Rugidos del corazón: Capítulo 20

Al día siguiente de la conversación de la gasolinera, los cuatro se encontraban en un motelito en Chinatown, en la zona de la Comunidad del barrio. El edificio pertenecía a una familia de inu-youkai o demonios-perro que llevaban también el restaurante situado en el local del mismo edificio.

Era barato y seguro para ellos.

Aidan se miraba en el espejo del baño, comprobando los moratones que aun tenía en el rostro. Se encontraba mucho mejor pero el cuerpo le dolía terriblemente. Era una verdadera suerte que no le hubieran roto ningún hueso mientras le torturaban. Pero sin haber podido ir a un médico para que le revisara no sabían seguro si tenía alguna herida interna. Esperaba que no.

A través de la puerta cerrada podía escuchar las voces de los tres jóvenes leones, conversando. Nada especial. Solo discutían sobre la comida o quien tomaría el siguiente turno con el coche. No parecían especialmente preocupados sobre él o La Orden o sobre su próxima visita a la torre Kamelot.

Eran un grupo muy peculiar, desde luego. No sabía mucho sobre su raza, los leones.

Recordaba algunas de sus costumbres, sobre las cuales había leído en un par de libros que guardaba su abuelo en la trastienda.

Los leones vivían en familias, normalmente numerosas. Antiguamente incluso mantenían varias parejas, pero, en la actualidad, solían tener relaciones monógamas.

Estos tres eran bastante peculiares, por lo que había comprobado esos días. Kenny se portaba con ellos como un alfa protector, preocupándose y vigilando todo. Max solía tomar la mayoría de las decisiones, aunque las consultara siempre con los otros dos. La mayoría de las veces él acababa teniendo la última palabra de lo que fuera. Y Nicky, el más joven, era el cuidador.

Todos eran rasgos de alfa, no había duda y ninguno se comportaba como menos que eso.

Salió del baño y se encontró con los otros tres sentados en una de las camas. Aidan arqueo una ceja al verlos. Kenny estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama con Nicky tumbado a su lado, leyendo una revista, su cabeza más en el muslo del otro que en la almohada. Max estaba entre las piernas del primero, dándole la espalda porque el rubio le estaba trenzando su larga melena oscura.

  • ¡Ey! ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Kenny al notar su presencia. Aidan sonrió al ver como los tres dejaban sus cosas para ayudarle a sentarse con ellos.
  • Mejor. La ducha ha hecho milagros. Aunque me duele todo. Por cierto… no es necesario que me acompañéis hasta la torre si no queréis.

Max negó, levantándose de la cama para acercarse. La trenza que le había hecho Kenny le quedaba bastante bien, tenía que admitir.

  • ¡De eso nada! Vamos a llevarte hasta allí y comprobar que te dejamos en buenas manos. – los otros dos asintieron.
  • Está bien. Gracias. ¿Cuándo nos iremos?
  • Pronto. Quiero echar un ojo antes de llevarte. Por si acaso no son de fiar.
  • Un poquito paranoico, ¿no?
  • Mejor prevenir que curar. – respondió Max riendo. – Nicky va a quedarse aquí contigo y, cuando veamos que es seguro, le llamaré para que te traiga. ¿Vamos, Kenny?

Kenny no parecía tan dispuesto como el otro, pero se levantó y lo siguió al exterior. Nicky y Aidan intercambiaron una mirada, divertidos y el joven león le ayudó a ponerse más cómodo en la cama. Era mejor que estar sentado en la silla.

  • ¿Tu hermano y Kenny siempre son así?
  • ¿Así, cómo?
  • Así de desconfiados y protectores.
  • ¡Ah, sí! Siempre. Lo comprueban todo mil veces. Y lo piensan y repiensan otras mil antes de hacer nada. Yo soy más de aquí y ahora. Ellos no. Por eso se compenetran tan bien. – Aidan consideró sus palabras en silencio varios minutos antes de atreverse a hacer las preguntas que de verdad le intrigaban en ese momento.
  • ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
  • Claro. – el librero sonrió. Había notado que Nicky no tenía los reparos de los otros dos al hablar y eso iba a ayudarle.
  • ¿Qué clase de relación tenéis? Quiero decir… vosotros estáis de excursión, ¿verdad? – Nicky asintió. – Y la idea de esa excursión es que encontréis pareja y forméis una familia.
  • Exactamente. Y eso hacemos.
  • Pero ya os comportáis como si fuerais pareja.

El león le miró, parpadeando confuso antes de reír. Una carcajada alegre que le descolocó.

  • Ya, sé que puede parecer así. Mi raza, sobre todo en mi familia en particular, siempre hemos sido demasiado expresivos. Para algunos es casi incomodo. Y puede dar para malentendidos.
  • Entonces… ¿seguís buscando pareja?
  • Yo sí. Max un día se dará cuenta de que está colado por Kenny y Kenny por él, pero mientras no me molesta tenerles al lado y disfrutar de este adelanto de la familia que un día seremos. Cuando yo encuentre mi pareja, vamos a vivir los cuatro juntos. Bueno, al menos uno al lado del otro. Ese siempre fue el plan.

Aidan sonrió ante la sinceridad y espontaneidad del otro.

Mientras, en los alrededores de Wall Street, Kenny y Max merodeaban la torre. Ambos estaban discutiendo si entrar o no, ya que habían estado comprobando la seguridad del edificio y esta era considerable.

Cámaras en el exterior, rodeando la fachada, otras en la misma puerta, guardas de seguridad tanto fuera como dentro… era una fortaleza.

  • Lo que está claro es que no va a ser fácil entrar y mucho menos salir. – declaró Kenny después de un rato vigilando el movimiento de los guardas de seguridad.

Hacían rotaciones de quince a veinte minutos. Max frunció el ceño. Su padre le había asegurado que Kamelot era un aliado y él confiaba en su padre. Pero la seguridad de las dos personas que más quería estaban en sus manos.

¿Podía jugársela?

Kenny le cogió de la muñeca y le dio un leve apretón.

  • Vamos. Si hemos venido hasta aquí, vamos a intentarlo. No perdemos nada por hablar.

Pasar de las puertas no fue tan complicado como pensaron en un principio. Nadie les detuvo ni hizo preguntas cuando entraron al edificio. Se encontraron en un enorme hall con suelos de mármol blanco y paredes de cristal.

Muy hermoso, pero poco amueblado, en realidad.

Había cuatro sofás de dos plazas distribuidos por el lugar y la mesa de recepción, en la que una preciosa chica rubia vestida impecablemente con un traje rojo atendía llamadas y a todo el que se acercaba a preguntar.

Max se sintió de repente muy mal vestido. Iba como siempre, con un pantalón vaquero, camiseta y una sudadera, y alrededor de tanto lujo parecía un pordiosero. Sintió su resolución flaquear conforme se acercaban al mostrador. El tacto de la mano de Kenny en la suya le hizo recuperar un poco su habitual seguridad y compuso una sonrisa arrogante antes de dirigirse a la mujer.

  • ¡Hola! Queríamos ver al señor Merlin. – la chica sonrió radiante a los dos.
  • El señor Merlin puede que no esté disponible esta mañana, pero comprobaré si tiene un hueco. ¿De parte de quien le comunico que viene?
  • Somos Max y Kenny. No nos conoce, pero queríamos hablar con él sobre un amigo en común. Aidan Kelly.

La recepcionista volvió a sonreír y conectó la línea, hablando a toda velocidad con alguien que probablemente sería la secretaria del tal Merlin. Max la vio alzar las cejas, sorprendida, por algo que le habían dicho antes de desconectar la llamada.

Ambos leones notaron que los guardas de seguridad más cercanos se volvían a mirarlos. Al parecer el nombre del librero había levantado las sospechas de Kamelot. Ambos se pusieron a la defensiva.

  • El señor Merlin bajará en unos minutos para recibirles. Por favor, tomen asiento. – les anunció, señalando hacia los sofás.

Max y Kenny volvieron a intercambiar una mirada y se quedaron dónde estaban, vigilando a los guardas. Un par de minutos después, el timbre del ascensor sonó y apareció un tipo alto, vestido con un traje gris y guantes.

Max le calculó unos treinta y algo largos, sin embargo, su cabello estaba totalmente gris. Un aura de poder le rodeaba.

  • Es un mago. – le susurró Kenny sin apartar la vista del recién llegado.

El tal Merlin se detuvo a dos pasos de ellos, observándoles curioso e intrigado. No parecía amenazante si no relajado. O estaba muy seguro de sí mismo y su poder o no les consideraba enemigos.

  • ¡Vaya! Jamás imaginé que vería dos leones con mis propios ojos. No sois la raza más sociable del planeta.
  • No nos fiamos mucho de los humanos. – masculló Kenny, molesto.
  • Imagino que con razón. Habéis dicho que teníais noticias de Aidan. ¿Es cierto?
  • Lo es.
  • ¿Está bien?
  • Está a salvo. Ahora mismo con un amigo para asegurarnos que no le pasa nada mientras estamos aquí. – Merlin asintió, mirando alrededor preocupado.

Les hizo un gesto a los otros dos y les indicó que le siguieran hasta una habitación oculta tras el mostrador de recepción. Allí vieron un pequeño despacho con un escritorio, un par de sillas y un pequeño sofá.

  • Lo tenía La Orden. ¿Cómo le habéis rescatado?
  • No lo hicimos. Él consiguió escapar. Lo encontramos en el aparcamiento del motel donde nos alojábamos, en San Francisco. Estaba bastante mal herido. Le hemos curado como hemos podido, pero no le vendría mal que le viera un médico.
  • Estábamos muy preocupados. Ya le dábamos por muerto, la verdad. Sus amigos van a ponerse muy felices cuando lo sepan. ¿Podéis traerlo?

Max se acercó un paso y sus ojos castaños brillaron con una luz sobrenatural cuando habló. A su espalda, Kenny hizo lo propio.

  • Si le pasa algo o si alguno de nosotros corre algún peligro por dejarlo en tus manos, te despedazare poco a poco.
  • No va a pasarle nada. Ni a él, ni a vosotros. Te doy mi palabra.
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