Rugidos del corazón. Capítulo 6.

Una semana después de su llegada a Destruction Bay, Kenny estaba casi adaptado a la rutina y tareas de la granja. El joven agradecía el tener un lugar al que poder regresar y donde descansar de cuerpo y mente.

Las tareas no eran nada fáciles, eso sí. Cuidar del ganado, darles de comer, limpiar el granero y los establos, cargar y descargar camiones con heno, paja y lo que tocara, cortar leña…

Todo muy físico y duro y justo lo que necesitaba. Acababa tan agotado que no tenía ni ganas ni tiempo para pensar en nada que no fuera dormir y descansar.

Era perfecto y empezaba a ponerse en forma. Eso era mucho mejor y más efectivo que un gimnasio.

Lo que no había hecho todavía era visitar la ciudad. Tampoco le apetecía mucho, pues imaginaba que todos estarían enterados de su llegada y odiaba ser el centro de atención.

Y, hasta ese momento, evitó bajar, pero la suerte se le había acabado.

  • ¡Ey, Kenny! – le llamó Edgar. – Acompáñame. Tengo que ir a la tienda a por alambre de espino. – el león hizo una mueca.
  • ¿Es necesario que vaya?
  • Si. No pienso venir cargando con tanto alambre yo solo. Venga, muévete.

Kenny refunfuñó, pero obedeció, subiendo a la furgoneta con el hombre. Hasta ese día no le había obligado a relacionarse con nadie más, esperando al momento adecuado.

Y el día había llegado.

Tras unos pocos minutos conduciendo, Edgar aparcó frente a la tienda de conveniencia. Kenny supuso que la ciudad era demasiado pequeña para tener una ferretería o algo parecido.

Al entrar a la tiendecita, notó dos cosas.

La primera era que tenía de todo. Desde el dichoso alambre de espinos a gel de baño a cerveza a comida.

Absolutamente de todo.

Lo segundo, que la dirigían dos lobos que no tardaron en gruñirle cuando notaron su olor.

Los leones y los lobos no se llevaban mal per se. Pero ambas razas eran muy dominantes y territoriales. Así que no era raro ese comportamiento cuando se cruzaban, sobre todo si se trataba de alfas.

Kenny esperó que solo quedara en gruñidos y que no trataran de buscar pelea porque no le apetecía dar un motivo a su anfitrión para echarle.

Edgar rodó los ojos al escucharlos y les dirigió una mirada de advertencia que los lobos entendieron a la primera, ya que dejaron de gruñir.

Esos debían ser los dos hermanos de los que le habló Edgar el primer día. El joven león no les encontró demasiado parecido físico. Si notó los golpes y moratones en ambos. Alguien se había ensañado y bien con esos dos.

Edgar le hizo coger tres paquetes de alambre y cargarlos en la camioneta mientras él pagaba. Al salir de la tienda tropezó con alguien, se disculpó apresuradamente y siguió su camino. El alambre pesaba mucho y estaba deseando soltarlo.

  • ¡Oye, ten cuidado por donde andas, imbécil! – le gritó la persona con la que había tropezado. Kenny se molestó. Había pedido perdón, ¿qué más quería?
  • ¡Ya te he pedido perdón! No hace falta insultar. – gruñó, colocando el alambre en la parte de atrás de la furgoneta.

Al girarse para enfrentarse al otro se encontró con un tipo más alto que él y mucho más ancho. A Kenny le sorprendió el tamaño del hombre. Él mismo media metro noventa y solo le llegaba al hombro al otro. ¿Cuánto podía medir?

Y lo peor, parecía furioso con él.

  • ¿Qué has dicho, enano? – le increpó, cogiéndole de la camisa y levantándolo hasta hacerle ponerse de puntillas.

Kenny jadeó sorprendido. No iba a poder pelear contra semejante montaña.

Pero antes de que la cosa pasara a mayores, un extraño perro marrón oscuro trotó hacia ellos, sentándose justo en medio, rascándose una oreja mientras observaba curioso al otro hombre.

Kenny parpadeó, sorprendido y confuso cuando el tipo grande le soltó, gruñendo una maldición.

  • Tienes suerte de que Jerome haya decidido salvarte el pellejo, enano.
  • ¿Enano? ¡Mido metro noventa! – le gritó, mientras le veía irse. Suspiró aliviado y miró al perro. – ¿Y quién demonios es Jerome?

El perro le miró, doblando la cabeza y sacudiéndose antes de convertirse en un hombre enorme. El tipo tenía el cabello largo y moreno y vestía entero de negro con un guardapolvo del mismo color. Su rostro era tan pálido que parecía casi un fantasma.

  • Yo soy Jerome. Y tú debes ser Kenny. Edgar y Ron me han hablado de ti. – se presentó, ofreciéndole una mano que Kenny aceptó, reticente. ¿Es que todos los tipos de esa ciudad eran gigantes?
  • Uh… hola. – Jerome sonrió, dándole un poco de vida a su rostro lo que le hacía parecer menos inquietante.
  • No es muy común ver un león de tu edad que no esté de excursión. – el chico se encogió de hombros, apenado.
  • Bueno, no puedo ir de excursión ya.
  • ¿Por qué?

El león consideró si responder o no, pero el hombre parecía realmente interesado.

  • El objetivo de las excursiones es encontrar una pareja y crear una familia y yo ya no puedo.
  • ¿Por qué? – Kenny se sintió incómodo. No le gustaba hablar ni recordar las razones por las que estaba desterrado.
  • Estoy marcado como omega.
  • Eso solo es una marca. – la mirada del otro hombre se suavizó. – No puede impedirte crear tu familia si así lo quieres.
  • Nadie de mi raza va a querer a alguien marcado. – repuso Kenny con un hilo de voz. Jerome puso una mano en su hombro, apretándole ligeramente.
  • No estaría tan seguro de ello. Y menos si llegan a conocerte. – Kenny se sonrojó un poco, pero hizo un gesto para quitarle importancia.
  • Como habrás comprobado mi popularidad no es precisamente muy buena. – Jerome rio, haciéndole un gesto para que le siguiera.

Ambos cruzaron la calle hacia la cafetería, en la que entraron. El hombre le hizo sentarse en una de las mesas antes de acompañarle.

  • Jerrad, el tío con el que has chocado es un dragón. Lo suyo es tener mal genio, le viene de raza. Se pelea con todos, sobre todo con los nuevos.
  • ¡Un dragón! Vaya, eso explica su tamaño. – el león estaba asombrado. Un dragón… nunca pensó que vería uno con sus propios ojos.  
  • Pues deberías verlo transformado. Es una lagartija del tamaño de un elefante. – eso hizo reír a Kenny. – En cuanto a los lobos, ni caso. Tampoco están pasando un buen momento y no confían en nadie. Lógico, si tenemos en cuenta que están aquí porque les traicionó y atacó su propio hermano.
  • ¡Buff! Eso debió ser duro.
  • Ya has visto como acabaron. – Jerome se encogió de hombros. – Pero se recuperarán y volverán a la carretera para buscarlo, no tengo duda de ello. – eso sorprendió al león. ¿Irse? ¿Por qué? Si ya estaban establecidos ahí e incluso con su propio negocio. ¿Para qué marcharse?
  • ¿Se marcharán? ¿Por qué?
  • Porque aquí nadie llega para quedarse, Kenny. – Kenny recordó a Ronald diciéndole las mismas palabras cuando se conocieron en Whitehorse y en el mismo tono triste. – Siempre es una zona de paso. Todos llegamos escapando de algo, pero la gran mayoría supera sus miedos y vuelve al mundo real para recuperar su vida. Y tú lo harás también, estoy seguro de ello. – el chico negó con la cabeza.

Una bonita camarera les trajo dos tazas de café y un trozo de tarta de frambuesa a cada uno. ¿Habían pedido? ¿Cuándo?

  • No tengo a donde ir.
  • Por ahora. Pero cuando llegue el momento saldrás de aquí, como todos, a buscar tu camino. Tal vez en busca de esa familia que crees que no te mereces. Tal vez a cerrar viejas heridas, saldando esa cuenta pendiente que tienes. Eso dependerá de ti.

Kenny consideró sus palabras mientras se comía la tarta. Vengarse de Cody por lo que le había hecho sería algo muy apetecible. Pero no sabría ni por dónde empezar a buscarlo.

Lo de buscar una pareja ni lo consideró. Estaba al cien por cien seguro de que nadie de su raza le querría al estar marcado. No tenía duda de ello.

¿Quién en su sano juicio tendría una relación con un omega acusado de robo e intento de asesinato y desterrado por su propia familia?, pensó con tristeza.

  • Te oigo pensar desde aquí, joven león. – la voz de Jerome le regresó a la realidad. – La venganza no es la mejor opción. Pero si eso lo que quieres, puede que tengas una oportunidad. Solo hay que tener paciencia y esperar a que aparezca.
  • Tiempo y paciencia es lo que me sobra.
  • Pues, entonces, tendrás tu oportunidad. Pero considera la otra opción. No todas las manadas de leones son como la tuya. Otras hace siglos que dejaron atrás las viejas tradiciones, como la marca. La única que suelen mantener todas es la de la excursión. Supongo que piensan que es bueno para sus jóvenes.
  • Es algo que se espera con mucha ilusión. – susurró Kenny, recordando sus antiguos planes.

¿Cuánto había pasado desde eso? Solo unos meses. Pero parecían años. ¿Cómo era posible eso?

  • ¿Dónde pensabas ir?
  • Al sur. Estaba harto de tanto frio. Quería ir a Los Ángeles o Texas, cualquier sitio donde la temperatura más fría no bajara de los veinte grados. Pensaba buscar a mi pareja y que nos estableciéramos en una de esas ciudades.
  • ¿Y si tu pareja estaba harta de calor? – preguntó, riendo Jerome.
  • No se me pasó por la cabeza que alguien pudiera hartarse del calor. – contesto simplemente haciendo reír de nuevo al otro.
  • No, supongo que no. Guarda esos planes. – le aconsejó, levantándose de la mesa y dejando un puñado de billetes por la comida. – Puede que dentro de unos meses consideres realizarlos. Ahora, vamos. Edgar debe estar esperándote para regresar a la granja.

Ambos salieron de la cafetería y se encontraron con Edgar apoyado en la furgoneta, hablando con uno de los lobos. Era un chico algo mayor que él, rubio con una chaqueta de cuero y no parecía demasiado feliz con lo que estaba escuchando. Kenny deseó no tener que acercarse para no interrumpir, pero Jerome no parecía preocupado por eso.

  • Sé que estáis pasando un mal momento, Jon. Solo te pido que intentéis no buscar bronca con todos. – escuchó decir a Edgar. El lobo bajó la cabeza, ligeramente apesadumbrado.
  • Lo sé. Lo intentaremos. Andamos un poco susceptibles.
  • Y es comprensible. Recuerda que, si necesitáis algo, lo que sea, podéis contar con nosotros.
  • Gracias. – murmuró el lobo, antes de alejarse.

Edgar se encogió de hombros cuando se giró para saludarles.

  • Son buenos chicos. Solo necesitan tiempo. – Jerome asintió.
  • Están en una situación complicada. Pero son fuertes y están juntos. Lo superaran. – Jerome se volvió hacia Kenny. – Y tú piensa en lo que hemos hablado. El mundo no se acaba aquí, joven león. Y la vida tampoco.

Kenny asintió y acompañó a Edgar de regreso a la granja.

Mientras reparaba una parte de la verja que se había roto con el alambre de espino recién comprado, Kenny volvió a pensar en lo que había hablado con el otro hombre.

Sobre la posibilidad de salir de allí para vengarse o para buscar una pareja con la que formar su familia.

¿Sería capaz de permitirse soñar un poquito en la idea de encontrar a alguien que le quisiera a pesar de la marca?

Con un suspiro triste, siguió con la verja. Era imposible que alguien así existiera.

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