Rugidos del corazón: Capítulo 22.

  • Bueno, ¿crees que puedes encontrarla ahí?

Lydia dirigió una mirada a Merlin a medio camino entre la burla y la molestia. Muy tipo «¿Estás de broma?».

  • Joss, desde el cariño te lo digo… soy una criatura mágica de gran poder, pero no hago milagros. Eso se lo dejamos a los católicos. – Merlin aguanto como pudo una sonrisa.
  • Entonces… ¿no?
  • No he dicho que no… exactamente. Solo digo que no hago milagros. Pero puedo intentarlo.

Estaban en el laboratorio de Lydia, donde ella se dedicaba a hackear y analizar datos para la empresa cuando no estaba haciendo algo más ilegal. Era un espacio enorme y muy iluminado, con casi una decena de pantallas y cuatro ordenadores distintos.

Lydia estaba en ese momento analizando unas muestras de Excalibur con un espectrómetro nuevo que le acababan de traer. Intentaba averiguar donde había estado antes de aparecerse a Uther, mirando la aleación de metales con las que había sido reparada.

La puerta del laboratorio se abrió y Gawain entró, luciendo algo incomodo y seguido por los tres leones. Lydia y Merlin arquearon una ceja, sorprendidos al verlos.

  • ¿Ocurre algo? – Gawain negó.
  • No, nada del otro mundo. Deseaban despedirse.
  • Y asegurarnos de que el chico va a estar seguro. – añadió el león que tenía el cabello más oscuro.

Merlin había notado que no era el mayor, pero si el que solía tomar más la palabra. El mayor de ellos se solía mantener un paso atrás a pesar de ser más poderoso. Pero también había notado que había algo mal con él.

Lydia les observó, en silencio durante un largo minuto, llegando a incomodar a sus invitados. Merlin la miró, interrogante.

  • No os podéis ir. – dijo simplemente la chica, dejando estupefactos al resto. Max tartamudeó.
  • ¿Por qué no?
  • Vamos a necesitaros para encontrar la reliquia. Esta es muy especial y solo alguien muy especial puede encontrarla y tocarla.
  • No lo entiendo… – Merlin seguía mirándola, sorprendido. – Creía que habías dicho que no podías encontrarla…
  • He dicho que no puedo hacer milagros. Pero puedo y la encontraré en esa dichosa biblioteca. Pero necesitamos alguien especial para tocar esa reliquia. Si alguno de nosotros lo hace, morirá. Así de simple.
  • Lydia… no estás haciendo ningún sentido.

La chica les observó, frustrada y bufando.

  • La reliquia que busca La Orden y que Aidan localizó en la biblioteca es parte del santo grial.
  • ¿El santo grial? ¿Cómo en la peli de Indiana Jones? – preguntó Nicky ganándose una mirada de incredulidad del resto.
  • Ese mismo. Ahí, de hecho, acertaron bastante. ES una copa de madera tallada. Muy antigua y poderosa, ya que se recogió parte de la sangre de Cristo en ella y su poder quedó grabado a la copa.
  • ¿Y por qué no podemos tocarla?
  • Pues porque la sangre la convirtió en un arma de doble filo. Si tienes poder suficiente, puedes usarla para dar vida. Pero si eres débil, te la arrebatará. Y no hace más porque solo es la mitad.
  • ¿Dónde está la otra mitad?
  • Ni siquiera se sabe cuándo se dividió. – contestó ella encogiéndose de hombros. – La cuestión es que ellos si pueden tocarla. Son alfas y alfas poderosos. No les va a afectar su magia.

Kenny lució sorprendido y afectado por sus palabras. Esos no eran los planes. Sus planes era salir de ahí ya y poner rumbo al sur, bien lejos de todo ese lio. Poner a salvo a sus amigos era lo único importante de todo. ¿Y ahora querían que se quedaran para buscar una reliquia? ¡De eso nada!

  • No. Nosotros nos vamos. No vamos a seguir metidos en este lio. – Lydia se acercó a Kenny, que comenzó a rugir bajito.

Gawain echó mano a la culata de su pistola por si acaso. Merlin, sin embargo, estaba observando todo el intercambio muy curioso de averiguar a donde iba a llevar todo eso.

  • Tú, precisamente, eres el que debe cogerla. Eres el más poderoso de los tres. – Kenny negó con la cabeza.
  • No… no soy alfa. Soy omega.
  • Una estúpida marca y las tonterías de tu familia no pueden borrar lo que eres de nacimiento. – espetó Lydia, sorprendiéndole. – Sigues siendo un alfa y uno muy poderoso. Y de los presentes, eres el que más posibilidades tiene de coger esa reliquia sin que le afecte.
  • No pienso hacerlo. Nosotros nos vamos. Ya hemos hecho de más.
  • Yo lo haré.

Kenny se volvió a mirar a Nicky, que era quien había hablado, sorprendido y dolido.

  • ¡De eso nada!
  • Perdona, pero soy un alfa, igual que vosotros. ¿Puedo coger eso sin peligro? – Lydia asintió.
  • Totalmente sin peligro.
  • Pues entonces ya está. Yo lo hago. Max y tú podéis ir por delante y yo me reuniré con vosotros cuando acabe. – Nicky le cogió del brazo. – No tienes por qué quedarte aquí si no quieres, Kenny. No tienes que pasar por nada de esto.

Kenny le agarró del rostro, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir, miró a los dos hermanos antes de suspirar, rendido.

  • Yo lo haré. No vas a ponerte en peligro. No pienso permitirlo.
  • ¿No tengo voto en esa decisión? – protestó Nicky.
  • No. Te jodes. – contestó sin cambiar el tono y con una sonrisa triste.
  • Soy muy capaz de cuidarme solo.
  • Lo sé. Pero no se trata de si puedes o no. Se trata de que no voy a permitirlo.

Lydia dio una palmada, complacida con todo el asunto.

  • ¡Estupendo! Pues una vez solucionado quien va a recogerla y sabiendo que va a ser algo seguro, vamos a encontrar el lugar exacto donde se esconde.

Kenny esperaba junto a Max a la entrada de la biblioteca pública de Nueva York. Nunca había estado antes ahí y la majestuosidad del edificio le dejó sin palabras.

La larga escalinata estaba custodiada por dos leones de piedra y llevaba a tres enormes arcos de estilo romano.

Si el exterior era así de impresionante, no podía esperar para ver cómo sería el interior. 

Nicky se había quedado en la torre junto a Aidan. Y no muy feliz, para ser sinceros. Pero exponerse los tres era ridículo y hacía falta que alguien vigilara que no tocaran al guardián si sufrían algún ataque. Aunque eso fuera bastante improbable, como le había asegurado los guardas de la empresa.

Hablando de guardias, el jefe de ellos se acercó hasta donde se encontraban acompañados por Gawain y un grupo nutrido de subordinados. Max arqueó una ceja y le miró, encogiéndose de hombros.

  • Siento el retraso. Nos ha costado un poco convencer de que vacíen la biblioteca y la cierren para nosotros. Soy Lance Lothsome, por cierto. Jefe de seguridad de Kamelot. – se presentó, ofreciéndole la mano a los dos. Kenny se la estrechó, sin dejar de observarle crítico. – ¿Pariente vuestro? – preguntó, señalando al león de piedra.
  • Este no, pero aquel tiene la misma barbilla que mi padre. – respondió Kenny sin pestañear, mientras Max ahogaba una risa. Lance le sonrió, complacido. – ¿Tenemos alguna pista más de donde puede estar la reliquia?
  • Lydia piensa que está en la Rose Main Reading Room. ¿Dónde exactamente? Ni idea, pero en esa habitación. Habrá que mirar con mucho cuidado porque todo lo que hay ahí es incalculable. – Kenny frunció el ceño.
  • La magia huele. – informó Max. – Si hay un objeto mágico su olor será reconocible entre todos los demás. – Gawain se rascó la nuca, extrañado.
  • ¿La magia huele? ¿A que huele? – los leones intercambiaron una mirada.
  • No es un olor en el sentido tradicional de la palabra. Huele como el ozono, como la electricidad. Algo que carga el aire y lo notas al respirarlo.
  • Nunca voy a acostumbrarme a esas cosas… – murmuró Gawain, alejándose hacia la puerta.

Lance le siguió junto al grupo de hombres que le acompañaba y los leones volvieron a intercambiar una mirada cargada de significado.

  • Intuyo que eso significa que no tiene idea de lo que es. – susurró Max. Kenny asintió.
  • Me estaba imaginando que no lo sabía. Ese Lance si lo sabe. El dueño y el mago, también. La bruja de los ordenadores es probablemente la responsable. Pero este chico no tiene idea de que es un renacido gracias a la magia.
  • Qué curioso, la verdad. ¿Cómo le ocultas eso a alguien que es obvio aprecian? – preguntó Max, empezando a seguir a los guardias. Kenny le pasó un brazo por los hombros y le medio abrazó. Su buen Max, con su corazón siempre en la mano no podía comprender que alguien oculte información a alguien de su familia. Eso no entraba en su manera de ser o en como lo habían criado.
  • Los humanos, incluso los mágicos, siempre van a ser muy raros, Max.
  • Pues sí. Que cosas.

Se reunieron con los guardias ya bajo los arcos. Los guardias de seguridad de la biblioteca estaban informando a Lance de la situación del edificio y como iba el desalojo. Al parecer, salvo algunos técnicos, el lugar estaba desierto.

Lance les hizo un gesto para que le siguieran y entraron a la biblioteca. Y como imaginara Kenny era aún más impresionante por dentro.

Lo primero que vio fue una gran sala con un mostrador para pedir información y demás y estanterías y más estanterías repletas de libros. También había varios escritorios para trabajar, algunos de ellos con ordenadores. Todo era de madera antigua y oscura, dándole un aire de museo al lugar. El suelo era marrón con líneas y rectángulos color crema.

Todo el lugar olía a madera, aceite, polvo y cuero. Pero nada destacable. Kenny afinó el oído y pudo escuchar voces lejanas, tal vez en el otro extremo del edificio. Serían los técnicos de los que hablaban los guardias.

Pasaron de largo esa habitación, traspasando otra gran puerta de madera a lo que parecía una especia de habitación pequeña en la que había un nuevo mostrador, mucho más reducido que el anterior y una puerta enorme y con complicados labrados por cada lado de la habitación.

Lance se dirigió sin dudar hacia la puerta de su derecha, atravesándola. Y ahí se encontraba la famosa Rose Main Reading Room. Una gigantesca habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas de libros por todas partes y en cuyo centro se colocaban dos filas de escritorios para la lectura.

Enormes cristaleras dejaban entrar la luz del sol y, para cuando eso no fuera suficiente, la habitación tenía varias lámparas de araña que daban un toque mágico con su peculiar iluminación.

Se detuvieron en la entrada. Con un gesto, Lance indicó a sus hombres que se dispersaran por la habitación, a la vez que varios se colocaban vigilando las entradas. Luego se giró hacia los dos leones.

  • Bueno… os toca.
  • ¿Nos toca?
  • Si. Olfatead. – Kenny se mordió el labio para intentar no reírse al ver la expresión de sincero desconcierto de su amigo.
  • ¿Olfatead? ¡Pero tú te has creído que somos perros? – los ojos de Max brillaron con una luz rojiza y se empezó a escuchar un rugido bajo y ronco. – ¡Somos leones! Cuidado con lo que nos dices.

Lance arqueo una ceja, nada impresionado, pero levanto las manos pidiendo paz.

  • No era mi intención ofenderos. Pero, básicamente, habéis venido a eso y a coger la reliquia. Vosotros mismos habéis dicho que se puede oler la magia del objeto.
  • Diciendo que aún le quede algo, sí. Pero la próxima vez no lo pidas de esa manera. – rio Kenny, cogiendo al otro del hombro para alejarlo de Lance. – No es buena idea enfadar a uno de los nuestros.
  • Repito. Lo siento. No era mi intención. Por algo soy de seguridad y no de relaciones públicas.

Kenny rio por lo bajo e hizo que Max le mirara para decirle algo bajito al oído y darle un beso antes de frotar su mejilla con la del moreno. Eso calmó al otro, que se sonrojó y dejo de gruñir.

 Kenny cerró los ojos e intentó concentrarse en los olores de la habitación. Al igual que las demás olía mucho a madera y cuero, sobre todo. Lo cual era lógico, teniendo en cuenta la cantidad de muebles de madera que había y libros antiguos con cubiertas de piel.

Pero tenía que haber algo más.

Olfateó con más atención. Pudo oler la pólvora y el aceite para armas, el sudor y los nervios de los hombres de Lance, la molestia de Max.

Eso le hizo reír de nuevo.

Empezó a pasear por entre las mesas, dando vueltas y vueltas durante minutos mientras intentaba algún rastro de algo remotamente parecido a magia.

A lo mejor eso era una pérdida de tiempo, pensó Kenny. Quizás la reliquia había perdido todos sus poderes y ya no olía a magia. Era algo muy antiguo y no sería la primera vez que un objeto mágico perdía todo su poder a causa del tiempo.

Empezaba a creer que no iban a encontrar nada cuando un leve olor a ozono le llegó a la nariz. Hizo un gesto a Max para que se le uniera y volvió a olfatear con más cuidado. Si, ozono sin duda alguna.

Siguió el rastro, que era bastante débil, hasta la penúltima estantería del lado derecho. Ahí era donde el olor era más fuerte.

  • Está por aquí. – dijo simplemente cogiendo una escalera para poder mirar con más comodidad entre los libros.

Rebuscó entre los libros, moviendo algunos y vio uno cuya cubierta era de cuero oscuro y viejo, tan fino que se resquebrajó cuando lo tocó. Lo cogió con extremo cuidado y bajó de la escalera para colocarlo en una de las mesas cercanas.

Lance se acercó a ellos, mirando curioso al libro.

Este era grande, muy grande y pesado. La cubierta tenía un extraño símbolo grabado, un árbol de la vida. Kenny lo tocó con cuidado, rozando el dibujo con la yema de los dedos. Cuando se disponía a abrirlo, Max le detuvo cogiéndole la mano.

  • ¿Qué? – preguntó. El otro se sonrojó un poco.
  • Nada… ten cuidado.
  • No te preocupes. Pero, por si acaso, aléjate un poco. – Lance arqueó una ceja.
  • ¿Solo él? ¿Y el resto?
  • Al resto os pueden ir dando. Esto es culpa vuestra.

Kenny cogió la cubierta con cuidado y abrió el libro. Este resultó estar hueco. Alguien había cortado las páginas para hacer un hueco en su centro y, en ese hueco, había algo envuelto en una vieja y andrajosa tela marrón.

El león cogió la tela y la desenvolvió, mostrando lo que parecía un vaso partido por la mitad. Como si alguien lo hubiera cortado con un cuchillo o algo bien afilado. Lo examinó, curioso. Era de madera, toscamente labrada. Muy antiguo. Olía raro, tanto que le hizo estornudar.

  • ¿Es eso? – Max alargó la mano, pero Kenny apartó la reliquia para que no la tocara.
  • ¡Cuidado! No me fio de que no vaya a afectarte o algo.
  • La bruja dijo que si podía.
  • No voy a arriesgarme. – gruñó Kenny, volviendo a envolver el objeto en la tela. – No sé si es, pero desde luego es algo. Deberíamos sacarla de aquí y pronto.
  • Eso me parece muy buena idea. Vamos.

El ruido de golpes y disparos les interrumpió. Provenía de fuera de la habitación. Lance no perdió tiempo hablando. Empujó a los dos leones tras un mostrador cercano y empuñó su rifle, dando órdenes a través del auricular que llevaba oculto.

La puerta se abrió con un estruendo, la madera estallando en pedazos, astillas volando por todas partes. Cuando el humo se disipó, un grupo de hombres armados entró seguido de cerca de Cody, quien lucía muy satisfecho consigo mismo. Kenny rechinó los dientes al verle.

  • ¡Kenny! – le llamó, canturreando. – Sé que estas aquí con la reliquia. Entrégamela o no saldréis ninguno con vida de aquí.
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