Relato: Dioses y demonios. Capítulo 1

Relato: Dioses y demonios. Capítulo 1.

dioses demonios

El Olimpo ya no era lo que fue, pensó mirando a su alrededor.

Donde antes había fastuosidad y elegancia ahora solo quedaba vacío y polvo.

Montones de polvo.

¿Nadie limpiaba ya o qué?

Los grandes salones que en el pasado albergaron fiestas se encontraban abandonados desde hacía siglos.

Milenios, incluso.

Cuando los humanos dejaron de preocuparse por ellos, de creer en ellos e interrumpieron sus oraciones y ofrendas, los dioses decidieron hacerse a un lado.

Estaban preparados para avanzar y dejarles crecer como civilización. Los dioses, simplemente, se recluyeron en El Olimpo y siguieron viviendo sin interferir.

Otras religiones y otras creencias sustituyeron a los dioses griegos y la vida siguió… y siguió… y siguió…

Pasaron siglos y los habitantes del Olimpo empezaron a desperdigarse por el mundo, mezclándose con los humanos, buscando con que ocupar la eternidad.

Ares encontró un filón con los mortales. Se lo pasaba en grande instigando guerra tras guerra y no se aburría. Hades le hacía visitas en los países donde residía porque siempre encontraba un montón de trabajo allá donde fuera Ares.

Atenea decidió que La Haya era un buen lugar para ejercer sus dotes, aunque había varios que no estaban muy de acuerdo con su decisión.

Uno a uno, todos los dioses fueron encontrando un lugar entre los mortales donde vivir…

Menos Zeus.

Zeus, padre de todos los dioses, señor del trueno… seguía en El Olimpo, sin salir. Esperando que sus hijos regresaran para animarle la velada, cosa que nunca ocurría, claro.

Lo que si hacían era turnarse para echarle un ojo. Nunca era bueno dejar a Zeus tanto tiempo sin vigilancia.

En eso estaba ese día Atenea cuando a su padre se le ocurrió lo que debía ser la idea más estúpida de la historia después de elegir a Trump como presidente.

–  ¿Qué vas a hacer qué? – preguntó con incredulidad la diosa.

–  Voy a retomar mi liderazgo sobre los mortales. Va siendo hora, hija mía. ¡Mírales! No hacen más que cometer error tras error. Necesitan que alguien les guie.

–  Y ese alguien vas a ser tu… – estaba claro que cuando repartieron sabiduría se la dieron solo a ella, porque lo que era a su padre…

–  ¡Por supuesto!

–  Padre… ellos no necesitan tu liderazgo. Necesitan espabilar y dejar de hacer el imbécil, eso sin duda, pero no tú metiéndote en medio.

–  Uhm… – un trueno resonó sobre ellos, haciendo que los cristales de la habitación retumbaran.

Atenea resopló. ¡Por supuesto que su padre se iba a enfadar y no entender que no podía interferir de nuevo en la vida de los humanos! ¡Siempre tan egoísta!

–  ¿Y podrías dejar de crear tormentas? Los humanos se están quedando sin nombres para tanto temporal.

–  ¡Me aburro!

¿Veis? ¡Egoísmo puro y duro!

–  ¿Por qué no sales y les visitas, si tanto les echas de menos? Pasar una temporada lejos de aquí te haría bien. – intentó razonar.

–  No, no puedo. Si salgo no tendré poderes.

Lo cual era cierto. Lo único que les quedaba ya de sus poderes era su inmortalidad y poco más. Dentro del Olimpo todo seguía igual que siglos antes. Pero si lo abandonaban… sin poderes, sin fuerza sobrehumana…

Ares aún mantenía su poder para influir (mal) en las personas y Hades el de llevar las almas a su sitio correspondiente en el Tártaro porque eso era imprescindible.

Los demás seguían siendo más fuertes y sanos que el mortal medio pero eso era todo.

Y la inmortalidad no estaba comprobada. Obviamente, ninguno quería hacer la prueba.

–  No va a pasarte nada. – mintió. Su padre la fulminó con la mirada.

–  ¿Y si choco con uno de esos automóviles? ¡No sabemos si seguimos siendo inmortales, querida! ¡Podría morir!

–  No tengo tanta suerte… – masculló por lo bajo.

–  ¡No, lo mejor es volver a lo que éramos antes! ¿Dónde crees que es mejor empezar? ¿Grecia? ¿O Estados Unidos? Peor que el presidente actual no lo voy a hacer…

Atenea suspiró, preocupada. No podía dejar que su padre volviera a las andadas. No iba a funcionar, para empezar. Los mortales ya no creían en nada, solo en la tecnología y poco más. Y mucho menos iban a creer en ellos.

No. Si su padre intentaba algo lo único que conseguiría era confundir a los mortales y exponerlos a ellos. Y no necesitaba semejante drama en su vida en ese instante.

–  Lo siento, padre. Pero no puedo permitir que hagas ninguna estupidez.

Con un chasquido de dedos por parte de la diosa, Zeus desapareció de la sala. Ella sabía perfectamente a dónde lo había enviado.

A Brooklyn, cerca del bar de Dioniso, para ser más exactos. Estaba segura de que su hermano podría vigilar que Zeus no hiciera ninguna estupidez. Pero, por si las moscas, envió un mensaje de aviso a su hermano y preparó un lugar donde su padre podría quedarse y todo lo que pudiera necesitar.

Una cosa era mandarlo de paseo para evitar una tragedia griega y otra muy distinta, dejarle en la calle como a un indigente.

Seguía siendo su padre.

–  Lo que tiene que hacer una para mantener las apariencias…


¿Te va gustando? ¡Pues pronto más!

¡Mientras, puedes leer mis novelas AQUÍ y en Amazon!

 

Anuncio publicitario

4 comentarios en “Relato: Dioses y demonios. Capítulo 1

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s