Rugidos del corazón: Capítulo 12.

(¡Feliz año!)

  • No sé cómo demonios te las arreglas para olvidarte siempre de hacer la colada, Nicky, de verdad. Por tu culpa nos hemos quedado sin ropa limpia. Otra vez.

Nicky le dedicó a su hermano una enorme sonrisa desvergonzada que Kenny encontró adorable.

El pequeño odiaba hacer la colada y se saltaba su turno casi siempre. Su «descuido» tenía consecuencias y ahora estaban en una lavandería de auto servicio, en ropa interior y lavando toda la ropa que tenían porque no les quedaba nada limpio.

Por suerte no había nadie más allí, pero Kenny no dejaba de mirar hacia la puerta, vigilando que nadie les pillara en una situación tan vergonzosa.

Quien no estaba pasando ninguna vergüenza era Nicky. Andaba sobre sus manos, haciendo el pino, dando acrobacias y malabares con los calcetines.  

Kenny no sabía si reírse o esconderse. Estaba ridículo, pero tenía mucho talento con la gimnasia, todo había que decirlo.  

  • Si sabes que no va a hacerla, ¿para que se lo pides? – le preguntó al otro hermano, observando como el pequeño hacia equilibrios sobre una mano.
  • Porque soy tan iluso que pienso que un día crecerá y hará las cosas como debe. Lo sé… ridículo. – repuso Max con el rostro tan serio y el tono de voz tan seco que hizo reír a Kenny.

Estaban en Kingman, Arizona. Habían parado porque no tenían ropa limpia, ni gasolina y necesitaban descansar de verdad un par de días. Llevaban una semana durmiendo en el coche y Max ya se había quejado varias veces de dolor de espalda.

El mismo Kenny se sentía un poco enfermo de dormir a la intemperie, aguantando bichos y el duro suelo todo el tiempo. Un par de días de dormir en una cómoda cama sería el descanso perfecto que los tres necesitaban.

Vio a Max frotarse la espalda por tercera vez en la última hora y sentarse más recto de lo habitual en él y frunció el ceño, preocupado.

  • ¿Hacia dónde iremos cuando descansemos? – preguntó el moreno, sin dejar de frotarse la espalda distraídamente.
  • Creo que podríamos dirigirnos a Colorado. Escuché sobre una pista en esa zona a unos lobos antes de salir Las Vegas. – Max se estiró, dando un pequeño gruñido de dolor.
  • Será interesante visitarla. Nunca hemos estado ahí.
  • ¿Te duele mucho? – le preguntó el rubio, preocupado.
  • Nah… un poco solo. Hace tiempo que me molesta. – le informó. Nicky se acercó, haciendo un salto hacia atrás y cayendo sobre sus pies.
  • Se la fastidió hace unos años al caerse de la bici. – dijo, ganándose un bufido por parte de su hermano. – Se golpeó bastante mal. No se la rompió de milagro.
  • No fue para tanto.
  • Si lo fue. – Kenny le miró, espantado.
  • ¿Por qué no lo has dicho antes? ¡No deberíamos haber dormido en el coche! – se acercó a Max, poniendo las manos en sus rodillas para observarle de cerca. – Te debe doler mucho. – Nicky rio, divertido ante el estallido de Kenny mientras que Max se quedó sin palabras, parpadeando sorprendido.
  • No es para tanto, en serio. – consiguió decir después de un rato. El rubio negó con la cabeza, obstinado.
  • Si lo es. Hoy vamos a coger una habitación con camas separadas. Así podrás dormir más cómodo tú solo.

Ante eso Nicky volvió a reírse a carcajadas mientras el otro se quedaba mirándolos sin saber que decir. No estaba acostumbrado a que alguien, a parte de su hermano, se preocupara por él. Y Nicky no solía mimarle, precisamente. Sobre todo, porque sabía que le molestaba bastante. Que Kenny lo hiciera le resultaba raro y no tenía idea de cómo sentirse con eso.

  • A mí me parece bien. – dijo Nicky, ganándose una mirada molesta de su hermano. – Es más, creo que lo que le ayudaría mucho sería un masaje. Por casualidad no sabrás dar masajes, ¿verdad Kenny? – Max estaba a punto de darle una patada a su irritante hermano cuando escuchó la respuesta del otro.
  • No soy un experto, pero sí. Algo sé.
  • ¿Qué?
  • Creo que Nicky tiene razón. – el pequeño volvió a reírse. Kenny tenía las mejillas rosadas por la vergüenza, pero parecía determinado. – Si quieres te puedo dar un masaje en la espalda cuando lleguemos.
  • No hace falta, estoy bien. – dijo antes de saltar de la secadora y ponerse en pie.

Pero al hacerlo, su espalda dio un doloroso crujido y al moreno se le escapó un gruñido de dolor. Al girarse hacia los otros dos, se encontró con la expresión seria de Kenny y la sonrisa socarrona de su hermano.

No tenía escapatoria.

Algo más tarde ese día y tras recoger toda su ropa limpia, buscaron un motel barato y limpio y pidieron una habitación doble a pesar de las negativas de Max.

Nicky se excusó al rato para comprar la comida y les dejó solos. Kenny aprovechó para darse una ducha y Max se quedó mirando las dos camas y pensando en cómo escaparse de eso.

Cierto era que su espalda agradecería tener la cama para él solo. No tendría que encogerse para evitar caerse por falta de espacio ni dormir en una postura incomoda que luego le empeoraría su dolor.

Pero odiaba la idea de dormir solo. Llevaba tanto tiempo compartiendo cama que no sabía si sería capaz de conciliar el sueño solo.

Y no estaba seguro de querer intentarlo.

Nicky regresó al poco con el almuerzo, mientras Kenny intentaba secar su cabello con la toalla. Los rizos se le erizaban al frotarlos con la tela, haciendo que los otros dos leones se rieran al verlo. Comieron la comida china que había traído el pequeño viendo la Ruleta de la fortuna, los tres sentados en una de las camas.

La otra seguía vacía y Nicky observaba divertido como los otros dos la miraban incomodos. Al pequeño esa situación le resultaba hilarante.

El mismo día que Kenny aceptó quedarse, él tuvo una larga conversación con Max porque veía que su hermano estaba obsesionándose con el otro león. Llegaron a la conclusión de que podría ser su pareja y Nicky le recomendó ir un poco más despacio, que intentara crear una relación con el otro león y comprobara si sentía lo mismo. Pero desde ese día, Max había hecho muy poco o absolutamente nada.

Y Nicky se aburria. Lo único divertido que había era ver a esos dos haciendo el tonto.

Por eso había sugerido a Kenny lo del masaje. A su hermano le vendría genial para su espalda y era algo que estaba seguro ambos disfrutarían.

Pero Max parecía mortificado y el otro no estaba por la labor de dar el primer paso así que Nicky se vio obligado a hacer algo para darles un empujón.

  • Voy a ir al cine a ver la última de «Los mercenarios». – anunció, ganándose las miradas de sorpresa de los otros dos.
  • ¿Qué? ¿Vas a verla sin nosotros? – preguntó su hermano, ofendido.  
  • Si. Estoy pensando que podéis aprovechar para que Kenny te de ese masaje. – el pequeño cogió la bolsa en la que había traído la comida y sacó un bote, que lanzó al rubio. Este lo atrapó al vuelo. – Os he comprado un aceite corporal.

Kenny y Max se sonrojaron un poco y el pequeño rodó los ojos.

  • Esto es ridículo.
  • Lo ridículo es que estés aguantándote el dolor por no dejar que alguien cuide de ti para variar, Max. Deja que Kenny te dé ese masaje. Y tú – añadió, volviéndose hacia el otro y señalándole. – cuida de él. Es muy cabezota para reconocer cuando necesita ayuda.

Y con eso, se marchó dejando a dos leones muy incomodos. Kenny miró el bote de aceite en sus manos y se encogió de hombros.

  • Anda, vamos a prepararlo todo.

Max suspiró y vio como el otro ponía una toalla grande en la cama, lanzando las almohadas en la cama vacía. El moreno se desnudó, quedando solo en calzoncillos y se tumbó bocabajo en el colchón, sobre la toalla.

Kenny observó al otro león, tumbado, con su larga melena negra suelta y desparramada por su espalda y se le secó la boca. Con cuidado le recogió el cabello y lo apartó de la ancha espalda para evitar que se le manchara con el aceite.

Acto seguido, se echó un chorro en las manos, las frotó para que no estuviera demasiado frio y empezó a masajear los músculos de los hombros con cuidado. Kenny se había sentado en el borde de la cama para poder acceder mejor, pero estaba comprobando que en esa postura no podía hacer mucha fuerza y Max estaba todavía muy tenso.

Gruñó una maldición y se separó, para quitarse la camiseta, que se le había manchado con el aceite y se subió a la cama, sentándose a horcajadas sobre las piernas de Max, que dio un respingo por la sorpresa.

  • Lo siento. Así llego mejor. – se excusó cuando el otro le miró por encima del hombro.

Y volvió a masajearle los hombros. Un segundo más tarde se tropezó con un nudo especialmente grande, sacándole un largo gemido de alivio a Max al deshacérselo. Kenny sonrió, más confiado y siguió un buen rato masajeando y frotando los músculos de la espalda del otro, uno a uno hasta aliviar la rigidez.

Un rato más tarde, Max gemía bajito de gusto y Kenny empezaba a disfrutar del tacto caliente de la piel del otro bajo sus manos y de los sonidos que le estaba provocando. Se movió, sentándose un poco más abajo para dedicarle un poco de atención a la parte baja de la espalda del moreno. Sus dedos rozaron la cinturilla de su ropa interior y sintió una enorme tentación de retirarla para poder tocarle mejor.

Se mordió el labio y siguió con el masaje, notando la piel cada vez más caliente. Sus dedos resbalaron varias veces por debajo de la ropa interior, rozando la suave piel debajo, antes de colocar las manos en la cintura del otro. Kenny estaba respirando entrecortado, sintiendo como su miembro respondía a la situación en la que se encontraba.

Avergonzado, intentó levantarse, pero Max le sorprendió, dándose la vuelta y haciéndole una llave con las piernas, intercambiaron posiciones. El moreno acabó sentado sobre su entrepierna, demostrándole que no era el único interesado.

Se miraron en silencio un buen rato antes de que Kenny le agarrara del rostro y se incorporara un poco para besarle con pasión. Max no se quedó atrás, atrayéndole y haciendo que sus erecciones se frotaran, sacándole un jadeo a ambos.

Max se inclinó más, pegando su cuerpo al del otro y rodaron en el colchón abrazándose más estrecho, sus respiraciones convertidas en jadeos y gemidos. Kenny bajó las manos al firme trasero del otro y le apretó contra sí, disfrutando del maullido que se le escapó al moreno.

Max abrió los ojos y le miró, con la mirada oscurecida y el cabello revuelto cayendo como una cascada. Los mechones le hicieron cosquillas a Kenny en el rostro y le sonrió, poniendo una mano en la mejilla al otro.

  • ¿Cómo esta tu espalda? – le preguntó en un susurro, haciéndole reír.
  • La espalda, bien. Ahora tengo dolorida otra parte. – repuso, sin dejar de reír. – Voy a tener que darme una ducha fría.
  • ¡Oh, no! Si haces eso, estropearas el masaje. – dijo Kenny, moviendo las manos de la cintura de Max hasta sus caderas. El otro suspiró.
  • ¿Y qué propones? – las manos de Kenny se colaron bajo la cintura de la ropa interior de Max y empujaron ligeramente la prenda hacia abajo.
  • Tu hermano me pidió que cuidara de ti. – Kenny le obligó a rodar de nuevo y quedaron los dos de lado, uno frente al otro. De esa manera, le resultó más fácil quitarle la ropa interior a Max, que se dejó sin apartar la mirada de los ojos celestes de Kenny.
  • Pues habrá que hacerle caso a mi hermano. – jadeó al sentir la mano grande de Kenny colocarse sobre su miembro y empezar a acariciarle.

Kenny no dejó de besarle todo el tiempo, mientras le sujetaba de la cintura con la mano libre, tragándose los gemidos que se le escapaban.

Casi a punto de terminar, Max abrió apresuradamente los vaqueros a Kenny y coló la mano en sus calzoncillos, intentado devolverle el favor. Este ya estaba muy excitado y no necesitó mucho para acabar, no sin antes conseguir que Max terminara en su mano, ronroneando su nombre.

Agotados y satisfechos se quedaron un rato mirándose mientras recuperaban el aliento. Kenny fue el primero en moverse, dándole otro beso antes de levantarse de la cama.

  • Vamos. – le dijo, ofreciéndole la mano para ayudarle a incorporarse. – Hay que arreglar esto un poco antes de que venga Nicky y nos vea así.

Los dos se lavaron un poco en el baño y Kenny echó la toalla al montón de la ropa sucia, mientras Max se limpiaba el aceite que le quedaba en el cuerpo del masaje. Luego se metieron en la cama, con la televisión puesta a espera a que Nicky regresara.

Cuando el pequeño volvió del cine se los encontró dormidos y abrazados en la cama. Él se había entretenido jugando video juegos después de la película y había conocido a un par de chicos muy divertidos con los que pasó un par de horas jugando a Street Figther antes de decidirse regresar al motel.

Sonrió al verlos y se preparó para dormir en la cama libre. No le gustaba dormir solo. Se había acostumbrado a compartir la cama con su hermano, pero podía sacrificarse un par de días.

Estaba siendo bonito y divertido ver a esos dos enamorándose.

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