la comida. ¿Chino está bien para ti? Este sitio me sirve a cualquier hora. Ya les tengo acostumbrados a pedidos raros.
Veinte minutos más tarde estaban los dos comiendo, sentados en el mostrador. Casi no habían vuelto a hablar desde que llegara el repartidor con el pedido y, aunque no era un silencio incómodo, Charles seguía necesitando respuestas. Había regresado a la librería porque era el único sitio donde podría encontrar una manera de detener a ese monstruo.
― Por cierto… ― Aidan parecía levemente molesto, sin querer mirarle a los ojos y moviendo la comida, sin probarla. — Sé lo de tus sueños.
― ¿Perdón?
― Tienes sueños premonitorios, ¿verdad? Has estado viendo lo que hacía ese asesino todo el tiempo.
Charles tragó con dificultad el trozo de cerdo agridulce que se había pedido y lo miró con los ojos como platos.
¿Cómo podía saber eso?
― No te asustes. Ya te lo dije. Soy médium y empático. Cuando te fuiste… estuviste bebiendo, tocaste el vaso… al recogerlo me vino una visión. Lo siento. ― se apresuró a disculparse al ver la expresión de horror del policía. ― No lo hago a propósito. Vienen cuando menos me lo espero y no puedo controlarlas.
― Yo no… Nunca he hablado de eso con nadie.
― No debe ser fácil, lo sé. ¿Cómo lo explicas? — Aidan le miró, comprensivo. ― Yo solo tengo esas visiones a veces y son un dolor de cabeza. ¿Soñar con eso? ¡Buff! ¡Debe ser horrible!
El detective carraspeó.
Horrible era una palabra que se quedaba corta para definir lo que sufría con sus sueños, pero se acercaba bastante.
Decidió cambiar la conversación. No se sentía cómodo hablando de su don. Era algo demasiado íntimo.
― ¿Cómo sabes tanto de estas cosas siendo solo un librero? Y no me digas que leyendo.
El chico no pudo evitar reírse, a pesar de todo. Masticó el trozo de pato a la pekinesa que estaba comiendo, aprovechando para pensar qué podía decir o no al policía.
No era nada sencillo. Él guardaba muchos secretos que no le pertenecían.
― Pues aunque no te lo creas, si, la mayoría lo aprendí leyendo. Pero también de mis… «clientes», por así decirlo. Tengo una clientela algo especial.
― ¿Cómo el tipo de la sección de poesía? ¿El que te acompañó la última vez que nos vimos?
― Por ejemplo. Hace unos años, poco después de hacerme cargo de la librería y todo lo que conlleva, conocí a un miembro de La Orden.
― La has mencionado antes.
― Fue antes de que me pusieran en su lista negra, claro. Se dedican a tratar con cosas sobrenaturales. — Aidan hizo una pausa, mirando su plato y moviendo con los palillos la comida. — Son un poco radicales con sus métodos, eso sí.
― Vamos, que si algo como nuestro amigo Jack se sale del tiesto, ellos lo… ¿matan?
― En el caso de nuestro amigo Jack, no se podría. No creo que haya manera de matar a un demonio, pero sí de devolverlo a donde pertenece.
― El Infierno. — Charles puso los ojos en blanco al ver al chico asentir.
― Exactamente. Esta persona que conocí me encargó varios libros especiales y… yo soy muy curioso.
― Los leíste todos.
― ¡Por supuesto! ― exclamó Aidan. ― No todos los días se tiene la oportunidad de tener semejantes ejemplares al alcance de la mano. Y tomé notas. Nunca se sabe. Ya tenía a un fantasma en casa, ¿quién me aseguraba que no podía colárseme un demonio o algo peor? Necesitaba proteger la tienda.
― De repente, no me siento muy querido.
Julian apareció frente a ellos, haciendo un mohín y cruzado de brazos. Charles sonrió a su pesar al ver como Aidan se atragantaba con su comida mientras el otro golpeaba el suelo con el zapato.
― Sabes que no me refería a eso.
― Claro, claro… Bien, ¿qué me he perdido?
El fantasma estaba más corpóreo que cuando se fue. O eso le pareció al policía. Podía ver con más nitidez sus rasgos, que mostraban una vida al aire libre y bajo el sol, dado lo tostado de su piel y las arrugas de expresión. Le hacían parecer más mayor de lo que debió ser.
― Bueno, ¿y cómo mandamos a Jack al infierno?
― Eso no es tan simple, detective. Si la suposición de Aidan es verdadera y ese diario habla de nuestro amigo, no va a ser nada fácil. — el policía dejó los tallarines en el aire, mirándolos confundido.
― ¿Diario?
― El que mencioné el otro día. — explicó Aidan, dando un bocado a su pato a la pekinesa, gimiendo ligeramente al saborearlo. En ningún sitio lo hacían tan bien como en el China Express de su calle. — Perteneció a un miembro de La Orden. Al parecer lo localizó en Londres y le envió al Infierno.
― ¿Y cómo lo hizo?
― Usó un exorcismo especial, aunque no dejó constancia de cual.
― Y no tenemos a quien consultar cuál pudo ser, porque La Orden es muy quisquillosa con lo de compartir sus secretos. — gruñó Julian, mirándolos comer con envidia. Eso olía tan bien… y él sin poder comer. ¡Cómo echaba de menos la comida! ― Tendrás que revisar la reserva secreta. — añadió mirando hacia el librero. Este asintió, dando otro bocado.
― ¿Reserva secreta?
― A pesar de que La Orden no se fie un pelo de mí, siempre tengo material por si lo necesitan. Pero siguen sin querer venir a mi tienda.
― Sigues haciendo tratos con todo lo que matan y estoy seguro de que saben que te copiaste esos libros — rio el fantasma. — No te puede extrañar que no se fíen demasiado de ti.
― No con todo. — se defendió débilmente el chico, comiéndose el ultimo trozo de pato.
― Vampiros, lobos, el ogro de la semana pasada… ― enumeró con sorna. ― ¿Qué más quieres?
― Que piensen un poco antes de disparar, eso es lo que quiero. — suspiró el chico, levantándose y soltando el plato ya vacío en el mostrador. — No todo lo sobrenatural es malo, ¿sabes? Hay muchas criaturas conviviendo en paz y discretamente con los humanos.
Aidan se dirigió a la parte de atrás, seguido de cerca por los otros dos, hasta pararse frente a una estantería repleta de libros que estaba colocada al final de uno de los pasillos. Al tirar de «Guerra y paz», la estantería se movió, dejando la entrada clara a otra habitación, casi tan grande como la misma tienda.
― ¿Guerra y Paz? ¿En serio?
― ¿Qué? Es el único libro que sé que nunca me van a pedir. Los niños de ahora no leen algo tan largo.
Charles contempló asombrado la cantidad de objetos extraños y libros antiguos que atestaban la habitación. Había estanterías repletas, cajas, baúles, un par de espejos, vitrinas llenas de pequeños objetos como collares y relojes…
― ¡Espera, espera! ― los tres se pararon en seco bajo el umbral de la puerta. ― ¿Hay vampiros en la ciudad? — tanto Aidan como Julian rieron.
― ¡Pobre iluso! Estás hablando con un fantasma sobre como atrapar a un demonio y aun preguntas si hay vampiros.
― Deja de molestar al detective, Julian. ― regañó distraído el librero, buscando en una estantería particularmente llena. Casi daba la impresión de que iba a caerse del peso de los libros que tenía encima y todos parecían ser muy antiguos. ― No ayudas.
― Soy un fantasma. Mi trabajo es encantar cosas, no ayudar.
― Aún puedo quemar el guardapelo, tú sabes…
― Capullo.
― Ayuda y calla, anda. — el policía les observó, ligeramente divertido. Esos dos parecían un matrimonio discutiendo. Le recordaba a Henricksen y él cuando no tenían que trabajar en casos muy graves.
― ¿Siempre estáis así?
Aidan rio por lo bajo y siguió revisando libros sin responder mientras el detective se entretenía con el viejo diario que el chico había rescatado semanas antes y que acababa de entregarle.
― ¿Por qué hay gente que se dedica a esto? — preguntó Charles, buscando la página del diario que hablaba de Jack.
― ¿El qué? ¿Cazar estas cosas? — preguntó a su vez Julian, adivinando a que se refería. — No lo sé. Todos entran por una razón. Y no tiene nada que ver con el dinero, la fama ni nada de eso. — terminó, con tono amargo.
― Se refiere a que todos los que entran en la caza han tenido un encuentro nada agradable con algo sobrenatural. — el fantasma resopló.
― Me refiero a que todos los que hemos perdido a alguien por culpa de esas cosas tenemos una buena razón por la que entrar en esto. Y es por la única por la que se sigue. Tienen suerte de que muriera antes de poder cazarles.
― ¿A quién perdiste? — la mirada de Julian cambió de dura a triste en un segundo.
― Mi mujer. Hizo un pacto y vinieron a cobrárselo.
― Eso es… wow… lo siento. — murmuró sin saber que más decir. Sinceramente, no había entendido del todo lo que implicaban las palabras del fantasma, pero pensó que no sería buena idea preguntar más. Aidan pareció leerle el pensamiento porque dejó de buscar un segundo para aclararle la duda.
― Con lo de pacto se refiere a que negoció con un demonio. Su alma por lo que quisiera. Dependiendo del contrato que se firma, tienes un número determinado de años antes de que vengan a llevarte con ellos al Infierno.
El detective parpadeó un par de veces, sin palabras. Si lo que acababa de oír era cierto…
– ¡Un momento! Si existe el Infierno, ¿también el Cielo?
― No tengo ni idea. Nunca me he cruzado con alguien que lo haya visto. — ironizó el fantasma, cruzándose de brazos mientras observaba como Aidan pasaba a otra repisa para seguir buscando. — De ahí, si es que existe realmente, no se sale.
― ¿Y por qué quieres quedarte aquí? Si te vas, irías al Cielo, ¿no?
― Lo dudo.
― Si que iría.
Julian y Aidan intercambiaron una mirada y algo muy parecido a una discusión silenciosa que acabó con el librero resoplando y volviendo a su tarea de buscar. Ya había apartado tres viejos y enormes libros.
― Eso no lo sabes. También hice suficientes cosas malas como para no entrar.
― Eso sí que lo dudo mucho. — por el tono hastiado del librero, Charles supuso que esa discusión se había repetido varias veces.
― ¡Nah! De todas maneras, no quiero ir. Allí no hay nada que me interese ver.
― Y tu mujer…
― Mi mujer está quemándose en el Infierno. — contestó cortante el fantasma. ― Ella hizo un pacto. No hay salvación para quien vende voluntariamente su alma a un demonio. Y esos cabrones saben cómo cobrarse los intereses después.
― Lo siento.
― No lo hagas. Fue su decisión. — la voz del fantasma era tan amarga como la hiel y le hizo desviar la mirada hacia el diario. — Una decisión estúpida.
― ¿Por qué vendió su alma?
― Tuve una mala caída cuando llevaba el rebaño del prado a casa. Me rompí la espalda y el médico dijo que no sobreviviría. Al día siguiente de su visita, me recuperé. Inexplicablemente. — Julian se encogió de hombros, mirando hacia el detective. ― La gente pensaba que era un milagro. No lo fue.
― ¿Qué pasó?
― Lo que tenía que pasar. Con un pacto tienes un tiempo límite hasta que recojan el pago. Unos años después, Sarah salió de la casa y no volvió. La encontré cerca del rio, despedazada como si la hubiera atacado un animal grande. Pero las heridas no concordaban con nada que yo hubiera visto antes. Eran demasiado grandes para un lobo o un oso y no había huellas por ninguna parte.
Julian suspiró, visiblemente incomodo con la conversación. Compuso una sonrisa cansada antes de volver a hablar.
― Mirándolo por el lado positivo…
― ¿Tiene lado positivo? — Julian soltó una carcajada, que no sonó del todo forzada.
― Siendo un fantasma durante tantos años pude descubrir el misterio de la muerte de mi esposa. — se encogió de hombros de nuevo y volvió la mirada hacia Aidan, que le observaba con una sonrisa triste. — He podido ver como cambiaba el mundo, a veces para bien y, bueno… puedo molestar a este cuando me aburro, asustar clientes, poseer gente… aunque eso último te deja siempre para el arrastre. No compensa demasiado.
― Gracias. Me encanta ser una parte tan importante de tu no vida, Julian. — ironizó el librero, aguantando la risa.
― Suficiente charla por ahora. Tenemos que centrarnos en acabar con este demonio. Necesitamos localizarlo y retenerle el tiempo suficiente para exorcizarle y mandarle de vuelta al hoyo.
― ¿Y cómo vamos a hacer eso?
― Eso, detective, es una buena pregunta. Está claro que la tiene tomada contigo. Estoy bastante seguro de que volverá a intentar atacarte.
― Genial. — ironizó el policía.
― Hay que usar eso a nuestro favor.
― No me gusta la idea de que le usemos de cebo.
― A mí tampoco. — Charles se unió a la protesta de Aidan.
― Es lo que hay. A menos que tengáis una sugerencia mejor, claro.
Gordon Henricksen miraba preocupado su móvil sin decidirse a realizar la llamada.
No había visto a su compañero desde el día anterior y, cuando llegó a la cafetería, este no estaba por ninguna parte. Según la camarera ni siquiera había aparecido. Eso no encajaba con él. No solía desaparecer sin dejar ni rastro.
No sin avisar o dar un motivo. Y ya era la segunda vez esa semana que le hacía lo mismo.
Su compañero era muy predecible. Después de un caso donde estuvieron ambos amenazados de muerte por un asesino al que encarcelaron y que consiguió escapar, dándoles un susto considerable, acordaron que siempre estarían localizables.
Esa era una de las razones por la que le gustaba trabajar con él. Con Charles no había sorpresas ni avisos de última hora diciendo que estaba enfermo o excusas similares. Si no recordaba mal, no había faltado a trabajar ni un día desde que eran compañeros.
Así que, cuando se esfumó sin decir absolutamente nada, Gordon empezó a preocuparse. Y la cosa empeoró cuando regresó a comisaría desde la escena. Nadie lo había visto en todo el día.
A esas alturas ya empezaba a asustarse de veras.
Pero aún no veía una razón válida para llamarle. ¿Qué iba a decirle?
¿Perdona, pero como desapareciste sin decir nada me asusté?
Iba a parecer su madre o algo por el estilo. Otra vez. Y Charles se estaría burlando de él durante meses.
Gruñó una maldición y se guardó el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta. Más le valía estar bien y tener una muy buena excusa para preocuparle de esa manera o le patearía el culo en cuanto le encontrara.
Bostezó y entró al baño. Al verse en el reflejo del espejo casi se asustó por lo que vio. Llevaba noches sin dormir bien a causa de la niña, pero también había tenido un par de veces que no recordaba cuando se levantó a mirar a la niña ni cuando regresó a la cama. En esas ocasiones se despertaba desorientado y más agotado que cuando se fue a dormir.
Estaba claro que necesitaba unas vacaciones. El cansancio le afectaba más de lo que deseaba reconocer.
Tan distraído estaba que no vio el pequeño chispazo negro que salió de su móvil en el bolsillo.
La habitación empezó a oler raro, como a huevos podridos y se giró buscando el origen de la peste, pensando que alguien debía haber tirado algo de comer allí y se había podrido.
La pequeña chispa que había salido de su móvil se arremolinó frente a él, convirtiéndose en un haz de luz negra que impactó contra sus ojos. Era como una especie de energía extraña que entró en su cuerpo y se adueñó de él.
Sin poder hacer nada para evitarlo, una presencia hostil le empujó y arrinconó en su propia mente dejándole solo como un mero espectador.
Estaba recluido en su propio cerebro.
Con horror sintió sus manos moverse sin su permiso, cogiendo de nuevo el teléfono y abriéndolo para llamar. Se oyó a si mismo hablar, vio su propio reflejo en el espejo del baño, la sonrisa aterradora que sus labios dibujaron, sus ojos tornándose dorados.
Sorprendido e impotente, oyó su propia voz tendiendo una trampa a su compañero.
La presencia fue muy clara con sus intenciones y disfrutó de su terror cuando le informó.
Charles estaba tratando de terminar de leer el diario cuando su móvil sonó, interrumpiéndole a él y a los otros dos que seguían discutiendo sobre cosas que prefería no saber que eran. Llevaban por lo menos una hora echándose puyas el uno al otro sobre anécdotas del pasado que implicaban, en su mayoría, al fantasma metiendo en líos al otro por asustar a los clientes más jóvenes.
Contestó distraído, sin mirar el número del identificador de llamadas.
― Detective Andrews.
― Charles. ― reconoció la voz de su compañero enseguida, sintiéndose culpable por no haberle avisado de donde estaba. Era la primera vez en años que faltaba al trabajo.
Sin embargo había algo que no estaba bien y que le puso alerta. Su compañero normalmente solía llamarle Charlie o Andrews.
Nunca Charles.
― ¿Henricksen? ¿Ocurre algo?
― Nada importante, detective. Solo estoy aquí pasando el rato con su amigo. — el terror le congeló, sintiéndose temblar un poco. Ese tono… era el del asesino.
― ¡Déjale en paz! — tanto Aidan como Julian se acercaron raudos a él, con sendas miradas preocupadas.
― ¡Ah, ah, detective! — el muy bastardo rio. Una risa de loco que no casaba para nada con la voz del Henricksen que él conocía. ― Sea bueno o se lo devolveré en pedacitos, como hice con aquella chica. Un día el hígado, otro podría ser un brazo… incluso podría mandarle por piezas y mantenerle con vida. Sería como un rompecabezas.
― ¿Qué es lo que quieres?
― Eso me gusta más. Veo que su amigo tiene una familia adorable. Lamentaría mucho que sufrieran por su culpa, así que haga lo que le digo y todo irá bien.
Charles ahogó un gemido al pensar en ese monstruo cerca de la pequeña hija o de la esposa de su compañero.
― Está bien.
― Voy a darle una dirección y le quiero allí en menos de una hora o haré que su amigo destroce a mi siguiente víctima, la cual, por cierto, usted conoce muy bien. Y después le destriparé a él. Me gusta hacer honor a mi nombre.
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