Jack T.R. Capítulo 7.

Capítulo 7

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Charles llegó a comisaría casi cuatro horas después de haber dejado la escena del crimen, dos desde que se marchara corriendo de la librería.

 

Había elegido dar un largo rodeo desde la librería hasta allí. Necesitaba calmarse y pensar antes de regresar al trabajo, por lo que optó por dejar su coche un par de manzanas más lejos de lo que acostumbraba. Perdió la noción del tiempo mientras paseaba inmerso en sus pensamientos. Tanto que, al llegar, Henricksen se le echó encima, bastante molesto, como si hubiera estado desaparecido años en vez de unas horas.

 

― ¿Dónde estabas? ¡Llevo toda la mañana llamándote al móvil! — extrañado, revisó su teléfono para darse cuenta de que la batería estaba muerta, probablemente porque no había recordado cargarlo la noche anterior.

 

― Lo siento. No me he dado cuenta de que no tenía batería.

 

― ¿Estás bien? Tienes mal aspecto.

 

― Si… si… Solo preocupado por este caso, eso es todo. — se excusó, dirigiéndose hacia su escritorio y esquivándole. No tenía ganas de responder las preguntas que inevitablemente le haría. Su compañero le siguió, aun molesto.

 

― ¿Dónde has estado? Los patrulleros me dijeron que te fuiste de la escena hace horas.

 

― Fui a… dar un paseo para despejar la mente. ― Henricksen bufó, incrédulo.

 

― ¿Dar un paseo? ¿Tú?

 

― Si, ¿qué pasa? ― preguntó de vuelta a la defensiva.

 

― ¿Desde cuándo das tú paseos? ― Charles le dirigió una mirada cortante. ― ¿Sabes qué? ¡No importa! Pero la próxima, avisa, capullo. ¿Otra vez has estado durmiendo mal?

 

El detective hizo una mueca.

 

Eso era el eufemismo del año. Él caía rendido cuando el cansancio le vencía, pero no descansaba nada a causa de sus sueños. Necesitaba terminar con ese caso de una vez.

 

― Si… Insomnio otra vez. ― mintió. ― Va a acabar conmigo. Tú tampoco tienes pinta de estar durmiendo demasiado. — No se había fijado demasiado bien antes, pero su compañero tenía las ojeras más marcadas que hacía un par de días. Este le dio una sonrisa débil, encogiéndose de hombros.

 

― La niña nos tiene locos. Anoche tuvo un cólico. Por cierto, Morgan está con la autopsia de la última víctima. — añadió, volviendo a ponerse serio y cambiando de tema. ― Me dijo que quería hablar con nosotros lo antes posible.

 

Charles frunció el ceño, intrigado por el mensaje, encaminándose hacia la zona de autopsias sin decir una palabra. Si Morgan les estaba buscando, tenía que ser algo importante. No tardó en oír los pasos de Henricksen tras él.

 

Cogieron el ascensor para ir al sótano del edificio, donde se encontraban los dominios del forense. En esa misma planta también estaban el depósito de cadáveres, el de pruebas y la armería. El sótano ocupaba prácticamente toda la superficie del edificio, adecuadamente insonorizado y ventilado, por suerte para ellos.

 

Charles todavía recordaba el horrible hedor que despedían los cadáveres de la primera comisaria a la que fue destinado, después de graduarse en la academia. Aquel lugar era tan antiguo que el sistema de ventilación no funcionaba correctamente y, en verano, cuando ponían el aire acondicionado solía colarse el olor a descomposición de los cuerpos que estaban siendo analizados.

 

Fue muy feliz cuando le trasladaron a su comisaría actual, un año después.

 

El sonido del ascensor llegando a su destino le hizo regresar al presente. Pasaron las puertas de la armería y del depósito antes de detenerse frente a la sala de autopsias.

 

Morgan estaba ya cosiendo a la chica cuando llegaron.

 

― ¡Hombre, por fin aparecéis! He tenido que hacer la autopsia sin vosotros.

 

― Lo siento. Estaba ocupado con otras cosas. ¿Qué es lo que tienes para nosotros?

 

― Bien, la conclusión es que es nuestro hombre, como ya sospechabais. Las heridas son iguales que en las otras dos víctimas e infligidas por la misma clase de cuchillo. No falta ningún órgano pero varios están destrozados por las cuchilladas.

 

― Un chico entró en el aparcamiento cuando estaba con ella, por eso no pudo coger nada. Le jodió los planes. — Charles suspiró, cansado antes de proseguir. ― Si le interrumpieron, probablemente esté frustrado por ello, así que volverá a matar antes de lo que tenía pensado.

 

― Eso, por desgracia, es muy posible. La otra noticia que os tenía es que he encontrado una nota. — Morgan les dio una bolsita con un arrugado papel dentro. — La dejó en la boca de la chica.

 

Charles ignoró el estremecimiento que le recorrió al cogerla, temiendo que volviera a tener otra alucinación como le ocurrió con la primera, pero no pasó nada. Alisó como pudo el papel a través del plástico de la bolsa y lo leyó, sus cejas alzándose con cada palabra.

 

En esa ocasión el asesino había incluso dibujado una calavera y un cuchillo, muy similar al que habían encontrado en la escena del crimen y usado un bolígrafo rojo.

 

― «Querido Jefe: ¿le gustó el espectáculo? Pronto podrá ver más. J.T.R.» — Charles sintió como se le helaba la sangre al leer la nota. ¿Se refería a él? ― Este tío está completamente loco.

 

― ¿A quién demonios se supone que envía estas notas? — preguntó Henricksen, rascándose la cabeza. ― ¿Quién cree que es el jefe? ¿El capitán? ¿El alcalde?

 

― No tengo ni idea.

 

Lo ocurrido en la escena del crimen volvió a su mente haciéndole recordar algo en lo que no había pensado hasta ese momento. El asesino había mencionado que sabía que podía verle en sus sueños. Mientras duró el ataque y, más tarde, en la librería no le dio ninguna importancia, incluso lo olvidó con todo el lio, pero… ¿cómo sabía eso?

 

Nunca había mencionado sus sueños a nadie. Absolutamente a nadie. Pero entonces, ¿cómo lo sabía?

 

― Este caso me está dando migraña. — gruñó su compañero, cogiendo la nota. — Voy a llevar esto a los de la científica y a comprobar si han sacado alguna huella del cuchillo que encontraron. ¿Te veo luego? — Charles volvió a la realidad y miró su reloj. Eran poco más de las once de la mañana.

 

― Si… claro… voy a hacer algo de papeleo y a hablar con los de perfiles. Cuando vuelvas vamos a por un café.

 

― De acuerdo.

 

Henricksen asintió y se marchó, dejándoles solos. Él mismo se disponía a salir también cuando Morgan le agarró del brazo, deteniéndole.

 

― Oye, ¿te encuentras bien? — le preguntó, dándole una mirada preocupada. ― No tienes buen aspecto. — Charles negó suavemente con la cabeza, componiendo una sonrisa tranquilizadora.

 

― No es nada. No he dormido bien desde hace unos días.

 

― Si quieres te puedo recetar algo para eso.

 

― Nah… No soy muy fan de las pastillas. Intentaré reducir un poco el café y, si no funciona, volveré a que me recetes algo.

 

― ¡Estos jóvenes y sus remedios «new age»! ― se rio el doctor, haciéndole sonreír. — Está bien. Pero ya sabes. Si sigues con problemas para dormir, ven a verme.

 

― Lo haré, descuida.

 

El resto del día pasó como un borrón.

 

Visitó a los de perfiles, quienes no le dieron nada nuevo sobre el asesino, salvo que habían configurado un perfil geográfico del sujeto, que situaba los asesinatos cada vez más cerca de su comisaría. Eso, junto con las notas recibidas, dejaba claro que deseaba su implicación en la investigación.

 

¿La razón? Eso no lo podían saber con seguridad, pero tenían varias ideas.

 

Después tomó un almuerzo temprano con Henricksen en la cafetería cercana a la comisaria y pasó la tarde absorto con unos informes retrasados.

 

La noche llegó más rápido de lo que hubiera querido el policía.

 

Por desgracia, pensó mientras descongelaba una pizza barbacoa y la metía en el horno, no sacaron nada en claro del cuchillo ni la nota. Y, en esa ocasión, el asesino había usado un papel normal y anodino, nada de tickets que pudieran darle alguna pista y el cuchillo estaba limpio de huellas.

 

Se fue a dormir con la preocupación y el miedo de que volviera a matar esa noche. Como bien había comentado con Morgan antes, Jack fue interrumpido. Y eso no era una buena cosa.

 

Estaba seguro de que mataría pronto. El problema era saber cuándo y dónde. Por eso no quería dormir. Temía verle en sus sueños de nuevo.

 

Consiguió luchar contra el cansancio durante unas pocas horas pero acabó sucumbiendo.

 

Cuando volvió a ser consciente de sí mismo, ya no estaba en su cama, si no en un parque. Gimió interiormente al notar esa ya familiar sensación de estar donde no debía, de ver las cosas desde los ojos de otra persona, esas emociones y pensamientos que no le pertenecían.

 

Vio su reflejo en una escultura de metal y comprobó que era una muchacha. Guapa, castaña y con el cabello recogido en una trenza. Y, en esa ocasión, no estaba solo. Caminaba por un parque con su amiga, otra chica de su edad, morena, de pelo corto y peinado de punta. Tenía pecas y los ojos verdes y no dejaba de reír por algo que les había ocurrido en el bar donde estaban antes.

 

Oyó pasos tras ellas… Dios… ¡iba a empezar!

 

No dieron importancia a los pasos que oían a sus espaldas. Acababan de entrar en el parque y había gente por los alrededores. Parejas besándose, un par de tíos que parecían vender drogas… lo usual a esas horas. Miró por encima del hombro y vio a un hombre con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo que andaba encorvado ligeramente.

 

Solo otro tío que salía del bar y volvía a su casa. Nada más.

 

Siguió bromeando con Tina, su amiga, sobre aquel perdedor que intentó ligar con las dos al mismo tiempo y como habían conseguido que les invitara a todas las copas hasta que decidieron marcharse, dejándole plantado con una hermosa factura que pagar.

 

Fue de lo más divertido. ¡Los hombres eran todos tan fáciles de manejar!

 

Al llegar a la mitad del camino los pasos se oían más cercanos y rápidos y se alarmó un poco. Tina también miraba preocupada al tipo, sus bonitos ojos verdes brillando asustados.

 

Atemorizada, iba a sugerirle el salir corriendo de allí cuando los pasos dejaron de oírse.

 

Se giró para comprobar si el extraño hombre seguía ahí pero no le vio. Suspiró aliviada, sintiéndose tonta por asustarse por nada, y siguieron su camino. El tipo solo estaba volviendo a su casa, igual que ellas.

 

Ya estaban cerca de salir del parque y llegar a su calle. Solo unos metros más y estarían a salvo.

 

Y ahí fue donde todo se fue al demonio.

 

No tuvo tiempo ni de gritar cuando sintió a alguien sujetándola por la trenza y un afilado cuchillo cortándole la garganta. Cayó al suelo de rodillas en la nieve, llevándose las manos al cuello, viendo con horror como la sangre manchaba sus pantalones beige para acabar formando un charco en la nieve.

 

Entonces oyó a su amiga chillar de dolor.

 

Fue el sonido más espantoso que había oído jamás. Le erizó todos los vellos del cuerpo. Incluso inmersa en su propio dolor y miedo, alzó los ojos y miró… y deseó no haberlo hecho.

 

Ese animal… no había otra palabra para describirlo… estaba arrodillado en el suelo, sobre el cuerpo tumbado de Tina, acuchillándola repetidamente. Veía su brazo subir y bajar rápidamente, la brillante hoja resplandeciendo bajo la luz de las farolas. Su pobre Tina daba pequeños gemidos, incapaz ya de gritar su agonía, y se estremecía con cada cuchillada hasta que dejó de moverse del todo.

 

Él se levantó y se giró hacia ella. El terror la hizo reaccionar y, a pesar de que seguía sangrando y estaba mareada, se incorporó y trató de huir.

 

Solo consiguió correr unos pocos metros antes de que él se lanzara sobre ella y la hiciera caer, aplastándola contra el suelo momentáneamente. La libró de su peso y tiró bruscamente de su brazo, haciéndola girar para quedar frente a frente. La sangre de su herida la ahogó cuando intentó gritar al ver los dorados y brillantes ojos mirándola con desprecio.

 

― ¡Hola, detective! Espero que esté disfrutando de esto tanto como yo. — le oyó decir antes de levantar el cuchillo y hundirlo en su estómago.

 

Charles despertó, sobresaltado y sintiendo el corazón en la garganta. Corrió, tropezando con las sabanas y llegó al baño justo a tiempo para vomitar la pizza que había cenado.

 

Lo había hecho… de nuevo lo había hecho… y esta vez sabía que estaba mirando.

 

Se dejó caer sentado junto a la taza del inodoro, incapaz de sacar fuerzas para levantarse de ahí, llevándose las manos a la cara.

 

¿Qué iba a hacer ahora?

 

Otras dos chicas habían sido asesinadas mientras él observaba impotente y ese monstruo le habló directamente, consciente de su presencia.

 

Hora y media después, su móvil empezó a sonar. Ese fue el lapso que estuvo sentado en el suelo, incapaz de moverse sin sentirse enfermo. Cuando por fin consiguió levantarse, tenía las piernas dormidas y casi se cayó al suelo de nuevo.

 

Llegó al parque Lorraine L. Dixon cuando daban las seis y media de la mañana.

 

Los cuerpos fueron encontrados por un grupo de chicos que regresaban del mismo bar donde estuvieron las víctimas. Uno de ellos aseguraba que les compró varias copas a ambas, pero que dejaron el local aproximadamente una hora antes que ellos. Ninguno fue capaz de decir si las vieron salir con alguien o no. Y dado el estado de embriaguez en el que se encontraban no resultaban una fuente muy fiable.

 

Daba igual. Él sabía que salieron solas y fueron atacadas en ese lugar, tras sufrir una emboscada de Jack.

 

― Detective, hemos encontrado algo.

 

Charles se acercó a los forenses. Uno de ellos sujetaba con sus manos enguantadas un papel. Sintió los vellos de la nuca erizarse al ver las siglas del asesino dibujadas con sangre en la nieve, junto a la chica.

 

― Estaba en la mano de esta. — comentó al dársela, señalando a la chica castaña. Aun no sabía su nombre. El policía se puso unos guantes que sacó de su bolsillo derecho del abrigo y lo cogió con cuidado. Estaba empapado en sangre pero era legible.

 

― ¿Tenemos identificación para las víctimas?

 

― Aun estamos buscando. Tenemos un bolso con identificación, pero no hemos encontrado el otro.

 

― Bien. — con miedo miró al papel. — «Querido Jefe: esto es en compensación por la que no pudo ser. Me he llevado un suvenir. Espero que no le importe. Lo compartiré pronto. J.T.R.»

 

― Este tío me está dando escalofríos. ― Charles no pudo más que estar de acuerdo con el forense.

 

― Si encontráis el otro bolso, avisadme. ¿Habéis visto alguno a Henricksen?

 

― No. No estaba aquí cuando llegamos.

 

Charles frunció el ceño, extrañado. Era la segunda vez que su compañero aparecía tarde al escenario de un crimen y eso no era habitual en él. Devolvió la bolsa de pruebas al otro policía y sacó su móvil, usando la marcación rápida para llamar a su compañero.

 

Este tardó tres tonos en contestarle y sonaba apurado.

 

― ¡Ey! ¿Dónde estás? Llevo media hora aquí esperándote.

 

― Lo siento, la niña tuvo cólicos otra vez esta noche. Nos ha tenido despiertos hasta la madrugada. Estoy en mi coche ahora mismo.

 

― Está bien. ¿Nos vemos en Brady’s? Hay uno cerca de la escena.

 

― ¡Genial! Tardaré como mucho media hora. ¡Ve pidiéndome mi cappuccino!

 

Charles guardó su móvil y se dirigió a la salida del parque, donde estaba la cafetería que le había mencionado a su compañero. Antes se aseguró de pedir a los forenses que le llamaran si encontraban algo más.

 

Paseó por la calle, viendo a la gente salir de sus casas para empezar el día, como si nada hubiera ocurrido. Ignorantes de que un monstruo había descuartizado a dos pobres chicas casi debajo de sus ventanas.

 

― Disculpe, ¿tiene hora? — se había detenido en el semáforo, esperando a que se pusiera en verde para poder cruzar la calle, cuando escuchó la pregunta. Sin mirar quien le hablaba, se levantó la manga de su abrigo y miró su reloj.

 

― Las siete y cuarto.

 

― ¿Qué le ha parecido mi regalo, detective? ¿Lo ha disfrutado?

 

Charles volvió la cabeza despacio, sintiendo como su corazón latía más deprisa a causa de la adrenalina y movió su mano instintivamente hacia la pistolera. A su lado, los ojos dorados del demonio le saludaron sonrientes. En esa ocasión tenía una apariencia diferente. No era el joven rubio de la otra vez, si no un hombre de poco pelo, entrado en los cincuenta y vestido con traje azul oscuro.

 

― ¡Tú!

 

― No, detective. — rio el asesino, al verle hacer el amago de sacar su pistola. ― No le recomiendo hacer eso. Este pobre contable no tuvo nada que ver con lo de anoche. No irá a matar a un inocente, ¿verdad? — El semáforo se puso en verde y la gente empezó a moverse, pasando entre ellos al cruzar la calle.

 

― ¿Qué es lo que quieres?

 

― ¿Qué queremos todos? — preguntó a su vez, haciendo un teatral gesto para abarcar a la gente que pasaba a su lado. ― Un poco de reconocimiento estaría bien. No habéis dejado que la prensa sepa de mí y eso duele. — Charles gruñó.

 

― No dejamos que la prensa sepa nada sobre bastardos como tú. No vamos a darte esa satisfacción, cabrón.

 

― Esa no era la respuesta correcta, detective. — el tono del asesino era de reprimenda, como si hablara con un niño pequeño.

 

― Me da exactamente igual lo que pienses.

 

― Lo veremos.

 

Una mujer especialmente gruesa pasó entre ellos, obstaculizándole la vista y cuando por fin consiguió esquivarla, el hombre no estaba en ninguna parte.

 

Charles se echó a temblar.

 

A pesar del frio que hacía a esas horas de la mañana, tenía la camisa empapada de sudor y su corazón amenazaba con salirse de su pecho a causa de la velocidad a la que estaba latiendo. Apoyó la mano sobre él, como si así pudiera conseguir que se calmara un poco y notó algo duro y metálico en el bolsillo de su chaqueta, bajo el abrigo. Extrañado, metió la mano y encontró la petaca de plata que le diera el librero antes de separarse.

 

Había olvidado por completo que la llevaba. La miró casi sin parpadear hasta que alguien chocó con él, haciéndole volver a la realidad.

 

Cuando empezó a andar, lo hizo en dirección opuesta a la cafetería.

 

 

 

 

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