Había pasado toda una semana desde lo ocurrido esa noche y ninguno de los dos quiso hablar del asunto. Ni siquiera intentaron sacar el tema.
En la siguiente ciudad volvieron a pedir una habitación simple y durmieron los tres juntos como si no hubiera pasado nada.
Y Nicky sabía que había ocurrido algo entre los dos. El olor a sexo en la habitación cuando regresó del cine casi le hizo dormir en el coche. Pero tampoco quería forzar a ninguno a reconocerlo. ¿Para qué? Ya eran adultos. Así que decidió dejarles arreglarlo por su cuenta y siguió como si nada.
No pensaba intervenir hasta que les viera demasiado incomodos o que el asunto interfiriera en sus asuntos normales.
Y mientras tanto, los días pasaban y se acercaba el cumpleaños de Max. El pequeño había decidido hacer algo especial para celebrarlo ya que era el primero que pasaban lejos de casa y de su familia.
Le haría la famosa jambalaya de su abuela, que a Max tanto le gustaba. Esa receta era la envidia de la familia y su madre se la pasó el día que se fueron de excursión. Quería que tuvieran algo especial para recordarles mientras estuvieran fuera. Algo que les recordara a su hogar.
Se preparó para ir a hacer unas compras mientras su hermano estaba en el baño y Kenny se encontraba sentado en la cama, mirando unos mapas. Todavía no conseguía encontrar ninguna pista que le llevara hasta aquel tipo que buscaba, lo cual le estaba frustrando mucho. Lamentablemente, no había más pistas que seguir, por el momento.
- ¡Ey! ¿Adónde vas? – le preguntó cuando le vio ponerse los zapatos. Nicky miró hacia la puerta del baño y se acercó a Kenny.
- Mañana es el cumpleaños de Max. Voy a ir a comprar algunas cosas para hacerle un plato especial que le gusta mucho. – Kenny lució sorprendido, dejando a un lado los papeles que había estado mirando.
- ¿Mañana es su cumpleaños?
- No hace falta que le regales nada, ¿sabes? – le dijo, adivinando que le preocupaba. – No es necesario. Con que le felicites y le hagas un par de mimos, estoy seguro de que será muy feliz. – Kenny se sonrojó, pero decidió ignorar las palabras del pequeño.
- ¿Qué le puedo regalar? – preguntó, dándose cuenta de que conocía muy poco de los gustos del otro león. Necesitaba prestar más atención a Max e intentar averiguar qué cosas le gustaban y cuáles no. Sería lo lógico, ya que eran amigos.
Ignoró el hecho de que no había incluido a Nicky en ese pensamiento, lo cual hubiera sido lo normal.
Nicky sonrió, divertido. Sabía que le dijera lo que le dijera a Kenny sobre no preocuparse por regalarle nada Max, este no iba a hacer ni caso. Resultaba adorable y predecible.
- A Max le encanta leer. – le dijo, cogiendo su cartera y guardándosela en el bolsillo trasero de sus vaqueros. – Lo que más le dolió dejar en casa fueron sus libros. Y le encanta Stephen King. Consíguele el ultimo y hará lo que le pidas. – terminó, con tono sugerente. Rio al ver como Kenny se sonrojaba.
- A mí también me gusta Stephen King. – dijo el otro, distraído.
- Entonces tenéis bastante en común. – asintió Nicky. – No tardaré mucho en volver. Dile a Max que solo he ido a comprar para la cena.
Kenny le vio marcharse y se quedó pensando cómo iba a hacer para ir a comprar su propio regalo y no despertar sospechas en el otro león. Si el cumpleaños de Max era al día siguiente, no tenía mucho tiempo. Miró en su teléfono, buscando información en internet sobre una librería que tuviera la última novela de Stephen King y comprobó horarios.
Para cuando Max salió del baño, recién duchado, con solo los pantalones viejos de chándal que usaba para dormir, el cabello aun mojado y el pecho brillante de la ducha, Kenny tenía un plan para conseguir su regalo.
Plan que, al ver al otro, se le olvidó bastante. Max se dio cuenta del escrutinio del otro y sonrió, yendo hacia su mochila para coger una camiseta y el peine para desenredarse el cabello.
- ¿Dónde está Nicky?
- Ha salido a comprar la cena. – Max frunció el ceño, cosa que sorprendió un poco al otro.
- Vaya.
- ¿Ocurre algo?
- Nada. Le iba a decir que me ayudara con el pelo. Me cuesta desenredármelo bien, sobre todo por atrás.
- Yo puedo hacerlo. – se ofreció el rubio, con un hilo de voz.
Max se volvió a mirar a Kenny y sintió su corazón saltarse un par de latidos. ¿Cómo podía ser tan adorable? Cada día le costaba más y más cumplir su promesa de ir despacio. Kenny era demasiado algunas veces.
Demasiado dulce, demasiado adorable, demasiado atento.
Le ofreció el peine y se sentó en la cama, dándole la espalda para que le ayudara con su melena.
Kenny empezó a peinarle despacio, cogiendo los mechones para desenredarlos sin darle demasiados tirones al otro. Los dos estuvieron un rato en silencio, mientras Kenny se dedicaba a peinar, mechón a mechón y Max trataba de no estremecerse cada vez que le rozaba con los dedos.
Kenny disfrutó de la suavidad del cabello del moreno, acariciando las oscuras hebras con sus dedos. Para cuando acabó, ambos estaban muertos de ganas de que pasara algo.
- Esto ya está. – consiguió mascullar, devolviéndole el peine.
- ¿Te importaría trenzármelo? Es muy tarde para secarlo y si lo dejo así, mañana va a amanecer enredadísimo. – pidió y Kenny tragó en seco, asintiendo.
Con las manos temblando, separó la espesa melena en tres partes y comenzó a trenzarla con cuidado y esmero, sintiéndose especial por el pedido.
Max era un alfa y uno poderoso, más que Nicky. Kenny podía decirlo sin ninguna duda. Y entre los de su raza no era habitual que un alfa diera la espalda a otro. Bajo casi ningún concepto.
Era una cuestión de ego y tradición.
Sin embargo, ahí estaba este precioso alfa, no solo dándole la espalda a propósito, si no pidiendo y aceptando su ayuda.
Eso era un regalo. Era lo suficientemente inteligente para valorarlo.
Cuando terminó, se inclinó y dio un beso en la nuca al otro. Max se giró, la trenza cayendo sobre su hombro derecho y le dio una sonrisa llena de afecto.
Kenny no pudo resistirse y tiró con suavidad de la trenza para acercarle y robarle un beso largo.
Nicky apareció un segundo después de acabar el beso, con lo que les pilló mirándose embobados y a Kenny aun sujetando la trenza de Max.
Estuvo tentado a reír o hacer un chiste, pero se lo pensó mejor e hizo como que no había visto nada.
Los otros dos saltaron, sentándose cada uno en un extremo opuesto de la cama cuando el pequeño entró.
- ¡Ya estoy aquí! – anunció, aguantando la risa. – ¡Traigo la cena!
A la mañana siguiente, Kenny se desenredó de los dos y salió de la cama en silencio, intentando no despertarlos. Con Nicky era fácil. Dormía como un tronco y era complicado despertarlo. Max tenía el sueño bastante más ligero.
Pero lo consiguió. Así que salió en su misión de buscar el regalo de cumpleaños para el moreno, entre otras cosas.
Primero fue a una cafetería cercana y encargó café para los tres y tortitas, con extra de chocolate para Max. Luego fue a la librería que había visto en internet.
Tuvo suerte y no tardó demasiado en encontrar el libro que buscaba, pidiéndole a la dependienta que se lo envolviera para regalo.
Su teléfono móvil sonó y vio un mensaje de Max, preguntando donde estaba. Le respondió que estaba comprando el desayuno y que volvería en unos minutos.
Con el libro bajo el brazo se dirigió a recoger el desayuno, pero antes de llegar vio que había una chica vendiendo pulseras en una manta delante de la puerta. Las observó detenidamente y escogió una de cuero trenzado negro con un adorno en plata de un rayo. Era bonita y simple y decidió comprarla para el otro león.
Recogió el desayuno y regresó al motel.
Al llegar los otros dos ya estaban despiertos, aunque seguían tumbados en la cama, holgazaneando.
- ¡Oh, nos trae el desayuno a la cama! ¡Que romántico! – bromeó Nicky, acercándose para saludarle, frotando su mejilla con la de Kenny. Este sonrió y le dio un beso en la mejilla, haciéndole reír.
- Traigo tortitas. – anunció. Cogió uno de los cafés y un plato se lo llevó a Max a la cama. – Especiales para el chico del cumpleaños. Felicidades. – el otro se sonrojó, aceptando la comida.
- ¡Gracias, Kenny! No debiste molestarte.
- ¡Oh, sí que debía! – rio Nicky, comiendo sus tortitas. – Luego yo haré la comida, para celebrar tu cumple, hermano. Voy a hacerte jambalaya. – los ojos del moreno brillaron.
- ¿La jambalaya de Nana?
- Esa misma. – Max saltó sobre su hermano, casi tirándole el café para darle un abrazo.
Un poco más tarde, mientras Nicky se afanaba en la diminuta cocina para preparar la comida, Kenny se acercó con el libro envuelto, que le ofreció al moreno.
- ¿Y esto? – los ojos de Max brillaron felices al desenvolver el paquete y ver el libro. – ¡Oh, el Doctor sueño! ¡Me encanta! ¡Gracias!
- También te he traído esto. – Kenny le enseño la pulsera, sintiéndose un poco inseguro de si le gustaría o no, pero la sonrisa del otro se ensanchó aún más cuando cogió la pulsera de su mano para verla mejor.
- ¡Es preciosa! ¡Muchas gracias! No tenías que comprarme nada. – le dijo, con la voz cargada de afecto. – ¿Me la abrochas?
Kenny asintió y le cogió de la muñeca para abrocharle la pulsera de cuero. Una vez terminado el nudo, acarició el interior de la muñeca con el pulgar. Max miró hacia su hermano un segundo, para comprobar que no estaba atento y agarró a Kenny de la camiseta para atraerlo y darle un beso que no tardaron en profundizar.
Al separarse, el rubio cogió un mechón que se le había soltado de la trenza al otro y se lo colocó tras la oreja.
- Gracias. – susurró el moreno, poniendo su mano en el pecho del otro. – De verdad que no tenías por qué comprar nada.
Kenny puso su mano sobre la que Max y la apretó con suavidad.
- Si que tenía. Si que tenía.