Rugidos del corazón: Capítulo 17

Aidan despertó a causa del dolor en su cabeza y el resto de su cuerpo. Se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima pero no recordaba qué era lo que había ocurrido.

Al menos, no al principio. Estaba todo bastante borroso en su mente, lo único que tenía claro era ese dolor que sentía.

Era tan intenso que decidió no moverse ni abrir los ojos a pesar de que ya estaba despierto mientras esperaba a que fuera algo más manejable mientras intentaba hacer memoria.

¿Por qué le dolía todo? Se preguntó, concentrándose.

Y los recuerdos de las últimas semanas volvieron a su mente de golpe.

Los lobos, la dragón bebé robada a La Orden, el hellhound apareciendo en su casa con aquel tipo extraño de cabello rubio. Cómo le golpearon y llevaron a la fuerza ante Pemberton y su hechicero.

Y el regreso de Jack.

Así empezaron los días y días de torturas y golpes. Jack se desquitó con él por mandarle de vuelta al infierno y Pemberton, ese sádico que disfrutaba asustando y golpeando incluso a los suyos, lo observaba todo con una sonrisa satisfecha en su rostro.

Recordó también el despiste que le permitió escapar y su penosa huida por las calles. Seguía sin saber en qué ciudad se encontraba, qué ocurrió tras desmayarse ni dónde demonios estaba.

Intentó centrarse en lo que sentía en ese momento. A pesar del dolor y todo lo demás, estaba cómodo. Lo que descartaba que estuviera tirado en la calle.

¿Se encontraba en un hospital, tal vez? ¿Alguien le había visto y llevado al médico? Si era así, no estaba a salvo. Debía huir antes de que le encontraran.

Abrió los ojos y vio a un tipo con rizos rubios y ojos azules que le observaba curioso.

  • ¡Bienvenido! Empezábamos a pensar que no querías despertar. – Aidan parpadeó y miró a su alrededor. No, no estaba en un hospital.

Parecía encontrarse en una habitación de motel. El papel de las paredes era feo y barato y había otra cama junto a la que yacía él. Olía a comida y lejía y no a desinfectante.

  • Oh… ¿Hola? ¿Dónde estoy? – preguntó, intentando incorporarse. El otro hombre le ayudó con cuidado, dejándole sentado.
  • Lejos de ellos, espero. Estamos en Pasadena.
  • ¿Pasadena? – ¿Pasadena? Estaba bien lejos de casa. – ¿Todo este tiempo he estado en Pasadena? – preguntó extrañado, más para sí mismo que para el otro.
  • No te encontré en Pasadena. – al ver que Aidan negaba, el chico siguió. – Fue en San Francisco. Mencionaste a La Orden y decidimos poner tierra de por medio. ¿Fueron ellos los que te hicieron esto? – Aidan se estremeció. ¿San Francisco?
  • Si. ¿San Francisco? Tengo que volver a Chicago, a mi casa. Mis amigos… deben estar preocupados.

¿Estarían buscándole?

Zack, Rolf… incluso los lobos. ¿Le estarían buscando o le habrían dado por muerto? Siendo retenido por La Orden sería lo más lógico. Empezó a temblar y su respiración se volvió errática. El hombre le puso una mano en el brazo, apretando suavemente para llamar su atención.

  • ¡Ey, calma! Llevas dos días y medio prácticamente en coma y no sé ni cómo has sobrevivido a esos golpes, en serio. – Aidan trató de calmarse, pero estaba fallando estrepitosamente. – Necesitas descansar. Nos pondremos en contacto con tus amigos cuando sea seguro. No los quiero encima.

Aidan podía entenderlo. Nadie quería problemas con La Orden, eran demasiado peligrosos.

  • Gracias por ayudarme. – el hombre sonrió. Tenía una sonrisa dulce.
  • No íbamos a dejarte en la calle tirado. – no era la primera vez que había usado el plural durante la conversación, pero no había nadie más en la habitación.
  • ¿Íbamos?

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entraron otros dos hombres. Tenían el cabello largo y castaño con un aire familiar que no podían disimular.

  • Ellos son Max y Nicky y yo soy Kenny. – se presentó el rubio. Los otros dos le saludaron con sendas sonrisas tras él. – Somos leones. ¿Tú qué eres exactamente? No puedo identificar tu olor.
  • Soy un hada.
  • Por eso no podía identificar el olor. No hay muchas por Canadá. Demasiado frio, creo.

Los otros dos leones se acercaron, ambos con expresiones curiosas y amigables. Aidan había oído hablar sobre los leones y sus costumbres, algunas de ellas bastante peculiares. También sobre cómo se habían ido apartando de la Comunidad durante años.

Eran muchas las leyendas de leones en la historia. Pocos sabían que algunos reyes antiguos fueron leones, como Ricardo Corazón de León, por ejemplo.  

  • ¿Cómo te encuentras? – le preguntó el del cabello más oscuro. Max, creía recordar que era su nombre.
  • Mejor, gracias.
  • ¿Cuál es tu nombre? Todo este rato hablando y ninguno te lo hemos preguntado. – comentó riendo el otro león.
  • Me llamo Aidan.
  • ¿Por qué te atrapó La Orden?

Aidan consideró seriamente si contarles la verdad o no. Los asuntos de la Comunidad eran algo delicado, sobre todo los que se referían a él mismo y los secretos que guardaba. Pero, por otro lado, iba a necesitar su ayuda para poder regresar a casa y asegurarse de que La Orden no conseguía su objetivo.

Suspiró profundamente antes de responder.

  • Soy el guardián de la zona neutral en Chicago y tenía un libro de magia que ellos querían y solo yo puedo leer.
  • Uh… el guardián. – murmuró Kenny con tono preocupado. – No sé si hemos puesto suficientes kilómetros de por medio. – Nicky hizo un gesto, restando importancia al asunto mientras se dejaba caer sentado en el colchón de la otra cama.
  • Te preocupas demasiado. Estoy seguro de que piensan que está en algún hospital o que ha muerto. Las heridas que tenía eran muy graves. Es un milagro que sobreviviera.
  • ¡Nicky! – le regañó Max, mirándole escandalizado por su falta de tacto.
  • ¿Qué? ¡Es verdad! Con suerte le darán por muerto y no le buscarán. Eso nos conviene.

Aidan tuvo que darle la razón al chico. Prefería que la organización pensara que estaba muerto a que le buscara de nuevo. Nicky se levantó para coger la bolsa que habían dejado antes sobre la mesa y sacó varias cajitas de ella. Un delicioso olor a comida llenó la habitación y las tripas de Aidan sonaron escandalosamente. No había notado hasta ese momento el hambre que tenía.

Nicky le acercó una de las cajitas y un tenedor.

  • Espero que te gusten los tallarines. No hemos encontrado otra cosa abierta.
  • Son perfectos. Muchas gracias. – aseguró antes de empezar a comer.

Mientras comía, observó a los otros tres apartarse y comer juntos en la mesa. Los escuchó hablar en susurros, demasiado bajos para poder entenderlos. Pero parecían estar discutiendo algo.

  • Deberíamos dejarle con alguien que pueda ayudarle, es todo lo que digo. – repuso Kenny, sin levantar la vista de su comida. Max rodó los ojos, exasperado. Llevaban toda la comida discutiendo y no conseguían llegar a un acuerdo. Kenny quería librarse del chico y Max y Nicky insistían en que sería más seguro para Aidan si ellos le ayudaban.

Era obligación de cualquiera en la Comunidad ayudar a un guardián.

  • Nosotros podemos ayudarle.
  • No quieres mezclarte con La Orden, créeme. – Kenny cogió la mano de Max. Aidan arqueó una ceja al verlo. Nicky sonrió. – Van a averiguar que está con nosotros, tarde o temprano.
  • Sigo pensando que lo han debido de dar por muerto. – insistió Nicky, dando un sorbo a su refresco.
  • Esa gente no se anda con tonterías, Nicky. Tienen gente en todas partes. Literalmente en todas partes. Si todavía le necesitan para algo, y debe ser así o no seguiría con vida, no van a detenerse hasta que le encuentren.

Max apretó con suavidad la mano del rubio, enredando sus dedos, acercándosela a los labios para besarla.

  • Entonces, pongámosle a salvo. – sugirió. – Llevémosle a su casa, con sus amigos.
  • Estamos muy lejos de Chicago. En coche tardaremos dos días. Eso sin parar y en su estado vamos a tener que parar varias veces.
  • No podemos dejarlo tirado, Kenny.
  • No quiero que os ponga en peligro. – replicó Kenny, haciendo sonreír al otro.

Max puso su mano libre en la nuca del otro para acercarle y frotar sus mejillas juntas.

  • No vamos a correr ningún peligro si permanecemos unidos.

Kenny suspiro, descontento. No le hacía gracia que los hermanos se expusieran a ningún peligro, mucho menos si ese peligro tenía el nombre de La Orden. Pero tampoco podía impedirles ayudar al guardián a regresar a su casa sano y salvo.

Los guardianes de zonas neutrales eran muy escasos y valiosos.

  • Está bien. ¿Por qué no llamáis a vuestro padre y le preguntáis si hay alguien de confianza para ayudarnos con este tema? – Nicky y Max empezaron a protestar, pero el otro les silenció con un gesto. – No digo que no le acompañemos a Chicago, pero si hay alguien a quien podamos recurrir por ayuda, sería mejor. Con La Orden es mejor tener toda la ayuda posible. – los otros dos asintieron.
  • Cuando acabemos de comer le llamo. – informó Max, volviendo a acariciarle la mejilla. – No va a pasar nada.
  • Ojalá tengas razón.

Un poco más tarde, mientras Max llamaba a su casa para hablar con su padre y Kenny salió a comprar más gasas para curarle, Aidan se quedó en la habitación a solas con Nicky, quien estaba entretenido leyendo una revista de deportes sentado junto a su cama.

El chico se había quedado para vigilarle y cuidarle por si necesitaba algo mientras los otros dos hacían los recados. Eso hizo sentir a Aidan algo culpable por causarles tantas molestias.

  • Siento el lio. Tu amigo tiene razón. Os pongo en peligro. – Nicky le miró por encima de la revista, sonriendo.
  • Kenny se preocupa demasiado en lo que se refiere a nosotros, pero no somos dos gatitos indefensos como quiere hacer creer a todos. – rio, volviendo a su lectura.
  • La Orden no es para tomársela a broma.
  • Nosotros tampoco. – respondió de vuelta el león. – Además, no creo que ninguno fuera capaz de dormir tranquilo sin saber que hemos hecho lo posible para ayudarte. Kenny el primero.
  • Creía que los leones jóvenes iban en solitario a buscar pareja. – Nicky volvió a reír, divertido por el cambio de tema y soltó la revista sobre la mesita de noche.
  • Max no quiso salir de excursión sin mí. Siempre hemos estado muy unidos. – dijo, encogiéndose de hombros. – Y yo tampoco lo hubiera querido de otra manera. Mi padre, el alfa, pensó que no era mala idea así que le permitió quedarse hasta que yo fuera mayor de edad.
  • Kenny no es de vuestra manada. – no era una pregunta y Nicky negó con la cabeza.
  • No, para nada. Nosotros somos de California. Él es de Canadá. Allí las cosas son algo más… diferentes, por lo que hemos podido comprobar.

Aidan se removió, intentando ponerse cómodo. Nicky se incorporó y le colocó bien la almohada.

  • ¿Y cómo acabasteis juntos? Porque imagino por su edad que él lleva también unos años de excursión. – preguntó, repitiendo el mismo termino que había usado el joven león.
  • Es un año mayor que Max, así que sí, debería llevar unos años de viaje, pero no es el caso. – repuso, encogiéndose de hombros. – Kenny está buscando venganza, no pareja. Nos lo tropezamos por casualidad en un bar, cuando nos ayudó en una pelea.
  • ¿Y se unió a vosotros?
  • Estaba solo y es un buen tío. Y tres siempre es más intimidante que dos.

Aidan observó a Nicky, quien había recuperado su revista y volvía a estar enfrascado en su lectura, preguntándose como había tenido la suerte de acabar tropezándose con esos leones y si no les estaría metiendo en problemas más grandes de lo que pudieran manejar.

Otra cosa que le intrigaba era el hecho de que Kenny conocía a La Orden, lo que debía significar que había tenido problemas con ellos anteriormente. Sin embargo, los leones eran una raza que se mantenía alejada de la sociedad humana, por lo tanto, de la organización.

¿Cómo los había conocido? ¿Qué le había ocurrido con ellos? ¿Por qué les tenía tanto miedo?

Esperaba que cuando regresara a la habitación, pudiera preguntarle y pedirle perdón por meterle en semejante lio. Él sabía de sobra lo que era querer a alguien e intentar mantenerlo a salvo de todo.

Y lo muy difícil que eso era.

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