Capítulo 2.
Para sorpresa y alivio de Arthur, Gawain sí que sabía hacia donde iban.
Tras casi una hora andando por el bosque, acabaron llegando a la carretera, muy cerca del límite de la ciudad de la que iban a salir. El guardaespaldas usó su propia tarjeta de crédito para conseguir dinero y le empujó hacia un Walmart. Su traje y el del pelirrojo estaban rotos y manchados de sangre y tierra. Llamaban demasiado la atención.
Allí compraron ropa más normal, vaqueros y camisetas para un par de días. Nada de trajes. Con todo eso preparado, Gawain consiguió un coche de segunda mano en una tienda y condujo hasta la siguiente ciudad sin parar ni para comer.
Arthur quería protestar y mucho.
Tenía hambre, estaba cansado y asustado. Algo normal dadas las circunstancias. Pero sabía que ponerse a protestar como un niño no iba a servirle de nada y que Gawain estaba haciendo lo mejor que podía para protegerle.
Cuando por fin se detuvieron, casi a la noche, a las puertas de un motel mugriento, Arthur no estaba seguro de si debía alegrarse o llorar. El sitio era deprimente.
Gawain le dejó en su habitación y volvió a salir, prometiendo traer comida a su regreso.
Arthur observó la habitación y gimió. Era minúscula, con dos pequeñas camas en las que casi no iban a entrar y un diminuto baño.
Entendía el porqué. Resultaba más sencillo proteger un espacio pequeño y allí no les buscaría nadie, eso era seguro. No iban a imaginar que un multimillonario se estaba escondiendo en semejante cuchitril.
Pero lo único que podía pensar Arthur era que allí no tenía manera de huir de su sueño. No con el protagonista durmiendo en la cama de al lado o paseándose por la habitación ligero de ropa.
¿Cómo iba a sobrevivir a eso?
Una hora después, Gawain aparecía con una bolsa de comida rápida y una expresión nada feliz.
– ¿Has conseguido hablar con Lance? – le preguntó, sabiendo que ese era el motivo de su seria expresión.
Gawain suspiró, sacando paquetes de comida china de la bolsa y ofreciéndole un par de ellos a Arthur. Cuando este los abrió se sorprendió al ver sus favoritos. Arqueó una ceja ante eso. ¿Cuándo había aprendido Gawain lo que le gustaba comer del chino?
El pelirrojo se sentó en la otra cama, frente a él con su propia comida.
– No está nada contento, obviamente. – eso debía ser la subestimación del siglo, conociendo a Lance. – Pero nos ha dicho que sigamos así. Que lo más seguro es ir por carretera, como teníamos planeado y mantener un perfil bajo hasta que podamos llegar a un lugar más seguro.
– ¿Dónde? – preguntó Arthur, dando un bocado a sus tallarines. Estaba muerto de hambre y esos tallarines estaban deliciosos.
– En Filadelfia hay una sede de Kamelot. – el chico la recordaba. Había acompañado a sus padres allí cuando era pequeño. – No es ni la mitad de grande pero es lo más seguro que podremos estar hasta que vengan a recogernos. Mientras, no es recomendable pasar mucho tiempo en el mismo sitio. Hoy dormiremos aquí y nos iremos a primera hora hasta la siguiente parada.
– Uhm.
– ¿Hay algún problema?
¿Algún problema? Pensó Arthur, frustrado.
Si, sí que lo había.
El problema era que había soñado con ese hombre y fue el mejor sueño erótico de su vida. El problema era que eso podía ser un antiguo recuerdo y ahora no sabía como mirar al otro a los ojos.
El problema era que Gawain ya no llevaba el traje negro y la camisa blanca que eran su uniforme como personal de seguridad. Llevaba unos vaqueros rotos estrechos, una camiseta negra que se le ajustaba como un guante y una sudadera que llevaba abierta en ese momento y Arthur no podía dejar de mirarle el pecho.
¿Qué iba a hacer si volvía a soñar con Gawain? En tan diminuto espacio era imposible que el otro no lo notara. Arthur estaba muy seguro de que no había sido nada silencioso esa mañana.
¿Y si volvía a tener un sueño de esa clase y Gawain le escuchaba?
No pensaba que pudiera haber algo más vergonzoso.
– No, ninguno. – mintió y siguió comiendo sus rollitos de primavera.
¿Qué iba a decir?
¡Ah, Gawain, adivina! Estoy teniendo sueños con nuestro pasado y por lo visto, estábamos liados.
Gawain era el único del grupo que no sabía que era un renacido.
Cuando Merlin hizo su pacto con la Dama del Lago, Lydia, para usar Excalibur y resucitarlos a todos en un futuro no contó con si debían o no saber sobre ese pacto o su vida anterior.
La mayoría lo fueron averiguando poco a poco, unos por sueños o visiones y otros, como en el caso de Lance, porque el propio Merlin se lo contó.
Pero Gawain jamás tuvo ningún sueño o visión sobre su antigua vida y se asumió que nunca recordaría nada. Y eso estaba bien para todos.
Tener recuerdos de tu vida pasada a veces hacia la actual más complicada.
Como el caso presente, por ejemplo.
Terminaron de cenar, en silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos. Arthur con sus preocupaciones ridículas y Gawain considerando si podía permitirse el lujo de dormir o si debía hacer guardia toda la noche.
Finalmente optó por dormir. Al día siguiente debía conducir unas cuantas horas hasta el siguiente motel, donde Lance les había reservado una habitación y no podría si estaba agotado. Ahí estaban a salvo por esa noche.
Fue al baño a darse una corta ducha y, cuando regresó, se encontró con que Arthur se estaba desvistiendo. Tenía los vaqueros abiertos, mostrando sus bóxer azules y sin camiseta.
El chico no estaba tan fuerte o marcado como él o el resto de los guardias. Y era lógico. Gawain le había llevado al gimnasio con ellos durante sus primeras semanas trabajando juntos para poder establecer un lazo con el chico y que este dejara de desconfiar de él. Necesitaba su confianza si quería poder protegerlo como era debido.
Consiguió esa confianza, su amistad y un compañero de gimnasio diario. Pero, obviamente, no estaba tan fuerte como el resto.
Sin embargo, seguía teniendo un buen cuerpo. Delgado pero muy atractivo.
Y Arthur era muy guapo, además, con ese pelo oscuro y unos ojos verdes de película. Gawain no estaba ciego. Pero era su jefe y con el trabajo no se tonteaba. Esa era su norma.
Eso no prohibía que pudiera disfrutar de la vista.
Carraspeó, llamando la atención del otro quien se sonrojó al ser sorprendido de semejante guisa, haciéndole reír.
Y ahí fue cuando la cosa se puso algo rara, en opinión de Gawain, ya que, como acababa de salir de la ducha, él solo llevaba la toalla en la cintura y poco más. Se había olvidado la ropa allí y pensaba vestirse sentado en su cama. Nada que no hubiera hecho mil veces también en el vestuario delante de todo el mundo, Arthur incluido.
Pero el chico le observaba como si no le hubiera visto nunca, con los ojos clavados en su pecho y Gawain arqueó una ceja, intrigado.
¿Sería posible que Arthur le encontrara atractivo?
No pensaba hacer nada con esa información, porque no se mezclaban el trabajo y el placer, pero…
Decidió hacer una prueba.
Cogió unos pantalones de chándal que había comprado antes y se quitó la toalla, para ponérselos. Casi se carcajeó al ver la reacción de Arthur, que fue la de sonrojarse como un tomate maduro y ser incapaz de apartar la mirada. Una mirada que se volvía más y más ardiente por segundos.
Interesante, pensó mientras se ponía una camiseta, decidiendo dejar de molestar al otro.
– Deberíamos dormir ya. – le dijo, sonriendo sin poder evitarlo al ver que el otro seguía en shock. – Mañana va a ser un día muy largo.
– Si, claro.
Y el peor miedo de Arthur se hizo realidad. O sueño.
Cuando volvió a ser consciente de algo se vio en un lugar muy diferente al que se había ido a dormir. No estaba en la habitación del motel, estaba sentado al pie de un árbol.
Al mirar a su alrededor, vio que estaba en lo más profundo de un bosque. Veía y escuchaba a otros hombres, hablando, riendo. Los caballos relinchaban, no muy lejos. Escuchaba agua correr y chapotear muy cerca de donde estaba.
Se había sentado apartado de los demás. No recordaba que momento era ese, pero si sentía que deseaba estar solo y tranquilo.
Pero, claro, su sombra siempre estaba ahí, aunque él no lo deseara.
Gawain estaba delante de él, vestido con ropas más gruesas y ásperas que las de su anterior sueño. Algo en su cerebro le dijo que era la que solía llevar bajo la armadura, tela fuerte para mantenerlo caliente y protegido bajo el metal.
El pelirrojo le sonrió, una sonrisa cansada pero afectuosa y se arrodilló frente a él, para poder besarle de la misma tierna manera que lo había hecho en el otro sueño.
Arthur no pudo evitar un gemido, tanto había deseado repetir ese beso.
Alargó las manos y cogió del rostro al otro hombre, obligándole a sentarse sobre su regazo en el suelo.
– Cualquiera diría que me ha echado de menos, majestad. – rio Gawain, volviendo a besarle. Arthur le abrazó por la cintura, tratando de acercarlo aún más.
Jadeó al sentir la dureza del otro frotándose contra la suya. Los ojos azules de Gawain se oscurecieron un tono cuando le volvió a mirar.
– ¿Quieres hacerlo delante de todos esos soldados? – le susurró Gawain al oído, moviendo las caderas para buscar más fricción. Arthur volvió a jadear, casi sin aire. – Estoy seguro de que puedo hacerlo sin que ellos se den cuenta. Pero debes estar en silencio. ¿Crees que puedes guardar silencio por mí?
– Si. Si.
– Bien.
Gawain se incorporó lo justo para poder acceder a la ropa de Arthur y abrirle y bajarle los pantalones que llevaba, liberando su ya hinchado miembro. Le acarició un par de veces antes de dedicarse a quitarse sus propios pantalones.
Echó un rápido vistazo por encima del hombro, para comprobar que los demás estuvieran en sus propios asuntos y volvió a sentarse sobre Arthur, frotando su trasero contra su miembro, sacándole un tembloroso gemido que se apresuró a acallar con un beso.
Al separarse, le sonrió y le hizo un gesto para que guardara silencio. Arthur asintió y se mordió el labio mientras veía como Gawain se preparaba a sí mismo, sin dejar de mirarle a los ojos, con las mejillas enrojecidas y la respiración agitada.
Una eternidad después, si le preguntabas a Arthur, Gawain se empaló a si mismo con el miembro de Arthur y comenzó a moverse rítmicamente.
Cuando los jadeos de Arthur empezaron a subir el volumen, le tapó la boca con la mano, casi riendo al ver su expresión de enfado.
Para vengarse, Arthur comenzó a acariciarle haciéndole perder el poco control que le quedaba. No tardaron en acabar. Demasiado para los dos.
Arthur abrazó a Gawain, quien escondió el rostro en su cuello, y cerró los ojos.
Al volver a abrirlos volvía a estar en la habitación del motel y Gawain le observaba con una expresión de diversión que debería ser ilegal en cualquier situación.
– ¿Qué? ¿Hemos soñado algo interesante?
Arthur sabía que no iba a salir vivo de ese viaje. Ya empezaba a arrepentirse de que no le hubieran matado el día anterior.
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