El diario de Charles. Capítulo 5.

¡Y otro capítulo más!

El penúltimo antes de que se acabe el año.

¡Vamos a por él!


 

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Charles miró preocupado la puerta antes de dar un par de golpes suaves en la vieja superficie de madera.

Había sido convocado por el jefe del centro. Su supervisor le sacó en mitad de su turno en la fábrica para comunicarle que debía ir a la segunda planta.

Normalmente, los novatos no solían pisar la segunda planta. Ese era lugar reservado para los veteranos.

– ¡Adelante! – Charles abrió la puerta y se encontró con un hombre de unos cuarenta sentado tras un escritorio.

La habitación era más amplia de lo que imaginaba que sería. Casi tanto como las salas donde se reunían los veteranos a discutir sus “cazas”. El hombre le sonrió, indicándole con un gesto que se acercara y se sentara en la única silla que había.

No lo conocía personalmente pero había oído hablar de él. Era Alfred Rhodes, el miembro de La Orden que más experiencia tenía en demonios. O eso contaban los demás. Siempre hablaban sobre él como si fuera una leyenda.

–  Te estarás preguntando para que te he hecho venir. – Charles asintió, dejando al otro que hablara. La verdad es que tenía curiosidad. – Estamos muy impresionados contigo, Charles. Tu carta de presentación fue muy espectacular.

– ¿Carta de presentación?

–  Enviaste de vuelta al Infierno sin ayuda a uno de los demonios más poderosos que existen.

¿Sin ayuda? Eso no era exacto. Tuvo mucha ayuda. La de Aidan, la de Julian, la de Rolf… pero o no  lo sabían o no estaban seguros. Charles no pensaba sacarles de ese error

–  Fue pura suerte. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, la verdad. Pensaba que mi amigo se había vuelto loco. – mintió.

Pudo ver como el otro torcía el gesto, como decepcionado. Charles le debía mucho a Aidan y no se fiaba de estos hombres. No pensaba decirles nada sobre el chico.

–  ¿De dónde sacaste el exorcismo?

–  Cuando me convencí de que era realmente un demonio, pedí ayuda a un viejo párroco y él me escribió un exorcismo que pertenece a los usados por el Vaticano.

–  Un viejo párroco… – repitió Rhodes, obviamente no creyéndose su historia.

–  ¿Dónde más podría encontrar ayuda para luchar contra un demonio?

Rhodes se echó atrás en su silla, escrutándole con la mirada. No estaba tragándose sus mentiras. Pero tampoco podía decirle nada sin reconocer que sabía la verdad. Y, por alguna razón, no querían que supiera que le habían estado vigilando.

Eso era algo que Charles llevaba intuyendo desde hacia unas semanas. Tanto su supervisor como otros veteranos sabían demasiado del tema de Jack.

Demasiado.

No había manera de que supieran tanto si no hubieran estado vigilando todo desde el principio. Pero… ¿Por qué no intervinieron ellos? ¿Por qué dejarles hacer el trabajo sucio?

Eso era algo que le molestaba y mucho.

–  Tuviste mucha suerte. Y dime… ¿Cómo supiste de nosotros? Nos estabas buscando.

–  Jack os mencionó. Dijo que fue uno de vosotros el que le envió la primera vez al Infierno y que quería vengarse de La Orden cuando acabara en Chicago. – La sonrisa de Rhodes pareció congelarse durante un segundo. Charles se tensó. – Lo dicho, solo tuve mucha suerte.

–  Sin duda… mucha suerte.

Cuando, cinco minutos después, Charles caminaba de regreso a la fabrica iba casi temblando. Una sospecha horrible empezaba a tomar forma en su cabeza.

La Orden no solo sabía que Jack había escapado y no intervino. Charles empezaba a pensar que incluso lo habían ayudado a salir del Infierno y lo enviaron a Chicago.

Pero… ¿Con qué motivo?


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