Rugidos del corazón: Capítulo 18

¿Por qué siempre acababan los más incompetentes a su cargo?

Parecía que ninguno de sus subordinados era capaz de seguir sus órdenes. Precisamente, esa misma mañana tuvo que matar al que dejó escapar al guardián.

¿Cómo había conseguido un hombre herido escapar de un segundo piso y desaparecer en una ciudad extraña?

No entendía tanta incompetencia.

Pemberton suspiró, fastidiado y miró el reloj que tenía sobre su escritorio. Eran casi las cinco. ¿Dónde se habría metido ese crio? Llegaba tarde.

Sus superiores no iban a permitir más meteduras de pata por parte de nadie, incluso de él, y llevaba una racha bastante mala en ese tema.

No solo había resultado que uno de sus subordinados más cercanos era un traidor que había huido y robado a la dragona, si no que ahora se le escapaba un prisionero muy valioso.

Cierto que consiguieron abrir el libro con la colaboración del guardián, pero seguían con el problema de leerlo correctamente ya que estaba escrito en lenguaje de hada.

Así que, sin el librero, no les servía de nada ya que había que traducir e interpretar el texto. Un texto que indicaba la ubicación de una de las reliquias sagradas más poderosas.

Necesitaban esa reliquia para acabar con el mundo mágico.

Además, podría usarla para conseguir algo extra. Tal vez fortuna y gloria, tal vez la vida eterna. Dependía de la reliquia y aun no sabían cuál era de la que hablaba el libro. El librero no llegó a decirlo nunca.

Necesitaban encontrarlo pronto.

El tipo estaba en bastante mal estado la última vez que lo vio. No para que su vida corriera peligro, pero si para que no pudiera ir demasiado lejos, así que…

¿Dónde estaba?

Alguien debía haberlo ayudado.

Revisaron hospitales, comisarias y albergues y no encontraron ningún rastro de él.

Tenía que haber sido alguien de la Comunidad.

Un leve golpe en la puerta le devolvió a la realidad.

  • Adelante.

La puerta se abrió y apareció un hombre joven y alto, de cabellos cortos color platino y ojos claros que le sonrió con suficiencia. Vestía un traje de tres piezas gris claro y una camisa celeste con corbata un tono más claro que el traje.

Pemberton volvió a suspirar fastidiado. El chico era muy efectivo y cumplía con su trabajo perfectamente, pero era insufrible lo arrogante que llegaba a ser.

Su ego no cabía ni en su enorme despacho, eso estaba claro.

  • ¿Me había llamado, señor?
  • Si, Cody. ¿Has encontrado al hada?
  • No, pero no está en San Francisco. Hemos revisado hasta el último tugurio sobrenatural de la ciudad. Nadie ha visto ni oído de ningún hada herido. – Pemberton dio un golpe en el escritorio con el puño, tirando el reloj.
  • ¡Maldita sea! ¡No ha podido volatilizarse!
  • Por supuesto que no, señor. Y vamos a encontrarlo. Estamos revisando cualquier movimiento sospechoso en las horas siguientes a su fuga. Si alguien de la Comunidad salió de la ciudad o hizo algo extraño que implicara salir o llevar a alguien fuera de la ciudad, lo encontraremos. Y lo traeremos de vuelta. No va a poder escapar.
  • Mas te vale, chico. Necesitamos que nos traduzca el maldito libro.

Cody se ajustó el chaleco, asintiendo distraído.

  • ¿Y no sería más fácil encontrar a otro hada que haga el trabajo, señor? ¿Por qué este? ¿Qué tiene de especial?

Pemberton soltó una risita. ¡Como si fuera tan fácil! Por eso él era quien daba las órdenes y los demás obedecían. Porque no tenían ni idea de nada.

Sin embargo, ese día se sentía generoso e iba a ilustrar a su subordinado y así sacarle de su ignorancia.

  • ningún otro hada podría leerte ese texto. Está escrito en una variante muy antigua que ya no se usa. Él lo sabe porque se lo enseñaron. Es el guardián de la zona neutral y tiene bajo su protección muchos libros escritos en idiomas que se consideran extintos incluso para sus propietarios.  – Pemberton volvió a poner bien el reloj. – lamentablemente no hay nadie más que podamos usar. Necesitamos a este hada. Así que encuéntralo, ya.

Cody asintió y salió del despacho sin añadir una palabra más.

Pemberton le vio salir, pensativo e intrigado con ese chico.

Lo ficharon seis años atrás, mientras aún estaba estudiando en la universidad. Y lo usaron bien pronto, haciéndole embaucar al hijo de un alfa león en Canadá para robar unos documentos importantes. El chico quiso sacar puntos extras disparando al alfa y, aunque no lo mató, consiguió herirlo gravemente y eso acabó con el destierro del hijo, dejando a la manada desestabilizada durante meses.

Después de eso entró oficialmente y a tiempo completo en las filas de La Orden e hizo trabajitos varios. El chico de los recados para cualquiera de los ocupantes de los despachos.

En el último año había subido algo de categoría y se había convertido en un experto encontrando cualquier cosa que se necesitara. Por eso le habían recomendado que lo usara para buscar al hada.

Pero seguía teniendo un serio problema.

Otro golpe en su puerta y esta se volvió a abrir, dejando paso al hechicero Rasputín. Tampoco parecía muy feliz de estar ahí. Bien, ya eran dos que no estaban nada contentos ese día.

  • ¿Algún avance con el libro? – Rasputín torció el gesto, mostrando aún más disgusto que antes.

Debía vigilar más estrechamente al hechicero. Llevaba varios años sirviendo a la organización gracias a el hechizo que controlaba Pemberton pero eso no significaba que estuviera controlado. Para nada. Alguien como Rasputín no había vivido tantos años y sobrevivido a mil muertes rindiéndose por un simple hechizo.

Sabía que estaba planeando algo para fugarse, pero aún no debía haber conseguido lo que necesitaba. Tenía que vigilarlo estrechamente.

Pero, primero, tenía problemas más importantes que el futuro intento de fuga del hechicero.

  • Ninguno, señor. No he conseguido encontrar nada para traducirlo. Ese dialecto debe ser milenario. No hay constancia de nada parecido en ninguno de mis libros.

Pemberton bufó. Decepcionante pero no sorprendente. Ya imaginaba que no iba a ser fácil encontrar algo que les ayudara con ese maldito libro.

  • ¿Tal vez deberíamos buscar libros más antiguos? – Rasputín pareció considerar la pregunta antes de responder.
  • Que sean humanos, no. No existe literatura humana así de antigua. ¿No hay posibilidad de encontrar al hada? – preguntó a su vez, con tono lastimero. Pemberton se cruzó de brazos, luciendo molesto. La fuga del dichoso hada había fastidiado de más sus planes.
  • Estamos trabajando en ello. – le respondió, levantándose del escritorio y dirigiéndose hacia la ventana. Fuera, llovía levemente y las calles se llenaban de charcos y hojas secas. El otoño ya estaba ahí. – Mientras, quiero que sigas buscando alguna manera de traducir ese libro.
  • Seguiré buscando.

Mientras, pasillo abajo Cody comprobaba sus mensajes de su teléfono móvil por si había alguna novedad en la búsqueda del librero. No quería decepcionar a Pemberton.

Decepcionarle o fallarle no era sano para nadie. Cody sabía que en su trabajo la seguridad no estaba garantizada. Para ello debía subir más escalones y la mejor manera de subirlos del todo era hacer algo grande.

Muy grande.

Ya había conseguido dar un buen salto cuando consiguió robar aquellos documentos y dejar tocada a la manada de su Winnipeg natal. Aquello fue glorioso.

Pero se detuvo ahí. No volvió a conseguir una nueva oportunidad de lucirse ante sus superiores y así ganar puntos ante ellos.

Hasta ahora.

Que se hubiera fugado ese hada era lo mejor que le podría haber pasado nunca. Si lo encontraba, seria enormemente recompensado. Pemberton acababa de confirmarle lo importante que era para La Orden. Sin él no podían leer el libro y sin el libro no podían encontrar la reliquia.

Para que Cody consiguiera su objetivo de subir de categoría y codearse con la elite, solo tenía que encontrarlo y entregárselo al jefazo.

Pero eso no era nada sencillo y había tirado de todos sus contactos para localizarlo. Hasta había llegado a amenazar a más de uno para que pusieran más ahínco buscando.

Por ahora, de lo único que estaba seguro era de que no seguía en San Francisco. Había puesto la ciudad patas arriba buscándolo y allí no estaba.

Así que alguien lo había sacado de allí y tenía que ser algún miembro de la Comunidad. Un humano lo habría dejado en un hospital.

Alguien de la comunidad le sacaría de la ciudad si intuía que la organización le perseguía. Eran así de solidarios y cobardes.

Era pura supervivencia.

Su teléfono móvil vibró en sus manos y vio que le había llegado varios mensajes de texto, algunos con imágenes. Los abrió y sonrió al ver el contenido.

Uno de sus contactos en la policía de tráfico había estado comprobando las cámaras a las salidas de la ciudad. Tras un buen rato revisando encontró lo que buscaban.

Imágenes de un coche saliendo de la ciudad un par de horas después de haber desaparecido el librero. Al investigar la matrícula del coche apareció un nombre nada desconocido para el chico.

Se frotó las manos, satisfecho.

No solo iba a encontrar al hada. También iba a tener la oportunidad de acabar un trabajo que no pudo terminar en su momento. Algo que le haría subir aún más en la escalera del éxito.

Abrió una de las fotos que adjuntaba el mensaje y la amplió.

En ella se podía ver tres hombres, pero solo uno de ellos tenía el rostro vuelto hacia la cámara, mostrándolo.

Había cambiado, crecido en cuerpo y cortado su cabello, pero Cody lo reconocería en cualquier parte.

  • ¡Oh, Kenny, Kenny! Una vez más vas a darme lo que más necesito. Y esta vez, no vas a sobrevivir para contarlo.

Lejos de ahí, en un motel de Pasadena, Kenny recogía del suelo la taza que se le había caído, rompiéndose en mil pedazos. Miró preocupado los trozos de cerámica rota. Había tenido un mal presentimiento. Algo malo iba a ocurrir, estaba seguro de ello.

Max se acercó, mirándole extrañado.

  • Ey, ¿estas bien? ¿Kenny?
  • Si… deberíamos salir ya. No es seguro quedarnos tanto tiempo aquí. – el otro intercambio una mirada con su hermano antes de volver su atención al rubio.
  • Prepararé el coche.
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