Rugidos del corazón: Capítulo 21.

  • ¿Les hemos localizado ya?

Cody estaba impaciente por localizar a su antiguo amante y, por consiguiente, al librero. Lo único que había sabido en los dos últimos días era que habían salido a toda prisa de San Francisco, dejando el motel en donde habían estado alojándose durante una semana.

Así también se enteró de que Kenny no estaba solo. Le acompañaban dos chicos más jóvenes. Cody sabía lo que había ocurrido con Kenny después de dejarle atrás.

Sabía que había cargado con las culpas por el robo y el intento de asesinato de su padre. Él creía que lo sentenciarían a muerte, pero solo lo desterraron y marcaron como omega, lo cual fue muy decepcionante. Probablemente eso era más cruel que la muerte, pero… Cody seguía deseando que el león sufriera.

Y tenía sus razones para ello. La familia de Kenny era responsable de que Cody perdiera a su padre, cuando el alfa lo asesinó sin piedad por intentar entrar en su territorio.

¿La razón que dio?

Que su padre había intentado herir a Kenny.

En realidad, el padre de Cody intentaba secuestrarlo, para luego chantajear al alfa, pero la cosa no salió como estaba planeado y el león dominante lo asesinó, dejando huérfano y lleno de rencor a Cody.

Cuando este creció y vio la oportunidad de vengarse, saltó a ella entusiasmado. Una lástima que el alfa siguiera vivo, pero saber que había renegado de su heredero y que eso había desestabilizado a la manada durante años fue bastante satisfactorio.

Hasta unos días atrás, pensaba que Kenny había muerto al poco de salir de su manada. El león era tan blando e inútil que no creía que hubiera sobrevivido por su cuenta y con el corazón roto. Al parecer lo había subestimado.

Cody regresó su atención al subordinado que miraba atento su ordenador, en el que se podía ver un mapa que ocupaba toda la pantalla.

  • No ha sido fácil, pero sí. Han cogido carreteras secundarias y poco transitadas para no ser seguidos.
  • ¿Y dónde están ahora?
  • Nueva York. – Cody frunció el ceño, extrañado.
  • ¿Nueva York? ¿Para qué habrán ido allá? Pensaba que irían a Chicago. Hubiera sido lo más lógico. ¿A quién pueden conocer allí?
  • Que sepamos, a nadie. Pero Nueva York es una ciudad importante para la Comunidad.
  • ¿Por qué?
  • Ahí está la sede de Kamelot, señor.

Cody jadeó, sorprendido. ¿Cómo había podido olvidar Kamelot y sus entrometidos moradores? Todos pertenecían a la Comunidad, aunque él no sabía en que grado.

Aidan debía saber de su existencia, como guardián que era. Tenía sentido que hubiera sugerido ir a verlos para pedir protección.

  • Que vigilen el edificio. Nuestro objetivo debe estar ya allí o estar cerca de ahí. Un escuadrón que se prepare para ir a Nueva York conmigo. Vamos a traer de vuelta al guardián.

En la torre Kamelot, Aidan estaba siendo revisado por tres médicos a la vez. Cuando, horas después de marcharse, Max y Kenny llamaron a Nicky y le dijeron que se reunieran con ellos en la torre no sabía que iban a encontrarse.

Aidan no esperaba ese edificio tan lujoso, ni tanta gente pendiente de ellos hasta el cansancio. Los médicos habían sido muy amables con él, curando sus heridas y realizándole toda clase de pruebas para asegurarse de que estaba bien.

Aparte de unos pocos cortes y quemaduras que aún estaban por sanar, no tenía nada roto ni había ningún sangrado interno. Si habían detectado una leve conmoción, pero nada que fuera preocupante. Solo necesitaba descansar y dejar que su cuerpo que se recuperara para curarse. Incluso sus poderes estaban bajo mínimos. No había conseguido sentir nada de nadie desde que le atrapara Pemberton. Eso no sabía si calificarlo de algo bueno o malo, realmente.

La puerta de la habitación en la que le habían dejado se abrió y entró Merlin junto con otra persona. Un chico de su edad, más o menos, con traje muy elegante y expresión preocupada. Tenía el cabello oscuro y una cicatriz que le partía la ceja izquierda.

  • ¿Cómo te sientes? – le preguntó Merlin, con una sonrisa.
  • Mucho mejor ahora. Los médicos han dicho que no hay nada irreparable.
  • Eso es estupendo. Aidan, este es Arthur P. Drake. El dueño de Kamelot. – Aidan le dirigió una mirada escrutadora al chico.
  • Un renacido. – susurró sin darse cuenta. – Mis poderes andan un poco descolocados desde el secuestro, pero aun puedo sentir eso y la magia tan poderosa que protege este edificio. Tenéis una reliquia.
  • Así es. Excalibur. Fue forjada con la mitad de una reliquia. La otra mitad sigue perdida. Tenemos gente buscándola.
  • Eso está muy bien. Pero no es la que La Orden busca.
  • ¿Sabes cual están buscando? ¿Tienen alguna pista?
  • Nah… me robaron un libro que podría ayudarlos, pero no llegaron nunca a hacer que el hechizo funcionara.
  • ¿Por qué? Si no he entendido mal, tienen a un buen hechicero entre ellos.
  • Oh, si… Rasputín. No puede hacer que funcione el hechizo. Y no puede porque no es una criatura sobrenatural. Es magia que solo funciona con nuestra gente. Rasputín puede ser hechicero. El mejor del mundo. Pero no es mágico. Tú, yo, tu amigo… los leones de ahí afuera… nosotros si podríamos hacer funcionar eso. Ellos, no. Y les ha cabreado.
  • Entonces seguimos sin saber dónde está la reliquia.

Aidan negó, sonriendo torcido.

  • No, yo sí sé dónde está porque hice el hechizo antes de escapar. No ha sido casualidad que acabáramos aquí. – los otros dos intercambiaron una mirada de sorpresa.
  • ¿Está en Nueva York?
  • Si. En la biblioteca pública.
  • Ese sitio es enorme… – gimió Arthur.
  • Es todo lo que sé. Lo siento.

Merlin se quedó pensativo un rato antes de hablar.

  • Le pediré ayuda a Lydia. Estoy seguro de que ella puede pensar algo para encontrar la reliquia en ese edificio. Y haré que Lance organice la búsqueda.
  • Eso está muy bien. ¿Dónde están los leones? – preguntó Aidan, luciendo preocupado por sus nuevos amigos. 
  • Los hemos dejado con Gawain, uno de nuestros hombres para que los llevara a comer algo a la cafetería. Luego los acompañará a unas habitaciones que los hemos preparado. Espero que quieran descansar antes de irse.
  • Eso estaría bien. Me gustaría despedirme de ellos antes de que se fueran. Una recomendación. Prepárales solo una habitación con cama grande. – añadió el librero, divertido.
  • Tomo nota.

Gawain observó a los tres invitados comiendo y conversando juntos en la mesa de la cafetería mientras él se tomaba un café. Merlin le había ordenado cuidar de ellos y vigilarlos.

Cuando les había comunicado que Arthur les había pedido quedarse y descansar, ellos no parecieron muy convencidos con la idea. Hubo una leve discusión en voz baja que acabó con ellos accediendo.

No hubo discusión ni quejas a la invitación a comer en la cafetería. Los dos más jóvenes prácticamente arrasaron con casi todo. El mayor fue más comedido, pero aun así había cogido comida para tres personas. Gawain supuso que era algo que tendría que ver con el metabolismo de su raza.

Su teléfono vibró y vio un mensaje de Merlin indicándole un cambio de planes con las habitaciones a las que debía acompañar a sus invitados. Al parecer habían decidido alojarles en una sola, alegando algo de que estarían más cómodos juntos. Gawain arqueó una ceja.

  • ¿Ocurre algo? – el chico se sonrojó al verse sorprendido.
  • No. Mi jefe acaba de mandarme una actualización y me ha pillado algo de sorpresa.
  • ¿En qué forma?
  • Vale… es que me ha sorprendido, eso es todo. Tenía orden de llevaros a tres habitaciones diferentes y ahora me han dicho que os lleve a una más grande, pero individual.
  • Eso estará mucho mejor, gracias. – asintió Max. – No hubiéramos aceptado estar separados.
  • Lo siento. No estoy muy familiarizado con las costumbres de vuestra raza.

Los tres leones intercambiaron una mirada divertida pero no hicieron comentarios. Más tarde, ya en la habitación que les habían asignado, los tres dormían profundamente en la cama.

Bueno, los hermanos dormían, uno en cada extremo del colchón y Kenny permanecía despierto en el centro.

Había sido un día largo y estresante y estaba agotado. Pero el jaleo con La Orden había traído negros y feos recuerdos de vuelta a su mente y acabó teniendo una pesadilla.

Era La Pesadilla, como la llamaba Nicky, aunque no supiera exactamente que ocurría en ella ya que Kenny nunca hablaba de ello. Pero era la de siempre y le despertó temblando y llorando.

Un cálido aliento acarició su nuca y las manos que rodeaban su cintura apretaron el abrazo un segundo para aflojarse y que Kenny pudiera girarse. Max le sonrió adormilado cuando quedaron cara a cara.

  • ¿Por qué no duermes? ¿Una pesadilla? – preguntó, colocando sus manos en las mejillas del otro. – ¿Por qué lloras? – Kenny se sorprendió al oír la pregunta. No se había dado cuenta de que estaba llorando.
  • No pasa nada. Solo es la pesadilla.
  • Oh… – el joven león se inclinó y le dio un leve beso. – No pasa nada. Solo era un mal sueño. Ya no puede hacerte daño. – le susurró, abrazándole y acariciándole el cabello.
  • Todo este lio me ha traído malos recuerdos. – dijo al notar una de las manos del otro rozar la marca de su nuca. – No quería despertarte.
  • Nah, descuida. Nicky ronca demasiado como para dormir algo. 

El más joven gruñó por lo bajo haciendo reír a los otros dos. El rostro adormilado de Nicky asomó por encima del hombro de Kenny, mirando molesto a su hermano.

  • Muy gracioso, sí. ¡Yo no ronco!
  • No… para nada… solo haces un ruido constante y molesto mientras duermes que suena como un ronquido.
  • Divertidísimo. – Nicky frotó su mejilla con la de Kenny. – Olvídate de todo eso. El pasado no puede hacerte daño si no le dejas. – le dijo antes de acomodarse para volver a dormir.

Max arqueó una ceja al escuchar a su hermano. Volvió a besar al rubio y se acurrucó en sus brazos, instándole a dormir. Sintió al otro besarle en el cabello.

  • A nosotros no nos importa ese pasado, Kenny. Te queremos igual. – y añadió mucho más bajito. – Yo te quiero igual.

Kenny sonrió y abrazó más fuerte a Max, cerrando los ojos. A lo mejor si podía dormir algo esa noche.

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Rugidos del corazón: Capítulo 20

Al día siguiente de la conversación de la gasolinera, los cuatro se encontraban en un motelito en Chinatown, en la zona de la Comunidad del barrio. El edificio pertenecía a una familia de inu-youkai o demonios-perro que llevaban también el restaurante situado en el local del mismo edificio.

Era barato y seguro para ellos.

Aidan se miraba en el espejo del baño, comprobando los moratones que aun tenía en el rostro. Se encontraba mucho mejor pero el cuerpo le dolía terriblemente. Era una verdadera suerte que no le hubieran roto ningún hueso mientras le torturaban. Pero sin haber podido ir a un médico para que le revisara no sabían seguro si tenía alguna herida interna. Esperaba que no.

A través de la puerta cerrada podía escuchar las voces de los tres jóvenes leones, conversando. Nada especial. Solo discutían sobre la comida o quien tomaría el siguiente turno con el coche. No parecían especialmente preocupados sobre él o La Orden o sobre su próxima visita a la torre Kamelot.

Eran un grupo muy peculiar, desde luego. No sabía mucho sobre su raza, los leones.

Recordaba algunas de sus costumbres, sobre las cuales había leído en un par de libros que guardaba su abuelo en la trastienda.

Los leones vivían en familias, normalmente numerosas. Antiguamente incluso mantenían varias parejas, pero, en la actualidad, solían tener relaciones monógamas.

Estos tres eran bastante peculiares, por lo que había comprobado esos días. Kenny se portaba con ellos como un alfa protector, preocupándose y vigilando todo. Max solía tomar la mayoría de las decisiones, aunque las consultara siempre con los otros dos. La mayoría de las veces él acababa teniendo la última palabra de lo que fuera. Y Nicky, el más joven, era el cuidador.

Todos eran rasgos de alfa, no había duda y ninguno se comportaba como menos que eso.

Salió del baño y se encontró con los otros tres sentados en una de las camas. Aidan arqueo una ceja al verlos. Kenny estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama con Nicky tumbado a su lado, leyendo una revista, su cabeza más en el muslo del otro que en la almohada. Max estaba entre las piernas del primero, dándole la espalda porque el rubio le estaba trenzando su larga melena oscura.

  • ¡Ey! ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Kenny al notar su presencia. Aidan sonrió al ver como los tres dejaban sus cosas para ayudarle a sentarse con ellos.
  • Mejor. La ducha ha hecho milagros. Aunque me duele todo. Por cierto… no es necesario que me acompañéis hasta la torre si no queréis.

Max negó, levantándose de la cama para acercarse. La trenza que le había hecho Kenny le quedaba bastante bien, tenía que admitir.

  • ¡De eso nada! Vamos a llevarte hasta allí y comprobar que te dejamos en buenas manos. – los otros dos asintieron.
  • Está bien. Gracias. ¿Cuándo nos iremos?
  • Pronto. Quiero echar un ojo antes de llevarte. Por si acaso no son de fiar.
  • Un poquito paranoico, ¿no?
  • Mejor prevenir que curar. – respondió Max riendo. – Nicky va a quedarse aquí contigo y, cuando veamos que es seguro, le llamaré para que te traiga. ¿Vamos, Kenny?

Kenny no parecía tan dispuesto como el otro, pero se levantó y lo siguió al exterior. Nicky y Aidan intercambiaron una mirada, divertidos y el joven león le ayudó a ponerse más cómodo en la cama. Era mejor que estar sentado en la silla.

  • ¿Tu hermano y Kenny siempre son así?
  • ¿Así, cómo?
  • Así de desconfiados y protectores.
  • ¡Ah, sí! Siempre. Lo comprueban todo mil veces. Y lo piensan y repiensan otras mil antes de hacer nada. Yo soy más de aquí y ahora. Ellos no. Por eso se compenetran tan bien. – Aidan consideró sus palabras en silencio varios minutos antes de atreverse a hacer las preguntas que de verdad le intrigaban en ese momento.
  • ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
  • Claro. – el librero sonrió. Había notado que Nicky no tenía los reparos de los otros dos al hablar y eso iba a ayudarle.
  • ¿Qué clase de relación tenéis? Quiero decir… vosotros estáis de excursión, ¿verdad? – Nicky asintió. – Y la idea de esa excursión es que encontréis pareja y forméis una familia.
  • Exactamente. Y eso hacemos.
  • Pero ya os comportáis como si fuerais pareja.

El león le miró, parpadeando confuso antes de reír. Una carcajada alegre que le descolocó.

  • Ya, sé que puede parecer así. Mi raza, sobre todo en mi familia en particular, siempre hemos sido demasiado expresivos. Para algunos es casi incomodo. Y puede dar para malentendidos.
  • Entonces… ¿seguís buscando pareja?
  • Yo sí. Max un día se dará cuenta de que está colado por Kenny y Kenny por él, pero mientras no me molesta tenerles al lado y disfrutar de este adelanto de la familia que un día seremos. Cuando yo encuentre mi pareja, vamos a vivir los cuatro juntos. Bueno, al menos uno al lado del otro. Ese siempre fue el plan.

Aidan sonrió ante la sinceridad y espontaneidad del otro.

Mientras, en los alrededores de Wall Street, Kenny y Max merodeaban la torre. Ambos estaban discutiendo si entrar o no, ya que habían estado comprobando la seguridad del edificio y esta era considerable.

Cámaras en el exterior, rodeando la fachada, otras en la misma puerta, guardas de seguridad tanto fuera como dentro… era una fortaleza.

  • Lo que está claro es que no va a ser fácil entrar y mucho menos salir. – declaró Kenny después de un rato vigilando el movimiento de los guardas de seguridad.

Hacían rotaciones de quince a veinte minutos. Max frunció el ceño. Su padre le había asegurado que Kamelot era un aliado y él confiaba en su padre. Pero la seguridad de las dos personas que más quería estaban en sus manos.

¿Podía jugársela?

Kenny le cogió de la muñeca y le dio un leve apretón.

  • Vamos. Si hemos venido hasta aquí, vamos a intentarlo. No perdemos nada por hablar.

Pasar de las puertas no fue tan complicado como pensaron en un principio. Nadie les detuvo ni hizo preguntas cuando entraron al edificio. Se encontraron en un enorme hall con suelos de mármol blanco y paredes de cristal.

Muy hermoso, pero poco amueblado, en realidad.

Había cuatro sofás de dos plazas distribuidos por el lugar y la mesa de recepción, en la que una preciosa chica rubia vestida impecablemente con un traje rojo atendía llamadas y a todo el que se acercaba a preguntar.

Max se sintió de repente muy mal vestido. Iba como siempre, con un pantalón vaquero, camiseta y una sudadera, y alrededor de tanto lujo parecía un pordiosero. Sintió su resolución flaquear conforme se acercaban al mostrador. El tacto de la mano de Kenny en la suya le hizo recuperar un poco su habitual seguridad y compuso una sonrisa arrogante antes de dirigirse a la mujer.

  • ¡Hola! Queríamos ver al señor Merlin. – la chica sonrió radiante a los dos.
  • El señor Merlin puede que no esté disponible esta mañana, pero comprobaré si tiene un hueco. ¿De parte de quien le comunico que viene?
  • Somos Max y Kenny. No nos conoce, pero queríamos hablar con él sobre un amigo en común. Aidan Kelly.

La recepcionista volvió a sonreír y conectó la línea, hablando a toda velocidad con alguien que probablemente sería la secretaria del tal Merlin. Max la vio alzar las cejas, sorprendida, por algo que le habían dicho antes de desconectar la llamada.

Ambos leones notaron que los guardas de seguridad más cercanos se volvían a mirarlos. Al parecer el nombre del librero había levantado las sospechas de Kamelot. Ambos se pusieron a la defensiva.

  • El señor Merlin bajará en unos minutos para recibirles. Por favor, tomen asiento. – les anunció, señalando hacia los sofás.

Max y Kenny volvieron a intercambiar una mirada y se quedaron dónde estaban, vigilando a los guardas. Un par de minutos después, el timbre del ascensor sonó y apareció un tipo alto, vestido con un traje gris y guantes.

Max le calculó unos treinta y algo largos, sin embargo, su cabello estaba totalmente gris. Un aura de poder le rodeaba.

  • Es un mago. – le susurró Kenny sin apartar la vista del recién llegado.

El tal Merlin se detuvo a dos pasos de ellos, observándoles curioso e intrigado. No parecía amenazante si no relajado. O estaba muy seguro de sí mismo y su poder o no les consideraba enemigos.

  • ¡Vaya! Jamás imaginé que vería dos leones con mis propios ojos. No sois la raza más sociable del planeta.
  • No nos fiamos mucho de los humanos. – masculló Kenny, molesto.
  • Imagino que con razón. Habéis dicho que teníais noticias de Aidan. ¿Es cierto?
  • Lo es.
  • ¿Está bien?
  • Está a salvo. Ahora mismo con un amigo para asegurarnos que no le pasa nada mientras estamos aquí. – Merlin asintió, mirando alrededor preocupado.

Les hizo un gesto a los otros dos y les indicó que le siguieran hasta una habitación oculta tras el mostrador de recepción. Allí vieron un pequeño despacho con un escritorio, un par de sillas y un pequeño sofá.

  • Lo tenía La Orden. ¿Cómo le habéis rescatado?
  • No lo hicimos. Él consiguió escapar. Lo encontramos en el aparcamiento del motel donde nos alojábamos, en San Francisco. Estaba bastante mal herido. Le hemos curado como hemos podido, pero no le vendría mal que le viera un médico.
  • Estábamos muy preocupados. Ya le dábamos por muerto, la verdad. Sus amigos van a ponerse muy felices cuando lo sepan. ¿Podéis traerlo?

Max se acercó un paso y sus ojos castaños brillaron con una luz sobrenatural cuando habló. A su espalda, Kenny hizo lo propio.

  • Si le pasa algo o si alguno de nosotros corre algún peligro por dejarlo en tus manos, te despedazare poco a poco.
  • No va a pasarle nada. Ni a él, ni a vosotros. Te doy mi palabra.

Rugidos del corazón: capítulo 19.

Max observó preocupado a Kenny cuando este detuvo el coche en el aparcamiento de una gasolinera, a medio camino entre Pasadena y Nueva York.

Les quedaba todavía más de la mitad del camino e iban a tener que detenerse pronto para dormir, porque Aidan no estaba en condiciones de hacer todo el viaje sin descansar.

Al joven león le resultó extraño que se detuvieran en la gasolinera ya que el coche aún tenía combustible de sobra. Más extraño fue ver como Kenny salía sin decir palabra y se alejaba a la parte de atrás del local, que daba a una especie de pequeño y descuidado parque infantil.

Estaba claro que algo le ocurría.

Miró a su hermano a través del reflejo del espejo retrovisor y este se encogió de hombros. Nicky tenia a Aidan recostado en su regazo para mantenerlo cómodo.

  • Ve. – le instó, acomodándose en el asiento con el otro hombre. – Deja las llaves puestas.
  • No tardaré mucho. Espero.

Max salió del coche y siguió el mismo camino que el otro león, andando hacia el parque infantil. Lo encontró sentado en un banco, con la mirada perdida en los desiertos columpios. Max se sentó a su lado, en silencio esperando que el otro decidiera hablar sobre lo que le ocurría.

No tuvo que esperar demasiado.

  • Deberíamos dejarle aquí y largarnos. – el moreno le miró incrédulo de sus palabras. ¿Hablaba en serio? ¿Su dulce y protector Kenny pidiendo que abandonaran a un hombre herido y necesitado de ayuda?
  • Dime mejor que es lo que ocurre contigo. Estas aterrorizado de esa gente.
  • Lo estoy, sí. Tengo pánico de que nos encuentren y os hagan daño.

Max se recostó en el banco, estirando su brazo izquierdo para colocarlo sobre los hombros del otro, que se acercó más a él buscando el contacto. El moreno le acarició el cabello con ternura.

  • Mi padre me comentó ayer que lo mejor era lo que estamos haciendo. Dirigirnos hacia Nueva York y pedir allí la ayuda del dueño de Kamelot. Es parte importante de la Comunidad y está bastante involucrado con los últimos líos de La Orden.
  • ¿Son de fiar?
  • Toda la Comunidad parece pensar que sí. – respondió, bajando la mano para acariciarle la nuca. – Si no podemos ayudarle de otra manera, lo menos es dejarle en manos amigas. Pero dime… ¿Qué te han hecho La Orden? Nunca te hemos pedido que nos cuentes nada de tu pasado, Kenny. Y si no quieres hacerlo, lo respetaré, como siempre hemos hecho. Pero ayúdame a entenderlo.

Kenny le dirigió una mirada tan cargada de dolor que le retorció el corazón. Ni Nicky ni él tenían idea de que había ocurrido para que Kenny acabara desterrado de su manada.

Nunca habían querido preguntar qué había pasado ni por qué ya que respetaban su deseo de mantener esa parte de su vida en secreto, pero si Kenny quería que no ayudaran a ese chico tenía que dar buenas razones para ello.

Volvió a centrar su atención en el rubio, quien parecía estar a punto de echarse a llorar, consiguiendo que Max casi se arrepintiera de haberle preguntado.

Pero Kenny no derramó ninguna lagrima al final. Dio unas profundas respiraciones, cerró los ojos durante unos segundos y suspiró, soltando despacio el aire.

Parecía dispuesto a hablar.

  • Como os dije aquella noche, mi familia me desterró. – Max asintió. – Me marcaron como omega y me echaron de mi casa y mi ciudad. Agradezco que jamás me tratarais distinto por ello.
  • ¿Por qué íbamos a tratarte distinto? Sin contar que pienso que es una costumbre anticuada y bárbara, tú nos has cuidado y ayudado desde el primer día que nos conocimos. Nos has tratado con cariño y confianza. ¿Cómo íbamos a tratarte si no era con lo mismo que nos has dado?

Kenny le cogió de la mano y tiró de él para darle un beso antes de abrazarle y esconder el rostro en su cuello. Estuvieron así un rato antes de volver a hablar.

  • Mi familia me repudió, después de ser marcado. Me sacaron de la ciudad no sin antes darme una paliza. Y la razón de todo eso fue La Orden.
  • ¿Cómo?
  • Ellos enviaron a alguien para ganar mi confianza y usarme. Me utilizó para colarse en el despacho de mi padre y robar unos documentos de la manada. – Max frunció el ceño. – Después, disparó a mi padre, el alfa dejándole mal herido. Él huyó y yo pagué las consecuencias de mi mal juicio.

Max le miró escandalizado.

  • ¡Pero eso no es justo! ¿Cómo ibas a sospechar de tu amigo? – Kenny le dirigió una mirada dolida.
  • No era mi amigo. Quería que fuera mi pareja. Fue unos meses antes de mi dieciocho cumpleaños. La semana anterior discutí con mi padre porque le dije que no pensaba irme y que iba a emparejarme con él. Por supuesto, él se negó rotundamente, llamándome chiquillo e irresponsable.

Max le observó luchar contra los dolorosos recuerdos.

  • Obviamente, eso funcionó fatal, claro, consiguiendo el efecto contrario. Me largué de casa, dando un portazo y fui a buscarlo a él. – El moreno notó entonces que en ningún momento Kenny daba un nombre al responsable de su pena. Supuso que era demasiado doloroso nombrarlo, aunque empezaba a sospechar quién era esa persona. – Me convenció de que podíamos huir. Pero que necesitaríamos algo más de dinero del poco que teníamos ahorrado. Yo sabía que mi padre siempre guardaba unos cientos en la caja fuerte del despacho. Solo teníamos que colarnos y cogerlos. Sabía la contraseña.
  • Oh, Kenny…
  • Lo llevé a casa y abrí la caja fuerte. Cuando le vi coger los documentos en vez del dinero me pensé que se había equivocado. Todavía seguía sin creer lo que estaba haciendo cuando le vi sacar la pistola y apuntar a mi padre… Ni siquiera hice el intento de impedírselo.

Max le volvió a abrazar, fuerte y estrecho y le escuchó soltar un par de sollozos ahogados antes de volver a separarse. Esa vez sí que vio lágrimas en sus ojos cuando le pudo ver el rostro. El moreno se las secó con los dedos, dándole un nuevo y leve beso en los labios.

  • Kenny… no creo que nadie hubiera podido reaccionar en ese momento. Sé que es muy fácil decirlo, sobre todo viéndolo todo desde fuera. Pero la persona que más querías te traicionó vilmente. Nadie hubiera podido reaccionar. Y sigo sin entender cómo pudieron culparte a ti de sus acciones.
  • Yo lo dejé entrar. Ningún humano debería haber podido entrar en la casa de un alfa. – Max hizo una mueca al oírlo. Así que el tipo era humano. Ciertamente, incluso en su familia que eran bastante abiertos a casi todo, no habrían invitado nunca a un humano a la casa de un alfa.

Los alfas eran lo más importante en las familias o manadas. Sin ellos, el grupo se desestabilizaba y quedaba a la deriva. Si el alfa de Kenny había sido disparado y herido gravemente empezaba a entender la reacción de su familia. Pero hacer que Kenny pagara por todo en vez de perseguir a ese humano… eso le seguía pareciendo injusto.

Era obvio que su amigo ni habría intentado defenderse. Se veía perfectamente que se sentía terriblemente culpable por lo ocurrido y se avergonzaba de haber sido tan crédulo. La prueba estaba en que no era capaz de mirarle a los ojos mientras le contaba toda la historia.

Max se quedó allí, escuchando a su amigo confesarse. Fue algo muy doloroso, pero Kenny se veía hasta aliviado de haber podido sacarse todo eso por fin. Cuando estuvieran solos, Max iba a tener que hacerle un resumen de todo eso a Nicky.

Cuando su amigo acabó de hablar, el moreno se fijó que le miraba expectante, como si esperara que le rechazara o mostrara disgusto, como, supuso Max, haría su familia.

¿Cómo existía alguien capaz de hacerle daño a Kenny?

Era algo que el moreno no entendía. No podría hacerlo, aunque no supiera toda la historia, pero mucho menos después de escucharla.

Max se acercó para volver a besarle.

  • Eso está en el pasado y jamás podríamos juzgarte por algo que no fue tu culpa.
  • ¿Por qué no? Mi familia lo hizo.
  • Bueno, pues nosotros no vamos a hacerlo. Tú eres mi familia, igual que Nicky. No voy a juzgarte por lo ocurrido. Sé que no harías daño a nadie, menos a nosotros. Me parece tan horriblemente injusto que te hayan hecho sufrir todo este tiempo de esa manera… ojalá pudiera borrarlo. – Le dio un fuerte abrazo y le acarició el cabello. – Pero no puedo, así que vas a tener que dejarlo ir.
  • No sé si puedo.
  • Yo sé que sí. Y entiendo tu temor a La Orden. Iremos a Nueva York y dejaremos a Aidan a su cuidado. Y, luego, si quieres nos vamos lejos.
  • Vale. Podemos hacer eso.
  • Bien. Entonces vamos al coche. Vamos a preguntarle a Nicky si necesitan algo y buscaremos un motel donde pasar la noche tranquilamente. ¿De acuerdo?
  • De acuerdo.
  • Compraremos algo rico para cenar. Pizza. ¿O prefieres otra cosa?

Max se levantó y tiró del otro para que le imitara. No se esperaba el nuevo abrazo ni el «Te quiero» murmurado en su oído.

Antes de que tuviera oportunidad de reaccionar, Kenny salió a toda prisa hacia el coche. Cuando llegó, el rubio estaba preguntándole a su hermano si necesitaban alguna cosa de la tiendecita.

Nicky le dirigió una mirada interrogante y él solo pudo negar con la cabeza en silencio y hacerle un leve gesto de que hablarían más tarde.

Rugidos del corazón: Capítulo 18

¿Por qué siempre acababan los más incompetentes a su cargo?

Parecía que ninguno de sus subordinados era capaz de seguir sus órdenes. Precisamente, esa misma mañana tuvo que matar al que dejó escapar al guardián.

¿Cómo había conseguido un hombre herido escapar de un segundo piso y desaparecer en una ciudad extraña?

No entendía tanta incompetencia.

Pemberton suspiró, fastidiado y miró el reloj que tenía sobre su escritorio. Eran casi las cinco. ¿Dónde se habría metido ese crio? Llegaba tarde.

Sus superiores no iban a permitir más meteduras de pata por parte de nadie, incluso de él, y llevaba una racha bastante mala en ese tema.

No solo había resultado que uno de sus subordinados más cercanos era un traidor que había huido y robado a la dragona, si no que ahora se le escapaba un prisionero muy valioso.

Cierto que consiguieron abrir el libro con la colaboración del guardián, pero seguían con el problema de leerlo correctamente ya que estaba escrito en lenguaje de hada.

Así que, sin el librero, no les servía de nada ya que había que traducir e interpretar el texto. Un texto que indicaba la ubicación de una de las reliquias sagradas más poderosas.

Necesitaban esa reliquia para acabar con el mundo mágico.

Además, podría usarla para conseguir algo extra. Tal vez fortuna y gloria, tal vez la vida eterna. Dependía de la reliquia y aun no sabían cuál era de la que hablaba el libro. El librero no llegó a decirlo nunca.

Necesitaban encontrarlo pronto.

El tipo estaba en bastante mal estado la última vez que lo vio. No para que su vida corriera peligro, pero si para que no pudiera ir demasiado lejos, así que…

¿Dónde estaba?

Alguien debía haberlo ayudado.

Revisaron hospitales, comisarias y albergues y no encontraron ningún rastro de él.

Tenía que haber sido alguien de la Comunidad.

Un leve golpe en la puerta le devolvió a la realidad.

  • Adelante.

La puerta se abrió y apareció un hombre joven y alto, de cabellos cortos color platino y ojos claros que le sonrió con suficiencia. Vestía un traje de tres piezas gris claro y una camisa celeste con corbata un tono más claro que el traje.

Pemberton volvió a suspirar fastidiado. El chico era muy efectivo y cumplía con su trabajo perfectamente, pero era insufrible lo arrogante que llegaba a ser.

Su ego no cabía ni en su enorme despacho, eso estaba claro.

  • ¿Me había llamado, señor?
  • Si, Cody. ¿Has encontrado al hada?
  • No, pero no está en San Francisco. Hemos revisado hasta el último tugurio sobrenatural de la ciudad. Nadie ha visto ni oído de ningún hada herido. – Pemberton dio un golpe en el escritorio con el puño, tirando el reloj.
  • ¡Maldita sea! ¡No ha podido volatilizarse!
  • Por supuesto que no, señor. Y vamos a encontrarlo. Estamos revisando cualquier movimiento sospechoso en las horas siguientes a su fuga. Si alguien de la Comunidad salió de la ciudad o hizo algo extraño que implicara salir o llevar a alguien fuera de la ciudad, lo encontraremos. Y lo traeremos de vuelta. No va a poder escapar.
  • Mas te vale, chico. Necesitamos que nos traduzca el maldito libro.

Cody se ajustó el chaleco, asintiendo distraído.

  • ¿Y no sería más fácil encontrar a otro hada que haga el trabajo, señor? ¿Por qué este? ¿Qué tiene de especial?

Pemberton soltó una risita. ¡Como si fuera tan fácil! Por eso él era quien daba las órdenes y los demás obedecían. Porque no tenían ni idea de nada.

Sin embargo, ese día se sentía generoso e iba a ilustrar a su subordinado y así sacarle de su ignorancia.

  • ningún otro hada podría leerte ese texto. Está escrito en una variante muy antigua que ya no se usa. Él lo sabe porque se lo enseñaron. Es el guardián de la zona neutral y tiene bajo su protección muchos libros escritos en idiomas que se consideran extintos incluso para sus propietarios.  – Pemberton volvió a poner bien el reloj. – lamentablemente no hay nadie más que podamos usar. Necesitamos a este hada. Así que encuéntralo, ya.

Cody asintió y salió del despacho sin añadir una palabra más.

Pemberton le vio salir, pensativo e intrigado con ese chico.

Lo ficharon seis años atrás, mientras aún estaba estudiando en la universidad. Y lo usaron bien pronto, haciéndole embaucar al hijo de un alfa león en Canadá para robar unos documentos importantes. El chico quiso sacar puntos extras disparando al alfa y, aunque no lo mató, consiguió herirlo gravemente y eso acabó con el destierro del hijo, dejando a la manada desestabilizada durante meses.

Después de eso entró oficialmente y a tiempo completo en las filas de La Orden e hizo trabajitos varios. El chico de los recados para cualquiera de los ocupantes de los despachos.

En el último año había subido algo de categoría y se había convertido en un experto encontrando cualquier cosa que se necesitara. Por eso le habían recomendado que lo usara para buscar al hada.

Pero seguía teniendo un serio problema.

Otro golpe en su puerta y esta se volvió a abrir, dejando paso al hechicero Rasputín. Tampoco parecía muy feliz de estar ahí. Bien, ya eran dos que no estaban nada contentos ese día.

  • ¿Algún avance con el libro? – Rasputín torció el gesto, mostrando aún más disgusto que antes.

Debía vigilar más estrechamente al hechicero. Llevaba varios años sirviendo a la organización gracias a el hechizo que controlaba Pemberton pero eso no significaba que estuviera controlado. Para nada. Alguien como Rasputín no había vivido tantos años y sobrevivido a mil muertes rindiéndose por un simple hechizo.

Sabía que estaba planeando algo para fugarse, pero aún no debía haber conseguido lo que necesitaba. Tenía que vigilarlo estrechamente.

Pero, primero, tenía problemas más importantes que el futuro intento de fuga del hechicero.

  • Ninguno, señor. No he conseguido encontrar nada para traducirlo. Ese dialecto debe ser milenario. No hay constancia de nada parecido en ninguno de mis libros.

Pemberton bufó. Decepcionante pero no sorprendente. Ya imaginaba que no iba a ser fácil encontrar algo que les ayudara con ese maldito libro.

  • ¿Tal vez deberíamos buscar libros más antiguos? – Rasputín pareció considerar la pregunta antes de responder.
  • Que sean humanos, no. No existe literatura humana así de antigua. ¿No hay posibilidad de encontrar al hada? – preguntó a su vez, con tono lastimero. Pemberton se cruzó de brazos, luciendo molesto. La fuga del dichoso hada había fastidiado de más sus planes.
  • Estamos trabajando en ello. – le respondió, levantándose del escritorio y dirigiéndose hacia la ventana. Fuera, llovía levemente y las calles se llenaban de charcos y hojas secas. El otoño ya estaba ahí. – Mientras, quiero que sigas buscando alguna manera de traducir ese libro.
  • Seguiré buscando.

Mientras, pasillo abajo Cody comprobaba sus mensajes de su teléfono móvil por si había alguna novedad en la búsqueda del librero. No quería decepcionar a Pemberton.

Decepcionarle o fallarle no era sano para nadie. Cody sabía que en su trabajo la seguridad no estaba garantizada. Para ello debía subir más escalones y la mejor manera de subirlos del todo era hacer algo grande.

Muy grande.

Ya había conseguido dar un buen salto cuando consiguió robar aquellos documentos y dejar tocada a la manada de su Winnipeg natal. Aquello fue glorioso.

Pero se detuvo ahí. No volvió a conseguir una nueva oportunidad de lucirse ante sus superiores y así ganar puntos ante ellos.

Hasta ahora.

Que se hubiera fugado ese hada era lo mejor que le podría haber pasado nunca. Si lo encontraba, seria enormemente recompensado. Pemberton acababa de confirmarle lo importante que era para La Orden. Sin él no podían leer el libro y sin el libro no podían encontrar la reliquia.

Para que Cody consiguiera su objetivo de subir de categoría y codearse con la elite, solo tenía que encontrarlo y entregárselo al jefazo.

Pero eso no era nada sencillo y había tirado de todos sus contactos para localizarlo. Hasta había llegado a amenazar a más de uno para que pusieran más ahínco buscando.

Por ahora, de lo único que estaba seguro era de que no seguía en San Francisco. Había puesto la ciudad patas arriba buscándolo y allí no estaba.

Así que alguien lo había sacado de allí y tenía que ser algún miembro de la Comunidad. Un humano lo habría dejado en un hospital.

Alguien de la comunidad le sacaría de la ciudad si intuía que la organización le perseguía. Eran así de solidarios y cobardes.

Era pura supervivencia.

Su teléfono móvil vibró en sus manos y vio que le había llegado varios mensajes de texto, algunos con imágenes. Los abrió y sonrió al ver el contenido.

Uno de sus contactos en la policía de tráfico había estado comprobando las cámaras a las salidas de la ciudad. Tras un buen rato revisando encontró lo que buscaban.

Imágenes de un coche saliendo de la ciudad un par de horas después de haber desaparecido el librero. Al investigar la matrícula del coche apareció un nombre nada desconocido para el chico.

Se frotó las manos, satisfecho.

No solo iba a encontrar al hada. También iba a tener la oportunidad de acabar un trabajo que no pudo terminar en su momento. Algo que le haría subir aún más en la escalera del éxito.

Abrió una de las fotos que adjuntaba el mensaje y la amplió.

En ella se podía ver tres hombres, pero solo uno de ellos tenía el rostro vuelto hacia la cámara, mostrándolo.

Había cambiado, crecido en cuerpo y cortado su cabello, pero Cody lo reconocería en cualquier parte.

  • ¡Oh, Kenny, Kenny! Una vez más vas a darme lo que más necesito. Y esta vez, no vas a sobrevivir para contarlo.

Lejos de ahí, en un motel de Pasadena, Kenny recogía del suelo la taza que se le había caído, rompiéndose en mil pedazos. Miró preocupado los trozos de cerámica rota. Había tenido un mal presentimiento. Algo malo iba a ocurrir, estaba seguro de ello.

Max se acercó, mirándole extrañado.

  • Ey, ¿estas bien? ¿Kenny?
  • Si… deberíamos salir ya. No es seguro quedarnos tanto tiempo aquí. – el otro intercambio una mirada con su hermano antes de volver su atención al rubio.
  • Prepararé el coche.

Rugidos del corazón: Capítulo 17

Aidan despertó a causa del dolor en su cabeza y el resto de su cuerpo. Se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima pero no recordaba qué era lo que había ocurrido.

Al menos, no al principio. Estaba todo bastante borroso en su mente, lo único que tenía claro era ese dolor que sentía.

Era tan intenso que decidió no moverse ni abrir los ojos a pesar de que ya estaba despierto mientras esperaba a que fuera algo más manejable mientras intentaba hacer memoria.

¿Por qué le dolía todo? Se preguntó, concentrándose.

Y los recuerdos de las últimas semanas volvieron a su mente de golpe.

Los lobos, la dragón bebé robada a La Orden, el hellhound apareciendo en su casa con aquel tipo extraño de cabello rubio. Cómo le golpearon y llevaron a la fuerza ante Pemberton y su hechicero.

Y el regreso de Jack.

Así empezaron los días y días de torturas y golpes. Jack se desquitó con él por mandarle de vuelta al infierno y Pemberton, ese sádico que disfrutaba asustando y golpeando incluso a los suyos, lo observaba todo con una sonrisa satisfecha en su rostro.

Recordó también el despiste que le permitió escapar y su penosa huida por las calles. Seguía sin saber en qué ciudad se encontraba, qué ocurrió tras desmayarse ni dónde demonios estaba.

Intentó centrarse en lo que sentía en ese momento. A pesar del dolor y todo lo demás, estaba cómodo. Lo que descartaba que estuviera tirado en la calle.

¿Se encontraba en un hospital, tal vez? ¿Alguien le había visto y llevado al médico? Si era así, no estaba a salvo. Debía huir antes de que le encontraran.

Abrió los ojos y vio a un tipo con rizos rubios y ojos azules que le observaba curioso.

  • ¡Bienvenido! Empezábamos a pensar que no querías despertar. – Aidan parpadeó y miró a su alrededor. No, no estaba en un hospital.

Parecía encontrarse en una habitación de motel. El papel de las paredes era feo y barato y había otra cama junto a la que yacía él. Olía a comida y lejía y no a desinfectante.

  • Oh… ¿Hola? ¿Dónde estoy? – preguntó, intentando incorporarse. El otro hombre le ayudó con cuidado, dejándole sentado.
  • Lejos de ellos, espero. Estamos en Pasadena.
  • ¿Pasadena? – ¿Pasadena? Estaba bien lejos de casa. – ¿Todo este tiempo he estado en Pasadena? – preguntó extrañado, más para sí mismo que para el otro.
  • No te encontré en Pasadena. – al ver que Aidan negaba, el chico siguió. – Fue en San Francisco. Mencionaste a La Orden y decidimos poner tierra de por medio. ¿Fueron ellos los que te hicieron esto? – Aidan se estremeció. ¿San Francisco?
  • Si. ¿San Francisco? Tengo que volver a Chicago, a mi casa. Mis amigos… deben estar preocupados.

¿Estarían buscándole?

Zack, Rolf… incluso los lobos. ¿Le estarían buscando o le habrían dado por muerto? Siendo retenido por La Orden sería lo más lógico. Empezó a temblar y su respiración se volvió errática. El hombre le puso una mano en el brazo, apretando suavemente para llamar su atención.

  • ¡Ey, calma! Llevas dos días y medio prácticamente en coma y no sé ni cómo has sobrevivido a esos golpes, en serio. – Aidan trató de calmarse, pero estaba fallando estrepitosamente. – Necesitas descansar. Nos pondremos en contacto con tus amigos cuando sea seguro. No los quiero encima.

Aidan podía entenderlo. Nadie quería problemas con La Orden, eran demasiado peligrosos.

  • Gracias por ayudarme. – el hombre sonrió. Tenía una sonrisa dulce.
  • No íbamos a dejarte en la calle tirado. – no era la primera vez que había usado el plural durante la conversación, pero no había nadie más en la habitación.
  • ¿Íbamos?

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entraron otros dos hombres. Tenían el cabello largo y castaño con un aire familiar que no podían disimular.

  • Ellos son Max y Nicky y yo soy Kenny. – se presentó el rubio. Los otros dos le saludaron con sendas sonrisas tras él. – Somos leones. ¿Tú qué eres exactamente? No puedo identificar tu olor.
  • Soy un hada.
  • Por eso no podía identificar el olor. No hay muchas por Canadá. Demasiado frio, creo.

Los otros dos leones se acercaron, ambos con expresiones curiosas y amigables. Aidan había oído hablar sobre los leones y sus costumbres, algunas de ellas bastante peculiares. También sobre cómo se habían ido apartando de la Comunidad durante años.

Eran muchas las leyendas de leones en la historia. Pocos sabían que algunos reyes antiguos fueron leones, como Ricardo Corazón de León, por ejemplo.  

  • ¿Cómo te encuentras? – le preguntó el del cabello más oscuro. Max, creía recordar que era su nombre.
  • Mejor, gracias.
  • ¿Cuál es tu nombre? Todo este rato hablando y ninguno te lo hemos preguntado. – comentó riendo el otro león.
  • Me llamo Aidan.
  • ¿Por qué te atrapó La Orden?

Aidan consideró seriamente si contarles la verdad o no. Los asuntos de la Comunidad eran algo delicado, sobre todo los que se referían a él mismo y los secretos que guardaba. Pero, por otro lado, iba a necesitar su ayuda para poder regresar a casa y asegurarse de que La Orden no conseguía su objetivo.

Suspiró profundamente antes de responder.

  • Soy el guardián de la zona neutral en Chicago y tenía un libro de magia que ellos querían y solo yo puedo leer.
  • Uh… el guardián. – murmuró Kenny con tono preocupado. – No sé si hemos puesto suficientes kilómetros de por medio. – Nicky hizo un gesto, restando importancia al asunto mientras se dejaba caer sentado en el colchón de la otra cama.
  • Te preocupas demasiado. Estoy seguro de que piensan que está en algún hospital o que ha muerto. Las heridas que tenía eran muy graves. Es un milagro que sobreviviera.
  • ¡Nicky! – le regañó Max, mirándole escandalizado por su falta de tacto.
  • ¿Qué? ¡Es verdad! Con suerte le darán por muerto y no le buscarán. Eso nos conviene.

Aidan tuvo que darle la razón al chico. Prefería que la organización pensara que estaba muerto a que le buscara de nuevo. Nicky se levantó para coger la bolsa que habían dejado antes sobre la mesa y sacó varias cajitas de ella. Un delicioso olor a comida llenó la habitación y las tripas de Aidan sonaron escandalosamente. No había notado hasta ese momento el hambre que tenía.

Nicky le acercó una de las cajitas y un tenedor.

  • Espero que te gusten los tallarines. No hemos encontrado otra cosa abierta.
  • Son perfectos. Muchas gracias. – aseguró antes de empezar a comer.

Mientras comía, observó a los otros tres apartarse y comer juntos en la mesa. Los escuchó hablar en susurros, demasiado bajos para poder entenderlos. Pero parecían estar discutiendo algo.

  • Deberíamos dejarle con alguien que pueda ayudarle, es todo lo que digo. – repuso Kenny, sin levantar la vista de su comida. Max rodó los ojos, exasperado. Llevaban toda la comida discutiendo y no conseguían llegar a un acuerdo. Kenny quería librarse del chico y Max y Nicky insistían en que sería más seguro para Aidan si ellos le ayudaban.

Era obligación de cualquiera en la Comunidad ayudar a un guardián.

  • Nosotros podemos ayudarle.
  • No quieres mezclarte con La Orden, créeme. – Kenny cogió la mano de Max. Aidan arqueó una ceja al verlo. Nicky sonrió. – Van a averiguar que está con nosotros, tarde o temprano.
  • Sigo pensando que lo han debido de dar por muerto. – insistió Nicky, dando un sorbo a su refresco.
  • Esa gente no se anda con tonterías, Nicky. Tienen gente en todas partes. Literalmente en todas partes. Si todavía le necesitan para algo, y debe ser así o no seguiría con vida, no van a detenerse hasta que le encuentren.

Max apretó con suavidad la mano del rubio, enredando sus dedos, acercándosela a los labios para besarla.

  • Entonces, pongámosle a salvo. – sugirió. – Llevémosle a su casa, con sus amigos.
  • Estamos muy lejos de Chicago. En coche tardaremos dos días. Eso sin parar y en su estado vamos a tener que parar varias veces.
  • No podemos dejarlo tirado, Kenny.
  • No quiero que os ponga en peligro. – replicó Kenny, haciendo sonreír al otro.

Max puso su mano libre en la nuca del otro para acercarle y frotar sus mejillas juntas.

  • No vamos a correr ningún peligro si permanecemos unidos.

Kenny suspiro, descontento. No le hacía gracia que los hermanos se expusieran a ningún peligro, mucho menos si ese peligro tenía el nombre de La Orden. Pero tampoco podía impedirles ayudar al guardián a regresar a su casa sano y salvo.

Los guardianes de zonas neutrales eran muy escasos y valiosos.

  • Está bien. ¿Por qué no llamáis a vuestro padre y le preguntáis si hay alguien de confianza para ayudarnos con este tema? – Nicky y Max empezaron a protestar, pero el otro les silenció con un gesto. – No digo que no le acompañemos a Chicago, pero si hay alguien a quien podamos recurrir por ayuda, sería mejor. Con La Orden es mejor tener toda la ayuda posible. – los otros dos asintieron.
  • Cuando acabemos de comer le llamo. – informó Max, volviendo a acariciarle la mejilla. – No va a pasar nada.
  • Ojalá tengas razón.

Un poco más tarde, mientras Max llamaba a su casa para hablar con su padre y Kenny salió a comprar más gasas para curarle, Aidan se quedó en la habitación a solas con Nicky, quien estaba entretenido leyendo una revista de deportes sentado junto a su cama.

El chico se había quedado para vigilarle y cuidarle por si necesitaba algo mientras los otros dos hacían los recados. Eso hizo sentir a Aidan algo culpable por causarles tantas molestias.

  • Siento el lio. Tu amigo tiene razón. Os pongo en peligro. – Nicky le miró por encima de la revista, sonriendo.
  • Kenny se preocupa demasiado en lo que se refiere a nosotros, pero no somos dos gatitos indefensos como quiere hacer creer a todos. – rio, volviendo a su lectura.
  • La Orden no es para tomársela a broma.
  • Nosotros tampoco. – respondió de vuelta el león. – Además, no creo que ninguno fuera capaz de dormir tranquilo sin saber que hemos hecho lo posible para ayudarte. Kenny el primero.
  • Creía que los leones jóvenes iban en solitario a buscar pareja. – Nicky volvió a reír, divertido por el cambio de tema y soltó la revista sobre la mesita de noche.
  • Max no quiso salir de excursión sin mí. Siempre hemos estado muy unidos. – dijo, encogiéndose de hombros. – Y yo tampoco lo hubiera querido de otra manera. Mi padre, el alfa, pensó que no era mala idea así que le permitió quedarse hasta que yo fuera mayor de edad.
  • Kenny no es de vuestra manada. – no era una pregunta y Nicky negó con la cabeza.
  • No, para nada. Nosotros somos de California. Él es de Canadá. Allí las cosas son algo más… diferentes, por lo que hemos podido comprobar.

Aidan se removió, intentando ponerse cómodo. Nicky se incorporó y le colocó bien la almohada.

  • ¿Y cómo acabasteis juntos? Porque imagino por su edad que él lleva también unos años de excursión. – preguntó, repitiendo el mismo termino que había usado el joven león.
  • Es un año mayor que Max, así que sí, debería llevar unos años de viaje, pero no es el caso. – repuso, encogiéndose de hombros. – Kenny está buscando venganza, no pareja. Nos lo tropezamos por casualidad en un bar, cuando nos ayudó en una pelea.
  • ¿Y se unió a vosotros?
  • Estaba solo y es un buen tío. Y tres siempre es más intimidante que dos.

Aidan observó a Nicky, quien había recuperado su revista y volvía a estar enfrascado en su lectura, preguntándose como había tenido la suerte de acabar tropezándose con esos leones y si no les estaría metiendo en problemas más grandes de lo que pudieran manejar.

Otra cosa que le intrigaba era el hecho de que Kenny conocía a La Orden, lo que debía significar que había tenido problemas con ellos anteriormente. Sin embargo, los leones eran una raza que se mantenía alejada de la sociedad humana, por lo tanto, de la organización.

¿Cómo los había conocido? ¿Qué le había ocurrido con ellos? ¿Por qué les tenía tanto miedo?

Esperaba que cuando regresara a la habitación, pudiera preguntarle y pedirle perdón por meterle en semejante lio. Él sabía de sobra lo que era querer a alguien e intentar mantenerlo a salvo de todo.

Y lo muy difícil que eso era.

Rugidos del corazón: Capítulo 16.

  • ¡Seguid buscando! ¡Hay que atraparle!

Aidan se apoyó en la pared, jadeando y temblando. Tenía que salir de ahí.

Pero ¿cómo?

Cuando le trajeron estaba inconsciente y no llegó a ver el edificio en el que estaba encerrado, así que desconocía cuantos pisos tenía o su localización.

A cada paso que daba se sentía más y más perdido. Y más agotado. Los días que había pasado allí estuvieron llenos de golpes y torturas. Estaba cubierto de cortes y moratones, casi no podía andar, mucho menos correr.

Jack se había ensañado de manera especial con él, vengándose así de su participación de su regreso al infierno.

Fue pura suerte que hubiera conseguido escapar de la habitación en donde le retuvieron todo ese tiempo. Pemberton tuvo que enviar a Jack a una nueva misión, hacia un par de días. No tenía idea de adónde ni a qué, pero no eran buenas noticias para quien persiguiera ese asesino.

Salir del edificio era imposible pero no conseguirlo no era una opción. Si no escapaba y avisaba a los demás de lo que iba a ocurrir, estaban todos bien jodidos.

Muy muy jodidos.

Escuchó a sus perseguidores alejarse por el pasillo y se levantó para seguir por el camino contrario. Debía encontrar una manera de escapar.

Se acercó a una ventana y miró al exterior.

Parecía estar en mitad de un barrio residencial y, por lo que veía, en un segundo piso de ¿una casa, tal vez? Se veía un parque grande frente a ellos, pero Aidan no conseguía reconocer nada del paisaje que veía.

No estaban en Chicago, eso era obvio. Tampoco en ninguna ciudad que él conociera.

A lo mejor, consideró, podría descolgarse por la ventana y huir de allí… pero necesitaba algo. Siguió avanzando con cuidado por el pasillo, buscando un mejor ángulo para bajar. Desde la parte delantera sería un suicidio, ya que estaría a la vista de cualquiera.

¿Quizás por la parte de atrás?

Escuchó voces de nuevo y se apresuró a esconderse en la primera habitación que vio. Era un dormitorio en desuso, si la enorme cantidad de polvo y los muebles tapados con sabanas eran alguna indicación.

Entró al pequeño baño que allí había y se miró en el espejo, arrugando el gesto cuando vio su reflejo.

Tenía peor aspecto de lo que pensaba.

Su ojo derecho estaba tan hinchado que casi no podía ver con él y su labio parecía el doble de su tamaño a causa de los repetidos golpes.

Se echó algo de agua fría en el rostro e intentó pensar algún plan. No solo era un problema el salir del edificio. También el alejarse del lugar y escapar de sus perseguidores.

No conseguiría semejante logro sin ayuda.

Pero… ¿a quién podía acudir?

No sabía dónde estaba, tampoco si conocía a alguien en esa zona.

Las garras de La Orden eran muy largas y afiladas.

Salió del baño y se acercó a una de las ventanas de ese dormitorio. La vista daba a la parte trasera de la casa, en el que había un pequeño trozo de césped mal cuidado y una verja de madera rodeándolo.

Pasada esa verja parecía existir un callejón y una especie de nave industrial en la cual no se vislumbraba movimiento alguno. ¿Probablemente abandonada?

En ese trocito de jardín también había un roble viejo y decrepito, lo bastante alto como para que sus ramas estuvieran casi rozando la ventana.

Sonrió.

Ahí tenía su vía de escape. Era su mejor oportunidad.

Ahora necesitaba bajar sin romperse el cuello y dada su precaria condición física la cosa estaba complicada.

Pero primero tenía que forzar la ventana. Buscó por la habitación y encontró un abrecartas antiguo. Rezó para que fuera suficiente.

La suerte seguía de su lado ya que la cerradura hizo clic y Aidan pudo abrir de par en par la ventana. Con cuidado se sentó en alfeizar y calculó la distancia hacia la rama del árbol. Era más de lo que le había parecido desde dentro, por lo menos un metro.

La caída era de bastante más.

Y él que siempre había sufrido de vértigo…

Alargó el brazo, pero no conseguía alcanzar la rama. Se puso en cuclillas en el alfeizar y volvió a intentar cogerla. La rozó con los dedos un par de veces antes de conseguir aferrarse a ella.

¡Bien! Ya quedaba menos. Si tan solo consiguiera sujetarse lo suficiente como para descolgarse por ella…

No supo cuánto tiempo estuvo intentando acumular valor para dejar el alfeizar. Minutos, horas. El tiempo pareció detenerse y perder importancia mientras se descolgaba hacia la rama y esta crujía terroríficamente.

El dolor de su cuerpo se intensifico por el esfuerzo de soportar su peso. Fue una agonía moverse a lo largo de la rama hasta el tronco.

Ya allí, se aferró con piernas y brazos para deslizarse con extremo cuidado al suelo. Sus manos estaban llenas de astillas que se clavaban dolorosamente en su piel y su ropa se ensuciaba cada vez más.

Al llegar al suelo, se dejó caer sentado, jadeando de dolor y cansancio. Sin embargo, no pudo permitirse mucho descanso. La Orden seguía buscándole y él tenía que alejarse de ese lugar todo lo rápido que le permitieran sus escasas fuerzas.

Salió y se dirigió por el callejón, pegándose a las paredes sucias de los otros edificios, no atreviéndose a salir a calle abierta. Seguía sin saber dónde se encontraba y cuantos hombres de la organización pululaban por las cercanías.

No, necesitaba alejarse primero, encontrar un lugar donde esconderse y huir de la ciudad en cuanto fuera seguro.

Pero cuando llevaba poco más de media hora andando la adrenalina empezó a desaparecer de su cuerpo y sus piernas temblaron. Se sentía a punto de desfallecer.

No podía permitirse rendirse ahora, no tan cerca de poder huir de sus captores, pensó desesperado.

Tropezó un par de veces, cada vez más débil. Se le nublaba la vista. Sintió el pánico recorrerle, temiendo que le descubrieran y que todo hubiera sido en vano. Si le volvían a atrapar, dudaba mucho que sobreviviera a una nueva sesión de tortura de Pemberton.

No, no podía volver allí. No de nuevo a manos de ese sádico.

Con sus últimas fuerzas salió del callejón a lo que parecía la zona de aparcamiento de un motel de carretera. Uno de esos moteles baratos que alquilaban habitaciones por hora y que solían estar situados en las afueras de las ciudades.

Estaba desierto. Al otro lado, parecía haber un centro comercial o algo parecido. En la multitud podría esconderse y descansar un poco.

Solo necesitaba llegar allí y podría descansar.

El pánico volvió a atenazarle cuando vio a un hombre andar en su dirección. ¿Sería de La Orden? ¿Estaba todo perdido?

El hombre llegó hasta él justo cuando el cuerpo de Aidan cedió y cayó de rodillas al suelo. El desconocido, un tipo de cabellos rizados rubios y ojos claros le sujetó antes de que su cara acabara estampada contra el cemento.

  • ¡Ey! ¿Estás bien? – le preguntó con un acento que Aidan no supo identificar. Tenía una voz bonita. – ¿Necesitas que te lleve a un hospital?
  • ¡No! ¡No, nada de hospitales! ¡La Orden! No pueden… no pueden encontrarme…

Los ojos del desconocido brillaron de manera extraña al escucharle. Parecía haber reconocimiento en su expresión, pero en su estado podía habérselo imaginado.

¿Sería parte de la organización? ¿O de la Comunidad?

¿Amigo o enemigo?

Fuera quien fuera, Aidan no tenía fuerzas para seguir peleando más contra el cansancio y el dolor. Perdió el conocimiento en los brazos de ese hombre.

Kenny observó al chico en sus brazos, preocupado.

¿Le perseguía La Orden?

Si era así, corría un terrible peligro. El chico estaba muy golpeado. Olía a sangre, fuego, pólvora.

No podía dejarlo ahí y tampoco podía llevarlo a un médico normal si era parte de la Comunidad. El problema era que ni él ni los otros conocía a nadie en San Francisco que pudiera ayudarles.

Si La Orden le perseguía… quería ayudarle, pero eso pondría en peligro no solo a él, también a sus compañeros de viaje.

Miró el rostro golpeado del muchacho y suspiró.

¿A quién quería engañar? No podía dejarlo ahí. 

Esperaba por el bien de todos que no le hubieran seguido. Aunque igualmente iban a dejar la ciudad en cuanto Max y Nicky llegaran de hacer la compra ahora debían salir de San Francisco enseguida. Estarían más seguros en la carretera.

Cogió al chico en brazos y se dirigió a su habitación, en el motel. No había tiempo para votar si debían ayudarle o no. Cuando los hermanos regresaran, se lo explicaría. Estaba seguro de que pensarían igual que él sobre el asunto.

Mientras lo colocaba con cuidado en la cama y buscaba el botiquín en el baño pensó en todos esos años que llevaba deseando tropezarse con la organización.

En casi seis años nunca había encontrado ni una sola pista. Cierto que los últimos ocho meses había descuidado la búsqueda en favor de disfrutar de la compañía de los hermanos, pero su verdadero objetivo nunca abandonó su mente.

Tenía una cuenta pendiente con un miembro de la organización y ese chico podía ser la respuesta que estaba buscando.

Si conseguía encontrar a Cody, podría por fin vengarse y permitirse una vida normal con los hermanos.

Con Max.

La puerta de la habitación se abrió y Max y Nicky entraron llevando varias bolsas de comida.

Ambos miraron a Kenny y arquearon una ceja al unísono al ver la cama ocupada por un extraño.

  • ¿Quién es ese? – preguntó con calma Max, dejando la compra en la mesa.
  • Lo encontré en el aparcamiento. Le persigue La Orden. – contestó simplemente, sacando cosas del botiquín para curar al otro.
  • Mierda. – gruñó Nicky. – ¿Y lo metes aquí?
  • Mira en qué estado está. – ambos hermanos dirigieron su mirada al chico, haciendo una mueca al ver su rostro hinchado y magullado. – No podía dejarlo ahí fuera.
  • No, obviamente que no. – repuso Max, ganándose un bufido por parte de su hermano. – ¿Qué hacemos? ¿Sabes si le han seguido? – Kenny negó con la cabeza, mirando preocupado hacia la ventana.
  • No he conseguido captar ningún rastro sospechoso desde que llegó, pero no creo que debamos quedarnos mucho más aquí. Deben estar buscándole. – Max asintió.  
  • Recogeré nuestras cosas. Nicky, ve preparando el coche. Debemos salir lo antes posible.

Rugidos del corazón: Capítulo 15.

(Aviso por escenas subidas de tono en este capítulo)

Unos días después tuvieron una noche algo más que movida.

Kenny decidió revisar unos locales abandonados en los que había rumores que eran propiedad de La Orden. Lamentablemente solo encontró a un grupo de ladrones de poca monta que intentaron darle una paliza.

Por suerte, esa noche no había ido solo, ya que Max insistió en acompañarlo y con él, Nicky. Ninguno estaba feliz con la idea de que Kenny fuera solo.

Gracias a eso, no tuvieron problema en acabar con el grupo de ladrones, reduciéndolos y dejándolos listos para que la policía se hiciera cargo de ellos tras una conveniente llamada anónima.

Pero en la trifulca, Max pisó mal una piedra, resbaló y se torció el tobillo. A los pocos minutos lo tenía tan hinchado y amoratado que los otros dos se preocuparon.

Apurados por que se hubiera hecho un daño serio, lo llevaron a las urgencias más cercana que encontraron, que eran humanas, donde les informaron que solo había sido un esguince leve y que se recuperaría con un par de días de hielo y descanso.

Kenny se sentía responsable ya que fue su obsesión por encontrar a Cody lo que los llevó a ese lugar y Max se había hecho daño por su culpa. Con ayuda de Nicky, lo llevaron de vuelta al motel donde se alojaban.

  • ¿Estás bien? – Max bufó. Kenny le ayudó a sentarse en la cama, ahuecándole las almohadas.
  • Si. Jodido, pero bien. – Nicky rio, divertido viendo como el rubio colocaba el pie herido de su hermano sobre un cojín.
  • Podría ser peor. Solo es un esguince. Unos días de descanso y estarás estupendamente.
  • Ya, pero esto fastidia los planes.

Kenny se sentó en la cama junto al moreno y le acarició el cabello. Nicky sonrió al verlos.

  • Nah, en vez de quedarnos un día, pues nos quedamos dos o tres. No te preocupes. Lo importante es que te recuperes bien.
  • Bueno, yo voy a ducharme. – anunció el pequeño. – Creo que luego voy a darme una vuelta. ¿Estaréis bien o me necesitáis para algo?

Los otros dos se encogieron de hombros.

  • Ve tranquilo. Yo pienso dormir temprano esta noche. – respondió su hermano. Kenny asintió a su lado.  

Mientras Nicky se duchaba, Max se removió, incomodo. Durante la escaramuza con los ladrones todos acabaron llenos de barro, polvo y más cosas de las que Max prefería no saber su origen.  

  • ¿Pasa algo? ¿Te duele el tobillo? – le preguntó el rubio, preparándose para coger un nuevo cojín y colocarlo bajo el pie del otro. Este le detuvo, sujetándole de la muñeca.
  • No. Pero voy a necesitar ducharme yo también. Apesto. – Kenny asintió. Él mismo necesitaba lavarse.
  • Si, yo también. Pero a ver cómo te vas a duchar a pata coja sin romperte el cuello.
  • No voy a poder. Voy a necesitar ayuda.

Nicky apareció en ese momento, ya vestido y listo para salir. Max notó que se había arreglado el cabello, dejándoselo suelto y llevaba su camisa favorita. Arqueó una ceja, curioso. Su hermano, al parecer, tenía planes.

  • Que te ayude Kenny. – soltó el pequeño haciendo que el aludido diera un respingo. – Te tienes que duchar también, ¿no? Pues así lo hacéis los dos y Max no se cae y se rompe el cuello.

Max soltó una risita mientras Kenny los observaba, sorprendido.

  • No hace falta… – empezó Max, pero su hermano le cortó.
  • A él no le importa, ¿verdad, Kenny? – le preguntó con un tono que no dejaba lugar a replicas.

Dos pares de ojos, unos castaños y otros azules le dirigieron una mirada inquisidora y Kenny tragó en seco.

  • No… claro que no. – consiguió farfullar. Nicky dio una palmada, complacido.
  • Pues hecho. Vosotros id a la ducha y yo voy al cine. Tengo ganas de ver la última de Marvel. No me esperéis despiertos. – avisó, saliendo de la habitación y dejándolos solos.

Kenny y Max se quedaron un rato, sentados en silencio hasta que el rubio decidió que era mejor no pensarlo demasiado. Podía hacer eso. Podía ayudarle a ducharse sin que pasara nada raro ni se pusiera en completo ridículo.

Podía hacerlo, ¿verdad?

  • Bueno, ¿vamos? – le preguntó, ofreciéndole la mano.

Con cuidado le ayudó a ir al baño, donde le sentó en el retrete para abrir el grifo y graduar el agua de la ducha. Al terminar, vio a Max intentando quitarse la bota que todavía llevaba puesta y fallando miserablemente.

  • Déjame. – le pidió, arrodillándose para quitarle la bota. Lo siguiente eran los pantalones y ahí notó la posición en la que se encontraban.

Kenny tenía la cara a la altura de la entrepierna del otro. Max sonrió, divertido desabrochándose los pantalones.

  • Estás disfrutando esto demasiado. – rio Kenny ayudándole también con los pantalones. Max se quitó la camiseta y la lanzó con el resto de su ropa en un montón. Luego alargó las manos y empezó a abrirle los vaqueros al otro.
  • Pretendo disfrutarlo aún más. – le dijo, ganándose una carcajada.

Kenny ayudó al moreno a entrar en la ducha y lo dejó bajo el agua caliente mientras se quitaba su propia ropa. Con el cabello empapado y el agua resbalando por su cuerpo, Max era lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.

Max le hizo un gesto con el dedo, invitándolo a entrar y el rubio obedeció, sin poder quitarle la vista de encima. Cuando lo tuvo al alcance de la mano, el moreno le sujetó del rostro para besarle, sacándoles un gemido a ambos.

Kenny les hizo retroceder hasta tenerle con la espalda pegada a la pared, los fríos azulejos haciéndole temblar ligeramente. Bajó las manos por su cuerpo, disfrutando de los sonidos que le sacaba al otro con sus caricias. Cuando llegó a su miembro, no se sorprendió al sentirlo duro bajo su mano.

Max le miró, con los ojos oscurecidos, acariciando y mordiendo cada trozo de piel que quedaba a su alcance. Se le escapó un jadeo al sentir los dedos de Kenny rondando su entrada. Solo acariciando y rozando, sin tratar de entrar.

El moreno le acarició con más ímpetu, dándole un leve mordisco en el hombro.

  • Max… – gimió, sujetándole de la mano para detener las caricias. – Max, para. – el otro le miró, interrogante. 
  • ¿Por qué? – le preguntó, con un rugido bajo, lamiéndole el cuello. Kenny se estremeció entero, sintiendo su resolución flaquear.  
  • Porque si sigues así… – jadeó. – …si sigues así no voy a poder detenerme.
  • ¿Y quién te pide que lo hagas?

Kenny, al oírlo, soltó un rugido de pura excitación que hizo temblar los cristales de la ducha. Le cogió de la cintura y le atrajo para besarle, moviendo las manos para sujetarle del trasero y pegarle más contra su cuerpo.

  • ¿Estás seguro? – le preguntó, separándose para poder mirarle a los ojos. El otro asintió, con la respiración agitada. – Bien, pero vamos a la cama, porque aquí nos vamos a matar los dos.

Eso arrancó una risa de Max, que se dejó ayudar por Kenny para salir de la ducha y dirigirse a la cama. Ambos se miraron, con hambre y ganas, pero también con algo de nervios.

Kenny se sentía un poco inseguro. Deseaba eso y sabía que Max también, pero no estaba seguro de que fuera él quien debiera estar en una posición dominante.

Max no tenía sus mismas dudas y le cogió del cuello, para obligarle a besarle, deslizando luego sus manos por el pecho del rubio, acariciándole e instándole a retomar las cosas por donde lo habían dejado en la ducha. 

Kenny seguía inseguro, pero sus miedos se fueron por la ventana cuando Max, viendo que no se decidía, le puso el bote de aceite corporal que habían usado para el masaje en su cara. Soltó una risita y se manchó los dedos para empezar a prepararlo despacio.

Max se tensó al principio, molesto e incómodo por la intrusión, pero no tardó en gemir y jadear cuando el otro encontró un punto en su interior que le hizo temblar de deseo y ganas. Kenny le observaba, extasiado. Con la melena oscura revuelta y aun húmeda, los ojos brillando y el rostro enrojecido, era toda una visión.

Terminó de prepararlo y se quedó dudando de nuevo. Max le besó, sonriéndole con ternura.

  • Vamos… no me hagas de rogar. – le susurró, levantando las caderas para rozar su miembro con el del otro.

Kenny gruñó y se introdujo despacio, observando cada gesto de incomodidad o dolor del moreno para asegurarse de que no le hacía daño. Pero Max le atrapó la cintura con las piernas y le forzó a ir más deprisa.

El rubio empezó a moverse, despacio al principio, más rápido y descontrolado conforme el placer aumentaba. Enredó sus dedos con los de Max y le apretó la mano, besándole para tragarse sus gemidos.

Sintiéndose cerca de acabar, hundió la cara en el cuello del otro y le dio un fuerte mordisco, acariciándole para hacerle terminar también. No era una marca de apareamiento si no un mordisco amoroso que le iba a dejar marca durante días.

La idea de saber que cualquiera podría ver esa marca le excitó más, haciéndole acabar con un rugido ronco.

Max le besó de nuevo, cansado y satisfecho, abrazándole mientras Kenny lamía el mordisco para aliviar el dolor que hubiera podido causarle.

Cuando volvió Nicky casi amanecía. Al entrar, sonrió al encontrarlos dormidos y abrazados. Con cautela se cambió de ropa en el baño y salió de nuevo, en esa ocasión para buscar el desayuno. Ya se burlaría de su hermano por ese mordisco en el cuello cuando amaneciera. 

Pero no tuvo muchas oportunidades. La noche siguiente, quizás provocado por lo ocurrido entre él y Max, quizás por ninguna razón en especial, Kenny tuvo una pesadilla que los desveló a todos.

Una que no sufría desde hacía años.

El rubio soñó con aquella noche cuando Cody le engañó para llevarlo a su casa. La misma noche que atacó a su padre, disparándole varias veces y le confesó que nunca le había querido. También soñó con el Consejo y el momento en que le impusieron la marca. Incluso volvió a su nariz aquel horrible olor a carne quemada.

  • ¿Kenny? – la voz de Max le despertó de tan horrible sueño. Sus manos le estaban acariciando el rostro y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando. – ¿Qué pasa?

Nicky también se había despertado y le observaba preocupado a su espalda. Kenny se quedó en silencio, sollozando sin poder detenerse. Max le abrazó, acariciando su cabello intentando consolarle.

Cuando por fin pareció que se había calmado, Max le secó las lágrimas del rostro y le obligó a mirarle. Se le partió el alma al ver esos ojos celestes enrojecidos y tristes.

  • ¿Qué ha pasado? ¿Una pesadilla? – Kenny asintió. – Lo que fuera ya no puede hacerte daño, tranquilo. – intentó consolarle.
  • Soy un omega. – musitó Kenny, tan bajito que dudaba que los otros dos le hubieran escuchado.

Guardó silencio, esperando a que los otros se rieran de él o le echaran o le insultaran.

Algo.

No se esperaba una nueva caricia en la mejilla y los labios de Max besándole en la frente, mientras que Nicky le besaba el hombro, rodeándole la cintura con sus brazos.

  • ¿Y? Eso no importa. Omega, alfa… da igual. Sigues siendo Kenny. Nuestro Kenny. – y añadió más bajo, casi un susurro. – Mi Kenny.
  • Pero… pero estoy desterrado. Y marcado. No puedo tener familia. – el abrazo de Nicky se hizo más apretado y Max le obligó a levantar el rostro para besarle.
  • Esa marca no significa nada. No puede borrar quién eres ni cambiarlo. Y para mí… para nosotros tú eres Kenny, eres un alfa y puedes tener lo que quieras. Y quien diga lo contrario se las verá con nosotros.

Kenny volvió a sollozar, escondiendo la cara en el cuello del moreno, consolándose con el aroma del otro león, en el que podía notar rastros del suyo propio. Eso ayudó bastante, consiguiendo que dejara de llorar y se quedara dormido abrazado a los dos hermanos.

Al día siguiente, ninguno de los tres comentó nada de lo sucedido. Pero Nicky fue extra amable y Max no dejaba su lado, como si temiera que fuera a romper a llorar de nuevo.

Antes de salir del motel, preparados para dirigirse a una nueva ciudad para seguir buscando pistas de La Orden, Max le arrinconó un segundo en el baño para besarle largo y profundo durante un buen rato, con una sonrisa llena de cariño que iluminó el resto de su día.

  • ¿Adónde vamos esta vez? – preguntó Nicky, sentándose tras el volante.

Kenny se puso el casco y se montó en su moto, arrancándola a la primera.

  • San Francisco. Tengo el pálpito de que ahí puede que si encontremos algo.

Rugidos del corazón: Capítulo 14.

 Kenny se despertó sobresaltado al notar un movimiento brusco en la cama, seguido de un ruido extraño. Al abrir los ojos, más dormido que despierto, notó que faltaba uno de los hermanos en la cama y que la luz del baño estaba encendida.

Miró a su derecha y vio a Max, igual de adormilado y desorientado que él, mirando hacia el baño, rascándose la cabeza.

  • ¿Qué pasa? – preguntó, con voz ronca. Desde el baño les llegó el inconfundible sonido de alguien vomitando y los dos se levantaron de un salto.
  • Creo que mi hermano no se encuentra muy bien. – masculló el moreno antes de entrar al baño.  

El joven león estaba sentado en el suelo, con la cabeza casi metida en el retrete y vomitando sin parar. Max se arrodilló a su lado, apartándole el cabello de la cara y recogiéndoselo en una cola para evitar que se le manchara mientras el otro seguía vaciando su estómago.

Kenny se encogió de dolor al oírle. Decidió hacer algo útil y mojó una toalla y llenó un vaso de agua para cuando acabara. Luego se acercó a los hermanos, preocupado.

  • Nicky, ¿qué tienes?
  • Ni id… ni idea, pero me siento fatal. – Max le tocó la frente y frunció el ceño.
  • Tiene fiebre. No es una simple intoxicación. – cuando vio que el pequeño dejaba de vomitar, le ayudó a incorporarse. – ¿Crees que necesitarás vomitar más?
  • No estoy seguro. – Max asintió.
  • Nos llevaremos la papelera a la cama. Ayúdame, Kenny.

Kenny se acercó rápidamente y le ayudó a sujetar y llevar al pequeño hasta la cama. Allí le acostaron y taparon, no sin antes limpiarle un poco con la toalla. Max miró preocupado a su hermano y luego consultó su reloj. Todavía era de madrugada.

  • ¿Qué pasa? – le preguntó Kenny, al verle preocupado.
  • Tiene fiebre, pero es tarde para encontrar algo abierto donde comprar medicinas. Y no quisiera tener que llevarlo a las urgencias humanas, la verdad.  
  • Había un veinticuatro horas en la gasolinera, a la entrada de la ciudad. No está lejos de aquí. Puedo llegarme, si hace falta.
  • ¿Podrías? No quiero que siga vomitando. Cuando se pone así acaba muy dolorido y débil. – Kenny asintió, notando la preocupación del otro. No quería tampoco que Nicky estuviera enfermo.
  • Dime que es lo que necesitas.

Al poco rato, Kenny salía de la habitación con una lista de cosas y se dirigió hacia la gasolinera, donde se encontraba la tiendecita.

Estaba preocupado también por el más joven. Nicky era alguien muy activo, divertido y encantador. Verlo enfermo, adormilado y temblando, resultaba inquietante. No estaba acostumbrado a eso.

Ver a alguien que apreciaba tan enfermo, le asustó.

Le asustaba la posibilidad de perder a alguno de los dos, de que pudiera pasarles algo, ya fuera una enfermedad o un accidente o, peor aún, un ataque.

¿Y si su obsesión por encontrar a Cody les ponía en peligro?

Era la primera vez que consideraba esa posibilidad y no le gustó nada.

También era la primera vez que consideraba el hecho de apreciar realmente a esos dos. No, era algo más que simple aprecio. Estaba seguro de tener sentimientos hacia Max y Nicky.

Sobre todo, hacía Max, pensó con un suspiro. ¿Qué iba a hacer cuando ese cachorro encontrara a su pareja y se marchara?

Lo iba a pasar mal, eso sin duda. Pero eso era un pensamiento para otro momento.  

Al salir de la gasolinera, con todo lo que le habían encargado y varias cosas más, Kenny se encontró con un restaurante japones que seguía abierto.

Fue una gran sorpresa comprobar que no solo estaba abierto al público y todavía servían comida, si no que sus dueños eran parte de la Comunidad.

Una familia de youkais que habían emigrado de Japón a Estados Unidos hacía unos años. Kenny, que siempre había sentido fascinación por el país nipón, no tardó en entablar conversación con el camarero, hijo de los dueños. Este le dio la dirección y el teléfono de un médico de la Comunidad en la ciudad, al escucharle hablar sobre su amigo enfermo.

Kenny agradeció la información y salió del restaurante con comida para los tres.

Al regresar a la habitación, se encontró con Nicky intentando echar el contenido de su estómago en la papelera de nuevo mientras Max le sujetaba como podía. Kenny se acercó corriendo para ayudarle.

  • Veo que sigue igual. – le dijo, ayudándole a ponerle de vuelta en la cama cuando termino de vomitar.

Max suspiró cansado y fue al baño a vaciar la papelera. Regresó al minuto, despeinado y con cara de sueño.

  • Podría ser peor. ¿Has traído lo que te pedí?
  • Si. – Kenny le acercó la bolsa de medicinas. – Aquí tienes el jarabe que me dijiste y los sobres estos para la fiebre. – el moreno cogió el bote del jarabe y sirvió una cucharada llena.
  • Ayúdame a dárselo. – pidió.

Kenny incorporó a Nicky y Max le dio el jarabe, consiguiendo que el otro hiciera una mueca de asco al probarlo, pero se lo tragó sin rechistar. Acto seguido, abrió uno de los sobres y lo echó en un vaso con agua para que se lo bebiera también.

  • Con eso debería bastar para evitar que siga vomitando. Y para que le baje la fiebre. – Kenny le echó un brazo por los hombros y lo atrajo hacia él, en un medio abrazo.
  • ¿Tienes hambre? He traído ramen para nosotros y sopa de miso para Nicky cuando despierte y se encuentre algo mejor. También me han dado el numero de un médico de la Comunidad en la ciudad, por si se pone peor. Y patatas y chocolate.

Max rio, divertido y le dio un beso suave en los labios.

  • Gracias. El ramen suena genial, ahora mismo. No tenías que haber comprado tantas cosas.
  • ¡Claro que sí! Sois mis amigos. Tengo que cuidaros. – le contestó, medio en broma, acercándole uno de los platos con ramen.
  • ¿Y quién te cuida a ti? – preguntó a su vez Max, empezando a comer.

Kenny le miró, sorprendido al escuchar la réplica. ¡Él no necesitaba que nadie le cuidara! Era un alfa y llevaba mucho tiempo cuidándose solo. Max pareció notar su incertidumbre ante la pregunta, porque puso una mano en su mejilla y se la acarició con ternura.

  • No te preocupes. Yo cuidaré de ti cuando te haga falta. – le prometió. Kenny forzó una sonrisa, para que no notara lo que le había afectado esa respuesta.
  • ¿Si me pongo igual de enfermo me vas a cuidar también?
  • Si. Incluso te llevare la papelera para que vomites. – rio el otro.

Después de comer, Nicky volvió a vomitar y Max comprobó su temperatura. Seguía teniendo fiebre. Eran las cinco de la mañana.

  • Estoy preocupándome un poco. No puedo darle más medicina y menos con el estómago vacío. Si dentro de un par de horas sigue con la misma fiebre o sube, vamos a llamar a ese médico.
  • Está bien. No te preocupes, verás como se pone mejor.

Max asintió y se echó sobre Kenny, apoyando la cabeza en su hombro. El otro le abrazó, instándole a ponerse más cómodo.

  • Descansa un poco. Yo vigilare mientras. – le dijo. Max asintió y se acurrucó a su lado.

Kenny volvió a sentirse abrumado por la confianza que le regalaban esos leones. Tras como fue tratado por su propia familia y, más tarde, por otros miembros de la Comunidad, esa confianza ciega resultaba extraña y bienvenida.

Echaba de menos que alguien quisiera estar con él, que alguien se ofreciera a cuidarlo si le ocurría cualquier cosa, que alguien se dejara cuidar por él.

Pero sentía también que no estaba siendo sincero con ellos. No les había contado que era un omega, que estaba desterrado de su propia casa, que había cometido el error más grande de su vida y nunca terminaría de pagarlo.

¿Sería capaz alguna vez de confesarles la verdad?

Miró al otro, que estaba dormido, apoyado en su hombro, pegado a su cuerpo y suspiró. No estaba seguro de si podría. Si Max y Nicky le rechazaban jamás podría superarlo. Sería muy doloroso.

Un suave clic le devolvió a la realidad, encontrándose con un Nicky sonriente que acababa de hacerles una foto con su móvil.

  • Pienso mandársela a mi madre. – Kenny no sabía si reír o quitarle el móvil antes de cumpliera semejante amenaza.
  • Intuyo que te encuentras mejor. – el más joven asintió. Todavía estaba pálido, pero tenía mejor aspecto.
  • Algo. Al menos ya no siento la necesidad de echar las tripas.
  • Eso es un comienzo. – Kenny colocó a Max tumbado en el sofá para poder levantarse y acercarse a la cama.

Puso una mano en la frente del pequeño y notó la piel más fresca. Parecía que le había bajado la fiebre.

  • ¿Crees que podrás comer?
  • Puedo intentarlo. Tengo algo de hambre, la verdad. ¿Qué hay?
  • Sopa de miso de anoche. Te la calentare un poco en el microondas y comes, a ver si puedes mantenerla en el estómago.

Kenny calentó la sopa, que aún seguía en su plato del restaurante y se la acercó a Nicky que empezó a comerla despacio al principio para luego casi devorarla. El otro sonrió, divertido al verlo.

  • Come despacio, tío. Te va a sentar mal.
  • Lo dudo. Estaba muerto de hambre. – suspiró, feliz al terminar el plato. – Siento todo esto.
  • No es como si hubieras escogido ponerte enfermo. Son cosas que pasan.

Max se removió en sueños y Kenny corrió a arroparlo con la manta que habían puesto en el sofá antes. Nicky sonrió al verlo.

  • ¿Sabes? No creo haber visto a mi hermano confiar en alguien tanto como lo hace en ti. – Kenny se sonrojó, volviendo a sentarse en la silla donde estaba antes.
  • No sé de lo que me hablas. – el más joven bufó.
  • Oh, sí que lo sabes. No soy ciego, ¿vale? No me tomes por tonto. Él no me dice nada, pero no hace falta que lo haga. Lo conozco y sé cuándo algo le importa de verdad y cuando no. Y tú le importas.
  • A mí también me importa. – murmuró el rubio. Nicky asintió, complacido con la respuesta.
  • Bien. Procura que no sufra, porque si no te las verás conmigo, por mucho que te aprecie.

Max se despertó y se acercó a la cama al ver a su hermano sentado. Su rostro se ilumino de alivio al comprobar que no tenía fiebre.

  • ¿Estás mejor? ¿Cómo te encuentras?
  • Creo que bien. Un poco débil pero bien. – Max le obligó a volver a tumbarse.
  • Estupendo. Ahora duerme otro poco. Cuando te vuelvas a despertar, te ayudaré en la ducha. Apestas.
  • Yo también te quiero, hermano.
  • Ya, ya. Y Kenny irá a comprarnos más comida porque también nos quiere, ¿verdad, Kenny?

El tono de la pregunta había sido totalmente en broma y Kenny podía ver que estaban jugando, pero su respuesta fue mucho más seria.

  • Claro que sí.

Rugidos del corazón: Capítulo 13.

Había pasado toda una semana desde lo ocurrido esa noche y ninguno de los dos quiso hablar del asunto. Ni siquiera intentaron sacar el tema.

En la siguiente ciudad volvieron a pedir una habitación simple y durmieron los tres juntos como si no hubiera pasado nada.

Y Nicky sabía que había ocurrido algo entre los dos. El olor a sexo en la habitación cuando regresó del cine casi le hizo dormir en el coche. Pero tampoco quería forzar a ninguno a reconocerlo. ¿Para qué? Ya eran adultos. Así que decidió dejarles arreglarlo por su cuenta y siguió como si nada.

No pensaba intervenir hasta que les viera demasiado incomodos o que el asunto interfiriera en sus asuntos normales.

Y mientras tanto, los días pasaban y se acercaba el cumpleaños de Max. El pequeño había decidido hacer algo especial para celebrarlo ya que era el primero que pasaban lejos de casa y de su familia.

Le haría la famosa jambalaya de su abuela, que a Max tanto le gustaba. Esa receta era la envidia de la familia y su madre se la pasó el día que se fueron de excursión. Quería que tuvieran algo especial para recordarles mientras estuvieran fuera. Algo que les recordara a su hogar.

Se preparó para ir a hacer unas compras mientras su hermano estaba en el baño y Kenny se encontraba sentado en la cama, mirando unos mapas. Todavía no conseguía encontrar ninguna pista que le llevara hasta aquel tipo que buscaba, lo cual le estaba frustrando mucho. Lamentablemente, no había más pistas que seguir, por el momento.

  • ¡Ey! ¿Adónde vas? – le preguntó cuando le vio ponerse los zapatos. Nicky miró hacia la puerta del baño y se acercó a Kenny.
  • Mañana es el cumpleaños de Max. Voy a ir a comprar algunas cosas para hacerle un plato especial que le gusta mucho. – Kenny lució sorprendido, dejando a un lado los papeles que había estado mirando.
  • ¿Mañana es su cumpleaños?  
  • No hace falta que le regales nada, ¿sabes? – le dijo, adivinando que le preocupaba. – No es necesario. Con que le felicites y le hagas un par de mimos, estoy seguro de que será muy feliz. – Kenny se sonrojó, pero decidió ignorar las palabras del pequeño.
  • ¿Qué le puedo regalar? – preguntó, dándose cuenta de que conocía muy poco de los gustos del otro león. Necesitaba prestar más atención a Max e intentar averiguar qué cosas le gustaban y cuáles no. Sería lo lógico, ya que eran amigos.

Ignoró el hecho de que no había incluido a Nicky en ese pensamiento, lo cual hubiera sido lo normal. 

Nicky sonrió, divertido. Sabía que le dijera lo que le dijera a Kenny sobre no preocuparse por regalarle nada Max, este no iba a hacer ni caso. Resultaba adorable y predecible.

  • A Max le encanta leer. – le dijo, cogiendo su cartera y guardándosela en el bolsillo trasero de sus vaqueros. – Lo que más le dolió dejar en casa fueron sus libros. Y le encanta Stephen King. Consíguele el ultimo y hará lo que le pidas. – terminó, con tono sugerente. Rio al ver como Kenny se sonrojaba.
  • A mí también me gusta Stephen King. – dijo el otro, distraído.
  • Entonces tenéis bastante en común. – asintió Nicky. – No tardaré mucho en volver. Dile a Max que solo he ido a comprar para la cena.

Kenny le vio marcharse y se quedó pensando cómo iba a hacer para ir a comprar su propio regalo y no despertar sospechas en el otro león. Si el cumpleaños de Max era al día siguiente, no tenía mucho tiempo. Miró en su teléfono, buscando información en internet sobre una librería que tuviera la última novela de Stephen King y comprobó horarios.

Para cuando Max salió del baño, recién duchado, con solo los pantalones viejos de chándal que usaba para dormir, el cabello aun mojado y el pecho brillante de la ducha, Kenny tenía un plan para conseguir su regalo.

Plan que, al ver al otro, se le olvidó bastante.  Max se dio cuenta del escrutinio del otro y sonrió, yendo hacia su mochila para coger una camiseta y el peine para desenredarse el cabello.

  • ¿Dónde está Nicky?
  • Ha salido a comprar la cena. – Max frunció el ceño, cosa que sorprendió un poco al otro.
  • Vaya.
  • ¿Ocurre algo?
  • Nada. Le iba a decir que me ayudara con el pelo. Me cuesta desenredármelo bien, sobre todo por atrás.
  • Yo puedo hacerlo. – se ofreció el rubio, con un hilo de voz.

Max se volvió a mirar a Kenny y sintió su corazón saltarse un par de latidos. ¿Cómo podía ser tan adorable? Cada día le costaba más y más cumplir su promesa de ir despacio. Kenny era demasiado algunas veces.

Demasiado dulce, demasiado adorable, demasiado atento.

Le ofreció el peine y se sentó en la cama, dándole la espalda para que le ayudara con su melena.

Kenny empezó a peinarle despacio, cogiendo los mechones para desenredarlos sin darle demasiados tirones al otro. Los dos estuvieron un rato en silencio, mientras Kenny se dedicaba a peinar, mechón a mechón y Max trataba de no estremecerse cada vez que le rozaba con los dedos.

Kenny disfrutó de la suavidad del cabello del moreno, acariciando las oscuras hebras con sus dedos. Para cuando acabó, ambos estaban muertos de ganas de que pasara algo.

  • Esto ya está. – consiguió mascullar, devolviéndole el peine.
  • ¿Te importaría trenzármelo? Es muy tarde para secarlo y si lo dejo así, mañana va a amanecer enredadísimo. – pidió y Kenny tragó en seco, asintiendo.

Con las manos temblando, separó la espesa melena en tres partes y comenzó a trenzarla con cuidado y esmero, sintiéndose especial por el pedido.

Max era un alfa y uno poderoso, más que Nicky. Kenny podía decirlo sin ninguna duda. Y entre los de su raza no era habitual que un alfa diera la espalda a otro. Bajo casi ningún concepto.

Era una cuestión de ego y tradición.

Sin embargo, ahí estaba este precioso alfa, no solo dándole la espalda a propósito, si no pidiendo y aceptando su ayuda.

Eso era un regalo. Era lo suficientemente inteligente para valorarlo.

Cuando terminó, se inclinó y dio un beso en la nuca al otro. Max se giró, la trenza cayendo sobre su hombro derecho y le dio una sonrisa llena de afecto.

Kenny no pudo resistirse y tiró con suavidad de la trenza para acercarle y robarle un beso largo.

Nicky apareció un segundo después de acabar el beso, con lo que les pilló mirándose embobados y a Kenny aun sujetando la trenza de Max.

Estuvo tentado a reír o hacer un chiste, pero se lo pensó mejor e hizo como que no había visto nada.

Los otros dos saltaron, sentándose cada uno en un extremo opuesto de la cama cuando el pequeño entró.

  • ¡Ya estoy aquí! – anunció, aguantando la risa. – ¡Traigo la cena!  

A la mañana siguiente, Kenny se desenredó de los dos y salió de la cama en silencio, intentando no despertarlos. Con Nicky era fácil. Dormía como un tronco y era complicado despertarlo. Max tenía el sueño bastante más ligero.

Pero lo consiguió. Así que salió en su misión de buscar el regalo de cumpleaños para el moreno, entre otras cosas.

Primero fue a una cafetería cercana y encargó café para los tres y tortitas, con extra de chocolate para Max. Luego fue a la librería que había visto en internet.

Tuvo suerte y no tardó demasiado en encontrar el libro que buscaba, pidiéndole a la dependienta que se lo envolviera para regalo.

Su teléfono móvil sonó y vio un mensaje de Max, preguntando donde estaba. Le respondió que estaba comprando el desayuno y que volvería en unos minutos.

Con el libro bajo el brazo se dirigió a recoger el desayuno, pero antes de llegar vio que había una chica vendiendo pulseras en una manta delante de la puerta. Las observó detenidamente y escogió una de cuero trenzado negro con un adorno en plata de un rayo. Era bonita y simple y decidió comprarla para el otro león.

Recogió el desayuno y regresó al motel.

Al llegar los otros dos ya estaban despiertos, aunque seguían tumbados en la cama, holgazaneando.

  • ¡Oh, nos trae el desayuno a la cama! ¡Que romántico! – bromeó Nicky, acercándose para saludarle, frotando su mejilla con la de Kenny. Este sonrió y le dio un beso en la mejilla, haciéndole reír.
  • Traigo tortitas. – anunció. Cogió uno de los cafés y un plato se lo llevó a Max a la cama. – Especiales para el chico del cumpleaños. Felicidades. – el otro se sonrojó, aceptando la comida.
  • ¡Gracias, Kenny! No debiste molestarte.
  • ¡Oh, sí que debía! – rio Nicky, comiendo sus tortitas. – Luego yo haré la comida, para celebrar tu cumple, hermano. Voy a hacerte jambalaya. – los ojos del moreno brillaron.
  • ¿La jambalaya de Nana?
  • Esa misma. – Max saltó sobre su hermano, casi tirándole el café para darle un abrazo.

Un poco más tarde, mientras Nicky se afanaba en la diminuta cocina para preparar la comida, Kenny se acercó con el libro envuelto, que le ofreció al moreno.

  • ¿Y esto? – los ojos de Max brillaron felices al desenvolver el paquete y ver el libro. – ¡Oh, el Doctor sueño! ¡Me encanta! ¡Gracias!
  • También te he traído esto. – Kenny le enseño la pulsera, sintiéndose un poco inseguro de si le gustaría o no, pero la sonrisa del otro se ensanchó aún más cuando cogió la pulsera de su mano para verla mejor.
  • ¡Es preciosa! ¡Muchas gracias! No tenías que comprarme nada. – le dijo, con la voz cargada de afecto. – ¿Me la abrochas?

Kenny asintió y le cogió de la muñeca para abrocharle la pulsera de cuero. Una vez terminado el nudo, acarició el interior de la muñeca con el pulgar. Max miró hacia su hermano un segundo, para comprobar que no estaba atento y agarró a Kenny de la camiseta para atraerlo y darle un beso que no tardaron en profundizar.

Al separarse, el rubio cogió un mechón que se le había soltado de la trenza al otro y se lo colocó tras la oreja.

  • Gracias. – susurró el moreno, poniendo su mano en el pecho del otro. – De verdad que no tenías por qué comprar nada.

Kenny puso su mano sobre la que Max y la apretó con suavidad.

  • Si que tenía. Si que tenía.

Rugidos del corazón: Capítulo 12.

(¡Feliz año!)

  • No sé cómo demonios te las arreglas para olvidarte siempre de hacer la colada, Nicky, de verdad. Por tu culpa nos hemos quedado sin ropa limpia. Otra vez.

Nicky le dedicó a su hermano una enorme sonrisa desvergonzada que Kenny encontró adorable.

El pequeño odiaba hacer la colada y se saltaba su turno casi siempre. Su «descuido» tenía consecuencias y ahora estaban en una lavandería de auto servicio, en ropa interior y lavando toda la ropa que tenían porque no les quedaba nada limpio.

Por suerte no había nadie más allí, pero Kenny no dejaba de mirar hacia la puerta, vigilando que nadie les pillara en una situación tan vergonzosa.

Quien no estaba pasando ninguna vergüenza era Nicky. Andaba sobre sus manos, haciendo el pino, dando acrobacias y malabares con los calcetines.  

Kenny no sabía si reírse o esconderse. Estaba ridículo, pero tenía mucho talento con la gimnasia, todo había que decirlo.  

  • Si sabes que no va a hacerla, ¿para que se lo pides? – le preguntó al otro hermano, observando como el pequeño hacia equilibrios sobre una mano.
  • Porque soy tan iluso que pienso que un día crecerá y hará las cosas como debe. Lo sé… ridículo. – repuso Max con el rostro tan serio y el tono de voz tan seco que hizo reír a Kenny.

Estaban en Kingman, Arizona. Habían parado porque no tenían ropa limpia, ni gasolina y necesitaban descansar de verdad un par de días. Llevaban una semana durmiendo en el coche y Max ya se había quejado varias veces de dolor de espalda.

El mismo Kenny se sentía un poco enfermo de dormir a la intemperie, aguantando bichos y el duro suelo todo el tiempo. Un par de días de dormir en una cómoda cama sería el descanso perfecto que los tres necesitaban.

Vio a Max frotarse la espalda por tercera vez en la última hora y sentarse más recto de lo habitual en él y frunció el ceño, preocupado.

  • ¿Hacia dónde iremos cuando descansemos? – preguntó el moreno, sin dejar de frotarse la espalda distraídamente.
  • Creo que podríamos dirigirnos a Colorado. Escuché sobre una pista en esa zona a unos lobos antes de salir Las Vegas. – Max se estiró, dando un pequeño gruñido de dolor.
  • Será interesante visitarla. Nunca hemos estado ahí.
  • ¿Te duele mucho? – le preguntó el rubio, preocupado.
  • Nah… un poco solo. Hace tiempo que me molesta. – le informó. Nicky se acercó, haciendo un salto hacia atrás y cayendo sobre sus pies.
  • Se la fastidió hace unos años al caerse de la bici. – dijo, ganándose un bufido por parte de su hermano. – Se golpeó bastante mal. No se la rompió de milagro.
  • No fue para tanto.
  • Si lo fue. – Kenny le miró, espantado.
  • ¿Por qué no lo has dicho antes? ¡No deberíamos haber dormido en el coche! – se acercó a Max, poniendo las manos en sus rodillas para observarle de cerca. – Te debe doler mucho. – Nicky rio, divertido ante el estallido de Kenny mientras que Max se quedó sin palabras, parpadeando sorprendido.
  • No es para tanto, en serio. – consiguió decir después de un rato. El rubio negó con la cabeza, obstinado.
  • Si lo es. Hoy vamos a coger una habitación con camas separadas. Así podrás dormir más cómodo tú solo.

Ante eso Nicky volvió a reírse a carcajadas mientras el otro se quedaba mirándolos sin saber que decir. No estaba acostumbrado a que alguien, a parte de su hermano, se preocupara por él. Y Nicky no solía mimarle, precisamente. Sobre todo, porque sabía que le molestaba bastante. Que Kenny lo hiciera le resultaba raro y no tenía idea de cómo sentirse con eso.

  • A mí me parece bien. – dijo Nicky, ganándose una mirada molesta de su hermano. – Es más, creo que lo que le ayudaría mucho sería un masaje. Por casualidad no sabrás dar masajes, ¿verdad Kenny? – Max estaba a punto de darle una patada a su irritante hermano cuando escuchó la respuesta del otro.
  • No soy un experto, pero sí. Algo sé.
  • ¿Qué?
  • Creo que Nicky tiene razón. – el pequeño volvió a reírse. Kenny tenía las mejillas rosadas por la vergüenza, pero parecía determinado. – Si quieres te puedo dar un masaje en la espalda cuando lleguemos.
  • No hace falta, estoy bien. – dijo antes de saltar de la secadora y ponerse en pie.

Pero al hacerlo, su espalda dio un doloroso crujido y al moreno se le escapó un gruñido de dolor. Al girarse hacia los otros dos, se encontró con la expresión seria de Kenny y la sonrisa socarrona de su hermano.

No tenía escapatoria.

Algo más tarde ese día y tras recoger toda su ropa limpia, buscaron un motel barato y limpio y pidieron una habitación doble a pesar de las negativas de Max.

Nicky se excusó al rato para comprar la comida y les dejó solos. Kenny aprovechó para darse una ducha y Max se quedó mirando las dos camas y pensando en cómo escaparse de eso.

Cierto era que su espalda agradecería tener la cama para él solo. No tendría que encogerse para evitar caerse por falta de espacio ni dormir en una postura incomoda que luego le empeoraría su dolor.

Pero odiaba la idea de dormir solo. Llevaba tanto tiempo compartiendo cama que no sabía si sería capaz de conciliar el sueño solo.

Y no estaba seguro de querer intentarlo.

Nicky regresó al poco con el almuerzo, mientras Kenny intentaba secar su cabello con la toalla. Los rizos se le erizaban al frotarlos con la tela, haciendo que los otros dos leones se rieran al verlo. Comieron la comida china que había traído el pequeño viendo la Ruleta de la fortuna, los tres sentados en una de las camas.

La otra seguía vacía y Nicky observaba divertido como los otros dos la miraban incomodos. Al pequeño esa situación le resultaba hilarante.

El mismo día que Kenny aceptó quedarse, él tuvo una larga conversación con Max porque veía que su hermano estaba obsesionándose con el otro león. Llegaron a la conclusión de que podría ser su pareja y Nicky le recomendó ir un poco más despacio, que intentara crear una relación con el otro león y comprobara si sentía lo mismo. Pero desde ese día, Max había hecho muy poco o absolutamente nada.

Y Nicky se aburria. Lo único divertido que había era ver a esos dos haciendo el tonto.

Por eso había sugerido a Kenny lo del masaje. A su hermano le vendría genial para su espalda y era algo que estaba seguro ambos disfrutarían.

Pero Max parecía mortificado y el otro no estaba por la labor de dar el primer paso así que Nicky se vio obligado a hacer algo para darles un empujón.

  • Voy a ir al cine a ver la última de «Los mercenarios». – anunció, ganándose las miradas de sorpresa de los otros dos.
  • ¿Qué? ¿Vas a verla sin nosotros? – preguntó su hermano, ofendido.  
  • Si. Estoy pensando que podéis aprovechar para que Kenny te de ese masaje. – el pequeño cogió la bolsa en la que había traído la comida y sacó un bote, que lanzó al rubio. Este lo atrapó al vuelo. – Os he comprado un aceite corporal.

Kenny y Max se sonrojaron un poco y el pequeño rodó los ojos.

  • Esto es ridículo.
  • Lo ridículo es que estés aguantándote el dolor por no dejar que alguien cuide de ti para variar, Max. Deja que Kenny te dé ese masaje. Y tú – añadió, volviéndose hacia el otro y señalándole. – cuida de él. Es muy cabezota para reconocer cuando necesita ayuda.

Y con eso, se marchó dejando a dos leones muy incomodos. Kenny miró el bote de aceite en sus manos y se encogió de hombros.

  • Anda, vamos a prepararlo todo.

Max suspiró y vio como el otro ponía una toalla grande en la cama, lanzando las almohadas en la cama vacía. El moreno se desnudó, quedando solo en calzoncillos y se tumbó bocabajo en el colchón, sobre la toalla.

Kenny observó al otro león, tumbado, con su larga melena negra suelta y desparramada por su espalda y se le secó la boca. Con cuidado le recogió el cabello y lo apartó de la ancha espalda para evitar que se le manchara con el aceite.

Acto seguido, se echó un chorro en las manos, las frotó para que no estuviera demasiado frio y empezó a masajear los músculos de los hombros con cuidado. Kenny se había sentado en el borde de la cama para poder acceder mejor, pero estaba comprobando que en esa postura no podía hacer mucha fuerza y Max estaba todavía muy tenso.

Gruñó una maldición y se separó, para quitarse la camiseta, que se le había manchado con el aceite y se subió a la cama, sentándose a horcajadas sobre las piernas de Max, que dio un respingo por la sorpresa.

  • Lo siento. Así llego mejor. – se excusó cuando el otro le miró por encima del hombro.

Y volvió a masajearle los hombros. Un segundo más tarde se tropezó con un nudo especialmente grande, sacándole un largo gemido de alivio a Max al deshacérselo. Kenny sonrió, más confiado y siguió un buen rato masajeando y frotando los músculos de la espalda del otro, uno a uno hasta aliviar la rigidez.

Un rato más tarde, Max gemía bajito de gusto y Kenny empezaba a disfrutar del tacto caliente de la piel del otro bajo sus manos y de los sonidos que le estaba provocando. Se movió, sentándose un poco más abajo para dedicarle un poco de atención a la parte baja de la espalda del moreno. Sus dedos rozaron la cinturilla de su ropa interior y sintió una enorme tentación de retirarla para poder tocarle mejor.

Se mordió el labio y siguió con el masaje, notando la piel cada vez más caliente. Sus dedos resbalaron varias veces por debajo de la ropa interior, rozando la suave piel debajo, antes de colocar las manos en la cintura del otro. Kenny estaba respirando entrecortado, sintiendo como su miembro respondía a la situación en la que se encontraba.

Avergonzado, intentó levantarse, pero Max le sorprendió, dándose la vuelta y haciéndole una llave con las piernas, intercambiaron posiciones. El moreno acabó sentado sobre su entrepierna, demostrándole que no era el único interesado.

Se miraron en silencio un buen rato antes de que Kenny le agarrara del rostro y se incorporara un poco para besarle con pasión. Max no se quedó atrás, atrayéndole y haciendo que sus erecciones se frotaran, sacándole un jadeo a ambos.

Max se inclinó más, pegando su cuerpo al del otro y rodaron en el colchón abrazándose más estrecho, sus respiraciones convertidas en jadeos y gemidos. Kenny bajó las manos al firme trasero del otro y le apretó contra sí, disfrutando del maullido que se le escapó al moreno.

Max abrió los ojos y le miró, con la mirada oscurecida y el cabello revuelto cayendo como una cascada. Los mechones le hicieron cosquillas a Kenny en el rostro y le sonrió, poniendo una mano en la mejilla al otro.

  • ¿Cómo esta tu espalda? – le preguntó en un susurro, haciéndole reír.
  • La espalda, bien. Ahora tengo dolorida otra parte. – repuso, sin dejar de reír. – Voy a tener que darme una ducha fría.
  • ¡Oh, no! Si haces eso, estropearas el masaje. – dijo Kenny, moviendo las manos de la cintura de Max hasta sus caderas. El otro suspiró.
  • ¿Y qué propones? – las manos de Kenny se colaron bajo la cintura de la ropa interior de Max y empujaron ligeramente la prenda hacia abajo.
  • Tu hermano me pidió que cuidara de ti. – Kenny le obligó a rodar de nuevo y quedaron los dos de lado, uno frente al otro. De esa manera, le resultó más fácil quitarle la ropa interior a Max, que se dejó sin apartar la mirada de los ojos celestes de Kenny.
  • Pues habrá que hacerle caso a mi hermano. – jadeó al sentir la mano grande de Kenny colocarse sobre su miembro y empezar a acariciarle.

Kenny no dejó de besarle todo el tiempo, mientras le sujetaba de la cintura con la mano libre, tragándose los gemidos que se le escapaban.

Casi a punto de terminar, Max abrió apresuradamente los vaqueros a Kenny y coló la mano en sus calzoncillos, intentado devolverle el favor. Este ya estaba muy excitado y no necesitó mucho para acabar, no sin antes conseguir que Max terminara en su mano, ronroneando su nombre.

Agotados y satisfechos se quedaron un rato mirándose mientras recuperaban el aliento. Kenny fue el primero en moverse, dándole otro beso antes de levantarse de la cama.

  • Vamos. – le dijo, ofreciéndole la mano para ayudarle a incorporarse. – Hay que arreglar esto un poco antes de que venga Nicky y nos vea así.

Los dos se lavaron un poco en el baño y Kenny echó la toalla al montón de la ropa sucia, mientras Max se limpiaba el aceite que le quedaba en el cuerpo del masaje. Luego se metieron en la cama, con la televisión puesta a espera a que Nicky regresara.

Cuando el pequeño volvió del cine se los encontró dormidos y abrazados en la cama. Él se había entretenido jugando video juegos después de la película y había conocido a un par de chicos muy divertidos con los que pasó un par de horas jugando a Street Figther antes de decidirse regresar al motel.

Sonrió al verlos y se preparó para dormir en la cama libre. No le gustaba dormir solo. Se había acostumbrado a compartir la cama con su hermano, pero podía sacrificarse un par de días.

Estaba siendo bonito y divertido ver a esos dos enamorándose.