Rugidos del corazón. Capítulo 3.

Decidieron ir a buscar el dinero esa misma noche.

Kenny esperó a la madrugada, cuando sabía que sus padres ya estarían acostados, para colarse en su casa junto a Cody.

Utilizó sus propias llaves y desconectó la alarma para no despertar a nadie y así poder entrar al despacho de su padre.

Pero, a pesar de las palabras de su pareja, del enfado que aun sentía y de sus ganas de marcharse de allí, seguía sin estar convencido con lo que estaba haciendo.

Hubiera preferido hablar con su padre primero. O su madre, quien tal vez hubiera sido más receptiva a la idea. O, incluso, irse sin ese dinero.

Pero no quería que su pareja pensara que no deseaba marcharse con él.

Por eso guio al otro hasta el despacho y quitó el cuadro del paisaje africano de la pared, descubriendo la pequeña caja fuerte que su padre escondía allí.

Kenny introdujo inseguro la contraseña y la caja se abrió. Y, como había dicho al otro, estaba repleta de papeles. Pero también había un puñado de billetes de cien. No era mucho, tal vez un par de miles. Pero tendría que servir.

Cogió los billetes y se los ofreció a Cody.

Sin embargo, este ignoró el dinero. Apartó a Kenny y se acercó, rebuscando entre los papeles hasta sacar un sobre marrón.

El joven león lo reconoció como el que su padre guardara esa mañana mientras discutían.

– ¡Cody, venga! – le urgió. – ¡Ya tenemos el dinero! ¡Vámonos!

Sin embargo, el otro no tenía tanta prisa.

– No tan rápido, cariño. – repuso, abriendo el sobre y sacando su contenido.

Eran un puñado de papeles, lo que parecían un par de mapas y algunas fotografías en blanco y negro. Kenny no solía prestar mucha atención a los negocios de su padre. Sabía que, a veces, tenía trabajos y consultas con la Comunidad o el Consejo. Por algo era el alfa.

Pero no eran tampoco demasiadas las ocasiones en que algo así ocurría. Esos papeles parecían algo de la Comunidad, como la mayoría de alfas. Y Kenny sintió su sangre helarse en sus venas al ver como Cody los doblaba y se los guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta.

¿Para que los quería?

– Cody, ¿qué haces? ¿Para qué quieres eso? ¿Qué son esos papeles?

La expresión de Cody había cambiado completamente, como si se hubiera despojado de una máscara. Su rostro, habitualmente sonriente y amable ahora portaba una expresión de desdén y crueldad que le hacía parecer otra persona completamente distinta.

– ¡Oh, mi pequeño Kenny! – hasta su voz parecía haber cambiado. El león se sentía como si estuviera en una pesadilla. – Esto es más importante que el dinero. Y la razón por la que estoy aquí.

– No te entiendo…

El rostro de Cody se torció en una horrible mueca que le hizo parecer desquiciado. Kenny tembló al verle. Daba miedo.

– ¿No lo entiendes? Y sin embargo es muy simple, querido. Mi trabajo era conseguir estos papeles. A cualquier precio. Y si para eso tenía que acostarme contigo para conseguir el acceso, pues…

El joven león se estremeció de nuevo, esa vez de asco e incredulidad. ¿Todo había sido una mentira? ¿Una cruel manipulación para robar unos papeles a su padre? ¿Por qué?

– Dios mío… ¿Cómo has podido? – preguntó, aún en shock. – Iba a dejarlo todo por ti.  

– Ya, adorable. Y, ahora… – siguió, sacando una pistola de la parte de atrás de sus pantalones.

Kenny retrocedió, asustado. ¿Una pistola? ¿Iba a matarle?

Seguía sin terminar de comprender que ocurría. Su Cody, su dulce Cody, se había transformado de repente en un loco que clamaba haberle usado para conseguir unos papeles de su padre.

¿Cómo había podido hacerle eso? ¿Y como no lo había notado? ¿Cómo había creído cada una de las mentiras que le había dicho todo este tiempo?

Había planeado su vida con él.

En ese momento, todo lo que no le contó sobre su vida y pasado, las veces que no le llevó a su apartamento y que no le correspondió al confesar sus sentimientos volvieron a su cabeza para mostrarle con claridad todo lo que había estado ignorando a propósito.  

Cody se separó, retrocediendo hacia la puerta, sin dejar de apuntarle con la pistola.

– ¿Sabes? Ha sido tan fácil engañarte que casi va a darme pena matarte. – dijo, quitando el seguro del arma. Kenny cerró los ojos, maldiciendo por lo bajo.

– ¿Qué ocurre aquí?

La voz de su padre les pilló por sorpresa a ambos. Kenny no tuvo tiempo de advertirle cuando Cody se giró y le disparó sin mediar palabra.

Tres disparos al torso y su padre cayó al suelo de rodillas, con un ruido sordo y gimiendo de dolor.

Cody gruñó, claramente disgustado. Eso no entraba en sus planes, pero tampoco parecía disgustarle la idea de haber herido al alfa.

– ¡Papá! – gritó Kenny, ignorando al otro y saltando para arrodillarse junto a su padre. Respiraba muy débilmente y perdía sangre a borbotones, pero seguía vivo.

Se quitó la chaqueta y trató de taponar las heridas para evitar que siguiera desangrándose. Mientras, en la casa, la gente se había despertado con los disparos y empezaban a escucharse carreras y gritos.

Cody maldijo, volviendo a encañonarles y este vio como el humano realmente apretaba el gatillo.

Salvo que nada ocurrió. No hubo disparo, no hubo bala, no hubo nada. La pistola se había encasquillado.

Furioso y apurado porque las voces se acercaban, Cody soltó una maldición a gritos y salió corriendo de allí, dejando atrás a Kenny y su padre.

Y así fue como lo encontraron su madre y los guardias cuando llegaron. Arrodillado junto a su padre, con las manos manchadas de su sangre.

Veinticuatro horas más tarde, Kenny se encontraba encerrado en una celda.

Llevaba incomunicado tanto tiempo que no sabía ni qué hora era ni cuánto tiempo había pasado. No existían ventanas ni relojes y nadie le decía absolutamente nada.

No le han dejado ni cambiarse de ropa ni lavarse las manos así que todavía estaba manchado de sangre. El olor le había puesto tan enfermo que vomitó dos veces.

Aunque tampoco le habían traído nada de comer ni beber, así que ya no le quedaba nada en el estómago para seguir vomitando.

Se preguntaba, mientras permanecía sentado en el sucio suelo, si su padre habría muerto y si él va a morir.

No era ningún iluso.

Sabía que había metido la pata y a lo bestia. Dejo entrar en la casa del Alfa a un humano, algo que jamás se debía permitir.

Jamás.

Dicho humano, además, robó documentos importantes y disparado al Alfa, presumiblemente asesinándolo.

Le iban a condenar a muerte, daba igual que lo hubieran manipulado y engañado. Él jamás debió permitir que entrara en la casa, para empezar.

Tendría suerte si le ejecutaban rápido.

Kenny estaba sentado en el suelo, intentando no volverse loco con la idea de lo que se le avecinaba, cuando alguien apareció por fin.

Uno de los guardias abrió la puerta y su madre entró, con el rostro serio y desencajado. Nunca la había visto así de demacrada.

– Mamá… – su madre alzó la mano, pidiendo silencio y Kenny obedeció, apesadumbrado.

– Voy a ser breve, hijo. Tu padre sigue vivo. – Kenny alzó la mirada, esperanzado. ¿Seguía vivo? ¡Eso era un alivio enorme! Pero la expresión de su madre eliminó toda esperanza de que eso fueran buenas noticias. – Eso no va a evitar que te juzguen. Gracias a que ha sobrevivido y a que he pedido clemencia al Consejo, no van a ejecutarte.

– ¿Entonces?

– Van a desterrarte y a marcarte como omega. – Kenny palideció. Había oído rumores sobre la marca de omega y ninguno era agradable. – Tu padre ha quedado muy mal herido. Tardará meses, si no más, en recuperarse lo suficiente como para poder volver a dirigir esta manada.

– Lo siento. – su madre le dirigió una mirada gélida al escuchar sus disculpas.

– ¡Te advertimos sobre ese humano! ¿Por qué no nos escuchaste? ¡Te dijimos que no podías confiar en ellos! – gritó su madre, con lágrimas en los ojos. – Has traído la deshonra a esta familia al escogerle antes que a nosotros. ¡Te repudio! – terminó, dándole la espalda y dejándole solo en la celda.

Kenny no tuvo mucho tiempo más para apenarse por las duras palabras de su madre. Para eso tendría tiempo mucho después.

En ese momento le preocupaba más el grupo que entró tras marcharse su madre. Entre ellos destacaba un león enorme, que portaba una especie de maletín de médico y que se alejó hacia una esquina, usando el catre que allí había como mesa improvisada.

Mientras, el grupo se separó y uno de ellos, que resultó ser un notario, empezó a soltar una parrafada legal eterna. Lo único que sacó en claro Kenny era que lo estaban desterrando y que ese tipo le explicaba las condiciones en que se realizaría dicho destierro y sus derechos (o falta de ellos).

Lo acompañarían al límite de la ciudad y él estaría obligado a marcharse y no regresar jamás. Al parecer, alguien, presumiblemente su madre, había preparado y traído su mochila con algo de ropa y su documentación.

Y ahí fue cuando notó el olor.

Mientras el notario y todos los demás hablaban, Kenny no había prestado atención al tipo del maletín. Pero le empezó a llegar un olor extraño. Algo que no debía olerse en ese lugar.

Hierro calentándose.

Y se le erizó el cabello al ver como ese tipo grande calentaba un hierro de marcar con un soplete.

La marca no era demasiado grande. Del tamaño de una moneda de dólar, redonda con el símbolo de la letra griega omega.

Para su horror, los otros cuatro leones, le rodearon y sujetaron mientras el grande se les acercaba con el hierro candente en su mano derecha.

Como si el tiempo se hubiera ralentizado, vio al tipo acercarse mientras uno de los que le sujetaban le obligaba a bajar la cabeza y cortaba su largo cabello dejando su nuca al descubierto.

El dolor de la quemadura fue espantoso, jamás había sentido algo igual. Pero lo peor fue el olor.

La peste a carne quemada y el saber que era la suya le revolvió el estómago lo suficiente como para provocarle arcadas.

Lamentablemente, al no tener nada desde hacía horas impidió que pudiera vomitar nada y sentir algún alivio.

Asqueado y dolorido, con el rostro lleno de lágrimas y las manos manchadas aún de sangre. Así fue como lo arrastraron fuera de la celda para meterle en una furgoneta para llevarle a los límites de la ciudad.

Una vez allí, empezaron a darle una paliza, golpeándole con puños y patadas cuando cayó al suelo.

Estuvieron minutos golpeándole, sintiendo cada golpe y rezando para que fuera el ultimo. Cuando por fin se detuvo, le arrojaron su mochila y regresaron a la furgoneta, que no tardó en alejarse del lugar.

Kenny tardó casi una hora en conseguir fuerzas suficientes solo para levantarse y quedar sentado en el suelo, intentando averiguar si tenía algo roto.

Cuando comprobó que no había nada dañado de gravedad, se centró en el contenido de su mochila. Tenía ropa, sus documentos y, por alguna clase de suerte o piedad, algo de dinero.

Todavía tardó otra hora más en conseguir ponerse en pie y alejarse de la ciudad, caminando por el borde de la carretera.

No tenía ni idea de que iba a hacer ahora. Ni a donde dirigirse. No conocía a nadie a quien pudiera acudir ni pedir ayuda. Y el dinero era bastante escaso. Lamentablemente, en las condiciones en que le habían dejado no estaba para hacer mucho para conseguir más.

¿Qué iba a ser de él?, pensó mientras se alejaba carretera arriba, cojeando, hacia un cielo negro y tormentoso.

¿Qué iba a ser de él?

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