Rugidos del corazón: Capítulo 7.

(Aviso: Escenas subidas de tono.)

Había pasado todo un año desde que Kenny llegara a Destruction Bay.

Doce meses de trabajo duro en la granja, de ir todos los fines de semana a la cafetería a tomar algo con los hermanos lobo y Jerrad, con los que había trabado una curiosa amistad.

Doce meses de hacer reír a Rose, la protegida de Jerome y que ella le usase de conejillo de indias cuando quería probar un nuevo tinte o peinado, usando su melena, la cual había dejado crecer de nuevo.

Doce meses de sentarse a ver puestas de sol en su rincón privado en la granja, sintiendo la soledad como si fuera un ente vivo que siempre le acompañaba.

Había sido un año duro, para ser sinceros. Pero seguía vivo y cuerdo y se sentía algo más fuerte que antes de llegar allí.

Un poquito más sano que un año antes.

Esa tarde, como cada sábado, estaba en la cafetería, tomando algo con los demás.

Llegaban y bebían algo, mientras comentaban el partido que estaban retransmitiendo en el televisor en ese momento. Cervezas o refrescos y unas patatas fritas y mucha conversación y compañía. Una noche de sábado más que pasaban juntos.

A Kenny le encantaban esas noches. Eran las únicas en las que no se sentía tan solo todo el rato. Y podía decir sin duda alguna que esos tres que le acompañaban en ese momento eran sus amigos. En su peculiar manera, eso sí.

En esos sábados de patatas y deportes por cable llegó a conocer muy bien a esos tres hombres.

Jerrad, el dragón, era alguien muy interesante con el que hablar. Tenía cientos de años y había participado en varias guerras a lo largo de la historia humana porque era un soldado que no sabía dejar de pelear y buscaba cada batalla que existiera para poder saciar su sed de pelea.

Pero en la última en la que estuvo había hecho mucha amistad con su batallón y se acabó descubriendo por protegerlos. Lamentablemente, eso hizo que el ejército para el que trabajaba intentara capturarlo y fueron sus hombres quienes le sacaron de allí y le ayudaron a llegar a Destruction Bay. Unos pocos se habían quedado allí con él, hasta que las cosas se calmaran. Por eso Jerrad era tan protector con la ciudad.

Protegía a sus leales hombres.

Además de un soldado, Jerrad era un ávido lector de casi cualquier clase de novela que cayera en sus manos y adoraba hablar sobre ellas con quien fuera. Eso fue lo que los llevó a hablar civilizadamente por primera vez, semanas después de su primer encontronazo. Kenny defendió una de las novelas de Stephen King frente a Rose, a quien no le entusiasmaba y llamó la atención del dragón, que no tardó en unirse a la discusión.

A partir de ahí, era uno de sus temas favoritos para hablar. Su relación era más bien cortés, pero podía considerarlo alguien que le ayudaría si lo necesitara de verdad.

Con los lobos fue algo distinto.

Joseph, el mayor de los dos, era un tipo tranquilo, al que le gustaba el deporte, tanto verlo como practicarlo y salía a correr todas las mañanas temprano. Obviamente, en un lugar tan pequeño no tardaron en encontrarse, ya que Kenny también corría antes de desayunar y empezar con su día. Al principio se ignoraron mutuamente, escogiendo cada uno caminos separados, pero pronto acabaron entablando conversación y dándose cuenta de que tenían algunas cosas en común.

Ambos valoraban la familia y el deseo de formar una, sobre todo.

Ahora, cuando salían a correr todas las mañanas, hablaban, Joe sobre sus hermanos y su infancia y Kenny sobre cómo eran las cosas en su casa cuando todo era normal y él seguía teniendo una familia.

En cuanto a Jon, la cosa fue muy distinta a los otros dos.

Muy muy distinta.

Joseph le obligó a acompañarlo uno de los sábados a tomar algo y el otro casi no habló en toda la noche. Solo le observaba de una manera que le hacía sentir ligeramente incómodo.

Kenny estaba preocupado, porque Jon siempre parecía preparado para saltarle al cuello por alguna razón que él desconocía.

La siguiente vez que acompañó a su hermano, después de un par de cervezas, se relajó e, incluso, participó varias veces en la conversación. Y fue mucho más agradable.

Resultó que Jon tenía un sentido del humor muy cortante y sarcástico y Kenny se encontró riendo de alguna de sus réplicas sin darse cuenta.

Las miradas de Jon prosiguieron, pero cambiaron ligeramente, pasando de hacerle sentir incomodo a intimidado en el buen sentido.

Una noche, Joseph no pudo acudir a la cita porque debía acompañar a Ronald a un recado y a Jerrad le surgió un imprevisto con sus hombres y se quedaron los dos solos.

Esa noche empezó un poco incomoda, con ambos sin saber muy bien cómo o de qué hablar sin los otros dos haciendo de puente. Pero la cosa mejoró cuando alguien sintonizó un combate de artes marciales mixtas en el televisor y resultó que los dos eran fans. Compartieron unas alitas a la barbacoa y unas patatas mientras comentaban la pelea y fue una muy buena noche.

Al salir, Kenny se sentía feliz y cómodo y agradeció el fresco de la noche, tras pasar la ultima hora casi sudando en la cafetería. Acompañó a Jon al aparcamiento para llevarle de vuelta a casa en su coche, porque este había tomado un par de cervezas de más.

El lobo se había quitado la chaqueta de cuero, quedando en mangas cortas y Kenny se sorprendió admirando como le quedaba la camiseta cuando Jon le pilló. Su rostro cambió radicalmente, pasando de la sonrisa despreocupada que portaba al salir del local a una expresión depredadora. Le cogió del brazo para arrastrarle hasta el callejón, donde le arrinconó para besarle.

No fue un mal beso, pero si inesperado y denotaba más desesperación que ganas, como si tratara de probarse algo. Kenny se dejó hasta que el otro acabó rompiendo el beso, mirándole con sus ojos azules llenos de culpabilidad y, sin dejar de sujetarle de los brazos.

El joven león levantó una mano para acariciarle el cabello cuando el otro apoyó la cabeza en su pecho, intentando consolarlo un poco. Cuando por fin se separaron y se sentaron en la camioneta, Kenny se atrevió a preguntarle.

  • ¿A qué ha venido eso?
  • Lo siento mucho, no debí hacerlo. Lo siento. – Kenny le dio un apretón suave en el hombro.
  • Oye, no pasa nada. No importa, en serio. – le dijo, sonriendo. – Hubiera sido agradable, si no pensara que lo has hecho más para probar algo que porque te apeteciera. – la mirada de culpabilidad del otro se acentuó.
  • Intentaba hacer caso a Jerome y seguir con mi vida, pero no puedo olvidarle. Estaba besándote y en mi mente solo le veía a él.

Kenny suspiró. Podía comprender como se sentía su amigo. Hubo un tiempo en que él también pensaba que no podría sustituir a Cody.

Veía la misma desesperación por olvidar en los ojos del lobo.

¿Estarían los dos condenados a vivir con su corazón en manos de personas que no lo merecían? ¿O podrían rehacer sus vidas en algún momento?

Lo que fuera a pasar, no sería esa noche.

  • Es normal, Jon. Le amas. Si amas a alguien así cuesta mucho olvidarlo. Quizás un día encontremos quien nos haga borrar esos nombres de nuestras mentes.  
  • Lo siento.
  • No te disculpes más. – le regañó, poniendo su mano en la rodilla del otro. – Ninguno de los dos está preparado para nada aún. – terminó, con una risita.

Jon asintió.

  • ¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres? – Kenny se encogió de hombros.
  • Yo no estoy seguro aún. Pero no me disgustaría saldar cierta deuda antes de pensar en rehacer mi vida.

Kenny se inclinó y besó suavemente a Jon. Esa vez, el beso fue más lento y dulce, más un consuelo que otra cosa y se sintió bien. Y Kenny se dio cuenta de que podría volver a enamorarse y ser feliz con alguien más en un futuro. Que Cody no había estropeado eso para él.

Y se sintió feliz por ese descubrimiento.

Por eso mismo invitó a Jon esa noche a su habitación. Ambos tenían muy claro de que no era más que puro consuelo y necesidad de no sentirse solo por una noche. Una promesa de que mañana todo estaría bien y se podría arreglar.

Kenny echó los brazos al cuello de Jon cuando le besó, una vez cerrada la puerta de su habitación, abrazándole fuerte y permitiéndose una cercanía que hacía demasiado que no sentía. Su corazón saltó en su pecho cuando el otro le correspondió, rodeando su cintura para atraerlo y pegarle más a su cuerpo.

Se besaron durante un largo rato hasta que Kenny se obligó a separarse, con los labios hinchados y los pantalones más apretados que antes. Jon tenía las pupilas dilatadas y las mejillas rosas y le parecía lo más adorable que había visto en mucho tiempo.

Se alejó de él un par de pasos, sin soltarle la mano y se dirigió hacia la cama. El otro no tardó en seguirle, cogiéndole de nuevo de la cintura para besarle más intensamente mientras se dejaban caer en el colchón.

Se besaron así, tumbados en la cama y con la ropa puesta por lo que parecieron horas, sintiendo como la excitación de ambos iba creciendo cada vez más, hasta quedar jadeando y muertos de ganas. Jon le acarició por encima del pantalón, mordiéndole el cuello y Kenny gimió al sentir sus colmillos rozarle la piel.

De repente, toda la ropa sobraba. El león nunca había odiado tanto unos pantalones como a los de Jon cuando se le atascó la cremallera. El lobo rio, entre excitado y divertido y le apartó las manos para poder quitarse los pantalones sin tantos problemas. Kenny le imitó, lanzando bien lejos la camisa y los vaqueros.

Los dos se quedaron un largo minuto así, de rodillas en la cama en ropa interior y mirándose. Jon dibujó una sonrisa lobuna en su rostro cuando gateó para acercarse, besándole de nuevo. Con una mano en su pecho, obligó al león a tumbarse boca arriba, sin romper el beso. Kenny gimió al sentir su peso sobre él, las manos recorriendo sus costados hasta llegar a la cintura de sus calzoncillos. Jon se los bajó despacio y rompió el beso para disfrutar de la vista.

Kenny se sintió intimidado por esa mirada y trató de distraerse quitándole a Jon su propia ropa interior, cosa que divirtió aún más al otro. La mano del lobo se colocó sobre su miembro, acariciándole con tortuosa lentitud sin dejar de mirarle a los ojos haciéndole gemir más fuerte y sin control. Kenny podía sentir la dureza del lobo rozándose contra su muslo y decidió corresponderle, sorprendiéndole, antes de besarle con más violencia.

El ritmo de las caricias se intensificó y Kenny sentía que no iba a poder aguantar más. Agarró la muñeca de Jon, deteniéndole y ganándose una mirada interrogante.

  • Como sigas, acabamos antes de empezar. – le dijo, con la respiración entrecortada. – Déjame… déjame probarte.

Jon asintió, los ojos oscurecidos de pura lascivia e intercambio de lugar con el león, quien le obligó a quedar recostado contra el cabecero de la cama. Kenny le dio un corto beso antes de empezar a descender, beso a beso, por su cuello, su pecho, su estómago… La respiración del lobo se volvía cada vez más errática y se quedó totalmente sin aire al notar el calor de la boca del león rodearle su miembro. Kenny degustó su sabor, soltando un quejido cuando Jon le agarró del pelo con más fuerza de la necesaria. Sin embargo, no hizo nada para liberarse. 

La mano en su cabello aflojó su agarre, acariciándole la nuca y la marca, algo que le hizo tensarse. La voz de Jon fue dulce cuando le habló.

  • Lo siento. No quería incomodarte. – Kenny dejó de lamerle, para alzar la mirada.
  • No pasa nada. – Jon le atrajo y le besó, primero en los labios y luego en la marca.
  • Esto no significa nada. No te hace menos que los demás. No dejes que te controle. – le susurró, volviendo a besarle en los labios.

Jon le volvió a tumbar en la cama, una de sus manos deslizándose hacia su entrada para empezar a prepararle. Con desesperante lentitud, fue abriéndole hasta que consideró que estaba listo. Retiró los dedos y empezó a introducirse despacio, gruñendo al sentir la estrechez y el calor del otro.

Pronto estaban ambos llenando la habitación de gemidos y gruñidos, el aire caldeándose a su alrededor mientras Jon seguía moviéndose en su interior, cada vez a un ritmo más acelerado y errático.

El lobo empezó a notar como el orgasmo le alcanzaba y se apresuró a volver a acariciar a Kenny, intentando y consiguiendo que llegara antes que él. Al sentir su mano manchada, se permitió terminar, escondiendo el rostro en el cuello del otro y mordiéndole, tan fuerte que a Kenny se le escapó un rugido de sorpresa y excitación.

Aun jadeando, Jon rodó a un lado, liberando al león de su peso. Hubo un momento de silencio, en el que el lobo no sabía qué hacer. No estaba seguro de si debía quedarse o irse a su casa con su hermano.

Kenny acabó con su dilema, echándole un brazo encima y colocando su cabeza en el pecho del otro. Jon sonrió.

Había sido agradable y se sentía mucho menos solo y triste que antes. Pero seguía pensando en Colby y en que le seguía queriendo y echando de menos a pesar de lo que había hecho.

Besó al león en el pelo y se dispuso a dormir.

Un día, tendría que reunir el valor suficiente para volver a salir y buscar a Colby. Ya fuera para perdonarlo o matarlo. Eso lo decidiría en su momento.

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Rugidos del corazón. Capítulo 6.

Una semana después de su llegada a Destruction Bay, Kenny estaba casi adaptado a la rutina y tareas de la granja. El joven agradecía el tener un lugar al que poder regresar y donde descansar de cuerpo y mente.

Las tareas no eran nada fáciles, eso sí. Cuidar del ganado, darles de comer, limpiar el granero y los establos, cargar y descargar camiones con heno, paja y lo que tocara, cortar leña…

Todo muy físico y duro y justo lo que necesitaba. Acababa tan agotado que no tenía ni ganas ni tiempo para pensar en nada que no fuera dormir y descansar.

Era perfecto y empezaba a ponerse en forma. Eso era mucho mejor y más efectivo que un gimnasio.

Lo que no había hecho todavía era visitar la ciudad. Tampoco le apetecía mucho, pues imaginaba que todos estarían enterados de su llegada y odiaba ser el centro de atención.

Y, hasta ese momento, evitó bajar, pero la suerte se le había acabado.

  • ¡Ey, Kenny! – le llamó Edgar. – Acompáñame. Tengo que ir a la tienda a por alambre de espino. – el león hizo una mueca.
  • ¿Es necesario que vaya?
  • Si. No pienso venir cargando con tanto alambre yo solo. Venga, muévete.

Kenny refunfuñó, pero obedeció, subiendo a la furgoneta con el hombre. Hasta ese día no le había obligado a relacionarse con nadie más, esperando al momento adecuado.

Y el día había llegado.

Tras unos pocos minutos conduciendo, Edgar aparcó frente a la tienda de conveniencia. Kenny supuso que la ciudad era demasiado pequeña para tener una ferretería o algo parecido.

Al entrar a la tiendecita, notó dos cosas.

La primera era que tenía de todo. Desde el dichoso alambre de espinos a gel de baño a cerveza a comida.

Absolutamente de todo.

Lo segundo, que la dirigían dos lobos que no tardaron en gruñirle cuando notaron su olor.

Los leones y los lobos no se llevaban mal per se. Pero ambas razas eran muy dominantes y territoriales. Así que no era raro ese comportamiento cuando se cruzaban, sobre todo si se trataba de alfas.

Kenny esperó que solo quedara en gruñidos y que no trataran de buscar pelea porque no le apetecía dar un motivo a su anfitrión para echarle.

Edgar rodó los ojos al escucharlos y les dirigió una mirada de advertencia que los lobos entendieron a la primera, ya que dejaron de gruñir.

Esos debían ser los dos hermanos de los que le habló Edgar el primer día. El joven león no les encontró demasiado parecido físico. Si notó los golpes y moratones en ambos. Alguien se había ensañado y bien con esos dos.

Edgar le hizo coger tres paquetes de alambre y cargarlos en la camioneta mientras él pagaba. Al salir de la tienda tropezó con alguien, se disculpó apresuradamente y siguió su camino. El alambre pesaba mucho y estaba deseando soltarlo.

  • ¡Oye, ten cuidado por donde andas, imbécil! – le gritó la persona con la que había tropezado. Kenny se molestó. Había pedido perdón, ¿qué más quería?
  • ¡Ya te he pedido perdón! No hace falta insultar. – gruñó, colocando el alambre en la parte de atrás de la furgoneta.

Al girarse para enfrentarse al otro se encontró con un tipo más alto que él y mucho más ancho. A Kenny le sorprendió el tamaño del hombre. Él mismo media metro noventa y solo le llegaba al hombro al otro. ¿Cuánto podía medir?

Y lo peor, parecía furioso con él.

  • ¿Qué has dicho, enano? – le increpó, cogiéndole de la camisa y levantándolo hasta hacerle ponerse de puntillas.

Kenny jadeó sorprendido. No iba a poder pelear contra semejante montaña.

Pero antes de que la cosa pasara a mayores, un extraño perro marrón oscuro trotó hacia ellos, sentándose justo en medio, rascándose una oreja mientras observaba curioso al otro hombre.

Kenny parpadeó, sorprendido y confuso cuando el tipo grande le soltó, gruñendo una maldición.

  • Tienes suerte de que Jerome haya decidido salvarte el pellejo, enano.
  • ¿Enano? ¡Mido metro noventa! – le gritó, mientras le veía irse. Suspiró aliviado y miró al perro. – ¿Y quién demonios es Jerome?

El perro le miró, doblando la cabeza y sacudiéndose antes de convertirse en un hombre enorme. El tipo tenía el cabello largo y moreno y vestía entero de negro con un guardapolvo del mismo color. Su rostro era tan pálido que parecía casi un fantasma.

  • Yo soy Jerome. Y tú debes ser Kenny. Edgar y Ron me han hablado de ti. – se presentó, ofreciéndole una mano que Kenny aceptó, reticente. ¿Es que todos los tipos de esa ciudad eran gigantes?
  • Uh… hola. – Jerome sonrió, dándole un poco de vida a su rostro lo que le hacía parecer menos inquietante.
  • No es muy común ver un león de tu edad que no esté de excursión. – el chico se encogió de hombros, apenado.
  • Bueno, no puedo ir de excursión ya.
  • ¿Por qué?

El león consideró si responder o no, pero el hombre parecía realmente interesado.

  • El objetivo de las excursiones es encontrar una pareja y crear una familia y yo ya no puedo.
  • ¿Por qué? – Kenny se sintió incómodo. No le gustaba hablar ni recordar las razones por las que estaba desterrado.
  • Estoy marcado como omega.
  • Eso solo es una marca. – la mirada del otro hombre se suavizó. – No puede impedirte crear tu familia si así lo quieres.
  • Nadie de mi raza va a querer a alguien marcado. – repuso Kenny con un hilo de voz. Jerome puso una mano en su hombro, apretándole ligeramente.
  • No estaría tan seguro de ello. Y menos si llegan a conocerte. – Kenny se sonrojó un poco, pero hizo un gesto para quitarle importancia.
  • Como habrás comprobado mi popularidad no es precisamente muy buena. – Jerome rio, haciéndole un gesto para que le siguiera.

Ambos cruzaron la calle hacia la cafetería, en la que entraron. El hombre le hizo sentarse en una de las mesas antes de acompañarle.

  • Jerrad, el tío con el que has chocado es un dragón. Lo suyo es tener mal genio, le viene de raza. Se pelea con todos, sobre todo con los nuevos.
  • ¡Un dragón! Vaya, eso explica su tamaño. – el león estaba asombrado. Un dragón… nunca pensó que vería uno con sus propios ojos.  
  • Pues deberías verlo transformado. Es una lagartija del tamaño de un elefante. – eso hizo reír a Kenny. – En cuanto a los lobos, ni caso. Tampoco están pasando un buen momento y no confían en nadie. Lógico, si tenemos en cuenta que están aquí porque les traicionó y atacó su propio hermano.
  • ¡Buff! Eso debió ser duro.
  • Ya has visto como acabaron. – Jerome se encogió de hombros. – Pero se recuperarán y volverán a la carretera para buscarlo, no tengo duda de ello. – eso sorprendió al león. ¿Irse? ¿Por qué? Si ya estaban establecidos ahí e incluso con su propio negocio. ¿Para qué marcharse?
  • ¿Se marcharán? ¿Por qué?
  • Porque aquí nadie llega para quedarse, Kenny. – Kenny recordó a Ronald diciéndole las mismas palabras cuando se conocieron en Whitehorse y en el mismo tono triste. – Siempre es una zona de paso. Todos llegamos escapando de algo, pero la gran mayoría supera sus miedos y vuelve al mundo real para recuperar su vida. Y tú lo harás también, estoy seguro de ello. – el chico negó con la cabeza.

Una bonita camarera les trajo dos tazas de café y un trozo de tarta de frambuesa a cada uno. ¿Habían pedido? ¿Cuándo?

  • No tengo a donde ir.
  • Por ahora. Pero cuando llegue el momento saldrás de aquí, como todos, a buscar tu camino. Tal vez en busca de esa familia que crees que no te mereces. Tal vez a cerrar viejas heridas, saldando esa cuenta pendiente que tienes. Eso dependerá de ti.

Kenny consideró sus palabras mientras se comía la tarta. Vengarse de Cody por lo que le había hecho sería algo muy apetecible. Pero no sabría ni por dónde empezar a buscarlo.

Lo de buscar una pareja ni lo consideró. Estaba al cien por cien seguro de que nadie de su raza le querría al estar marcado. No tenía duda de ello.

¿Quién en su sano juicio tendría una relación con un omega acusado de robo e intento de asesinato y desterrado por su propia familia?, pensó con tristeza.

  • Te oigo pensar desde aquí, joven león. – la voz de Jerome le regresó a la realidad. – La venganza no es la mejor opción. Pero si eso lo que quieres, puede que tengas una oportunidad. Solo hay que tener paciencia y esperar a que aparezca.
  • Tiempo y paciencia es lo que me sobra.
  • Pues, entonces, tendrás tu oportunidad. Pero considera la otra opción. No todas las manadas de leones son como la tuya. Otras hace siglos que dejaron atrás las viejas tradiciones, como la marca. La única que suelen mantener todas es la de la excursión. Supongo que piensan que es bueno para sus jóvenes.
  • Es algo que se espera con mucha ilusión. – susurró Kenny, recordando sus antiguos planes.

¿Cuánto había pasado desde eso? Solo unos meses. Pero parecían años. ¿Cómo era posible eso?

  • ¿Dónde pensabas ir?
  • Al sur. Estaba harto de tanto frio. Quería ir a Los Ángeles o Texas, cualquier sitio donde la temperatura más fría no bajara de los veinte grados. Pensaba buscar a mi pareja y que nos estableciéramos en una de esas ciudades.
  • ¿Y si tu pareja estaba harta de calor? – preguntó, riendo Jerome.
  • No se me pasó por la cabeza que alguien pudiera hartarse del calor. – contesto simplemente haciendo reír de nuevo al otro.
  • No, supongo que no. Guarda esos planes. – le aconsejó, levantándose de la mesa y dejando un puñado de billetes por la comida. – Puede que dentro de unos meses consideres realizarlos. Ahora, vamos. Edgar debe estar esperándote para regresar a la granja.

Ambos salieron de la cafetería y se encontraron con Edgar apoyado en la furgoneta, hablando con uno de los lobos. Era un chico algo mayor que él, rubio con una chaqueta de cuero y no parecía demasiado feliz con lo que estaba escuchando. Kenny deseó no tener que acercarse para no interrumpir, pero Jerome no parecía preocupado por eso.

  • Sé que estáis pasando un mal momento, Jon. Solo te pido que intentéis no buscar bronca con todos. – escuchó decir a Edgar. El lobo bajó la cabeza, ligeramente apesadumbrado.
  • Lo sé. Lo intentaremos. Andamos un poco susceptibles.
  • Y es comprensible. Recuerda que, si necesitáis algo, lo que sea, podéis contar con nosotros.
  • Gracias. – murmuró el lobo, antes de alejarse.

Edgar se encogió de hombros cuando se giró para saludarles.

  • Son buenos chicos. Solo necesitan tiempo. – Jerome asintió.
  • Están en una situación complicada. Pero son fuertes y están juntos. Lo superaran. – Jerome se volvió hacia Kenny. – Y tú piensa en lo que hemos hablado. El mundo no se acaba aquí, joven león. Y la vida tampoco.

Kenny asintió y acompañó a Edgar de regreso a la granja.

Mientras reparaba una parte de la verja que se había roto con el alambre de espino recién comprado, Kenny volvió a pensar en lo que había hablado con el otro hombre.

Sobre la posibilidad de salir de allí para vengarse o para buscar una pareja con la que formar su familia.

¿Sería capaz de permitirse soñar un poquito en la idea de encontrar a alguien que le quisiera a pesar de la marca?

Con un suspiro triste, siguió con la verja. Era imposible que alguien así existiera.

Rugidos del corazón. Capítulo 5.

Whitehorse era bastante más pequeña que Winnipeg.

Mucha menos gente, muchos menos locales y casas, aunque no le faltaba casi de nada. Lo malo que tenían las ciudades pequeñas era que un extraño resaltaba como un faro en una noche sin estrellas.

Así que no tardó en ser el foco de una atención no deseada, con la poca gente que estaba despierta atenta a él cuando solo llevaba allí una hora.

Su autobús llegó a la estación de Whitehorse de madrugada, cerca de las cuatro y Kenny se encontró sin saber muy bien donde ir o quedarse a esas horas y con aquel frio. Preguntó en información donde le confirmaron sus sospechas. No existía ningún transporte público que llegara a su destino final, Destruction Bay.

Salió, paseando la mirada, centrándose en encontrar una solución a su problema más acuciante.

Dónde quedarse mientras buscaba una manera de llegar a su destino final.

Lo único que encontró abierto fue lo que parecía ser una cafetería y restaurante de esas que servían las veinticuatro horas. El joven león se preguntó el por qué necesitaba una ciudad tan pequeña algo así.

Encogiéndose de hombros, se dirigió allí y entró al local. Era pequeño pero agradable, cálido y seco y, por increíble que pareciera, había dos mesas ocupadas con lo que parecían camioneros mientras una camarera cincuentona paseaba de una a otra con la jarra de café humeante, rellenando tazas.

Kenny se acercó tímidamente a la barra, donde la camarera, que acababa de regresar de servir café, le recibió con una amplia sonrisa.

  • ¡Buenos días, jovencito! – le saludó. – ¿Qué te pongo?
  • ¿Qué me recomienda? Estoy hambriento.
  • Tenemos un plato especial de beicon, huevos, salchichas y patatas fritas que es de lo mejorcito, si te apetece. Y hay café caliente. – el estómago de Kenny rugió solo de escuchar la carta.
  • Eso suena estupendo.
  • Pues ve a sentarte a una de las mesas y te lo llevaré en un ratito.

Kenny obedeció y se sentó en silencio en una de las mesas que quedaban vacías. A los pocos minutos, la camarera, cuya chapa identificativa decía que se llamaba Sarah, llegó con una taza y la cafetera y le sirvió una humeante taza de café solo. Notó como los otros clientes se le quedaban mirando, curiosos, cosa que le hizo sentir incómodo. Bajó la cabeza, evitando el contacto visual y, al poco, los hombres dejaron de observarle. Kenny suspiró, aliviado. No le gustaba ser el centro de atención.

Cuando la comida estuvo lista, Sarah se acercó de nuevo y le colocó el plato hasta arriba de comida caliente. Kenny sintió su estómago gruñir de pura hambre. Olía delicioso.

  • ¿Estás de paso, jovencito? Tienes pinta de estar cansado. – le preguntó ella, viendo divertida como atacaba la comida. – No mentías con lo de que estabas hambriento.
  • Acabo de llegar desde Alberta en el autobús. – masculló, entre bocado y bocado.
  • ¿Desde tan lejos? ¿Y qué se te ha perdido por aquí?

El chico consideró un segundo que contestar. No quería dar detalles a un extraño, pero tal vez la camarera supiera de alguna manera de llegar a su destino.

  • Nada, realmente. – respondió, finalmente. – Me dirigía hacia Destruction Bay, pero no hay autobuses que vayan allí. Imagino que tendré que ir andando. – Sarah le miró sorprendida.
  • ¿Piensas ir andando? ¿Con este tiempo? Está muy lejos y podría pasarte algo. – Kenny sonrió.
  • Es importante para mí llegar allí.

La campanilla de la puerta sonó, al abrirse y la camarera desvió la mirada hacia la entrada. Se disculpó con la mirada y se marchó a atender al cliente que acababa de llegar.

Kenny siguió comiendo, disfrutando de la primera comida decente que tenía en días. En el albergue había comido bien, pero no estaba tan rica como esa ni de cerca. Y, por suerte, era barata.

Cuando hubo acabado con su plato, un tipo grande se sentó frente a él, llevando dos tazas de café. Dejó una frente a Kenny y empezó a tomarse la suya, observándole fijamente. El león se quedó congelado en el sitio y sin saber muy bien cómo reaccionar. Su olfato le decía que ese tipo era un lobo, pero no parecía estar buscando problemas.

O eso esperaba.

El hombre, o lobo, era grande, vestido un pantalón oscuro, botas y un pesado abrigo gris. Su cabello rubio oscuro estaba cortado al estilo militar y sus ojos azules chispeaban divertidos al notar su escrutinio.

  • Así que quieres ir a Destruction Bay. – dijo, simplemente, tomando su café. Kenny cogió su taza y le imitó. – ¿Puedo saber a qué?
  • ¿Puedo saber quién lo pregunta? – preguntó de vuelta.

El lobo sonrió complacido.

  • Me llamo Ronald y soy el sheriff de Destruction Bay. Me interesa por cuestiones laborales. – respondió con una risita. – No eres el primero ni el último que intenta llegar. Ese lugar es un refugio por una razón muy importante y no todos pueden pasar. Así que… ¿Qué se le ha perdido a un león por esta zona y por qué quieres ir a mi ciudad?

Kenny suspiró, considerando si debía o no contar toda su historia a ese lobo. Intuía que, si no lo hacía, no iba a permitirle llegar a la ciudad y entonces, ¿qué iba a hacer?

Respiró hondo.

  • Pertenezco a la manada de Winnipeg y he sido desterrado. – el sheriff silbó, sorprendido.
  • He oído algo de lo ocurrido allí. ¿Tú eres el hijo del Alfa? Te han acusado de intentar asesinarlo.

El chico maldijo por lo bajo. ¿Le habían acusado frente la ley humana?

  • Alguien en quien yo confiaba me utilizó para entrar en casa y fui tan estúpido como para creer en sus mentiras. Solo quería robar unos documentos. Mi padre nos sorprendió, cuando esa persona se disponía a matarme y le disparó a él a cambio. Mi madre consiguió que el Consejo solo me desterrara y marcara.

El lobo se pasó una mano por el cabello con gesto serio.

  • Vaya… siento escuchar eso. Siempre he pensado que las normas de los leones eran demasiado estrictas, pero… ¿quién soy yo para opinar de las costumbres ajenas? No sé si es buena idea que vayas a la ciudad.

Kenny palideció, sus peores temores convirtiéndose en realidad. Si no le aceptaban allí, no tenía ni idea de qué iba a hacer. Se sentía demasiado perdido como para pensar en otras opciones en ese momento.

  • ¡Por favor! Ahora mismo no tengo adónde ir. Solo necesito un lugar donde estar mientras pienso que voy a hacer. No pienso quedarme.
  • Nadie se queda para siempre, chico. – Ronald sonrió triste. – Pero entiendo tu situación, créeme. Tengo que consultarlo con el alcalde, pero te llevaré allí. Puedes quedarte en la granja mientras deciden si te permiten o no vivir ahí más permanentemente.
  • ¿En serio?
  • En serio. Pero te lo advierto, si el alcalde Connor decide que no puedes quedarte, tendrás que marcharte sin formar jaleo. ¿De acuerdo?
  • Sin problema. Lo prometo. Solo quiero una oportunidad. – Ronald se levantó, dejando su taza vacía sobre la mesa.
  • Aún tengo que hacer unos recados, pero no tardaré demasiado. Pídele a Sarah un segundo plato. Vendré a recogerte en una hora.

Fiel a su palabra, Ronald regresó una hora después al restaurante. El viaje en coche, con las primeras luces del amanecer, fue tranquilo y silencioso. La carretera estaba llena de hielo y había que permanecer muy atento para no tener un accidente.

Tres horas más tarde, comenzaron a ver la silueta de una pequeñísima ciudad y pasaron de largo una señal de tráfico que anunciaba la entrada al territorio de Destruction Bay, de cincuenta y cinco habitantes.

Cincuenta y seis, pensó Kenny, si le admitían. Al menos, temporalmente.

Atravesaron la ciudad en cuestión de minutos, así de pequeña era. Vio una diminuta tienda de conveniencia, una gasolinera, una cafetería, un par de tiendas más de ropa, una ferretería, la funeraria…

Ronald siguió conduciendo hasta salir de nuevo a campo libre, donde se veía una especie de granja grande, rodeada de prados. Y hacia allí se dirigió.

Al detener el coche frente a la entrada, un hombre corpulento y de cabello gris, vestido con vaqueros y una camisa roja de franela salió a recibirles. Kenny le vio fruncir el ceño cuando le vio.

  • Veo que me traes algo más que los picos que te pedí. – Ronald rio y se giró hacia Kenny.
  • Chico, ¿por qué no te das una vuelta mientras yo habló con Edgar un minuto?

Kenny sabía perfectamente cuando le estaban despachando. Alzó las manos en señal de paz y se dio media vuelta para dar un paseo por los terrenos. Había un corral en el exterior, donde acababa de entrar un rebaño de vacas y se acercó a verlas.

El olor a estiércol, hierba pisoteada y a lluvia era intenso. En Winnipeg no había mucha contaminación, pero el aire no era ni de cerca tan puro como ahí. Seguía siendo una ciudad grande con demasiada gente y coches.

Allí, en mitad de ninguna parte y rodeados de campo y animales, Kenny se sintió un poquito mejor. No feliz, pero no tan triste como cuando todo ocurrió. Todavía sentía su corazón roto, pero no lo veía todo tan negro. Tal vez, incluso pudiera considerar rehacer su vida.

Pero eso sería si le permitían quedarse allí, claro.

Intentó ser educado y no prestar atención a la conversación. Podría oírla, si quisiera, pero no le parecía bien. Un rato más tarde, Ronald le hizo un gesto para que se volviera a acercar.

  • Kenny, te presentó a Edgar Connor, alcalde de la ciudad. Esta es su granja y te vas a quedar aquí un tiempo.
  • Oh… no puedo aceptar eso. No quiero ser una molestia.
  • No vas a serlo. – repuso Edgar, serio. Su voz era autoritaria y ronca, de esas que no aceptan que les lleven la contraria si daba una orden. – Vas a trabajar para pagar tu estancia. Necesito una mano más en la granja, que me ayude con algunas tareas. No va a ser fácil. Así te podre vigilar más de cerca, para asegurarme de que no das problemas.
  • No voy a darlos, señor. Gracias. – Edgar le miró intensamente, como si intentara averiguar si mentía o no.

Kenny notó pronto algo curioso en ese hombre. No era humano del todo. Había un aura de magia a su alrededor que olía a especias y menta.

Él ya había olido algo así una vez, cuando una bruja pasó por Winnipeg y su madre le advirtió que nunca se cruzara en su camino.

Así que el tal Edgar era un brujo… interesante.

El sheriff se despidió de ellos y Edgar le indicó que le siguiera al interior de la casa. Esta era muy cálida y confortable, casi toda de madera y muy bien cuidada.

  • Apareces en un momento algo complicado, la verdad. – confesó Edgar, mientras le guiaba al piso superior de la casa. – Hace poco que hemos aceptado a dos hermanos lobos algo problemáticos. Vienen bastante heridos, de cuerpo y alma. Pero Ron tiene razón. No podemos hacernos los ciegos y sordos a lo que te ha ocurrido. No ha sido justo.
  • Veo que las noticias vuelan. – replicó Kenny, con una mueca.
  • Aunque a los de tu raza no les guste, sí. Y las malas son las que más corren. Pero no te preocupes, nadie, salvo Ron y yo, sabemos del asunto. Y no tienes que compartirlo si no lo deseas.
  • Gracias.

Edgar abrió la puerta de la habitación al final del pasillo y Kenny pudo ver un pequeño dormitorio, con una cama que parecía cómoda y un pequeño armario.

  • Todos los de aquí, en algún momento, hemos metido la pata o nos hemos cruzado en el camino de la persona equivocada. – comentó, invitándole a entrar en la habitación. – La mayoría están escondiéndose de La Orden, así que la primera norma que debes conocer es la de no llamar nunca la atención. No hagas jamás algo que atraiga atención exterior a la ciudad. Esta protegida, pero nada es infalible.
  • Comprendo. Créame, yo tampoco quiero ninguna atención hacia mí.

Edgar parecía que quería decir algo más, pero se lo calló.

  • El baño está en el pasillo, a la derecha. Date una ducha caliente y ponte algo limpio. Luego comeremos y te iré contando cuales van a ser tus tareas. Todavía puede ser que te arrepientas de quedarte conmigo

Rugidos del corazón. Capítulo 4.

Kenny se ocultó en las afueras durante un par de días antes de poder alejarse de la ciudad. La paliza sufrida a manos de sus ejecutores no le dejó otra opción que esperar.

Tenía un ojo tan hinchado que apenas podía ver y las costillas le dolían tanto que le costaba incorporarse y andar.

Además, necesitaba algo más de ropa y provisiones, por lo que, cuando pudo moverse, regresó a la ciudad e hizo unas rápidas compras. Tuvo que esconder su rostro bajo la capucha de una sudadera para que nadie le reconociera ni viera sus heridas.

Corría peligro de que le volvieran a golpear o algo peor si le atrapaban en la ciudad tras ser desterrado.

Pero, una vez aprovisionado y algo más recuperado, se encontró con otro problema.

¿Hacia dónde ir?

Kenny no tenía más familia ni amigos fuera de Winnipeg a los que pudiera acudir y sabía que no tenía suficiente dinero para dirigirse hacia el sur y establecerse.

Seguir con sus planes de buscar una pareja y formar su propia familia también estaban descartado. Ya no era más un alfa, si no un omega. Ningún león que se preciara se relacionaría con un omega y tras lo ocurrido con Cody no pensaba volver a acercarse a un humano ni para pedirle la hora.

Irónicamente, fue su padre quien le dio la solución a su problema. Al menos, una solución temporal.

Años atrás, escuchó a su padre hablar de un lugar en la zona del Yukón que era un refugio para los desamparados y los perseguidos.

Destruction Bay.

Pero iba a ser un viaje largo y muy complicado para hacerlo a pie ya que el lugar estaba bastante aislado.

La suerte le sonrió, ya que al poco de salir un camionero le recogió y se ofreció a acercarle hasta Alberta, lo que significaba la mitad del camino hecho.

Mientras el camionero hablaba sin parar, Kenny repasó su plan, ese que había estado gestando mientras se recuperaba de la paliza.

Llegaría a Alberta y allí intentaría encontrar algún trabajillo que le permitiera ahorrar algo de dinero. Compraría un billete de autobús hacia Whitehorse y de allí saldría rumbo a Destruction Bay.

Solo esperaba que no le prohibieran la entrada a la ciudad o la estancia por ser un desterrado o por sus antecedentes.

Se preguntó si el Consejo le habría puesto antecedentes criminales además de la marca o si habrían dejado fuera de la ley humana el asunto del tiroteo. Con la paliza no tuvo muchas oportunidades de preguntar nada, pero esperaba que hubieran dejado el asunto lejos de la ley humana. La marca de omega ya le cerraría suficientes puertas.

Mike, el camionero, fue muy amable con él. Incluso le invitó a comer en una de las paradas para camioneros, poco antes de llegar a Alberta. Kenny no se había sentido con muchos ánimos de hablar, pero le dejó entrever que le habían echado de casa sus padres, cosa que no era del todo mentira. Eso despertó aún más las simpatías del hombre.

– Escúchame, chico. Si de verdad quieres llegar al Yukón aun te queda un largo camino, así que no debes malgastar el dinero. – Kenny asintió. Su madre había dejado algo de dinero en su mochila, pero apenas le llegaría para un mes o poco más. No era suficiente. – Te voy a dejar cerca del centro, donde podrás encontrar un albergue para gente sin hogar. Allí tendrás comida caliente dos veces al día y cama para unas cuantas noches.

– No puedo… habrá gente que lo necesite más. – sin embargo, se dio cuenta de que esa era ahora su situación. Estaba en la calle y sin dinero ni trabajo.

Era, oficialmente, un indigente.

– ¡Tonterías! Cuando vean a un chico tan joven, te ayudaran. Incluso puede que te consigan un trabajo temporal para conseguir algo más de dinero. Obviamente, esa ayuda es muy limitada y solo podrán darte alojamiento y comida por unos pocos días. Así que aprovéchalo para ahorrar dinero. No intentes ir a Whitehorse haciendo autostop. Morirás congelado antes.

Kenny intentó memorizar todo lo que le decía. Cuando un par de horas después, Mike le dejó en el centro de Alberta y le indicó hacia dónde debía dirigirse, Kenny lo hizo.

Así que se dirigió hacia el albergue, pidió asilo a uno de los voluntarios que repartían el almuerzo y el director le asignó una litera para tres noches, lo que era más de lo que esperaba al principio.

No hubo tanta suerte con el trabajo. Preocupado, se sentó en la litera, con su mochila a su lado.

– No dejes la mochila nunca sola o cualquiera de aquí te saqueara lo poco que tengas. – le advirtió una voz por encima de su cabeza.

Kenny alzó la mirada y se encontró con una cara envejecida y tostada por el sol con una barba cana y descuidada. El cabello, también cano, estaba semi oculto por una vieja y rápida gorra gris.

El león parpadeó, sorprendido al ver a su vecino de litera.

– Eso haré, gracias. – contestó, después de recuperarse de la sorpresa. El hombre le sonrió, mostrando unos dientes amarillentos y mal cuidados.

– ¿De dónde eres, chico? No te he visto por aquí antes. ¿Y qué te ha pasado en la cara? Parece que te haya arrollado un camión. – Kenny no pudo evitar sonreír por la observación.

– De Winnipeg. Y más bien fue un par de botas las que me arrollaron.

– ¡Ouch! ¿Winnipeg? ¿Y qué se te ha perdido por Alberta? – preguntó. – Nadie deja Winnipeg por Alberta.

– Voy camino a Whitehorse. – contestó el chico, encogiéndose de hombros. La sorpresa en el rostro del hombre era un poema. Si raro era dejar Winnipeg por Alberta, más raro era dejarla por Whitehorse, que estaba más aislada aún del mundo.

– ¿Para qué? Allí no hay nada más que hielo y más hielo.

– Tengo familia allí que puede acogerme. – mintió, esperando que no le siguiera cuestionando. Algo debió notar en su tono, porque el hombre dejó de preguntar.

– Bueno, soy Eddie, por cierto. – se presentó, bajando de la litera para ofrecerle su mano. – Vamos a ser vecinos unos días. ¿Cuál es tu nombre, niño?

– Kenny.

– Encantado, Kenny. He oído antes que buscabas un trabajo. – el chico asintió. – Sé de un sitio donde te podrían ayudar.

Resultó que Eddie acostumbraba a echar una mano cargando mercancía en una tiendecita de conveniencia cuyo dueño estaba muy mayor para hacerlo él solo. Le daba poco, pero era suficiente para Eddie.

El problema era que el mismo Eddie empezaba a estar mayor para cargar tanta mercancía, así que iba a dejar de ir a la tienda. Acompañó a Kenny hasta la tienda y habló por él ante el dueño.

Al acabar el primer día, Kenny estaba agotado, con los brazos doloridos de tanto cargar y descargar cajas del camión al almacén, pero con veinte dólares más en el bolsillo y el estómago lleno.

El día siguiente fue un poco más de lo mismo. El dueño de la tienda estaba muy contento con él y su trabajo. Kenny jugaba con ventaja, ya que los leones eran mucho más fuertes y resistentes que los humanos y podía descargar el camión más rápido que otros.

Pero al regresar comprobó que había llegado un grupo nuevo al centro buscando refugio, como los demás. La diferencia era que este grupo de cuatro hombres bastante grandes, molestaban y trataban de robar a los demás.

Kenny les vio intimidar a varios, intentando y consiguiendo que algunos le dieran su dinero o comida. El joven león se mantuvo aparte, no implicándose. Ya tenía suficientes problemas como para además meterse en uno más por enfrentarse a unos matones.

Cuando intentaron que él les diera su dinero, Kenny simplemente se dio la vuelta y salió del albergue para dar una vuelta antes de cenar. Lo bueno de medir más de metro noventa era que pocos se atrevían a buscar pelea con él.

Cuando regresó, se dirigió al comedor, para la cena, pero no vio a Eddie por ningún lado, algo que le extrañó. Desde que se conocieran en el dormitorio, el hombre siempre le acompañaba para aconsejarle y contarle sobre su pasado.  Al preguntar, nadie quiso responderle y Kenny empezó a sospechar que algo iba mal.

Fue hacia las literas, buscándole, y se encontró con Eddie, echado en su cama. Al acercarse comprobó, como temía, que le habían dado una paliza. Tenía marcas de puños en el rostro y el torso. También parecía tener marcas de botas.

Kenny gruñó, rechinando los dientes al ver el estado del hombre que había sido tan amable con él.

– ¿Quién ha hecho esto? – Eddie tosió, pero le dio una débil sonrisa.

– ¿Tú quién crees? – preguntó de vuelta y el león no necesitó más respuesta. – Ahora, no vayas a hacer nada estúpido, niño. Son cuatro y podrán contigo por muy grande que seas. Tipos como esos nunca pelean limpio. – al ver la expresión del chico, Eddie se puso serio. – Kenny, no hagas ninguna tontería. Uno de ellos es muy propenso a sacar la navaja y no quiero que te haga daño.

Kenny forzó una sonrisa, intentando calmar a su amigo. Se levantó despacio y dejó su mochila en la cama, junto al hombre.

– No te preocupes. Solo voy a pedir algo de hielo a la cocina, ¿vale? Cuídame la mochila mientras tanto. No voy a tardar.

– ¡No hagas nada estúpido, Kenny! – le gritó el otro mientras le veía marchar.

El joven león se encaminó al comedor, donde sabía que los otros estarían, ya que se quedaban hasta que les echaban para cerrar. Solían aprovechar para jugar a las cartas y seguir trapicheando lo que fuera que trapichearan.

Pero esa noche no iba a dejarles hacer sus cosas.

Se acercó a su mesa, donde los otros le recibieron con risas socarronas.

– ¿Qué pasa, niñato? ¿Algún problema? – le preguntó el cabecilla del grupo, un tipo lleno de tatuajes al que llamaban Mike. Kenny gruñó, tan fuerte que los otros le escucharon y retrocedieron un poco.

– ¿Por qué has pegado a Eddie?

– ¿Nosotros? – Mike fingió espanto, haciendo reír a sus compañeros. – Estás equivocado. Eddie nos ha atacado y nosotros nos hemos defendido, ¿verdad, chicos? – los otros tres rieron la broma, asintiendo. – ¿Ves? Es más, creo que debería denunciar a Eddie por ese ataque. Es un tío muy peligroso.

La amenaza de la denuncia y las burlas ya fueron la gota que colmó el vaso. Se acercó y cogió al cabecilla de la pechera de la camisa, levantándole a pulso del asiento.

Eso asustó bastante a los otros tres, que no esperaban semejante respuesta por parte de Kenny. Este le acercó a su rostro, para gruñirle. Sus ojos brillaron con la luz verdosa que delataba la criatura sobrenatural que era.

– Si vuelves a tocar a Eddie, te sacaré el corazón con mis propias manos. ¿Entiendes? Eddie está fuera de tus límites. No se le vuelve a tocar. – casi rugió, lanzándolo contra una pared cercana.

– ¡Vas a arrepentirte de esto, imbécil!

Los otros tres se lanzaron contra él, recuperados de la sorpresa, pero Kenny les esquivó y golpeó hasta dejarlos tirados en el suelo, gimoteando. No les había hecho daño, realmente. Pero estarían lo suficientemente adoloridos como para no intentar ninguna otra estupidez como volver a atacarle.

Su cabecilla sí que lo intentó, demostrando no ser muy inteligente. Se levantó del suelo, sacando una navaja del bolsillo y trató de clavársela en el costado. El joven león la esquivó y le sujetó la mano, retorciéndosela hasta hacerle tirar el cuchillo que cayó al suelo con un tintineo.

– Salid de aquí antes de que decida terminar con vosotros. – rugió, tan fuerte que llamó la atención de algunos de los trabajadores del centro.

Kenny maldijo mentalmente al verlos cuchichear entre ellos, mirándole asustados. Salió del comedor para ir a los dormitorios, donde Eddie ya se había incorporado, sentándose en la cama. Le recibió con una expresión de reproche que no se molestó en disimular.

– Te dije que no hicieras nada estúpido. – le recriminó. Kenny se encogió de hombros. No se arrepentía.

– Están bien y yo también.

– Si, pero los del centro no dejan pasar las peleas ni las amenazas. Son motivo de expulsión.  

– A ellos sí.

– A ellos tampoco. Lo hacen cuando nadie mira. Y a ti te hemos escuchado todos amenazarles. Vas a tener que irte, chico. No van a tardar mucho en pedírtelo. – Kenny suspiró.

Tenía pensado pasar un día más en la ciudad, pero tampoco le importaba marcharse algo más temprano de lo esperado. No se sentía cómodo allí. Recogió su mochila y le dio una sonrisa de agradecimiento al otro hombre.

– Gracias por tu ayuda, Eddie. De verdad. – Eddie le estrechó la mano, apesadumbrado.  

– Ten cuidado en tu viaje, chico. Espero que llegues bien a tu destino.

– Yo también. Cuídate.

Sin esperar a que le echaran, Kenny fue hacia la estación de autobuses, donde compró un billete a Whitehorse, como tenía planeado. Una hora más tarde, estaba en la carretera, rumbo a su nuevo destino.

Rugidos del corazón. Capítulo 3.

Decidieron ir a buscar el dinero esa misma noche.

Kenny esperó a la madrugada, cuando sabía que sus padres ya estarían acostados, para colarse en su casa junto a Cody.

Utilizó sus propias llaves y desconectó la alarma para no despertar a nadie y así poder entrar al despacho de su padre.

Pero, a pesar de las palabras de su pareja, del enfado que aun sentía y de sus ganas de marcharse de allí, seguía sin estar convencido con lo que estaba haciendo.

Hubiera preferido hablar con su padre primero. O su madre, quien tal vez hubiera sido más receptiva a la idea. O, incluso, irse sin ese dinero.

Pero no quería que su pareja pensara que no deseaba marcharse con él.

Por eso guio al otro hasta el despacho y quitó el cuadro del paisaje africano de la pared, descubriendo la pequeña caja fuerte que su padre escondía allí.

Kenny introdujo inseguro la contraseña y la caja se abrió. Y, como había dicho al otro, estaba repleta de papeles. Pero también había un puñado de billetes de cien. No era mucho, tal vez un par de miles. Pero tendría que servir.

Cogió los billetes y se los ofreció a Cody.

Sin embargo, este ignoró el dinero. Apartó a Kenny y se acercó, rebuscando entre los papeles hasta sacar un sobre marrón.

El joven león lo reconoció como el que su padre guardara esa mañana mientras discutían.

– ¡Cody, venga! – le urgió. – ¡Ya tenemos el dinero! ¡Vámonos!

Sin embargo, el otro no tenía tanta prisa.

– No tan rápido, cariño. – repuso, abriendo el sobre y sacando su contenido.

Eran un puñado de papeles, lo que parecían un par de mapas y algunas fotografías en blanco y negro. Kenny no solía prestar mucha atención a los negocios de su padre. Sabía que, a veces, tenía trabajos y consultas con la Comunidad o el Consejo. Por algo era el alfa.

Pero no eran tampoco demasiadas las ocasiones en que algo así ocurría. Esos papeles parecían algo de la Comunidad, como la mayoría de alfas. Y Kenny sintió su sangre helarse en sus venas al ver como Cody los doblaba y se los guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta.

¿Para que los quería?

– Cody, ¿qué haces? ¿Para qué quieres eso? ¿Qué son esos papeles?

La expresión de Cody había cambiado completamente, como si se hubiera despojado de una máscara. Su rostro, habitualmente sonriente y amable ahora portaba una expresión de desdén y crueldad que le hacía parecer otra persona completamente distinta.

– ¡Oh, mi pequeño Kenny! – hasta su voz parecía haber cambiado. El león se sentía como si estuviera en una pesadilla. – Esto es más importante que el dinero. Y la razón por la que estoy aquí.

– No te entiendo…

El rostro de Cody se torció en una horrible mueca que le hizo parecer desquiciado. Kenny tembló al verle. Daba miedo.

– ¿No lo entiendes? Y sin embargo es muy simple, querido. Mi trabajo era conseguir estos papeles. A cualquier precio. Y si para eso tenía que acostarme contigo para conseguir el acceso, pues…

El joven león se estremeció de nuevo, esa vez de asco e incredulidad. ¿Todo había sido una mentira? ¿Una cruel manipulación para robar unos papeles a su padre? ¿Por qué?

– Dios mío… ¿Cómo has podido? – preguntó, aún en shock. – Iba a dejarlo todo por ti.  

– Ya, adorable. Y, ahora… – siguió, sacando una pistola de la parte de atrás de sus pantalones.

Kenny retrocedió, asustado. ¿Una pistola? ¿Iba a matarle?

Seguía sin terminar de comprender que ocurría. Su Cody, su dulce Cody, se había transformado de repente en un loco que clamaba haberle usado para conseguir unos papeles de su padre.

¿Cómo había podido hacerle eso? ¿Y como no lo había notado? ¿Cómo había creído cada una de las mentiras que le había dicho todo este tiempo?

Había planeado su vida con él.

En ese momento, todo lo que no le contó sobre su vida y pasado, las veces que no le llevó a su apartamento y que no le correspondió al confesar sus sentimientos volvieron a su cabeza para mostrarle con claridad todo lo que había estado ignorando a propósito.  

Cody se separó, retrocediendo hacia la puerta, sin dejar de apuntarle con la pistola.

– ¿Sabes? Ha sido tan fácil engañarte que casi va a darme pena matarte. – dijo, quitando el seguro del arma. Kenny cerró los ojos, maldiciendo por lo bajo.

– ¿Qué ocurre aquí?

La voz de su padre les pilló por sorpresa a ambos. Kenny no tuvo tiempo de advertirle cuando Cody se giró y le disparó sin mediar palabra.

Tres disparos al torso y su padre cayó al suelo de rodillas, con un ruido sordo y gimiendo de dolor.

Cody gruñó, claramente disgustado. Eso no entraba en sus planes, pero tampoco parecía disgustarle la idea de haber herido al alfa.

– ¡Papá! – gritó Kenny, ignorando al otro y saltando para arrodillarse junto a su padre. Respiraba muy débilmente y perdía sangre a borbotones, pero seguía vivo.

Se quitó la chaqueta y trató de taponar las heridas para evitar que siguiera desangrándose. Mientras, en la casa, la gente se había despertado con los disparos y empezaban a escucharse carreras y gritos.

Cody maldijo, volviendo a encañonarles y este vio como el humano realmente apretaba el gatillo.

Salvo que nada ocurrió. No hubo disparo, no hubo bala, no hubo nada. La pistola se había encasquillado.

Furioso y apurado porque las voces se acercaban, Cody soltó una maldición a gritos y salió corriendo de allí, dejando atrás a Kenny y su padre.

Y así fue como lo encontraron su madre y los guardias cuando llegaron. Arrodillado junto a su padre, con las manos manchadas de su sangre.

Veinticuatro horas más tarde, Kenny se encontraba encerrado en una celda.

Llevaba incomunicado tanto tiempo que no sabía ni qué hora era ni cuánto tiempo había pasado. No existían ventanas ni relojes y nadie le decía absolutamente nada.

No le han dejado ni cambiarse de ropa ni lavarse las manos así que todavía estaba manchado de sangre. El olor le había puesto tan enfermo que vomitó dos veces.

Aunque tampoco le habían traído nada de comer ni beber, así que ya no le quedaba nada en el estómago para seguir vomitando.

Se preguntaba, mientras permanecía sentado en el sucio suelo, si su padre habría muerto y si él va a morir.

No era ningún iluso.

Sabía que había metido la pata y a lo bestia. Dejo entrar en la casa del Alfa a un humano, algo que jamás se debía permitir.

Jamás.

Dicho humano, además, robó documentos importantes y disparado al Alfa, presumiblemente asesinándolo.

Le iban a condenar a muerte, daba igual que lo hubieran manipulado y engañado. Él jamás debió permitir que entrara en la casa, para empezar.

Tendría suerte si le ejecutaban rápido.

Kenny estaba sentado en el suelo, intentando no volverse loco con la idea de lo que se le avecinaba, cuando alguien apareció por fin.

Uno de los guardias abrió la puerta y su madre entró, con el rostro serio y desencajado. Nunca la había visto así de demacrada.

– Mamá… – su madre alzó la mano, pidiendo silencio y Kenny obedeció, apesadumbrado.

– Voy a ser breve, hijo. Tu padre sigue vivo. – Kenny alzó la mirada, esperanzado. ¿Seguía vivo? ¡Eso era un alivio enorme! Pero la expresión de su madre eliminó toda esperanza de que eso fueran buenas noticias. – Eso no va a evitar que te juzguen. Gracias a que ha sobrevivido y a que he pedido clemencia al Consejo, no van a ejecutarte.

– ¿Entonces?

– Van a desterrarte y a marcarte como omega. – Kenny palideció. Había oído rumores sobre la marca de omega y ninguno era agradable. – Tu padre ha quedado muy mal herido. Tardará meses, si no más, en recuperarse lo suficiente como para poder volver a dirigir esta manada.

– Lo siento. – su madre le dirigió una mirada gélida al escuchar sus disculpas.

– ¡Te advertimos sobre ese humano! ¿Por qué no nos escuchaste? ¡Te dijimos que no podías confiar en ellos! – gritó su madre, con lágrimas en los ojos. – Has traído la deshonra a esta familia al escogerle antes que a nosotros. ¡Te repudio! – terminó, dándole la espalda y dejándole solo en la celda.

Kenny no tuvo mucho tiempo más para apenarse por las duras palabras de su madre. Para eso tendría tiempo mucho después.

En ese momento le preocupaba más el grupo que entró tras marcharse su madre. Entre ellos destacaba un león enorme, que portaba una especie de maletín de médico y que se alejó hacia una esquina, usando el catre que allí había como mesa improvisada.

Mientras, el grupo se separó y uno de ellos, que resultó ser un notario, empezó a soltar una parrafada legal eterna. Lo único que sacó en claro Kenny era que lo estaban desterrando y que ese tipo le explicaba las condiciones en que se realizaría dicho destierro y sus derechos (o falta de ellos).

Lo acompañarían al límite de la ciudad y él estaría obligado a marcharse y no regresar jamás. Al parecer, alguien, presumiblemente su madre, había preparado y traído su mochila con algo de ropa y su documentación.

Y ahí fue cuando notó el olor.

Mientras el notario y todos los demás hablaban, Kenny no había prestado atención al tipo del maletín. Pero le empezó a llegar un olor extraño. Algo que no debía olerse en ese lugar.

Hierro calentándose.

Y se le erizó el cabello al ver como ese tipo grande calentaba un hierro de marcar con un soplete.

La marca no era demasiado grande. Del tamaño de una moneda de dólar, redonda con el símbolo de la letra griega omega.

Para su horror, los otros cuatro leones, le rodearon y sujetaron mientras el grande se les acercaba con el hierro candente en su mano derecha.

Como si el tiempo se hubiera ralentizado, vio al tipo acercarse mientras uno de los que le sujetaban le obligaba a bajar la cabeza y cortaba su largo cabello dejando su nuca al descubierto.

El dolor de la quemadura fue espantoso, jamás había sentido algo igual. Pero lo peor fue el olor.

La peste a carne quemada y el saber que era la suya le revolvió el estómago lo suficiente como para provocarle arcadas.

Lamentablemente, al no tener nada desde hacía horas impidió que pudiera vomitar nada y sentir algún alivio.

Asqueado y dolorido, con el rostro lleno de lágrimas y las manos manchadas aún de sangre. Así fue como lo arrastraron fuera de la celda para meterle en una furgoneta para llevarle a los límites de la ciudad.

Una vez allí, empezaron a darle una paliza, golpeándole con puños y patadas cuando cayó al suelo.

Estuvieron minutos golpeándole, sintiendo cada golpe y rezando para que fuera el ultimo. Cuando por fin se detuvo, le arrojaron su mochila y regresaron a la furgoneta, que no tardó en alejarse del lugar.

Kenny tardó casi una hora en conseguir fuerzas suficientes solo para levantarse y quedar sentado en el suelo, intentando averiguar si tenía algo roto.

Cuando comprobó que no había nada dañado de gravedad, se centró en el contenido de su mochila. Tenía ropa, sus documentos y, por alguna clase de suerte o piedad, algo de dinero.

Todavía tardó otra hora más en conseguir ponerse en pie y alejarse de la ciudad, caminando por el borde de la carretera.

No tenía ni idea de que iba a hacer ahora. Ni a donde dirigirse. No conocía a nadie a quien pudiera acudir ni pedir ayuda. Y el dinero era bastante escaso. Lamentablemente, en las condiciones en que le habían dejado no estaba para hacer mucho para conseguir más.

¿Qué iba a ser de él?, pensó mientras se alejaba carretera arriba, cojeando, hacia un cielo negro y tormentoso.

¿Qué iba a ser de él?

¡Estamos de celebración!

¿Y qué celebramos? Te preguntaras… ¡pues Halloween!

Halloween ha sido una fecha muy especial para mi desde que empecé a escribir, ya que en estas fechas es cuando más he publicado mis novelas.

Es por eso que vamos a celebrar. Y lo haremos a lo grande.

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Rugidos del corazón. Capítulo 2.

Un mes y medio más tarde, Kenny y Cody estaban juntos y todo el mundo en Winnipeg lo sabía. Incluso su familia.

Eran, extraoficialmente, una pareja.

Kenny estaba muy feliz. Su familia, no tanto.

Faltaban tres semanas para su cumpleaños y, por lo tanto, un mes escaso para su viaje. Su padre había guardado silencio sobre su relación hasta ese momento, pensando que era nada solo un capricho.

Su hijo no podía emparejarse con un humano. Era inconcebible. Pero conforme fueron pasando los días comenzó a preocuparse más y más.

Hasta que ocurrió lo que más se temía.

Kenny bajó al despacho en la biblioteca y tocó a la puerta, indeciso. Sabía que lo que quería decirle a su padre no iba a gustarle nada. Pero era su vida y su decisión y su familia debía aceptarla.

O eso esperaba.

Cuando le dio permiso para entrar, cogió aire y forzó una sonrisa.

– ¿Ocurre algo, hijo? – su padre, el alfa estaba sentado tras su escritorio. Estaba terminando de guardar unos papeles en un sobre grande y marrón. – Pareces preocupado.

– No… o sea, sí. – tartamudeó. – No estoy preocupado, papá. Pero si ocurre algo. – su padre arqueó una ceja y se levantó para guardar el sobre marrón en su caja fuerte.

Era una de esas cajas fuertes pequeñas, incrustada en la pared y escondida tras un cuadro de un paisaje africano. Todo muy tópico, pensó Kenny.

– Vas a tener que explicarte un poco más.

– Veras… – el chico tragó en seco. – No voy a andarme por las ramas. Sabes que estoy saliendo con Cody.

– El humano. – eso le irritó. ¿Por qué no podía ver más allá de la raza de su pareja? Nunca usaba su nombre.

– Si, papá, el humano. Tiene nombre, ¿sabes? – su padre hizo un gesto restándole importancia.

– ¿Y qué pasa con él? ¿Te has cansado ya de jugar con él?

– No juego con él, papá.

– Lo que sea.

– Y no, no me he cansado. Sigo con él y estoy muy feliz a su lado. Lo que me lleva a lo que me trae aquí… no voy a hacer la excursión.

Su padre se quedó clavado en el sitio, mirándole. Muy muy quieto. Extremadamente quieto y silencioso.

Y eso no era bueno.

Kenny tragó en seco cuando le vio sentarse, sin apartar la mirada de él con una mueca de disgusto enorme en su rostro.

– ¿Qué quieres decir con que no vas a hacer la excursión? – rugió bajo, haciendo que Kenny retrocediera un paso sin darse cuenta. – Tienes que hacerla. Es tu obligación como alfa y futuro Alfa de manada salir y encontrar a tu pareja para formar una familia.

– Ya he encontrado a mi pareja. – su padre soltó una carcajada sin humor.

– No te estarás refiriendo a ese humano, ¿verdad? No puedes tener a ese humano de pareja, Kenny.

– No hay ninguna norma que lo prohíba.

El joven león vio como su padre respiraba profundamente, en un intento por calmarse. Pero Kenny sabía que no serviría de mucho. Su padre no era el león más paciente del mundo y siempre perdía los nervios, especialmente con él.

– Kenny, te he dejado jugar con ese humano porque creía que era un capricho. Una última aventura antes de salir y seguir con la tradición. Está claro que cometí un grave error.

El chico sintió enrojecer sus mejillas de pura rabia. ¿De verdad pensaba su padre que hubiera dejado de ver a Cody solo porque él se lo pidiera?

Por lo visto, sí.

– Primero, no he estado jugando a nada. Cody es mi pareja y así va a seguir siendo. Me voy a emparejar con él.

– ¡De eso nada! – gritó el Alfa, haciendo temblar los cristales de las ventanas.

– Me temo, papá, que no tienes voz ni voto en esto. – replicó Kenny, intentando mostrar una calma que no sentía. No tenía miedo de su padre pero no le apetecía nada un enfrentamiento entre ambos.

– ¿Eso crees? – su padre parecía furioso. Sus ojos, normalmente del mismo tono celeste que los de Kenny, estaban brillando con esa luz verdosa antinatural que les delataba como cambia formas. – ¡Mientras vivas en mi casa y bajo mi techo, tú obedecerás lo que te diga! – le rugió.

Los cristales del despacho volvieron a temblar y un vaso que había sobre el escritorio cayó al suelo, haciéndose pedazos.

Kenny frunció el ceño, entre enfadado por la cabezonería de su padre e indignado por su idea de que Kenny debía obedecerle ciegamente solo por vivir en su casa.

Bien, eso tenía una solución muy sencilla.

– No te preocupes por eso. Cojo algo de ropa y me voy. Así no podrás mandarme en nada más. Y seguiré con Cody. – gruñó, dándose la vuelta para salir pisando fuerte del despacho.

– ¡Kenneth! ¡No te atrevas a desobedecerme!

– ¡Oh, claro que me atrevo!

Furioso, Kenny subió a su habitación y llenó una vieja mochila con algo de ropa antes de colgársela al hombro y marcharse.

¿Por qué tenía que ser su padre siempre tan difícil? ¿No podía simplemente alegrarse de que hubiera encontrado a su pareja tan rápido?

Otros padres seguro que estarían felices de que sus hijos no tuvieran que hacer ese estúpido viaje. El suyo, no, claro. El suyo le quería lejos para que no se mezclara con humanos y estropeara la reputación de la familia.

¿Cómo podía ser tan absolutamente racista?

Su padre necesitaba aprender que ya no vivían en el siglo pasado y que si él quería emparejarse con Cody, lo haría.

Cody había sido muy bueno y comprensivo con él cuando le explicó lo que era. Y se había mostrado bastante afectado cuando le contó sobre la excursión.

Kenny no quería separarse de él. Le quería y estaba bastante seguro de que era correspondido. ¿Por qué iba a dejar eso para salir en busca de algo que podía tener en casa?

¡Era ridículo! Pensó mientras salía de su casa y cogía su coche. Se dirigió a casa de Cody, confiando en que ya estaría de regreso del trabajo. Le explicaría que había ocurrido y le pediría que le dejara pasar la noche allí.

Lo cual sería la primera vez.

A pesar de llevar ya mes y medio saliendo, Kenny apenas había pisado la casa de su pareja. Un par de veces, para recoger algo y poco más pero nunca se había quedado allí a dormir. Cuando habían mantenido relaciones siempre lo hacían en el coche o en un motel.

Nunca en casa de Cody.

Bueno, en esa ocasión no iba a poder negarle el pasar la noche allí.

Kenny aparcó frente al edificio del otro y subió a su apartamento, en el tercer piso. El edificio era un bloque de apartamentos de uno o dos dormitorios, la mayoría en alquiler, con la fachada color crema y puertas negras. Resultaba muy anodino pero el interior, al menos en el caso del piso de su pareja, mejoraba.

Cody le abrió la puerta y le arqueó una ceja al verle allí con la mochila al hombro, pero le dejó pasar, cosa que Kenny agradeció.

– ¿Qué ha pasado? – le preguntó, simplemente haciéndole un gesto para que se sentara en el sofá con él.

– He hablado con mi padre.

– E intuyo que no ha ido muy bien. – comentó, señalando con un gesto la mochila.

– No demasiado. ¿Te importa si duermo esta noche aquí? – Cody le sonrió, rodeándole los hombros con un brazo.

– Claro que no. Pero ¿qué ha pasado exactamente?

– Mi padre no aprueba que esté contigo. – suspiró el león. – Eso pasa.

– Era algo que sabíamos que pasaría, Kenny.

– Si, lo sé, pero no esperaba que se negaría en redondo a todo.

Cody le atrajo en un medio abrazo, dándole un beso en el cabello. Kenny suspiró, relajándose por primera vez en todo el día gracias al aroma del otro.

– Me dijo que mientras viviera en su casa tenía que obedecerle y dejarte. Así que me he venido aquí. – el otro soltó una risita.

– Los padres suelen usar mucho ese discurso. Nunca funciona, pero no lo cambian. ¿Y qué vas a hacer ahora?

– No quiero dejarte.

– No tienes por qué. Pero no nos podemos quedar aquí.

– ¿Por qué no? – preguntó Kenny, sorprendido.

– Porque si nos quedamos, tu familia estará siempre intentando interferir entre nosotros. Y acabaran consiguiéndolo, Kenny.

Eso le pilló por sorpresa. En sus planes nunca entró la posibilidad de que su familia tratara de separarlos a toda costa, pero ahora que Cody lo había comentado, lo veía muy posible.

Su padre jamás se detendría y seguiría insistiendo y haciéndoles la vida imposible hasta que Kenny entrara en razón.

– ¿Entonces qué podemos hacer?

– Debemos marcharnos. Lejos. Al sur. Podemos ir al sur, donde haya mar y sol y no tanto frio.

Eso animó a Kenny. Eran los mismos planes que él tuviera antes de conocer a Cody. Viajar al sur y alejarse de la nieve y el frio. Si. Podían ir a California. O a Texas. Cualquier sitio caluroso sería mejor que Winnipeg, Manitoba.

– Si. El sur estaría bien. ¿California? Podríamos ir a San Diego. O Los Ángeles. – Cody le sonrió, indulgente.

– Si, claro que sí. Pero para eso necesitaremos dinero. Yo tengo algo ahorrado, pero no creo que sea suficiente. – Kenny frunció el ceño.

Por supuesto que necesitaban dinero para el viaje. Y para quedarse en algún lado mientras encontraban como mantenerse. Él no temía trabajar, pero no podían vivir en el coche eternamente.

Kenny también tenía algo de dinero ahorrado, para la excursión. Le daría para sobrevivir sin muchos lujos y durmiendo en el coche algunos meses, pero para dos personas y quedándose en un motel, ese tiempo se reducía considerablemente.

No era suficiente dinero.

– Yo tengo algo también. Pero no será bastante. Incluso si unimos lo de los dos. – confesó, desanimado. Cody se inclinó y le dio un beso.

– ¿Podríamos cogerle algo prestado a tu padre? – le sugirió, antes de volver a besarle.

– ¿Robarle? No creo que… – el humano le interrumpió, poniendo un dedo sobre sus labios.

– No, no. No robar. Coger prestado. Cuando nos establezcamos y tengamos un trabajo para mantenernos, le enviaremos el dinero de vuelta, por supuesto.

Kenny le miró, dudoso. Estaba muy enfadado con su padre y deseaba por encima de todo estar con Cody y marcharse de ese lugar. No había nada ahí que le retuviera. Pero… ¿robar a su padre? Incluso con la promesa de Cody de devolvérselo cuando pudieran no estaba muy convencido.

Su pareja notó sus dudas, porque le sujetó del rostro y le besó de nuevo, esta vez más profundamente para luego dedicarle una mirada triste.

– No pasa nada, cariño. No tenemos que hacerlo si no quieres. Podemos esperar y reunir algo más de dinero. En unos meses puede que tengamos lo suficiente.

Kenny le observó durante un minuto y suspiró. ¿Podían permitirse esperar tanto? ¿O su familia interferiría para separarlos antes?

¿Podía arriesgarse a eso solo por sus escrúpulos?

Volvió a mirar a Cody, el cual estaba buscando algo de beber en la nevera.

No estaba seguro de lo que iba a hacer y, seguramente, era un error enorme. Pero no podía esperar a estar con Cody bien lejos de allí, donde nadie de su familia pudiera incordiarles.

Lejos, lejos… bien lejos.

Se levantó del sofá y se acercó a su pareja, abrazándole por la espalda para darle un beso en la nuca.

– Mi padre tiene una caja fuerte en su despacho y sé la contraseña. Normalmente suele guardar documentos, pero también algo de dinero. No creo que tenga más de dos mil ahí. ¿Será suficiente? – Cody sonrió.

– Será perfecto.

Rugidos del corazón. Capítulo 1.

(Ese es el título provisional porque, si, después de dos años y sumando aún no le he puesto título al borrador. Poner títulos se me da fatal y lo odio…)

Como tengo medio borrador corregido he decidido irlo subiendo aquí y a mi Tumblr. Hasta donde está corregido queda bien, así voy tanteando si gusta o no. Espero comentarios cuando la historia avance.


Capítulo 1.

«Una mala decisión puede arruinar tu vida.»

Kenny había escuchado decir esa frase muchas veces a su padre, pero nunca pensó que fuera cierta hasta que le ocurrió a él.

Pero siendo un joven león a punto de cumplir su mayoría de edad era normal que se creyera intocable.

Los leones como Kenny eran una variante más del cambia formas, como los lobos, los tigres o los zorros. Seres que nacían con la capacidad de pasar de una forma a la otra sin problemas, más animales que humanos en muchos sentidos. Desde hacía siglos, vivían sin ser notados en ciudades y pueblos.

Los lobos eran la versión más común, tanto que se habían colado en la mitología humana. Lobos rebeldes o enfermos que se volvían descuidados o indiscretos frente a los humanos creando las leyendas sobre hombres lobos.

Los leones, sin embargo, eran mucho menos sociables. Vivían entre los humanos, pero sin mezclarse y casi sin relacionarse con ellos, ya que, al principio, estaba terminantemente prohibido.

Así pues, existían manadas de leones por todo el mundo aunque en un numero bastante más pequeño que sus primos los lobos. Sus antiguas y estrictas costumbres empezaban a hacer mella en su número ya que les prohibían mezclarse con otras razas.

Por suerte, algunas manadas empezaban a ser más flexibles. En la zona de California y más al sur, las familias de leones habían empezado a emparejarse con humanos e, incluso, otras razas mágicas.

Pero en el norte aun no llegaba esa idea. Ahí, en Winnipeg, Manitoba, las cosas seguían exactamente igual que hacía siglos.

Y Kenny estaba muy aburrido de ello.

Siempre veía y hablaba con las mismas personas y de los mismos temas. Día tras día.

Para alguien con la mente inquieta del león eso era una tortura. Estaba deseando que llegara su cumpleaños para poder salir de allí y marcharse lo más lejos posible.

La única costumbre antigua de su raza que el joven encontraba interesante decía que cuando un león cumplía la mayoría de edad debía salir en un viaje buscando a su pareja definitiva y formar su propia familia, lejos de la de nacimiento. Una costumbre ancestral para evitar luchas territoriales y que se remontaba a los años cuando los leones eran mucho más numerosos.

Kenny no veía la hora de coger su coche y desaparecer de ese lugar. Iría al sur, bien lejos del frio de Canadá. Pasaría la frontera y conduciría hasta llegar a la playa. Nunca había visto el mar y deseaba poder bañarse en aguas cálidas y pasear sin camiseta.

Cuando ya tuviera su pareja, algo que no dudaba tardaría poco en suceder, se establecerían en una zona como Texas o Montana. Ambas opciones le apetecían mucho, ya que quería zonas abiertas y campo. No quería más ciudades grandes que le producían claustrofobia.

No. Cuando encontrara a su pareja se irían a un sitio con mucho espacio libre. Le daba igual si era bosque, desierto o playa. Él solo deseaba kilómetros y kilómetros de espacio para correr.

Un lugar donde hubiera espacio para convertirse y que nadie les descubriera.

Aunque a Kenny no le gustaba demasiado convertirse en león. Los leones no necesitaban convertirse cada cierto tiempo, como les ocurría a los lobos. Era algo que se hacía por comodidad, no por necesidad. 

Pero a Kenny no le hacía gracia recordarse que no era humano. Si, ser un león tenía muchas ventajas, como la visión, el olfato, la fuerza. Pero también muchas desventajas, como la limitación a relacionarse con los demás a causa de su condición.

Sus padres, ambos los alfas de la familia y, por tanto, quienes dirigían su pequeña manada de la ciudad de Winnipeg, eran bastante estrictos. Solo le habían tenido a él, algo muy poco común en su raza, ya que lo normal era que las leonas tuvieran trillizos o gemelos. Pero, por algún motivo, su madre solo le tuvo a él.

Ser hijo único le brindó una infancia muy solitaria y sus padres no pudieron impedir que hiciera amistad con los humanos con los que compartía estudios.

Pero, claro, no le permitían participar en las actividades deportivas ya que su agilidad y fuerza destacaría sobre la de los otros niños y le descubrirían.

A pesar de todo y de su disconformidad, Kenny pudo estudiar en un colegio e instituto humano. Ahora, sus amigos se preparaban para ir a la universidad mientras él pensaba en el viaje que debía emprender en unos meses.

Un par de meses antes de su cumpleaños, su amigo Adam le invitó a la fiesta que celebraba antes de empezar la universidad. Kenny no era muy aficionado a esa clase de fiestas porque sus amigos siempre intentaban que bebiera y él detestaba el alcohol.

Aún así asistió, ya que esa sería una de las últimas ocasiones en las que vería a sus amigos antes de partir él también.

Y fue allí donde le conoció.

Estaba en la mesa de las bebidas sirviéndose un refresco cuando vio por el rabillo del ojo a un tipo grande con traje ponerse a su lado. Sus amigos eran más de usar vaqueros y sudaderas, así que un traje en esa fiesta era algo que llamaba mucho la atención. 

Kenny le echó un discreto vistazo. El tipo parecía algo mayor que todos los que estaban ahí. Su traje era gris oscuro de tres piezas, con una camisa blanca y una corbata morada que llevaba con el nudo flojo, como si no se decidiera si quitársela del todo o no.

Kenny se giró para poder observarle mejor. Era más o menos de su estatura, con el cabello corto pintado de rubio y los ojos azul oscuro. Muy atractivo y con aire elegante que no provenía únicamente de la ropa.

Kenny no podía considerarse así mismo feo. Sabía que era bastante guapo. Casi metro noventa, con una larga melena rizada rubia y los ojos celestes. Muchas chicas le consideraban simpático y con una bonita sonrisa.

Pero al lado de ese tipo se sintió muy poquita cosa. Y cuando este le miró y le sonrió, sintió arder las mejillas de vergüenza al ser atrapado comiéndoselo con los ojos.

– ¡Hola! Soy Cody, amigo de Allen, que es amigo de Adam… y, bueno… ¿Qué tal? – Kenny se sintió un poco mejor al verlo tan incómodo. Y menos intimidado.

– Encantado, Cody. Soy Kenny, amigo de Adam y Allen. No pareces que hayas estudiado con ellos. – añadió, señalando su ropa. – ¿De qué los conoces, si se puede preguntar?

– Trabajo como becario en la firma de abogados del padre de Allen. Él se suele pasa por allí a saludar a su padre y este nos presentó. Hoy me comentó si me apetecía pasar un rato agradable en la fiesta de un amigo y acepté.

– Si, eso suena como Allen, siempre mirando por los demás. – contestó Kenny con una sonrisa boba. Le gustaban mucho los ojos de ese Cody. Eran celestes y muy bonitos.

– ¿Qué bebes? ¿Te apetece una cerveza? – Kenny negó.

– No, no bebo alcohol. Solo refresco.

– ¿Y eso? ¿Alguna razón en particular?

– No me gusta el sabor. – mintió, encogiéndose de hombros. No conocía a ese chico como para contarle la verdadera razón.

Cody rio por lo bajo y se acercó a él. Kenny se quedó congelado, como un ciervo que ve acercarse los focos de un coche hacia él y no puede moverse para esquivarlo. El otro alargó la mano y le apartó un mechón de la cara, la yema de sus dedos rozándole la mejilla.

– Oye, no conozco a casi nadie aquí y tú pareces simpático. ¿Te apetece salir de aquí e ir a comer una pizza ahí enfrente?

– Uh… claro… estaría bien.

Sin que nadie se diera cuenta se escabulleron de la fiesta. La verdad era que estaba tan llena de gente que su marcha pasó desapercibida.

Justo frente al edificio de Adam se encontraba la pizzería D-Jays, conocida en toda Winnipeg por sus enormes y sabrosas pizzas. Se sentaron en una mesa apartada en un rinconcito tranquilo y pidieron dos pizzas. Kenny se pidió una The Jericho, Cody una Nº1 y comieron y hablaron durante casi toda la noche.

Las horas volaron, mientras se contaban todo y nada y los camareros se vieron en la obligación de llamarles la atención porque el local iba a cerrar y ellos seguían en su mesa.

Al salir, Cody se ofreció a acompañarle al coche porque era tarde. Y, aunque Kenny lo veía ridículo, accedió porque le pareció un gesto muy dulce.

De camino al coche Cody le cogió de la mano y no le soltó hasta que tuvo que buscar las llaves. Cuando ya tenía la puerta abierta y se disponía a entrar, el otro le agarró de nuevo de la mano y tiró de él hasta tenerle casi en sus brazos. Kenny se quedó muy quieto, sin saber muy bien cómo responder a eso. Él era un alfa, solía ser el dominante siempre. No estaba acostumbrado a ser manejado por nadie.

– Me lo he pasado muy bien. ¿Puedo… puedo verte de nuevo? – le preguntó Cody con voz incierta. Y esa duda en su voz borró todas las que él mismo tenía.

– Claro. Eso me gustaría.

Con una sonrisa lobuna, Cody se acercó más y le besó en los labios. Solo un roce, pero le hizo sentir un cosquilleo desde los dedos de los pies hasta la cabeza.

No era su primer beso, pero jamás había sentido algo así al dar o recibir uno. ¿Por qué era eso?

Cuando se separaron, Kenny sentía arder sus mejillas y, al ver el brillo en los ojos de Cody, se le escapó un suspiro.

Mientras conducía hacia su casa, después de haberle dado su número al otro, se preguntó qué estaba haciendo.

Cody era humano y él se marcharía en un par de meses de viaje, cruzando la frontera y largándose bien lejos de allí.

¡No podía tener una relación ahora!

Y su familia nunca aceptaría que saliera con un humano.

¿Para qué molestarse?

Se rozó los labios, aun calientes por el beso y sonrió.

Si… ¿para qué molestarse?

Pero si le llamaba para tomar un café, ¿Qué mal había en eso?

¡Felices fiestas!

Si, lo sé.

He estado desaparecida demasiado tiempo.

Y siento haber dejado tan descuidado el blog. Aunque tiene su explicación.

En un nuevo intento para encontrar trabajo he decidido reciclarme cual botellita de plástico y tratar de sacarme el título de auxiliar de enfermería, aprovechando que ahora hay algo de demanda en el sector. Así que estoy estudiando a tope para aprovechar al máximo el tiempo y poder conseguir el título en el mínimo tiempo posible.

Lamentablemente, eso hace que tenga menos tiempo para el blog, escribir y todo lo demás que me gusta. Pero me debo sacrificar para conseguir esta meta igual que me he sacrificado en ocasiones anteriores. No me queda otra.

Igualmente, quiero que sepas que aún sigo corrigiendo mi próxima novela, Lion’s Pride, La manada. Si quieres echarle un ojo antes de que esté lista del todo, la estoy colgando en Wattpad, para ver como funciona.

Espero poder terminar de una vez de corregirla y seguir con mi saga.

Así que vuelvo a desaparecer un poquito más y espero que el año que viene pueda regresar aunque sea a ratos. Y no me quiero ir sin desearos una feliz navidad y un próspero año nuevo.

¡Pasadlo bien y sed buenos!

Especial Halloween: Relatos cortos sobrenaturales

Especial Halloween: Relatos cortos sobrenaturales.

 

Pues para celebrar este año Halloween, durante el mes de octubre las entradas del blog del lunes seran relatos cortos cortísimos de temática sobrenatural. No van a ser de miedo, ni de cerca pero, al menos, los protagonistas serán criaturas sobrenaturales.

Algo es algo.

¡Disfrutadlos!


  • ¿Cual es tu nombre?

  • Faith… Faith Porter.

El bombero susurró algo al oído del policía y ambos la observaron con expresión de estupefacción.

  • Faith, ¿sabe cómo se ha producido el incendio? ¿Había alguien más dentro? ¿Cómo ha sobrevivido?

La ambulancia llegó al lugar y dos enfermeros bajaron a todo correr, cargados de todo el equipo. Su sorpresa fue visible al comprobar que la chica parecía no estar herida. Aun así, insistieron en llevarla al hospital. Debían comprobar que no tenía heridas internas.

Faith observó a su alrededor, contemplando los escombros humeantes de lo que antes fuera una nave industrial. No habían quedado ni los cimientos de lo salvaje que fue el incendio.

Sabía cómo había llegado allí. Unos hombres la llevaron a ese lugar para golpearla y averiguar que sabía sobre ellos, que era nada y luego prendieron fuego al edificio con ella dentro.

Recordaba el calor intenso, doloroso, el aire desapareciendo de sus pulmones sustituyéndose por humo y fuego que la abrasaron por dentro.

Y luego… luego nada.

Durante unos minutos eternos no hubo nada. Ni ruido, ni fuego, ni nada.

Pasados esos minutos todo volvió de golpe. Como si hubiera estado privada de consciencia, volvió a la vida, llenando sus pulmones de oxígeno y dando un grito de dolor y alivio al recibir aire y no fuego. Se arrastró por el suelo, quedando sentada entre los escombros mientras los bomberos no daban crédito a lo que veían.

Un milagro, decían. Había sido un milagro que sobreviviera. Un auténtico milagro que no tuviera heridas graves.

Algo inexplicable cuando, ya en el hospital, comprobaron que no tenía un rasguño, ni una sola quemadura, ni leve ni grave.

Faith les dejó creer que, de alguna manera, se había formado una bolsa de aire con los escombros, protegiéndola del mortal calor. Ella sabía que no había sido así.

Tampoco quiso contarles la verdad de por qué había acabado allí, para empezar.

Eso le recordaba que debía salir de la ciudad a toda velocidad. Esos tipos no tardarían en enterarse de que seguía viva y vendrían a por ella.

Todo lo que había hecho era estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Nada más.

Mientras recogía apresuradamente sus escasas pertenencias para huir de la ciudad vino a su mente lo último que recordaba del incidente antes de caer inconsciente.

Una explosión y un enorme pájaro hecho de fuego.

Y no era la primera vez que lo veía.


Recuerda que tienes todas mis novelas disponibles en Amazon Kindle para disfrutarlas durante este Halloween.