Un mes y medio más tarde, Kenny y Cody estaban juntos y todo el mundo en Winnipeg lo sabía. Incluso su familia.
Eran, extraoficialmente, una pareja.
Kenny estaba muy feliz. Su familia, no tanto.
Faltaban tres semanas para su cumpleaños y, por lo tanto, un mes escaso para su viaje. Su padre había guardado silencio sobre su relación hasta ese momento, pensando que era nada solo un capricho.
Su hijo no podía emparejarse con un humano. Era inconcebible. Pero conforme fueron pasando los días comenzó a preocuparse más y más.
Hasta que ocurrió lo que más se temía.
Kenny bajó al despacho en la biblioteca y tocó a la puerta, indeciso. Sabía que lo que quería decirle a su padre no iba a gustarle nada. Pero era su vida y su decisión y su familia debía aceptarla.
O eso esperaba.
Cuando le dio permiso para entrar, cogió aire y forzó una sonrisa.
– ¿Ocurre algo, hijo? – su padre, el alfa estaba sentado tras su escritorio. Estaba terminando de guardar unos papeles en un sobre grande y marrón. – Pareces preocupado.
– No… o sea, sí. – tartamudeó. – No estoy preocupado, papá. Pero si ocurre algo. – su padre arqueó una ceja y se levantó para guardar el sobre marrón en su caja fuerte.
Era una de esas cajas fuertes pequeñas, incrustada en la pared y escondida tras un cuadro de un paisaje africano. Todo muy tópico, pensó Kenny.
– Vas a tener que explicarte un poco más.
– Veras… – el chico tragó en seco. – No voy a andarme por las ramas. Sabes que estoy saliendo con Cody.
– El humano. – eso le irritó. ¿Por qué no podía ver más allá de la raza de su pareja? Nunca usaba su nombre.
– Si, papá, el humano. Tiene nombre, ¿sabes? – su padre hizo un gesto restándole importancia.
– ¿Y qué pasa con él? ¿Te has cansado ya de jugar con él?
– No juego con él, papá.
– Lo que sea.
– Y no, no me he cansado. Sigo con él y estoy muy feliz a su lado. Lo que me lleva a lo que me trae aquí… no voy a hacer la excursión.
Su padre se quedó clavado en el sitio, mirándole. Muy muy quieto. Extremadamente quieto y silencioso.
Y eso no era bueno.
Kenny tragó en seco cuando le vio sentarse, sin apartar la mirada de él con una mueca de disgusto enorme en su rostro.
– ¿Qué quieres decir con que no vas a hacer la excursión? – rugió bajo, haciendo que Kenny retrocediera un paso sin darse cuenta. – Tienes que hacerla. Es tu obligación como alfa y futuro Alfa de manada salir y encontrar a tu pareja para formar una familia.
– Ya he encontrado a mi pareja. – su padre soltó una carcajada sin humor.
– No te estarás refiriendo a ese humano, ¿verdad? No puedes tener a ese humano de pareja, Kenny.
– No hay ninguna norma que lo prohíba.
El joven león vio como su padre respiraba profundamente, en un intento por calmarse. Pero Kenny sabía que no serviría de mucho. Su padre no era el león más paciente del mundo y siempre perdía los nervios, especialmente con él.
– Kenny, te he dejado jugar con ese humano porque creía que era un capricho. Una última aventura antes de salir y seguir con la tradición. Está claro que cometí un grave error.
El chico sintió enrojecer sus mejillas de pura rabia. ¿De verdad pensaba su padre que hubiera dejado de ver a Cody solo porque él se lo pidiera?
Por lo visto, sí.
– Primero, no he estado jugando a nada. Cody es mi pareja y así va a seguir siendo. Me voy a emparejar con él.
– ¡De eso nada! – gritó el Alfa, haciendo temblar los cristales de las ventanas.
– Me temo, papá, que no tienes voz ni voto en esto. – replicó Kenny, intentando mostrar una calma que no sentía. No tenía miedo de su padre pero no le apetecía nada un enfrentamiento entre ambos.
– ¿Eso crees? – su padre parecía furioso. Sus ojos, normalmente del mismo tono celeste que los de Kenny, estaban brillando con esa luz verdosa antinatural que les delataba como cambia formas. – ¡Mientras vivas en mi casa y bajo mi techo, tú obedecerás lo que te diga! – le rugió.
Los cristales del despacho volvieron a temblar y un vaso que había sobre el escritorio cayó al suelo, haciéndose pedazos.
Kenny frunció el ceño, entre enfadado por la cabezonería de su padre e indignado por su idea de que Kenny debía obedecerle ciegamente solo por vivir en su casa.
Bien, eso tenía una solución muy sencilla.
– No te preocupes por eso. Cojo algo de ropa y me voy. Así no podrás mandarme en nada más. Y seguiré con Cody. – gruñó, dándose la vuelta para salir pisando fuerte del despacho.
– ¡Kenneth! ¡No te atrevas a desobedecerme!
– ¡Oh, claro que me atrevo!
Furioso, Kenny subió a su habitación y llenó una vieja mochila con algo de ropa antes de colgársela al hombro y marcharse.
¿Por qué tenía que ser su padre siempre tan difícil? ¿No podía simplemente alegrarse de que hubiera encontrado a su pareja tan rápido?
Otros padres seguro que estarían felices de que sus hijos no tuvieran que hacer ese estúpido viaje. El suyo, no, claro. El suyo le quería lejos para que no se mezclara con humanos y estropeara la reputación de la familia.
¿Cómo podía ser tan absolutamente racista?
Su padre necesitaba aprender que ya no vivían en el siglo pasado y que si él quería emparejarse con Cody, lo haría.
Cody había sido muy bueno y comprensivo con él cuando le explicó lo que era. Y se había mostrado bastante afectado cuando le contó sobre la excursión.
Kenny no quería separarse de él. Le quería y estaba bastante seguro de que era correspondido. ¿Por qué iba a dejar eso para salir en busca de algo que podía tener en casa?
¡Era ridículo! Pensó mientras salía de su casa y cogía su coche. Se dirigió a casa de Cody, confiando en que ya estaría de regreso del trabajo. Le explicaría que había ocurrido y le pediría que le dejara pasar la noche allí.
Lo cual sería la primera vez.
A pesar de llevar ya mes y medio saliendo, Kenny apenas había pisado la casa de su pareja. Un par de veces, para recoger algo y poco más pero nunca se había quedado allí a dormir. Cuando habían mantenido relaciones siempre lo hacían en el coche o en un motel.
Nunca en casa de Cody.
Bueno, en esa ocasión no iba a poder negarle el pasar la noche allí.
Kenny aparcó frente al edificio del otro y subió a su apartamento, en el tercer piso. El edificio era un bloque de apartamentos de uno o dos dormitorios, la mayoría en alquiler, con la fachada color crema y puertas negras. Resultaba muy anodino pero el interior, al menos en el caso del piso de su pareja, mejoraba.
Cody le abrió la puerta y le arqueó una ceja al verle allí con la mochila al hombro, pero le dejó pasar, cosa que Kenny agradeció.
– ¿Qué ha pasado? – le preguntó, simplemente haciéndole un gesto para que se sentara en el sofá con él.
– He hablado con mi padre.
– E intuyo que no ha ido muy bien. – comentó, señalando con un gesto la mochila.
– No demasiado. ¿Te importa si duermo esta noche aquí? – Cody le sonrió, rodeándole los hombros con un brazo.
– Claro que no. Pero ¿qué ha pasado exactamente?
– Mi padre no aprueba que esté contigo. – suspiró el león. – Eso pasa.
– Era algo que sabíamos que pasaría, Kenny.
– Si, lo sé, pero no esperaba que se negaría en redondo a todo.
Cody le atrajo en un medio abrazo, dándole un beso en el cabello. Kenny suspiró, relajándose por primera vez en todo el día gracias al aroma del otro.
– Me dijo que mientras viviera en su casa tenía que obedecerle y dejarte. Así que me he venido aquí. – el otro soltó una risita.
– Los padres suelen usar mucho ese discurso. Nunca funciona, pero no lo cambian. ¿Y qué vas a hacer ahora?
– No quiero dejarte.
– No tienes por qué. Pero no nos podemos quedar aquí.
– ¿Por qué no? – preguntó Kenny, sorprendido.
– Porque si nos quedamos, tu familia estará siempre intentando interferir entre nosotros. Y acabaran consiguiéndolo, Kenny.
Eso le pilló por sorpresa. En sus planes nunca entró la posibilidad de que su familia tratara de separarlos a toda costa, pero ahora que Cody lo había comentado, lo veía muy posible.
Su padre jamás se detendría y seguiría insistiendo y haciéndoles la vida imposible hasta que Kenny entrara en razón.
– ¿Entonces qué podemos hacer?
– Debemos marcharnos. Lejos. Al sur. Podemos ir al sur, donde haya mar y sol y no tanto frio.
Eso animó a Kenny. Eran los mismos planes que él tuviera antes de conocer a Cody. Viajar al sur y alejarse de la nieve y el frio. Si. Podían ir a California. O a Texas. Cualquier sitio caluroso sería mejor que Winnipeg, Manitoba.
– Si. El sur estaría bien. ¿California? Podríamos ir a San Diego. O Los Ángeles. – Cody le sonrió, indulgente.
– Si, claro que sí. Pero para eso necesitaremos dinero. Yo tengo algo ahorrado, pero no creo que sea suficiente. – Kenny frunció el ceño.
Por supuesto que necesitaban dinero para el viaje. Y para quedarse en algún lado mientras encontraban como mantenerse. Él no temía trabajar, pero no podían vivir en el coche eternamente.
Kenny también tenía algo de dinero ahorrado, para la excursión. Le daría para sobrevivir sin muchos lujos y durmiendo en el coche algunos meses, pero para dos personas y quedándose en un motel, ese tiempo se reducía considerablemente.
No era suficiente dinero.
– Yo tengo algo también. Pero no será bastante. Incluso si unimos lo de los dos. – confesó, desanimado. Cody se inclinó y le dio un beso.
– ¿Podríamos cogerle algo prestado a tu padre? – le sugirió, antes de volver a besarle.
– ¿Robarle? No creo que… – el humano le interrumpió, poniendo un dedo sobre sus labios.
– No, no. No robar. Coger prestado. Cuando nos establezcamos y tengamos un trabajo para mantenernos, le enviaremos el dinero de vuelta, por supuesto.
Kenny le miró, dudoso. Estaba muy enfadado con su padre y deseaba por encima de todo estar con Cody y marcharse de ese lugar. No había nada ahí que le retuviera. Pero… ¿robar a su padre? Incluso con la promesa de Cody de devolvérselo cuando pudieran no estaba muy convencido.
Su pareja notó sus dudas, porque le sujetó del rostro y le besó de nuevo, esta vez más profundamente para luego dedicarle una mirada triste.
– No pasa nada, cariño. No tenemos que hacerlo si no quieres. Podemos esperar y reunir algo más de dinero. En unos meses puede que tengamos lo suficiente.
Kenny le observó durante un minuto y suspiró. ¿Podían permitirse esperar tanto? ¿O su familia interferiría para separarlos antes?
¿Podía arriesgarse a eso solo por sus escrúpulos?
Volvió a mirar a Cody, el cual estaba buscando algo de beber en la nevera.
No estaba seguro de lo que iba a hacer y, seguramente, era un error enorme. Pero no podía esperar a estar con Cody bien lejos de allí, donde nadie de su familia pudiera incordiarles.
Lejos, lejos… bien lejos.
Se levantó del sofá y se acercó a su pareja, abrazándole por la espalda para darle un beso en la nuca.
– Mi padre tiene una caja fuerte en su despacho y sé la contraseña. Normalmente suele guardar documentos, pero también algo de dinero. No creo que tenga más de dos mil ahí. ¿Será suficiente? – Cody sonrió.
– Será perfecto.