- ¡Seguid buscando! ¡Hay que atraparle!
Aidan se apoyó en la pared, jadeando y temblando. Tenía que salir de ahí.
Pero ¿cómo?
Cuando le trajeron estaba inconsciente y no llegó a ver el edificio en el que estaba encerrado, así que desconocía cuantos pisos tenía o su localización.
A cada paso que daba se sentía más y más perdido. Y más agotado. Los días que había pasado allí estuvieron llenos de golpes y torturas. Estaba cubierto de cortes y moratones, casi no podía andar, mucho menos correr.
Jack se había ensañado de manera especial con él, vengándose así de su participación de su regreso al infierno.
Fue pura suerte que hubiera conseguido escapar de la habitación en donde le retuvieron todo ese tiempo. Pemberton tuvo que enviar a Jack a una nueva misión, hacia un par de días. No tenía idea de adónde ni a qué, pero no eran buenas noticias para quien persiguiera ese asesino.
Salir del edificio era imposible pero no conseguirlo no era una opción. Si no escapaba y avisaba a los demás de lo que iba a ocurrir, estaban todos bien jodidos.
Muy muy jodidos.
Escuchó a sus perseguidores alejarse por el pasillo y se levantó para seguir por el camino contrario. Debía encontrar una manera de escapar.
Se acercó a una ventana y miró al exterior.
Parecía estar en mitad de un barrio residencial y, por lo que veía, en un segundo piso de ¿una casa, tal vez? Se veía un parque grande frente a ellos, pero Aidan no conseguía reconocer nada del paisaje que veía.
No estaban en Chicago, eso era obvio. Tampoco en ninguna ciudad que él conociera.
A lo mejor, consideró, podría descolgarse por la ventana y huir de allí… pero necesitaba algo. Siguió avanzando con cuidado por el pasillo, buscando un mejor ángulo para bajar. Desde la parte delantera sería un suicidio, ya que estaría a la vista de cualquiera.
¿Quizás por la parte de atrás?
Escuchó voces de nuevo y se apresuró a esconderse en la primera habitación que vio. Era un dormitorio en desuso, si la enorme cantidad de polvo y los muebles tapados con sabanas eran alguna indicación.
Entró al pequeño baño que allí había y se miró en el espejo, arrugando el gesto cuando vio su reflejo.
Tenía peor aspecto de lo que pensaba.
Su ojo derecho estaba tan hinchado que casi no podía ver con él y su labio parecía el doble de su tamaño a causa de los repetidos golpes.
Se echó algo de agua fría en el rostro e intentó pensar algún plan. No solo era un problema el salir del edificio. También el alejarse del lugar y escapar de sus perseguidores.
No conseguiría semejante logro sin ayuda.
Pero… ¿a quién podía acudir?
No sabía dónde estaba, tampoco si conocía a alguien en esa zona.
Las garras de La Orden eran muy largas y afiladas.
Salió del baño y se acercó a una de las ventanas de ese dormitorio. La vista daba a la parte trasera de la casa, en el que había un pequeño trozo de césped mal cuidado y una verja de madera rodeándolo.
Pasada esa verja parecía existir un callejón y una especie de nave industrial en la cual no se vislumbraba movimiento alguno. ¿Probablemente abandonada?
En ese trocito de jardín también había un roble viejo y decrepito, lo bastante alto como para que sus ramas estuvieran casi rozando la ventana.
Sonrió.
Ahí tenía su vía de escape. Era su mejor oportunidad.
Ahora necesitaba bajar sin romperse el cuello y dada su precaria condición física la cosa estaba complicada.
Pero primero tenía que forzar la ventana. Buscó por la habitación y encontró un abrecartas antiguo. Rezó para que fuera suficiente.
La suerte seguía de su lado ya que la cerradura hizo clic y Aidan pudo abrir de par en par la ventana. Con cuidado se sentó en alfeizar y calculó la distancia hacia la rama del árbol. Era más de lo que le había parecido desde dentro, por lo menos un metro.
La caída era de bastante más.
Y él que siempre había sufrido de vértigo…
Alargó el brazo, pero no conseguía alcanzar la rama. Se puso en cuclillas en el alfeizar y volvió a intentar cogerla. La rozó con los dedos un par de veces antes de conseguir aferrarse a ella.
¡Bien! Ya quedaba menos. Si tan solo consiguiera sujetarse lo suficiente como para descolgarse por ella…
No supo cuánto tiempo estuvo intentando acumular valor para dejar el alfeizar. Minutos, horas. El tiempo pareció detenerse y perder importancia mientras se descolgaba hacia la rama y esta crujía terroríficamente.
El dolor de su cuerpo se intensifico por el esfuerzo de soportar su peso. Fue una agonía moverse a lo largo de la rama hasta el tronco.
Ya allí, se aferró con piernas y brazos para deslizarse con extremo cuidado al suelo. Sus manos estaban llenas de astillas que se clavaban dolorosamente en su piel y su ropa se ensuciaba cada vez más.
Al llegar al suelo, se dejó caer sentado, jadeando de dolor y cansancio. Sin embargo, no pudo permitirse mucho descanso. La Orden seguía buscándole y él tenía que alejarse de ese lugar todo lo rápido que le permitieran sus escasas fuerzas.
Salió y se dirigió por el callejón, pegándose a las paredes sucias de los otros edificios, no atreviéndose a salir a calle abierta. Seguía sin saber dónde se encontraba y cuantos hombres de la organización pululaban por las cercanías.
No, necesitaba alejarse primero, encontrar un lugar donde esconderse y huir de la ciudad en cuanto fuera seguro.
Pero cuando llevaba poco más de media hora andando la adrenalina empezó a desaparecer de su cuerpo y sus piernas temblaron. Se sentía a punto de desfallecer.
No podía permitirse rendirse ahora, no tan cerca de poder huir de sus captores, pensó desesperado.
Tropezó un par de veces, cada vez más débil. Se le nublaba la vista. Sintió el pánico recorrerle, temiendo que le descubrieran y que todo hubiera sido en vano. Si le volvían a atrapar, dudaba mucho que sobreviviera a una nueva sesión de tortura de Pemberton.
No, no podía volver allí. No de nuevo a manos de ese sádico.
Con sus últimas fuerzas salió del callejón a lo que parecía la zona de aparcamiento de un motel de carretera. Uno de esos moteles baratos que alquilaban habitaciones por hora y que solían estar situados en las afueras de las ciudades.
Estaba desierto. Al otro lado, parecía haber un centro comercial o algo parecido. En la multitud podría esconderse y descansar un poco.
Solo necesitaba llegar allí y podría descansar.
El pánico volvió a atenazarle cuando vio a un hombre andar en su dirección. ¿Sería de La Orden? ¿Estaba todo perdido?
El hombre llegó hasta él justo cuando el cuerpo de Aidan cedió y cayó de rodillas al suelo. El desconocido, un tipo de cabellos rizados rubios y ojos claros le sujetó antes de que su cara acabara estampada contra el cemento.
- ¡Ey! ¿Estás bien? – le preguntó con un acento que Aidan no supo identificar. Tenía una voz bonita. – ¿Necesitas que te lleve a un hospital?
- ¡No! ¡No, nada de hospitales! ¡La Orden! No pueden… no pueden encontrarme…
Los ojos del desconocido brillaron de manera extraña al escucharle. Parecía haber reconocimiento en su expresión, pero en su estado podía habérselo imaginado.
¿Sería parte de la organización? ¿O de la Comunidad?
¿Amigo o enemigo?
Fuera quien fuera, Aidan no tenía fuerzas para seguir peleando más contra el cansancio y el dolor. Perdió el conocimiento en los brazos de ese hombre.
Kenny observó al chico en sus brazos, preocupado.
¿Le perseguía La Orden?
Si era así, corría un terrible peligro. El chico estaba muy golpeado. Olía a sangre, fuego, pólvora.
No podía dejarlo ahí y tampoco podía llevarlo a un médico normal si era parte de la Comunidad. El problema era que ni él ni los otros conocía a nadie en San Francisco que pudiera ayudarles.
Si La Orden le perseguía… quería ayudarle, pero eso pondría en peligro no solo a él, también a sus compañeros de viaje.
Miró el rostro golpeado del muchacho y suspiró.
¿A quién quería engañar? No podía dejarlo ahí.
Esperaba por el bien de todos que no le hubieran seguido. Aunque igualmente iban a dejar la ciudad en cuanto Max y Nicky llegaran de hacer la compra ahora debían salir de San Francisco enseguida. Estarían más seguros en la carretera.
Cogió al chico en brazos y se dirigió a su habitación, en el motel. No había tiempo para votar si debían ayudarle o no. Cuando los hermanos regresaran, se lo explicaría. Estaba seguro de que pensarían igual que él sobre el asunto.
Mientras lo colocaba con cuidado en la cama y buscaba el botiquín en el baño pensó en todos esos años que llevaba deseando tropezarse con la organización.
En casi seis años nunca había encontrado ni una sola pista. Cierto que los últimos ocho meses había descuidado la búsqueda en favor de disfrutar de la compañía de los hermanos, pero su verdadero objetivo nunca abandonó su mente.
Tenía una cuenta pendiente con un miembro de la organización y ese chico podía ser la respuesta que estaba buscando.
Si conseguía encontrar a Cody, podría por fin vengarse y permitirse una vida normal con los hermanos.
Con Max.
La puerta de la habitación se abrió y Max y Nicky entraron llevando varias bolsas de comida.
Ambos miraron a Kenny y arquearon una ceja al unísono al ver la cama ocupada por un extraño.
- ¿Quién es ese? – preguntó con calma Max, dejando la compra en la mesa.
- Lo encontré en el aparcamiento. Le persigue La Orden. – contestó simplemente, sacando cosas del botiquín para curar al otro.
- Mierda. – gruñó Nicky. – ¿Y lo metes aquí?
- Mira en qué estado está. – ambos hermanos dirigieron su mirada al chico, haciendo una mueca al ver su rostro hinchado y magullado. – No podía dejarlo ahí fuera.
- No, obviamente que no. – repuso Max, ganándose un bufido por parte de su hermano. – ¿Qué hacemos? ¿Sabes si le han seguido? – Kenny negó con la cabeza, mirando preocupado hacia la ventana.
- No he conseguido captar ningún rastro sospechoso desde que llegó, pero no creo que debamos quedarnos mucho más aquí. Deben estar buscándole. – Max asintió.
- Recogeré nuestras cosas. Nicky, ve preparando el coche. Debemos salir lo antes posible.